ÉRASE UNA VEZ EL ZORRO Y EL ERIZO
PREFACIO: PRESENTACIÓN DE LOS PROTAGONISTAS*
ONCE UPON A TIME THE FOX AND THE HEDGEHOG. PREFACE: INTRODUCING THE PROTAGONISTS
Stephen Jay Gould
* Presentación del libro Érase una vez el zorro y el erizo. Las humanidades y la ciencia en el tercer milenio, de Stephen Jay Gould, Barcelona, Editorial Crítica, 2004.
Prefiero utilizar aquí el inicio de los cuentos de hadas rusos, que es más eufónico que nuestro equivalente “había una vez”: zhili byli (o, literalmente, “vivió, fue”). De modo que empiezo así este cuento complicado de discordia inicial y concordia potencial: “Zhili byli el zorro y el erizo”. En su Historia animalium, de 1551, Konrad Gesner, el gran sabio suizo de casi todo, bosquejó las imágenes iniciales y “oficiales” de estos seres en el primer gran compendio del reino animal publicado en la época de Gutenberg. El zorro de Gesner encarna el engaño y la astucia que tradicionalmente se asocian a este importante símbolo de nuestra cultura: sentado sobre sus cuartos traseros, preparado para lo que sea, las patas delanteras rectas y extendidas, las posteriores listas para saltar, las orejas enhiestas y el pelo erecto a lo largo de toda la línea del lomo. Por encima de todo, su cara sonríe enigmática y abiertamente, desde las tiesas pestañas hasta la sonrisa larga y afectada, terminando en el ahusado hocico con los bigotes extendidos... Todo parece decir: “Mírame ahora, y después dime si has visto nunca algo que sea siquiera la mitad de avispado”.
El erizo, en cambio, es largo y bajo, todo él expuesto y nada escondido. Toda la superficie superior de su cuerpo está recubierta de púas y sus pequeños pies se acomodan perfectamente bajo esta estera protectora superior. La cara, a mí, me parece sencillamente plácida: ni estúpida ni ausente, con la expresión, más bien, de una confianza severa pero completamente comprometida.
Sospecho que Gesner dibujó estos dos animales para destacar estas sensaciones y asociaciones de una manera directa y a propósito. Porque la Historia animalium de 1551 no es una enciclopedia científica en el sentido moderno de presentar información basada en hechos sobre objetos naturales, sino un compendio renacentista de todo lo que habían dicho o informado observadores o moralistas sobre los animales y sus significados, con el énfasis puesto en los autores clásicos de Grecia y Roma (que desde el Renacimiento se veían como la encarnación de la sabiduría asequible en su forma más elevada) y, en el mejor de los casos, utilizando la verdad y la falsedad objetivas, como un criterio menor para reforzar ese énfasis. Cada anotación incluye información empírica, fábulas, usos humanos y relatos y listas de proverbios en los que aparece el animal en cuestión.
El zorro y el erizo no sólo representaban los símbolos distintos y bien conocidos de la astucia frente a la perseverancia. También habían estado explícitamente relacionados, desde el siglo VII a. C., en uno de los proverbios sobre animales más ampliamente conocidos, un refrán enigmático que consiguió una vida renovada en el siglo XX. Es evidente que Gesner dibujó a su zorro y a su erizo en sus papeles de protagonistas de esta máxima grande y algo misteriosa.
En la época de Gesner, y siempre desde entonces para estos asuntos, cualquier estudioso en busca de un proverbio acudía inmediatamente a la fuente más aceptada, como si dijéramos el Bartlett1 sin rival para este tipo de citas: los Adagia (adagios o proverbios) compilados, y publicados por primera vez en el año 1500, por el mayor de los intelectuales del Renacimiento, Erasmo de Rotterdam (1466-1536). Desde luego, Gesner utilizó y reconoció el mérito de la extensa discusión de Erasmo del proverbio que relacionaba a ambos animales en sus dos artículos, De Vulpe (Sobre el zorro) y De Echino (Sobre el erizo), de su tratado fundamental de 1551.
Este proverbio algo misterioso procede de una fuente imprecisa, Arquíloco, el soldado-poeta griego del siglo VII a. C. que a veces se ha considerado el mayor lírico después de Homero, pero que sólo se conoce a partir de fragmentos y de citas secundarias, sin ningún escrito extenso ni datos biográficos. Erasmo cita, en su latín universalizado, el contraste arquilóquico de zorro y erizo: Multa novit vulpes, verum echinus unum mágnum (o, aproximadamente: “El zorro planea muchas estrategias, el erizo conoce una sola estrategia, grande y efectiva”).
Empleo esta imagen trillada, aunque enigmática, de dos maneras importantes (y asimismo en el título del libro) para ejemplificar mi concepto de la relación adecuada entre las ciencias y las humanidades. No podría estar más de acuerdo con el sentimiento vital expresado por mi colega E. O. Wilson (aunque la parte III de este libro explicará también mis razones para rechazar su vía preferida hacia nuestro objetivo común): “La mayor empresa de la mente siempre ha sido y siempre será el intento de conectar las ciencias con las humanidades”2. Utilizo la antigua imagen de Arquíloco, y la extensa exégesis de Erasmo, para subrayar mis propias recomendaciones para una unión fructífera de estas dos grandes vías del saber. Pero mi comparación no se basará en la más directa o sencilla. Es decir, y de manera enfática, no afirmo que una de las dos grandes vías (ya se trate de la ciencia ya de las humanidades) funciona como el zorro y la otra como el erizo.
De los dos usos que hago, el primero es, lo confieso, completamente idiosincrásico, enteramente concreto y casi tan enigmático como el propio proverbio. Es decir, me referiré, en un razonamiento crucial, a la cita específica de la explicación que hace Erasmo del lema de Arquíloco tal como se conserva en un ejemplar concreto del libro de Gesner de 1551. Además, aunque yo deleite al lector con zorros y erizos en esta introducción, este primer uso desaparecerá completamente del texto hasta las últimas páginas, donde cito (e ilustro) este párrafo para obtener una conclusión general final con un brío empírico específico. Además del zorro y el erizo, un misterioso magíster comparte espacio con los dos animales en el título original inglés de la obra3. Ese “maestro” hará una breve aparición mediadora (en el capítulo 4) y después se retirará así mismo hasta encontrarse con los dos animales en las páginas finales.
Pero mi segundo uso impregna todo el libro, aunque intento mantener los recordatorios explícitos en un mínimo soportable (un esfuerzo que exige gran dominio de uno mismo, y que en cualquier caso se arriesga al probable fracaso de un personaje tan didáctico como su seguro servidor). Este segundo empleo se halla así mismo fuertemente ligado a los significados metafóricos que a lo largo de la historia se han superpuesto a la imagen de Arquíloco, en especial desde la exégesis intelectual de Erasmo. Este uso se convirtió en básico para el comentario literario del siglo XX cuando Isaiah Berlin (mi héroe intelectual personal y un hombre encantador que me ofreció su amistad cuando yo era un tímido principiante y absoluto don nadie) invocaba el emparejamiento de zorro y erizo para contrastar los estilos y actitudes de varios famosos escritores rusos. Desde entonces, la gente de letras ha jugado a un juego común a la hora de designar a sus literatos favoritos (o anatematizados) ya como erizos por su tenacidad en aferrarse a un estilo o en defender una idea clave, ya como zorros por su capacidad de moverse una y otra vez, como Picasso, desde un modo y significado de expresión excelente a otro completamente distinto. El juego mantiene bordes afilados porque tales atribuciones se han hecho tanto de forma descriptiva como restrictiva, y las personas de buena voluntad (y de mala voluntad, si de eso se trata) pueden argumentar eternamente acerca de una o ambas de tales formas. (Debo confesar asimismo que titulé uno de mis libros de ensayos Un erizo en la tormenta4 para designar mi propia y tozuda invocación de la evolución darwiniana como tema que encaja en casi cualquier contexto o controversia).
Erasmo (lo estoy citando a partir de mi edición de 1599 de sus Adagia) empieza con las razones usuales y evidentes para la famosa contraposición de Arquíloco. Cuando es perseguido por los cazadores, el zorro idea cada vez una manera nueva y escurridiza de escapar: Nam vulpes multijugis dolis se tuetur adversus venatores (“Porque el zorro se defiende de los cazadores utilizando muchos ardides diferentes”). El erizo, en cambio, intenta mantenerse alejado del peligro, pero emplea su único gran truco si es alcanzado por los perros de los cazadores: el animal se enrolla formando una bola, con su pequeña cabeza y sus pies diminutos, y su blanda panza, protegidos total y completamente por una capa envolvente de púas. Los perros pueden hacer lo que quieran: golpear al animal, hacerlo rodar o incluso intentar morderlo, pero sin ningún resultado (o con el resultado de dolorosas heridas); porque los perros no pueden capturar a esta bola pasiva y llena de púas, y en último término tendrán que dejar al animal solo, quien finalmente (cuando el peligro haya pasado) se desenrollará y, tranquilamente, se alejará ileso. Erasmo escribe: Echinus unica duntaxat arte tutus est adversus canum morsus, siquidem spinis suis semet involuit in pilae speciem, ut nulla ex parte morsu, prendi queat (“El erizo sólo tiene una técnica para mantenerse a salvo frente a la mordedura de los perros, porque se enrolla, con las púas hacia fuera, en una especie de bola, de modo que no puede ser capturado a mordiscos”).
Mas avanzada esta exégesis, Erasmo añade incluso un viejo cuento de intensificación, al mencionar de manera delicada sólo los grandes rasgos del relato, y remite a sus lectores a las fuentes originales si quieren saber más. Si acaso este único gran truco fallara, el erizo suele aumentar la misma apuesta básica al emitir un chorro de orina, que cubre las púas y las debilita hasta el punto de excisión. Pero, ¿cómo puede ayudar al animal esta forma espectacular de corte de pelo autoinfligido? Erasmo no va más allá, pero cuando consultamos a Plinio y Eliano (las dos fuentes clásicas que cita Erasmo), nos enteramos de lo mal bicho, duro y determinado que puede ser este animal aparentemente tímido. El truco definitivo de la orina, se nos dice, puede funcionar de tres maneras distintas. En primer lugar, con las púas extirpadas, a menudo el animal se puede escabullir sin ser advertido. En segundo lugar, la orina huele tan mal que los cazadores perrunos o humanos pueden simplemente perder su interés y batirse en una rápida retirada. Tercero, si todo lo demás falla, y los cazadores acaban por capturarlo de todos modos, al menos el erizo puede disfrutar de su última carcajada de muerte, porque su corte de pelo lo ha convertido en inútil para sus captores (quienes, en una cuarta utilidad potencial, podrían asimismo abandonarlo frustrados, al reconocer este resultado por adelantado): porque el principal atractivo del erizo para los seres humanos reside en el valor de su piel, pero sólo si tiene las púas intactas, como un cepillo natural.
El poder y el atractivo de la imagen de Arquíloco radica, como resulta evidente, en sus dos niveles de significado metafórico para los contrastes humanos. El primero se refiere a estilos psicológicos, que se suelen aplicar a objetivos bastante prácticos. Batirse o persistir. Los zorros deben su supervivencia a una cómoda flexibilidad y la capacidad de reinvención, a un talento misterioso para reconocer (muy pronto, mientras todavía existen posibilidades) que un camino elegido no producirá frutos, y que o bien hay que encontrar rápidamente una opción diferente, o bien hay que jugar a un juego distinto. Los erizos, en cambio, sobreviven porque saben exactamente lo que desean, y mantienen la senda escogida con una persistencia inmutable, resistiendo penas y calamidades, hasta que los adversarios menos comprometidos acaban finalmente por abandonar, dejando el camino libre de obstáculos para darse un paseo hacia la victoria.
El segundo, desde luego, tiene que ver con estilos preferidos de práctica intelectual. Diversificarse y embellecer, o intensificar y cubrir. Los zorros (los grandes, no los ramoneadores frívolos u ostentosos) deben su reputación a una ligera (pero realmente iluminadora) propagación de auténtico genio en muchos campos de estudio, y aplican sus diversas habilidades a introducir un fruto nuevo y crucial para que otros estudiosos lo recojan y lo mejoren en un huerto concreto, y después se van a sembrar algunas semillas nuevas en un campo totalmente diferente. Los erizos (los grandes, no los pedantes) localizan una mina vitalmente importante, en la que sus dotes particulares y realmente especiales no pueden ser igualadas. Después permanecen en aquel lugar durante toda su vida, excavando cada vez a mayor profundidad (porque nadie más puede hacerlo), llegando a depósitos cada vez más ricos de un filón principal cuya generosidad completa no ha sido nunca antes tan bien reconocida ni explotada.
Utilizo el zorro y el erizo para mi modelo por la manera en que las ciencias y las humanidades deben interactuar, porque creo que ninguna estrategia pura puede funcionar, pero que una unión fructífera de estos opuestos aparentemente tan distantes puede articularse, con buena voluntad y una moderación importante por ambos bandos, en una empresa diversa pero común de unidad y poder. La manera del erizo no puede bastar porque las ciencias y las humanidades, por la lógica básica de sus esfuerzos dispares, realizan cosas distintas, cada una de ellas igualmente esencial para la humanidad. Necesitamos esa totalidad por encima de todo, pero no podemos conseguir el objetivo eliminando las diferencias legítimas (criticaré la idea de consiliencia de Wilson sobre esta base) que hacen que nuestras vidas sean tan variadas, tan irreducibles y tan fascinantemente complejas. Pero si perdemos de vista este objetivo general (la intuición del erizo) que subyace a las preocupaciones y aproximaciones legítimamente diferentes de estas dos grandes maneras, entonces estaremos realmente derrotados, y los perros de la guerra destriparán nuestro vientre y vencerán.
Pero la manera del zorro tampoco puede imponerse, porque una flexibilidad demasiado grande puede conducir a la supervivencia sin un valor duradero: la mera persistencia sin un núcleo moral o intelectual intacto. ¿De qué triunfo puede alardear ese camaleón por excelencia, si no obtiene ni siquiera el mundo, sino sólo su continuidad básica, al precio de su alma? Por suerte, y en el sentido más norteamericano y localista, conocemos un modelo de larga persistencia y utilidad probada para las virtudes de la unión fructífera de opuestos aparentes. Este modelo nos ha ayudado a través de los peores fuegos del desafío (tanto la autoinmolación voluntaria desde 1861 a 1865, como los obstáculos externos que se intentaron varias veces, empezando con las primeras batallas de 1775)5.
Hemos llegado a encarnar este ideal en nuestro lema nacional, e pluribus unum (“uno de entre muchos”). Si las diferentes habilidades y maravillosas flexibilidades del zorro pueden combinarse con la visión clara y el propósito testarudo y sincero del erizo, entonces un estandarte tachonado de estrellas puede proteger a una gran extensión de máxima diversidad, porque ahora finalmente todas las habilidades del zorro cuajan para realizar la gran visión del erizo. Nunca antes en la historia humana se ha intentado el experimento de la democracia a través de una gama tan extensa de geografías, climas, ecologías, economías, idiomas, grupos étnicos y capacidades. Dios sabe que hemos padecido nuestros problemas, y que hemos impuesto persecuciones horrendas y duraderas a sectores con iniciativas, mancillando así el gran objetivo de la manera más vergonzosa que se pueda imaginar. Aun así, como balance, y en comparación con todos los demás esfuerzos de escala similar en la historia humana, el experimento ha funcionado, y ha ido demostrando una mejora sustancial, al menos en el curso y en los recuerdos de mi vida.
Ofrezco la misma receta básica para la paz, y el crecimiento mutuo en fortaleza, de las ciencias y las humanidades. Estos dos grandes empeños de nuestra alma y nuestro intelecto funcionan de manera diferente y no pueden amalgamarse en una coherencia sencilla, de modo que hay que darle su oportunidad al zorro. Pero las dos aventuras pueden conducirnos hacia delante, ineluctablemente unidos si es que acaso queremos mantener alguna esperanza de llegar, hacia el objetivo común de la sabiduría humana, conseguida a través de la unión del saber natural y del arte creativo, dos verdades diferentes pero que no entran en conflicto, que, al menos en este planeta, sólo los seres humanos pueden forjar y fomentar.
Pero aprendí una lección importante de la lectura del comentario de Erasmo y al considerar el significado más profundo de las ilustraciones de Gesner. Erasmo, siguiendo la guía literal del minimalismo de Arquíloco, presenta los estilos del zorro y el erizo como simplemente diferentes, siendo cada estrategia efectiva a su manera, y expresando cada una un extremo de un continuo. Pero Erasmo está claramente a favor del erizo en un sentido crucial: por lo general los zorros se las apañan muy bien, pero cuando la suerte está echada in extremis, mira en tu interior y sigue la manera singular e inevitable que surge del corazón y el alma de tu ser, sean cuales sean los límites naturales... porque nada supera a una brújula moral inmutable en los momentos del mayor peligro.
Erasmo, después de alabar las muchas argucias del zorro (como se ha citado anteriormente), añade después: Et tamen haud raro capitur (“Pero, sin embargo, es capturado no raramente”). El erizo, en cambio, casi siempre acaba ileso, quizá un poco estresado y engañado, pero en último término incólume. De modo que los intelectuales de toda índole y tendencia han de mantener esta integridad fundamental de no compromiso con la moda o (mucho peor) con las adulaciones maléficas del poder temporal. Siempre hemos sido, y siempre seremos, una minoría. Pero si nos enrollamos en una bola ante los golpes, mantenemos los bríos de nuestra integridad interna y colocamos enhiestas nuestras púas, no podemos perder, porque la pluma, apoyada por algunos modos de difusión, es realmente más poderosa.
Finalmente, no quiero menospreciar ni difamar al zorro, cosa que tampoco desea hacer Erasmo, a pesar de su frase clara y contundente, que acabo de citar, contra este símbolo redomado de astucia. Porque Erasmo termina su largo y sesudo comentario con dos relatos sobre diálogos entre el zorro y otro hermano carnívoro. El primer relato del zorro y el gato simplemente amplía el punto de vista inicial de Erasmo acerca de la ventaja del erizo en episodios de gran vigor e intensidad. Los dos animales se encuentran y empiezan a discutir acerca de las mejores maneras de eludir las jaurías de perros cazadores. El zorro se jacta de su enorme saco de trucos, mientras que el gato describe su única manera efectiva. Después, justo en medio de esta discusión abstracta, los dos animales han de enfrentarse a una prueba inesperada y práctica por excelencia: “De pronto, en medio de la discusión, oyen los ladridos de la jauría de perros. El gato salta inmediatamente al árbol más alto, pero el zorro, mientras tanto, es rodeado y capturado por la manada de perros”. Praestabilius es se nonnunquam unicum habere consilium (“Quizá es mejor tener una manera de sabiduría”), añade Erasmo, id sit verum et eficaz (“mientras sea real y efectiva”).
Pero el segundo relato del zorro y la pantera salva a nuestro designado personaje y muestra la belleza interior de su flexibilidad, según queda ilustrado, porque evita la mera exhibición llamativa en favor de la verdadera destreza mental. Erasmo escribe:
Cum aliquando pardus vulpem pre se contemneret, quod ipse pellem haberet omnigenus colorum maculis variegatem, respondit vulpes, sibi decoris in animo esse, quod ille esset in cute.
Cuando la pantera menosprecia al zorro en comparación con ella, porque su piel [la de la pantera] está tan bellamente abigarrada con tantas manchas de colores de todo tipo, el zorro responde que es mejor estar decorado así en la mente que en la piel.
Y así les digo a las ciencias (en las que resido desde hace tanto tiempo con orgullo y satisfacción) y a las humanidades (cuya duradera técnica de exégesis a partir de fuentes impresas clásicas intento utilizar, a mi propia manera, como modo primario de análisis en este libro): ¡qué poder podríamos forjar juntos si todos pudiéramos prometer hacer honor a las dos maneras, ambas realmente diferentes e igualmente necesarias, y después unirnos a ellas con todo respeto, al servicio de un objetivo común, tal como se expresa en la antigua definición de Platón del arte como modificación humana inteligente y ornamentación maravillosa, basado en la verdadera veneración de la realidad de la naturaleza! Porque entonces, tal como dijo el poeta persa:
¡Oh! El desierto fuera suficiente paraíso.
Entonces el desierto (la sencilla maraña de maravillas de la naturaleza) se convertiría en un paraíso (literalmente, un jardín cultivado de delicias humanas).
El objetivo no podría ser mayor ni más noble, pero las tensiones son antiguas y profundas, por falsamente planteadas que estén desde el inicio, y por agitadas por pequeñas mentes que hayan sido desde entonces. Así, puede conseguirse ciertamente la unión del zorro y el erizo, y a buen seguro produciría, como progenie, una cosa resplandeciente llamada amor y estudio, creatividad y conocimiento. Pero será mejor que, para esta hibridación, actuemos de acuerdo con la resolución de un chiste viejo y malo sobre un animal no estrechamente emparentado con el erizo, pero que funcionalmente es su equivalente en la manera primaria de esta discusión. Utilizando un lenguaje más decoroso de lo que el chiste impone, ¿cómo pueden copular dos puercoespines? La respuesta, desde luego, es: “con cuidado”.
NOTAS AL PIE
1. De John Bartlett (1820-1905), famoso editor y compilador norteamericano. (N. del trad.)
2. De su libro Consilience: The Unity of Knowledge, Nueva York, Knopf, 1998, p. 8. [Hay traducción castellana: Consiliencia. La unidad del conocimiento, Barcelona, Galaxia Gutenberg, 1999, p. 15. (N. del trad.)].
3. Recordémoslo: The Hedgehog, the Fox and the Magister’s Pox. (N. del trad.).
4. An Urchin in the Storm. Essays About Books and Ideas, Nueva York, W. W. Norton, 1987. El propio Gould aclaraba a continuación que el erizo es llamado urchin por los ingleses y hedgehog por los norteamericanos. (N. del trad.).
5. La guerra civil o de secesión norteamericana y la guerra de independencia, respectivamente. (N. del trad.).