EL CAFÉ EN LA SOCIEDAD COLOMBIANA
Gonzalo Cataño*
* Sociólogo, profesor de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Externado de Colombia, Bogotá, Colombia, [anomia@etb.net.co]. Este escrito es parte de un trabajo más extenso sobre Luis E. Nieto Arteta y la recepción del pensamiento moderno en Colombia.
Fecha de recepción: 17 de septiembre de 2012, fecha de modificación: 4 de octubre de 2012, fecha de aceptación: 16 de octubre de 2012.
Terminados sus estudios de crítica social, Luis Eduardo Nieto Arteta volvió sobre el asunto del café. El libro estaba destinado a la colección "Tierra Firme" del Fondo de Cultura Económica. Debía ser un texto de lectura fluida, parco en citas y en cuadros estadísticos, destinado al lector corriente sin descuidar la sobriedad de la exposición y la seriedad de los esfuerzos interpretativos. En diciembre de 1947 le escribió a Cosío Villegas: "La obra sobre el café y la sociedad colombiana la terminaré a mediados de febrero. Usted la recibirá a finales del mismo mes"1.
Con este compromiso llegó 1948 y Nieto se inclinó sobre la máquina de escribir para cumplir la obligación que se había transformado en cuestión de honor. Organizó las secciones, pidió datos a sus amigos de Bogotá y emprendió la excitante y angustiosa tarea de redacción. "Será una obra sociológica, no económica -le comentó a Arturo Gómez Jaramillo de la Federación de Cafeteros-. Figuran en ella algunos datos estadísticos, los necesarios para fundamentar las conclusiones que sustentaré. El propósito es hacer girar la vida toda de Colombia en torno al café. No sé si tendré éxito en llevar al ánimo del lector la convicción de que las conclusiones son objetivas"2.
Abandonó el Hotel Paysandú y, junto a su esposa y su hijo, tomó un apartamento en el afamado barrio de Copacabana sobre la calle Aires de Saldaña próximo a la playa. "He podido verificar -le manifestó a un amigo- que a esta distancia de Colombia las consideraciones que el tema me suscita son como más nítidas, claras, objetivas. Al parecer, el espacio es una buena perspectiva para comprender los hechos de la patria lejana, pero espiritualmente muy próxima"3. Trabajó sin descanso, y el 20 de enero tenía, en medio del agotador verano carioca, treinta páginas y se acercaba al capítulo vi, "Las dos Colombias", que consideraba clave en su razonamiento. Tres semanas después superaba el capítulo y entraba airoso en los demás. Estaba entusiasmado con la obra y pensaba que sería un complemento necesario de Economía y cultura, donde el café apenas se mencionaba. Le resumió el manuscrito a un colega de la Cancillería:
Avanzaba el mes de febrero y todavía no finalizaba. Le escribió a Cosío Villegas que hacia el 10 de marzo recibiría los originales. Los últimos capítulos se habían demorado en espera de estadísticas solicitadas en las lejanas y algo demoradas oficinas de Bogotá5. Pero diez días después le manifestó con regocijo:
La respuesta no se hizo esperar. Cosío Villegas lamentó que Nieto no tuviera a mano el contrato, donde se estipulaba con claridad que la extensión mínima era de 150 páginas y la máxima de 300. Las hojas enviadas apenas llegaban a un folleto. "Lo que usted nos ha enviado solo es la tercera parte de lo que necesitamos". No eran suficientes para un libro7. Nieto contestó que podía aumentar las páginas, pero el director del Fondo, siempre ocupado, lo dejó a su elección. Presentía que el libro se demoraba y que en su actual estado difícilmente llegaría a buen término. Nieto pareció entenderlo y pronto archivó sus folios y no volvió a hablar del asunto. Meses después, sin embargo, recibió una autorizada y entusiasta carta del economista Víctor Urquidi, estrecho colaborador del Fondo, y ahora funcionario del Banco Mundial en Washington, donde lo alentaba a continuar la investigación:
Nieto agradeció las sugerencias, bastante ricas por cierto, pero ahora su mente estaba en otra parte. Un nuevo interés embargaba su corazón y a él se entregó de lleno durante los convulsionados días que siguieron al asesinato de su abominado Jorge Eliécer Gaitán. "No le había contestado -le manifestó a Urquidi- porque me había dedicado a escribir con febril entusiasmo e ingenua alegría una obra orgánica de filosofía que se llamará 'Lógica y ontología'. Ya tengo 110 páginas a máquina. Creo que la filosofía me ganará definitivamente para su causa, pero [también sé que] no podré abandonar totalmente la objetiva, seca y dura ciencia económica"9.
El estudio sobre el café se conoció una década después de su apurada redacción en los calores de Río de Janeiro. Gerardo Molina lo rescató de los papeles póstumos de su amigo y lo llevó a la imprenta en 1958, en un folleto de 98 páginas auspiciado por la efímera colección Breviarios de Orientación Colombiana. Dos años después, el severo Luis Ospina Vásquez, poco dado al elogio, lo llamó "opúsculo de mucho arte y sabor" (1960, 16). El marxista-leninista Jaime Cuéllar, más conocido como Anteo Quimbaya, uno de sus primeros críticos, lo calificó de "jugoso ensayo" (1967, 97). El folleto se ganó el favor del público y se convirtió en lectura obligada en los cursos universitarios de ciencias sociales. Profesores y estudiantes de historia y problemas agrarios colombianos se apropiaron de su marco de referencia para emprender investigaciones sobre el desarrollo. Sería uno de sus textos más editados y citados y, junto a Economía y cultura en la historia de Colombia, la obra que lo llevaría a ocupar un puesto de liderazgo en la ciencia social nacional. Años después apareció incluso un fascículo divulgativo del periodista Rafael Duque Naranjo (2002) -de amplio uso entre docentes y alumnos de pregrado y de la enseñanza media-, que resumía, explicaba y actualizaba sus datos. En pocas palabras, lo negado en una época se traducía en exaltación y fogosidad en la siguiente.
El café en la sociedad colombiana es un ensayo sociológico de índole monográfica. Consta de nueve capítulos que tratan asuntos económicos, sociales, culturales y políticos. Los tres primeros, los de mayor fuerza analítica, presentan el marco de referencia del estudio, pero a medida que llegan los otros el texto pierde su norte y el autor se entrega a la especulación sin freno. En ellos se opacan el historiador y el sociólogo y surgen el periodista y el crítico social valorativa-mente orientado. En las últimas páginas brotan los temas en forma inesperada y el ensayo empieza a deshacerse ante los ojos del lector. El argumento central desaparece y las frases vacías y categóricas, las posturas impresionistas y la libre asociación terminan por gobernar el opúsculo (Palacios, 2002, 269-270).
El enfoque y los problemas de El café eran una prolongación de las discusiones de Economía y cultura. Temas desvanecidos en sus páginas, como el papel de los antioqueños en el desarrollo nacional (Nieto, 1941, 343-346), colmaban ahora el escenario para explicar el nacimiento de la Colombia moderna. En la esfera teórica, el dominio de las fuerzas económicas sobre las "superestructuras", tan pronunciadas en Economía y cultura, cede terreno ante la acción de otros impulsos. Si bien buscaba mostrar que el café, una realidad económica, había suscitado profundas transformaciones hasta moldear la imagen de la nueva Colombia, las tradiciones, las creencias y la acción política jugaban un papel moderado pero no por ello menos significativo.
El ensayo se inicia con una meditación acerca de las condiciones internas y externas de la expansión del grano. Las internas se refieren a las características físicas de la nación y las externas a las circunstancias del mercado mundial. Haciendo suya la generalización de Luis López de Mesa, "Colombia, una civilización de vertiente" (1934, 29-31 y 95-96), muestra que la población, después de un inicial asentamiento en las tierras altas y de clima frío, se fue desplazando paulatinamente hacia las faldas de las cordilleras oriental, central y occidental. En ellas encontró un medio adecuado para la explotación del café, infusión de gran recepción en el mercado internacional a fines del siglo XIX y principios del XX. Esta colonización dio lugar a la fundación de pueblos y ciudades intermedias con vivencias no experimentadas en el pasado. En pocos años sus habitantes se familiarizaron con la administración municipal, los servicios públicos y la agitación política. A todo esto se sumaron las escuelas y colegios, las calles y avenidas asfaltadas, los transportes, el comercio, la banca, los clubes y el consumo de productos provenientes de la capital y del extranjero ofrecidos por almacenes asentados en las calzadas y arterias centrales de los pueblos. En las vertientes de los departamentos de Antioquia y Caldas, las más propicias para el cultivo del arbusto se fundaron Salamina, Aguadas y Pácora; en el Tolima, Fresno y El Líbano y, junto a estas poblaciones, los antiguos asentamientos de Armenia, Pereira y Manizales crecieron con celeridad hasta hacerse ciudades y dejar atrás, en una generación, la monotonía de los antiguos y todavía frescos vecindarios españoles.
La expansión del café superó la producción local cerrada y autárquica del mundo colonial, que se prolongó hasta bien entrado el siglo XIX. La Colonia era una economía de archipiélago, dispersa, sin vínculos entre el conjunto de la Nueva Granada. Las comunicaciones eran precarias y los pueblos y aldeas vegetaban alejados del trabajo y la riqueza de las demás regiones. Eran días en que se desperdiciaba la cosecha de trigo en el interior de la República y se lo demandaba con urgencia en el litoral Atlántico. El tabaco, la quina y el añil fueron el primer esfuerzo por crear una dinámica nacional, pero solo incluyeron zonas muy reducidas del país y no sobrevivieron mucho tiempo. El tabaco se localizó en la Costa, en el Valle del Cauca y en Ambalema sobre el río Magdalena, y la quina y el añil, de carácter extractivo, se esfumaron con la misma prontitud con la que se había anunciado su aurora. Con el café ocurrió algo diferente. Nunca desapareció ni retrocedió; siempre estuvo en franca expansión. En las vertientes halló un hábitat propicio y en la población que las habitaba, la mano de obra que requería su explotación. Era un producto para el consumo nacional y para el comercio internacional y, al afirmarse, florecieron los caminos, los ferrocarriles, las carreteras, los fondeaderos sobre los ríos y los puertos marítimos sobre el Atlántico y el Pacífico.
Detrás de todo esto vino la formación y expansión del mercado interno. La producción del interior se relacionó con la producción de la Costa, y la tierra fría intercambió sus mercancías con las de los climas cálidos y templados. El cultivo del café amplió, además, la capacidad de consumo y, tras ello, la industria y la actividad urbana. Aumentó el número de heredades y se democratizó la propiedad. El colono que llegaba a las deshabitadas tierras de las vertientes y descuajaba la selva con su familia, legitimaba la alquería recién abierta mediante el trabajo y la ocupación. Esto produjo una clase media rural de pequeños propietarios con ideologías de afirmación e independencia personales ajenas a la mentalidad feudal. Mientras que en otros países de América Latina "fue necesario eliminar el feudalismo mediante reformas agrarias leves o fundamentales", en Colombia no hubo necesidad de emprender transformaciones radicales del agro. El café estimuló estos cambios de manera natural y sin mayores traumatismos.
La exportación del café fomentó las importaciones, acrecentó la industria y multiplicó el comercio de mercancías de las fábricas recién fundadas. En el mundo rural extendió el trabajo y la cultura del salario en hombres y mujeres dedicados al cuidado de la cosecha, a la recolección del grano y a su laborioso procesamiento en las trilladoras. Aceleró, igualmente, el número de trabajadores encargados de conducir, almacenar, cargar y descargar la producción por la estrujada geografía nacional hasta su destino final.
Una vez registró los anteriores procesos de gran alcance, Nieto enseñó sus consecuencias en la política y la cultura. Estableciendo correlaciones no siempre persuasivas, y algunas francamente espurias. Afirmó que los cafetales trajeron la estabilidad política y económica. Antes de su irrupción todo era experimentación, precariedad y contingencia. Las esperanzas depositadas en los frágiles y huidizos productos del comercio internacional del siglo XIX -tabaco, quina y añil- se desvanecieron a los pocos años y la pobreza nutrió las conductas movedizas, la inquietud y el desorden. Las guerras civiles -apuntó- brotaron en las regiones más pobres. La penuria produjo la anarquía política y el huracán desatado en las provincias paupérrimas destruyó las pocas "islas de fecunda actividad económica que había en la nación".
Pero llegó el café y con él la mayoría de edad. La seriedad y la firmeza manejaron los asuntos económicos. El grano acompañó el amanecer del siglo XX y liquidó la confusión, el desorden y las contiendas armadas de los años anteriores. Trajo la paz, la seguridad y la riqueza. Al asentarse en las regiones de mayor densidad demográfica, la vertiente andina, llevó el progreso a todo el país. A diferencia del pasado, no fue un fenómeno de zonas aisladas rodeadas de provincias pobres e inestables. Su fundamento social, la clase media rural, exigió orden para el desarrollo pacífico de sus actividades y subrayó las funciones ancestrales del Estado: seguridad y protección. Era la estabilidad económica suscitando la solidez política.
Nieto subrayó el papel de los sectores medios y los contrastó con la estratificación social del período colonial y del siglo XIX. Eran lo opuesto al viejo latifundista descendiente de familias que se habían adjudicado orígenes aristocráticos. Para estos "la sangre y no el dinero era el valor fundamental para la vida social". Sus antepasados vivieron del trabajo indígena y de la explotación de los esclavos traídos de África. Eran ausentistas, de vida ociosa y contemplativa, muy dados a denigrar del trabajo manual. "Un grupo social reaccionario afiliado al partido conservador", incapaz de explotar racionalmente sus haciendas. Pero el café, vinculado a la pequeña propiedad adquirida mediante el cultivo directo de la tierra, rompió con esta estructura y creó "el propietario territorial liberal". Sus miembros afirmaron el trabajo independiente, creador y fecundo. Con tesón promovieron la tolerancia y la creación de movimientos políticos, como el Republicanismo de Carlos E. Restrepo, dirigidos a borrar las divergencias que dilapidaban la riqueza de la nación. Muy propenso a la conclusión apresurada, declaró:
Era el año de 1948 y no se daba cuenta de la violencia rural que azotaba el país y que se aceleraría con la llegada de Laureano Gómez al poder en 1950, de la cual Nieto sería víctima. Un analista extranjero señaló:
El eufemismo era aún más engorroso pues se sabe que conocía los hechos por informes directos de sus amigos. El jurista Vicente Laverde Aponte, alumno de Nieto y futuro Ministro de Justicia, le envió a principios de 1948 una conmovedora descripción de la situación:
Cuando Nieto cerró el manuscrito, registró en la última página la fecha de finalización: Río de Janeiro, marzo 6 de 1948. Treinta y cuatro días después, el 9 de abril, el centro de Bogotá ardía en llamas. ¡Mataron a Gaitán! Un joven de 26 años descargó su revólver sobre la humanidad del líder popular liberal y seguro futuro presidente de la República en el período 1950-1954. Muchedumbres enfurecidas se tomaron las calles de la ciudad, saquearon almacenes e incendiaron casas, edificios, iglesias y tranvías. Era la manifestación citadina de lo que después se conoció como la Violencia, los prolongados conflictos urbanos y rurales que el auge del café no logró apaciguar12.
Pero aquí no terminaban las enseñanzas del ensayo de Nieto. A su juicio, la expansión del grano alentó el ascenso político de las regiones productoras. El occidente colombiano, tan relegado en el siglo XIX, adquirió presencia en los asuntos del Estado. Se hizo clara la influencia de presidentes, ministros, banqueros, industriales y financistas provenientes de Antioquia, Caldas, Tolima y el Valle del Cauca. Eran los días en que se decía que no había más Ministro de Hacienda que el precio del café y que un congreso de cafeteros tenía más influencia que el Congreso de la República (Nieto, 1958, 49; Palacios y Saford, 2002, 498). Igual sucedió con la cultura intelectual. En la época anterior al apogeo del café la ilustración colombiana era "una cultura humanista y abstracta". Dominaban la philosophia perennis y "los suaves humanistas" entregados a la literatura del Siglo de Oro, a la filología y al estudio del latín y el griego. La realidad circundante no interesaba a sus representantes. Todo les parecía mansedumbre y sosiego: hábitos sencillos, devoción religiosa, regocijo dominical. La explosión cafetera dejó atrás todo esto. Surgieron la sociología (la ciencia de la crisis y del cambio social), la ciencia económica y las instituciones encargadas de fortalecer la racionalización de la economía y del Estado. Promovió la creación de la Federación Nacional de Cafeteros, la fundación del Banco Central para controlar la masa monetaria, el establecimiento de la Superintendencia Bancaria para regular el capital financiero y el trazo de un sistema nacional de carreteras para desarrollar el comercio. Nieto remató con premura: "El juego infantil del siglo XIX había cesado. Se inicia la decadencia de lo clásico y se abandonan las inútiles y estorbosas discusiones políticas de contenido ideológico".
Detrás de todo esto estaba el antioqueño, un nuevo tipo de hombre en permanente vinculación con los problemas del país. A diferencia de los habitantes de las demás provincias, los antioqueños eran "realistas, lúcidos y claros". Tenían un interés particular por los problemas económicos que anunciaba, como lo había manifestado en la carta a Pedro Rueda Martínez, una remota huella semítica. Este arquetipo estaba representado por hombres como Esteban Jaramillo (1874-1947), portador de una amplia y universal cultura, de una fina e inmediata comprensión de la economía y de una personalidad afincada en la serenidad, objetividad, sobriedad y tenacidad en las decisiones. Pero sobre todo por figuras como el presidente Pedro Nel Ospina (1858-1927), iniciador de una nueva época, "que concebía a Colombia como una gran fábrica en la cual el proceso de creación de mercancías y de riqueza debía ser continuo". Ospina era gerente, empresario, hombre dinámico e impetuoso que, "afortunadamente, no fue un intelectual"13.
Si bien el desarrollo del café comprometió al conjunto de la nación, asentó sus reales en el occidente colombiano. La geografía le fue propicia y la población estaba lista a experimentar un producto que auguraba éxito comercial. Antioquia, Caldas y Valle del Cauca producían el 70%. Esto planteó de nuevo la existencia de dos Colombias, aunque no las mismas que tutelaron la economía del pasado. En Economía y cultura mostró que desde finales de la Colonia hasta mediados del siglo XIX se podían distinguir dos economías y dos sociedades: la del oriente y la de la región central (Nieto, 1941, 11-15). Ahora volvía sobre estas diferencias. El oriente, el actual territorio de los Santanderes, con una economía agrícola de pequeños campesinos y una industria textil manufacturera en discretas agrupaciones urbanas, transformaba el algodón producido en la región y lo vendía en el mercado local. No estaba orientado al exterior. La región central, Boyacá y Cundinamarca, descansaba en el latifundio y en la explotación indígena. Allí "los campesinos son pobres y harapientos [...] antiguos chibchas transformados en una suerte de siervos de la gleba" (Nieto, 1958, 64). En esos años el occidente no tenía mayor presencia. Caldas estaba formada por montañas y selvas inhóspitas y Antioquia apenas abría sus minas con mano de obra esclava junto a una economía agrícola para el consumo familiar. El café trastornó este escenario y creó dos nuevos países: un occidente dinámico de "auténtica economía capitalista" y un oriente estancado que todavía no se liberaba del latifundio y de las prácticas coloniales. "El gran río Magdalena es la línea divisoria de esas dos Colombias". El café las unía, pero no alcanzaba a superar las diferencias enraizadas en el pasado. "Es el dualismo fundamental de la economía colombiana" que volvía a manifestarse y se resistía a morir.
Este dualismo suscitó un movimiento de autonomía administrativa en la élite cafetera, industrial y comercial, conocido con el mote de "descentralismo". Sus finalidades eran confusas, pero no por ello menos sentidas. Si el occidente producía mayor riqueza también pedía que sus impuestos, administrados por la nación, se vieran reflejados en una ampliación de las obras públicas de la región, en una mejora de sus vías de comunicación y en mayores cuotas de importación para el desarrollo de sus industrias. Esto dio lugar a una conciencia de la sociedad frente al Estado. Se fortaleció la sociedad civil, los ciudadanos y sus organizaciones trabajando por fuera de las estructuras gubernamentales para la consecución de sus fines. "La sociedad civil no es otra cosa que la vida del ciudadano que no está sometida a ningún poder eclesiástico o estatal", señaló con aire desenvuelto Hermann Heller (1942, 129). Nieto no usó el concepto de sociedad civil, pero apuntó a sus manifestaciones tal como fueron sugeridas por Hegel y Marx: los individuos actuando por fuera del Estado en pos de sus intereses. A su juicio, la creación de riqueza giró en el pasado alrededor del gobierno central. No había iniciativa particular; el Estado era una entidad paternal, caritativa, indulgente, que todo lo quería dirigir y amparar. Las empresas de mayores consecuencias económicas provenían de su empuje y aliento, una herencia colonial que perduró a lo largo del siglo xix. El Estado era, además, el gran dispensador de empleos proveniente del reparto de puestos por las adhesiones políticas al partido de gobierno. Esto impidió la creación de un cuadro administrativo moderno con funcionarios especializados para el cabal desempeño de las tareas del organismo rector de la sociedad. Era una administración de diletantes. "No hay burocracia -señaló-, tan solo hay empleomanía. Los funcionarios del Estado carecen de ese peculiar sentido de la racionalidad y de la objetividad que ha de distinguir a la burocracia" (Nieto, 1958, 75)14. Eran los años en que la sociedad se identificaba con el Estado; una y otro eran lo mismo. A juicio de Nieto, el café pulverizó este asfixiante monopolio. El grano nació en condiciones internas y externas muy precisas que nada o poco tuvieron que ver con iniciativas estatales. "Es una realidad nueva: unas labores eminentemente productivas de riqueza que no están subordinadas al Estado, ni han tenido que ser expresamente propiciadas por él [...] Es una afirmación de la sociedad ante el Estado" (ibíd., 77-78).
Con el café surgen, además, nuevas clases sociales. En el pasado predominaban los amos y los esclavos, los jornaleros y los propietarios de la tierra, los funcionarios públicos, los comerciantes al por menor y los maestros y aprendices característicos de los talleres artesanales del oriente del país. En la Colombia moderna, la de aroma de café, florecen nuevas clases y con ellas una nueva sociedad. Después de ampliar el mercado interno para la futura producción industrial, "suscita la formación de una economía capitalista" y con ella surgen la burguesía y el proletariado, grandes exportadores y comerciantes al por mayor.
Y aquí Nieto volvió sobre la cultura intelectual. Si "el ser social determina el pensar social", la filosofía, las artes y las ciencias sociales también debieron cambiar para dar cuenta de las nuevas realidades. En forma nada fácil de entender para el lector contemporáneo, escribe: "siendo el café la autonomía de la sociedad ante el Estado y habiendo ocasionado fundamentales transformaciones históricas, está vinculado a la ampliación y el perfeccionamiento de la sociología colombiana". Y añade: "Sin el café la sociología colombiana no se habría perfeccionado, no habría podido estudiar las condiciones internas del desarrollo del capitalismo en Colombia" (ibíd., 81). ¿Quiere decir esto que la sociología del siglo XIX -la de Salvador Camacho Roldán, Rafael Núñez y de los hermanos José María y Miguel Samper- era imperfecta por haber centrado su atención en una sociedad agraria y atrasada?15.
Pero si esto ocurría con la sociología, las artes y las humanidades no escapaban al impacto del café. Sus resultados no fueron tan solo empresarios, industriales y grandes comerciantes; también notables eruditos "de universales conocimientos" como Luis López de Mesa y filósofos "egregios" como Cayetano Betancur. A ellos se suman los "insignes" pintores y escritores costumbristas de la dinámica Antioquia, de población vertida al exterior. Sus habitantes han superado el ensimismamiento, la quietud y la contemplación. Allí "la costumbre es lo externo y la pintura es siempre pintura de lo concreto y de lo individual", afirma sin cortapisas para explicar el avance y la solidez de los artistas y escritores de Antioquia (ibíd., 88). De nuevo, si esto era así, ¿cómo explicar el florecimiento del costumbrismo animado por el periódico El Mosaico en la "atrasada" Bogotá de la segunda mitad del siglo XIX?, ¿en Antioquia la novela costumbrista expresaba impetuosas conductas "hacia afuera" y en la zona central los relatos de costumbres anunciaban calmosos y sosegados comportamientos "hacia adentro"?
En su afán por explicar los logros y bondades de las regiones cafeteras, Nieto se abandona con frecuencia a las explicaciones deus ex machina, del desenlace próspero y venturoso de los procesos sociales y culturales sin atender a su verosimilitud. Cuando se ve en la necesidad de explicar la elevada natalidad de las regiones cafeteras, afirma que sus familias tienen numerosos hijos porque son "muy eficaces en la labor de extender el cultivo del café y de esperar que los primeros frutos maduren en el árbol" (ibíd., 19). Lo mismo sucede cuando describe los rasgos de la población que todavía no se ha acomodado al pujante modo de vida de las regiones cafeteras. En el departamento del Tolima -dice- todavía existe el hombre "de la yuca, el maíz y el algodón". Son individuos tranquilos, levemente apáticos, mestizos o mulatos, rasgos que contrastan con el carácter emprendedor, airoso y de raza blanca de sus paisanos dedicados al café. También se descubre en el Tolima al hombre del trigo, siempre "triste, callado, solitario, que produce para el mercado interno" (ibíd., 89-90). Es claro que el lector, guiado por Nieto, viaja aquí por los ingeniosos terrenos de la literatura, lejos del control empírico y analítico de las ciencias sociales.
Al final del ensayo dedicó un capítulo, "Nueva vida, nuevos hombres", a compendiar las innovaciones del café. En sus páginas emprendió una tipología del hombre colombiano de fondo sociológico con elementos psicológicos derivados de la teoría de los valores de la antropología filosófica. Era una aspiración que venía de años atrás cuando se había acercado a El burgués de Sombart y a la La formación de la conciencia burguesa en Francia de Groethuysen. Siguiendo el ejemplo de estos autores, y las enseñanzas de la filosofía de la cultura y de la vida, aprovechó el estudio del café para ofrecer una primera aproximación a las variaciones experienciales de los colombianos. "Esa historicidad de la vida -había escrito en la discordia con Papini- permite describir y comprender los diversos tipos de hombre que han existido en la historia, las varias vidas que se han realizado"16.
A su juicio, el café impuso un hombre distinto y tras él una nueva vida que exaltaba el trabajo, la ganancia y la inversión; la audacia, la novedad y el riesgo. Ahora lo económico y la noción de utilidad gobiernan la existencia de los moradores de pueblos y ciudades. El nuevo hombre es dinámico, no conoce el reposo; rechaza la desidia y condena la indolencia, el ocio y la pereza. Realza los negocios, la producción y el comercio; hace que su labor cotidiana sea fecunda y creadora. De las tareas puramente agrícolas pasa a las comerciales, y de una combinación de ambas a las industriales. Antioquia es la expresión más acabada de esta renovación de los valores. "Los antioqueños son decisionistas, lúcidos, realistas, emprendedores". Superan la provincia, la insularidad y la vida sosegada del terruño. Miran hacia afuera, no están de espaldas al mundo (Nieto, 1948, 221; ver el cuadro siguiente).
Este hombre expresa el surgimiento de un nuevo tipo de sociedad. Atrás ha quedado el mundo rural, cerrado, aislado, de vida comunitaria en parroquias de escaso comercio con sus vecinos. Es la vida sencilla, simple, contemplativa, de uso restringido del dinero, heredada de la Colonia y fundada en la explotación rural para el consumo local. Estos énfasis dan lugar a dos universos contrapuestos que Nieto describe con nociones marxistas ayudadas de algunos conceptos tomados de la sociología alemana. Es la sociedad "feudal", precapitalista, agraria y premoderna versus la sociedad capitalista, industrial, urbana de amplio comercio nacional e internacional. Son dos naturalezas encontradas, dos modos de apreciar y de experimentar la vida. Dos climas sociales opuestos: el de la tradición y el de la modernidad; el de los comportamientos repetitivos y el de las novedosas conductas racionales; el de la economía natural y el de la economía monetaria; el de l'ancien régime estacionario y altamente estratificado y el de la "revolución cafetera" igualitaria, abierta, resuelta y progresiva. Es el amable universo espiritual de la "comunidad" confrontado con el clima indiferente y práctico de la "sociedad".
En esos días Nieto manifestó interés en la versión castellana de "la muy conocida y ya clásica obra de Ferdinand Tönnies, Comunidad y sociedad"17. No sabemos con cuánto esmero se adentró en sus capítulos y en el complejo examen de su argumentación central. Pudo haberse servido de la presentación condensada de Freyer que aparece en La sociología, ciencia de la realidad o en la amable Introducción a la sociología18. Se sabe sin embargo que leyó los Principios de sociología, donde el propio Tönnies, consciente de la importancia de su tipología, resumió y contrastó en un lenguaje llano los elementos típico-ideales de las relaciones comunitarias y de las societarias. Las primeras aluden a los vínculos de intimidad, solidaridad, compañerismo y devoción a la amistad característica de las aldeas, los vecindarios estables y los grupos pequeños. Las segundas apuntan al egoísmo, la competencia, la ganancia ilimitada de los medios urbanos y comerciales de gran tamaño, donde la gente interactúa y se conoce, esporádicamente, para ofrecer o solicitar un servicio. Esta última es una "amistad" instrumental que se apoya en el reconocimiento recíproco de que alguien es útil y necesario para otro. Su expresión jurídica más clara y dominante en nuestros días es -según Tönnies- el contrato, "el vínculo propio que mantiene unidos a los disgregados miembros de la sociedad burguesa" (Tönnies, 1942, 88-89)19.
Este era el retrato del país que dejó Nieto en su inteligente opúsculo franqueado por sutilezas discursivas. El café en la sociedad colombiana es un estudio impresionista, rico en ideas, sugerencias e hipótesis. Abrió el tema del café y tras él promovió un campo fructífero de investigación. Ligero e inorgánico en numerosos pasajes -impreciso en los detalles, sugestivo en el conjunto-, sus capítulos brindan jugosas intuiciones empíricas y analíticas. Falto de verdad en sus apresuradas generalizaciones, dejó a los futuros observadores un marco de referencia para examinar las consecuencias del grano en el conjunto de la sociedad colombiana. Como señaló en su momento el perceptivo David Bushnell, sus trabajos son provocativos, pero solo constituyen "un punto de partida para la investigación definitiva"20. Su postulado central, Colombia no fue la misma después del café, se ha convertido en un locus classicus y sigue siendo una verdad aceptada por los estudiosos más finos del período. Es la idea que recorre el libro clásico de Marco Palacios, El café en Colombia, y que registran los manuales de historia de Colombia más perceptivos. Cuando llegó el café al occidente colombiano hubo "una transformación social", apuntó Bushnell en su popular Colombia a pesar de sí misma (1996, 236). El café amplió y diversificó la base productiva de la nación y "fue considerado el motor de la modernización económica del país", señalaron Palacios y Saford en su celebrada Colombia: país fragmentado, sociedad dividida (2002, 502 y 504). Una vez más Nieto dejaba un interrogante de larga duración para la historiografía nacional muy semejante al que había planteado en Economía y cultura para el siglo XIX con el "significado histórico de 1850". En aquella ocasión señaló el medio siglo como un momento de grandes rupturas, "una revolución social", caracterizado por la substitución de un modo de producción colonial, agrario y atrasado por un modo de producción dinámico de índole comercial y manufacturero. Eran los años florecientes del tabaco, de la abolición de la esclavitud, la caída de los monopolios, la supresión de los estancos coloniales, la liquidación de los resguardos indígenas y la liberación del comercio exterior (Nieto, 1941, 241)21. Con El café ofrecía de nuevo una seductora perspectiva para explicar las mudanzas de la Colombia del siglo XX, que sería continuada con mayor rigor teórico y empírico por la siguiente generación de analistas sociales.
PIE DE PÁGINA
1Carta a Daniel Cosío Villegas, Río de Janeiro, 28 de diciembre de 1947.REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
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