DISTURBIOS:
RESEÑA BIBLIOGRÁFICA DEL LIBRO EMEUTE DE MICHEL KOKOREFF*
DISTURBANCE: BOOK REVIEW OF "EMEUTE" BY MICHEL KOKOREFF
Eguzki Urteaga**
* Recensión a Kokoreff, Michel. Emeute (Paris: Anamosa, 2025). Fecha de recepción: 20 de marzo de 2025. Fecha de aceptación: 13 de abril de 2025. Para citar el artículo: Urteaga, Eguzki. "Disturbios: Reseña bibliográfica del libro Emeute de Michel Kokoreff, Revista Derecho Penal y Criminología, vol. 46, n.° 121 (julio-diciembre de 2025), pp. 301-313. DOI: https://doi.org/10.18601/01210483.v46n121.12
** Profesor del Departamento de Sociología y Trabajo Social de la Universidad del País Vasco. ORCID: 0000-0002-8789-7580. Correo electrónico: eguzki.urteaga@ehu.eus.
Resumen:
Michel Kokoreff acaba de publicar su más reciente libro, titulado Emeute, en la editorial Anamosa. Este catedrático de sociología en la Universidad París VIII Vincennes-Saint-Denis e investigador en el Centre de Recherches Sociologiques et Politiques de Paris hace gala de un perfecto conocimiento de los disturbios, siendo uno de los mejores especialistas tanto de los barrios populares situados en las periferias de las principales ciudades francesas y de las violencias policiales como de los disturbios bajo sus diversas formas. De manera, a la vez, breve y precisa, permite acercar al lector a los antecedentes históricos, expresiones contemporáneas y registros de los disturbios, centrándose en el caso francés pero aludiendo igualmente a casos extranjeros, especialmente europeos.
Palabras clave: disturbios, barrios populares, violencia policial, Francia.
Abstract:
Michel Kokoreff has published his most recent book, titled Emeute, in Anamosa. This university professor of sociology at the University of Paris VIII Vincennes-Saint-Denis and researcher at Centre de Recherches Sociologiques et Politiques de Paris has a perfect knowledge of disturbances, because he is one of the best specialists of the popular neighborhoods located in the peripheries of the main French cities, of police violence and of the disturbances in their various forms. In this way, briefly and precisely, he allows the reader to understand the historical antecedents, contemporary expressions and records of disturbances, centered in the French case but also in foreign cases, especially European ones.
Keywords: disturbance, popular neighborhoods, police violence, France.
Michel Kokoreff acaba de publicar su más reciente libro, titulado Emeute, en la editorial Anamosa. Conviene recordar que el autor es catedrático de sociología en la Universidad París VIII Vincennes-Saint-Denis e investigador en el Centre de Recherches Sociologiques et Politiques de Paris (CRESPPA), laboratorio asociado al Centre National de la Recherche Scientifique (CNRS). Especialista del consumo y tráfico de drogas, del compromiso político en los barrios populares y de las formas emergentes de protesta social, es autor de numerosos libros, entre los cuales podemos citar Violence policière (2020), La diagonale de la rage (2021) o Spectre de l'ultra-gauche (2022).
En la introducción de esta obra, Kokoreff constata que "el inicio del tercer milenio se ha caracterizado por la proliferación y la intensificación de los disturbios. [A menudo] imprevisibles, extralegales e ilegítimos, se han convertido en tan diversos y frecuentes que es imposible mencionarlos todos. Disturbios contra la carestía de la vida, tras el aumento del precio de los alimentos básicos o del transporte, disturbios raciales y anti-policiales, disturbios anti-inmigrantes"1, etc. (p. 6). Lo más a menudo "espectaculares y ultra-mediatizados, estas violencias colectivas se convierten en espectáculos […], frecuentemente vaciados de su significado político" (p. 6).
No en vano los disturbios no constituyen un fenómeno nuevo, ya que gozan de una larga historia. Definidos como un levantamiento popular espontáneo, los disturbios se inscriben en genealogías diferentes. "Una genealogía larga, que va de las Jaqueries de finales de la Edad Media […] a los disturbios de la subsistencia del Antiguo Régimen, hasta […] las insurrecciones obreras de la era industrial. Una genealogía de medio alcance que engloba los grandes disturbios raciales en Estados Unidos, de 1929 a los años sesenta. Y una historia de los disturbios urbanos contemporáneos que han estallado en numerosos países y territorios" (p. 7).
Por lo tanto, "¿Cuáles son, evitando los anacronismos, las similitudes y diferencias, las interrupciones y continuidades, los impases y avances? ¿Cómo explicar, hoy en día, el auge de estas violencias colectivas?" (p. 7). Para contestar a estas preguntas, el autor se centra en los "disturbios de la muerte" acontecidos en los barrios populares franceses, empezando por el último episodio de 2023. Aunque causen un impacto notable durante su transcurso, se tienden a olvidar rápidamente "aspirados por la aceleración vertiginoso del tiempo. Hasta el próximo drama y la repetición del mismo esquema, de los mismos discursos de desprecio y de vuelta al orden y a los mismos argumentos" (p. 8). Con esta obra, Kokoreff estima que "conjurar el olvido, deshacerlo, es una necesidad para comprender las causas de los disturbios y escuchar la palabra de los actores en la sombra que hacen irrupción en el primer plano" (p. 8).
En el primer capítulo el autor se detiene sobre la muerte de Nahel y los disturbios posteriores. El 27 de junio de 2023, en Nanterre, Nahel Merzouk, de 17 años, que conduce sin permiso un mini-Mercedes, es abatido por la policía, aunque no representaba ningún peligro para las fuerzas de seguridad. Filmado por un testigo con su teléfono móvil y posteriormente difundido en las redes sociales, este acontecimiento provoca unos disturbios urbanos durante seis noches en 550 municipios galos. "La muerte de Nahel se inscribe en una larga serie macabra", tales como los disturbios del otoño de 2005 después de la muerte de Zied Benna y Bouna Traoré (p. 9). Pero la historia es más antigua, dado que, desde los años setenta del pasado siglo, numerosos jóvenes provenientes de la inmigración magrebí y subsahariana han sido matados por la policía, lo que muestra la centralidad de la dimensión etno-racial, aunque las fuerzas de seguridad lo nieguen sistemáticamente.
La novedad de la muerte de Nahel estriba en que el hecho haya sido filmado y el video difundido en las redes sociales hasta convertirse en viral. Este video de 37 segundos, visto por millones de internautas, crea la sideración. La analogía con el video que filma, durante ocho minutos, la agonía de George Floyd, de la mano de policías de Minneapolis, es evidente (p. 11). En la marcha blanca que tiene lugar en Nanterre, el 23 de junio de 2023, los participantes se preguntan cuántos casos como los de Nahel no han sido filmados. "Lo que ha cambiado con el video de la muerte de Nahel es la imposibilidad de ocultar el homicidio voluntario [y] de invocar las circunstancias [atenuantes]" (p. 12).
Lo cierto es que, "por definición espontáneos y no organizados, los disturbios son el producto de la propagación del enfado. Es la expresión de una experiencia del exceso (de emoción, de injusticias, de peligro)" (p. 13). No en vano, el enfado y la rabia "resultan de un mecanismo de identificación social, a la vez, generacional, generizado y territorializado" (p. 13). De hecho, "los controles según el color de la piel, las provocaciones y las humillaciones policiales forman parte de la experiencia ordinaria de los jóvenes de los barrios populares. [En ese sentido], las discriminaciones no son un fantasma, ni únicamente un sentimiento, [sino que] su efectividad está demostrada por unos estudios estadísticos y de campo" (p. 13).
En efecto, conciernen especialmente a los chicos que residen en unos barrios desfavorecidos en vía de guetización donde las condiciones de vida son precarias: el deterioro de los edificios y de los servicios sociales, la prevalencia de las familias desestructuradas, la precariedad social, el fracaso escolar y el abandono escolar prematuro. Simultáneamente, los habitantes de estos barrios manifiestan un fuerte sentimiento de pertenencia al barrio que consideran un marco protector.
A su vez, la indignación suscitada por la muerte de Nahel traduce la prevalencia de las violencias policiales y el uso creciente de las armas de fuego por la policía tras la entrada en vigor de la ley del 28 de febrero de 2017 relativa a la seguridad pública, que regula el uso de las armas por las fuerzas de seguridad. A partir de ese momento, "es cuando son susceptibles de sentirse en peligro que las fuerzas de seguridad pueden disparar e incluso matar, y hacer valer la legítima defensa" (p. 17). Esta ley ha abierto la caja de pandora, dado que el número de fallecidos como consecuencia del uso de armas por la policía ha pasado de 27 a 52 entre 2017 y 2021. Así, institucionaliza el "permiso de matar", dado que los policías tienen el derecho a su favor y su palabra tiene más peso que el de las víctimas (p. 18).
Lo cierto es que los disturbios de 2023 han sido de una intensidad inédita por el número de policías heridos, comisarías atacadas, servicios públicos incendiados, comercios saqueados, electos agredidos, etc., además de dar lugar a una amplia cobertura mediática. En semejantes circunstancias, se produce un claro reparto de roles: "[…] los periodistas informan, las fuerzas de seguridad restablecen el orden público, el gobierno multiplica los efectos de anuncio, los educadores intentan reparar el vínculo social y los investigadores intentan explicar las causas de lo que ha pasado" (p. 19). En cambio, no se oye a los habitantes de estos barrios populares que siguen siendo inaudibles e invisibles. En ese sentido, "la segregación urbana, escolar, racial va de la mano de su marginación política. Paradójicamente, la irrupción de los disturbios pone de manifiesto su invisibilización" (p. 19).
Cuando, en octubre de 2023, el policía autor del disparo es liberado bajo control judicial, varios cientos de personas se reúnen en Nanterre para expresar su apoyo a la familia de Nahel, su incomprensión y su sentimiento de injusticia. "En esta emoción colectiva, hay una cuestión eminentemente moral", en una economía moral de los disturbios (p. 21). "Esta es siempre la expresión de un sentimiento de injusticia y de desprecio de una demanda de justicia y de respeto" (p. 21). En ese sentido, las personas involucradas en los disturbios "oscilan entre venganza colectiva, demanda de justicia y afirmación moral del derecho a la vida" (p. 21).
En el segundo capítulo, titulado "De una oleada de disturbios a la otra (2005-2023)", Kokoreff indica que el espectro de los disturbios de 2005 ha perseguido aquellos de 2023.
Esos disturbios se diferencian, igualmente, por la intensidad de la violencia colectiva y por el nivel de represión. Así, "en 2005, 10.000 vehículos han sido incendiados, 233 edificios públicos y 74 edificios privados degradados o incendiados, 2.921 personas han sido detenidas, 2.734 han sido puestas bajo custodia, de las cuales 597 han sido encarceladas. En 2023, se contabilizan 5.954 vehículos incendiados, 1.092 edificios degradados, 3.462 detenciones" (p. 24). Esto se acompaña de un gran despliegue policial con 45.000 policías en 2023, frente a 11.000 en 2005, además de las unidades especiales del RAID y del GIGN.
En cuanto al apoyo recibido, si las "violencias urbanas" de 2005 han sido fuertemente estigmatizadas, tanto por los medios de comunicación como por los partidos políticos, excepto algunos grupos de izquierdas y sobre todo de extrema izquierda, la comprensión ha sido superior en 2023, puesto que ciertos periodistas "han manifestado su empatía y tratado de comprender lo que sucedía" y algunos sociólogos "se han esforzado en restituir la racionalidad de los disturbios" (p. 26). Además, los partidos de izquierdas han pedido al ejecutivo que tome unas medidas estructurales que estén a la altura de los desafíos.
En cualquier caso, ciertos barrios y ciudadanos se han visto afectados en mayor medida que otros. Así, después de los disturbios de 2005, Hugues Lagrange (2006) muestra que las operaciones de la Agencia Nacional de Renovación Urbana (ANRU) han desempeñado un rol negativo, "fragilizando la cohesión social local al proceder a realojamientos forzosos" (p. 28). Esto se ha acompañado de "la suspensión de todas las subvenciones a las asociaciones en Seine-Saint-Denis entre marzo y septiembre de 2005, reforzando la fragilidad del tejido asociativo a la obra desde 2002" (p. 28). Por último, constata "la relación entre disturbios y vínculo civil distinguiendo las situaciones de inicio, de ruptura y de intermediación" (p. 28). En definitiva, cuando las relaciones entre las instituciones, las asociaciones y los jóvenes no existen o están degradadas, hay más disturbios y viceversa.
Si las mismas causas no provocan necesariamente los mismos efectos, es preciso constatar, como lo muestran Marco Oberti y Maela Guillaume-Le-Gall (2023), "que las pequeñas y medianas ciudades afectadas se distinguen claramente de las demás por el perfil social más desfavorecido (pobreza, desempleo, vivienda social, familias monoparentales) y el hecho de ser mayoritariamente municipios destinatarios de las políticas urbanas" (pp. 29-30). De hecho, el 73% de las ciudades de estas características se han visto afectadas por los disturbios.
En el tercer capítulo, titulado "Unos suburbios invisibles", el autor constata que se habla únicamente de estos municipios y barrios cuando se producen homicidios y disturbios, mientras que el resto del tiempo están completamente invisibilizados, de modo que existe una tensión entre invisibilización y visibilización. En realidad, la invisibilización prevalece, dado que no solamente se habla poco de la vida diaria de los habitantes de estos barrios populares, sino que, además, no se ve gran cosa de los disturbios, excepto "unos jóvenes que queman vehículos, acosan a la policía, atacan comisarías", y los medios desplegados por la policía para contenerlos e intentar detenerlos (p. 31). No en vano ciertos periodistas, tales como Feurat Alani de Mediapart, muestran cómo "el miedo de la policía no es reciente, sino que se remonta, para los más ancianos, a la guerra de Argelia" (p. 32).
A su vez, "aunque la sobrepoblación juvenil sea un hecho, los jóvenes no son los únicos residentes de estos barrios, dado que allí están los padres, los adultos que viven allí, las figuras que militan localmente, los actores que trabajan […] y que participan en las reuniones públicas y las numerosas asociaciones. Son ellos que salen por las noches para intentar alejar del peligro y traer a casa a los menores; que se desplazan en solidaridad con las personas imputadas […]; que constituyen la trama de las relaciones sociales con los educadores, los agentes de los equipamientos colectivos, […] las asociaciones culturales, los electos" (p. 36). Las asociaciones desempeñan una labor social considerable para ayudar las personas más vulnerables.
En el cuarto capítulo, dedicado a la identidad y a la participación de las personas involucradas en los disturbios, muestra que la frontera entre aquellas que han participado directamente e indirectamente es borrosa, ya que las personas detenidas solo son una parte de los actores involucrados. La mayoría de estos actores permanece en la sombra. Del estudio llevado a cabo en 2006 por Michel Kokoreff con Pierre Barron y Odile Steinauer sobre los disturbios de 2005 en varios barrios de Seine-Saint-Denis, varios elementos merecen ser reseñados: la juventud de los actores, que tienen entre 15 y 18, y su autonomización con respecto a los adultos; la escolarización masiva de estos jóvenes, su escasa relación con la justicia y su odio a la policía; "el peso de los contenciosos locales" (p. 39).
La implicación de los jóvenes en estos disturbios se explica por el hecho de que no tienen nada que perder. "Están más determinados, son menos controlables y [están] menos involucrados en las redes de traficantes. En definitiva, aparecen como menos resignados a nivel moral" (p. 40). Asimismo manifiestan un fuerte sentimiento de pertenencia a su barrio y al grupo de amigos, donde los "grandes" cuidan de los "pequeños" gracias a su autoridad y su fuerza física. Esto se acompaña de un claro reparto de roles en función del género, con un control exacerbado sobre las chicas (p. 41). No en vano en el año 2023 los mayores han tenido dificultades para controlar a los más jóvenes, ya que estos se han autonomizado y profesionalizado. Las chicas desempeñan igualmente un papel más activo y solidario, ya que participan en los disturbios.
Los bienes y equipamientos degradados e incendiados en el 2005 habían sido previamente objeto de "contenciosos con las unidades de policía, en primer lugar, pero también con el vecindario, los comercios, los centros escolares y culturales. Por ejemplo, varios coches han sido quemados o dañados en el recinto de un instituto de Saint-Denis tras el estallido de conflictos entre los alumnos y el antiguo director del centro, que había hecho intervenir la policía en varias ocasiones" (p. 42). En cuanto al incendio de los servicios públicos, tales como los ayuntamientos, las escuelas, las bibliotecas o los centros sociales, resulta de su simbología y de su proximidad.
Las pandillas, a las que pertenecen a menudo estos jóvenes, les ofrecen una socialización alternativa y dinámica a la de la familia y de la escuela. "La agregación de pequeños grupos se hace en función de afinidades, de vecindarios y de relaciones escolares o deportivas […] que dibujan un territorio relational complejo" (p. 43). No en vano ciertos jóvenes no pertenecen a ninguna pandilla y se mantienen al margen, prefiriendo observar, filmar y, en su caso, comunicar sobre los disturbios a través de las redes sociales. Por lo tanto, los participantes en los disturbios no representan un bloque homogéneo y sus motivaciones son diversas (p. 44).
En el quinto capítulo, dedicado al término disturbio, el autor indica que esta noción no es consensual y que es objeto de un conflicto interpretativo. Según numerosos militantes de los barrios populares y de varios investigadores, desacredita el acontecimiento, asociándole los términos de "incendios" y "saqueos", lo cual conduciría a un proceso de despolitización y criminalización. Es la razón por la cual prefieren hablar de revueltas urbanas, sublevamientos populares o movimientos políticos. "Aparecida en 2005, esta controversia surge de nuevo en 2023, cuando la mayoría de los medios de comunicación deciden hablar de disturbios" (p. 45). Según Sami Zegnagi, esto conduce a reducir estas violencias "a una simple delincuencia urbana cuando revisten una dimensión política innegable en un contexto de desigualdades crecientes" (p. 45).
La genealogía del término indica que aparece por primera vez a finales del siglo XII, en la Europa de la Edad Media cuando se consolidan los Estados. Este periodo se prolonga hasta la Revolución francesa de 1789 cuando "los disturbios contra el impuesto y frente a la hambruna constituyen un ciclo de rebelión" (Boucheron, 2024). Es a partir del siglo XVII cuando los disturbios toman su significado actual, el de acciones violentas que alteran el orden público. "Los disturbios son espontáneos, locales y limitados en el tiempo", a diferencia de la revuelta que es más larga y duradera, y dotada de una organización y de portavoces, con unos objetivos más ambiciosos (p. 50). Más cerca de nosotros, durante el Mayo del 68, se habla de insurrección estudiantil y de disturbios sin muertes. Estas filiaciones, nos dice Kokoreff, "no indican que exista una identidad entre los disturbios de la edad clásica y los disturbios contemporáneos, pero permiten ver las homologías y transformaciones políticas de un repertorio de acción colectiva" (p. 53).
A inicios de los años noventa del pasado siglo, Didier Lapeyronnie (1993) "[fue] uno de los primeros sociólogos franceses en tomar como objeto específico los disturbios en Francia y en Inglaterra […]. Recuerda que los disturbios siempre habían tenido un sentido político en su doble dimensión expresiva e instrumental. Por un lado, expresan el enfado, la rabia, el exceso [e] interpelan el Estado y su brazo armado que es la policía; por otro lado, constituyen unos cortocircuitos de las formas de representación política (partidos, parlamento) y social (sindicatos) y de los medios de acción convencionales (de la huelga a la manifestación)" (p. 54).
En el sexto capítulo, titulado "De las grandes emociones a las insurrecciones obreras", el autor subraya que hacer una historia de los disturbios implica realizar una contrahistoria de los vencedores. En Francia se producen numerosas protestas urbanas a lo largo del siglo XVII, como en "Rennes en 1636 [o] en Aix-en-Provence en enero de 1649" (p. 58). Entre 1711 y 1766, en un contexto de penurias en ciertas provincias que incrementan el número de miserables y vagabundos, se computan 75 revueltas, cuya mayor parte se produce entre 1749 y 1750. Para Arlette Farge y Jacques Revel (1988) los disturbios traducen "una crispación heroica, pero arcaica, contra la influencia creciente del Estado sobre la vida cotidiana de los [individuos]" (pp. 59-60).
A lo largo del siglo XVIII se producen numerosos disturbios, como por ejemplo en 1709, 1740, 1757, 1766-1767, 1773, 1785, 1795, y se prolongan a inicios del siglo siguiente entre 1800 y 1802. Y "el siglo XIX está marcado por la liberalización de la economía que degrada profundamente las condiciones de vida de los obreros y artesanos" (p. 61). Por ejemplo, "en las jornadas del 21 al 24 de noviembre de 1831, los obreros de Lyon se levantan. [Reclaman] un salario garantizado frente a los negociantes que repercuten sistemáticamente las fluctuaciones del mercado a la baja, precarizando sus vidas" (p. 61). Frente al rechazo de los fabricantes, se sublevan, levantando barricadas, y consiguen el apoyo de la Guardia Nacional. El enfrentamiento con el ejército provoca alrededor de 600 víctimas, de las cuales 100 muertos y 263 heridos entre los militares, y 69 muertos y 140 heridos entre los insurgentes.
Y, tras las masacres de junio de 1848 y de la Comuna de 1871, y previamente a la Primera Guerra Mundial de 1914-1918, estallan otros disturbios.
Este breve repaso histórico permite poner de manifiesto la existencia de un tipo de disturbios relativamente homogéneo, que puede convertirse en insurreccional, y que goza de protagonistas estables: el pueblo, el ejército, el Estado y los sindicatos. Se caracteriza por dos lugares propios: los graneros, los molinos, los talleres y luego la calle. "El fuego forma parte de los arquetipos de los disturbios de los que constituye la metáfora" (p. 66). A diferencia del pasado, los disturbios contemporáneos no atacan tanto a las personas sino a los bienes. Se dirige hacia los símbolos del Estado, vía el incendio de los edificios públicos, y del capitalismo y de la sociedad del consumo, a través de los pillajes. Los jóvenes de los entornos populares que participan en los disturbios pertenecen a una comunidad más amplia, la de aquellos que no están escuchados y representados por el sistema político, además de estar estigmatizados y despreciados.
En el séptimo capítulo, centrado en la genealogía de los disturbios de la muerte, el sociólogo galo recuerda que "los disturbios forman parte de la historia de los barrios populares en Francia. Objeto de un trabajo militante de memoria colectiva, se inscribe en una configuración […] que emerge a inicios de los años setenta" (p. 68). A lo largo de esta década, los crímenes racistas y policiales se multiplican. Se le añade una violencia menos visible basada en los controles policiales en función del color de la piel así como provocaciones e intervenciones violentas de las fuerzas de seguridad contra los jóvenes de origen inmigrante. Desembocan en las primeras rebeliones urbanas en los suburbios de Villerbanne y Venissieux.
La década de los ochenta inaugura una configuración en la cual los disturbios urbanos se sitúan al cruce de tres fenómenos. En primer lugar, "el auge de la segunda generación de la inmigración magrebí, y, en su seno, la emergencia de militantes que mantienen a buena distancia los partidos y sindicatos que dibujan una trayectoria de politización a través del encuentro entre luchas de la inmigración y luchas contra las cárceles" (p. 71). En segundo lugar, "el acceso de la izquierda al poder […] que favorece la implementación de nuevas políticas públicas para los jóvenes y la modernización de la administración y de los servicios públicos" (p. 71). En tercer lugar, la inflación carcelaria que no ha parado de crecer" (p. 71).
La primera fase está marcada "por el final del pleno empleo, el cierre de las fábricas, el desempleo de masas, acompañado de un racismo anti-árabe y de arabicidios […] que se miden por el número de crímenes" (p. 71). Esto genera un clima de tensión en los suburbios desfavorecidos entre las familias inmigrantes. "Estas rebeliones urbanas ilustran un rechazo del confinamiento en los guetos" (pp. 71-72). Con el giro de 1983 y la victoria de la derecha en las elecciones legislativas de 1986, se aplican unas medidas más duras a los autores de infracciones y agresiones contra los bienes y las personas, para que "la inseguridad cambie de bando".
La segunda fase se inicia en los años noventa y traduce los límites de las políticas de rehabilitación urbana llevadas a cabo entre 1968 y 1988. Los disturbios se producen por el mismo motivo: la muerte de un joven a manos de la policía. En ese sentido, los disturbios forman parte de un repertorio de acción más amplio hecho de huelgas de hambre, de protestas carcelarias, de sit in, de marchas pacíficas, de comités para la abolición del aislamiento carcelario, de radios asociativas, de candidaturas electorales independientes, de trabajo de memoria, de creación de páginas de internet. Estas luchas han conducido a problematizar las violencias policiales y la impunidad, "y a transmitir un patrimonio de experiencias a las generaciones siguientes" (p. 76).
La tercera fase se inicia con las oleadas de disturbios urbanos de 2005 y 2007. Estos disturbios de la muerte siguen un mismo guion: "incidente mortal, emoción, violencias colectivas, despliegue masivo de las fuerzas de seguridad, marcha blanca, amplia cobertura mediática, debates públicos, promesas de solución y planes urbanos, vuelta al orden público y a la indiferencia civil, hasta la próxima vez" (p. 77). Estos disturbios dan cuenta de un racismo sistémico institucionalizado y la orientación de las políticas urbanas hacia las minorías étnicas. Estas políticas urbanas se han perdido en la comunicación política, la burocracia administrativa, la complejidad y la poca legibilidad de los dispositivos, la escasa evaluación, de modo que no hayan "modificado fundamentalmente los mecanismos de poblamiento, ni disminuido las concentraciones étnicas para favorecer la mezcla social" (p. 80).
La repetición y el endurecimiento de los disturbios se explican por dos factores esenciales: por una parte, "la radicalización de la situación social de relegación de los barrios populares"; y, por otra parte, la prevalencia del racismo y de las discriminaciones que conducen a la marginación social y urbana, lo cual hace referencia a la historia colonial (p. 81). En el primer caso se pone énfasis en "el auge de las desigualdades sociales y de la precariedad salarial, a la que pueden añadirse diversos fenómenos: escasa inversión pública, desaparición de los [cuerpos intermedios] que eran los sindicatos y los movimientos de educación popular, desconfianza hacia el discurso político, militarización del mantenimiento del orden público" (p. 81). En el segundo caso, se sitúa en el centro la relación entre la raza y el género, de modo que el racismo sea un poderoso determinante de la vida social y urbana.
En el octavo capítulo, que se titula "La extensión del ámbito de la rabia", el autor indica que "la propagación de los disturbios es de naturaleza emocional: enfado, rabia, tristeza, odio, pero también alegría y júbilo" (p. 83). Lo cierto es que la rabia ha sido central en la secuencia temporal que se sitúa entre 2016 y 2020, tanto a nivel hexagonal como a nivel internacional. "Se ha convertido en una forma básica de la sensibilidad colectiva" (p. 83). Esta emoción está especialmente presente entre los actores involucrados en las distintas movilizaciones. Se trata fundamentalmente de "las fracciones empobrecidas de las clases populares y medias que viven entre espacios periurbanos y semi-urbanos; una juventud popular proveniente de minorías étnicas enfrentadas a la dificultad de encontrar un empleo y asignada a residencia en los barrios de hábitat social; unas clases medias superiores, bien dotadas en capital escolar y cultural, pero afectadas por la incertidumbre social, que viven en los centros urbanos e incluso en los barrios guetizados" (p. 88).
Y en un noveno y último capítulo, titulado "De los disturbios al fascismo", Kokoreff indica que "la incapacidad de los gobiernos sucesivos y de los poderes públicos para llevar a cabo el cambio frente a las causas estructurales y coyunturales de los disturbios, [conduce] a un proceso de fascización. [Esta] incapacidad estratégica [favorece] la repetición de los disturbios y un auge de los extremos por su instrumentación política" (p. 94). Esta situación resulta de la combinación de tres factores:
En semejante contexto, la derecha y, sobre todo, la extrema derecha han sacado provecho de los últimos disturbios. En ese sentido, los disturbios se han convertido en "un operador de la banalización de las tesis racistas en una parte de la derecha y de la extrema derecha" (p. 96). La visión policial de los disturbios hace desaparecer cualquier dimensión política y no plantea el debate de la relación de la policía con la ciudadanía. Da cuenta, por un lado, "del statu quo de la institución policial que no […] quiere cambiar, en términos de formación de los agentes, de lucha contra el racismo, de política anti-criminalidad que justifica los controles de identidad discriminatorios, de uso de armas de guerra y de gestos de intervención peligrosos, de independencia de la instancia de control; y, por otro lado, del poder de los sindicatos de policía mayoritarios próximos al RN, lo que conduce a una gestión compartida de las cuestiones de seguridad con el ministerio del Interior" (pp. 96-97).
La fascización a la que alude Kokoreff no hace referencia a los regímenes fascistas de los años treinta del pasado siglo en Alemania, Italia o España, aunque no sea suficiente con aludir a las derivas autoritarias del Estado de derecho. "Lo que está en juego es la emergencia de un neo o post-fascismo, más insidioso y difuso, pero igualmente preocupante. La audiencia y el éxito de los candidatos de la derecha extrema […] presentan el riesgo de favorecer la liberación de la palabra contra los inmigrantes, los 'asistidos', los integristas y los demás enemigos de la República", lo cual conduce a la implementación de medidas discriminatorias e islamófobas e incluso a episodios de violencia contra los inmigrantes (p. 98).
Frente a esta situación, indica el autor, es preciso aplicar estrategias de desescalada, como lo hacen numerosos países europeos. En el ámbito local, la experiencia muestra que "para desactivar la carga potencialmente conflictiva y violenta de las relaciones entre jóvenes y policías es preciso recurrir a mediadores. [Los actores] de los barrios populares podrían contribuir a ello poniendo en valor su conocimiento de los códigos de la calle y las normas informales que los rigen, trabajar sobre las representaciones, proponer prácticas alternativas" (p. 100). En ese sentido, "es urgente salir de una visión policial de los barrios [populares], lo cual implica tratar los problemas sociales en las periferias urbanas en su globalidad" (p. 101).
Al término de la lectura del libro Emeute, es preciso subrayar el perfecto conocimiento del objeto de estudio del que hace gala el autor, siendo uno de los mejores especialistas tanto de los barrios populares situados en las periferias de las principales ciudades francesas y de las violencias policiales como de los disturbios bajo sus diversas formas. De manera a la vez breve y precisa, permite acercar al lector a los antecedentes históricos, expresiones contemporáneas y registros de los disturbios, centrándose en el caso francés pero aludiendo igualmente a casos extranjeros, especialmente europeos. Por lo tanto, la lectura de esta obra se antoja ineludible antes de que asistamos a un nuevo episodio de disturbios.
NOTA
1 La traducción de los fragmentos citados aquí estuvo a cargo del autor de esta reseña.
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