LA SEGUNDA “CARTA DE DERECHOS”
THE SECOND “BILL OF RIGHTS”
Franklin Delano Roosevelt*
* Presidente de los Estados Unidos de América. Extracto de su alocución radial del 11 de enero de 1944 con motivo del Mensaje al Congreso sobre el Estado de la Unión, la vigésimo octava de las treinta y una que pronunció entre el 12 de marzo de 1933 y el 12 de junio de 1944, a las que se denominó fireside chats, o conversaciones al calor del hogar.
Ahora tenemos el deber de empezar a trazar los planes y de definir la estrategia para hacer más que ganar la guerra. Es hora de comenzar a planificar y determinar la estrategia para lograr una paz duradera y establecer un nivel de vida americano superior a cualquiera que hayamos conocido.
Esta República tuvo sus inicios, y llegó a su actual poderío, bajo la protección de ciertos derechos políticos inalienables –entre ellos el derecho a la libre expresión, a la libertad de prensa, a la libertad de cultos, al juicio mediante jurados, a la inmunidad contra registros o incautaciones sin causa razonable. Eran nuestros derechos a la vida y a la libertad.
Hemos llegado, sin embargo, a una comprensión más clara de que la verdadera libertad individual no puede existir sin seguridad e independencia económicas. “Los hombres necesitados no son libres”. Las personas que tienen hambre, las personas que no tienen empleo son la materia prima de la que están hechas las dictaduras.
En nuestro día estas verdades económicas han llegado a ser aceptadas como algo evidente. Aceptamos, por decirlo así, una segunda Carta de Derechos bajo la cual se puede establecer una nueva base de seguridad y prosperidad para todos; independientemente de la posición social, la raza o las creencias.
Entre ellos:
el derecho a un empleo útil y remunerado en las industrias, comercios, granjas o minas de la nación;
el derecho a devengar lo suficiente para disponer de alimentos, vestuario y recreación adecuados;
el derecho de los agricultores a cultivar y vender sus productos con un rendimiento que les proporcione a ellos y a sus familias una vida decente;
el derecho de todo hombre de negocios, grande y pequeño, a comerciar en un ambiente libre de competencia desleal y dominación de los monopolios nacionales y extranjeros;
el derecho de toda familia a una vivienda decente;
el derecho a asistencia médica adecuada y a la oportunidad de lograr y disfrutar de buena salud;
el derecho a la protección adecuada contra el temor económico de la vejez, la enfermedad, los accidentes y el desempleo;
y, finalmente, el derecho a una buena educación.
Todos estos derechos significan seguridad. Después de que ganemos esta guerra, debemos estar preparados para avanzar, con la implementación de estos derechos, hacia nuevas metas de felicidad y bienestar humanos.
El lugar legítimo de América en el mundo depende en gran parte de cuán plenamente pongamos en práctica estos derechos y otros similares para todos nuestros ciudadanos. Porque si no hay seguridad aquí, en nuestro país, no puede haber una paz duradera en el mundo.
Uno de los grandes industriales americanos de nuestra época –un hombre que ha prestado grandes servicios a su país en esta crisis– hace poco subrayó los graves peligros de un “reacción derechista” en esta nación. Todos los hombres de negocios que piensan con claridad comparten esa preocupación. Si se produjera esa reacción –si la historia se repitiera y retornáramos a la “normalidad” de los años veinte– es seguro que aunque derrotáramos a nuestros enemigos en los campos de batalla del extranjero, sucumbiríamos al espíritu del fascismo en nuestro país.