EL ORDEN SENSORIAL, INDIVIDUALISMO Y CONOCIMIENTO ECONÓMICO EN LA OBRA DE F. A. HAYEK


THE SENSORY ORDER, INDIVIDUALISM AND ECONOMIC KNOWLEDGE IN THE WORK OF HAYEK



David Ortiz*

* Magíster en Economía, profesor de la Universidad Externado de Colombia, Bogotá, Colombia, [david.ortiz.escobar@gmail.com]. Fecha de recepción: 10 de octubre de 2008, fecha de modificación: 13 de enero de 2009,fecha de aceptación: 2 de julio de 2009.


RESUMEN

[Palabras clave: conexionismo, mente-cuerpo, conocimiento económico, liberalismo, objeto de la economía; JEL: B31]

El orden sensorial es un intento de explicar la relación entre el cosmos y la mente. Al referirse a estos temas, Hayek estableció una base sólida para apoyar sus ideas acerca del conocimiento económico y el problema que debe resolver la ciencia económica. El propósito de este ensayo es hacer una reconstrucción plausible del lugar fundamental que tiene El orden sensorial en la aproximación de Hayek al problema del individualismo y a la cuestión del conocimiento económico. Este ejercicio ayuda entender las razones por las que él se interesó en la psicología teórica y por qué sus ideas en este campo inciden en su forma de entender el objeto de las ciencias sociales.

ABSTRACT

[Keywords: connexionism, economic knowledge, liberalism, mind-body, subject matter of economics; JEL: B31]

The Sensory Order (1952) is a work on theoretical psychology, which can be understood as an attempt to explain the relationship between cosmos and mind. By addressing these matters, Hayek established solid basis for his own ideas about economic knowledge and the problem to be solved by economics. The purpose of this essay is to give a plausible account of why The Sensory Order takes a crucial place in the special manner in which Hayek approaches both individualism and economic knowledge. This exercise will help recognize the reasons that led to Hayek’s interest in theoretical psychology, and how his ideas on this field permeate his understanding of the subject matter of the social sciences


El orden sensorial es una obra de psicología teórica, un intento de explicar la relación entre el cosmos y la mente, en la que Hayek sentó bases sólidas para apoyar sus ideas acerca del conocimiento económico y los problemas que debía resolver la ciencia económica.

Su origen se remonta a finales de la Primera Guerra Mundial. Hayek era soldado del Imperio Austro-Húngaro y acababa de regresar del frente italiano. Dudaba entre estudiar derecho (y luego convertirse en economista) o psicología, y eligió la primera opción. El ambiente intelectual y artístico de la Viena imperial era especialmente creativo y allí tuvo contacto de primera mano con varias corrientes intelectuales muy influyentes en el siglo XX como el psicoanálisis, la psicología de la sensación, el positivismo lógico y la escuela austriaca de economía. Además, pertenecía a una familia de tradición intelectual, en particular en el campo de las ciencias naturales. No es sorprendente entonces su curiosidad multidisciplinaria a lo largo de su vida.

Aprovechando un cierre temporal de la Universidad de Viena en 1919 por escasez de combustible, Hayek hizo un corto viaje a Suiza. En Zúrich asistió a conferencias sobre las ideas de Moritz Schlink, destacada figura de lo que se llamaría el “Círculo de Viena”, y pasó algún tiempo en el laboratorio del anatomista del cerebro Constantin von Monakow. Esta fue una experiencia crucial que iluminó sus pensamientos sobre la naturaleza de la mente (Caldwell, 2004, 136).

Esas ideas fueron tema de un ensayo escrito en alemán, Beiträge zur Theorie der Entwicklung des Bewusstseins (Contribución a la teoría del desarrollo de la conciencia, 1920), donde se preguntaba cómo se puede crear un orden a sí mismo a partir de las fibras neuronales o, en términos más simples, cómo es posible que la mente (ideas, sentimientos, sensaciones) esté contenida en el cerebro. Hayek desarrolló su respuesta en El orden sensorial (EOS), que escribió en inglés y publicó en 1952. En el prefacio, confiesa: “Mi dificultad en ese entonces era [...] que aunque pensaba que había encontrado la respuesta a un problema importante, no podía explicar precisamente cuál era el problema” (1952a, v)1.

Por razones que se comentan más adelante, Hayek decidió revivir su trabajo en psicología para alejarse de las discusiones políticas que suscitó la publicación de Camino de servidumbre (1944). Ebenstein, su biógrafo, dice que “decidió recompensarse [...] ignorando lo que se esperaba de él y haciendo en cambio lo que más le interesaba en ese momento [...] Quería dedicar sus energías por un tiempo a la pura investigación abstracta” (2001, 147). La publicación y el éxito editorial de Camino de servidumbre lo pusieron en una situación muy incómoda, pues, aunque sus verdaderas inclinaciones eran de caracter científico, se vio envuelto en el debate político mundial de un momento a otro. En un diálogo de 1994 recordó:

Después de Camino de servidumbre, sentí que me había desacreditado tanto profesionalmente que no quería dar un nuevo motivo de ofensa. Quería ser aceptado en la comunidad científica. Hacer algo puramente científico e independiente de mis visiones económicas [...] Probablemente también sentí como un golpe que algunos de mis conocidos más izquierdistas (con gran desfachatez) me habían dado a entender que en su opinión yo había dejado de ser un científico y me había convertido en un propagandista (Caldwell, 1994, 257)2.

Hayek decidió entonces volver a trabajar en algo científico y pensó que lo mejor era elaborar los principios psicológicos y filosóficos de algunas de sus ideas. Es curioso que en una carta a Otto Neurath de 1945 le diga:

Por el momento estoy totalmente absorto en un intento de elaborar las implicaciones psicológicas de la primera parte de mis ensayos sobre el cientifismo –o más bien un intento de replantear algunas ideas que me formé sobre este tema hace mucho tiempo (Beiträge)– por el momento me siento del todo incapaz de poner mi mente en alguna cosa diferente a estas cuestiones, pero por supuesto nada habrá de salir de esto (Caldwell, 2004, 257, énfasis añadido).

Pero lo más interesante es que entre la Contribución de 1920 y la publicación del libro en 1952 hizo muchas cosas. Aparte de estudiar temas monetarios, lo que le daría fama mundial, participó en el debate sobre el cálculo económico en el socialismo y escribió varios ensayos sobre conocimiento económico: “Economía y conocimiento” (1937), “El uso del conocimiento en la sociedad” (1945), “El significado de la competencia” (1946) y otros. Luego veremos que, aunque a primera vista EOS parece tratar temas diferentes, es un soporte, basado en la psicología teórica, de su concepción del conocimiento económico.

Hayek publicó los trabajos sobre conocimiento económico en Individualismo y orden económico (1948), volumen que recoge otros ensayos, el más interesante de ellos “Individualismo: verdadero y falso” (1946), donde expone por vez primera su interpretación de la Ilustración, diferencia la Ilustración escocesa de la francesa, y explica su defensa de la primera. Ese mismo tema fue analizado en algunos ensayos sobre metodología de las ciencias sociales que escribió en el contexto del “Proyecto sobre el abuso de la razón” de los años cuarenta, que publicó en La contrarrevolución de la ciencia –CRC– (1952b). Esas ideas también imbuyen sus aportes a la filosofía política, como Los fundamentos de la libertad (1960) o Derecho, legislación y libertad (1973, 1976 y 1979). A pesar de su aparente desconexión con EOS, también veremos que las ideas sobre psicología de este libro explican y resuelven la dicotomía entre mente y cosmos que está en la base del debate entre ilustrados franceses y escoceses o, más específicamente, entre individualismo “verdadero” y “falso”.

De hecho, su visión del individualismo en ese momento estaba ligada a sus ideas sobre el conocimiento económico, como se observa cuando ambos temas se ven a la luz de EOS. Pues, para Hayek, el individualismo y el conocimiento determinan las preguntas que la economía debe resolver.

Este ensayo hace una reconstrucción de las ideas de Hayek para mostrar que EOS ocupa un lugar fundamental en su aproximación al problema del individualismo y del conocimiento económico. Ese ejercicio ayudará a entender las razones de su interés en la psicología teórica y por qué sus ideas en este campo determinan su concepción del objeto de las ciencias sociales.

COSMOS, MENTE E INDIVIDUALISMO3

La obra de Hayek es compleja porque abarca varias áreas de conocimiento: sus temas de interés fueron tan dispersos que no son obvios los lazos entre sus escritos. No obstante, aquí mostraremos que una de las razones que lo llevaron a publicar EOS fue su temprano interés por la naturaleza de los procesos mentales y por la relación entre la mente y el universo. Para él, la visión de las ciencias sociales depende de los supuestos acerca de la naturaleza de la mente y su relación con el resto del cosmos; por ello es de suma importancia profundizar este tema.

Más allá de ser una obra de psicología teórica, EOS es su solución al problema de la relación entre cosmos y mente, presente en toda la historia de la filosofía, y con mayor claridad durante el episodio intelectual más importante del siglo XVIII: la Ilustración. Para ubicar a EOS en el conjunto de la obra de Hayek es necesario entonces comentar su interpretación de los pensadores de esa época.

Para Hayek, la Ilustración no fue un movimiento monolítico, y las ideas que puso en discusión estaban lejos de ser homogéneas; al contrario, allí se enfrentaron dos posiciones filosóficas que determinarían los debates más importantes de épocas posteriores y que coinciden más o menos con lo que se podría llamar Ilustración francesa e Ilustración escocesa4. En “Individualismo: verdadero y falso” (IVF) discute dos concepciones de la relación mente-cosmos y encuentra que la principal diferencia entre una y otra es el lugar asignado a la mente en el cosmos: ¿es independiente?, ¿está contenida en él?, y, de estar contenida, ¿cuál es su importancia?

Según él, los pensadores de la Ilustración francesa acogieron una posición dualista, es decir, que la mente y el cosmos eran dos entes diferentes o, en términos cartesianos, que la res extensa era independiente de la res pensante. Mientras que los filósofos de la isla asumieron que la mente es una parte del cosmos, es decir, que la res pensante está contenida en la res extensa5.

Estas posiciones llevan a enfoques diferentes de los fenómenos sociales. El dualismo de la Ilustración francesa llevó a lo que Hayek denominó “racionalismo constructivista”, mientras que la actitud monista de la Ilustración escocesa llevó al “racionalismo crítico”, término que acuñó Karl Popper y que Hayek acogió (1964a) luego de muchos rodeos semánticos, porque pensaba que, al definirse como “racionalistas”, los pensadores de la Ilustración francesa reservaron el término peyorativo “antirracionalista” para quienes no comulgaban con ellos. Un uso del término, por supuesto es inexacto, porque los “racionalistas críticos” no se oponen al uso de la razón.

En IVF Hayek explicó por vez primera en su obra el papel fundamental de René Descartes al exponer el fundamento del “racionalismo constructivista”: que la mente humana puede observar el universo desde un lugar privilegiado porque es independiente de él. Fue Descartes quien, luego de acuñar la dupla res pensante-res extensa, postuló que la res pensante, la cosa que piensa, es diferente a la res extensa, la cosa pensada, y que la primera tendría poderes de razonamiento suficientes para entender las leyes que gobiernan los fenómenos que ocurren en el universo (la res extensa).

Hayek argumentó que, a partir de ese fundamento, la razón empezó a tomar su sentido moderno de “esprit géométrique cartesiano, la capacidad de la mente de llegar a la verdad mediante un proceso deductivo a partir de premisas obvias e incontrovertibles” (1964a, 84-85), de un instrumento que no es heterogéneo y asentado en cada mente individual sino que es único: “La Razón, con R mayúscula, siempre está disponible en forma plena e igual para todos los seres humanos” (1946, 8), con lo que se convierte en la vía augusta para discernir las leyes del universo.

El racionalismo constructivista es entonces la corriente de pensamiento que cree que el hombre, en virtud de que puede entender las leyes que rigen los fenómenos del universo –naturales o sociales– puede transformar radicalmente la realidad.

Aunque considera que “el rastreo de las influencias es el terreno más traicionero en la historia del pensamiento” (1941, 186), afirma que los pensadores franceses del siglo XVIII, como Voltaire y Rousseau, nacieron en un ambiente imbuido por las ideas que Descartes enunció un siglo antes. Además, sostiene que Comte y Hegel fueron sus abanderados en el siglo XIX, aunque se los considere miembros de escuelas opuestas (el positivismo y el idealismo).

Por su parte, el monismo de la Ilustración escocesa dio lugar al racionalismo crítico, que sostiene que la mente no es un poder independiente del universo y que el desarrollo de las cualidades mentales es concomitante con el del medio en que surgen. Por ello sus representantes no eran tan optimistas acerca del poder de la razón, lo que para Hayek es su característica esencial, y pensaban que aunque el hombre a veces muestra habilidad para entender y modificar su entorno, no siempre actúa perfectamente, debido a las limitaciones de su capacidad de observación y raciocinio. Según ellos, aunque la razón es útil, el hombre debe seguir reglas, costumbres, instituciones, aun si no son inteligibles ni resultado de la reflexión de una mente o grupo de mentes. En otras palabras, la razón no es un poder independiente del mundo social y natural, sino que, en cierto modo, observa implícitamente las reglas abstractas que le dan un lugar en un orden más extenso. Antes de usarla para discernir las leyes del universo, es preciso entender sus limitaciones y abandonar la ambición cartesiana de modificar el entorno gracias a su perfecta comprensión.

A diferencia de los constructivistas, los racionalistas críticos emplean el término “razón” en un sentido más cercano al uso medieval, pues “para los pensadores medievales la razón significaba principalmente la capacidad para reconocer la verdad, en especial la verdad moral, cuando la encontraban, y no la capacidad para el razonamiento deductivo a partir de premisas explícitas” (1964a, 84). El racionalismo crítico es entonces una actitud intelectual que busca entender el universo entendiendo primero las limitaciones de la razón, y usándola sólo como una de las herramientas para cumplir ese cometido.

Hayek señaló que ésta “es una tradición que también se remonta a la antigüedad clásica, a Aristóteles y Cicerón, que se transmitió a nuestra época moderna principalmente a través de la obra de Santo Tomás de Aquino”, y recordó que “durante mucho tiempo se aceptó que el pensamiento racional era sólo un elemento entre aquellos que nos guían. Esto se expresó en la máxima escolástica ratio non est judex, sed instrumentum –la razón no es juez, sino instrumento” (1964a, 87). El pensador moderno que mejor representa la alternativa al pensamiento cartesiano es David Hume, pues “la clara conciencia [de que el pensamiento racional es uno de los elementos que guían al hombre] sólo llegó con su demostración (dirigida contra el racionalismo constructivista de su época) de que las reglas morales no son conclusiones de nuestra razón” (1964a, 87).

Hayek describe el panorama de la filosofía occidental para defender el racionalismo crítico, desmenuzar las ideas del racionalismo constructivista y desenmascarar los graves errores científicos que desvirtúan muchas ideas de la Ilustración francesa. Dedicó un gran esfuerzo intelectual a ese propósito, cuyo ejemplo más relevante es La contrarrevolución de la ciencia (1952a).

Su crítica central a los constructivistas es que “al no reconocer las limitaciones de los poderes de la razón individual, tienden a hacer de la razón humana un instrumento menos efectivo de lo que podría ser” (1964a, 84). Paradójicamente, “el deseo de someter todo al control racional, lejos de lograr el uso máximo de la razón, es más bien un abuso de la razón basado en una concepción errónea de sus poderes, y al final destruye esa libre interacción de muchas mentes de la que se nutre el crecimiento de la razón” (ibíd., 93).

Hayek no ahorró esfuerzos para criticar el racionalismo constructivista y dedicó igual energía a elogiar a los representantes del racionalismo crítico porque entendían que “la comprensión verdaderamente racional del papel de la razón consciente indica que uno de sus usos más importantes es el reconocimiento de los límites del control racional. Como el gran Montesquieu señaló claramente en el cenit de la ‘edad de la razón’: la raison même a besoin de limites” (1964a, 93).

Hayek se adentró en este tema porque estas diferencias se ven reflejadas en el pensamiento político. Como señala De la Nuez, es posible que el contenido filosófico y las conclusiones políticas de ambas corrientes tuvieran un origen común, la reacción ante el Estado absolutista (1994, 134). Pero para Hayek ese unanimismo ocultaba diferencias que se manifestarían en el pensamiento y en los hechos políticos posteriores.

El ejemplo más característico de la transmisión de las posturas filosóficas al pensamiento político es la interpretación del origen de las instituciones, uno de los temas que más interesó a Hayek y quizá la parte más interesante de su obra. En IVF mostró que las dos concepciones de la relación mente-cosmos que hemos mencionado dieron lugar a dos explicaciones del origen de las instituciones: la racionalista y la evolutiva.

Del racionalismo constructivista surgió la interpretación racionalista que defendieron Descartes y sus seguidores, para quienes las instituciones fueron creadas deliberadamente por el hombre, casi siempre por hombres sabios que trazaron los caminos que ha recorrido la humanidad. Su modelo ideal es Esparta, donde las leyes fueron creadas por un solo hombre: “Que para Descartes Esparta pareciera eminente entre las naciones griegas debido a que sus leyes fueron producto del diseño y, ‘originadas por un solo individuo, todas tendían a un solo fin’, es característico del racionalismo constructivista que llegó a imperar” (1966, 255).

Para ellos, donde no hay organización dirigida y racional sólo puede haber caos y desorden; donde no hay explicación metódica sólo hay superchería “metafísica”; donde no hay mejoramiento consciente y programado sólo puede haber infantilismo, pues el hombre se niega a asumir su “mayoría de edad”. Identifican la falta de uso de la razón con una fase inferior del desarrollo humano, cuando aún no había conciencia de sus poderes.

Del racionalismo crítico surgió la interpretación evolutiva, que defendieron filósofos morales como Bernard de Mandeville, Adam Ferguson y Adam Smith, para quienes, a pesar de que las instituciones tienen origen humano, no fueron creadas o diseñadas deliberadamente por un hombre o grupo de hombres, es decir, parafraseando a Ferguson, son “producto de la acción humana pero no del diseño humano”. Las instituciones han tenido una evolución dilatada en el tiempo, siguiendo procesos de imitación y de ensayo y error.

Los orígenes de esta explicación también pueden verse en cierto recuento medieval de las instituciones, pues los filósofos de esta época “eran mucho más conscientes de que muchas de las instituciones de la civilización no fueron invenciones de la razón sino que, en contraste explícito con todo lo que fue inventado, las llamaron ‘naturales’, es decir, surgidas espontáneamente” (1964a, 84). Y de nuevo, Hayek luego reconocería que Hume fue quien mejor entendió esta explicación de las instituciones, pues para él:

Sin reglas fijas, la debilidad de las mentes humanas (o los “estrechos límites de la comprensión humana”, como diría Hume, o su inevitable ignorancia, como yo preferiría expresarlo) tendría el resultado de que los humanos se conducirían a sí mismos, en la mayoría de las ocasiones, por juicios particulares, y tomarían en consideración el carácter y las circunstancias de las personas, así como la naturaleza general de la cuestión. Pero es fácil observar que esto produciría una confusión infinita en la sociedad humana, y que la avidez y parcialidad de los hombres rápidamente traería desorden al mundo si no se restringiera mediante algunos principios generales e inflexibles (1963, 115).

Hayek rechazó la primera interpretación y defendió vivamente la segunda: las instituciones y otros logros del género humano son tan notables que sería necio hablar de “creación” en este campo.

Esas dos interpretaciones del surgimiento de las instituciones dieron origen a dos idearios políticos opuestos. Hayek lamentó que se los haya confundido porque, en algún momento, a ambos se los llamó “individualismo”6. La interpretación de los constructivistas llevó a lo que denominó “falso individualismo”, mientras que la explicación evolutiva llevó al “verdadero individualismo”, principios alternativos que guían la organización política7.

Según el falso individualismo, dado que es posible entender la sociedad y las leyes que la gobiernan, el objetivo de toda acción política es cambiar las relaciones entre individuos para lograr objetivos deseables. Como la mente es una observadora imparcial y la razón es omnipotente, el estudio de los procesos sociales no se debe contentar con la observación de los individuos o sus relaciones, sino que se debe ocupar de los grandes agregados, que son perfectamente observables: el Estado, la Nación, la sociedad, los movimientos sociales, etc.; incluso es posible reconocer una “mente colectiva” o la “voluntad popular” de Rousseau. Este individualismo, así como la Revolución Francesa, está ligado al concepto de “democracia”, entendido como regla de las mayorías.

En cambio, el verdadero individualismo reconoce que el hombre no tiene una facultad absoluta para entender las instituciones sociales y que, por tanto, debe aceptar con humildad los productos de la evolución, en los que intervinieron muchas experiencias de numerosos seres humanos. La realidad del hombre puede ser mejorada, siempre y cuando esto no signifique una reconstrucción total de los hábitos, costumbres e instituciones a partir de bases racionalistas.

Además, el Estado, la Nación o la sociedad no son directamente observables, porque la mente humana sólo puede reconstruir las acciones individuales que forman esas agrupaciones. Esto no quiere decir que el hombre no viva en sociedad (Hayek sostiene que sólo se puede hablar de “mente” en un contexto social), sino que la comprensión de los procesos sociales exige un esfuerzo teórico que parta de la observación de los individuos y no de totalidades inobservables. Este tipo de individualismo no está ligado a la idea de democracia sino a la de liberalismo, entendido como el gobierno con reglas de aplicación universal y la existencia de una esfera de acción reservada al individuo.

Para retomar el argumento esencial, recordemos que estos dos conjuntos de principios políticos tienen origen en diferentes visiones de la mente y su relación con el cosmos:

Se puede decir incluso que el primero [el individualismo verdadero] es producto de una aguda conciencia de las limitaciones de la mente individual, que induce una actitud de humildad hacia los procesos sociales impersonales y anónimos mediante los cuales los individuos contribuyen a crear cosas más grandes que las que conocen, mientras que el segundo [el falso individualismo] es producto de una creencia exagerada en los poderes de la razón individual y del consiguiente desprecio por todo lo que no haya sido diseñado conscientemente por ella o no sea plenamente inteligible para ella (1946, 8).

Y concluye que “de este racionalismo social o constructivismo se derivan todo el socialismo moderno [al que luego calificaría de “error intelectual”], la planificación y el totalitarismo” (1964a, 85); y peor aún, que “seguir la moralidad socialista destruirá a buena parte de la humanidad actual y empobrecerá a gran parte del resto” (1988, 7). Mientras que el racionalismo crítico, la filosofía que dio origen al verdadero liberalismo, de origen inglés, es el punto focal de la civilización occidental moderna. Es decir, “Mientras que las ideas de Hume y Voltaire, de Adam Smith y Kant, produjeron el liberalismo del siglo XIX, las de Hegel y Comte, de Feuerbach y Marx, produjeron el totalitarismo del siglo XX” (1951, 206).

Para Hayek es claro que el fondo del debate sobre el origen de las instituciones y sobre el verdadero y el falso individualismo es el lugar de la mente en el universo, un tema al que no habría dado tanta importancia si no hubiese pensado que las posturas filosóficas engendran posturas políticas, y, en últimas, consecuencias prácticas.

La idea fundamental de EOS es que la mente es un sistema que evoluciona en concordancia con el ambiente, y que el tejido neuronal y sus relaciones son parte del mundo físico. Para Hayek, este es un hecho esencial, que fue ignorado por Descartes y sus seguidores y aceptado, al menos implícitamente, por los británicos.

Esta aclaración es pertinente porque se suele considerar que Hayek rechazó una corriente filosófica porque ésta suponía que la capacidad de razonamiento de la mente humana es infinita y, por razones simétricas, aceptó otra corriente más conservadora a la hora de considerar las capacidades de la mente humana. Sin embargo, estas diferencias son una consecuencia directa de un aspecto más fundamental: ¿cuál es el lugar de la mente en el cosmos?, ¿son entes independientes o la mente pertenece al cosmos?, ¿a qué llamamos mental y a qué llamamos no mental? De la respuesta a estas preguntas dependen el punto de vista metodológico que se defiende, las preguntas que se formulan y, en cierta medida, las conclusiones a las que se llega.

EOS Y LA RELACIÓN ENTRE LA MENTE Y EL COSMOS

Como hemos visto, existen al menos dos formas de aproximarse a la mente. La primera la estudia como una sustancia que no pertenece al plano físico, que no se relaciona con las operaciones cerebrales sino que tiene una existencia metafísica independiente. La segunda, como un objeto perteneciente al mundo físico que se puede entender con las mismas reglas empleadas por los científicos en las ciencias naturales.

Para Hayek, la primera opción es inaceptable, pues la mente no es un poder aislado de las circunstancias naturales y sociales en que se ha desarrollado. Esta teoría dualista es “un producto del hábito, que el hombre adquirió en sus primeros estudios de la naturaleza, de suponer que en todos los casos donde observaba un proceso distinto y peculiar debía obedecer a la presencia de una sustancia distinta y peculiar correspondiente. El reconocimiento de tal sustancia material peculiar llegó a considerarse como una explicación adecuada del proceso que se produce” (1952a, 8.41)8. El avance de las ciencias naturales llevó a abandonar la explicación de los fenómenos con base en supuestas “sustancias” ínsitas, aunque para Hayek no deja de ser curioso que

aunque en el dominio de la naturaleza en general ya no aceptamos como explicación adecuada el postulado de una sustancia peculiar que posee la capacidad de producir los fenómenos que queremos explicar, aún recurrimos a este viejo hábito donde intervienen sucesos mentales [...] Pero sin importar la forma de definir la substancia, pensar la mente como una sustancia es adscribir a los sucesos mentales atributos de cuya existencia no tenemos ninguna evidencia (1952, 8.42, énfasis añadido).

Recordemos que esta postura lleva a la problemática conclusión de que, en virtud de que la mente es una sustancia independiente del mundo físico, puede observar objetivamente los fenómenos naturales y sociales; y la razón, como proceso mental, se situaría por encima del contexto en que se ha formado para entender las leyes del universo y modificar su entorno.

Pero si aceptamos que la mente es el resultado de la interacción de fenómenos físicos, por ejemplo, de las neuronas del sistema nervioso, debemos adoptar la segunda postura: puesto que la mente es un fenómeno físico más, podemos entender sus operaciones del mismo modo que entendemos el movimiento de los objetos, las reacciones químicas, las reglas de la evolución biológica o una combinación de las anteriores. Hayek encontró problemas aun en este enfoque, pues la mente sería en sentido estricto un ente observador y un ente observado. Esto desvirtúa el uso directo de los métodos de investigación de las ciencias naturales para entender los fenómenos mentales.

Además, pensaba que a pesar de las nuevas técnicas científicas para entender los procesos internos del cerebro, los psicólogos eran incapaces de dar respuestas a preguntas fundamentales como por qué los seres humanos perciben un mundo diferente del mundo “objetivo”, si existe algo así. Como dijo en el prefacio de EOS: “Treinta años después, cuando examinaba la literatura psicológica moderna, encontré con gran sorpresa que el problema particular en el que había estado interesado seguía en el mismo estado en que estaba cuando me ocupé por primera vez de él” (1952a, vi).

Por ello, la tarea que aborda en EOS es averiguar qué es la mente para determinar la mejor manera de entender sus procesos. Como veremos, este ejercicio aporta intuiciones interesantes que son clave para entender cómo Hayek concebía el objeto de la economía y de las demás ciencias sociales.

Para dejar en claro que la mente no es una sustancia metafísica, la pregunta “¿qué es la mente?” se puede reformular así: “¿cuál es el lugar de la mente en el dominio de la naturaleza?” (ibíd., 1.2). Entonces, el tema de EOS se puede describir más precisamente como “la ‘relación’ entre la mente y el cuerpo, o entre sucesos mentales y físicos” (ibíd.). La respuesta a estas preguntas se basa en el hecho de que existe un orden externo diferente –aunque no independiente– del orden mental. Cuando hablamos de “orden externo” nos referimos a un “orden físico”, ese orden que surge de la clasificación (siempre imperfecta) que las ciencias naturales dan a los acontecimientos físicos. Por otro lado, el “orden mental” es “un orden particular de un conjunto de sucesos que tienen lugar en algún organismo y que se relacionan de alguna manera con el orden físico de los sucesos del entorno, aunque no son idénticos a él” (ibíd., 1.49).

El problema es que “entre los elementos de estos dos órdenes no existe una correspondencia biunívoca simple en el sentido de que algunos objetos o sucesos que en un orden pertenecen al mismo tipo o clase también pertenecen al mismo tipo o clase en el otro orden” (ibíd., 1.9). Por ejemplo, para el “orden mental” no existe manera de clasificar ciertas longitudes de onda sonora o agrupar ciertas frecuencias en las mismas clases o “notas musicales” porque los órganos sensoriales no pueden captarlas o diferenciarlas; mientras que la acústica muestra que estas longitudes de onda existen y que tienen lugar en el “orden físico”.

En consecuencia, Hayek postuló que la tarea de la psicología teórica es explicar por qué nuestros sentidos interpretan de manera diferente el mundo que muestran las ciencias físicas, es decir, explicar la relación entre el orden físico y el orden sensorial. A este respecto explica:

En la medida en que las similitudes o diferencias de los fenómenos que son percibidas por nosotros no corresponden a similitudes o diferencias que los sucesos percibidos manifiestan en sus relaciones con otros objetos, no tenemos derecho a suponer que el mundo aparece ante nosotros como lo hace debido a que es de ese modo; la pregunta de por qué aparece ante nosotros como lo hace es un problema auténtico (ibíd., 1.16).

El orden fenomenológico aparece entonces porque existen organismos con capacidad “interna para reproducir (o ‘construir modelos de’) algunas de las relaciones que existen entre los sucesos de su entorno” (ibíd., 1.20), como el hombre, en el que se desarrolló un orden mental que tiene una correspondencia muy imperfecta con el orden físico, pero que no obstante le permite sobrevivir porque le ayuda a captar información importante del medio en el que vive.

Al orden físico y al orden mental se puede añadir un tercero: el “orden neuronal”. Hayek dice que si aceptáramos que el orden mental y el orden neuronal son diferentes, estaríamos aceptando que la mente es algo más de lo que existe en el plano físico, y tendríamos que referirnos a ella no –o no sólo– como un proceso que tiene lugar en el mundo físico, sino también como una sustancia metafísica que guía o complementa los procesos neuronales. Pero como esto es justamente lo que él niega, busca demostrar que el orden mental es igual al orden neuronal, es decir que no hay una mente y un cuerpo sino una mente que pertenece al cuerpo, específicamente al orden neuronal, mejor dicho, que es el orden neuronal.

¿Cómo explicar que todo lo que ocurre en la mente (sensaciones, pensamientos, etc.) se reduce al plano físico? Hayek demuestra que es posible sostener que no hay una sustancia metafísica detrás de los procesos mentales, si tomamos en cuenta que el potencial del orden neuronal no reside en la reunión de las neuronas sino en las infinitas posibilidades conectivas que existen entre las mismas, que permiten hacer clasificaciones complejas y crear una imagen del entorno que sólo selecciona los aspectos indispensables para que el organismo sobreviva en su medio9.

Por tanto, la mente es un sistema complejo de clasificación de los sucesos del mundo externo que representa imperfectamente el ambiente circundante y permite el desarrollo del individuo, siendo al mismo tiempo parte del entorno o macrocosmos, pues no es más que el orden neuronal. Esa clasificación se efectúa “mediante un sistema de conexiones a través del cual se transmiten los impulsos de una fibra a otra”. Este sistema de conexiones aparece porque en el “desarrollo de las especies o del individuo se establecen conexiones entre fibras en las que los impulsos ocurren al mismo tiempo” (ibíd., 2.46). Es decir, el sistema de conexiones que permite clasificar los impulsos provenientes del entorno se ha formado durante un largo proceso ontogenético y filogenético “mediante una especie de ‘experiencia’ o ‘aprendizaje’; y [...] en cada etapa de su desarrollo reproduce ciertas relaciones existentes en el entorno físico entre los estímulos que evocan el impulso” (ibíd., 2.49).

Si un estímulo a suele ir acompañado de una serie de estímulos b, c, d… n, siempre que aparezca activará los vínculos neuronales que evocan toda la serie. Por tanto, debemos “concebir el sistema nervioso central (y probablemente también el córtex) como una jerarquía formada por muchos niveles de conexiones superpuestas, todas las cuales pueden estar involucradas en la transmisión de impulsos de las fibras aferentes (sensoriales) a las eferentes (motoras)” (ibíd., 3.3).

Pero esta no es una clasificación simple sino que puede tener un nivel de complejidad asombroso:

No sólo cada suceso individual pertenece a más de una clase, sino que también puede contribuir a producir diferentes respuestas de la máquina [de clasificación] si y sólo si ocurre en combinación con algunos otros sucesos. De esta manera, diferentes grupos integrados por diferentes sucesos individuales pueden evocar la misma respuesta y esa máquina entonces clasificaría no solamente sucesos individuales sino también grupos integrados por numerosos sucesos (simultáneos o sucesivos). En este último caso, los grupos (o secuencias) de sucesos individuales constituirían como grupos los elementos de las diferentes clases (ibíd., 2.39).

De tal modo, la mente puede hacer clasificaciones cuya complejidad depende del entramado de neuronas que participen. Aunque este no es el lugar para profundizar el tema, cabe señalar que este proceso, intuido inicialmente por Hayek ha sido corroborado por la neurociencia moderna que hoy le da el nombre más riguroso de “facilitación selectiva de sinapsis” (Fuster, en Hayek, 2004, 21).

La teoría que se expone en EOS no sólo es válida para entender las sensaciones sino que es el principio que gobierna los demás procesos mentales. Hayek argumenta que “el mismo principio general que se puede usar para explicar la diferenciación de las diferentes cualidades sensoriales sirve también como explicación de los atributos peculiares de otros sucesos mentales, como las imágenes, las emociones y los conceptos abstractos” (1952a, 1.4). Debido a que las clases más elementales se reclasifican de diferentes maneras y crean redes que representan otros procesos mentales,

La formación de conceptos abstractos constituye entonces una repetición a un nivel más alto del mismo tipo de procesos de clasificación mediante el cual se determinan las diferencias entre las cualidades sensoriales. Este proceso continuo de reclasificación es impuesto a nosotros debido a que encontramos que la clasificación de objetos y sucesos que afectan a nuestros sentidos sólo es una aproximación tosca e imperfecta de las diferencias entre los objetos físicos que nos permitirían predecir correctamente su comportamiento (ibíd., 6.47-6.48).

El primer corolario de esta teoría es que los elementos del mundo externo no transmiten sus atributos a los individuos sino que la mente crea las características para clasificarlos. Las sensaciones no se producen porque reflejen propiedades intrínsecas de los objetos externos, sino que cobran sentido porque el individuo puede clasificarlas de algún modo gracias a un orden o aparato de clasificación preexistente. A partir de este corolario, Hayek propone la tesis central de EOS: “No tenemos primero sensaciones que luego son preservadas por la memoria, sino que los impulsos se convierten en sensaciones como resultado de la memoria fisiológica. Las conexiones entre los impulsos fisiológicos son entonces el fenómeno primario que crea los fenómenos mentales” (ibíd., 2.5).

Puesto que las sensaciones no se derivan de lo que ocurre en el orden físico sino de lo que sucede en el orden mental, Hayek afirma que “mucho de lo que creemos saber acerca del mundo externo es, de hecho, conocimiento acerca de nosotros mismos” (ibíd., 1.17). En una obra posterior (1982) encuentra un sorprendente parecido entre esta idea y la siguiente reflexión de Galileo Galilei: “Pienso que estos gustos, olores, colores, etc. n o son otra cosa que meros nombres, pero tienen alojo únicamente en el cuerpo sensitivo, de modo que si el animal fuera suprimido, cualquier otra cualidad sería abolida y aniquilada” (Ebenstein, 150).

El mundo que observamos no es entonces un mundo dado objetivamente, dispuesto a ser aprehendido por los seres vivos que habitan en él. Al contrario, cada uno de ellos debe crear mecanismos para seleccionar y clasificar ciertas características de su entorno y sobrevivir en él. El hecho de que creen diversos sensores y medios de conocer las condiciones del ambiente prueba que el mundo que percibe el hombre sólo es una adaptación que parte de ciertos mecanismos que dan lugar a ciertas clasificaciones de sucesos. Un ejemplo característico es la capacidad de algunos animales para conocer su posición espacial mediante la audición, que fue ignorada durante mucho tiempo hasta que las ciencias naturales mostraron las formas alternativas de adaptación de los organismos al medio natural.

El segundo corolario es que el orden mental se forma a partir de un entramado de conexiones y no del simple almacenamiento de características del orden externo en el sistema nervioso. Por ejemplo, no existe un lugar del cerebro donde se registre el rostro de la madre, el sabor de un alimento o el sonido de una melodía, el blanco o el negro, el frío o el calor. Uno u otro objeto o característica se evoca mediante la actuación de un grupo de conexiones específico. A este respecto, Hayek afirma que no existe un mecanismo fisiológico que pueda retener algo, excepto conexiones entre diferentes hechos (1952a, 5.12). Es decir, no existe una neurona encargada de almacenar cada objeto o sensación (entre otras cosas porque el espacio de almacenamiento tendría que ser infinito), sino que su evocación se logra gracias a la participación de una o varias conexiones neuronales.

Cuando la fuente de lo conocido pasa de ser algo absoluto a un entramado de valores relativos se hace evidente, por ejemplo, que un color se percibe debido a su relación con los demás colores, y que una situación sólo se puede evaluar por su relación con otras situaciones.

Por tanto, cualquier intento de definir una cualidad mental sólo se puede emprender tomándola en relación con las otras cualidades mentales. Hayek defiende esta idea argumentando que “nada puede llegar a ser un problema acerca de las cualidades sensoriales que no pueda en principio ser también descrito en palabras; y esa descripción en palabras siempre será una descripción en términos de la relación de la cualidad en relación con otras cualidades sensoriales” (ibíd., 1952a, 1.92).

En el campo de los colores, esto significa que no existe una cualidad pura, “negritud” o “blancura”, sino una relación entre colores; el negro sólo tiene sentido dentro de la gama de colores que el hombre puede discriminar. Más aún, la categoría “color” no tiene sentido por sí sola sino que adquiere el significado que tiene para nosotros dentro del conjunto más amplio de categorías: sólo podemos saber que algo es un “color” por su relación con lo que es un “olor” o una “textura”, por ejemplo. Por tanto, para Hayek,

parece entonces imposible que surja una pregunta acerca de la naturaleza o el carácter de cualidades sensoriales particulares que no sea una pregunta acerca de las diferencias entre (o de las relaciones con) otras cualidades sensoriales; y el grado en que los efectos de su ocurrencia difieren de los efectos de la ocurrencia de otra cualidades determina el conjunto de su carácter (ibíd., 1.103).

Por otro lado, aclaremos que aunque Hayek plantea al principio la hipótesis del isomorfismo entre el orden neuronal y el orden mental, al final concluye que no sólo son isomórficos sino idénticos porque “una respuesta a la pregunta de qué determina el orden de las cualidades sensoriales constituye una respuesta a todas las preguntas que se pueden hacer significativamente acerca de la ‘naturaleza’ y el ‘origen’ de estas cualidades” (ibíd., 1.4); o sea que “este orden, si lo conociéramos por completo, no sería entonces otro aspecto de lo que conocemos como mente sino que sería la mente misma” (ibíd., 8.44). En otras palabras, la mente no es más que el mecanismo de clasificación complejo que se forma a partir de las relaciones neuronales, y no hay ninguna razón para suponer que, además de ese orden neuronal, sea también un ente metafísico que guía de algún modo los procesos mentales.

Además, insiste en que lo que llamamos mente “no serían los procesos neurales individuales sino el orden completo de todos esos procesos”, en términos coloquiales, un todo que es más que la suma de las partes, pues lo mental no se refiere sólo a la reunión de neuronas o al conjunto de impulsos neuronales sino al conjunto de relaciones que se establecen entre ellos: “Las cualidades sensoriales (u otras cualidades mentales) no están ligadas originalmente de alguna manera, ni son un atributo original de los impulsos psicológicos individuales, sino que […] el conjunto de estas cualidades está determinado por el sistema de conexiones que le da su cualidad distintiva” (ibíd., 2.49).

Puesto que esta presentación puede llevar a pensar que las ideas de Hayek son desarrollos aislados, cabe aclarar que se derivaron en parte de las grandes corrientes de la psicología de los siglos XIX y XX. En el prefacio de EOS, reconoce que figuras como Hebb, Mach y Helmholtz influyeron en su obra en alguna medida. N o deja de ser admirable el servicio que él prestó al derribar el paradigma modular de la mente y sentar las bases teóricas para la teoría de redes (o de asambleas neurales, como la llamaría Fuster)10. Su contribución es más meritoria si se tiene en cuenta que fue obra de una persona con poca preparación en los campos de la psicología y la fisiología.

EOS Y EL OBJETO DE LA CIENCIA ECONÓMICA

En EOS Hayek buscaba establecer un fundamento sólido para sus ideas en otros campos, sobre todo las que pretendían demoler las bases teóricas del socialismo en los frentes económico, político y filosófico. Al mismo tiempo fue un paso adelante en su defensa de la sociedad libre, en un momento en que la planificación estatal cobraba popularidad, no sólo en los países socialistas sino también en las economías de mercado occidentales, y en que el “liberalismo de laissez faire del siglo XIX había muerto o al menos estaba en un estado de animación suspendida” (Ebenstein, 120).

Una parte importante de esta tarea era examinar el carácter peculiar del conocimiento económico, concepto que Hayek refinó durante el debate sobre el cálculo económico en los países socialistas. En los años cuarenta pensaba que lo que más dificultaba la correcta comprensión de su argumento contra la posibilidad de dicho cálculo era la creencia de que todo conocimiento era necesariamente de carácter científico: “un tipo de conocimiento, el conocimiento científico, hoy ocupa un lugar tan destacado en la imaginación pública que tendemos a olvidar que éste no es el único tipo relevante”, y peor aún, “es casi una herejía sugerir que el conocimiento científico no es la suma de todos los conocimientos” (1945, 80). Si todo conocimiento fuera científico, en principio no debería haber problema para organizar centralmente la economía.

En sus ensayos sobre conocimiento económico, Hayek muestra que este conocimiento tiene un carácter muy diferente, no científico, pues consiste en información que sólo tiene sentido en tiempos y lugares determinados. Y lo define como una manera de “ver”, o “darse cuenta de”, que se deriva de su concepción de la mente, según la cual los seres humanos pueden darse cuenta de cosas diferentes porque su imagen rudimentaria del entorno es creada a partir de experiencias ontogenéticas disímiles. En EOS explica que se puede hablar de un “mapa” elaborado a partir de múltiples conexiones neuronales, que determina lo que el individuo puede ver. Toda interpretación del ambiente circundante recurre a este mapa, por lo que también se puede entender como un “alfabeto” que codifica los “signos” procedentes del exterior (1952a, 5.25).

Este mapa se construye a lo largo de la historia del individuo y de la especie, lo que llevaría a suponer que muchas de las cosas que todos los individuos ven son esencialmente las mismas: en condiciones normales todos los miembros del género humano pueden percibir la misma gama de colores y sonidos, por ejemplo. Pero como señala Fuster,

Es por la facilitación selectiva de sinapsis en el inmenso armazón conectivo de la corteza cerebral como se van formando las memorias del individuo sobre una base de memoria filética –corteza sensorial y motora primaria– común a todos los individuos de la especie. La idiosincrasia y la especificidad de la memoria del individuo residen en el potencial combinatorio de los diez mil millones de neuronas que residen en la corteza humana (Fuster, en Hayek, 2004, 21, énfasis añadido).

En otras palabras, aunque los seres humanos poseemos un orden mental que se ha desarrollado a lo largo de la historia de la especie, y que en condiciones normales es idéntico para todos, no todas las conexiones están dadas al momento de nacer, y cada individuo tiene un potencial conectivo cuyo desarrollo depende de la experiencia personal. Por tanto, es de esperar que cada ser humano, tomado individualmente, sea consciente o pueda darse cuenta de cosas de las que sus semejantes no se pueden dar cuenta.

Queda claro entonces por qué para Hayek el conocimiento económico no consiste en estadísticas o datos formalizables, sino que se refiere a coordenadas específicas de tiempo y lugar, que sólo puede ver “el hombre en el terreno”. Las conexiones individuales que determinan los mapas difieren en cada individuo, lo que confirma una de las ideas claves de CRC, que “el conocimiento concreto que poseen los diferentes individuos diferirá en aspectos importantes” (1941, 30). Por tanto, la información necesaria para tomar decisiones económicas consiste en partículas de información distribuidas en muchas mentes individuales, que se refieren a escalas de preferencias, oportunidades económicas, etc. Hayek sostiene:

Hay sin duda un cuerpo de conocimiento muy importante pero desorganizado que posiblemente no se puede llamar científico en el sentido de conocimiento de reglas generales: el conocimiento de las circunstancias particulares de tiempo y lugar. Es con respecto a éste que prácticamente cualquier individuo tiene alguna ventaja sobre los demás debido a que posee información única de la que puede hacer uso beneficioso, pero que sólo se puede usar así si las decisiones que dependen de esa información se le dejan a él o se toman con su activa cooperación (1945, 80).

En resumen, en el caso del conocimiento necesario para tomar decisiones económicas, varía sustancialmente lo que cada participante del mercado puede ver porque depende de las conexiones que ha hecho a lo largo de su historia. Por ello no se puede suponer que ese conocimiento está dado o reunido para un individuo o grupo de individuos, porque está disperso en las mentes individuales y cada individuo ve cosas diferentes. No es un cuerpo de conocimiento al que se acceda científicamente pues no está “dado” objetivamente.

Por ejemplo, aunque en el mundo externo los precios son datos observables, “objetivos” y “dados”, sólo adquieren sentido económico dentro de la jerarquía de fines y medios de un individuo, que sólo es conocida por él, a partir de su propio mapa. Los datos sólo se vuelven conocimiento cuando son interpretados e incorporados por el individuo que participa en el mercado, de lo contrario el precio sólo es un número que carece de sentido económico. Así mismo, las oportunidades de ganancias empresariales tampoco se encuentran de manera objetiva en la naturaleza, listas para ser aprovechadas, sino que son descubiertas por las personas capaces de verlas.

En “Economía y conocimiento”, de 1937, Hayek ya había definido el problema económico en términos de la coordinación de decisiones interpersonales basadas en expectativas: la coordinación exitosa de los agentes del mercado depende de la comunicación y formación de las expectativas subjetivas que surgen a partir de los diferentes mapas.

Aunque este argumento es plausible, Hayek encontró otra dificultad: no era claro qué impedía reunir este conocimiento para que una persona o un grupo de personas pudiera darle el mejor uso posible. Es de vital importancia entender este hecho porque el punto central de su crítica al cálculo económico en los países socialistas es precisamente que “la clase de conocimiento por la que me he interesado es el conocimiento del tipo que por su naturaleza no puede entrar en las estadísticas y, por tanto, no se puede transmitir a una autoridad central en forma estadística” (1945, 83).

En EOS concluyó que el hecho de que los individuos posean un mapa para darse cuenta de lo que sucede en su entorno no significa que sean conscientes de ese mapa. Los conocimientos de tiempo y lugar, las habilidades o facultades especiales para ver oportunidades económicas no son ideas que se puedan expresar de manera consciente ni transmitir deliberadamente a las autoridades. El mapa –y por tanto el conocimiento económico– es en gran medida inconsciente o, para usar un término menos problemático, es tácito. Es ilógico pensar que el individuo puede dar cuenta de todas las particularidades del mapa que guía sus percepciones y acciones, porque la mente, al ser un sistema de clasificación, sólo puede dar cuenta de objetos de menor complejidad que ella misma; “ningún agente puede explicar objetos de su propia especie o de su propio grado de complejidad, y, por tanto, el cerebro humano nunca puede explicar plenamente sus propias operaciones” (1952a, 8.69)11. Justamente porque este es el marco en el que se organizan las categorías con las que se percibe el universo, una parte de este mapa siempre estará tácita, detrás de los razonamientos y de la conciencia.

Hayek estaba inconforme con su explicación, y años después, aprovechando el trabajo de Polanyi sobre conocimiento tácito y conocimiento articulado12, examinó más detenidamente el tema. Al conocimiento tácito de Polanyi lo llamó “acción guiada por reglas”, lo que en lenguaje ordinario se conoce como “habilidades”. “Una característica de estas habilidades es que usualmente no podemos enunciar explícitamente (discursivamente) la manera de actuar que está involucrada” (1962, 43). O sea que en estos casos “la acción es guiada por reglas (pautas de movimiento, principios ordenadores, etc.) que la persona que actúa no necesita conocer explícitamente (ser capaz de especificar, describir discursivamente o ‘verbalizar’), y [...] el sistema nervioso parece actuar como lo que se puede llamar un ‘efector de patrones de movimiento’” (ibíd., 45).

Como es característico en Hayek, aquí también lamenta que en muchos idiomas sea difícil entender estas ideas, porque no hay una palabra para “saber hacer algo” diferente de la que se usa para “saber cómo algo es hecho”. Por ejemplo, “el uso moderno del inglés no permite en general emplear el verbo ‘poder’ (en el sentido del alemán können) para describir todos los casos en que un individuo meramente ‘sabe cómo’ hacer una cosa” (1962, 44). A unque una persona puede montar en bicicleta o hablar un idioma, eso no significa que sea consciente de los pasos para realizar esas actividades ni que pueda transmitirlos verbalmente.

El conocimiento económico no está relacionado entonces con el conocimiento científico sino con el seguimiento de reglas, que no se pueden conocer porque guían las acciones y las percepciones de los individuos. Si un comité central pretendiera organizar las actividades económicas, tropezaría con el problema de que las personas no pueden transmitirle sus conocimientos especiales de tiempo y lugar, es decir, su conocimiento tácito, y el comité no podría dar el mejor uso a este conocimiento con la guía de métodos racionales. El rasgo fundamental del conocimiento económico es entonces que no se puede articular, lo que no sólo es un obstáculo para cualquier intento de planificación central sino que también ofrece una interesante perspectiva para el verdadero objeto de la ciencia económica.

Si para entender el carácter del conocimiento económico es necesario tener en cuenta las pequeñas diferencias entre los mapas –pequeñas diferencias que son su esencia– para entender la aproximación a las ciencias sociales que propuso Hayek es necesario considerar las grandes similitudes que existen entre las mentes humanas. Para él era claro que las mentes individuales perciben diferentes aspectos de la realidad, pero también era cierto que sus estructuras son esencialmente idénticas, lo que hace posible cumplir funciones tan importantes como la comunicación:

Por supuesto, no sería posible discutir el mundo fenoménico con otras personas si ellas no percibieran este mundo en términos del mismo orden de cualidades con que lo percibimos, o al menos muy similar. Esto significa que la mente consciente de otras personas clasifica los estímulos de manera similar a como los clasifica nuestra mente, y que las diferentes cualidades sensoriales están para ellas relacionadas con las demás de manera similar a la que nosotros conocemos. En otras palabras, aunque el sistema de cualidades sensoriales es “subjetivo” en el sentido de que pertenece al sujeto que percibe y no “objetivo” (perteneciente a los objetos percibidos) –un a distinción idéntica a la que hay entre el orden fenoménico y el orden físico– es sin embargo impersonal y no (o al menos no totalmente) peculiar al individuo (1952a, 1.69)13.

En las ciencias sociales el punto de partida también debe ser la aceptación de que podemos entender las acciones humanas porque tenemos una mente similar a la de quienes realizan esas acciones, de ahí la importancia de “nuestro conocimiento directo de los diferentes tipos de sucesos mentales, que para nosotros deben seguir siendo entidades irreductibles” (ibíd., 8.88). Para Hayek no existe otra manera de entender los productos de la mente humana diferente de la experiencia directa que tenemos de ella.

De hecho, según EOS, “este orden que llamamos mente es entonces el orden prevaleciente en una parte particular del universo físico –esa parte que somos nosotros mismos” (ibíd., 8.45). Esto implica que la mente no es un objeto que podamos conocer como conocemos otros órdenes de la naturaleza, no porque sea una sustancia metafísica independiente sino porque, aunque es parte del macrocosmos, es la parte que observa. La única manera de dar cuenta de los fenómenos mentales como fenómenos físicos sería acopiar todas las circunstancias que producen cada efecto mental, tarea que supera la capacidad de la mente humana. Así,

Nuestra conclusión, entonces, debe ser que para nosotros la mente debe seguir siendo para siempre un dominio en sí mismo que solo podemos conocer experimentándolo directamente, pero que nunca seremos totalmente capaces de explicar o “reducir” a otra cosa. Aunque podamos saber que los sucesos mentales del tipo que experimentamos pueden ser producidos por las mismas fuerzas que operan en el resto de la naturaleza, nunca seremos capaces de decir cuáles son los sucesos físicos particulares que “corresponden” a un suceso mental particular (ibíd., 8.98)14.

Años después Hayek aclaró que esta forma de conocer los fenómenos mentales y las cuestiones sociales a las que dan origen “se conoce en la discusión de la metodología de las ciencias sociales como […] comprensión (Verstehen) [...] Incluye lo que los autores del siglo XVIII describían como simpatía y lo que últimamente se discute con el calificativo de ‘empatía’ (Einfühlung) ” (1962, 58).

En consecuencia, las ciencias sociales no pueden discutir los hechos de la acción humana de la misma manera que se discuten los hechos naturales, no porque los hechos de la acción humana no sean parte de los hechos naturales sino porque la mente es un fenómeno natural de extrema complejidad que el hombre no puede abarcar de la misma manera que domina otros campos de la naturaleza. Por tanto, el científico social debe entender, primero, que “los individuos que componen la sociedad son guiados en sus acciones por una clasificación de cosas o sucesos de acuerdo con un sistema de cualidades sensoriales y de conceptos que tienen una estructura común y que nosotros conocemos porque también somos hombres”; y, segundo, que “el conocimiento concreto que poseen los diferentes individuos diferirá en aspectos importantes” (ibíd., 33).

Estas características están presentes en la ciencia económica, y por ello Hayek advierte:

El carácter peculiar del problema de un orden económico racional está determinado precisamente por el hecho de que el conocimiento de las circunstancias de las que debemos hacer uso nunca existe en forma concentrada o integrada sino únicamente como pedazos dispersos de conocimiento incompleto y frecuentemente contradictorio que todos los individuos poseen por separado.

Así, la economía no se puede entender à la Robbins, como la ciencia que estudia la distribución de recursos escasos entre fines alternativos, especialmente allí donde estos recursos se consideran dados, “si ‘dados’ significa que están dados a una mente única que resuelve deliberadamente el problema planteado por estos ‘datos’”, porque “los ‘datos’ de los que parte el cálculo económico nunca son ‘dados’ por la sociedad en conjunto a una mente única que puede deducir las implicaciones, y nunca pueden ser dados”. El problema económico consiste, más bien, en “cómo asegurar el mejor uso de los recursos conocidos por cada miembro de la sociedad, para fines cuya importancia relativa sólo conocen esos individuos. O, para decirlo brevemente, es un problema de la utilización de conocimientos que no son dados a nadie en su totalidad” (1945, 77-78).

La imperfección del conocimiento es un hecho esencial y debe ser el punto de partida de cualquier teoría social, incluida la economía; además, cuando hablamos de ciencias sociales nos referimos a un campo complejo, en el que, debido a que no puede conocer todos los datos relevantes, el científico debe trazar patrones, sin preocuparse por hacer predicciones acertadas. En estos campos, “no sólo el ideal de predicción y control debe mantenerse lejos de nuestro alcance sino que también es ilusoria la esperanza de que podemos descubrir mediante la observación las conexiones regulares entre los sucesos individuales” (1964, 34).

Para Hayek, la economía, como cualquier otra ciencia social, debe averiguar cuál es el orden –no intencionado e impersonal– que surge de las acciones individuales, condicionadas por conocimientos diferentes, los que a su vez son el producto de maneras distintas de entender el mundo (de mapas diferentes). La pregunta relevante de la ciencia económica no es cómo distribuir los recursos escasos entre fines alternativos, sino cómo es posible que las personas logren coordinarse a partir de sus conocimientos dispersos y contradictorios, o, en otras palabras, cómo se coordina la información dispersa para estructurar el orden económico de manera impersonal: “debemos mostrar cómo se llega a una solución mediante las interacciones de las personas, cada una de las cuales sólo posee un conocimiento parcial”. Por ello, criticando a la economía convencional, afirma que “suponer que todo el conocimiento está dado a una mente única de la misma manera que suponemos que está dado a nosotros los economistas encargados de explicar la realidad es dejar de lado el problema e ignorar todo lo que es importante y significativo en el mundo real” (1945, 91).

CONCLUSIONES

La aproximación de Hayek a la psicología teórica da coherencia y mayor relevancia a sus escritos en otros campos. Su defensa del racionalismo crítico y del individualismo verdadero y su concepción de la naturaleza del conocimiento económico se fundamentan en su noción de la mente, que expone en detalle en EOS y es esencial para entender el papel que otorgaba a las ciencias sociales en general, y a la economía en particular.

En EOS Hayek buscaba sustentar su visión del conocimiento económico y no sólo justificar la crítica del cientifismo que hizo en CRC15. Decidió retomar su trabajo en psicología para dar un fundamento más sólido a sus argumentos contra el socialismo, no sólo contra sus bases filosóficas, sino también contra la posibilidad real de remplazar al mercado para resolver el problema económico. De acuerdo con su teoría de la mente, las pequeñas diferencias en los mapas individuales o en esquemas de clasificación que se usan para percibir el mundo externo llevan necesariamente a que el conocimiento económico esté disperso y a que sea intransmisible, lo que impide ordenar racionalmente el consumo y la producción desde un comité central. De allí su manera de entender el objeto de la ciencia económica: reconstruir, partiendo de las acciones individuales, el proceso por el cual se logra la coordinación impersonal y no intencionada.

La aproximación del racionalismo constructivista, derivada de Descartes y la Ilustración francesa, es errónea en el campo de los fenómenos sociales y, lo que es más grave, en los principios políticos a los que dio origen, que Hayek resume en el concepto de “falso individualismo”. Para él, estos pensadores, a quienes acusa de cientifistas, especialmente a sus representantes del siglo XIX, yerran al trasladar sin reservas los métodos de las ciencias naturales al estudio de las ciencias sociales, sin conocer primero el objeto en cuestión. Los racionalistas constructivistas yerran porque no tienen en cuenta que en el estudio de la economía y los demás fenómenos sociales es erróneo partir de totalidades, que son ininteligibles para la mente humana. Es necesario, en cambio, partir de las acciones humanas, porque quienes las ejecutan tienen una estructura mental parecida al que las observa, y así este último puede comprenderlas.

Hayek propuso una alternativa al racionalismo constructivista, que comienza por aclarar, al menos hipotéticamente, cuál es el lugar de la mente en el cosmos y, de acuerdo con ello, cuáles son las preguntas que deben responder las ciencias sociales y de qué forma. Después perfeccionó la aproximación de los racionalistas críticos, que trataron de reconstruir los procesos sociales como producto no intencionado de las acciones individuales, y juzgó valiosos los principios políticos a los que dieron origen, que resumió en el concepto de individualismo verdadero. Además, encontró que estos pensadores intuyeron la necesidad de partir de las acciones individuales para reconstruir los procesos mediante los que se forman los patrones de coordinación, la única manera de entender cómo se soluciona el problema económico, entre otras cuestiones sociales como el lenguaje o el surgimiento de hábitos e instituciones.

NOTAS AL PIE

1. En adelante, el año se refiere a la fecha de publicación del original, que puede diferir del año de publicación de la edición consultada. A menos que se indique otro autor, la obras que se citan son de F. A. Hayek.

2. Reputación científica que siempre se puso en duda. Durante sus años en la London School of Economics, uno de sus miembros se refería al “circo Hayek- Robbins” como “el último bastión de la tontería metafísica más ultra individualista disfrazada como ciencia económica del occidente de Viena” (Caldwell, 2004, 236).

3. El puente entre la epistemología hayekiana y sus consecuencias en la teoría y la práctica políticas que aquí se pretende mostrar es muy simplificado. Para un análisis más extenso, ver De la Nuez (1994), Gray (1998) y Kukathas (1990).

4. El grupo de personas al que se refiere Hayek no se agota en los moralistas escoceses: Bernard de Mandeville era de origen holandés y Edmund Burke, irlandés.

5. Para un análisis más detallado, ver Ryle (1949).

6. Aunque Hayek advirtió en 1946 que el individualismo es “principalmente una teoría de la sociedad, un intento de entender las fuerzas que determinan la vida social del hombre, y sólo en segunda instancia un conjunto de máximas políticas derivadas de esta concepción de la sociedad” (1946, 6), es claro que esa “teoría de la sociedad” no es otra cosa que la interpretación evolutiva de las instituciones derivada del “racionalismo crítico”, concepto que se acuñó años después.

7. Este es otro ejemplo de su obsesión por rescatar el significado verdadero de las palabras o al menos para precisar de qué se está hablando cuando se usa un término. Él pensaba que la corrupción del lenguaje lleva a situaciones en las que se agrupa bajo el mismo nombre a personas que piensan diferente. Así sucedía con el término “individualismo” que podía significar dos cosas totalmente opuestas. Incluso aceptó que “en la preparación de este escrito, cuando examiné algunas de las descripciones estándar del ‘individualismo’ casi empecé a lamentarme por haber conectado los ideales en que creo con un término del que tanto se ha abusado y tanto se ha malentendido” (1946, 3).

8. En las citas de EOS se indica el número del párrafo.

9. Recordemos que las neuronas tienen unos terminales, las dendritas y los axones, por medio de los cuales se comunican entre sí mediante descargas eléctricas. El poder del orden mental reside en esas posibilidades conectivas.

10. El autor debe esta idea a uno de los comentaristas.

11. Así una mente que se entiende a sí misma sería “una contradicción lógica –una falta de sentido en el sentido literal de la palabra– y un resultado del prejuicio de que debemos ser capaces de tratar los sucesos mentales de la misma manera que tratamos los sucesos físicos (1952a, 8.91). Por ello, en EOS Hayek sólo se atreve a dar una “explicación del principio” de la mente, que no busca dar cuenta de sus detalles particulares, sino de su funcionamiento general (1952a, 8.57).

12. Este no es el lugar para analizar la coincidencia entre la “acción guiada por reglas” de Hayek y el “conocimiento tácito” de Polanyi. Basta señalar que se refieren a un conocimiento no científico y que quien lo posee no necesariamente es consciente de él y no lo puede expresar en palabras; ver Huerta de Soto (2001, 53).

13. También expone esta idea en TCRC: “esta comprensión se hace posible por el hecho de que tenemos una mente como las suyas, y porque a partir de las categorías mentales que tenemos en común con ellos podemos reconstruir los complejos social que nos interesan” (1941, 50).

14. Gray llama “neutralidad metafísica” a esta actitud (1982).

15. A pesar de que este es el aspecto que más trata la literatura sobre EOS, porque él mismo abordó el tema en un capítulo especial llamado “Consecuencias filosóficas”, mientras que en ninguna parte del libro destaca la importancia de las ideas que expone para entender la naturaleza del conocimiento económico.


REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

1. Butos, W. y R. Koppl. “Does the Sensory Order Have a Useful Economic Future?”, Advances in Austrian Economics 9, 2006, pp. 19-50.

2. Caldwell, B. Hayek’s Challenge: an Intellectual Biography of F. A. Hayek, Chicago, University of Chicago Press, 2004.

3. De la Nuez, P. La política de la libertad: estudio del pensamiento político de F. A. Hayek, Madrid, Unión Editorial, 1994.

4. Dempsey, G. “Hayek’s Evolutionary Epistemology, Artificial Intelligence, and the Question of Free Will”, Evolution and Cognition 2, 2, 1996a, pp. 139-150.

5. Dempsey, G. “Hayek’s Terra Incognita of the Mind”, The Southern Journal of Philosophy 34, 1, 1996b, pp. 13-41.

6. Ebenstein, A. Friedrich Hayek: a Biography, New York, Palgrave, 2001.

7. Gray, J. Hayek on Liberty, 1982, London, Routledge, 1998.

8. Hayek, F. A. The Sensory Order, an Inquiry into the Foundations of Theoretical Psychology, Chicago, University of Chicago Press, 1952a, 1976.

9. Hayek, F. A. “The Counter-Revolution of Science”, 1941, The Counter-Revolution of Science, Studies on the Abuse of Reason, Glencoe, Free Press, 1952b.

10. Hayek, F. A. “Scientism and the Study of Society”, 1942, The Counter-Revolution of Science, Studies on the Abuse of Reason, Glencoe, Free Press, 1952b.

11. Hayek, F. A. “Comte and Hegel”, 1951, The Counter-Revolution of Science, Studies on the Abuse of Reason, Glencoe, Free Press, 1952b.

12. Hayek, F. A. “Rules, Perception and Intelligibility”, 1962, Studies of Philosophy, Politics and Economics, London, Routledge and Kegan Paul, 1967a.

13. Hayek, F. A. “The Legal and Political Philosophy of David Hume”, 1963, Studies of Philosophy, Politics and Economics, London, Routledge and Kegan Paul, 1967b.

14. Hayek, F. A. “Kinds or Rationalism”, 1964a, Studies of Philosophy, Politics and Economics, London, Routledge and Kegan Paul, 1967c.

15. Hayek, F. A. “The Theory of Complex Phenomena”, 1964b, Studies of Philosophy, Politics and Economics, London, Routledge and Kegan Paul, 1967d.

16. Hayek, F. A. “Economics and Knowledge”, 1937, Individualism and Economic Order, Chicago, University of Chicago Press, 1980a.

17. Hayek, F. A. “The Use of Knowledge in Society”, 1945, Individualism and Economic Order, Chicago, University of Chicago Press, 1980b.

18. Hayek, F. A. “Individualism: True and False”, 1946, Individualism and Economic Order, Chicago, University of Chicago Press, 1980c.

19. Hayek, F. A. “The Meaning of Competition”, 1946, Individualism and Economic Order, Chicago, University of Chicago Press, 1980d.

20. Hayek, F. A. “Dr. Bernard Mandeville”, 1966, New Studies in Philosophy, Politics, Economics and the History of Ideas, London, Routledge and Kegan Paul, 1978.

21. Hayek, F. A. The Fatal Conceit, the Errors of Socialism, 1988, Chicago, University of Chicago Press, 1991.

22. Hayek, F. A. El orden sensorial, Madrid, Unión Editorial, 2004.

23. Horwitz, S. “From the Sensory Order to the Liberal Order: Hayek’s Non-Rationalist Liberalism”, Review of Austrian Economics 13, 2000.

24. Huerta de Soto, J. Socialismo, cálculo económico y función empresarial, Madrid, Unión Editorial, 2001.

25. Kukathas, C. Hayek and Modern Liberalism, Oxford, Clarendon Press, 1990.

26. Leube, K. “Some Remarks on Hayek’s the Sensory Order”, Laissez-Faire 18-19, 2003, pp. 12-22.

27. McQuade, T. y W. Butos. “The Sensory Order and Other Adaptive Classifying Systems”, Journal of Bioeconomics 7, 3, 2005.

28. Ryle, G. The Concept of Mind,  Middlesex, Penguin Books 1949, 1968.

29. Steele, G. R. “Hayek’s Sensory Order”, Theory and Psychology 12, 3, 2002.