DEMOCRACIA, IMPERIALISMO, GUERRAS Y GENOCIDIO


DEMOCRACY, IMPERIALISM, WAR AND GENOCIDE


El lado oscuro de la democracia. Un estudio sobre la limpieza étnica, Michael Mann, Valencia, Universitat de València, 2009, 662 pp.



Alberto Castrillón*

* Especialista en Historia Económica, profesor de la Universidad Externado de Colombia, Bogotá, Colombia, [jracastrillon@yahoo.com]. Fecha de recepción: 19 de mayo de 2010, fecha de modificación: 28 de mayo de 2010, fecha de aceptación: 1.° de julio de 2010.


Quienes abogan por la represión encuentran que es más conveniente operar de manera encubierta en forma de “escuadrones de la muerte” y grupos paramilitares semiautónomos. Así las cosas, las infraestructuras legales y de policía empiezan a fragmentarse, como ha sido intermitente en países como Argentina, Uruguay, Guatemala, Perú y, por supuesto, Colombia.

(Michael Mann, 2002)

EL NUEVO IMPERIALISMO

Michael Mann, autor del libro que aquí se reseña, es “sociólogo histórico”, profesor de la Universidad de California en Los Ángeles, y tiene la nacionalidad británica y estadounidense. Es un autor prolífico; en los últimos años se han publicado en castellano algunas de sus obras, como Las fuentes del poder social, en la que expone “una historia y una teoría de las relaciones de poder en las sociedades humanas”, que consta de dos volúmenes, el primero Una historia del poder desde los comienzos hasta 1760 d.C., y el segundo El desarrollo de las clases y los Estados nacionales, 1760-1914. Está pendiente el tercero, sobre el período transcurrido entre la Primera Guerra Mundial y finales del siglo pasado.

Para M. Mann, la sociedad como tal no existe, más bien concibe las sociedades como “redes socio espaciales de poder”, cuya comprensión exige estudiar lo que para él constituyen las cuatro fuentes del poder social: las relaciones ideológicas, económicas, militares y políticas. Estas redes se pueden entender como redes superpuestas de interacción social, como organizaciones e instituciones diseñadas para alcanzar objetivos humanos. Marx, Weber y Parsons son autores siempre presentes en su obra, que se propone superar la visión reduccionista de los procesos históricos de la vida en sociedad, con el objetivo expreso de refutar a Marx y reorganizar a Weber.

También se ha vertido al castellano El imperio incoherente. Estados Unidos y el nuevo orden internacional, cuyo propósito es analizar el “nuevo imperialismo” estadounidense y británico de G. W. Bush y A. Blair y poner de presente el papel de los “militares, clérigos y fanáticos de toda condición” (p. 9). Este libro expresa una preocupación similar a la del politólogo Sheldon S. Wolin, Democracia S.A. La democracia dirigida y el fantasma del totalitarismo invertido, que examina las tendencias del gobierno estadounidense anterior, que son una forma de totalitarismo contraria a los principios fundamentales de la democracia constitucional, aunque no se puede sostener juiciosamente que Estados Unidos reencarne a la Alemania nazi ni que Bush sea una reencarnación de Hitler. Como tampoco lo sería su remedo tropical colombiano, que a juzgar por los resultados de la primera vuelta en las elecciones presidenciales no tendrá un fin cercano, al contrario de lo que pasó en Estados Unidos donde se eligió un presidente demócrata.

Las tendencias que señala S. Wolin, y que también preocupan a M. Mann, son la obsesión por el control, la expansión, la superioridad y la supremacía. En El imperio incoherente, cuya edición en inglés apareció en 2003, Mann se mantiene en el terreno académico y evita las filípicas morales a los responsables del desastre, pero no deja de señalar que “por el bien del mundo” es necesario detener los intentos de construir un imperio, propósito en el que G. Bush “es el líder imperial” y A. Blair “su correligionario y bufón” (p. 9). Junto con José María Aznar, Bush y Blair integraron el infame “Trío de Las Azores”, que decidió la invasión y la rapiña de Irak. Lo que para Mann era evidente, también lo fue para los ciudadanos estadounidenses y españoles, que marcharon por millones contra la aventura imperial del trío: “Mis dos gobiernos están amenazando la paz y el orden mundiales al perseguir una políticas militares extraordinariamente temerarias” (ibíd.).

Y pensar que Blair es vicepresidente de la Internacional Socialista. Portavoz de la socialdemocracia europea. Asesor del gobierno colombiano en relaciones internacionales. Y, según versiones de prensa, asesor del candidato oficialista a la presidencia de Colombia en temas de medicamentos (El Espectador, 2010). Irónicamente, Blair y Uribe recibieron de George W. Bush la Medalla Presidencial... ¡a la Libertad!, un galardón que estableció un presidente demócrata.

FASCISTAS Y AUTÓCRATAS

Otra obra de M. Mann publicada en castellano es Fascistas, un estudio sociológico de los movimientos fascistas y autoritarios en Italia, Alemania, Austria, Hungría, Rumania y España. El fascismo es una forma extrema del nacionalismo de Estado, que floreció después de la Primera Guerra Mundial, caracterizada por el nacionalismo, el estatismo, la trascendencia, la “limpieza” y el paramilitarismo. Mann lo define como “la búsqueda de un estatismo nacionalista trascendente y purificador mediante el paramilitarismo”, algunos de cuyos elementos perduran y resurgen en países amenazados por crisis económicas. El fascismo pretendía, al menos en su retórica, construir una sociedad que trascendiera el capitalismo y el socialismo, que superara lo que para el liberalismo y el socialismo democrático es algo normal: la existencia de conflictos sociales ocasionados por la existencia de grupos de interés. Para el fascismo, una “nación orgánica”, con un Estado fuerte dispuesto a usar la violencia, sin atender las limitaciones de las constituciones democráticas, superaría los conflictos de clase y lograría modernizar a cualquier país.

Los lectores colombianos no dejarán de percibir similitudes sobrecogedoras en el continuo llamado a un “Estado comunitario”, en la vacía entelequia de un “Estado de opinión” supuestamente superior al Estado de derecho, en el uso permanente de la dialéctica amigo-enemigo, base de la “seguridad democrática” que concibe a los opositores como “guerrilleros vestidos de civil”, en la noción de que la existencia de las FARC justifica transgredir los límites constitucionales y el derecho internacional, en la descalificación agresiva de toda oposición razonada, en la interceptación de líneas telefónicas, en la paramilitarización de la sociedad, en el chauvinismo patriotero, en la afirmación de que la distinción entre izquierda y derecha es “obsoleta y polarizante”, en la concepción corporativista de la economía y en las gabelas tributarias para los ricos.

La vana y banal declaración de que “la característica más importante del Estado colombiano es que es un Estado de opinión” está en las antípodas de la sentencia de Kant: “toda política debe doblar su rodilla ante el derecho”. En un momento en que se compite por la presidencia, cuando los candidatos repiten una y otra vez la cantilena de la seguridad para no perder credibilidad ante el electorado más sensible al temor, no está de más recordar al constitucionalista estadounidense Stephen Holmes1:

Ofrecer seguridad a la población es fundamental, pero es una base insuficiente para la legitimidad de un gobierno. La existencia de límites claros a los gobiernos es una fuente de legitimidad distinta al miedo. Está basada más en la esperanza que en el temor (El Espectador, 2009).

En ciertas circunstancias, de tensión y zozobra, en Colombia o en España o en otras partes, los pueblos suelen subestimar el peligro de ciertas tendencias o actitudes políticas, bien sean de los gobernantes o de la opinión pública. Manuel Azaña, el político republicano español, cometió un error de juicio garrafal a este respecto; en sus Cuadernos de 1933 anotó:

Hay o puede haber en España todos los fascistas que se quiera. Pero un régimen fascista no lo habrá. Si triunfara un movimiento de fuerza contra la República, recaeríamos en una dictadura militar y eclesiástica de tipo tradicional. Por muchas consignas que se traduzcan y muchos motes que se pongan. Sables, casullas, desfiles militares y homenajes a la Virgen del Pilar. Por ese lado el país no da otra cosa.

M. Mann cae en el mismo error de apreciación cuando se refiere a España: considera que allí no hubo fascismo propiamente dicho, porque el falangismo español no se ajusta a su definición. También yerra en el caso de la Hungría del Mariscal Horthy. En España la eliminación de los opositores llegó a una escala espantosa, fueron tantos o más que en Alemania y por motivos ideológicos similares. El tema aún causa dolor en el cuerpo y en el alma de los ciudadanos españoles: hoy, 71 años después de terminar la Guerra Civil, la población se divide por la decisión de un magistrado del Tribunal Supremo de juzgar al juez Baltasar Garzón por declararse competente y empezar a investigar los crímenes que cometió el franquismo como crímenes contra la humanidad.

EL LADO OSCURO DE LA DEMOCRACIA

La portada de la edición castellana del libro que comento es chocante a primera vista: una fotografía de cráneos de víctimas de Pol Pot y de los Jemeres Rojos en Camboya. La pregunta que viene inmediatamente a la mente es: ¿qué tiene que ver la democracia con Pol Pot? Pensé que se trataba de una ilustración mal escogida para la edición castellana. Pero en la edición en inglés aparece en portada el incendio del Reichstag, que los nazis cometieron aunque culparon a otros. La tesis de M. Mann también sorprende a primera vista: el genocidio –la “limpieza” étnica criminal– es moderno. Es la cara oculta de la democracia. Algo sorprendente porque no estamos acostumbrados a asociar la democracia con el genocidio ni con la limpieza étnica, tampoco con la guerra. Mann define la limpieza étnica como la “eliminación, por parte de un grupo étnico dominante, de otra etnia de su propia sociedad”. Lo que define a una etnia depende de cada caso: la religión es importante para los serbios, no así para los alemanes; el idioma es importante para los alemanes, no así para los serbios. En la definición de etnia tienen más peso el concepto de raza o cierta morfología, como en la clasificación europea entre tutsis y hutus.

La presencia del mal, dice Mann, no es algo exterior a la civilización:

el mal lo genera la civilización misma […] la limpieza étnica ha sido un problema central de nuestra civilización, de nuestra modernidad, de nuestras concepciones del progreso y de nuestros intentos de introducir la democracia (p. 9).

Entre 60 y 120 millones de personas han sido asesinadas mediante limpieza étnica. En la Primera Guerra Mundial (1914-1918) las víctimas civiles fueron de un 5%, porcentaje que subió al 60% en la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) y es mayor del 80% en las guerras de los años setenta y ochenta, cifras que no obedecen únicamente a una tecnología mortífera más eficiente sino a que se identificó a pueblos enteros como el enemigo. Hoy, más de 20 millones de personas viven como refugiados y muchos más como desplazados. Los asesinatos masivos y la limpieza étnica se han cometido en países tan distantes como Australia, Indonesia, India, Rusia, Alemania, Irlanda, Ruanda, Estados Unidos, Brasil; también en Colombia. En este aspecto, el siglo XXI –dice Mann– tal vez sea peor que el XX, y cabe recordar que, más en general, Isaiah Berlin sostuvo que el siglo XX fue el peor de la historia. La “guerra contra el terrorismo” que inició el gobierno de G. W. Bush adquirió connotaciones étnico-religiosas tan pronto empezó, aunque no fuera ese su propósito inicial. La extrema derecha estadounidense habló de una cruzada”, haciendo caso omiso de las connotaciones que el término evoca entre los árabes.

Mann empieza recordando tres frases impactantes. Primera, los “crímenes” de los americanos nativos “justificaban su exterminio”; segunda, “el exterminio –de los nativos– fue en último término tan beneficioso como inevitable”; tercera, “Es la maldición de la grandeza pasar sobre los cadáveres para crear nueva vida”. La primera es de Thomas Jefferson, la siguiente de Theodore Roosevelt y la última de Heinrich Himmler, jefe de las SS.

Mann se propone explicar estas atrocidades por medio de ocho grandes tesis, que precisa con algunas tesis complementarias, las cuales ilustra profusamente a lo largo del libro. Algunas de ellas son las siguientes:

Las democracias, así como los regímenes autoritarios o totalitarios, no están libres de la amenaza que encierra la aspiración a la homogeneidad étnica, en la que el demos, el pueblo, se identifica con una etnia particular, a la macroetnicidad, como dice Mann. Aunque ello no significa que en épocas premodernas no hubiera limpiezas étnicas, su tesis es que se intensificaron con la formación de los macro-agrupamientos, que darían paso a las naciones y a los Estados nacionales, cuando el ethnos se solapó con estos últimos. De ahí su polémica afirmación, “la limpieza criminal es moderna porque es el lado oculto de la democracia”. Esto no significa que la democracia per se haga limpiezas étnicas en forma rutinaria. Su significado es más preciso: hace posible que las mayorías tiranicen a las minorías y “esta posibilidad comporta consecuencias horribles en determinados medios multiétnicos” (p. 12).

Esta tesis se precisa y complementa con otras, como la de que la identificación entre demos y ethnos dominante en un país alienta la depuración de las minorías. Los sentimientos étnicos pueden llegar a prevalecer sobre los sentimientos de clase. En las sociedades donde la política de masas reconoce el conflicto de clase, el mito de los orígenes o la unidad orgánica de la nación tiende a desaparecer. Las democracias que se han embarcado en proyectos colonizadores, en ciertos contextos se han visto comprometidas en asesinatos masivos. Aunque Mann precisa que, en su propio territorio, las democracias institucionalizadas son menos propensas a la limpieza étnica que las democracias recientes o los regímenes autoritarios. No obstante, “en el pasado, limpieza étnica y democratización avanzaron codo con codo. Las democracias liberales se erigieron sobre limpiezas étnicas”. Al menos en las colonias, en la metrópoli asumió la forma de coerción.

Se podría decir que, en el extremo, los regímenes que aplican políticas de limpieza étnica no son democráticos. De hecho, a medida que avanza la escalada van perdiendo sus características democráticas. Este es el lado oscuro de la democracia: la perversión de los ideales liberales o socialistas de la democracia en el curso del tiempo.

Un libro de Samantha Power, Problema infernal. Estados Unidos en la era del genocidio, recoge abundante información sobre la manera como Estados Unidos ha omitido cumplir el papel que le competiría en razón de su poderío económico y militar, y sobre su pretensión de convertirse en un imperio global que imponga la Pax Americana: desde el genocidio armenio, a comienzos del siglo XX, hasta el genocidio de los tutsis, crimen de lesa humanidad contra el que se ha negado a actuar e incluso a usar la palabra genocidio para calificarlo, debido a que, según ella, en esos hechos no estaban comprometidos los intereses estadounidenses. De acuerdo con M. Mann, la incoherencia del imperio estadounidense es justamente la falta de correspondencia entre su enorme poder militar y la pérdida de legitimidad ideológica y política, aparte de su debilidad económica, como se ve en las recientes aventuras de Irak y Afganistán. Del imperialismo de la posguerra se ha pasado a un militarismo sin autoridad, que se impone con bombardeos e invasiones.

La limpieza étnica tiene entonces muchas causas y obedece a muchos factores, entre los que existen sinergias. Algunos conflictos, aun en sociedades multiétnicas como el Imperio Otomano, Sudáfrica o Yugoeslavia, tienden a convertirse en conflictos bi-étnicos. Serbios y kosovares, por ejemplo. Y como es normal en los estudios de las ciencias sociales, se pueden identificar tendencias comunes en los casos de limpieza étnica. Mann subraya que no se trata de leyes “en absoluto” sino de tendencias empíricas, observables, en la mayoría de los casos de limpieza étnica: si surgen ciertas condiciones, refuerzan otras y pueden desembocar en asesinatos masivos. Existen grados de violencia y limpieza entre los grupos o etnias: desde ningún grado de violencia hasta asesinatos en masa premeditados, pasando por la coacción institucional, la represión controlada, la represión violenta y los asesinatos en masa no premeditados. El grado de limpieza puede ser nulo, parcial o total, que él representa en una matriz que, en un extremo refleja un multiculturalismo tolerante, y en el otro, el genocidio. El libro ilustra con muchos ejemplos específicos cómo convergen y se desarrollan esas tendencias.

Se está a punto de ejecutar la limpieza étnica cuando dos grupos étnicos antiguos reclaman una parte o todo un territorio, reclamo que juzgan legítimo y juzgan posible satisfacer. Las etnias rivales reivindican su “propio” Estado sobre el mismo territorio.

Cuando se llega a este punto se abren dos escenarios: primero, la parte más débil es empujada a luchar en vez de someterse, quizá alentada con la idea, falsa, de que llegará ayuda del exterior. Con ciertas particularidades, este ha sido el caso de kurdos, chechenios y georgianos. Segundo, la parte más fuerte considera que tiene el poder militar y la legitimidad para ejecutar la limpieza con pocos riesgos, físicos o morales. Así sucedió con armenios, judíos y aborígenes australianos o americanos. Aunque el consenso sobre la necesidad de defender los derechos humanos es muy reciente, son inquietantes las palabras de un eximio representante del republicanismo, Thomas Jefferson:

Si alguna vez nos vemos obligados a levantar el hacha contra alguna tribu, no volveremos a bajarla hasta que esa tribu sea exterminada o empujada más allá del Mississippi [...] En la guerra, nos matarán a unos cuantos; nosotros los destruiremos a todos (p. 89).

Mann afirma que “la limpieza étnica pocas veces es el propósito inicial de sus responsables”. Este punto de vista es “moralmente incómodo”, sobre todo de cara a víctimas de matanzas como los armenios, los judíos o los tutsis. Incómodo porque las víctimas no pueden aceptar que su sufrimiento sea “accidental”. Por supuesto, Mann no sugiere que sea accidental. Sólo señala que el camino para perpetrar una matanza deliberada es “tortuoso”, mucho más complejo y circunstancial de lo que sugieren las teorías centradas en la culpa.

En lo que se refiere a los actores, hay tres principales: unas élites radicales con gobiernos de partido único, grupos de militantes que se convierten en paramilitares violentos y un electorado que da apoyo masivo aunque no sea mayoritario. Por lo general se requiere el concurso de estos tres actores para que se ejecute la limpieza étnica: sin anuencia del electorado –compuesto en potencia por individuos marginales, dependientes del Estado, informales, inclinados a usar la violencia física, jóvenes pandilleros– los líderes no podrían “manipular o dotar a pueblos enteros de una notable homogeneidad ideológica”. Culpar a Hitler del genocidio judío o de la Segunda Guerra Mundial es un recurso demasiado simplista y demasiado fácil.

Su última tesis, basada en estudios de la psicología humana, es provocadora e invita a la reflexión: “la gente ordinaria” puede cometer atrocidades y ser impulsada a cometerlas. Las matanzas son obra de seres humanos comunes y corrientes, “personas normales de acuerdo con las definiciones comúnmente aceptadas por la profesión”. Mann recalca: “usted y yo también podríamos hacer limpieza étnica”, si se dan las condiciones y el contexto social propicio. Desde el famoso experimento de Stanley Milgran –en el que la mayoría de los sujetos no dudaron en causar un dolor extremo a personas inocentes si alguna autoridad lo pedía; lo que se puede hacer aun por la televisión (García, 2010)– es claro que para tales atrocidades no se precisan psicópatas, aunque estos no falten. Como mostró Ron Jones, profesor de Palo Alto, California, las personas comunes fácilmente pueden tener actitudes totalitarias o someterse a un autócrata. El experimento de Jones inspiró un movimiento, La tercera ola, una novela y una película, La ola, de la que se estrenó hace poco, con mucho éxito, una versión alemana, Die Welle, del director Dennis Gansel.

Michael Mann, es un demócrata que no sólo advierte contra los riesgos de la democracia: fustiga duramente a regímenes criminales como los de Stalin, Mao y Pol Pot, que encabezaron procesos de limpieza comunista y dejaron muchos millones de muertos, cuyo objetivo no era principalmente de carácter étnico sino acabar con los enemigos de clase. Así como en otros casos se identificó al demos con el ethnos, los comunistas identificaron la soberanía popular con la soberanía del partido del proletariado (pp. 369-407). Y la singularidad étnica revistió la forma de una clase proletaria única, en un proceso similar al que se describe en la primera de sus tesis. En sus palabras:

Las atrocidades estalinistas, maoístas o del Jemer Rojo fueron versiones socialistas del organicismo moderno, que corrompieron las teorías socialistas y de clase sobre la democracia. Del mismo modo que las atrocidades con motivaciones étnicas degradaron las teorías nacionalistas de la democracia (p. 406).

Para complementar las tesis de Michael Mann conviene mencionar que la división étnica –en asocio con los elementos antes señalados– no sólo puede terminar en limpieza. Los especialistas también señalan su relevancia para el desarrollo económico. Elinor Ostrom (2000) muestra que la reputación individual dentro de los grupos, incide en el cumplimento de los contratos o del respeto de los derechos de propiedad. También se ha demostrado que el fraccionamiento étnico dificulta la aparición de normas o reglas generales y abstractas cuyo cumplimiento –con independencia de etnia, credo o clase– es indispensable para consolidar la economía de mercado. El fraccionamiento étnico es uno de las variables significativas a la hora de explicar el fracaso de las reformas de mercado en las antiguas repúblicas soviéticas (Hodgson, 2006).

El libro del profesor Mann es de interés para los lectores colombianos por varias razones. Basta mencionar su contribución para entender la muerte de decenas de miles de colombianos durante el período de La Violencia, y más recientemente de miles de miembros de la Unión Patriótica, movimiento político que fue exterminado en un proceso tortuoso y que en principio quizá no fue deliberado, pero que dio lugar a un bloque perpetrador en el que participaron narcotraficantes, paramilitares, autodefensas, políticos, agentes del Estado y numerosos miembros de las Fuerzas Armadas. Siguiendo a M. Mann, el caso de la UP fue un politicidio. La interrelación compleja entre estructuras, situaciones y relaciones sociales, discursos e intenciones de algunos individuos a veces genera una mentalidad genocida en la que recurrir a la violencia y a la “limpieza” étnica, política o religiosa es la manera de resolver los conflictos sociales y deja de ser un problema2. A propósito, los paeces, guambianos, kankuamos, kogis, wayúus, emberas, awás, tukanos, sikuanis, piapocos y otros grupos étnicos del territorios colombiano han sido diezmados por las masacres perpetradas por aquellos a quienes estorban porque viven en zonas estratégicas, bien sean corredores para el contrabando de armas o el tráfico de drogas, porque sus tierras son aptas para cultivar palma africana o plantas de coca o porque las tierras indígenas circundan los latifundios aledaños. Temas que deben ser sometidos al análisis y al juicio de todos los que buscan la democracia en el país.

Es tan grave lo que sucede en Colombia que el 5 de octubre 2004 la Corte Interamericana de Derechos Humanos le demandó al Estado que adoptara “sin dilación, las medidas que sean necesarias para proteger la vida e integridad personal de todos los miembros de las comunidades que integran el pueblo indígena kankuamo”3. Y esta es apenas una de las tantas demandas que se han hecho al gobierno colombiano para que proteja la vida, la integridad y la libertad personal de los miembros de las comunidades indígenas. Son centenares los indígenas asesinados en el territorio colombiano mediante acciones que parecerían obedecer a un plan sistemático de exterminio. Todo ello en un país que ostenta hoy el lamentable récord de ser en el mundo, después de Sudán, el país que tiene más desplazados internos.

NOTAS AL PIE

1. El Espectador, 13 de junio de 2009.

2. Quienes deseen profundizar este punto, pueden consultar el trabajo de A. Gómez (2007).

3. Resolución de la Presidenta de la Corte Interamericana de Derechos Humanos del 7 de octubre de 2008. “Medidas provisionales respecto de la República de Colombia. Asunto: asunto pueblo indígena kankuamo”.


REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

1. Azaña, M. Diarios 1932-1933 (los ‘Cuadernos robados’), Madrid, Crítica, 1997.

2. Domènech, A. El eclipse de la fraternidad. Una revisión republicana de la tradición socialista, Barcelona, Crítica, 2004.

3. El Espectador. “La esencia de la democracia es la alternación en el poder”, 13 de junio de 2009.

4. El Espectador. “Tony Blair asesorará a J. M. Santos en crisis de precios de medicamentos en Colombia”, 29 de abril de 2010.

5. Feierstein, D. El genocidio como práctica social. Entre el nazismo y la experiencia argentina, Buenos Aires, FCE, 2007.

6. García V., M. “Tiempo cerebral disponible”, El Espectador, 26 de marzo de 2010.

7. Garzón V., E. Calamidades, Barcelona, Gedisa, 2004.

8. Gómez-S., A. “Perpetrator Blocs, Genocidal Mentalities and Geographies: The Destruction of the Unión Patriótica in Colombia and Its Lessons for Genocide Studies”, Journal of Genocide Research 9, 4, 2007, pp. 637-660.

9. Hodgson, G. Instituciones, recesiones y recuperación en las economías en transición, Revista de Economía Institucional 8, 15, 2006, pp. 43-68.

10. Mann, M. Una historia del poder desde los comienzos hasta 1760 d.C., Madrid, Alianza, 1991.

11. Mann, M. El desarrollo de las clases y los Estados nacionales, 1760-1914, Madrid, Alianza, 1997.

12. Mann, M. El imperio incoherente. Estados Unidos y el nuevo orden internacional, Barcelona, Paidós, 2004.

13. Mann, M. Fascistas, Valencia, Universidad de Valencia, 2006.

14. Ostrom, E. El gobierno de los bienes comunes. La evolución de las instituciones de acción colectiva, México, FCE, 2000.

15. Power, S. Problema infernal. Estados Unidos en la era del genocidio, Buenos Aires, FCE, 2005.

16. Wolin, S. Democracia S.A. La democracia dirigida y el fantasma del totalitarismo invertido, Madrid, Katz, 2008.