Una lectura sobre la guerra colombiana en la novela "El saxofón del cautivo": juicio político y muerte del sindicalista afrodescendiente José Raquel Mercado
A reading about the colombian war on the novel "The Saxophone of the Captive": Political judgment and death of the afrodescendant syndicalist José Raquel Mercado
Viridiana Molinares Hassan*
* Doctora en Derecho Público y Filosofía Jurídico Política de la Universidad Autónoma de Barcelona, Barcelona-España. Máster en Literatura Comparada y Estudios Culturales de la Universidad Autónoma de Barcelona, España. Magíster en Desarrollo Social de la Universidad del Norte (Barranquilla, Colombia). Diplomada en Derechos Humanos y Derecho Internacional Humanitario de American University, Washington D.C. Directora de la Especialización en Derecho Público de la Universidad del Norte. Profesora investigadora, miembro del grupo de investigación en Sociología del Derecho de la Universidad del Norte. Contacto: vmolinar@uninorte.edu.co
Para citar el artículo: V. Molinares Hassan. "Una lectura sobre la guerra colombiana en la novela El saxofón del cautivo: juicio político y muerte del sindicalista afrodescendiente José Raquel Mercado", Derecho del Estado n.° 32, Universidad Externado de Colombia, enero-junio de 2014, pp. 223-242.
** Recibido el 21 de agosto de 2013, aprobado el 1 de abril de 2014.
Sumario
Introducción. 1. El saxofón del cautivo. 2. Literatura y realidad: un lugar sin límites. 3. Música para la tristeza. 4. La dudosa complejidad de la condena. 5. Traición y afrodescendencia. 6. La inutilidad de la guerra. Consideraciones finales. Referencias bibliográficas.
Resumen
Presentamos un análisis de la novela El saxofón del cautivo, del escritor colombiano Ramón Molinares Sarmiento. Instrumentalizamos la narración literaria para reconstruir el juicio político que el grupo guerrillero M-19 hizo, en 1976, al afrodescendiente cartagenero José Raquel Mercado, líder sindical y presidente de la Confederación de Trabajadores de Colombia (cut), advirtiendo que, no obstante la narración no es fiel al hecho histórico, en esta se revelan categorías que conducen al análisis crítico de este hecho. Nuestro propósito es especificar, con este caso, una de las formas de violencia política que Ariel Dorfman conceptualiza como violencia horizontal e individual; además de revelar la relación entre la literatura y el derecho con este acontecimiento relevante en la historia del país.
Para desarrollar nuestro propósito recurrimos a una presentación general de El saxofón del cautivo, desde las particularidades del hecho que narra; luego, en el acápite sobre "La literatura y la realidad: lugar sin límites", damos cuenta de las razones de la escritura del autor; en "Música para la tristeza" revelamos el perfil de cada uno de los protagonistas de la novela; las confrontaciones que tuvieron lugar entre los guerrilleros respecto de la ejecución de la sentencia las describimos en "La dudosa complejidad de la condena"; en "Traición y afrodescendencia" ponemos de presente la relación entre los protagonistas derivada de su común condición de afrodescendientes y, finalmente, en "La inutilidad de la guerra" presentamos el significado que esta tiene para dos de sus actores: guerrilleros y militares.
Palabras clave: Juicio político; guerrilla; violencia; literatura; afrodescendencia.
Abstract
We present an analysis of the novel The Captive's Saxophone, by the Colombian writer Ramón Molinares Sarmiento. The literary narrative was an instrumental to reconstruct the political judgment that the guerrilla group M-19 made in 1976, the afro-descendant from Cartagena José Raquel Mercado, union leader and President of the Confederation of Workers of Colombia (cut), warning that, despite the narration is not faithful to historical fact, in this categories that lead to critical analysis will reveal this fact. Our purpose is to specify, in this case, one of the forms of political violence that Ariel Dorfman conceptualizes as horizontal violence, in addition to revealing the relationship between literature and the law with this important event in the history of the country.
To develop our purpose we turn to an overview of The Captive's Saxophone, from the particularities of the fact that narrates, then, in the section about Literature and Reality: Place Without Limits, we realize the reasons for the author's writing; In Music for Sadness, we reveal the profile of each of the protagonists of the novel, the confrontations faced by guerrillas on the execution of the judgment described in the doubtful complexity of sentence; in Afro-descendance Treason, putting in mind the relationship between the characters derived from their common condition of African descent and, finally, in the Futility of War, we present the meaning it has for two of its actors: guerrillas and military.
Key Words: Impeachment; guerrilla; violence; literature; Afro-descendance.
Introducción
En las obras de autores latinoamericanos se ha recurrido a la violencia como forma de vida y como instrumento para mantenerse con vida (Sosnowsky, 1996). Esta es una de las razones por la cuales en el grupo de investigación en Sociología del Derecho de la Universidad del Norte se realizan investigaciones de la violencia a partir de análisis literarios, y sobre la relación de la literatura con el derecho1.
En esta ocasión, analizamos la novela del escritor colombiano Ramón Molinares Sarmiento, El saxofón del cautivo, desde la descripción de los perfiles de los guerrilleros que realizaron el juicio político a Vicente Esquivel, protagonista de esta historia, a través del cual se personifica al afrodescendiente cartagenero José Raquel Mercado, secuestrado, juzgado y asesinado por el movimiento guerrillero M-19, bajo la acusación de haber traicionado los intereses de los trabajadores en su condición de líder de la Confederación de Trabajadores de Colombia (ctc).
En esta narración observamos cómo se materializa una de las formas de violencia que presenta Ariel Dorfman (1997); nos referimos a la violencia horizontal e individual que este crítico literario explica como la lucha entre seres que comparten los mismos niveles de desamparo social y alienación levantándose unos contra otros, y otorgándole al asesinato del otro un valor moral negativo, entendido como la necesidad de hacerlo para conservar la propia vida. En el caso del asesinato de Vicente Esquivel, la razón de su muerte no se explica en la necesidad de conservar la propia vida, sino, de acuerdo a los guerrilleros, en la de instrumentalizar esa muerte como ejemplo para otros sindicalistas que intentaran traicionar los intereses de los obreros.
Siguiendo con Dorfman, en este tipo de violencia "los personajes tratan de destruir a los seres que aman, como si con eso estuvieran castigándose por el hecho de existir" (ibíd., 400). Aspecto que en la novela se presenta desde un diálogo entre Fernando, comandante del M-19, y el condenado a muerte, Vicente Esquivel, sobre la similar condición que ambos ostentan: costeños y afrodescendientes. Para presentar la relación entre el derecho y la literatura analizamos otros diálogos relacionados con las dudas sobre la necesidad del ajusticiamiento, y la conceptualización sobre la guerra2.
1. "El saxofón del cautivo"
El saxofón del cautivo es la segunda de tres novelas publicadas por Ramón Molinares Sarmiento; esta, junto a Exiliados en Lille, en la que narra el proceso de adaptación de obreros chilenos obligados al exilio durante la dictadura, refleja el compromiso político del autor y de su literatura3. Compromiso que halla fundamento en las reflexiones de Ariel Dorfman quien considera que "la novela hispanoamericana refleja la preocupación de que la violencia es el problema fundamental de América y el mundo" (ibíd., 387).
La violencia política en Colombia, ha dado lugar a investigaciones4, a través de las cuales se ha intentado describir sus causas y transformaciones. En algunas de ellas encontramos confrontaciones, por cuanto en unas se excluye de forma expresa su carácter político5, mientras otras dan cuenta de él6. De otra parte, para algunos las dinámicas de los movimientos guerrilleros, que son uno de los actores de la guerra, obedecen a la lógica de la necesidad de ostentar poder sobre el territorio7, mientras que para otros la forma de operar de algunos de estos grupos solo ha sido parte de un espectáculo alentado por el voyerismo de sus integrantes8.
En El saxofón del cautivo se describe, de manera novelada, la forma como el movimiento guerrillero M-19 irrumpe en la guerra del país, como un nuevo actor armado que provoca un cambio en las estrategias de violencia, mas no una transformación radical de la guerra. Por ejemplo, Daniel Pécaut sostiene que el M-19, se hizo conocer "en 1974 por un doble acto de publicidad, hizo aparecer en varios diarios avisos que anunciaban la aparición en el mercado de un nuevo producto de nombre misterioso, y robó la espada de Bolívar en la Quinta del Libertador" (Pécaut, 1989, 322)9.
Sobre el secuestro y asesinato de José Raquel Mercado, Malcom Deas sostuvo:
El país no estaba acostumbrado a este tipo de actos. El negocio del secuestro se encontraba todavía en su infancia, y éste se constituía en el primer secuestro político y metropolitano. Mercado sería más tarde ejecutado por traidor a la causa de los trabajadores. El episodio angustió considerablemente al gobierno, y pese a sus defectos como líder sindical, en torno a su tumba se gestó un culto popular que dejó ver que por lo menos un sector de la clase trabajadora no estaba convencido de su traición [...]. Los líderes del movimiento no sabían a ciencia cierta si matar o no a Mercado, y en ese punto de la evolución del movimiento tal ejecución resultaba un poco aberrante [...] [E]l secuestro de Mercado, concebido para ganar prestigio e influencia entre los obreros, resultó un fracaso, y nunca se volvió a intentar algo parecido (ibíd., 74).
En la narración literaria encontramos las confrontaciones y complejas dudas de los personajes que realizaron el juicio y ejecutaron la condena de José Raquel Mercado, aspectos omitidos por las descripciones históricas que se concentraron, exclusivamente, en la ejecución del hecho; y es precisamente en este aspecto en el que resaltamos la narración literaria como instrumento que los visibiliza.
2. Literatura y realidad: un lugar sin límites
Con la novela El saxofón del cautivo el mundo real se trastoca, debido a que el escritor utiliza un hecho que sucedió: el secuestro y asesinato de José Raquel Mercado, para ubicarlo en un mundo literario compuesto por personajes que no existieron, pero a partir de los cuales se puede reconstruir lo sucedido, llenando de contenido las ambigüedades que suscitó este hecho. La descripción detallada de los personajes de esta novela provoca que la línea entre realidad y ficción se torne ambigua, y motiva a la exploración del discurso privado de los guerrilleros, dando lugar, incluso, a la identificación con algunos de ellos y a la comprensión, aunque no justificación, de sus acciones.
Para ayudarnos a entender los motivos de la escritura, Ramón Molinares Sarmiento nos concedió una entrevista, en la que nos muestra cómo la inquietud por un personaje termina desplazándose a otro, a partir de los rasgos que encuentra en él y que identifica con su propia vida; aspecto que también encontramos en la novela, ya que no es posible el análisis de sus personajes sin encontrar reflejados en ellos a muchos colombianos. Veamos.
¿Por qué la necesidad de la escritura sobre el juicio político a José Raquel Mercado?
R.M.S. La admiración que Jaime Bateman Cayón, dirigente del M-19, despertó en los jóvenes colombianos de la década de los setenta no fue inferior a la que nos produjeron líderes como "Che" Guevara o Fidel Castro. Me propuse escribir una novela sobre Bateman pero, sin que pudiera evitarlo, el asesinado dirigente sindical José Raquel Mercado se apropió del escenario. Supongo que me atrajo el olor de la pobreza, la humildad del hogar de donde provenía Mercado, que conozco muy bien; la compasión que me suscitó su muerte desbordó mi propósito inicial; simpaticé con él porque sé que por mis venas corre sangre de negro africano mezclada con la de los Molinari italianos. Distintos de los senderos que imagina el novelista antes de ponerse a escribir, son los que encuentra a medida que avanza de manera casi inconsciente en las páginas de la obra. Luego de terminado el libro, el autor puede observar que, sin darse cuenta, unos personajes se empequeñecieron y otros se agrandaron.
¿Cuáles son los límites entre la historia real y la narración literaria del juicio político y la muerte de este personaje?
R.M.S. Es cierto que el M-19 enjuició a Mercado y lo condenó a muerte por traición a la clase obrera. En aquella década los dirigentes sindicales obraban en complicidad con los patrones, se enriquecían a la sombra de estos. El juicio y la condena pudieron ser justos pero la muerte del sindicalista produjo una conmoción que desbordó la ideología que lo promovió y las ideas socialistas que por aquellos días compartían más de la mitad de los colombianos. El juicio ocurrió, pero los detalles, los alegatos, son imaginarios.
¿A qué elementos recurrió usted para lograr la novela?
R.M.S. Cuando fui profesor en un colegio de Fusagasugá, luego de montar la obra de teatro Los invasores del chileno Egon wolff, descendiente de alemanes, fui invitado a representarla en las afueras de las altas montañas de Pasca, Cundinamarca. Supuse algún tiempo después que los campesinos que asistieron a la representación, dotados de una buena formación intelectual, a juzgar por los análisis que hicieron, debían ser seguidores del famoso guerrillero Juan de la Cruz Varela. Esta experiencia pudo haber enriquecido mi novela.
¿Cuáles fueron las reacciones frente a la presentación de la novela?
R.M.S. La edición fue un desastre, la letra casi ilegible. Cuando publiqué Un hombre destinado a mentir el ingeniero y gran amigo Carlos Salazar me dijo: Ya sabía yo que no ibas a superar El saxofón del cautivo.
3. Música para la tristeza
El título de la novela surge del encanto de Vicente Esquivel por el saxofón, instrumento que le quitaba la tristeza, y que conoció una noche de sexo y licor abundantes, en compañía de cuatro marinos franceses que se lo regalaron luego de que este los deslumbrara sacando música soplando una botella. Narra el autor que esa noche, en la que Vicente Esquivel comió en un restaurante fino y disfrutó de los placeres de una puta blanca, transformó para siempre sus hábitos, y el saxofón fue lo único que pidió a los guerrilleros después de conocer su condena.
Escogimos para describir a cada uno de los personajes la narración del autor, en la que encontramos las complejidades en las que debió transcurrir la experiencia de este grupo de jóvenes, que dejaron la comodidad de sus hogares y acudieron a las armas como medio para superar las desigualdades de la sociedad colombiana. Así encontramos a Jeremías Estrada, el cura; a Jorge y Marcela, una pareja de amantes; a Rosendo, el campesino víctima de la violencia y victimario, y a Fernando, máximo comandante del grupo guerrillero.
Jeremías Estrada representa la entrega a Dios y a la razón. Tercero entre los hijos de una distinguida familia de la capital del país, se presenta como un sacerdote con convicción, entregado a su fieles y consciente de la guerra de la cual decidió formar parte cuando para él se hizo evidente que las Escrituras significaban menos para los ricos que para las pobres. Dejó a un lado la tranquilidad de su vida en Italia, donde estudió teología y sociología en la Universidad de Pavía, convencido de que las Escrituras otorgaban explicación a los acontecimientos de la guerra. En sus intervenciones encontramos, junto a su fe en Dios, un claro conocimiento de la realidad política y social del país.
Encontramos al personaje descrito por el autor:
Abandonó las vestiduras pomposas y los altares de oro puro de los templos del centro de Bogotá, para refugiarse en Siachoque, un pueblo del páramo, en donde todavía prevalecía la sangre de indio y en donde esperó con paciencia el contacto con la guerrilla [...]. Prefería escudriñar en los evangelios hasta extraer de ellos interpretaciones que no se atrevía a difundir desde el púlpito de Siachoque pero que expresaba con vehemencia en las ceremonias que oficiaba en los campamentos de los guerrilleros, como la que celebró ese domingo en que, sobrecogidos de temor, sentenciaron a muerte al dirigente obrero Vicente Esquivel.
En esta ocasión abrió piadosamente la biblia empastada en piel de cordero y leyó en una de sus páginas el pasaje en que Pedro niega tres veces a Jesús [.]. Pedro da a Jesús una prueba de su obediencia. Por nada del mundo habría negado la amistad que lo unía con el nazareno, pero estaba obligado a hacerlo [.]. Sería necio -continuó el padre Jeremías- que uno de ustedes, descubierto y apresado por el enemigo, al salir de este escondite, se apresurara a confesar que es amigo del cura de Siachoque. No, ni aún bajo amenaza de muerte debemos decirle al adversario que nos conocemos (Molinares, 1987, 20-21, cursivas nuestras).
Este personaje recurre a un pasaje bíblico para explicar su interpretación del conflicto:
"Perdónalos porque no saben lo que hacen" era, según el padre Jeremías, la frase más amarga que había pronunciado Jesús desde la Cruz. Cada vez que la encontraba en las páginas de los evangelios no podía dejar de recordar el triste fin de un legendario guerrilleo que descendió de aguas arriba del Río de la Plata para combatir a la tiranía que sojuzgaba a uno de los pueblos del corazón de Los Andes [...]. Pero el padre Jeremías se decía que el delator era tan inocente como un ruiseñor y que merecía el perdón tanto como había de merecerlo el sargento que, escogido por su regimiento, disparó a quema-ropa en el pecho del hombre que había venido de aguas arriba del Río de la Plata (ibíd., 22, cursivas nuestras).
De su posición frente a la sentencia encontramos:
La duda lo atormentó durante el largo cautiverio de Vicente Esquivel, mas en la discordia entablada entre el cristiano y el sociólogo formado en Pavía, prevaleció la del hombre de fe. Era él, uno de los dos que se pronunció en contra de la sentencia de muerte. Con esta determinación suya y sin proponérselo, se demostró a sí mismo que había llegado a la guerrilla movido por el espíritu de los evangelios y que permanecía fiel a ellos a pesar de la atmósfera de violencia que se veía obligado a respirar (ibíd., 22).
El autor nos presenta a Jorge, un estudiante de derecho, joven de finos modales y corazón diáfano, que interpretaba en el piano composiciones de Chopin; enseñado por sus mayores al aislamiento y al desprecio por el sudor agrio de las montoneras, luego sería por tiempo breve guerrillero disciplinado, además de padre fugaz de un niño al que conoció un día antes de ser asesinado. En este personaje encontramos el paso del amor a la guerra, ya que es por amor a Marcela, una líder estudiantil, que Jorge se involucra en el movimiento guerrillero y en donde encuentra la muerte.
Leyó por primera vez "El Manifiesto Comunista" y, aun cuando lo hizo con el único propósito de sentirse cerca a la muchacha de la rosa, no pudo dejar de conmoverse. Aquellas páginas, a las que había aludido Marcela en su incendiario discurso, parecían voltearle el mundo al revés, le hacían comprender la exaltación de los estudiantes y lo llevaban al convencimiento de que más allá de las melodías que le arrancaba el piano y de los bellos lienzos que observaba en sus libros de Historia del Arte, había un mundo injustamente dividido en clases que, desafortunadamente, era real (ibíd., 22, cursivas nuestras).
Sobre el nacimiento del amor entre Jorge y Marcela encontramos que inicia con el olor del placer y la alusión al compromiso de provocar un cambio social:
Exhausta, colmada de placer, abrazada al cuerpo desnudo que seguía latiendo dentro del suyo, Marcela comenzó a hablar como para sí misma. Decía que le gustaban mucho las flores, que gozaba enormemente redactando comunicados estudiantiles, que se sentía feliz cuando sus palabras lograban exaltar los ánimos de los universitarios, pero que nada de eso le importaba tanto como la suerte de los pequeños campesinos que laboraban para su padre (ibíd., 27, cursivas nuestras).
Marcela representa a la mujer que crece entre las confrontaciones que produce la vida en medio de la riqueza frente a un cinturón de pobreza. Esta mujer es descrita por el autor como una muchacha flaca, de nerviosas manos y cara huesuda, que pregonaba la injusticia que le parecía encontrar en que el gobierno cerrara el restaurante de la Universidad y redujera el presupuesto para la educación pública, con el objetivo de fortalecer el de un ejército que, según ella, no servía para defender la soberanía de la nación sino para reprimir a los obreros, a los estudiantes y a los campesinos. Dice el autor sobre ella que "formaba parte de aquellos pelotones de fusilamiento que se improvisaban sobre la marcha. Sin embargo, era esta muchacha de expresión dura y rigurosa quien había arrastrado hasta la guerra de guerrilla a Jorge Sgay" (ibíd., 23).
Sobre las razones de su ingreso en el movimiento guerrillero se relata:
A doña Victoria [la madre de Marcela] siempre le pareció insoportable que la tercera de sus cuatro hijos, ya casi una adolescente de senos y nalgas incipientes, disfrutara buscando nidos de codornices en el monte, bañándose con el agua fría que bajaba de las montañas y cazando grillos y mariposas en compañía de la peonada.
- La culpa de todo la tiene tu padre -le decía enfurecida doña Victoria-; desde pequeña, antes de que entraras al kindergarden, se acostumbró a traerte aquí y dejarte al cuidado de las mujeres de los peones. Ahora pareces un animal de monte, mira cómo te has puesto, en nada te distingues de los hijos de los sirvientes [.]. Ante estas reconvenciones, la adolescente se quedaba perpleja, sin comprender por qué debía rechazar la felicidad que le deparaba Bocanegra, el perro que ella misma había salvado de las aguas del río en que el capataz ahogó a sus seis hermanos recién nacidos porque la madre era muy parturienta y no había con qué alimentarlos, ni paciencia para soportarlos ladrando de hambre y de lujuria en las noches sin luna (ibíd., 28, curisivas nuestras).
En la narración de su muerte encontramos los desencuentros entre las visiones de los actores de la guerra:
- ¡Cabrones!, alcanzó a gritarles Marcela [a los policías] -quien no pudo recoger su revólver, al ser rematada por la espalda, como Jorge.
- Ciérrenles los ojos, dijo el policía flaco, que no había disparado un solo tiro. Y agregó, después de mirar con aire acusador a los otros: se veía desde lejos que eran buenos muchachos.
- Se veía, replicó uno de los que disparó por la espalda, pero acaban de matar a uno de los de los nuestros (ibíd., 157, cursivas nuestras).
En Rosendo encontramos a un campesino víctima directa de la violencia; fue alfabetizado por Jorge, y a él acudía constantemente para que le explicara las cosas y calmara su violencia. Algunas veces Fernando, líder del grupo guerrillero, llegó a cuestionarse sobre la irresponsabilidad de haberle dado poder para intervenir en el juicio de Esquivel. De acuerdo a la descripción del autor: "No poseía instrucción alguna y lo único que lo justificaba en el mando armado era que conocía centímetro a centímetro la selva. En ella vivía desde que tenía diecisiete años de edad, desde la remota madrugada de abril en que San Bernardo, su pueblo natal, fue incendiado y saqueado por hombres que daban vivas al gobierno, montados en caballos desenfrenados" (ibíd., 39).
En este personaje, a diferencia de lo que ocurre con los otros, se puede analizar el sadismo de la violencia, como evidencia la siguiente narración:
[Decía Rosendo] Daba risa verlos salir sin pestañas, sin cejas y sin pelos en la cabeza. Hombre y caballo se retorcían como hierba seca. Se morían de sed con los ojos abiertos. No se los cerrábamos para que vieran bien la cara del gallinazo que se los había de sacar a picotazos (ibíd., 40, cursivas nuestras).
Frente a los reclamos de Fernando a Rosendo, por haber este último decapitado a unos militares y luego dejarse fotografiar por parte de periodistas con sus cabezas, el autor narra la explicación de Rosendo:
Los tuvimos que decapitar [a los soldados] en presencia de los periodistas. Bueno es que sepan los coroneles del ejército que nosotros no tenemos helicópteros pero sí machetes bien afilados (ibíd., 41-42, cursivas nuestras).
Esta violencia contrasta con el otro Rosendo que presenta el autor como el hombre que escribió "con un pedazo de carbón, sobre la vaina de cuero de su machete, tres frases sencillas que después leyó con el sonsonete de los colegiales: Rosendo no quiere la guerra, Marcela mira la luna, Jeremías no enciende los ranchos" (ibíd., 41, cursivas nuestras).
Para Rosendo, Vicente Esquivel era un traidor de los intereses de su misma clase y un hombre que no había realizado esfuerzo alguno para no dejarse corromper por el dinero y las muchachas de vida alegre que los industriales le hacían traer a Bogotá, desde todos los rincones del país; por eso fue uno de los que más insistió en ajusticiarlo.
El máximo comandante del movimiento guerrillero José Antonio Galán, Fernando, que podemos asociar con Jaime Bateman Cayón, líder del M-19, nos muestra la convicción frente a la lucha armada por el poder, y las dudas frente a la condena a muerte de Vicente Esquivel. Este personaje es descrito como un costeño rumbero, con esquirlas de una granada en su pierna, que despertaba simpatía entre la población e incluso, a veces, en el ejército. Se opuso a la condena a muerte y le sorprendió que esta noticia conmoviera al país entero. Llama la atención el pasaje de la narración en que una novia le relata que, por presión de su madre, se había provocado un aborto; Fernando grita enfurecido:
- Dime que todo es mentira, Andrea, por Dios -gritó más horrorizado que enfurecido-. ¿Cómo pudiste atentar contra la vida de otro? Y la deja para siempre (ibíd., 101, cursivas nuestras).
En la narración se encuentran los motivos de su lucha:
Abominaba la muerte sangrienta, las guerras fratricidas y todas las formas de violencia pero, paradójicamente, desde el día en que murieron los perros del señor Williams, envenenados porque, según el autor de la mortandad, comían mejor que los hombres que cortaban el banano de las plantaciones, todas las circunstancias parecían empujarlo al lado de los violentos (ibíd., 38, cursivas nuestras).
Era un hombre desconcertante. Al cabo de dos o tres días de intenso tiroteo en las montañas, sus guarda-espaldas se quedaban perplejos ante ese guerrillero alto y flaco que, luego de silenciar el fusil, se iba a ejecutar pases de baile en la penumbra de las discotecas (ibíd., 46, cursivas nuestras).
Este es uno de los personajes con mayor convicción sobre la vida en la in-surgencia y, a la vez, el que más dudas tuvo a la hora de aprobar la condena a muerte de Vicente Esquivel.
Fernando se sentía curado hasta la médula de los huesos contra los atractivos de la vida burguesa. Atractivos que consideraba más fuertes que las ideologías de izquierda. Antes de romper con su antiguo partido político y entrar a las guerrillas dictaba cursos de economía política a los nuevos prosélitos. Observaba que estos seguían sus explicaciones con interés y que intervenían con calor cuando creían encontrar contradicciones, pero también notaba lleno de inquietud, después de salir juntos de la casa del partido, que a los más jóvenes se les iban los ojos al ver pasar automóviles de lujo y muchachas perfumadas que no estaban a su alcance. Le daba entonces la sensación de que los encantos de la vida burguesa derrumbaban las enseñanzas que les impartía (ibíd., 102, cursivas nuestras).
Frente a la decisión de ajusticiar a Vicente Esquivel, confrontada con los intereses de la clase dirigente, encontramos que este personaje consideraba:
Uno se margina, vive en la clandestinidad, se hace guerrillero para liberarse del régimen, para actuar libremente, y termina haciendo lo que los gobernantes quieren que hagamos: darles motivos para justificar la represión. A esta hora deben estar movilizándose todos los servicios de inteligencia de la policía y el ejército. No para tratar de localizar a Vicente Esquivel, sino para sacar de sus casas a los amigos demócratas, a esos amigos nuestros que si bien no son partidarios de la guerrilla, desempeñan un buen papel en los sindicatos y organizaciones cívicas (ibíd., 47-48, cursivas nuestras).
Para Fernando, y a diferencia de Rosendo, "la traición y la corrupción [de Vicente Esquivel] de que hablaba Rosendo, eran fruto de las circunstancias en las que le había tocado desenvolverse a Esquivel desde el día en que lo eligieron represente de los braceros del puerto de Cartagena de Indias".
Una noche Fernando recuerda el encargo del condenado a muerte: pídele a mi mujer que te entregue el saxofón, que es lo único que me quita la tristeza:
- ¿Pero... es Esquivel un músico de verdad?, se preguntó de pronto, indignado, avergonzado de haber asociado en sus confusos pensamientos la vida del sentenciado a muerte con la inocencia de los ruiseñores. ¿Es ese traidor de mierda un músico? Se volvió a interrogar, ya bajo los efectos del alcohol. Es posible que haya nacido con disposición para serlo pero no lo es. Los diarios no han dicho nada de eso. Cualquiera puede hacerse tomar una fotografía con un instrumento de música. Yo mismo conservo una foto en la que aparezco con una guitarra entre mis manos. Todo esto se decía Fernando con el propósito de esclarecer sus pensamientos y tranquilizar su conciencia, pero al final llegaba al convencimiento de que de todas maneras la muerte de Esquivel no resolvería nada, como no habían resuelto nada los cuarenta años de guerrillas atroces (ibíd., 77, cursivas nuestras).
Finalmente, Molinares Sarmiento describe a Vicente Esquivel, personaje que da vida literaria a José Raquel Mercado: nació en San Basilio de Pa-lenque10, fue amante de los ritmos festivos, y acostumbrado a los cuartos malolientes de los hoteles para un rato, a mirar con lástima a las prostitutas raquíticas que se paseaban al atardecer por las murallas de la ciudad; cambió radicalmente después de una noche de licor, comida y sexo con los franceses que le regalaron el saxofón:
En ninguna de las cucharadas de esa cena que le pareció exquisita y que trastornó para siempre sus hábitos alimenticios, encontró recuerdos de los olores de su infancia, ni rastro del sabor de los mariscos que comía con hambre en las fondas, después de los calurosos días de trabajo. Sin embargo, eran los mismos que servían las cocineras del puerto (ibíd., 9).
El saxofón lo acompañó en varias noches de tristeza, sin embargo, no encontramos en la novela evidencias de que los guerrilleros se lo hubieran llevado durante su cautiverio; no obstante, fue lo único que el secuestrado pidió:
... también lo tocó la noche triste en que entregó la primera huelga de los trabajadores del puerto, el día en que los industriales le dieron dinero para que se hiciera elegir presidente de la central obrera más poderosa del país, y la tarde en que unos muchachos descubrieron en el fondo de las aguas del puerto de Cartagena a un hombre de piel morena con una pesada piedra atada al cuello (ibíd., 12).
Para Cristina, la mujer de Vicente:
Su hombre era de esos que se desvelan por el bienestar de los suyos. Ese desvelo hacía tolerables sus defectos; los arrebatos de ira, la ostentación y la soberbia eran rebasados por la ternura y la largueza que les deparaba a sus hijos (ibíd., 162).
En la novela se logra probar que Vicente Esquivel se enriqueció, ilícitamente, traicionando los intereses de la clase que debía representar. Este enriquecimiento es cuestionado por su esposa:
- ¿De dónde sacas plata para comprar tantas cosas juntas, Vicente?
- Ocúpate en lo tuyo, no tienes por qué hacer esas preguntas -le respondió enseguida, como si hubiera estado esperando esos interrogantes-. Son regalos que me hacen.
Era cierto, eran regalos que le hacían después de llegar a algún arreglo entre patronos y obreros. Actuaba con tanta precisión en sus cálculos, que dejaba a los trabajadores con la sensación de haber vencido y a los industriales, grandes y pequeños, totalmente satisfechos. Se las arreglaba para lograr la resignación de los primeros y la complicidad de los segundos (ibíd., 183).
4. La dudosa complejidad de la condena
En la novela resaltan otros personajes, entre los cuales se encuentran Álvaro Saldarriaga y Miguel Escobar, los instructores del proceso, cuyas intervenciones dan cuenta de lo cuidadoso de la instrucción del caso.
Narra el autor que Álvaro, cuya carrera como abogado se vio frustrada por su ingreso al movimiento guerrillero, aprovechó esta ocasión para desplegar todo el formalismo alrededor del proceso, convirtiéndose en un defensor de las formas, resaltando el valor de las pruebas, y con base en ellas reclamando insistentemente la condena a muerte del procesado:
Todo está claro. Miguel y yo tardamos casi tres meses buscando documentos y haciendo averiguaciones para instruir el proceso. Lo de las traiciones es explicable. La clase obrera traiciona al pueblo todos los días y fomenta la traición entre los mismos obreros. Es una de sus mejores armas, pues son escasos los que logran sustraerse a la tentación de un buen fajo de billetes. Por eso no insistimos tanto en las traiciones de Esquivel. Lo que sí no le podemos perdonar es su silencio frente a los cadáveres de los tres negros que fueron hallados en el fondo de las aguas del puerto de Cartagena con una piedra atada al cuello (ibíd., 48, cursivas nuestras).
Sobre lo que representó el juicio para Álvaro Saldarriaga, su compañero de instrucción, Miguel Escobar describe:
[Álvaro] Asumió con tanta seriedad la investigación que nos encomendó el comando central, que no pude dejar de ver en Saldarriaga a un verdadero juez de instrucción. "Esquivel va a ser juzgado en nombre del pueblo, me decía, y por eso no debemos dejarle un solo resquicio a la duda" (ibíd., 49).
De otra parte, el autor expone las complejas dudas que se les presentaron a los guerrilleros sobre la necesidad de la condena a muerte de Vicente Esquivel. Escogimos, para describirlas, un diálogo de los guerrilleros en la casa de una pareja de alemanes: Sigrid y Johann; esta casa era uno de los lugares de reunión de los miembros del movimiento José Antonio Galán.
Aprovechando que Johann compartió con los guerrilleros un comentario, que escuchó en medio de un concierto sobre la condena, se desarrolló el siguiente diálogo:
- ¿Qué decían allí? -preguntó Fernando.
- Había opiniones encontradas pero, en general, el tono con que hablaban del asunto era más bien displicente. Como si se tratara de algo que no les importara realmente. Sólo uno de esos señores que todavía asisten a los conciertos vestidos de saco-leva, expresó con claridad su pensamiento. Decía con satisfacción, que le parecía bien que los guerrilleros y los obreros terminaran matándose...
- Pienso [Johann] que es normal que haya posiciones distintas. Nunca es posible conseguir una expresión unánime en situaciones como ésta porque todo el mundo ve las cosas de acuerdo a sus aspiraciones, su formación política y su posición económica (ibíd., 57, cursivas nuestras).
La percepción de Johann sobre este grupo de guerrilleros se concreta en cuanto sigue:
Al principio me sorprendía el hecho de que tuvieran preocupaciones tan distintas a las de la guerra de guerrillas, pero después acabé por entender sus frecuentes disquisiciones sobre poesía, filosofía, arte. Eso me parece natural. Después de todo, ustedes no se la pasan todo el tiempo con el fusil al hombro. Supongo que luego de una acción guerrillera, cuando se ven obligados a replegarse, a permanecer ocultos durante semanas, tienen que pensar en algo, sobre todo si se posee una formación universitaria. Aquí en Colombia, a pesar de la miseria y las injusticias sociales, también la gente experimenta angustia existencial, siente el vértigo de la magnitud del universo, ve en la muerte algo completamente absurdo, necesita filosofar. Lo malo es que, como dice Miguel, estas reflexiones pueden resultar peligrosas en hombres que, como ustedes, se han decidido por la acción (ibíd., 64, cursivas nuestras).
5. Traición y afrodescendencia
En un diálogo entre el comandante guerrillero y el condenado a muerte encontramos la descripción del asombro de Vicente Esquivel al ver que Fernando no solo es costeño, sino también de su misma raza; se traslada entonces la discusión política a la discusión sobre la calidad de afrodescendientes que ostentaban ambos:
- Estaba convencido de que todos los que quieren matarme eran cachacos, gentes de por aquí, del interior del país -murmuró Esquivel, como para sí mismo-. Creí que si había costeños -continuó, alzando la cara- no podían ser sino esos blancos de mierda de Cartagena, que no han podido ver con buenos ojos el que yo haya comprado la casa donde vivió el virrey Solís. Te lo aseguro que no pensé nunca que entre ustedes hubiera uno de pelo apretado como tú. ¿Eres costeño, verdad?.
- Eres un viejo mañoso y astuto -le dijo Fernando con tono irascible-, pero te estás volviendo infantil y pendejo. Deben ser los años y el miedo, a nadie vas a conmover con tu color. es una majadería tratar de insinuar que no te hemos juzgado por traidor sino por negro.
- Lo que pasa -le replicó Vicente- es que a pesar del color de tu piel y de tu pelo enmarañado, no eres un negro puro, ni te sientes negro, ni has crecido entre negros. Si vinieras de la región de donde vengo yo, entenderías que aquí no hemos merecido ni el desprecio ni el odio. Hemos vivido al margen, conformes y sin amarguras, nos hemos encerrado en nuestro propio orgullo y a la indiferencia de los blancos le hemos respondido de la misma manera. La mayoría de los varones de nuestra raza son braceros en el terminal marítimo de Cartagena y nuestras mujeres siempre se han negado a servir en las casas de los blancos. La gente se ha acostumbrado a verlas sonrientes en los afiches de turistas, caminando con destreza con una ponchera de piñas y bananas sobre la cabeza, pero no fregando los pisos de las habitaciones de los que se consideran de pura sangre española. Ellas -continuó Vicente, buscando airado los ojos de Fernando- no conocen el odio porque no saben que tienen derecho a hospitales y a escuelas. Las autoridades de la región se han negado a gobernarnos para no sentirse obligadas a proporcionarnos educación y salud. De modo que si los negros de Cartagena, que somos muchos, no nos hemos rebelado es porque no sabemos contra quién rebelarnos.
- Sin embargo -le respondió Fernando, tan encolerizado como Vicente-, tú has actuado en representación de una clase, de la clase obrera. Eres dirigente de una central obrera, no de una central de negros.
- Eso es lo malo, que yo nunca lo he sentido así. Jamás he podido entender el odio de clase de que hablan ustedes los guerrilleros y los otros dirigentes obreros.
El odio, si es que puede llamarse odio, surgió y se desarrolló en mí cuando salí de Cartagena y empecé a conocer otros países, otras gentes. Cuando descubrí que los negros también tenemos derecho al bienestar de la vida moderna y me di cuenta de que era una tontería seguir viviendo por fuera de todo esto.
- Eso de negros y esclavos -le respondió Fernando, visiblemente irritado por el rumbo que tomaba la discusión- puede ser válido para alguien que no haya salido de Cartagena, pero tú eres un dirigente nacional desde hace más de quince años y desde entonces te hemos visto en congresos de obreros y no de negros.
- Pero yo no soy obrero -gritó, enfurecido Vicente Esquivel-, no soy un obrero de la industria, que son los que les interesan a ustedes... Yo nunca he podido entender cómo, siendo cartagenero, llegué a ser dirigente de una central obrera (ibíd.).
Termina el diálogo con la siguiente afirmación de Fernando: "Ahora vienes con la historia de que te estamos persiguiendo por negro. Bueno es que sepas de una vez por todas que ya has sido juzgado y encontrado culpable. No se te va a ejecutar por negro sino por traidor" (ibíd., 35, cursivas nuestras).
6. La inutilidad de la guerra
Para terminar, presentamos el diálogo que Benigno Colmenares, quien de teniente ascendió a general con la ayuda de las influencias de la familia de su mujer11, sostuvo con Fernando, el máximo comandante del movimiento guerrillero José Antonio Galán, sobre sus pérdidas y las razones de la guerra.
- El ejército es para gente de aguante -les decía él [Benigno Colmenares]-, para hombres del campo, para hijos de campesinos, como yo, o para esos muchachos de ciudad que están obligados a echarla toda en los cuarteles porque no tienen recursos para dedicarse a otra cosa [.]. Aquí, el ejército está dirigido por hijos de campesinos acomodados; y la marina y la aviación por gente de alto rango social o por hijos de oficiales del ejército. Por eso los marinos y los aviadores se creen de mejor familia. Y yo creo que lo son, porque la verdad es que ustedes [sus hijos] son de mejor familia que yo. Yo soy Colmenares Pérez y ustedes Colmenares Puccini, ya con apellido extranjero. Con Vanina Puccini me casé por amor, pero si no es por ella y su apellido no habría llegado a ser general (ibíd., 78).
Después de escuchar al general retirado, el comandante guerrillero reflexiona el absurdo de la guerra constatado por dos de sus actores: guerrilleros y militares:
- Fue necesaria toda una carrera militar y haber matado a muchos para que Benigno Colmenares llagara a la conclusión de que ningún ejército del mundo puede derrotar las guerrillas de su propio pueblo... Somos tercos -se reprochó [Fernando] en voz alta-. Sólo los actos de crueldad nos llevan a reconocer nuestras equivocaciones. La muerte de Esquivel va a ser considerada una acción de bárbaros pero es necesario que se ejecute para que admitamos el error. Después vendrán el arrepentimiento, los mea culpa y todas esas idioteces que hemos heredado de la formación católica, del confesionario, que todo lo perdona (ibíd., 83, cursivas nuestras).
Consideraciones finales
La novela analizada da cuenta de la forma como la literatura puede reescribir la historia, planteando una relación diferente, ya que, alejada de compromisos institucionales, cuenta con la virtud de exponer las sensaciones, frustraciones y anhelos de los protagonistas, generando con ello una complicidad con el lector que posibilita una más cercana aproximación a la comprensión del otro.
De igual forma encontramos, respecto de la confrontación del derecho con el lenguaje literario, que las ambigüedades a las que puede recurrir la literatura, su universo simbólico, artificioso y emocional permiten la exploración de categorías que escapan al derecho, cuyo ámbito se limita a estereotipos y generalidades.
En cada uno de los personajes de El saxofón del cautivo encontramos dudas sobre la condena a muerte de JosÉ Raquel Mercado, no así sobre los hechos que dieron lugar al juicio. Estas dudas presentadas en la narración literaria provocan una lectura de los actores de la guerra que desdibuja el lugar en el que se les ha ubicado de manera recurrente, a la vez que hace de la literaria un valioso instrumento para generar nuevos campos de análisis.
Pie de página
1Entre ellas encontramos la investigación sobre la Violencia política en Latinoamérica: una descripción desde narraciones literarias, en la que se concluyó que la literatura latinoamericana ha logrado mostrar la realidad de esta parte del continente, denunciando la violencia y a la vez justificándola como forma de vida; dando a conocer las particularidades de estas narraciones frente a las otras literaturas, por cuanto en ellas el personaje principal es siempre el mismo: la violencia. Véase Viridiana Molinares Hassan, "Violencia Política en Latinoamérica: una descripción a partir de narraciones literarias", Revista de Derecho, Universidad del Norte, Barranquilla, 2014, disponible en: http://rcientificas.uninorte.edu.co/index.php/derecho/articleview/5357/ De otra parte, nuestro grupo también da cuenta de una investigación sobre El territorio del exilio, en la que acudimos a la literatura para demostrar que el territorio no se ajusta, exclusivamente, al elemento material al que solemos aludir, sino que, por el contrario, representa una creación humana que, en el exilio, despliega mayores complejidades que las que se presentan en el territorio de la patria. Véase Carlos Orozco y Viridiana Molinares. "El territorio del exilio", en El territorio: un análisis desde el derecho y la ciencia política, Universidad del Norte, 2013.
2Para desarrollar nuestro análisis recurrimos a dos intentos de conceptualización de la violencia política en Colombia, en el marco de los cuales se alude al surgimiento y acciones del M-19, realizados por Malcom Deas y Fernando Gaitán Daza, confrontados con la investigación sobre los actores armados no estatales realizada por Eduardo Pizarro Leongómez y con la lucha contra el M-19 realizada por Daniel Pécaut. Las conceptualizaciones a las que hacemos referencia fueron consultadas en Malcom Deas, Intercambios violentos, Taurus, Bogotá, 1999; Malcom Deas y Fernando Gaitán Daza, Dos ensayos especulativos sobre la violencia en Colombia, Fonade, dnp, Tercer Mundo, Bogotá, 1995; Eduardo Pizarro Leongómez, Una democracia asediada: Balances y perspectivas del conflicto armado en Colombia, Norma, Bogotá, 2004, y Daniel Pécaut, Crónica de dos décadas de política colombiana 1968-1988, Siglo xxi, Bogotá, 1989.
3La tercera novela de este autor, Un hombre destinado a mentir, publicada en 1993 por Plaza & Janés, marca un cambio en su narrativa; del escenario político pasa a una narración íntima sobre las sensaciones humanas. En esta ocasión el protagonista es Santiago Zumaqué González, un colombiano nacido en Tundamaná que asume la identidad de Antonio Aruhanca, un peruano al que vio morir en el Mediterráneo la misma tarde de su llegada a París. Santiago Zumaqué González se ve obligado a vivir durante toda su vida bajo la identidad de este peruano, mentira que solo se descubre después de su muerte.
4Véase Germán Guzmán Campos, Orlando Fals Borda, y Eduardo Umaña Luna. La violencia en Colombia, Bogotá, Punto de Lectura, 2010, p. 37.
5Malcom Deas, por ejemplo, se pregunta sobre la conceptualización de la violencia política en Colombia sin llegar a un concepto exacto, pero planteando que "no se reduce exclusivamente a violencia revolucionara o a la represión estatal" (Deas, 1999, 18). En el mismo orden afirma: "la política estuvo en la base de la violencia en Colombia, una política irreductible a términos que le parecieran más aceptables a cierto tipo de académicos, como tenencia de tierras, pobreza relativa o marginalidad. Una vez que los conflictos políticos entre partidos se inician, muchos otros factores entran a tomar parte: el robo, el bandolerismo, la apropiación de tierras, actos de venganza probada, incluso revolución marxista. Así, la política de partido original, de liberales contra conservadores, evoluciona hacia una política en que otros elementos, sindicatos, estudiantes, campesinos, indígenas adquirirían más prominencia" (ibíd., 59-61).
6Fernando Gaitán Daza, coautor del libro Dos ensayos especulativos sobre la violencia en Colombia, sostiene que "no somos los colombianos los facilitadores de la violencia, sino el tipo de instituciones y organizaciones políticas que elegimos" (Gaitán, 1995, 395).
7Eduardo Pizarro Leongómez considera que "Colombia enfrenta un conflicto eminentemente político, tanto por sus raíces históricas como por las motivaciones actuales de los movimientos insurgentes. Los grupos guerrilleros emergieron en su fase contemporánea, al igual que en el resto de América Latina, al calor de la revolución cubana y tienen como horizonte estratégico el control o al menos, la distribución del poder político. Sin duda, para alcanzar estos objetivos la guerrilla lleva a cabo una guerra por el control territorial, como una guerra por el control de recursos estratégicos. Pero las guerras en ambos planos, no implican que el objetivo de la guerrilla sea ni el territorio per se, ni la simple acumulación de bienes. Se trata de recursos que la guerrilla utiliza para maximizar su lucha a favor de la sustitución de las actuales élites políticas y la transformación del Estado y su economía" (Pizarro Leongómez, 2004, 30- 31).
8Daniel Pécaut sostiene, al igual que Malcom Deas, el carácter espectacular de las acciones del M-19, pero no le asigna a este grupo la apreciación de improvisación que le endilga este investigador, sino que, por el contrario, afirma, como lo hace Eduardo Pizarro Leongómez, que estas acciones provocaron un nuevo tipo de lucha armada.
9Daniel Pécaut también explica otras acciones del M-19: en agosto de 1977 el grupo secuestra al director de una gran empresa agroindustrial con el pretexto de obligarlo a ceder las reivindicaciones de los obreros; sin dejar a un lado el robo de armas en el catón militar de Usaquén, al norte de Bogotá, en 1977, realizado excavando un túnel por el que extrajeron 5.000 armas: acción frente a la cual se respondió, por parte del gobierno, con la detención de varios sospechosos, al amparo del artículo 28 constitucional; como tampoco la ocupación de la embajada de la República Dominicana, ni el secuestro durante varias semanas de varios trabajadores, en 1980, acción realizada con el objetivo de obtener la liberación de los guerrilleros capturados por el robo de las armas, ni el secuestro de Álvaro Gómez Hurtado (ibíd., 322).
10El autor describe el palenque de San Basilio: "El primer regimiento español que intentó recapturar a los fugitivos que fundaron el palenque, regresó con menos hombres y caballos de los que formaban. Los que le siguieron después continuaron corriendo la misma suerte hasta cuando los españoles comprendieron que todos sus esfuerzos resultaban inútiles y decidieron dejarlos abandonados a su propia suerte en aquella región que a los negros les resultaba tan distinta de la que los había visto crecer en las costas africanas. Tan cálida y familiar les pareció la atmósfera en que levantaron sus primeras viviendas de cañabrava y palma seca, que en algunos momentos se les ocurrió pensar que sólo los blancos podían ser extranjeros en aquella tierra de cocos y guacamayas. Allí se organizaron en derredor de una agricultura incipiente y cuando se supieron fuertes e impenetrables hicieron sonar sus tambores para honrar a Calunga, uno de sus dioses de guerra. En las madrugadas de viento, ecos de aquellos tambores llegaban hasta los oídos de los blancos en Cartagena; se habituaron a imaginar el palenque como una réplica exacta de una cualquiera de las aldeas de África: negros que se sentían en sus ranchos de palma seca como en sus regiones de origen, y que no extrañaban el paisaje, ni las noches estrelladas, ni ese sol que hacía cantar las cigarras y sólo transformaba la cara, la piel y los hábitos de los europeos. Crecían y se multiplicaban sin las ambiciones del colonizador que se sentía de paso, y sólo después de varias generaciones sintieron la curiosidad de visitar Cartagena para conocer las murallas y el castillo construido por sus mayores. Se acercaban antes de que naciera el alba, en grupos de tres o cuatro, y merodeaban por las murallas, observando con curiosidad los coches de briosos caballos y los hombres que desde esos carruajes los miraban con indiferencia. Regresaban al anochecer al palenque de San Basilio, contándoles a todos las maravillas que habían visto en la ciudad. Algunos, con el tiempo, se fueron familiarizando con la extraña urbe y optaron por quedarse en ella ejerciendo oficios elementales. Sólo se les vio invadir masivamente la ciudad cuando uno de ellos venció a puñetazos a un blanco norteamericano en un ring de boxeo de la ciudad de Nueva York. Entonces los elogios de los cronistas deportivos les hicieron comprender que eran colombianos, que podían aparecer sonriendo en las páginas de los diarios y transitar libremente por las calles de Cartagena. Sin embargo, pese al desplazamiento a la ciudad, siguieron siendo fieles a San Basilio, el terruño que los hacía sentir orgullosos de los de su raza. Allí regresaban a morir después de envejecer en la ciudad y allí volvían las jóvenes parturientas a pesar de que sus mayores no trajeron a América sus dioses domésticos" (Molinares, 1987, 36-37).
11El paso de ministro a general en retiro de Benigno Colmenares lo narra el autor de la siguiente manera: "Todos los generales que le habían antecedido en el Ministerio sabían que a las guerrillas no las alimentaba el comunismo internacional, como decía el gobierno, pero fue Colmenares el primero que se atrevió a sacer esas apreciaciones de los cenáculos militares para publicarlas en la revista de las Fuerzas Armadas. Cuando anotó, como cualquier dirigente estudiantil, que las causas de los cuarenta años de subversión se originaban en la injusticia social, y se atrevió a afirmar que el ejército no era para reprimir con balas el descontento del pueblo. Fernando transformó en simpatía el odio que sentía por el aguerrido hombre de armas; los ministros civiles se rasgaron las vestiduras en el Palacio de Gobierno y el país entero vivió días de tensión hasta la mañana en que los diarios informaron que el general Benigno Colmenares había pasado a uso de buen retiro por razones de salud y que se había instalado en una finca del Tolima" (ibíd., 78-79).
Referencias bibliográficas
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