LA ILUSIÓN DEL ANÁLISIS INTEGRAL


THE INTEGRAL ANALYSIS ILLUSION


Comentarios críticos a “La dicotomía micro-macro no es pertinente”, Revista de Economía Institucional 11, 2004, Jorge Iván González, pp. 73-95.



José Félix Cataño*

* Profesor de la Universidad Nacional de Colombia, sede Bogotá, miembro del grupo de investigación “Teoría y pensamiento económico” de la Universidad Nacional y Colciencias, jfcatanom@unal.edu.co Fecha de recepción: 22 de junio de 2005, fecha de aceptación: 28 de julio de 2005.


Jorge Iván González crítica severamente la división de la enseñanza de la economía entre los contenidos micro y macro con base en la siguiente tesis: un buen análisis económico debe superar la dicotomía entre macroeconomía y microeconomía, ya que son aproximaciones muy limitadas y dan conocimientos simplistas y engañosos sobre la economía. En cambio, una aproximación “integral” (de la que Walras es el paradigma) sería adecuada porque considera la complejidad de la realidad, que no se puede representar intrínsecamente con las matemáticas ni con un modelo lógico. A partir de esas consideraciones, hace dos propuestas: primera, antes de que lo hagan las grandes universidades norteamericanas, debemos prescindir de la enseñanza separada de los modelos de la micro y de la macro, para impartir una enseñanza centrada en grandes temáticas con la aproximación “integral”. Segunda, adoptar un nuevo plan académico en el que “el estudio de la economía debería colocar al estudiante, de manera formal y sistemática, frente a las ‘fisuras’ detectadas por autores como Walras, Edgeworth, Keynes, Arrow, etc., quienes han pensado la economía como institución ‘liberada del núcleo’”.

Aunque su intención es sacudir a la academia frente a cierto conformismo existente, su posición tiene tres problemas: 1) está mal fundamentada desde el punto de vista histórico y conceptual; 2) es unilateral porque deja por fuera otros enfoques diferentes al de Walras, y 3) más que un avance, es un salto al vacío.

CRÍTICAS A LOS FUNDAMENTOS HISTÓRICOS Y CONCEPTUALES

Enumeramos las tesis de González que consideramos equivocadas.

1. “La distinción entre la micro y la macro es reciente. Adquiere relevancia en los años setenta”. “Es curioso que a pesar de la claridad de Keynes, continúe insistiéndose en que la Teoría general es la obra ‘macro’ por excelencia […] Y prueba de ello es que los comentarios que el autor hace en el capítulo segundo a la teoría del empleo son parte constitutiva de lo que ahora conocemos como micro”.

La distinción entre microeconomía y macroeconomía no es tan reciente, pues surgió con la publicación de la Teoría general de Keynes y la formulación del modelo IS-LM de Hicks en la década de los treinta1. El libro de Keynes fue un esfuerzo por elaborar una teoría general de la economía que integrara la teoría del valor y de la distribución a una nueva visión del dinero, el interés y el empleo, para explicar el nivel de actividad de la economía, y más específicamente, la posibilidad teórica de un desempleo involuntario. En sentido estricto, el propósito de Keynes no era construir una teoría totalmente nueva (como si hubiese que abandonar lo anterior), pues una de sus premisas explícitas es la teoría del valor anterior que, según afirma, explica bien la asignación de recursos, aunque le atribuye una incapacidad (debida a la herencia ricardiana) para explicar el nivel de uso de los recursos. El gran economista afirma: “Este libro, se ha convertido en lo que es: sobre todo, en un estudio de las fuerzas que determinan los cambios en la escala de producción y de ocupación como un todo [...] Así nos acercamos a una teoría general, que incluye como caso particular la teoría clásica que conocemos bien” (Keynes, 1970, 10).

Si usamos la terminología de Dumenil y Levy, Keynes piensa que la teoría del valor explica las proporciones (precios e ingresos relativos) pero no explica las dimensiones, las cantidades globales. Al separar los temas de esta manera, Keynes plantea una dicotomía entre la teoría del valor y la teoría del ingreso nacional y da pie a la división entre la “microeconomía”, o teoría de la asignación de recursos, y la “macroeconomía”, o teoría del nivel en que se utilizan. Cuando, en su clásico “Mr. Keynes y los clásicos”, Hicks indica que las ideas de Keynes se pueden integrar en dos modelos especiales que son variantes del modelo agregado por excelencia, el modelo IS-LM, el tema macroeconómico se instala por completo y se desarrolla independientemente de la teoría del valor. Esta posición es confirmada aun por sus oponentes, como Lucas (1997, 242): “Supongo que Keynes vía Hicks, Modigliani y Samuelson, fue el fundador de la macroeconomía y que uno debe considerarlo la figura insigne en ese dominio”.

Es evidente que Keynes no pretende un planteamiento sólo de agregados macroeconómicos, pues intenta mostrar que los fundamentos microeconómicos de lo que llama “economía clásica” no son adecuados. De ahí su crítica a la representación del funcionamiento del mercado de trabajo, a la teoría de la inversión y a la teoría de la demanda de dinero “clásicas”, y propone como alternativa una nueva microeconomía del dinero (la demanda especulativa), una nueva microeconomía del mercado de trabajo (el salario exógeno, con obreros pasivos ante la decisión de los empresarios de crear puestos de trabajo) y una nueva teoría de la inversión (independiente del ahorro y en función de la “eficacia marginal del capital”). Es decir, para fundamentar sus conclusiones macroeconómicas contrarias a la ley de Say (la oferta global crea la demanda global), Keynes propone una interdependencia entre los mercados (la oferta global es interdependiente de la demanda global) y un cambio de las bases microeconómicas utilizadas por los “clásicos” en los mercados de dinero y de trabajo.

2. “Keynes crítica la aproximación clásica al mercado de trabajo porque es parcial. No por ser micro. Recuerda que para los clásicos “el salario es igual al producto marginal del trabajo”. Y este concepto no lo refuta por el hecho de que sea “micro”. Lo critica porque no tiene validez general”.

Además de la ambigüedad entre lo que es parcial y lo que es micro, aquí González enarbola un argumento falso. Keynes nunca “refuta” la curva de demanda de trabajo, es decir, la que representa lo que Keynes llama “el primer postulado” de la teoría clásica, según la cual, suponiendo dado y constante el acervo de capital, la productividad marginal es decreciente: cuanto más trabajo se emplea, menor es la productividad marginal de este factor. Por el contrario, es el único punto que Keynes (1970, 27) acepta de los postulados clásicos:

Al recalcar nuestro punto de partida, divergente del sistema clásico, no debemos olvidar una concordancia importante; porque mantendremos el primer postulado […] Así pues no discuto este hecho vital que los economistas clásicos han considerado (con razón) como irrevocable. En un estado conocido de organización, equipo y técnica, el salario real que gana una unidad de trabajo tiene una correlación única (inversa) con el volumen de ocupación.

Lo que Keynes realmente critica es la curva de oferta de trabajo donde se reflejaría el conjunto de las decisiones virtuales de los obreros, aquella que él denomina “el segundo postulado”, y en verdad no la critica porque sea micro ni porque sea parcial sino porque considera que no es la microeconomía correcta para explicar el comportamiento de los obreros en una economía salarial. Es patente que esta diferente microeconomía keynesiana del mercado de trabajo no fue aceptada por los teóricos neoclásicos ni se consideró parte fundamental del discurso del maestro de Cambridge. Pero aquí vemos que Keynes, para su macroeconomía, no elude los fundamentos microeconómicos, sino que ataca parcialmente la microeconomía neoclásica del mercado de trabajo. Este importante debate sobre dos diferentes microeconomías se le escapa a González y hace creer que sólo hay una micro y una macro, y que lo que falta es integrarlas.

3. “La discusión de fondo tiene que ver con la capacidad autocorrectiva de los mercados. Para Pigou hay mecanismos automáticos de ajuste. En su opinión los menores precios que acompañan la deflación se reflejan en una mayor capacidad adquisitiva del salario y en aumentos de la demanda”.

Es verdad que Keynes se opuso a la creencia de las virtudes del laissez-faire en el sistema económico para insinuar que la flexibilidad de precios y salarios no es garantía de un estado de pleno empleo, aunque no parece ser el tema principal de sus preocupaciones teóricas. Citemos aquí dos razones. Primera, si así fuera, la teoría keynesiana apuntaría a negar la capacidad de ajuste del mecanismo de la mano invisible. Si esto fuese así, Keynes tendría que proponer una nueva teoría de la coordinación de los agentes en el mercado, y discutir el ajuste económico de la “mano invisible” y, evidentemente, este no fue su tema ni su propósito principal. Ante los resultados negativos de la estabilidad neoclásica con los trabajos de Sonneschein, independientemente de lo que crea González, hoy sabemos que las intuiciones pesimistas de Keynes sobre el ajuste se vieron confirmadas en el marco neoclásico de tal manera que hoy las virtudes de la mano invisible, el más puro liberalismo económico, son una creencia que los economistas difunden así como los religiosos difunden la existencia del cielo2.

Segunda, el tema principal de Keynes es probar la existencia de un equilibrio general con desempleo involuntario, que se mantiene a pesar de la flexibilidad de los salarios (Benetti, 2000).

4. “Sin necesidad de entrar en los detalles del análisis de Hicks, basta dejar en claro que el autor no tiene la pretensión de organizar su reflexión alrededor de la distinción entre la micro y la macroeconomía. Sencillamente, estas categorías no son pertinentes”.

Hicks, uno de los grandes pensadores que buscan completar el paradigma walrasiano, en verdad no utiliza esa terminología, ni se limita a lo “micro” o a lo “macro”. Pero no podemos hacer creer que Hicks se opuso a esta división de temas, ya que fue uno de los pensadores que más contribuciones hizo en ambos campos. González conoce bien uno y lo menciona: la búsqueda de la microeconomía del dinero: “Hicks propone hacer extensiva la teoría de la utilidad marginal a la moneda […] Se trata de aplicar los principios de la utilidad marginal no sólo a los bienes, sino también al dinero”.

Esto es cierto, pero se debe tomar como lo que es para un neoclásico. El dinero es un hecho que no puede dejar de ser explicado por la teoría del valor neoclásica: si se acepta que la oferta de dinero es institucional, su demanda debe ser racional, hasta tal punto que la teoría del dinero se debe completar con la teoría de su demanda racional. Pero esto significa que algunas veces el dinero puede ser rechazado racionalmente y que los individuos podrían preferir actuar en una economía no monetaria. Para que esto sea posible, la función del dinero como reserva de valor es la que pasa a ser la característica esencial del dinero, dejando por fuera su función de medio de cambio, puesto que no hay alternativa racional a esta última. Keynes y Hicks coinciden aquí, y por eso la importancia del tema de la preferencia por la liquidez en la síntesis neoclásica. En este sentido, es verdad que Hicks da inicio a la teoría microeconómica (neoclásica) del dinero, que hoy es un fracaso para la mayoría de los especialistas (Wallace, 1996). Es curioso que González, tan agudo para señalar algunas debilidades de la microeconomía estándar, no mencione este caso, pues le serviría aún más para mostrar la debilidad de la microfundamentación de la macro, en este caso para explicar los precios monetarios y la temida inflación.

Sin embargo, lo más curioso es que González no menciona la contribución decisiva de Hicks para afianzar la macroeconomía como tema especial dentro de la teoría económica del siglo XX: la creación del modelo macroeconómico IS-LM. En “Mr. Keynes y los clásicos”, Hicks formula ese modelo como plataforma teórica general para hablar del modelo “keynesiano” y del modelo “clásico”, como sendos casos “especiales” de la macroeconomía de acuerdo con la teoría de la demanda de dinero que se adopte. Aquí no se trata de aceptar su interpretación de Keynes sino de mostrar que el modelo IS-LM no es una teoría del valor, ni de equilibrio parcial, sino una macroeconomía de interdependencia en estado puro, que en esa época se denominaba “teoría de las fluctuaciones económicas” o “teoría dinámica”. En este artículo clásico, Hicks (1937, 406) afirma: “La Teoría general es un libro útil, pero no es el comienzo ni el fin de la economía dinámica”. Por ese motivo Blanchard (2000, 1379), dice que Hicks, “al definir una lista de mercados agregados, al escribir las ecuaciones de oferta y demanda para cada uno de ellos y resolver para encontrar un equilibrio general, transformó lo que en adelante se designará como macroeconomía”.

Indudablemente, Hicks no pregona en 1937 que la ciencia económica o la enseñanza de la economía deban conservar la división entre macroeconomía y microeconomía. Como buen walrasiano sabe que son temas parciales que en un futuro se deben integrar a la teoría del valor del equilibrio general. Podemos pensar que en esa etapa de la historia de la teoría económica se consideró útil separar su dominio entre “microeconomía” y “macroeconomía”, pues no había una teoría integradora tan potente como la de Arrow y Debreu y no era útil tratar todo desde la microeconomía. Mientras que la teoría del valor neoclásica buscaba una prueba definitiva del teorema de existencia del equilibrio general de precios y cantidades, la macroeconomía se encargaba de los determinantes del empleo global y de la inflación, es decir, de cuestiones más urgentes para la política económica.

5. “Para Walras lo parcial no sería equivalente a lo micro. Ni lo general a lo macro. Ambas dimensiones constituyen un sólo mundo, en el que lo general no se entiende sin lo particular”.

Walras es el héroe del artículo de González, bien sea porque creó un paradigma básico o porque no cayó en la separación micro y macro. Antes de comentar esta posición, intentemos poner algunas cosas en orden. El equilibrio parcial, al tratar un mercado haciendo abstracción de los efectos de interdependencia con los demás mercados, es uno de los modelos propios y típicos de la microeconomía. Sin embargo, hoy la microeconomía que se enseña no es sólo eso. En general, es el estudio de los equilibrios resultantes de las interacciones de las elecciones de los individuos racionales en cualquier circunstancia: dos individuos, el mercado de legumbres, mercados con producción, hasta llegar al monumental equilibrio general entre muchos agentes y muchas mercancías, donde se privilegia la racionalidad individual y la existencia del equilibrio como herramientas de la explicación final de los efectos sociales, en todos los casos. Los textos de microeconomía (los ejemplos típicos son Varian y MasCollel) proceden así, y al hacerlo intentan mostrar un pensamiento integral. En este sentido, Walras y los marginalistas dieron el ejemplo, y son los pioneros de la microeconomía neoclásica que se encuentra en los manuales.

Es verdad que no existe en Walras una “macroeconomía”, propiamente dicha, pues su objeto y su enfoque es llegar al equilibrio general entre todos los mercados y entre todos los agentes resolviendo simultáneamente los problemas de la determinación de los precios (la ley del valor) y del ingreso nacional (el nivel en que se utilizan los recursos económicos). González tiene pues razón en mostrar que una perspectiva walrasiana no separa la micro y la macro, como lo hacen Keynes y Hicks. Pero es necesario reconocer que gracias a esta dicotomía la macroeconomía se pudo desarrollar como tema específico, como análisis de la economía desde un punto de vista global, por medio de la relación entre los agregados básicos: el producto global, el ahorro, la inversión, el nivel de precios, el empleo y la masa monetaria.

6. “Los neowalrasianos han realizado un doble ejercicio que no es fiel al espíritu de Walras. Por un lado, han cerrado el sistema y, por el otro, han pretendido ocultar las debilidades que el propio Walras reconoce”.

Si “cerrar” un modelo significa no extenderlo más allá de su núcleo (y creo que González se refiere a esto), no se puede hacer esta crítica a los neowalrasianos porque ellos son los que han extendido el paradigma neoclásico a muchos temas siguiendo el método de relajar hipótesis y demostrar equilibrios “ineficientes”. En efecto, la teoría neoclásica, después de Arrow-Debreu, ha dedicado su esfuerzo a “acercarse a la realidad” señalando imperfecciones, fallas de mercado, asimetrías de información, bienes públicos, efectos externos (externalidades), incompletitud de los mercados, competencia imperfecta, etc., pero siempre usando como referencia el “mercado perfecto” y la eficiencia paretiana demostrada en el modelo de equilibrio general, núcleo del paradigma neoclásico3. En esta línea, por ejemplo, los modelos de información asimétrica de Stiglitz y Akerlof son microeconómicos y se derivan del paradigma general; lo mismo sucede con el enfoque de los nuevos keynesianos, que incorpora la nueva microeconomía para hacer una nueva macroeconomía con mercados imperfectos, y el neoinstitucionalismo de North y Williamson que estudia los arreglos institucionales que surgen para corregir las “fallas” del mercado. Basta citar a Stiglitz (2000, 1385):

Detrás del modelo Arrow-Debreu hay otros supuestos económicos (además de aquellos relacionados con la información): hay un conjunto completo de mercados y no hay problemas de cumplimiento. Gran parte de la literatura de los últimos cincuenta años explora las consecuencias de relajar estos tres supuestos.

LAS CRÍTICAS A LA MICRO

Es obvio que para obtener una ciencia integral se necesita que las partes que la componen sean fuertes e integrables. Se esperaría que tras el desarrollo científico de los últimos sesenta años ya se tuvieran una micro y una macro fuertes para que el enfoque integral fuera viable. Sin embargo, los argumentos de González para oponerse a la dicotomía entre la micro y la macro son aquellos que muestran que esas teorías son débiles.

Para mostrar que la micro no es fuerte propone unas críticas en dos terrenos complementarios. El primero es de naturaleza epistemológica: “A diferencia de la física, las ciencias sociales no pueden hacer abstracción de las impurezas. En ciencias sociales las condiciones especiales, el ceteris paribus, propias del laboratorio físico, no solucionan los problemas que por su naturaleza no se pueden resolver”. Aquí también nos recuerda que

Samuelson (1947) reconoce de manera explícita que los teoremas significativos en economía son sólidos en tanto son consistentes desde el punto de vista lógico. No importa que sean verdaderos o falsos. Walras quisiera ir más allá. No le basta que la economía pura sea internamente consistente. Se requiere, además, que los teoremas puros, formulados en las condiciones cercanas a las del laboratorio, sean un instrumento adecuado para explicar la realidad. Walras piensa que el equilibrio general es un ejercicio matemático que ofrece herramientas apropiadas para pensar los problemas del mundo real.

Es decir, González, apoyado otra vez en su lectura de Walras, plantea que una buena ciencia económica es la que va más allá de la ficción presente en el núcleo más abstracto.

La segunda crítica es más concreta: “los mismos fundadores de la micro contemporánea, Walras y Edgeworth, son muy conscientes de las limitaciones intrínsecas de sus respectivos métodos. Ambos reconocen las múltiples fisuras de lo parcial y lo general”.

La idea de “fisura” (que el autor asocia a “impureza”) es la clave para entender las presuntas debilidades de la micro, que son de dos tipos. Primero: “fisuras” que aparecen por la distancia entre el modelo lógico y la complejidad de lo real. Segundo: “fisuras” al interior del modelo.

Con respecto a las primeras, González afirma que la teoría micro es débil porque no incorpora aspectos de la realidad. Para eso cita varios aspectos “realistas”: 1) el traslape entre economía pura, arte e instituciones; 2) la falta de sincronía entre los momentos de la oferta y la demanda; 3) que el equilibrio general nunca se consigue; 4) las condiciones de existencia, unicidad y estabilidad del equilibrio no son posibles en ningún escenario real, y 5) que no somos egoístas puros.

Con respecto a las segundas, anota: 1) se desconoce la dirección de las curvas de oferta y demanda; 2) la arbitrariedad del numerario en los modelos de precios; 3) los problemas del paso del equilibrio parcial al equilibrio general, ya que “la propuesta matemática de Walras (1926), y la formulación más acabada de Arrow y Debreu (1954), no resuelven el problema que se presenta en el mundo real. Las condiciones de existencia, unicidad y estabilidad del equilibrio, no son posibles en ningún escenario real”; 4) “El numerario que garantiza el equilibrio cumple las funciones de la moneda de manera muy imperfecta”.

Compartimos la idea de que la micro neoclásica no es científicamente fuerte, pero no por las razones que González propone. Veamos varios puntos:

1. González quiere hacernos creer que existe un antagonismo en la posición epistemológica de los grandes autores de la ciencia neoclásica, por ejemplo, entre Samuelson y Walras. Esto nos parece un contrasentido. Indudablemente, los modelos teóricos no copian la realidad sino que recrean mundos ficticios donde las relaciones se pueden representar con lógica. Como es conocido el aprecio de González por el gran economista Vickrey, es oportuno citarlo:

Un método para aplicar la teoría económica consiste en usarla como primera aproximación, o esqueleto, en el que se pueden introducir modificaciones sucesivas mediante las cuales se espera acercarla más y más a la realidad […] Edificar una ciencia considerando todos los factores desde el principio, habría sido un logro intelectual imposible, tanto para el investigador como para el estudiante (1969, 7).

González cree que la distancia entre la realidad y la teoría es la debilidad principal de la microeconomía tradicional. Al contrario, pensamos que esa distancia ha sido su acicate, su impulso, para adelantar su programa de investigación en los últimos 25 años, que ha coronado a varios economistas que merecen el aplauso de González: Arrow, Stiglitz, Ackerlof, Laffont, etc. Decir que la micro es mala porque no incorpora el arte, las asimetrías entre la oferta y la demanda, y porque no es consciente que los hombres son también altruistas, etc., es afirmar que la micro no está completa y que aún faltan algunas cosas por investigar, pero esto no es un buen argumento para desechar la micro neoclásica como núcleo, ni mucho menos para descartar la investigación en temas microeconómicos. Que a la astronomía le falte incorporar o descubrir una estrella no puede ser argumento para no estudiar o desechar la astronomía existente.

2. Merece especial comentario la argumentación de que el modelo Arrow-Debreu es lógicamente consistente en lo que respecta a la estabilidad y la unicidad del equilibrio, aunque es inútil para analizar la realidad porque ésta nunca tiene equilibrio. Nada más inexacto. Con los teoremas de Sonneschein, Mantel y Debreu se concluyó que la unicidad y la estabilidad del equilibrio neo-walrasiano no son una propiedad lógica de ese modelo y, por consiguiente, no es que tenga una propiedad que no existe en la realidad, sino que esa propiedad no existe en el mismo modelo teórico. La inexistencia de la estabilidad y de la unicidad del equilibrio entre individuos racionales no es un problema de la realidad (las economías reales no se desintegran a pesar de los desequilibrios, las crisis y la evolución en el tiempo) sino que es uno de los fracasos lógicos más importantes de la teoría neoclásica, hasta tal punto que muchos lo han invalidado como representación abstracta de “la mano invisible”. ¡Es una lástima que, por descuido, González le conceda tanto al modelo teórico de los walrasianos!

González considera la calidad de una teoría no por sus cualidades lógicas sino por su capacidad para representar la realidad, como si la realidad se pudiera entender sin teoría y como si una teoría sólo fuera buena si copia la realidad. La anterior cita de Vickrey nos muestra que el trabajo teórico no construye copias de la realidad sino instrumentos para hablar de ella. Además, González está convencido de que en esa realidad ni siquiera puede existir el equilibrio. No sabemos mediante qué ciencia económica se puede obtener ese conocimiento o esa evidencia. Si la realidad no tuviera equilibrio, habría que ser consecuente y plantear dos posibilidades.

Primera: la realidad es caótica porque no reúne las condiciones que la ciencia estándar impone para que tenga equilibrio, lo cual no es otra cosa que un buen uso de un argumento implícito en el modelo de equilibrio general walrasiano. El problema de esta visión es que no es realista, pues si la realidad fuese caótica estaríamos en peligro constante de colapso, de crisis generalizada, y es evidente que las economías actuales son coherentes, que existen mecanismos de regulación y de evolución que las hacen viables día a día. Si queremos entender esto, necesitamos una teoría que explique porqué la economía capitalista es viable y se reproduce a pesar de que no hay armonía entre intereses, y lo que sospechamos es que esta teoría tiene que ser diferente a la de Walras.

Segunda: sería posible decir que la realidad se debe entender como economía en desequilibrio, que no se acerca al equilibrio, y que para entender este fenómeno la ciencia económica neoclásica está en pañales luego de fracasar la teoría del desequilibrio y de la estabilidad.

Con respecto a las críticas consagradas en las fisuras internas, González habla de la falta de una buena teoría monetaria y de la falta de las curvas de oferta y demanda. Todo esto es cierto, aunque sería mejor usar demostraciones más potentes y actuales que las de Walras, como las de F. Hahn en teoría monetaria o las de Sonnenschein sobre la inexistencia de curvas determinadas en el modelo Arrow-Debreu. A pesar de ello, a nuestro autor se le escapan las grandes insuficiencias del modelo microeconómico walrasiano: la falta de unicidad y estabilidad general del equilibrio, la falta de una teoría de la formación de precios mediante la oferta y la demanda, el carácter centralizado de las relaciones entre los individuos en el proceso de coordinación, y el fracaso de la teoría del dinero4. Si se toman en serio estas debilidades, no es la separación entre la micro y la macro lo que se debe poner en cuestión sino la idea principal de González: que la teoría walrasiana puede ser el ejemplo y la base de la “economía integral”.

LAS CRÍTICAS A LA MACRO

En cuanto a la macro, González menciona algunas críticas a Keynes y a la macroeconomía, siguiendo la orientación de Lucas.

A Keynes lo critica: 1) porque no hay individuos, sino agregados; 2) por las limitaciones de las convenciones para compensar la incertidumbre, y 3) por las ambigüedades inherentes al ancla salarial. Y a la nueva macroeconomía clásica porque, “en los últimos veinte años, (esa teoría) lleva consigo las dificultades inherentes a la micro sobre la cual pretende fundarse: 1) La homogeneidad del sujeto. La teoría busca centrarse en la decisión individual, pero desconoce el sujeto. No es consecuente con el individualismo metodológico. 2) La multiplicidad de óptimos de Pareto. 3) La incapacidad de hacer una microfundamentación intertemporal. 4) El desconocimiento de la organización. 5) La afirmación de la certeza”.

Todas estas críticas son correctas y llevan a pensar simplemente que ni la macro “keynesiana” ni la “clásica” son hoy aceptables.

A partir de estas críticas, González comenta el programa de investigación para la microfundamentación de la macro. Aquí, su idea clave es que también habría que plantear la posibilidad de la macrofundamentación de la micro. Si bien esto parece coherente, la conclusión no es clara. Si existe una micro deficiente, como acepta González, es normal pensar que la microfundamentación no se puede hacer satisfactoriamente en este momento. Pero si lo deseable es hacer la macrofundamentación, esta es también una ilusión, porque la macro tiene sus propias fallas que inhabilitan la empresa. Por tanto, ni la primera ni la segunda integración son posibles simplemente porque lo que se piensa que puede servir de base en cada caso es de una calidad deficiente.

EL CAMINO HACIA UNA ECONOMÍA INTEGRAL

A pesar de las cenizas que quedan después de los defectos que encuentra en la macro y la micro, González defiende un enfoque “integral” que suprimiría la división entre macro y micro: “El estudio de la economía debería colocar al estudiante, de manera formal y sistemática, frente a las fisuras detectadas por autores como Walras, Edgeworth, Keynes, Arrow, etc., quienes han pensado la economía como institución “liberada del núcleo”. Y junto con estos autores “convencionales”, se debe abrir espacio a un análisis sistemático de los problemas planteados por los institucionalistas (viejos y nuevos), y por la escuela austriaca. “En Human Action de Mises (1949) no hay micro, ni macro, ni parcial, ni general, hay seres humanos interactuando en contextos complejos”.

Esta posición de González merece varios comentarios.

1. Si la recomendación es trabajar por “fuera del núcleo”, esto no es claro. En ningún momento González define “el núcleo”. La idea aparece en una cita de Nelson sin que el lector entienda de qué se trata. Podemos adivinar. El “núcleo” es el modelo Arrow-Debreu, el principal modelo de la “micro” neoclásica. Ahora bien, trabajar “por fuera” tiene dos posibilidades. La primera es rechazarlo y proponer otro. La segunda es aceptar que el núcleo está bien, usarlo como referencia lógica y trabajar en lo que falta relajando las hipótesis. Como ya mencionamos, los economistas neoclásicos se han consagrado a esta tarea.

2. ¿Cuál es la línea que González defiende? Nos podríamos sentir tentados a decir que la primera, porque ha criticado bastante a la macro y a la micro. Pero si esta es su posición, la conclusión debería ser que la teoría y la enseñanza deben seguir fragmentadas porque: 1) Una economía integral es por ahora una quimera, puesto que ni la microfundamentación ni la macrofundamentación son posibles, y 2) No existe un enfoque integral alternativo que se pueda proponer. Es evidente que en su artículo González no propone ninguna de estas alternativas.

Todas las pistas conducen a la segunda alternativa, sobre todo si recordamos sus constantes alabanzas a Walras y a Hicks. Este proyecto, una especie de “walrasianismo iluminado”, no se compagina con el programa académico requerido, pues las pistas para su realización son muy débiles.

1. La pista Cuevas. “El texto de Cuevas (2001) avanza en la dirección adecuada. El autor presenta los fundamentos de la teoría del mercado sin necesidad de caer en la dicotomía micro y macro”. Esta pista no nos parece convincente para apoyar la tesis de González. Cabe recordar que este libro de Cuevas no es más que la reedición, con otro título, de su manual, para primer año, de Introducción a la economía, donde se interpretan las diversas escuelas económicas desde un punto de vista histórico y analítico: clásica, marxista, neoclásica y keynesiana. Independientemente de lo que pensemos de la presentación de cada enfoque, el estudiante no encuentra allí un enfoque “integral” del “mercado” (este nunca es el tema central del manual) sino una diversidad de enfoques (con algunos de sus problemas) que intentan entender la economía global. Por tanto, en vez de ofrecer un análisis integral a la manera de Walras y Hicks, como González propone, lo que el libro de Cuevas propone a los estudiantes es una multiplicidad de análisis “integrales”. Ahora bien, si el enfoque que González más admira el de Walras, por su gran inclinación a ser “integral”, la presentación de Cuevas no es el ejemplo a seguir. Todo lo contrario, este manual expone la teoría neoclásica como si se hubiese detenido en el marginalismo, sin que aparezca el modelo central de esta teoría: el modelo walrasiano de equilibrio general de los mercados. ¿Es un ejemplo y modelo de “integridad” para nuestros alumnos un manual que en el siglo XXI sigue exponiendo la teoría neoclásica sin Walras y sin su modelo central actual, el de Arrow-Debreu?5.

2. La pista de tratar temas específicos, como: a) La homogeneidad de grado cero de la función de demanda y la teoría de la inflación. “La lectura dicotómica micro/macro que proponen los libros de texto no facilita la comprensión del fenómeno monetario. Todo lo contrario. Lo obscurece. El estudiante termina envuelto en la formulación matemática de la homogeneidad de grado cero”; b) “La racionalidad individual y colectiva es otra área del conocimiento que se comprende mejor cuando la aproximación es integral”, y c) La teoría de la firma y su financiación. “Un enfoque es la función de producción ricardiana. Allí la firma es una caja negra, cerrada y compacta. Coase (1937) propone otro camino radicalmente distinto”.

En general, estas pistas representan un cambio de dirección, pues implican que el “enfoque integral” sólo es necesario para ciertos temas específicos, y no para los grandes temas de la economía. No obstante, aceptemos las pistas. Aceptemos la conclusión del artículo de González: eliminar la micro y la macro de la enseñanza antes que lo hagan las universidades norteamericanas. La consecuencia es que un estudiante futuro no sabrá qué se entiende por “homogeneidad de grado cero de la función de demanda” y no se dará cuenta que puesto que esta demanda solamente está en función de los precios relativos, sin dinero, no permite entender los fenómenos monetarios. Para entenderlos, el estudiante debería saber cómo integrar el dinero a la teoría de los precios reales, y que esto depende de la teoría monetaria y no de la homogeneidad de la función. Y si hubiera estudiado la teoría microeconómica del dinero sabría que el obstáculo para esa teoría es la dicotomía entre mundo real y mundo monetario y, sobre todo, que el dinero se entiende aplicando la teoría de la elección racional, como propuso Hicks. Pero sabemos que ni Patinkin, ni Hahn, ni Wallace, ni otros han podido resolver el problema. Mas como al estudiante colombiano se le prohibió conocer todo esto, al estudiar la inflación afortunadamente no tendrá como referencia el modelo sin dinero de los walrasianos sino la teoría monetaria del autoproclamado “enfoque integral”. ¿Cuál es ésta? González no lo indica. Si, por el contrario, el estudiante estudia a escondidas de los profesores “integrales” la teoría neoclásica de los precios, la homogeneidad de grado cero de la función de demanda y la teoría de la demanda de dinero y, a pesar de todo, como dice González, “olvida todos los requerimientos globales que serían necesarios para que tal principio se cumpla”, es porque tiene mala memoria o simplemente porque la aprendió mal, pero la culpa no es de la microeconomía neoclásica. Una ventaja de los modelos es que muestran claramente las condiciones de validez de sus resultados, otra cosa es que los profesores las entendamos bien para enseñarlas bien.

Igual sucede en los otros dos casos. Sin haber aprendido la microeconomía neoclásica no podría comparar la idea de la firma como mera función de producción con la de institución6, tampoco podría seguir las pertinentes observaciones de González, más allá de la lógica microeconómica, sobre el teorema de la imposibilidad de Arrow en la acción colectiva.

LA PROPUESTA DOCENTE DE GONZÁLEZ

Ya vimos que para González, el “enfoque integral” no es más que un neoclasicismo extendido a la complejidad de la realidad, donde el enfoque walrasiano es la matriz de pensamiento para buscar la reconciliación con sus hermanos disidentes de la escuela “austriaca” y con sus hijos díscolos del “institucionalismo” moderno. Pero, en este orden de ideas, su propuesta académica de colocar al estudiante ante “las fisuras autodetectadas de Walras, Edgeworth, Keynes, Arrow” es criticable porque no es coherente, es un salto al vacío y, además, no es pluralista.

No es coherente porque la incapacidad actual de los estudiantes (y de los profesores) para entender el mundo económico no proviene de la separación artificial entre la micro y la macro, donde un presunto análisis integral subsanaría de inmediato los problemas juntando las ideas, sino de la debilidad intrínseca de la micro y la macro neoclásicas que impiden un enfoque integral coherente.

Es un salto al vacío porque enfrentar al estudiante a esos problemas tan difíciles es enfrentarlo a vacíos de la ciencia, diciéndole sin fundamento que la tarea está al alcance de la mano, que sólo basta proponérselo con un enfoque integral. ¿Es acaso tarea de los estudiantes de pregrado y maestría colombianos enfrentarse a los grandes problemas no resueltos de la ciencia? ¿Existen en Colombia profesores expertos en teoría que puedan dirigir tan digna tarea?

Es unilateral porque al considerar que la matriz para construir el enfoque integral es el paradigma walrasiano se desconocen dos aspectos claves: 1) el fracaso del walrasianismo como paradigma, y 2) el pluralismo teórico.

Para argumentar el primer aspecto basta citar a Clower y Howit (1995a, 35):

Si nos tocara caracterizar en una sola frase la edad moderna (de la ciencia económica), la edad de Keynes, Samuelson, Hicks, Arrow, Debreu y otros, deberíamos llamarla la edad de la ilusión, porque ella parece depender sobre todo de la ilusión general que una pura técnica analítica pueda permitir resolver la mayor parte de nuestros problemas […] En la introducción de la edición ampliada de Foundations (1983) Samuelson despliega toda su elocuencia hablando del placer de haber nacido a la economía en 1932 porque faltaba tanto por “descubrir”. Se podría decir vulgarmente que en economía sólo era necesario “agacharse para recoger”. ¿Pero es que hoy alguna cosa ha cambiado? Es que es ahora mejor nacer para la economía en 1992 que en 1932? ¿Cuáles han sido los problemas que se han resuelto en los últimos 60 años? No es nada seguro que hagamos progresos importantes en el medio siglo que se avecina para hacer pasar la economía de un catecismo académico cuasi religioso a una ciencia empírica sólida. El único peligro, además de la dificultades de las tareas que están por delante de nosotros, es que profesores y especialistas continuemos jugando el juego de la ilusión que en la época actual ha hecho de nuestra disciplina un eunuco desde el punto de vista científico.

En realidad, la debilidad de la ciencia económica actual viene de las deficiencias de los modelos que pretenden ser integrales. Hoy no existe ni walrasianismo, ni marxismo, ni ricardianismo integrales. Existen pedazos, esbozos, modelos parciales y provisionales, y muchos fracasos.

Para argumentar el segundo punto notemos que aparte de los neoclásicos e institucionalistas, González sólo reconoce a los austriacos, y así desconoce y desprecia los aportes, las críticas, las dudas, las insinuaciones de los enfoques “heterodoxos” que se inspiran en Marx, Keynes o Sraffa para avanzar en la formulación de alternativas al modelo walrasiano. Una ciencia integral no puede ser una ciencia dogmática e ignorante que desconozca la mitad de la historia del análisis económico. El pluralismo científico no es un capricho de los heterodoxos para legitimar artificialmente su existencia, sino una necesidad científica que parte de la constatación de que la ciencia neoclásica está en problemas. Hoy la teoría está fragmentada y tiende a perpetuarse en ese estado porque no existe una visión potente que resuelva los problemas básicos y que integre las distintas problemáticas (ver Colander, 2002 y Benetti, 1999).

Este diagnóstico obliga a pensar que la docencia todavía tiene que guardar la parcialización de la enseñanza entre aspectos micro y macro, y tomar en cuenta otras macros y otras micros, no sólo la que propone la escuela walrasiana. Por eso, en vez de proponer la ilusión de enfoques integrales, la alternativa real y más urgente son los estudios plurales, donde coexistan Walras y Arrow junto con lo que proviene de Ricardo, Sraffa, Marx, Keynes y Hayek.


NOTAS AL PIE

1. Blanchard (2000, 1377, nota 3) aclara: “La palabra ‘macroeconomía’ aparece en 1940”. De acuerdo con JSTOR el primero que usó el término ‘macro-economía’ en el título de un artículo fue De Wolf en 1941, en “Income Elasticity of Demand, a Micro-economic and Macro-economic Interpretation”; y el primero que usó ‘macroeconomía’ fue Klein (1946), “Macroeconomics and the Theory of Rational Behavior”.

2. Clower y Howitt (1998) piensan que por haber eludido el tema de la coordinación mercantil, el keynesianismo fue absorbido en el paradigma walrasiano de construcción de modelos de equilibrio sin explicar el funcionamiento de la economía.

3. Blanchard (2000, 1385, nota 9) no deja dudas: “Me referiré a las ‘imperfecciones’ como las desviaciones respecto al modelo estándar de competencia perfecta […] ¿Por qué darle ese estatus a ese modelo completamente carente de realidad? La respuesta es porque la investigación más frecuente se organiza en términos de lo que sucede cuando uno relaja una o más hipótesis en ese modelo”.

4. En Cataño (2004) se desarrollan estos puntos más ampliamente.

5. González habría sido más acertado si hubiese recomendado los manuales de Stiglitz, publicados por Ariel, Microeconomía y Macroeconomía.

6. Es curioso que González atribuya la idea de la firma como función de producción a Ricardo y no a los neoclásicos. En realidad, en la teoría ricardiana no hay funciones de producción puesto que no hay factores sustituibles, como mostró Sraffa. Además, si se quiere una visión “integral” de la teoría de la firma es necesario no limitarse a repetir a Coase y a Williamson, pues una actitud “integral” es estudiar a sus críticos. Ver Clower y Howitt (1995b), y Ankarloo y Palermo (2004).


REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

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