THE NEXT 100 YEARS: A FORECAST FOR THE 21ST CENTURY
George Friedman, New York, Doubleday, 2009, 253 pp.
Juan Fernando Palacio*
* Especialista en Estudios Políticos, profesor de Coyuntura Económica Internacional y de Geopolítica de la Escuela de Administración de la Universidad EAFIT, Medellín, Colombia, [jpalaci2@eafit.edu.co]. Fecha de recepción: 13 de septiembre de 2010, fecha de modificación: 23 de septiembre de 2010, fecha de aceptación: 21 de octubre de 2010.
En su nuevo libro, el célebre autor estadounidense de America’s secret war y de The future of war entre otras obras de análisis geopolítico, antiguo profesor del Dickinson College y fundador y director de la agencia Stratfor, hace su proyección del discurrir del siglo XXI augurando, entre otras sorpresas, la fragmentación política de China en menos de 20 años, el renacimiento militar japonés, una guerra mundial en 2050 donde Turquía y Japón intentarán desafiar la hegemonía militar estadounidense y, al final del siglo, un conflicto entre México y Estados Unidos, con tintes de guerra civil, que definiría el rumbo de las relaciones internacionales en el siglo XXII. Intrépido y polémico como en ninguna de sus obras anteriores, con su libro George Friedman ha ofendido muchas inteligencias, y ha puesto a reflexionar concienzudamente a otras.
En la introducción de su libro acusa a las predicciones convencionales en materia de relaciones internacionales de carecer de imaginación. Es necesario tomar esta afirmación muy en serio, y entenderla, de hecho, como la mejor guía para que el lector, sin ningún rechazo, pueda leer plácidamente todo el volumen de principio a fin; pues lo que hace Friedman en The next 100 years es, fundamentalmente, dejar volar su imaginación sobre lo que podría suceder en el siglo XXI, partiendo de la premisa -bastante lúcida, por demás- de que la política internacional será tan conflictiva como lo ha sido en los siglos pasados, y que será refrenada únicamente por fuertes determinantes geopolíticos. Calificar sus predicciones de absurdas no tiene entonces ningún sentido, pues desde el comienzo el autor se da la licencia de la creatividad, una especie de creatividad “tolerable”, que demuestra ser en muchos sentidos más útil que un análisis convencional para reflexionar sobre el carácter de este siglo, que apenas completa una década.
Los hechos que narra pueden no ser exactos, pero las fuerzas que orientan el relato sí son las correctas: el corredor transoceánico que le da poder a la región de Norteamérica, la desunión política islámica, la potencial continuación de la fractura en Rusia, el ascenso económico y militar polaco, las tensiones internas de China y sus debilidades económicas en las próximas décadas, el inevitable cambio de actitud japonés en su política exterior, el reacomodamiento turco e incluso el reto interno que Estados Unidos enfrentará eventualmente por la hispanización de su territorio. Con gran consciencia de la fuerza de estos elementos, Friedman consigue no sólo una predicción posible (¿cuántos ejercicios de futurología son absurdos e incoherentes, o, por exceso de conservadurismo, pobres de visión y falsos?), sino también una predicción, por más que la acusen de lo contrario, probable.
El libro defiende correctamente como pocos que una previsión acertada de la situación del sistema internacional jamás se conseguirá siguiendo las líneas del “sentido común” de una época. Sabe exponerlo magistralmente con un vistazo a la historia reciente, mostrando que el sentido común de cada veintena de años es apenas ingenuo frente a los desarrollos que suceden pocos años después.
El libro se lee con fluidez en toda su extensión, irónicamente a veces más como un libro de historia que como un libro sobre el futuro. El grado de detalle con el que analiza el desarrollo de los acontecimientos es una demostración incuestionable de su conocimiento sobre estrategia y sobre el funcionamiento de las relaciones internacionales de hoy. Así, el lector más descreído de sus predicciones podrá reconocer al menos que el libro le ha enseñado mejor que muchos otros a entender el comportamiento cotidiano de los actores internacionales.
Cierto es que, por indiferencia o descuido, Friedman no puso atención, entre otros elementos, a las organizaciones intergubernamentales, a los procesos de integración regional, al papel de Brasil y de otras potencias menores con cierto protagonismo, a las implicaciones oceánicas y comerciales del calentamiento global o al creciente interés por los recursos de la Antártida. Descuida bastante las posibilidades del factor nuclear, así como las limitaciones que generará en los actores internacionales el efecto cohesionador de un planeta híper-integrado durante cincuenta años más de avance de la globalización. Cuando analiza a Turquía, Polonia y Alemania desestima el papel vinculante que sobre estos Estados tendrá la Unión Europea en veinte años; cuando profetiza el dinamismo de Europa del Este, olvida que los mismos problemas “estructurales” por los que se hundiría la alianza franco-alemana son compartidos por los países del Este; cuando recuerda que muchos conflictos se repiten históricamente (para señalar las tensiones entre Europa y Rusia) se obstina en olvidar otros conflictos que ya no se repetirán, como el conflicto franco-alemán. Si acaso estos y otros factores son más débiles de los que plantea Friedman, todo ello se debería al menos discutir con criterio. Una revisión de la obra, pues, se enriquecería con la inclusión de muchos de estos temas; algunos de ellos quizá obligarían a reconsiderar algunas de sus más osadas conclusiones.
Por otro lado, uno de los mayores y muy poco comunes aciertos del libro fue el de incluir en su pronóstico algunas estimaciones de los cambios tecnológicos. Luego de la revolución industrial, toda predicción aceptable de largo plazo debe analizar este factor. Este es el punto más difícil de predecir, el más cercano a la lotería, con el agravante de que una leve variación en asuntos tecnológicos (mayores o menores avances, facilidad o dificultad de emulación, adelantos en otros campos no considerados) alteraría radicalmente el escenario, como el aleteo de la mariposa en la metáfora de la teoría del caos. Este hecho es el que más temores despierta de que una predicción a la vez tan detallada y de tan largo plazo pueda ser no más que una osada aventura.
La trayectoria del director de Stratfor, no obstante, es lo suficientemente consistente como para que su última obra no sea ignorada. The next 100 years es un libro que merece atención, pues no sólo hace una predicción lúcida de lo que será un siglo XXI complejo y turbulento, sino que, por más que falle o acierte, da pautas adecuadas para elaborar cualquier ejercicio de prospección geopolítica.
Cualquier analista del sistema internacional que quiera pensar el siglo XXI no sólo tendrá que tener este libro en cuenta, sino que deberá incorporar en su análisis los efectos que la publicación provocará en los actores que estudia. El curso de la historia puede haberse afectado por el trabajo de oráculo de Friedman, a un nivel difícil de estimar. En los análisis del siglo XXI se habrán de tener en cuenta los factores que señala en su libro, así como el hecho mismo de que el libro puede abrir nuevos cursos de acción en los actores.
En vez de juicios severos de parte nuestra, lo que cabe es la gratitud con el autor por haber ofrecido un análisis tan provocador. Que continúe, pues, el devenir, para que confrontemos su libro con cada nueva década que transcurra a lo largo del siglo.