DOI: http://dx.doi.org/10.18601/01245996.v17n33.18

Notas y discusiones

UNA PALABRA FINAL

James Kenneth Galbraith*

* Profesor de la Universidad de Texas en Austin, Estados Unidos, [galbraith@mail.utexas.edu]. Este escrito es una adaptación de las notas para mi discurso en el Segundo Congreso de Trabajo, Economía y Sociedad, Madrid, 21 de octubre de 2015. Traducción de Alberto Supelano.

Sugerencia de citación: Galbraith, J. K., "Una palabra final", Revista de Economía Institucional 17, 33,2015, pp. 403-405. DOI: http://dx.doi.org/10.18601/01245996.v17n33.18

Fecha de recepción: 27 de noviembre de 2015, fecha de aceptación: 30 de noviembre de 2015.


Este es un año de milagros políticos y grandes luchas. En Grecia, un pueblo maltratado y asediado hizo en enero una valerosa apuesta por Alexis Tsipras, por mi amigo Yanis Varoufakis y por un partido de sindicalistas, ecologistas y profesores universitarios que nunca antes había llegado al poder. En septiembre, para gran consternación de la derecha, los miembros del Partido Laborista británico rompieron con la pálida política del Nuevo Laborismo, y apostaron con valentía por Jeremy Corbyn. Y, anteayer, los electores de Canadá pusieron fin a diez años de austeridad y reafirmaron su fe y su confianza en el partido que creó el Estado de bienestar en Canadá, y del que desciende mi familia1.

Estos hechos se remontan -en algunos casos sin saberlo- a la agitación intelectual y política que devolvió la democracia a Suramérica desde los años ochenta y que ha traído cierto grado de prosperidad y progreso social al continente que fue el laboratorio del neoliberalismo en los años setenta. En todos estos lugares el vínculo común es el ascenso de un nuevo pensamiento económico, enraizado en las tradiciones democráticas sociales exitosas del siglo XX, y enriquecido por la dura experiencia y la maduración política.

Ese nuevo pensamiento rechaza la doctrina impuesta, las ideas de economistas del ala de derecha que se apoderó de la profesión, de sus principales universidades e impuso sus dogmas a la generación anterior. Esa doctrina consistía en una línea de pensamiento -la pensée unique- o "consenso de Washington" que buscó imponer en todos los países el régimen de austeridad fiscal -equivalente monetario moderno del patrón oro-, junto con la desregulación, la privatización y el despojo consiguiente de los bienes públicos, amparado en la noción de que la "reforma estructural" liberaría las fuerzas hasta entonces coartadas del aumento de la productividad. El fracaso de esta doctrina ya era claro en el mundo en desarrollo con las crisis de 1997 en Asia y de 1998 en Rusia, y se hizo evidente para toda persona sensata en Europa y en Estados Unidos en 2007 y 2008. Pero en Europa especialmente, las malas ideas se inscriben a cincel en la Constitución, y la lucha por cambiarlas no solo es tarea del poeta sino también del que labra la piedra.

Filosóficamente apoyamos lo opuesto a la línea única de pensamiento. Abandonamos el dogma en favor de la práctica y lo singular en favor de lo plural: no una alternativa sino muchas alternativas. Por ello, nadie sensato sustituye las reglas neoliberales por la retórica revolucionaria y ni siquiera por el keynesianismo simplista que confiaría únicamente en los "incentivos". Una economía pragmática debe tener numerosas líneas que funcionen en conjunto:

Una estrategia de inversión diseñada localmente y adaptada a las condiciones, oportunidades y cualidades de las personas y del lugar.

Una estrategia humana para la educación, la formación y el empleo, para el trabajo asalariado y la igualdad.

Una estrategia de seguros para reducir los riesgos sociales, personales y familiares, y proteger a las personas vulnerables, de modo que la gente sea libre para aprovechar las oportunidades económicas y creativas.

Una estrategia comercial y financiera para fomentar el crecimiento sostenible y contener la especulación.

Una estrategia ambiental para conservar los recursos y combatir el cambio climático.

Una estrategia democrática para promover la cooperación y legitimar el proyecto común, al tiempo que proteja el derecho a discutir y disentir.

¿Son utópicas estas ideas? Por el contrario. Se basan en la experiencia de los proyectos de desarrollo más exitosos, en Estados Unidos de 1900 a 1970 y en Europa después de la guerra: la Era Progresista, el New Deal, el Plan Marshall y la reconstrucción de posguerra que produjo lo que los franceses llaman los "trente glorieuses". Reconocen que el verdadero fundamento de la prosperidad no es la tecnología ni la educación, que se pueden conseguir o llevar a cualquier parte. Ni el hormigón de las autopistas y las presas hidroeléctricas. Es, en cambio, el sistema de propósitos sociales logrado por los pesos y contrapesos, por la regulación efectiva, autónoma y razonable, por el equilibrio dinámico entre ganancia privada y fines públicos, entre el individuo y la colectividad, la empresa, el sindicato y el Estado.

Los grandes economistas, de Adam Smith a John Maynard Keynes, así lo entendieron. Y, en tiempos modernos, también Simon Kuznets, Albert Hirschman, Nicholas Kaldor y Raul Prebisch. Institucionalismo y estructuralismo son nombres apropiados para esta tradición económica; la escuela filosófica se llama pragmatismo, el progresismo es su manifestación política y "podemos", su expresión en la voluntad popular. En español también hay una palabra para ello, que no inventé y que quizá nunca hayan oído, que les presentaré si me permiten terminar con una nota ligera: "galbraithiano".


Pie de página

1 El abuelo paterno del autor, William Archibald Galbraith, fue jefe del Partido Liberal en el distrito de Elgin West, Southern Ontario, en las décadas de 1920 y 1930. En la noche del 21 de octubre, después de mi discurso, llegó la noticia de los acontecimientos políticos en Portugal, donde la izquierda anti austeridad forjó una coalición que obtuvo la mayoría en el Parlamento portugués.