EL MALESTAR EN LA GLOBALIZACIÓN
GLOBALIZATION AND ITS DISCONTENTS
de Joseph Stiglitz, 2002, Taurus, Bogotá, 314 páginas.
Astrid Martínez*
* Profesora asociada de la Universidad Nacional de Colombia e investigadora del CIPE, Universidad Externado de Colombia, as_martinez@hotmail.com. Fecha de recepción: 24 de septiembre de 2002; fecha de aceptación: 1 de octubre de 2002.
En el verano de 1997, cuando el baht tailandés perdió súbitamente un veinticinco por ciento de su valor, nadie anticipó que se trataba del comienzo de una crisis universal. En el siguiente semestre, la crisis financiera llegó a Indonesia, Corea y Malasia. La caída del crecimiento en el sureste asiático redujo el crecimiento global y los precios de las materias primas. Las repercusiones llegaron a Rusia, África y América Latina. La crisis financiera se extendió a Brasil en 1998, a Argentina en 2001 y a Uruguay en 2002.
El descontento se expresó en las manifestaciones contra la globalización que comenzaron con ataques a los símbolos de la transnacionalización como McDonald’s en París y siguieron contra la reunión ministerial de la OMC en Seattle en diciembre de 1999 y contra otras reuniones de las entidades multilaterales en los siguientes años.
En todos los rincones del planeta la pregunta es: ¿qué falló? A comienzos de la década de los años noventa había optimismo. Los países en desarrollo y los que hacían el tránsito de una economía centralmente planificada a una economía de mercado estaban adoptando los preceptos del Consenso de Washington, y la economía mundial prometía ser más dinámica gracias a la liberación del comercio y de los flujos de capitales.
En América Latina, para Eduardo Lora (2002), la difícil situación económica internacional hace dudar sobre la capacidad de ajuste fiscal de los países. En todas partes hay manifestaciones de descontento social y de insatisfacción, y surge un espacio para propuestas populistas de izquierda y de derecha. Se observa desde 1997 un deterioro agudo en los términos de intercambio de América Latina, amortiguado parcialmente con la evolución de los precios del petróleo.
A pesar de las reducciones de las tasas de interés del Federal Reserve, no se ha reducido el costo de financiamiento para América Latina: los márgenes a principios de 2002 eran superiores en seis puntos a los vigentes en 1997, antes de la crisis asiática. Los mercados en 2001 habían diferenciado países en la región, y la crisis financiera había afectado a Argentina y Brasil, pero no a Colombia ni México. En septiembre de 2002, los márgenes se han elevado para todos los países de la región.
Los flujos de financiamiento externo a América Latina se han debilitado en los últimos años, desde 1998. En su mejor momento, esos recursos llegaron a 100 mil millones de dólares al año. Hoy cayeron a la mitad debido al comportamiento de las inversiones de cartera. En 1999 y 2000, estos flujos fueron negativos y hoy son nulos. En 2001, la inversión externa directa, IED, en la región latinoamericana fue de 57 mil millones de dólares. Las perspectivas del crecimiento en 2002 son pobres contra el 3 a 4% que se pronosticó a principios de año. La inflación ha caído en todos los países del área.
Según el mismo Lora, economista del BID, a pesar del debilitamiento de la demanda interna, los gobiernos han mantenido políticas fiscales austeras. Los países no han podido tampoco aumentar el déficit externo, “como sería deseable” para no tener que recortar aún más el gasto interno cuando están cayendo los ingresos de exportación. La inversión extranjera logró cubrir los faltantes hasta mediados de 2001, pero ese no parece ser un escenario sostenible. Debido al reducido margen de ajuste de los balances fiscales y externos para preservar la estabilidad macroeconómica, Brasil y Chile recurrieron a la devaluación en 2001 y Argentina, a la elevación de las tasas de interés. La tragedia argentina no estaba anunciada. A principios de 2000, el consenso de los mercados era que en 2001, el crecimiento de ese país sería de 4 o 5%. Los márgenes de deuda no eran superiores a 600 puntos básicos (6% por encima de los bonos del tesoro de Estados Unidos) y el país tenía una buena calificación de riesgo. Hoy, las perspectivas de crecimiento son negativas y el mercado de crédito está cerrado para ese país. A Argentina, según Lora, la afectó la devaluación del real, la caída del precio de las materias primas, el fortalecimiento del dólar y los hechos políticos internos que dificultaron la adopción de medidas de ajuste y debilitaron la confianza internacional. Todo ello creó preocupación sobre la sostenibilidad fiscal debido a la elevada deuda pública, la sensibilidad de la situación fiscal a la tasa de interés (toda en dólares) y los elevados requerimientos de endeudamiento público para 2001. A pesar del ajuste más “draconiano”, con reducción de salarios públicos, creativas reestructuras de deuda y dos soportes del FMI, Argentina no pudo superar la crisis.
Con base en las encuestas que se hacen en la región, Lora (2002) se pregunta si ha llegado el fin de las reformas que se emprendieron a principios de los años noventa en la región, si habrá retorno a las políticas de control e intervención estatal. El autor responde que hasta ahora no, que los opositores a las reformas han decidido ceder en momentos de crisis, para evitar un riesgo mayor. Sin embargo dice:
no se puede desconocer que en toda la región reina un ambiente de descontento con la situación económica y de insatisfacción con los resultados de algunas reformas económicas. Dos de cada tres personas en Argentina, Colombia y Perú opinan que la situación es mala o muy mala. Menos de la mitad de los venezolanos, brasileños o chilenos, y sólo uno de cada cinco de los peruanos, argentinos o colombianos opinan que las privatizaciones han traído beneficios.
En las actuales circunstancias de América Latina, no se han cumplido las condiciones que Lora señaló como necesarias para evitar el retroceso de las reformas: que se encontrara una solución a la situación de Argentina y evitar el contagio; que se recuperara la economía de los Estados Unidos y que se dinamizaran las exportaciones.
La democracia también parece estar en riesgo. Los latinoamericanos esperan mucho más de la democracia: dos de cada tres latinoamericanos se declaran insatisfechos o muy insatisfechos con los resultados de la democracia, y en muchos países apenas una minoría piensa que es la mejor forma de gobierno.
En este escenario, en 2001, Joseph Stiglitz de la Universidad de Columbia gana el premio Nobel de Economía, junto con Michael Spence de Stanford y George Akerlof de California, por sus contribuciones al análisis de mercados con información asimétrica1. Estos estudiosos aportaron elementos para el desarrollo de la teoría de la competencia imperfecta y de los casos en los cuales se justifica la intervención del Estado. Las fallas de mercado detectadas en estos análisis impiden que la competencia conduzca a un óptimo paretiano en el mercado. Diversos dispositivos de la regulación pueden conducir a una situación de “segundo mejor”. De esa manera, este análisis mejora la capacidad teórica de la corriente principal en economía. Sus críticos afirman que las fallas del Estado impiden que la intervención conduzca a un mejor resultado que el mercado. Los constitucionalistas, por ejemplo, son partidarios de introducir reglas fijas en el contrato social, en la Constitución Política, para reducir al mínimo el margen de maniobra de las autoridades en situaciones de falla de mercado.
El reconocimiento de la obra de estos economistas fue recibido con euforia por el movimiento internacional en contra de la globalización y por quienes están en contra de las políticas inspiradas en el Consenso de Washington. Se les otorgaba así estatus teórico a las objeciones contra el fundamentalismo de mercado que según sus detractores había inspirado las reformas económicas adoptadas en el mundo en desarrollo y en las economías en transición al capitalismo después de la caída del muro de Berlín en 1989.
La publicación del libro El malestar en la globalización de Joseph Stiglitz en 2002, en un lenguaje periodístico y accesible a la opinión pública mundial, sacó el debate de los círculos cerrados de la academia y está a punto de convertirse en la biblia de los movimientos alternativos en el mundo.
El libro fue escrito, según su autor, para narrar lo que vio, en su condición de consejero de Bill Clinton, entre 1993 y 1997, y como economista jefe y vicepresidente senior del Banco Mundial, entre 1997 y 2000, de la gestión de la globalización por parte del gobierno de los Estados Unidos y del FMI, y en menor medida por el Banco Mundial y la Organización Mundial del Comercio, OMC. Esta gestión es la responsable de que los beneficios de la globalización, entendida como “la supresión de las barreras al libre comercio y la mayor integración de las economías nacionales”, hayan tenido un “efecto devastador” sobre los pobres de los países en desarrollo.
El libro tiene una gran repercusión por dos razones. La primera, porque fue escrito por el Premio Nobel de 2001. Innumerables autores en el mundo2, en el nivel internacional de la academia y de la política, vienen comentando y criticando el papel de las entidades multilaterales y la necesidad de revisar la arquitectura institucional internacional, con mayor énfasis desde 1997, sin que hasta el momento ninguno de ellos haya tenido el eco del manifiesto de Stiglitz. En segundo lugar, porque el contenido del libro habla de los problemas que preocupan a los gobiernos y a los pueblos de los países desarrollados y no desarrollados. El fracaso del Consenso de Washington como fórmula del éxito de la política económica en el logro simultáneo de los objetivos de crecimiento, empleo y equidad social ha minado la fe en la globalización y en la democracia. Los escándalos por la falta de transparencia de las operaciones contables de los grandes grupos económicos en los Estados Unidos y la repercusión en el mundo de la caída del valor accionario de las compañías punto com han renovado la pertinencia de la reflexión sobre el papel del Estado en la protección de los grupos que no cuentan con la información adecuada.
Stiglitz hace un juicio crítico del Consenso de Washington3 no porque estuviera mal formulado u orientado o porque fueran falsos sus enunciados que buscaban corregir los errores de la política monetaria laxa, la hiperinflación, la corrupción, la hipertrofia gubernamental y el crecimiento por encima de las posibilidades de los países, rasgos que habían caracterizado el manejo económico de los países altamente endeudados en la década de los años ochenta. “El problema radicó –según el autor– en que muchas de esas políticas se transformaron en fines en sí mismas, más que en medios para un crecimiento equitativo y sostenible. Así, las políticas fueron llevadas demasiado lejos y demasiado rápido, y excluyeron otras políticas que eran necesarias” (Stiglitz, 2002, 81). En el capítulo tres, “¿Libertad de elegir?”, Stiglitz desarrolla el núcleo fundamental de los argumentos del libro.
Estos argumentos son tres. El primero afirma el derecho de las naciones a definir autónomamente sus políticas económicas y sociales. Son los nacionales quienes mejor conocen sus problemas y sus instituciones, y las autoridades locales son las que responden por el resultado de las acciones gubernamentales. Los países que han tenido éxito para sortear la crisis son aquellos que como China, Polonia, Vietnam, Uganda, Etiopía y Malasia siguieron su propio camino, y no el indicado por el FMI. Esos países recurrieron al mercado, pero respetaron las características de sus economías y sociedades. Aquí aparecen menciones específicas sobre lo que se ha debido hacer en economías en transición, que se desarrollan después en los capítulos dedicados a Rusia. El llamado es a no ignorar las instituciones a la hora de formular las recomendaciones de política.
El segundo argumento, que es un juicio de valor no demostrado, es que las entidades multilaterales son las representantes de los intereses privados del gran capital financiero y comercial. Este hecho explica la falta de secuencia y ritmo de las exigencias hechas a los países del sureste asiático en la crisis de 1997 y 1998. El apoyo financiero que el FMI les dio a Tailandia, Indonesia y Corea era para que sostuvieran sus tipos de cambio. La medicina prescrita incluyó alzas en las tasas de interés, recortes en los gastos y aumento de los impuestos para garantizar el retorno de los capitales. La medicina fracasó, pero los paquetes de rescate sirvieron para que las empresas pagaran los préstamos que habían obtenido de la banca internacional.
Cuando Estados Unidos actúa por su cuenta y no en el marco de las agencias multilaterales, el resultado puede ser aun peor para los países. El representante comercial de los Estados Unidos pretendió obligar a China en 1994 a abrir sus mercados rápidamente, so pena de impedirle pertenecer a la OMC. En 1999 se le exigió liberar su mercado financiero para responder “a los estrechos intereses de la comunidad financiera norteamericana, que el Tesoro enérgicamente representa” (ibíd., 92). El premier chino Zhu Rongji debió volver a su país con las manos vacías, lo que debilitó su agenda reformista en contra, paradójicamente, de lo que buscaba Estados Unidos.
La liberación de los mercados financieros, precipitada por este juego de intereses, es para Stiglitz la causa central de las fallas de la apertura y la desregulación propuestas por el FMI durante la última década. Como elemento secundario menciona, sin igual énfasis, la “hipocresía” de los países desarrollados en las negociaciones comerciales cuando exigen derrumbar las barreras al comercio libre mientras levantan muros de protección para sus sectores no competitivos.
Un tercer punto es el llamado de atención sobre la necesidad de reexaminar el papel de las instituciones multilaterales y la transparencia con la cual operan, con el fin de que la globalización rinda sus frutos positivos. Se requiere reencontrar la concepción que dio origen, con la visión de Keynes, al FMI, una institución creada originalmente para corregir fallas del mercado, que aceptaba la necesidad de la acción colectiva en el nivel global, pero que se encuentra hoy en manos de los fundamentalistas del mercado. Las reformas que requiere el FMI son profundas, pero Stiglitz es muy escéptico sobre la viabilidad de esta reforma; no piensa lo mismo de la reforma del Banco Mundial y de la OMC. Respecto de estas dos instituciones, piensa que el cambio ya comenzó. La parte más sugerente de las recomendaciones alternativas es la que hace el autor en el capítulo final de su obra, en el apartado en que sugiere “Lo que se necesita” para reformar el sistema financiero internacional.
La reacción del FMI al libro no se hizo esperar. Kenneth Rogoff, consejero económico y director de investigación del FMI, le dirigió una carta abierta a Stiglitz el 2 de julio de 2002. En ella, el consejero defiende la institución y sus funcionarios, reconoce que hay que hacer ajustes en la forma como se maneja la situación de países que entran en bancarrota y duda que las recomendaciones de Stiglitz hubieran conducido a un mejor resultado. También le recuerda a Stiglitz que el FMI no causó la pérdida de Rusia, que ese país ya estaba perdido en una profunda crisis política y social cuando el FMI acudió en su ayuda. Por último pone en duda la veracidad de las afirmaciones de Stiglitz sobre conversaciones o encuentros que narra en el libro y afirma que si Stiglitz hubiera expuesto sus argumentos dentro del sistema, el FMI le habría oído.
La polémica internacional continuó. A manera de ilustración, el 9 de julio, Martin Wolf publica la columna “Wolf on Stiglitz: self-satisfied, simplistic, cogent” en Comment & Analysis. En ella reconoce la importancia de Stiglitz como economista teórico y de su testimonio por tratarse de alguien que estuvo dentro de las instituciones criticadas. Los argumentos correctos de Stiglitz son dos, según Wolf: El primero es que aquellos que se oponen a la globalización ignoran a menudo sus beneficios. El segundo es que para muchos analistas de los países en desarrollo, la globalización no ha traído los prometidos beneficios económicos. Sin embargo, los ataques personales que hace Stiglitz dejan un mal sabor. Además encuentra que el autor no reconoce las fallas del gobierno, mientras califica a sus oponentes de fanáticos del mercado. Muchos gobiernos son corruptos, violentos e incompetentes. Es ingenuo pensar que siempre actúan por el interés público.
El análisis de Stiglitz, dice Wolf, simplifica la realidad. ¿Cómo podría Rusia seguir una vía paulatina como la China si había perdido el Estado, el partido dirigente, el sistema económico y una ideología en solo meses?
Para Wolf, hay observaciones de Stiglitz que merecen ser tenidas en cuenta. Una es que la liberación de la cuenta de capital ha coexistido con regímenes cambiarios erróneos y debilitado los sistemas financieros, lo que causó catástrofes en varios países. Dos, el apoyo del FMI y del Banco Mundial a un sistema corrupto en Rusia y otros países en transición fue equivocado y motivo de escándalo. Tres, no se debió subestimar el papel de las instituciones en la promoción de la liberalización de la cuenta de capital. Cuatro, el Fondo no es transparente y debe cambiar.
Es cierto que el libro tiene por momentos un tono demasiado personal en la descripción de cómo funcionan las instituciones multilaterales y que no siempre es claro el ámbito de decisiones que estaban realmente al alcance de las instituciones y de los países en cada una de las situaciones examinadas. Sin embargo, la lectura de este libro contribuye a entender el entorno en el que operan economías como la colombiana y convoca a una reflexión sobre el papel que deben cumplir las autoridades y la sociedad en la búsqueda de nuevas propuestas de política y de respuestas a los desafíos de los países en desarrollo: promover el crecimiento, generar empleo y reducir la inequidad.
NOTAS AL PIE
1. Michael Spence mostró que los agentes mejor informados en el mercado adelantan acciones costosas para mejorar sus resultados de mercado. Para ello transmiten informaciones correctas a los peor informados y esta señal funciona. Sus trabajos han tenido aplicación en el caso de la educación como señal de productividad en el mercado laboral y en el caso de los dividendos como señal de rentabilidad en el mercado de acciones. George Ackerlof demostró que los vendedores tienen mejor información que los compradores y que este hecho conduce a una selección adversa que desmejora el bienestar de los consumidores. Igual cosa ocurre entre los prestamistas y quienes demandan los préstamos, lo que lleva a que las tasas de interés sean más altas en los países del Tercer Mundo. Joseph Stiglitz demostró que las asimetrías de la información pueden explicar fenómenos como el desempleo y el racionamiento de crédito. Sobre este último aspecto y las aplicaciones de estas contribuciones a Colombia, ver Tenjo (2002). Para una relación de la obra de los ganadores, ver www.nobelprizes.com.
2. Mencionamos dos autores pertenecientes a la academia de los Estados Unidos: Sachs (1997) y Rodrik (2002), y la CEPAL (2002).
3. El Consenso de Washington es un conjunto de recomendaciones hechas por las entidades multilaterales a finales de la década de los años ochenta a los países altamente endeudados y se resume en lo siguiente: 1. El déficit público no puede ser usado para reactivar la economía, a no ser que el mayor gasto vaya a infraestructura, y debe ser muy bajo (1 a 2% del PIB); 2. El gasto público debe ser reorientado. En vez de disponer recursos para la oferta de servicios sociales, hay que dar subsidios a la demanda en educación y salud; 3. La base impositiva debe ser amplia y las tasas marginales impositivas, bajas; 4. Las tasas de interés reales deben ser positivas para evitar la fuga de capitales e incentivar el ahorro; 5. Las exportaciones deben ser el motor del crecimiento, y la tasa de cambio real debe ser competitiva y estable; 6. La peor forma de protección son los paraaranceles y cuotas, y debe haber aranceles bajos excepto para las industrias nacientes; la liberalización comercial debe ser paulatina; 7. La restricción a la inversión extranjera es indeseable; 8. Las privatizaciones son bienvenidas cuando promueven la competencia, y son aún más útiles si ayudan a financiar el Estado; 9. La competencia se debe promover mediante una regulación adecuada, pero si la regulación la hacen administradores mal pagados, ello promueve la corrupción, y 10. Los derechos de propiedad son cruciales para el crecimiento.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
1. CEPAL. Globalización y desarrollo, vigésimo noveno período de sesiones, Brasilia, Brasil, 6 al 10 de mayo, 2002.
2. Lora, Eduardo. “América Latina en la encrucijada”, Revista El Espectador, 6 de enero, 2002.
3. Rodrik, Dani. After neoliberalism, what?, 2002, www.harvard.edu
4. Sachs, Jeffrey. “The Wrong Medicine for Asia”, New York Times, 3 de noviembre, 1997.
5. Stiglitz, Joseph. El malestar en la globalización, Taurus, Bogotá, 2002.
6. Tenjo, Fernando. “Stiglitz, sus aportes y la economía colombiana”, Carta Financiera, ANIF, enero, 2002.