CORRESPONDENCIA ENTRE JOHN MAURICE CLARK Y LIONEL ROBBINS*


THE JOHN M. CLARK-LIONEL ROBBINS CORRESPONDENCE



John Maurice Clark** (1884-1963) y Lionel C. Robbins*** (1898-1984)

** Hijo del famoso economista John Bates Clark, nació en Northampton, Massachussets, en noviembre de 1884. Fue profesor de las universidades de Colorado, Amherst, Chicago y Columbia. Se reconoce por su artículo “Business Acceleration and the Law of Demand” (1917), publicado en el Journal of Political Economy. Se interesó por la economía industrial y la economía del bienestar, haciendo énfasis en la importancia de la sicología y la ética en el análisis económico. Falleció en 1963, en Wesport, Connecticut.
*** Reconocido por su libro Essay on the Nature and Significance of Economic Science, publicado en 1932, y sus aportes a la economía política, la metodología y la historia de las ideas. Definió la economía como “la ciencia que estudia el comportamiento humano como una relación entre medios escasos que tienen usos alternativos”. Fue director del London School of Economics y trabajó con Hayek, Hicks, Lerner, Kaldor y Scitovsky.


* * *

ROBBINS A CLARK

31 de enero de 1951

Profesor John Morris (sic) Clark,
Departamento de Economía,
Universidad de Columbia, Nueva York, USA
Remitida amablemente

Estimado Profesor Clark,

He estado leyendo su muy interesante artículo “Medios económicos para qué fines” en el suplemento del American Economic Review1, y he advertido con algún pesar que usted selecciona lo que cree que son mis opiniones para tipificar el contraste entre lo que pretende en ese artículo y la posición que rechaza.

Me pregunto si podría encontrar tiempo para leer la copia adjunta de un discurso que pronuncié hace uno o dos años en la Escuela de Economía2. No puedo dejar de pensar que usted encontraría difícil argumentar que había una grave diferencia entre su punto de vista y el punto de vista que yo defendía allí. Como todos los que me conocen en la Escuela de Economía le asegurarían, este punto de vista es el que he mantenido consistentemente desde que soy director del Departamento de Economía, antes de la fecha de publicación de mi ensayo sobre metodología.

En realidad, creo que el “abismo” que nos separa es casi totalmente terminológico. Prefiero limitar el término “economía” a la parte positiva de lo que tenemos que decir para enfatizar más claramente la naturaleza del paso lógico que damos cuando pasamos a la evaluación de los valores y la política. Usted parece preferir usarlo en un sentido más amplio para cubrir toda el área de discusión que los economistas tienen el hábito de abarcar cuando quieren poner en contacto su técnica especial con los problemas cotidianos.

Realmente no puedo creer que haya más que esto, y sospecho que la diferencia se debe explicar en términos ambientales. Quizás si yo hubiese enseñado en universidades donde los estudiantes cursan economía como una materia independiente y se les permite omitir los cursos conjuntos de filosofía política e historia, podría haber intentado idear definiciones que me dieran mayor libertad de acción, aunque no puedo dejar de pensar que, desde un punto de vista lógico, ése habría sido un paso ligeramente retrógrado. Tal como es, después de haber vivido toda mi vida en Oxford o Londres donde se hace énfasis en la unidad de los estudios sociales mediante la integración obligatoria de los cursos de pregrado y donde nunca se sugeriría, ni por un momento, que los cursos de economía pura o aplicada son adecuados sin cursos adicionales en campos o materias afines para poner todo en línea, he estado más dispuesto a subrayar las diferencias lógicas.

Es indudable que usted tiene razón en recalcar que un curso de economía, en el sentido estricto que doy al término, es espiritualmente muy árido si no se le da contenido con problemas contemporáneos en una u otra etapa mediante el tipo de preguntas más amplias que usted describe muy bien. Mi única diferencia con usted es que yo aún dudo que para los estudiantes sea bueno adquirir el hábito de exigir para sus juicios finales sobre estos tremendos problemas, que necesariamente involucran todo tipo de fragmentos y normas tomados de otras ramas del conocimiento, la autoridad de la técnica central que históricamente se ha llamado ciencia económica. Pero, repito, éste es un punto muy trivial y realmente no hay ninguna diferencia sustancial entre su opinión y la mía acerca de cómo se deben comportar los profesores de economía.

Con sentimientos de consideración. Recuerdo vívidamente la grata semana que pasamos juntos en Ginebra hace tiempos, antes de la inundación.

Atentamente, suyo

Lionel Robbins


CLARK A ROBBINS

21 de febrero de 1951

Profesor Lionel Robbins
Escuela de Economía y Ciencia Política
Houghton Street, Aldwych
Londres, WC 2, Inglaterra

Estimado Profesor Robbins:

Fue muy grato recibir la carta en la que indica que no hay ninguna diferencia sustancial entre nosotros. Estoy seguro de que si usted estuviera aquí en persona me hipnotizaría con su encanto y aceptaría esa idea, al menos temporalmente. Pero después, llegaría el momento en que encontraría las obras de algunos de estos teóricos modernos de la “economía del bienestar”, arrastrándose a través del curso de los obstáculos metodológicos que usted les ha impuesto, y me temo que seguiría acariciando la idea de que existen algunas diferencias entre las posiciones que sostengo firmemente y la posición que usted defendió en La naturaleza y el significado de la ciencia económica3. Podría escribir un libro más extenso que ése para desarrollar todos los puntos con los que, cuando lo leí, me sentí impulsado a disentir. Pero, al parecer, su último El problema económico en la paz y en la guerra4 (que infortunadamente no he leído, aunque he seguido la discusión sobre él) no se ocupa de los obstáculos metodológicos que me molestaron en el libro anterior. Si aquellos son dogmas durmientes, me niego a despertarlos.

Me pregunto si usted tiene una impresión totalmente correcta de la enseñanza de la economía en esta universidad. En el pregrado de la Universidad de Columbia, y cada vez más en los pregrados de otras universidades, el soporte principal de las ciencias sociales es un curso interdepartamental que en Columbia se llama “Instituciones sociales y económicas”. Nos especializamos mucho en el trabajo de doctorado, aunque seguimos hablando de tratar de encontrar un remedio, y todos los estudiantes tienen el privilegio de recibir cursos ajenos a la economía. Pero sienten tanta presión para cubrir las secciones de economía que rara vez usan este privilegio. Puedo ver que hay dos aspectos en esa cuestión. Si se exige que el estudiante tome cursos de otras ciencias sociales además de economía, y si en cada uno de esos cursos está tan preocupado por mantenerse dentro de límites definidos, que los separan de otras materias, como suele suceder, me parece entonces que descuidará tristemente las preguntas interdepartamentales realmente importantes. Si nuestro sistema funcionara con personas menos preocupadas por los límites de las disciplinas, esperaría un mejor resultado exigiéndoles simplemente que tomaran cursos igualmente definidos en otras disciplinas.

Por ejemplo, cuando encuentro un supuesto sobre la elección humana y tengo razones para pensar que es mala psicología, voy donde los psicólogos (o donde otros) que pueden estar calificados para hablarme de las elecciones humanas, y trato de elaborar un supuesto mejor. Esto me parece más útil, y más científico, que tratar de hablar con la gente de economía sin hacer ningún supuesto psicológico, que es lo que parece que intentan hacer algunos teóricos modernos. Y el resultado de ello es realmente poner mala psicología en sus supuestos. De allí que tenga objeciones cuando alguien empieza a jalarme la falda del abrigo y a decirme “Usted está traspasando los límites de la economía”. Mi objeción es que los traspaso de manera adecuada, buscando información de quienes están calificados, en vez de traspasarlos en forma errónea, adoptando mis supuestos psicológicos inconscientes.

El argumento es mucho más extenso. En un reciente libro de conferencias que se publicó con el insatisfactorio título de Guías para épocas de cambio5, desarrollé algunas de mis ideas en forma no técnica, y en una nota de pie de página llamé la atención de los economistas acerca del hecho de que no tenían conciencia de la mayoría de las posiciones teóricas que aceptaban sobre la utilidad y temas afines6. ¡Quizás algún día, si los stalinistas lo permiten, pueda intentar hacer esa tarea más formalmente, en cuyo caso la gente dirá: “¡Qué interesante! Pero eso no es teoría”, y volverá a la ortodoxia teórica: es decir, lo harán así a menos que yo tenga éxito para marcar el punto de que éste es un tipo de teoría más legítimo.

Me temo que he sido más argumentativo de lo que pretendía cuando empecé esta carta. Una vez más, aprecio mucho haber conocido sus opiniones sobre estos temas y tener la oportunidad de leer su discurso de 1949.

Atentamente,

John M. Clark


ROBBINS A CLARK

1.° de marzo de 1951

Profesor J. M. Clark,
Facultad de Ciencia Política,
Universidad de Columbia,
New York,
Estados Unidos

Estimado profesor Clark,

Muchas gracias por su amable e interesante carta.

Comparto su desaliento por las extravagancias de algunos economistas del bienestar modernos. Pero protesto porque no soy culpable de haberles impuesto ese curso de obstáculos particular. Todo lo que dije fue que debemos reconocer la diferencia lógica entre los juicios que contienen la palabra “es” y los juicios que contienen el término “debe ser”. Pero si recuerdo correctamente el peche (sic) de jeunesse [pecado de juventud] al que usted se refiere, había una frase que decía específicamente “nuestros axiomas metodológicos no contienen ninguna prohibición de intereses ajenos. Todo lo que pretenden es que nada se gana invocando las sanciones de uno para reforzar las conclusiones de los demás”7.

Mi actitud hacia los economistas del bienestar ha sido consistentemente la de protestar contra su pérdida de actividad en el intento de construir una casa a mitad de camino, que tiene la apariencia de neutralidad pero que de hecho contiene implícitamente toda clase de presunciones éticas que serían mucho más potentes si se enunciaran directamente, y en mi propia práctica nunca he tenido ninguna inhibición a este respeto.

Es decir, después de advertir a mis lectores que me ocupaba de temas que involucran juicios de valor, procedí a buscar ayuda donde la encontrara.

Es mezquino contestar una carta como la suya regalándole un libro, pero me gustaría convencerlo de mi bona fides a este respecto. Por ello, con esta carta le envío una copia de mis conferencias sobre El problema económico en la paz y en la guerra, que usted dice no haber leído. Mi excusa final para hacerlo es que después de todo es un libro pequeño y se puede leer fácilmente en la cama en tres cuartos de hora.

Lo que usted dice acerca del problema actual de la enseñanza en Columbia me interesa muchísimo. He reflexionado aún más sobre las posibles razones de nuestras ligeras diferencias de actitud y he llegado a la conclusión de que mi supuesto optimista de que no existe ninguna dificultad grave para promover el matrimonio entre disciplinas diferentes puede surgir del hecho de que desde hace treinta años no he realizado mi honrosa labor en esta universidad en economía, sino en política. Empecé como uno de los primeros alumnos de Laski y durante dos años dediqué la mayor parte de mi tiempo a lecturas intensas en historia, psicología y filosofía política, al mismo tiempo que asistía, más o menos como un extraño, al honroso seminario de Cannan. El que eventualmente haya pasado a otro campo y convertido a la economía en mi interés principal obedeció directamente al hecho de que pensaba que iluminaría los problemas de política que estaba estudiando en el otro campo. Y debe creerme que no hago alarde de esto para ganar un punto a mi favor en esta discusión cuando le digo que la ambición de toda mi vida ha sido llegar a escribir un libro titulado Filosofía política desde el punto de vista de un economista.

Igual que muchas ambiciones, no espero que ella se cumpla. Pero ésta ha sido ciertamente la estrella polar que guía mi peregrinaje económico. La naturaleza y el significado siempre pretendieron ser una especie de manifiesto preliminar ideado para evitar la crítica de que yo no sabía dónde estaba realmente la frontera entre las diferentes disciplinas. Pero uno debe prestar atención a la reacción de otras personas, y debo considerar que su interpretación de esta obra, así como la de tantas otras personas que me agradan y a quienes respeto, es una indicación de que expuse mi tema con tal énfasis que su efecto ha sido el de transmitir una impresión diferente.

Sinceramente suyo,

Lionel Robbins


CLARK A ROBBINS

14 de marzo de 1951

Profesor Lionel Robbins
Escuela de Economía y Ciencia Política
Houghton Street, Aldwych
Londres, WC 2, Inglaterra

Estimado Profesor Robbins:

Estoy anonadado por su respuesta a mi carta y especialmente por el gasto del correo aéreo, que debe haber establecido un récord. Y leí el libro, aunque no en tres cuartos de hora en la cama.

Todo el asunto tiende a reafirmarme en una conclusión a la que llegué hace muchos años, que la teoría económica es el tema en el que personas que no discrepan materialmente en las cosas que realmente importan (es decir, en las conclusiones acerca del mundo) se las arreglan para discrepar irrevocablemente acerca del marco conceptual que elaboran, y del sistema de clasificación en que desean organizar sus reflexiones. Esto parece ser especialmente cierto en el alcance y el método de la teoría. Advierto especialmente que en estas tres conferencias usted cruza los límites sin detenerse a avisar al lector: “En este punto, dejo de hablar con la autoridad de la ciencia económica, y empiezo a hablar con otra capacidad menos autorizada”. En cuanto a la posición que adopta en estas conferencias, mis diferencias se pueden plantear como cuestiones de grado, aunque tengo la persistente sospecha de que son más profundas: por ejemplo, tomando en sana consideración modificaciones tan importantes del tipo de clasificación de valores que surge de los mercados libres, durante épocas de paz, más o menos igualmente que en épocas de guerra. Cosas como esa plantean el problema algo diferente de las razones externas y objetivas para la planeación y la zonificación de las ciudades que, si bien recuerdo, es la principal excepción en épocas de paz al veredicto del mercado en su tratamiento. Estos reducen el distanciamiento de la “soberanía del consumidor”8 a un nivel cualitativamente diferente.

Pienso que aún podemos tener un buen argumento sobre el alcance de la economía como ciencia y la relación entre ésta y los juicios de valor, o entre los problemas de lo que es y lo que debe ser. Podría usar como prueba el pasaje donde usted dice que toda política que trate a los individuos como si fueran desiguales le causa repugnancia moral. Hay tres o cuatro puntos en esa afirmación que me gustaría tratar de manera diferente, y menos simple, introduciendo más pasos en la transición de los enunciados factuales a los juicios éticos. Expresaría de esta manera una de estas etapas: los problemas difíciles exigen decidir entre valores que son cualitativamente diferentes entre sí y que no se pueden resolver totalmente dando primacía a un valor y reduciendo todos los demás a medios subordinados. De modo que usted está en una situación en la que está seguro de que ciertas cosas son deseables, o al menos seriamente deseables para personas que las consideran valores fundamentales y no “gustos particulares”; pero surgen conflictos entre estos valores. El paso factual decisivo para sacar la conclusión es el examen de las alternativas que existen realmente. Con frecuencia esto es suficiente para resolver el problema. Los juicios acerca de lo que se debe hacer, en cuanto difieren de las ideas acerca de los fines deseables particulares, dependen del conocimiento de las alternativas, y las normas éticas en este sentido evolucionan cuando cambia la comprensión de las alternativas que existen. Así, el estudio de los hechos y los juicios éticos se influyen mutuamente. Es decir, lo hacen cuando tienen la oportunidad de establecer contactos. Pero si uno procede a partir de la hipótesis de que son planos independientes que nunca se pueden tocar, se excluye la posibilidad de contactos. Esto tiende a la actitud de que los juicios acerca de lo que se debe hacer no se basan en los hechos o en la razón. Recuerdo los dos últimos capítulos de La economía de la empresa, de H. Davenport como ejemplo de lo que tengo en mente9.

Para plantear otro punto, la compra en un mercado es un “hecho”. Pero si no se va más allá de eso, no tiene más significado económico que la gravedad específica de un pedazo de piedra. El problema real surge cuando se acepta como evidencia de una preferencia, en la escala de preferencias de alguien, mientras que se excluyen otras evidencias. Como evidencia de esta clase de preferencias, la compra en un mercado es insuficiente para que sea la base exclusiva de lo que pretende ser un juicio “científico” autorizado. La conclusión no es un hecho sino una hipótesis, junto con la hipótesis acerca de la importancia relativa de las cosas para personas diferentes. (A propósito, alguien hace la mayoría de las compras en los mercados en nombre de una familia y, por consiguiente, involucra comparaciones interpersonales). Me parece que el hecho de que John Smith no sea la misma persona cuando hace una compra y, un tiempo después, en una situación diferente, cuando gasta otra parte de su presupuesto mensual, significa que la aceptación de las comparaciones intrapersonales como elemento final, y la total exclusión de las comparaciones interpersonales, no está de acuerdo con los hechos. Pienso que tenemos que utilizar las hipótesis más razonables que podamos en ambas áreas.

Espero haber logrado transmitir algunas de las ideas que tengo en mente, pero me temo que no he transmitido porqué me parecen tan importantes. Es muy interesante saber que toda la vida ha tenido la ambición de escribir una obra que cruce los límites entre disciplinas. A esa luz, es bastante irónico que su definición de límites se haya convertido en el canon autorizado para un grupo de teóricos que consagran todas sus facultades a impedir que se crucen los límites. Aunque irónico, me temo que era un destino manifiesto. Espero que cumpla sus ambiciones, y que no se tarde demasiado tratando de hacer una tarea totalmente acabada y definitiva. Una pregunta que me intriga un tanto es, ¿si usted define el campo de la ciencia política desde dentro de ese campo, los límites entre él y la economía estarían en el mismo lugar que cuando define el límite de la economía desde dentro de ella misma? ¿O habría una “tierra de nadie”? Quizás la “tierra de nadie” se incluiría en Filosofía política, como un campo distinto del de la ciencia política. Pero si hay una distinción allí, ¿por qué en economía no se hace la misma distinción entre ciencia económica y filosofía económica? En todo caso, espero que escriba ese libro.

Con mis mejores deseos.

Muy sinceramente suyo.

John M. Clark


NOTAS AL PIE

* Estas cartas fueron publicadas y editadas por Luca Fiorito en “The John M. Clark-Lionel Robbins Correspondence. Four Unpublished Letters”, History of Economic Ideas 6, 3, 1998, pp. 175-187. Agradecemos al profesor Fiorito su autorización para la publicación en español. Traducción de Alberto Supelano. Fecha de recepción: 18 de febrero de 2005; fecha de aceptación: 16 de septiembre de 2005.

1. Clark, John Maurice. 1949. “Economic Means-To What Ends? A Problem in the Teaching of Economics”, American Economic Review, December, pp. 34-51.

2. Robbins, Lionel. 1949. “The Economist in the Twentieth Century: An Oration Delivered on the 53rd Anniversary of the Foundation of the London School of Economics”, Economica, May, pp. 93-105.

3. Robbins, Lionel. 1932. An Essay on the Nature and Significance of Economic Science, Third Edition, New York, New York University Press, 1984.

4. Robbins, Lionel. 1947. Economic Problem in Peace and War, London, Macmillan.

5. Clark, John Maurice. 1949. Guideposts in Time of Change: Some Essentials for a Sound American Economy, six lectures delivered at Amherst College in the winter of 1947-48 on the Merrill Foundation, New York, Harper.

6. Clark se refiere a la nota al pie de la página 68: “El lector familiarizado con la literatura de la teoría económica reconocerá que los dos párrafos anteriores son una negación de los principales supuestos en los que se basa la economía teórica general o abstracta que se ocupa de la utilidad o la elección del individuo, desde Bentham, pasando por Jevons, hasta incluir los supuestos implícitos, aunque no admitidos, en el enfoque de la ‘curva de indiferencia’ que hoy goza de favor. La posición que se toma en el cuarto párrafo siguiente diverge de la opinión de que los economistas deben abjurar de todas las ‘comparaciones interpersonales’, excepto, valga señalar, aquellas que están incorporadas en la distribución existente de los ingresos y las compras existentes, comparaciones que hacen las unidades familiares y no los individuos. Esta parece ser una perversión teórica del principio válido de que los economistas, en cuanto ‘científicos’, deben ser neutrales en estos asuntos, y se deben guiar por las valoraciones prevalecientes. En la práctica, esta perversión lleva a aceptar las valoraciones del mercado, que son notoriamente sesgadas, como es fácil demostrar. Sostengo que hay otras valoraciones que tienen más validez para este propósito, y que el economista que realmente quiere ser neutral debe tenerlas en cuenta. Obviamente, la fundamentación detallada de estas críticas negativas requeriría un tratado, y aquí está fuera de lugar. El punto principal que estoy sugiriendo es un método sustituto para tratar estos problemas, que no se puede reconocer fácilmente como ‘teoría’, pero que se base en el análisis teórico, y que, con toda su indefinición, parece acercarse más a la meta de neutralidad objetiva que los economistas se han impuesto” (Clark 1949, nota 68). Ver, también, pp. 50-52.

7. En el mismo pasaje, Robbins escribe: “Ni aún menos se implica que los economistas no se deben ocupar de cuestiones éticas, así como el argumento de que la botánica no es estética no significa que los botánicos no deben tener opiniones propias acerca del arreglo de los jardines. Por el contrario, es muy deseable que los economistas especulen duradera y ampliamente sobre estos asuntos, puesto que sólo de esta manera estarán en condiciones de apreciar las implicaciones de los fines dados de los problemas que se les presentn para que los solucionen. No podemos estar de acuerdo con J. S. Mill en que ‘no es posible que un hombre sea buen economista si no es nada más’. Pero podemos estar de acuerdo al menos en que no puede ser tan útil como podría serlo” [Robbins (1932) 1984, 149-150, cursivas en el original].

8. Las frases en cursivas fueron añadidas por John M. Clark en los márgenes de la carta.

9. Davenport, Herbert Joseph. 1919. The Economics of Enterprise, New York, Macmillan.