EL PROBLEMA DE LA CAUSALIDAD EN LAS CIENCIAS SOCIALES
THE CAUSALITY PROBLEM IN SOCIAL SCIENCES
Jaime Jaramillo Uribe*
* Conferencia dictada en el curso de posgrado del Departamento de Sociología de la Universidad Nacional de Colombia (2003). Fecha de recepción: 20 de agosto de 2004, fecha de aceptación: 3 de septiembre de 2004.
Para iniciar estas consideraciones sobre el problema de la causalidad en las ciencias sociales, es conveniente recordar que a pesar de las disputas que se han presentado en el seno del pensamiento moderno sobre la consistencia lógica del principio de causalidad, las ciencias, bien sean las de la naturaleza o de la vida social, siguen actuando sobre la base de que su más importante misión es explicar por qué se producen los hechos o fenómenos de que se ocupan. El historiador, y por analogía el científico social, ha dicho el historiador inglés Edward H. Carr, es alguien que siempre pregunta ¿por qué?1.
Pero ante el hecho aparentemente obvio de que todo lo que sucede, sea en el campo de la naturaleza o de la vida histórica y social, debe tener una o varias causas, el principio de causalidad no ha carecido de vicisitudes y alternativas en la historia del pensamiento científico moderno.
En efecto, recordemos que su existencia y su consistencia lógica fueron puestas en duda en la segunda mitad del siglo XVIII por el filósofo inglés David Hume en su conocida obra Ensayo sobre el entendimiento humano. En dicho estudio, Hume demostró, o pretendió demostrar, que era imposible comprobar las causas de los fenómenos naturales y que cuando afirmábamos que esto produce aquello, obedecíamos simplemente a una costumbre, a un hábito mental, pero que no teníamos ningún argumento lógico para comprobarlo. Ante este demoledor ataque al principio de causalidad, la consistencia lógica de la ciencia quedaba en entredicho2.
Sabemos también que para refutar el escepticismo de Hume y darle consistencia lógica al principio de causalidad tal como lo había concebido la física de Newton, Kant escribió su Crítica de la razón pura. Sin adentrarnos en los detalles del análisis de Kant, podríamos decir sumariamente que Kant afirma que la mente humana, por naturaleza, está constituida por un conjunto de categorías, de estructuras mentales para captar la realidad, y que una de esas estructuras es la que establece la relación causa-efecto. Si no fuera así, la física de Newton y toda la ciencia de la naturaleza quedarían en entredicho, sin fundamento lógico, sometidas a permanente incertidumbre3.
Pero el ataque de Hume no sería el último que recibiría el principio de causalidad. En efecto, a mediados del siglo XIX el filósofo francés Augusto Comte, fundador del positivismo moderno, afirmaría que la preocupación por la causa, o por las causas, era un residuo de la antigua etapa metafísica del pensamiento humano. Que la misión de la ciencia debería limitarse a una descripción de los procesos que se daban en la realidad y nada más.
Finalmente, en los albores de la física atómica moderna, a comienzos del siglo XX, el físico alemán Max Plank comprobó que la realidad del átomo era muchísimo más compleja de lo que había pensado la física clásica, la física de Newton y de sus sucesores, y que en esos niveles de la realidad reinaba cierta incertidumbre, razón por la cual sólo podía hablarse de una causalidad estadísticamente probable.
Ahora bien, si abandonamos el campo general de la ciencia y nos situamos en el campo particular de las ciencias sociales, concretamente en el de la historia, el problema se hace más complejo y la suerte del principio de causalidad más incierta y problemática. Si dejamos de lado las muy discutibles y frágiles hipótesis sobre la influencia de la geografía, los climas, las razas, etc., y nos situamos en el plano más realista y más histórico en que plantearon el problema Marx y Engels en el Manifiesto comunista de 1848, y en otros textos, el problema de la causalidad en las ciencias sociales toma un nuevo giro. La historia –afirman ellos– ha sido la historia de la lucha de clases: esclavos y dueños de esclavos en la antigüedad; señores feudales y siervos en la Edad Media; burgueses y proletarios en la época moderna. Anotemos de paso que fue un error de Marx y Engels llamar “materialismo histórico” a su concepción, porque en la materia puede haber física, pero no historia, al menos según la concepción que de la historia tiene el pensamiento moderno. Quizá la denominaron así porque, como ellos mismos dijeron, las ideas, es decir, la conciencia de clase, en algún momento adquieren el carácter de una fuerza material. Una clase social no se constituye en actor efectivo de la historia sino cuando adquiere la idea de su rol en el proceso social y cuando está en capacidad de sustituir en la dirección del Estado y de la sociedad a otra clase social. Es decir, cuando adquiere conciencia de clase. Marx y Engels dedicaron gran parte de su vida a formar esa conciencia y a suministrar el conjunto de ideas que deberían orientar la acción política de la clase obrera.
A mediados del siglo XIX, cuando estaban en plena actividad política e intelectual Marx y Engels, el historiador inglés Carlyle publicó su obra De los héroes, en la cual afirmaba que el curso de la historia lo determinaban las ideas y decisiones de las grandes personalidades: un César en Roma, un Carlomagno en la Edad Media, un Napoleón en la época moderna.
La concepción de Carlyle no ha tenido buena recepción entre los historiadores modernos y menos aún entre los sociólogos. Pero el problema de la influencia de las grandes personalidades en la vida política y social no está definitivamente resuelto. Pensemos en la historia del siglo XX y en lo que en ella han significado Lenin, Stalin, Churchill, De Gaulle, Mao Tsetung. El historiador y el sociólogo pueden preguntarse si no habría sido diferente la historia de la Unión Soviética si al morir Lenin lo suceden Trotsky o Bujarin y no Stalin. Pero volvamos al problema de la causalidad en el campo específico de las ciencias sociales y en particular en el campo de la historia.
En la historiografía contemporánea dos historiadores se han ocupado específicamente del tema: el historiador francés Marc Bloch, uno de los fundadores de la escuela francesa de los Annales, en su conocido libro Introducción al estudio de la historia, y el inglés E. H. Carr en su difundida obra Qué es la historia. Ambos aceptan que el historiador no puede renunciar a dar una explicación causal de los hechos y realidades históricos, pero afirman que esta explicación tiene sus dificultades y debe manejarse con mucha cautela y precaución. Ambos dan ejemplos para fundamentar sus ideas.
El ejemplo de Bloch es el de un hombre que marcha por el camino de una montaña y en algún momento tropieza, rueda por el precipicio y muere. ¿Cuál fue la causa del accidente? Bloch postula varias hipótesis. El mal estado del camino o la imprevisión del caminante, que pudo haber escogido otra vía; o quizá la ley de la gravedad. Todas estas causas pueden explicar el accidente, pero Bloch concluye que la más plausible es el tropezón, entre otras razones porque es la que más fácilmente hubiera podido evitar el caminante. Finalmente, después de muchas reflexiones Bloch concluye: a) que el historiador no puede renunciar a la explicación causal; b) que en la historia no existe la causa sino las causas y que encontrarlas exige mucha cautela y mucha inteligencia del historiador. Finalmente, que en la historia las causas no se postulan previamente, sino que se buscan4.
El historiador inglés Edward H. Carr dedica un capítulo de su libro Qué es la historia al problema de la causalidad5. Quienes lo hayan leído recordarán el ejemplo que trae para explicar las dificultades que encuentra el historiador al emplear el concepto de causa. N.N. sale de su casa en busca de cigarrillos. Al cruzar la calle un automóvil lo atropella y muere. ¿Cuál fue la causa de su muerte? Algunas personas que se ocupan del caso dicen que fue el vicio del cigarrillo, que si N.N. no hubiera salido a buscar cigarrillos no habría encontrado la muerte. Otras opiniones aluden a la falta de iluminación, pues si las calles hubieran estado bien iluminadas N.N. no hubiera intentado cruzar la calzada. Otros explican el accidente por los malos frenos del automóvil. Algunos agregan que la causa se debe a los malos servicios del taller de mecánica que revisó los frenos del automóvil. La cadena podría continuar indefinidamente. Carr concluye que, en este caso, la explicación más plausible es la falta de iluminación de las vías y la imprevisión del fumador de cigarrillos, y que un camino para llegar a esta conclusión está en preguntarnos cómo podemos evitar los accidentes de tráfico en las grandes avenidas. La respuesta parece ser: dotándolas de buena iluminación, y que los transeúntes tengan el debido cuidado antes de pasar las calzadas.
Para plantear el problema que nos ocupa en un campo más concreto, traigamos a colación un ejemplo colombiano: el actual conflicto social, político y militar. ¿Por qué se produjo? Si tornamos la mirada a sus orígenes más o menos remotos, a 1930, diríamos que su causa o sus causas fueron los conflictos en torno a la propiedad de la tierra que se presentaron en ciertas regiones de Cundinamarca y Tolima, como Sumapaz, Pacho, Viotá, Cunday y Chaparral. Estos conflictos produjeron encuentros violentos, intervenciones militares y aun masacres, y sus consecuencias políticas y sociales se prolongaron por varias décadas. En 1950, con motivo del advenimiento a la presidencia de la República del doctor Laureano Gómez, para que fuera posible su elección, la violencia política tomó nuevas modalidades y, correlativamente, los movimientos de autodefensa, en este caso del liberalismo y otros grupos políticos, adquirieron nueva fuerza. Hasta aquí podemos establecer con cierto grado de licitud que los factores políticos internos explican las causas del conflicto.
Pero a partir de 1958, cuando se produjo la revolución cubana contra la dictadura de Batista, liderada por Fidel Castro y otros dirigentes políticos, y sobre todo después de que el régimen presidido por Castro se declaró comunista y recibió el apoyo de la Unión Soviética, las guerrillas tradicionales de Colombia tomaron el carácter de un movimiento nacional que buscaba establecer un nuevo orden social, un Estado socialista o comunista, siguiendo el modelo de la revolución cubana.
De manera que si nos preguntamos por la causa del actual conflicto tenemos que variar la pregunta y preguntarnos por las causas. Porque son varias: viejos conflictos por la propiedad de la tierra; violencia de los años cuarenta y cincuenta para obtener un cambio político en la dirección del Estado (en este caso para asegurar una problemática victoria conservadora); aparición de la revolución cubana; reflejos en toda América Latina de la “guerra fría”, del antagonismo entre los Estados Unidos y la Unión Soviética, etc.
En conclusión: En las ciencias en general, y en las ciencias sociales en particular, no se puede prescindir de la explicación causal. Ninguna de ellas puede limitarse a una descripción de los fenómenos naturales o sociales e históricos. Deben, sin embargo, abandonar la idea de que hay una causa única que los explica y aceptar el hecho de que en sus territorios no existe “la causa” sino “causas”. Y, también, que el factor que hasta cierto momento explicaba la causa de un fenómeno, puede sustituirse por otro factor del mismo proceso cuando cambian las circunstancias en que se produce.
Como ustedes ven, el problema de la causalidad en las ciencias sociales no es un problema sencillo ni de fácil solución. Pero también es claro que sin explicación causal éstas pierden su razón de ser, al menos como ciencias que deben contribuir a la solución de los conflictos y problemas de la sociedad o, aun más, preverlos. Y todo ello porque en la vida social, como en la biológica, para curar la enfermedad tenemos que conocer y atacar sus causas.
NOTAS AL PIE
1. Edward H. Carr, Qué es la historia, Barcelona, Seix Barral, 1970, capítulo IV, pp.117 y ss.
2. David Hume, Ensayo sobre el entendimiento humano, traducción e introducción de Magdalena Fety, Bogotá, Editorial Norma, 1992, particularmente la sección VII.
3. Enmanuel Kant, Crítica de la razón pura, traducción de José Rovira Armengol, Buenos Aires, Editorial Losada, 1960. El problema de la causalidad es tratado en la parte correspondiente a la “analítica trascendental”.
4. Marc Bloch. Introducción al estudio de la historia, México, Fondo de Cultura Económica, 1966, pp. 146 y ss.
5. Carr, op. cit., pp 117 y ss.