¿ESTADOS UNIDOS PUEDE SUFRIR “DÉCADAS PERDIDAS” COMO LAS DE JAPÓN?
COULD AMERICA SUFFER ‘LOST DECADES’ LIKE JAPAN’S ‘LOST DECADES’?
Paul Samuelson*
* Profesor Emérito de Economía en el Massachusetts Institute of Technology (MIT) y Premio Nobel de Economía en 1970. Escritos tomados de Tribune Media Services, [http://www.tmsfeatures.com]. Traducción de Alberto Supelano.
Cuando Adolf Hitler asumió el poder en Alemania luego del periodo de Weimar, los adivinos de Europa y Estados Unidos proclamaron: “eso no puede ocurrir aquí”. Vale la pena replantear la pregunta seriamente: ¿los Estados Unidos de Obama pueden sufrir una década perdida como la que ha sufrido Japón?
Pensar lo impensable puede ser valioso aun para los optimistas. Soy un macroeconomista realista que, a pesar de los excelentes programas de los equipos de Obama y del congreso demócrata, espera que la recuperación del crecimiento del PIB real y de un alto índice de empleo en Estados Unidos y en el mundo probablemente ocurra después de una depresión medida en años y no en meses.
Supongamos, sin embargo, que soy demasiado optimista y que Estados Unidos pueda tener una “década perdida” como la de Japón.
¿Cómo podría suceder? Todo lo que se necesita es un estancamiento de la democracia. En la historia, esos estancamientos han ocurrido muy a menudo. En Japón, las diferentes facciones del Partido Demócrata Liberal mayoritario siempre se han inclinado a la controversia. Además, los legisladores de la Dieta se han enfrentado a los burócratas japoneses.
Sólo tenemos que imaginar una pérdida de popularidad del presidente Obama. Sin una fuerte y sostenida inyección pública de nuevo poder de compra, una economía en recesión va de mal en peor. El recorte del empleo contrae los gastos de consumo. La reducción del gasto eleva el desempleo. Es un círculo vicioso que se retroalimenta.
Japón refutó la creencia de que los mercados desregulados siempre pueden generar su propia recuperación. Una refutación anterior la proporcionó el incapaz Herbert Hoover entre 1929 y 1932. Una economía en recesión genera su propio círculo vicioso descendente, a menos que se lo quiebre con un gran estímulo sostenido del gobierno. Una economía deprimida genera una sociedad malsana. La historia lo ha mostrado repetidamente.
Hasta ahora el dólar se mantiene sorprendentemente fuerte. Podría perder su carácter de moneda refugio. No podemos descartar una corrida desordenada contra el dólar en el futuro. Cuando ocurra, si llega a ocurrir, a los fondos de cobertura extranjeros que venden dólares al descubierto se les sumarán también los fondos de cobertura estadounidenses.
Por ahora, el presidente Obama y el presidente de la Reserva Federal, Ben Bernanke, no se deben preocupar por un debilitamiento del dólar (¿quizá en secreto incluso lo agradezcan porque impulsaría las exportaciones de Estados Unidos?). Pero más adelante, los estadounidenses, que consumen en exceso, podrían perder el liderazgo mundial en los mercados de divisas. George W. Bush, durante sus ocho años en la Casa Blanca, se enemistó temerariamente con las demás naciones. Ése es su terrible legado.
La vida en una depresión sostenida como la de Japón puede ser angustiosa. Desde la ventana de mi casa de invierno en la costa occidental de Florida hoy veo esa imagen sombría. Si viajamos unos dos kilómetros hacia el sur, podemos contar unos 20 avisos de casas de lujo que están en venta.
En su mayoría las tiendas están vacías. El servicio de niñeras abunda porque pocos maridos de niñeras encuentran empleo. Se ven abogados e ingenieros dispuestos a emplearse como lavadores de autos, aunque hoy no se encuentran esos empleos. Condominios abandonados, a medio construir, se deterioran mes tras mes.
Un banquero local consternado, que con toda probabilidad ha votado por los republicanos toda su vida, me sorprendió cuando me dijo que si para evitar caer en la trampa japonesa la gente de Obama tuviera que tolerar tasas de inflación superiores al 10% entre 2009 y 2012, Estados Unidos debía aceptar ese riesgo.
La reflexión sobre la enfermedad japonesa, no porque sea probable sino para entender cuán mala sería, decidirá el debate en favor de programas de estímulo extremos. Mejor prevenir que curar.
Pienso que vale la pena explorar un experimento mental acerca de los cinco años siguientes. ¿Qué pasaría si la ideología opuesta al libre comercio gana popularidad política? Si la Unión Europea, Norteamérica y Asia sucumbieran a altos aranceles y a bajas cuotas de importación, ¿qué pasaría con las tasas de crecimiento real y los niveles de vida mundiales?
Los más golpeados serían China e India. Los trabajadores de Estados Unidos y de la Unión Europea no se librarían de un bajón de sus salarios anuales. No obstante, muchos habitantes de países importantes de la Unión Europea como Francia, Alemania e Italia quizá prefieran una caída del salario real si con ello se logra reducir a la mitad la tasa de desempleo en Europa. En tiempos y lugares modernos, las sociedades de centro-izquierda evitan la inanición reduciendo transitoriamente las desigualdades.
Como conozco las locuras de la izquierda y la derecha, me he convertido en un centrista convencido que sabe que las empresas privadas y los reguladores públicos son esencialmente necesarios. Casi por definición, un centrista debe estar dispuesto a los compromisos. Por ello, si los franceses quieren trabajar menos horas a la semana y frenar el libre comercio, son opciones admisibles que no nos harían retroceder a la edad de la servidumbre.
Durante las burbujas, el éxito de hoy parece alimentar el éxito de mañana. Pero es un cuchillo de doble filo. Cuando estalla la burbuja, la caída de los precios del Dow Jones de ayer genera caídas adicionales hoy y mañana.
Irónicamente, cuando el público tiene demasiado temor a gastar, su paso al ahorro liquida el aumento de la inversión. Mi generación de macroeconomistas la llamó “paradoja del ahorro”. Los profesores de las principales universidades estadounidenses se dejaron lavar el cerebro por académicos libertarios como Milton Friedman y Friedrich Hayek y olvidaron estas realidades.
Sería una tragedia –una tragedia evitable– que las democracias de hoy se empantanaran en prolongadas recesiones.