ESTO SE CALIENTA
IT IS GETTING WARM
Una verdad incómoda. La crisis planetaria del calentamiento global y cómo afrontarla, Al Gore, Barcelona, Gedisa, 2007, 325 pp.
Bernardo Pérez Salazar*
* Magíster en Planificación del Desarrollo Regional, investigador social, Bogotá, Colombia, bperezsalazar@yahoo.com Fecha de recepción: 10 de septiembre de 2007, fecha de modificación: 14 de septiembre de 2007, fecha de aceptación: 4 de octubre de 2007.
Y ahora, la presión de los intentos corporativos de influir y controlar las iniciativas políticas públicas se ha intensificado enormemente, lo cual a su vez nos está llevando a la utilización muy difundida y, a menudo cínica, de […] técnicas de persuasión de masas para condicionar las ideas del público en relación con importantes asuntos, de modo tal que no preste su apoyo a las soluciones que podrían resultar incómodas –y costosas– para ciertas industrias.
Al Gore, Una verdad incómoda (p. 287)
Aun sin haber concluido, 2007 fue un año mediático memorable para el ex vicepresidente de Estados Unidos, Al Gore.
En febrero, durante la 79 edición de los premios Oscar de la Acade mia de Artes y Ciencias Cinematográficas, los medios dieron gran despliegue al galardón otorgado a An Inconvenient Truth como mejor película documental, que recibió junto con el director y productor Davis Guggenheim.
En abril, se registró el desaire que Gore le propinó a Álvaro Uribe, quien capoteaba en Bogotá el escándalo por las investigaciones judiciales contra ex colaboradores cercanos e integrantes de su bancada en el Congreso debido a sus nexos económicos y electorales con grupos paramilitares. El ex candidato presidencial demócrata se negó públicamente a compartir el escenario del “Foro Verde” en Miami con el presidente colombiano.
Después, a mediados de mayo la revista Time reprodujo el texto completo de la introducción a su libro más reciente, The Assault on Reason (2007), en la que Gore lamenta el efecto corrosivo que hoy ejercen los medios masivos, cuya propiedad es cada vez más concentrada, sobre el “mercado de las ideas” que cimienta la democracia estadounidense desde su diseño original:
La fe que depositaron nuestros Fundadores en la viabilidad de una democracia representativa se asentó en su confianza en la sabiduría de una ciudadanía bien informada, un ingenioso diseño de controles y balances y su creencia en el gobierno por la razón como principio natural de la soberanía de un pueblo libre […] La “ciudadanía bien informada” está en peligro de convertirse en una “audiencia bien entretenida” (2007)1.
Luego, en los primeros días de julio, los medios destacaron su papel en la organización del concierto Live Earth que reunió luminarias de la industria discográfica, como Madonna, Sting y Shakira, en escenarios sincronizados alrededor del globo desde Berlín hasta Sydney, para llamar la atención mundial sobre el calentamiento global.
Pocas semanas después, cuando se estrenó La película de los Simpsons, el público encontró reiterados guiños y puyas dirigidas a Gore y su obra. Entre otros, una parodia sobre Live Earth, al inicio de la cinta: una banda de rock que toca sobre una plataforma flotante en el lago Springfield, se va a pique en sus aguas contaminadas por la reacción furibunda del público al tímido llamado en favor de la preservación del medio ambiente que hace uno de los músicos.
El origen de la renovada celebridad de Gore en 2007 se remonta al momento en que decidió aceptar la derrota ante George W. Bush en las elecciones presidenciales de 2000 y optó por refugiarse en la causa del cambio climático en la que había estado activo antes de ser vicepresidente de la administración Clinton. De esa etapa data su libro La tierra en juego (1993) y, según él mismo, también su compromiso vital de otorgar al tema la máxima prioridad en su carrera profesional.
Desencantado con “la calidad del diálogo democrático” en Estados Unidos y porque tan pronto asumió la presidencia Bush abandonó la promesa electoral de regular la emisiones de dióxido de carbono (CO2) y otros gases causantes del calentamiento climático, Gore desempolvó los materiales que había reunido para su libro anterior, los complementó con nuevos hallazgos e informaciones y organizó una presentación de diapositivas sobre el tema. Desde entonces, desarrolla una campaña de giras y visitas a universidades, pueblos pequeños y grandes ciudades, haciendo presentaciones para cambiar la opinión de los auditorios que se reúnen a escucharlo.
En una de esas presentaciones en Los Angeles, Gore se reunió con gente vinculada a la industria cinematográfica y allí nació la idea de producir una película documental a partir de su presentación. Un poco antes su esposa, Tipper, le había sugerido la idea de convertir la presentación “en una nueva clase de libro con fotografías y gráficos que hiciera que el mensaje en su totalidad fuese más fácil de seguir” (p. 9).
Libro y documental quedaron así calcados sobre un mismo guión argumental. ¿El resultado? Un híbrido que combina la profusa ilustración/animación de un buen texto/video de educación secundaria sobre ciencias de la tierra, con un diario de apuntes personales de Gore y un álbum de fotos y recuerdos familiares, de sus viajes y expediciones y de aquellas personas que influyeron en sus años de formación. Como su padre, un prestigioso senador por el Estado de Tennessee, y Roger Revelle, uno de los primeros científicos del clima cuyas mediciones de concentración de CO2 en la atmósfera a partir de los años cincuenta representan hoy un acervo de evidencia empírica acerca de la acumulación de gases relacionados con el cambio climático.
En el fondo, Una verdad incómoda es un homenaje al profesor Revelle. No es casual que el elemento central del libro y la película documental sea una amplia gráfica inspirada en su trabajo científico. Tomada de la revista Science, cubre un período de 650.000 años. En la parte inferior, aparece la variación de la temperatura media atmosférica del planeta en relación con el presente y, en la parte superior, el nivel de concentración atmosférica de CO2.
En el libro el gráfico abarca ambas caras, con un pliegue adicional. En el documental, se proyecta sobre una pantalla gigante en la cual Gore, equipado con un elevador controlado electrónicamente, acompaña el incremento vertical del nivel de concentración actual de CO2 en la atmósfera –hoy de 370 partes por millón (ppm)–, y luego emprende un vertiginoso ascenso para destacar la concentración proyectada para 2050 si continúa la tendencia: 600 ppm2. Es la escena que parodia La película de los Simpsons, cuando la pequeña Lisa, ante un auditorio de notables, expone un gráfico que representa el incremento de la contaminación del lago Springfield. Al subirse a un cajón acoplado a un gato mecánico para acentuar, como Gore, su aumento y alarmantes proyecciones, se estrella contra el techo del auditorio por efecto del defectuoso artefacto.
Vale la pena detenerse en la gráfica. Los datos complementan las series construidas por Revelle desde mediados del siglo pasado con una perspectiva temporal que abarca cinco eras glaciares, construida después de su muerte mediante el análisis de “burbujas de atmósfera” capturadas en un núcleo estratigráfico de hielo extraído de Antártica. Al graficar en paralelo las series de concentración de CO2 y temperatura media, se aprecia una correspondencia sincrónica en sus patrones de variación. Aparecen picos y depresiones simultáneos. Cuando la concentración de CO2 se aproxima a 300 ppm, la temperatura asciende de 2°C a 3°C por encima de la media presente. En las depresiones asociadas a las eras glaciales, la temperatura media es entre –2°C y –9°C en relación con la actual y las concentraciones de CO2 oscilan entre 260 y 180 ppm (Petit et al., 1999).
El mensaje es claro: hay que tomar medidas para regular la emisión de CO2de inmediato. Sin embargo, una regulación administrativa de dichas emisiones, por ejemplo mediante un “impuesto al carbono” que torne antieconómico el uso de tecnologías “sucias”3, claramente afecta intereses corporativos, entre ellos los de las grandes empresas dedicadas a la extracción de combustibles de origen fósil. Por consiguiente es lógico que la gráfica en referencia esté en el centro de una ardua polémica.
Con diferentes estrategias mediáticas, agentes de intereses corporativos –entre los cuales Gore menciona explícitamente a Exxon Mobil– han sembrado en el público dudas sobre el calentamiento global y su relación causal con la actividad humana. La película de los Simpsons bromea con el tema en la escena en que el pequeño y enclenque admirador no correspondido de Lisa, Milhouse, intenta zafarse de una golpiza a manos de Nelson, un grandulón del vecindario que se divierte golpeándolo: se declara dispuesto a renegar de sus creencias anteriores sobre el calentamiento global y aceptar que se trata de un mito. Nelson de todos modos lo aporrea, por no ser firme en sus convicciones.
Gore cita un estudio que evaluó una muestra de artículos publicados sobre el tema durante diez años en revistas científicas (928) y en los medios de comunicación influyentes en Estados Unidos –entre ellos, New York Times, Washington Post, Los Angeles Times y Wall Street Journal– (653 durante un lapso de 14 años). Se encontró que ninguno de los artículos científicos se apartaba de las ideas predominantes acerca de la causa del calentamiento global, mientras el 53% de los artículos periodísticos daban la misma importancia a estas ideas y a aquellas desacreditadas entre la comunidad científica (Oreskes, 2004, citada por Gore, pp. 262-263).
Esta campaña de desinformación, que Gore equipara con la realizada por las grandes corporaciones tabacaleras para negar la relación entre el hábito de fumar y el cáncer del pulmón durante casi medio siglo, también recurre a otros argumentos. Por ejemplo, que el calentamiento global no sería necesariamente negativo. De acuerdo con este razonamiento, la temperatura media ideal para nuestro planeta sería 2,5°C superior a la actual. Por consiguiente el calentamiento en curso sería deseable y no se debería alterar hasta cuando se alcance esa media (Mendelsohn, 2004).
Otra variante sostiene que la estabilización climática en el presente no es viable sin afectar gravemente el desarrollo económico y el estilo de vida actual. Un argumento que además incita al temor: se trata de elegir entre “un planeta sano”, y una “economía sana” que soporte el patrón de consumo existente y el avance tecnológico continuo para que eventualmente sea posible sustituir fuentes de energía fósil por otras más limpias como la fusión nuclear y los satélites generadores de electricidad a partir de energía solar desde el espacio sideral. Según esta visión, tales alternativas dependerán de “cambios revolucionarios” en la investigación y el desarrollo tecnológico, que los pronósticos sitúan más allá de medio siglo en el futuro (Hoffert et al., 2002)4.
Como señala Gore, éste quizás sea el argumento más dañino de todos pues induce a pasar de la negación a la desesperanza: ante un problema de tan grandes magnitudes y alcances como el calentamiento climático, no hay más alternativa que aprender a convivir con sus efectos desastrosos que hoy se reiteran a lo ancho del globo, como la intensificación del potencial destructivo de los huracanes, los cambios masivos en los niveles de precipitación, las sequías sin precedentes, las oleadas de temperaturas extremas, el deshielo de los polos y la destrucción del hábitat coralino en los mares intertropicales, entre otros.
Según el autor, esta línea de argumentación encubre que ya existe un acervo de conocimientos científicos, técnicos e industriales en el horizonte de los próximos cincuenta años para estabilizar la concentración de CO2 en la atmósfera, en un nivel de 500 ± 50 ppm (lo que equivaldría a menos del doble del nivel de concentración preindustrial, del orden de 280 ppm). Gore cita fuentes como Pacala y Socolow (2004), que compilan el estado del arte de tecnologías existentes con potencial para lograr esta meta. Su propuesta contempla estabilizar las emisiones de CO2 en su nivel actual, es decir 7 mil millones de toneladas de carbono por año, mediante el uso de estas tecnologías, sin que por ello se detenga el crecimiento económico ni el consumo de energía primaria.
De acuerdo con esta fuente, las demandas adicionales de energía previstas se pueden suplir con estrategias para mejorar la eficiencia en el uso y conservación de energía (duplicar el rendimiento del consumo de combustible en vehículos automotores del promedio actual de 48 a 96 kilómetros por galón, promover el uso de sistemas de transporte público masivo), descarbonizar la producción de energía (sustituir carbón por gas natural en las plantas termoeléctricas, construir nuevos reactores nucleares, capturar y almacenar carbono en procesos de precombustión de combustibles fósiles para producir hidrógeno, y ampliar la capacidad de producción de energía a partir de fuentes renovables como los biocombustibles y la energía eólica y solar) y mejorar la capacidad biológica del planeta para secuestrar carbono a través del manejo de bosques y suelos agrícolas (forestar suelos actualmente en conflicto de uso, eliminar la deforestación de bosques tropicales e implantar prácticas de “cultivo mínimo” en la agricultura). Todas estas tecnologías ya operan industrialmente y su escala actual es susceptible de ser multiplicada sin obstáculos insalvables.
¿Cómo tolera una sociedad como la estadounidense, abierta y pluralista con garantías para la libertad de expresión, que se rechace y se distorsione de tal manera los hallazgos y recursos del conocimiento científico y tecnológico? Para Gore es claro que los medios masivos de comunicación son cómplices sustanciales en ello:
La naturaleza unidireccional de nuestro medio de comunicación predominante, la televisión, se ha combinado con la creciente concentración de la propiedad de la enorme mayoría de los medios de comunicación en un número cada vez más pequeño de grandes conglomerados que mezclan los valores del espectáculo con los del periodismo, lo cual acaba dañando seriamente el papel de la objetividad en el foro público estadounidense (p. 286).
Íconos culturales como los Simpsons, cuya producción está a cargo de Fox, una subsidiaria de News Corporation del legendario magnate de los medios masivos, Rupert Murdoch, ilustran maravillosamente esta tesis. En La película, el argumento principal se resume en que ante un problema como la contaminación del lago Springfield, las soluciones propuestas por el gobierno a través de la Agencia de Protección del Ambiente, como aislar al pueblo en una campana de cristal gigante y luego aplicarle una “solución final” por medio de un dispositivo de enorme poder destructivo diseñado para recrear allí un segundo “Gran Cañón”, suelen ser más perjudiciales que los problemas que pretenden resolver. Moraleja: es mejor que, en estos temas, el gobierno no regule ni haga nada.
Un desenlace que quizás haya agradado al vicepresidente Cheney, desparpajado vocero de los intereses de las grandes compañías petroleras que promovieron no sólo la campaña de desinformación sobre el cambio climático sino también la invasión militar de Irak. Lo que, a su vez, delata la impronta característica del señor Murdoch en La película. La fórmula para consolidar su imperio se basa en “dispensar favores mediáticos” a los gobiernos de turno, a cambio de que se modifiquen, entre otras, las normas que regulan la concentración de la propiedad de los medios masivos para avanzar sus intereses comerciales e ideológicos. Una estrategia que le ha rendido abundantes frutos desde Australia, pasando por China, hasta Gran Bretaña y Estados Unidos, donde ahora disputa el control del mercado con otros gigantes, entre ellos, Time Warner y Walt Disney Company (Page, 2007).
Desde que llegó a la vicepresidencia en 2000, Dick Cheney se apersonó visiblemente de la política relacionada con el cambio climático de la administración Bush. Creó un organismo paralelo a la Agencia de Protección del Ambiente para manejar directamente desde la Casa Blanca los asuntos relacionados con el tema. Contrató asesores que antes se desempeñaban como cabildeantes de las grandes empresas dedicadas a la extracción de combustibles fósiles y, de esa manera, trató de neutralizar toda información producida por agencias del gobierno que pudiera justificar la necesidad de acción reguladora. Desde allí orquestó la campaña de desinformación denunciada por Gore (Dikinson, 2007).
Que la renovada celebridad mediática del autor de Una verdad incómoda coincida con sus abiertas denuncias sobre este espeso tramado de intereses oscuros y poderosos –que además involucra a los principales medios de comunicación masiva–, no deja de ser curioso. En su vida política Gore nunca gozó de especial afecto entre los medios. Uno de los “mitos urbanos” que minaron su credibilidad durante la campaña presidencial en 2000, fue que supuestamente se atribuyó ser el “inventor de la Internet”. Una expresión producto de una tergiversación de sus opositores a un comentario suyo, en el que señalaba el papel que había jugado cuando era congresista para adelantar iniciativas legislativas que facilitaron el acceso masivo a la red. Los medios difundieron sistemáticamente la versión distorsionada del comentario durante toda la campaña para ridiculizarlo. Por su parte, los reporteros políticos que cubrieron sus debates televisados con Bush, centraron sus comentarios en los gestos corporales y suspiros condescendientes del candidato demócrata, en menoscabo de los contenidos de sus argumentos y propuestas.
No es descabellado suponer que su reverdecida popularidad tenga relación con la puja de los conglomerados de medios masivos estadounidenses que, ante el desprestigio del gobierno Bush que contagió al partido republicano por los desastrosos resultados de la guerra en Irak, estarían en busca de un candidato demócrata “sensible” a sus intereses en la carrera presidencial de 2008. Así neutralizarían los avances de los Clinton que ya han adelantado Murdoch y su maquinaria de cabildeo. (Para quienes conocen de cerca la historia del magnate de origen australiano, ese acercamiento es lógico. Luego de apoyar incondicionalmente el gobierno de Margaret Thatcher durante los años ochenta, Murdoch no tuvo reparo en convertirse en aliado cercano de Tony Blair, en cuyo gabinete llegó a fungir como integrante extraoficial). De allí la “gran expectativa” durante la ceremonia de entrega del galardón al documental An Inconvenient Truth, pues muchos albergaban la esperanza de que éste sería el escenario en el cual Gore finalmente anunciaría su candidatura para el año 2008.
No sucedió así, y tampoco en el lanzamiento de su libro más reciente. Sin aún concluir 2007, y pese a la campaña de seguidores suyos para que lo haga, en los mentideros políticos se predice que Gore no se lanzará. Se especula que en sus cálculos sería más interesante convertirse en el vocero respetado e influyente de la remozada ala progresista del partido demócrata (Mongrove, 2006a), que comienza a combinar las agendas del ambientalismo y el sindicalismo estadounidenses.
En el pasado el movimiento ambiental de ese país cargó con el lastre de un foco demasiado estrecho, que fue bien aprovechado por el mundo corporativo y los medios masivos para caricaturizar a sus abanderados como fanáticos idealistas “arropadores de árboles” y “defensores de lechuzas” (Schellenberger y Nordhaus, 2004). Las lecciones de los fracasos del pasado aparentemente están dando sus frutos y comienza a emerger una alianza entre ambientalistas y sindicalistas que reconocen la necesidad de representar causas más amplias, con contenidos visiblemente más vinculados a la noción del bien común. En consecuencia, el foco de esta ala progresista se centra en temas clave de la agenda pública actual, como la política energética y la responsabilidad social de las grandes corporaciones.
Agenda que además se beneficia de una coyuntura propicia debido a la reciente decisión del gobierno Bush de finalmente reconocer el problema del calentamiento climático, y de la posición de la nueva vocera de la Cámara del Congreso de Estados Unidos, la representante demócrata Nancy Pelossi, quien incluyó entre sus prioridades para 2007 el trámite de legislación para regular las emisiones de gases asociadas con el calentamiento climático. En este contexto Gore, como figura del movimiento progresista, enraizado en una amplia gama de organizaciones de base, quizá comande más influencia y capacidad de maniobra frente a los intereses de las grandes corporaciones y los medios de comunicación, de lo que haría como candidato presidencial.
Así, su cruzada contra los intereses poderosos y en favor de la recuperación del “mercado de las ideas” y la democracia estadounidense cobra alcances insospechados. En un ambiente de discusión pública centrado en temas energéticos, se politiza cada vez más el rol de las corporaciones del sector energético y el del mundo corporativo en general. De manera progresiva, el foco del debate lo ocupa la responsabilidad empresarial en el desarrollo de productos diseñados no sólo de acuerdo con parámetros de mayor eficiencia en el consumo de energía sino, principalmente, dentro del marco de la promoción de estilos de vida y patrones de “consumo sostenible” que contribuyan de modo explícito a la conservación del medio ambiente y la satisfacción espiritual que puedan derivar los consumidores de tal resultado.
¿Improbable? Quizás ese fue el caso en el pasado, pero ya no es así. A medida que se calienta la atmósfera, en Estados Unidos también lo hace la tendencia en favor de la democracia participativa o “verdadera”. Entre sus demandas, promueve la aclaración judicial de los límites de los derechos que amparan a las empresas y corporaciones. Su argumento es que la carta de derechos contenida en la Constitución de Estados Unidos es solamente aplicable a las personas y no a las organizaciones. En consecuencia la libertad de expresión (publicidad) y de plantear agravios ante el gobierno (cabildeo) no serían derechos inalienables de las empresas (Mongrove, 2006b)5. La propuesta de que sea la ciudadanía, sin interferencia de los intereses corporativos, la que imponga límites a las empresas en relación con estos derechos, sin duda encontrará ideas y evidencias importantes en Una verdad incómoda, y un vocero competente en su autor. En verdad, esto se calienta.
NOTAS AL PIE
1. Disponible en http://www.time.com/time/nation/article/0,8599,1622015-1,00.html
2. De acuerdo con estas proyecciones, en tal escenario las emisiones anuales de carbono en 2050 serían del orden de 14.000 millones de toneladas, aproximadamente el doble del nivel actual. Es problemático el cálculo de los beneficios que se podrían obtener como resultado de evitar los daños inducidos por la acumulación de gases asociados al cambio climático. No obstante, uno de tales estimativos basado en cifras disponibles a principios de la década de los años noventa, predice que el daño potencial causado al duplicarse el nivel de concentración de CO2 en la atmósfera, anualmente podría ser del orden del 1% del producto interno bruto mundial. Aproximadamente el 25% de ese daño resultaría de perjuicios causados al sector agropecuario. Hay consenso en que los daños afectarían de manera desproporcionada a los países menos desarrollados, dada su limitada capacidad para adaptarse a cambios abruptos. Ver Cline (2004).
3. Se mencionan cifras del orden de US$ 9 por tonelada de carbono emitida en 2005, que gradualmente ascendería a US$ 65 hacia finales del siglo XXI. Ver Nordhaus y Boyer (2000), citado por Cline (2004).
4. Por consiguiente, en vista de que hay otros temas para cuya solución ya se dispone de conocimientos y medios probados para resolverlos, como las enfermedades transmisibles, el hambre y la desnutrición, la educación básica, las fuentes de agua potable y el saneamiento ambiental, esta línea de argumentación aboga por dar atención prioritaria a éstos. Así, en vez de implantar un “impuesto al CO2” e invertir en acciones de mitigación que sólo afectarían marginalmente el fenómeno del calentamiento climático, el argumento favorece destinar recursos a solucionar estos problemas (Lomborg, 2006), muchos de ellos contenidos entre las Metas del Milenio de la Organización de las Naciones Unidas, cuyo cumplimiento debe ocupar la atención de gobiernos y medios de comunicación hasta 2015.
5. Entre los activistas de esta causa, se argumenta que los derechos constitucionales fueron extendidos a las corporaciones por medio de una serie de decisiones de la Corte Suprema, durante las denominada “Era de Oropel” de finales del siglo XIX, cuando los intereses de “magnates ladrones” penetraron y corrompieron la institucionalidad pública de Estados Unidos. Ver también Crouch (2004).
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
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2. Crouch, C. Post-Democracy, Cambridge, Polity Press, 2004.
3. Dikinson, T. “The Secret Campaign of the Bush Administration to Deny Global Warming”, 2007, http://www.rollingstone.com/politics/story/15148655
4. Gore, A. La tierra en juego: ecología y conciencia humana, Buenos Aires, Emecé Editores, 1993.
5. Gore, A. The Assault on Reason, New York, Penguin Press, 2007.
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9. Mongrove, B. “The Progressive Left: An Emerging Strategy”, 2006 a, http://www.stratfor.com/products/premium/read_article.php?id=267693
10. Mongrove, B. “Ending the CSR Debate”, 2006 b, http://www.stratfor.com/ products/premium/read_article.php?id=264479
11. Pacala, S. y R. Socolow. “Stabilization Wedges: Solving the Climate Problem for the Next 50 Years with Current Technologies”, Science 305, 2004, pp. 968-972.
12. Page, B. “Bending to Power. How Rupert Murdoch Built his Empire and How He Uses It”, 2007, http://www.cjr.org/profile/bending_to_power.php
13. Petit, J. et al. “Climate and Atmospheric History of the Past 420,000 Years from the Vostok Ice Core, Antarctica”, Nature 399, 1999, pp. 429-443.
14. Nordhaus, W. D. y J. Boyer. Warming the World: Economic Models of Global Warming, Cambridge, MIT Press, 2000.
15. Oreskes, N. “The Scientific Consensus on Climate Change”, Science 306, 5702, 2004, p. 1686.
16. Schellenberger, M. y T. Nordhaus. “The Death of Environmentalism. Global Warming Politics in a Post Environmental World”, 2004, http://www.thebreakthrough.org/images/Death_of_Environmentalism.pdf