A PANAMÁ NO NOS LA QUITARON, LA PERDIÓ EL ABANDONO DE COLOMBIA
PANAMA WAS NOT TAKEN AWAY, IT WAS LOST BY COLOMBIA’S ABANDONMENT
Fernando Hinestrosa*
* Rector de la Universidad Externado de Colombia. Palabras pronunciadas el 7 de noviembre de 2003 con ocasión del lanzamiento del libro Centenario de Panamá, una historia de la separación de Colombia en 1903, de Germán Cavelier, Bogotá, Universidad Externado de Colombia, 2003.
Nuevamente nos congregamos en torno suyo para celebrar una producción de Germán Cavelier, e impenitente hago su presentación con el regocijo de saborear su esfuerzo y el producto de su estilo y con reconocimiento de su predilección por esta Casa y su gente.
El centésimo aniversario de la “separación de Panamá”, nos compele a una evocación juiciosa de lo acontecido, por así decirlo, desde la Independencia y la adhesión de Panamá a la Nueva Granada, cuando menos hasta su desanexión, de modo de individualizar con sinceridad y coraje las causas y las consecuencias de esa dolorosa y, en muchos aspectos, vergonzosa sucesión de desaciertos, con el anhelo de sacudirnos el baldón que pesa sobre los colombianos, y más que achacar la responsabilidad a los verdaderos causantes de la tragedia, reaccionar frente a la tendencia malsana de atribuir el desastre a fuerzas externas, que en la historia de la especie ha ido desde asignarlo a la venganza de los dioses o al castigo del único, hasta a las solas acción y omisión de las potencias coloniales o del imperialismo, con la práctica de un exorcismo benévolo, moralmente pernicioso.
Que nos sirva esta recordación para asumir, no el destino, sino el desatino de nuestros gobernantes, de la clase dirigente y de la población o, para el caso, de las dos poblaciones, manejadas por los sempiternos creadores y administradores de sentimientos y resentimientos que, como en el Aprendiz de Brujo, encienden el mecanismo, que luego no pueden dominar, pero sí haciéndose pasar y siendo tenidos por campeones del patriotismo y de la dignidad.
Nuestra universidad, enclavada a la entraña de la patria, no podía pasar de largo frente a esta conmemoración, y gracias a la generosidad de Germán Cavelier, estudioso serio, profundo, independiente de nuestra historia y en particular de sus relaciones internacionales, que nos permitió editar su espléndida obra Centenario de Panamá, una historia de la separación de Colombia en 1903, se hace presente con dignidad y autonomía, al ofrecer al juicio de los ciudadanos de ambos países el relato escueto de los hechos que se sucedieron a lo largo de 70 años.
Con la ansiedad de quien lee un thriller, a la vez que con el esmero de quien prepara un examen de posgrado, me leí y releí las 200 juiciosas páginas, con las solas interrupciones indispensables para la contemplación de las imágenes de los protagonistas a tres bandas, que alternan con los textos y contribuyen a incrementar el realismo de los cuadros de la vida que nos ofrece el autor, ora con la fuerza del blanquinegro goyesco, ora con el ímpetu expresionista, sin que falten visiones surrealistas, como tampoco los éxtasis de las figuras del medioevo.
Gracias Dr. Cavelier por su contribución al hallazgo de una verdad huidiza o, mejor, antojadiza, ocultada, tergiversada, ahora al descubierto, que permitirá aprender una historia genuina, distinta de la impuesta por los vástagos de protagonistas, por sus parientes consanguíneos y políticos, coreados muchas veces por oportunistas a cuyas desfiguraciones y pasiones favorecen las novelas tejidas desde entonces.
Uno a uno fui anotando los episodios: los prolegómenos, la fortuna y la desgracia de la posición geográfica de esquina noroccidental de Suramérica y de la presencia del Istmo en nuestro cuerpo. La cercanía de los mares Caribe y Pacífico, que hace evocar la hazaña de Balboa; los sueños, ilusiones, ambiciones que despierta la comunicación de mundos, culturas, civilizaciones; la aventura de la conquista del Far West norteamericano. La indigencia y la inferioridad del Reino de las Indias y de cada uno de los virreinatos y capitanías que lo integraron, su necesidad de confiar a la Pérfida Albión la financiación de su campaña libertadora; su ruptura cruel con la Madre Patria y su búsqueda, en la orfandad, de madrastras distantes y desentendidas. Ilusionarse pensando en que podría mover a la Francia de la Restauración o a la Gran Bretaña empeñada en otros continentes a constituirse en garantes de la neutralidad del hipotético Canal interoceánico y, sobre todo, de la soberanía de la futura Colombia. El abandono de la estrategia de la garantía multilateral en 1846, en razón del tratado Mallarino-Bidlack, por orden de Mosquera, para sustituirla por la unilateralidad, a la postre fatal, de donde la afirmación del Dr. Cavelier de que “desde entonces se perdió el Canal”. El antecedente fatídico de la anexión de Texas, Nuevo México y California a la Unión Americana tras la aventura estúpida del presidente Santa Anna, que guardadas proporciones se asemeja a nuestro veleidoso y pendenciero Mosquera. El tratado Clayton-Bowler de 1850 entre la Gran Bretaña y los Estados Unidos. El contrato con la Compañía del Ferrocarril de 1850. La convención Herrán-Cass de 1857. La Ley de mayo de 1857. La solicitud de apoyo militar a Estados Unidos por parte del General Herrán a nombre del gobierno de Mariano Ospina, para debelar la revolución triunfante, que Lincoln desestimó. El nuevo contrato del ferrocarril por parte del mismo Mosquera en 1866. Las propuestas de venta de las reservas. El tratado de 1869, que el Senado Colombiano rechazó, pensando visionariamente en que “la concurrencia de todos los intereses europeos y americanos, sin excluir los de las repúblicas del Pacífico”, podría contribuir “a la conservación del dominio soberano en el suelo en que Colombia lo ejerce actualmente”. El tratado de 1870. El congreso geográfico de París de 1875. La Ley de 1876. El contrato con Turr, modificado en 1878. El protocolo Santodomingo Vila-Trescott de 1881. La petición de intervención militar de Estados Unidos por parte del presidente Núñez en 1885 para el vencimiento de la revolución radical. La quiebra de la Compañía del Canal de 1889. La prórroga del contrato en 1890. La constitución de una nueva compañía en 1894. La guerra de 1898 de los Estados Unidos a España y la rendición de esta en julio de dicho año. Otra vez el gobierno colombiano busca el apoyo de las tropas norteamericanas, esta para evitar la caída de Panamá en manos de las huestes del general Benjamín Herrera. La prórroga del contrato en 1900. El presidente Sanclemente desatiende las prevenciones y los consejos patrióticos del Dr. Nicolás Esguerra, a quien releva de su misión, buscando financiación para la guerra civil a cambio de concesiones en el tratamiento de la cuestión del ferrocarril y del canal. Los sucesivos tratados Hay-Pauncefote entre Gran Bretaña y Estados Unidos y el consiguiente retiro de aquella, que harto mal le ocasionaron a la causa colombiana. El golpe de Estado del 31 de julio. La designación de Carlos Martínez Silva como personero de Colombia ante el gobierno de Washington y la indefinición y la ambivalencia del presidente Marroquín, los esfuerzos de aquel por buscar una solución digna, pronta y satisfactoria, correspondidos con las oscilaciones del gobierno colombiano, implacable con los rebeldes y sumiso ante el imperio. La nota de Martínez Silva al ministro Antonio José Uribe de 7 de marzo de 1901 y su memorando de enero de 1902, su desautorización y su relevo por José Vicente Concha. La exigüidad de las instrucciones gubernamentales, la contradicción entre ellas, el silencio ulterior, la desesperación del comisionado, su renuncia y su abandono de una posición insostenible, vergonzosa, como era la de regatear el precio de una soberanía ya entregada: agosto a septiembre de 1902. La consulta tardía a los notables panameños, por lo demás, desestimada. La ley americana de junio de 1902. La designación de Herrán como representante de Colombia, tal para cual con el gobierno en su aislamiento e inferioridad, y a quien, a diferencia de a Martínez Silva y Concha, se le dieron facultades plenas de negociación y suscripción del tratado Herrán-Hay el 24 de enero de 1903, revocadas, en el ánimo de obtener una compensación económica superior para enjugar la ruina del tesoro, después de que había firmado la rendición incondicional. El presidente Marroquín que se lava las manos y envía el tratado al Congreso sin pronunciarse sobre él, y que sería negado por unanimidad en agosto de 2003. La aparición de Buneau-Varilla, del abogado Cromwell y de Amador, que vendría a ser el puntillazo, con el remate de la torpeza de las tropas colombianas encargadas de debelar el alzamiento. A la postre el Presidente Marroquín reconocería su incapacidad.
Uno a uno fueron sucediéndose esos hechos con fatalidad ineluctable; con exactitud y respaldo bibliográfico cada episodio emerge dramáticamente, en veces grotescamente, en su concatenación y en su proyección política. El libro es, sin más, fruto admirable de la capacidad y la experiencia investigativa de su autor, y es una lección de autenticidad y seriedad académicas.
A tiempo que, cómodamente, a los responsables lejanos, y menos a los responsables inmediatos de la “pérdida de Panamá” no se les ha pasado la cuenta, viene este levantamiento de la cortina del olvido. Unos y otros, no digo que resultaron absueltos, lo grave es que se sigue pasando por alto: la humillación de su falta resultó lavada imputando íntegramente al zarpazo roosveltiano, y el dolor y la amargura se ahogaron en el resentimiento antiamericano o antiimperialista.
Ni más faltaba perdonar la felonía del sol naciente, experimentado ya en la guerra de Cuba. Pero a Panamá no nos la quitaron, la perdió el abandono de Colombia, el centralismo absolutista de la Regeneración. A lo largo del siglo XIX en cinco oportunidades Panamá intentó hacerse nación independiente al no poder soportar el trato que se le daba. La Federación conjuró temporalmente ese riesgo. Empero, la organización autoritaria instaurada a partir de 1886 y el desentendimiento de las necesidades y las aspiraciones del Istmo condujeron a la confrontación.
De Estado soberano pasó a ser menos que una colonia de la metrópoli bogotana, cuya burocracia, a cuatro meses de distancia para un correo, debía resolverlo todo. Los delegatarios del departamento de Panamá al Consejo Nacional Constituyente de 1886 nada tenían que ver con el istmo, no lo conocían, y se preciaban de ello. Posiblemente en el fondo del ánimo gubernamental se sintió alivio por la separación de un territorio liberal, rebelde, autonomista. Para el gobierno que había decretado la guerra a muerte y la expropiación de los revolucionarios liberales, más importaba y urgía la provisión de fondos para soldados y pertrechos que una negociación prudente y providente. Los gobernantes, tanto el histórico, como el nacionalista, se empeñaron más en forzar la guerra y someter al partido opositor, al que le habían negado toda representación política, que en resolver los problemas del canal y de las relaciones con los Estados Unidos.
El autor se pronuncia al respecto con severidad, a la vez que con tino: “así terminó este episodio de Panamá, en que por incuria e imprudencia el gobierno de Colombia malogró la negociación con Estados Unidos. El uso de la fuerza que este utilizó y el del dinero que hizo la Compañía del Canal terminaron por arruinar las perspectivas de obtener la construcción del canal en su territorio”.
“Quedamos convertidos en provincia romana”, fue el coro que con terrible dolor de patria resonaba en el atrio de la Catedral de Bogotá. “Provincia no, colonia”, replicaban muchos. Colombia ingresó al siglo XX abatida por la amputación, sumida en la miseria de la guerra y el despilfarro gubernamental, con cambio que llegó a 10.000 pesos por dólar, la oposición reducida a la nada. Un país aislado, derrotado física y moralmente. De esa desolación no se repondría sino a partir de los años 30, luego de varios lustros de forcejeo externo e interno para restablecer las relaciones con los Estado Unidos y recibir una así llamada “indemnización”, temas igualmente tratados con precisión y agudeza en el estudio que comento.
Al exaltar la persona y el trabajo de Germán Cavelier, le reitero gratitud por su contribución a la verdad y, por ende, al conocimiento de nuestro devenir nacional, cuya identificación sigue siendo la primera tarea para superar los pesares de nuestra convulsionada hora presente.