GUERRA Y FISCO EN LA NUEVA GRANADA, 1811-1824
War and taxation in New Granada, 1811-1824
José Joaquín Pinto Bernal*, James Vladimir Torres Moreno**
* Profesor de la Universidad del Tolima, Ibagué, Colombia, [josejoaqo@yahoo. com].
** Historiador, doctorando en Georgetown University, [jvt7@georgetown.edu].
Fecha de recepción: 26-05-2015, fecha de modificación: 2-05-2016, fecha de aceptación: 20-10-2016.
Sugerencia de citación: Pinto B., J. J. y J. V. Torres M., "Guerra y fisco en la Nueva Granada, 1811-1824", Revista de Economía Institucional 18, 35, 2016, pp. 171-195. DOI: http://dx.doi.org/10.18601/01245996.v18n35.09.
Resumen
Este artículo analiza la distribución espacial y temporal de la guerra de independencia en la Nueva Granada entre 1811 y 1824. Partiendo de la base de datos más completa hasta la fecha del número de encuentros bélicos, plantea un primer acercamiento entre la dinámica espacial y temporal de la guerra con el desarrollo del sistema fiscal. Posteriormente, se establece cómo la magnitud del conflicto modificó las formas de financiamiento y cómo, efectivamente, afectó la capacidad de las regiones independistas y realistas para sostener a largo plazo su posición política.
Palabras clave: Viceroyalty of New Granada, Republic of Colombia, fiscal policies, economic history, War of Independence; JEL: N46, H56, H30, N66.
Abstract
The article presents an analysis of the spatial and temporal distribution of the war of independence in New Granada between 1811 and 1824. By using fresh data of individual armed encounters in the Viceroyalty, the article presents a first approach between the spatial and temporal dynamics of the war and the development of the tax system. It sets out how the magnitude of the conflict modified forms of funding and how it affected the capacity of the loyal and insurgent provinces to sustain their long-term political position.
Keywords: Viceroyalty of New Granada, Republic of Colombia, fiscal policies, economic history, War of Independence; JEL: N46, H56, H30, N66.
En la historiografía hispanoamericana se advierte un nuevo interés por la Guerra de Independencia y sus costos. Se han publicado interesantes estudios sobre México, Argentina y Perú1. En lo que concierne a la Nueva Granada, hay trabajos sobre las trasformaciones del aparato fiscal entre 1783 y 1850 (Jaramillo et al., 1997), los recursos dedicados a la guerra en algunas regiones (Díaz, 1983; Colmenares, 1989), su impacto en algunos sectores económicos (Torres, 2012) y los problemas para crear un aparato fiscal unificado (Arévalo, 2011). Existen, además, estudios de periodos específicos, como el de la Reconquista (Díaz, 2013) o el de 1819 a 1830 (Pinto, 2011).
En los trabajos sobre la Nueva Granada, los cuales coinciden en que la guerra para poner fin a la relación colonial tuvo altos costos directos (destrucción de infraestructura y pérdida de hombres) e indirectos (creación y mantenimiento de las fuerzas armadas), hay dos problemas: 1) que la conciben como un fenómeno generalizado con igual intensidad temporal y espacial, y 2) la falta de una visión de conjunto del gasto militar en las cajas regionales, lo que dificulta el análisis cuantitativo de los costos indirectos.
Puesto que el conflicto tuvo marcadas diferencias temporales y regionales es necesario adoptar un enfoque que tenga en cuenta esas particularidades espacio-temporales y los costos fiscales en cada región. Por ello, este artículo analiza su distribución espacial entre 1811 y 1824; su ritmo, medido por el número de encuentros; y sus costos indirectos, usando las series fiscales de gasto. Esta perspectiva analítica proporciona una visión de la economía de la Independencia en el corto plazo. Primero se presenta el método para reconstruir los datos de encuentros y las series fiscales. Luego se estudia la distribución temporal y espacial de los encuentros. Al final se confronta la dinámica de la guerra con las series fiscales disponibles.
GUERRA Y FISCO: CONSTRUCCIÓN DE LOS DATOS
Diversos trabajos han intentado totalizar el número de batallas2. Pero solo hasta hace poco se elaboró una base de datos que hace posible cuantificar el total de enfrentamientos unificando los resultados de la tradición historiográfica que privilegió el estudio de la historia militar (Torres et al., 2011). Uno de los principales problemas en dicha investigación fue establecer una nomenclatura de las acciones militares, pues se buscaba una conceptualización flexible para usarla en historia económica. La conceptualización tradicional de Clausewitz era una opción sencilla y a la vez rigurosa. Para el militar prusiano, el encuentro es la unidad básica del empleo de la fuerza militar contra el enemigo. Los diversos encuentros constituyen el combate -es decir, el empleo de la fuerza militar en toda la guerra-, no entendido como una acción aislada en que una batalla3.
Aunque en un encuentro toda actividad busca destruir al enemigo o "privarle de su capacidad de luchar" (ibíd., 59), no importa la magnitud del número de hombres y de bajas, pues así no haya bajas, si afianza posiciones puede ser decisivo para ganar la guerra, e implica movilizar recursos para crear y mantener fuerzas armadas (ibíd., 60). Partiendo de estas premisas, la base de datos construida por Torres et al. (2011) enumeró y ubicó, en los actuales departamentos del país, cada encuentro registrado entre 1811 y 1824, y con base en ella se elaboró una cartografía preliminar. En este artículo los encuentros se reubicaron conforme a la división provincial existente entre 1810 y 1830, para elaborar una nueva cartografía y hacer el análisis cuantitativo del conflicto4.
Se ha intentado sortear la difícil distinción entre batallas pequeñas y grandes proporcionando una visión de los enfrentamientos en su conjunto. La noción de encuentro permite acoger la hipótesis de Eduardo Pérez (2005), para quien los pequeños encuentros y las escaramuzas irregulares abren paso a las grandes batallas, y no solo llevan a la ampliación espacial del conflicto sino que lo extienden en el tiempo, como sucedió en el sur.
La Guerra de Independencia cubre un periodo de 14 años, de 1811 a 18245. Este periodo corresponde a los enfrentamientos de la guerra de descolonización propiamente dicha, "desarrollada con la intención de sustraer a un territorio de la soberanía ejercida por una metrópoli distante" (Waldmann, 1999, 15). No obstante, esta periodización no es suficiente, pues aunque los encuentros que se presentaron en este lapso tuvieron como trasfondo la guerra de descolonización, en algunos intervalos tuvo características de guerra civil. Según Waldmann, esta última es un conflicto violento de alta intensidad en el que una parte de la población aspira a ganar autonomía respecto del gobierno central o a fundar un Estado propio. Es decir, se trata de un conflicto por la conquista, refundación o transformación del gobierno o del Estado, en el que los bandos pertenecen a una misma entidad política "cuyo territorio representa el escenario bélico" (ibíd., 29)6.
El periodo de conflicto se dividió, entonces, según la intensidad de la guerra civil durante la lucha por la descolonización: 1811-1815 (A: 5 años), 1816-1819 (B: 4 años) y 1820-1824 (C: 5 años). Durante el periodo A la guerra civil se hace más perceptible. Distintos segmentos de la población, identificados en torno a las jurisdicciones políticas del periodo colonial (desde el cabildo hasta la gobernación), buscan apoderarse del Estado colonial una vez declarada la autonomía con respecto a la metrópoli (Martínez, 2010, 50). Esta guerra civil comprende tres tipos de enfrentamientos: 1) encuentros llevados a cabo por pequeñas entidades políticas que buscan imponerse no solo al Estado colonial sino a las dos nuevas formas de Estado republicano: la representada por las Provincias Unidas y la propuesta por el Estado de Cundinamarca; 2) la guerra entre estas dos formas de Estado, y 3) la guerra contra los garantes del Estado colonial en el sur y en el norte. Todos estos enfrentamientos son llevados a cabo con hombres y recursos tomados del territorio neogranadino.
En el periodo B se debilita la guerra civil y revive la dimensión colonial del conflicto. El Ejército Expedicionario no solo moviliza recursos humanos metropolitanos sino que reduce el conflicto al establecimiento del Estado colonial, contra los que buscan apoderarse de él prescindiendo del vínculo colonial. En los encuentros ambos bandos emplean población y recursos de la Nueva Granada.
En el periodo C revive la guerra civil con la retirada del ejército metropolitano y de varias unidades del ejército español en América debido al levantamiento de Riego en 1820. Y entra en juego un elemento interesante: el ejército que socavará los reductos que defienden el Estado colonial adquiere una dimensión continental en cuanto los recursos y los hombres son proporcionados por otras áreas coloniales y su objetivo no es solo expulsar a la metrópoli de la Nueva Granada sino de todo el continente.
Por esas razones se consideró el total de encuentros ocurridos en las provincias de la Nueva Granada en los tres periodos señalados, estableciendo la dinámica temporal y territorial de la guerra. En lo que atañe al ámbito fiscal, las series se reconstruyeron con los sumarios de cargo y data de las tesorerías provinciales7. Como señala Sánchez (2013), el cargo y la data se toman en su correcta acepción, es decir, como categorías que engloban el encargo y descargo de fondos por los funcionarios de hacienda, y no como ingresos y egresos efectivos. Pero se ha tenido especial cuidado en discriminar los valores y la distribución efectivos hasta donde lo permiten los sumarios generales, ejercicio que -como Sánchez señala- es válido para las cajas regionales, aunque no para reconstruir la integridad de unidades territoriales más amplias (ibíd., 24). Los rubros de cargo y data se agruparon conforme a la clasificación propuesta por Klein (1973); por ello, en el cargo anual se excluyeron los remanentes de años anteriores, las deudas sin cobrar y las garantías de pago de deuda (depósitos)8.
DINÁMICA DE LA GUERRA
Un primer recuento global indica que el 41% de los enfrentamientos se presentó entre 1811 y 1815, debido a la apertura de numerosos frentes en un marco de posiciones políticas disímiles caracterizado por las luchas entre provincias, corregimientos y unidades autonomistas, realistas e independentistas, que pretendían hacerse al poder en el resquebrajado Virreinato. Entre 1815 y 1819 se registró el 30% de los encuentros, proporción que se redujo significantemente hasta la reunificación de las fuerzas patriotas en los Llanos Orientales, la cual hizo posible el inició de la campaña de liberación del centro de la Nueva Granada, con la cual aumentó la intensidad del conflicto. En el último periodo se presentó el 29% de los encuentros, el mayor número de ellos en 1820, que disminuyeron después de recuperar la costa norte y apaciguar las guerrillas realistas del suroccidente, y del traslado del escenario bélico a Ecuador, Venezuela y Perú, como se muestra en la gráfica 1.
Como muestra la gráfica, en todo el periodo de análisis hubo una alta densidad de enfrentamientos, salvo en tres años. El primer periodo suma la mayor cantidad, con 41 enfrentamientos en 1812, casi el doble que en los demás años de ese periodo. En el segundo periodo se observa el comportamiento más asimétrico, pues los años extremos, 1816 y 1819, con 24 y 55 respectivamente, agrupan más del 90% de los enfrentamientos del periodo. Entre 1820 y 1824, el mayor número se concentra en los primeros años y luego desciende progresivamente, hasta dos encuentros en 1824.
Estos datos indican que durante la Primera República ocurrió el mayor número de encuentros, lo que obliga a ser cuidadosos en el análisis de los costos, cuya mayor parte se suele atribuir al periodo de Reconquista y consolidación de la emancipación. A modo de hipótesis, esta gran cantidad de encuentros puede deberse a la franca guerra civil en ese periodo. Esta suele ser un conflicto de alta intensidad debido a un componente fundamental: el enemigo íntimo. La sociología de los conflictos ha demostrado que es más fuerte la violencia entre individuos cercanos que entre individuos extraños debido al manejo de la información y a la asimétrica situación de partida de los bandos, que favorece el uso de tácticas de guerra irregular por el bando más débil (Waldmann, 1999, 32). Aunque es solo una hipótesis que se debe poner a prueba. No obstante, es claro que, por el número de encuentros, la Primera República fue el periodo de mayor intensidad y quizá el más costoso de toda la guerra.
Aunque con un menor número de encuentros, debido a la efectividad del Ejército Expedicionario durante los dos primeros años de la campaña, el segundo periodo, de la Reconquista, se inició y terminó como una auténtica guerra de alta intensidad9, pues en su primer año dejó unas 8.000 bajas en el lado patriota10. Luego de que Morillo sometió el territorio, los enfrentamientos fueron parte de una guerra irregular que socavaría al Ejército Expedicionario y aumentaría el número de confrontaciones hacia 1819. Aunque en el tercer periodo ocurrió el más bajo número de encuentros, también toma características de guerra civil una vez el Ejército Expedicionario abandona América. Los encuentros a campo abierto se intercalan con la guerra irregular contra el Ejército Continental en el norte y en el sur. Aunque en 1821 y 1822 los encuentros se redujeron en forma visible, hasta Bomboná serán tan fuertes que la guerra seguirá siendo de alta intensidad11.
Ahora podemos examinar la distribución espacial de los encuentros. Para ello se toman tres grandes teatros de conflicto: 1) el del norte, que comprende la Costa Atlántica y las áreas vecinas; 2) el del centro, que comprende las partes medias y altas de la Cordillera Oriental y su área de influencia (los Llanos y Antioquia) y 3) el del sur que corresponde al Litoral Pacífico, el Valle del Cauca y el área de influencia del Macizo Colombiano12. Los encuentros se distribuyen de la siguiente manera: 35% en el norte, 26% en el sur y 39% en el centro. Como se verá, la participación relativa de cada teatro en los tres periodos muestra fuertes cambios. Por ahora, cabe señalar que la gran concentración en el centro se debe, sin duda, a la guerra irregular que se libró durante la Reconquista; cuyo carácter fue de baja intensidad.
PRIMER PERIODO: 1811 A 1815
La guerra en la Nueva Granada se inició después de la formación de Juntas Autónomas de gobierno, que al no ser impulsadas por el centro del Virreinato provocaron el derrumbe de la jerarquía política y la desmembración del territorio (Gutiérrez, 2010, 229). Además, como ya se señaló, el periodo 1811-1815 fue de gran agitación y en esos años ocurrió el mayor número de encuentros (135): un 46%, en el norte, el 44,5% en el sur y el 9,5% en el centro. De modo que el enfrentamiento armado se concentró en la parte norte y sur del Virreinato.
Como se observa en el mapa 1, la región donde se libró el mayor número de enfrentamientos corresponde a las provincias de Cartagena y Magdalena, donde ocurrieron el 18% y el 25% de los encuentros. En la región sur, las provincias más afectadas fueron Pasto, con el 16%, y Popayán, con el 13%. En la región centro, la de menor número de encuentros, la provincia más afectada fue Pamplona, con el 10%.
En el teatro del norte hubo una alta concentración en el bajo Magdalena, a lo largo del arco que iba de Tamalameque hasta Soledad. Este corredor era importante por la necesidad de controlar la frontera natural entre Santa Marta y Cartagena y el área de paso de los ejércitos que se movilizaban al oriente o al sur vía Ocaña, así como el área estratégica que conectaba el interior del país con el exterior y que abastecía a las dos ciudades en conflicto. Es claro, sin embargo, que la zona cartagenera se vio más afectada, con 41 encuentros, que la de Santa Marta, con 21. A nivel urbano, la guerra tuvo claro impacto en Mompox, escenario de 8 enfrentamientos, porque era el centro del área de operaciones del bajo Magdalena. Mientras que en Cartagena ocurrieron 6 encuentros y en Santa Marta 3.
El desarrollo de la guerra en la costa Caribe no se puede entender si no se tiene en cuenta el papel que tuvo Panamá desde el comienzo. El Istmo, que era uno de los bastiones en la defensa del imperio debido a las prerrogativas comerciales que le habían otorgado la Junta Suprema de Sevilla, el Consejo de Regencia y las Cortes (Castillero, 2004, 14), se convirtió en sede de gobierno virreinal, desde donde despacharían la Real Audiencia y el virrey Benito Pérez. El Istmo repelió dos intentos de invasión a Portobelo y envió continuos auxilios económicos a Santa Marta (Montalvo, 1989, 203).
En el teatro del centro, que fue secundario por su distancia a los dos centros de resistencia realista (Santa Marta y el eje Popayán-Pasto), hubo 11 encuentros en Pamplona y 8 en Socorro. La primera de esas provincias era importante por su proximidad a la Capitanía General de Caracas, que durante los 24 años de combates fue un activo teatro de operaciones que obligó a un repliegue continuo de ambos bandos a territorio neogranadino; Cúcuta fue la ciudad más afectada y cambió de manos 4 veces en esos años. Aunque las provincias de Tunja y Santafé no resaltan en las estadísticas, serán el área de operaciones de la guerra entre Cundinamarca y las Provincias Unidas, con no menos de 10 encuentros decisivos, entre los que sobresalen las dos tomas de Santafé.
En el teatro del sur hubo una alta concentración de combates a lo largo de un corredor que iba desde el área de influencia de las Ciudades Confederadas del Valle hasta Pasto y el Patía. A diferencia del norte, cuyo corredor se controlaba de este a oeste, en el sur los encuentros siguen movimientos periódicos de norte a sur. El control de este corredor implicaba un control estratégico de los centros administrativos y de una vasta área con recursos para una eventual invasión de Quito por los patriotas, o de una eventual recuperación de Santafé por los realistas. Sus dos ciudades de importancia administrativa, Popayán y Pasto, también fueron escenario de enfrentamientos, 6 y 4 en cada una de ellas en este periodo. En el norte del litoral Pacífico no hubo encuentros; en el sur hubo varios combates fluviales que afectaron el área minera de Barbacoas.
La experiencia de la Primera República dejará definidos los escenarios de operaciones a lo largo de toda la guerra. Las áreas vecinas a las fronteras naturales serán los principales escenarios: el bajo Magdalena en el eje Cartagena-Mompox-Santa Marta; el río Ovejas en el eje Ciudades Confederadas-Popayán-Pasto, y el Zulia en el eje Cúcuta-Maracaibo-Ocaña. El centro del país será un punto de partida para lanzar expediciones en distintas direcciones.
SEGUNDO PERIODO: 1816 A 1819
En el segundo periodo la distribución es contraria a la anterior: el 7,6% de los encuentros en el norte, el 10% en el sur y el 82,4% en el centro (mapa 2). Esta distribución indica que el Ejército Expedicionario tuvo relativo éxito para pacificar el norte y el sur, pero el centro quedó a merced de una guerra irregular que desgastó lentamente la maquinaria del Estado colonial. Por ello, la concentración en los dos años extremos del periodo coincide con la imposición y el desgaste del ejército de ocupación. Sin embargo, el teatro de operaciones de 1816 es más amplio porque corresponde al plan de invasión de Morillo, mientras que en 1819 es más limitado porque corresponde a la Campaña Libertadora, que determinará la distribución de los encuentros en el centro y eventualmente en el sur.
En el centro hubo una gran concentración en los Llanos Orientales, donde se registró el 35% de los encuentros, pasando de 1 durante la Primera República a 32 durante la Reconquista. Ese gran aumento se debe a que desde muy temprano, una vez consolidadas las victorias de Chachirí y Cáqueza en 1816, los Llanos fueron el área de reagrupamiento y de operaciones desde donde los patriotas libraron una guerra de guerrillas que se extendió por la Cordillera Oriental, a lo largo de las provincias de Santafé, Pamplona, Tunja y Socorro, que sería la base para la irrupción del ejército patriota en 1819. El alto número de encuentros en los Llanos corresponde a acciones de tipo "golpea y huye" más que a encuentros entre ejércitos regulares en campo abierto, de modo que no era un conflicto de alta intensidad. Este tipo de acciones evitó que los encuentros se concentraran en las áreas urbanas, salvo en Cúcuta, donde hubo 3 encuentros. No obstante surgieron nuevas zonas de enfrentamientos cerca de poblaciones donde no habían ocurrido combates apreciables como Tunja, La Plata, Pamplona, Charalá, San Martín y Zapatoca. Después de los Llanos, en la provincia de Tunja ocurrió el mayor número de encuentros, 12, debido a que fue el área más afectada por la Campaña Libertadora; en Santafé, un foco importante de guerrillas patriotas, hubo 9 encuentros; mientras que en Socorro y Pamplona hubo 6 en cada una, al ser invadidas por el grueso del ejército de Morillo, precedido por la columna de Calzada, procedente de Venezuela.
En este periodo los encuentros se extendieron al norte del Litoral Pacífico y a Antioquia, aunque en pequeña escala (3 y 6 encuentros respectivamente), porque Morillo incluyó ambas zonas en el tridente centro-occidental que ideó para retomar el Reino. En el alto Magdalena y su área de influencia (el Tolima Grande) no hubo mayor actividad, salvo en el sur, donde se intentó controlar el paso de Guanacas con varias acciones en La Plata.
En los teatros del sur y del norte la reconquista fue efectiva, en parte por el apoyo apreciable de las áreas realistas de Santa Marta en el norte y de Pasto-Popayán en el sur. El mayor encuentro de la Guerra de Independencia, el sitio de Cartagena de Indias, que costó la vida de no menos 6.000 patriotas (entre civiles y soldados), puso fin a un foco rebelde que había convertido al norte en un teatro de operaciones muy activo durante la Primera República.
TERCER PERIODO: 1820 A 1824
En este último periodo hubo 93 encuentros, un número elevado debido a que en 1820 ocurrieron muchos enfrentamientos para ampliar la brecha abierta por la Campaña Libertadora en el año anterior y lograr el abandono definitivo del Ejército Expedicionario.
En términos espaciales se mantienen los mismos tres escenarios de los periodos anteriores, pero con patrones menos uniformes, pues hubo una gran dispersión y las grandes ciudades fueron los escenarios principales (mapa 3). A diferencia del periodo anterior, en el centro del país casi no hubo confrontaciones, y estas se concentraron en las zonas norte y sur. En el norte hubo más actividad, el 50% de los encuentros del periodo; en el sur ocurrió el 35% y en el centro el 15%. Los escenarios de operación se bifurcaron hacia el norte y el sur, y el centro se convirtió en lugar de abastecimiento y zona de repliegue.
En el norte, Santa Marta fue la ciudad más afectada, con 5 encuentros, en las zonas de influencia de Ciénaga y Riohacha hubo 4 confrontaciones en cada una y 2 en Cartagena. En el bajo Magdalena, los enfrentamientos ocurrieron en el eje del río, aunque con menor intensidad, pues en esa región las confrontaciones se dispersaron hacia las planicies del norte, lo que indica un empuje desde el sur, a diferencia de las fricciones este-oeste de la primera República. El teatro del norte será escenario de maniobras irregulares de tipo golpea y huye, sobre todo en el área de Santa Marta.
En el sur, Pasto fue la ciudad más afectada, con 5 encuentros, seguida de Popayán con 3 encuentros. Igual que en la Primera República, el teatro de operaciones fue el corredor Valle del Cauca-Pasto, esta vez con mayor número de encuentros irregulares, que ya no son de tipo golpea y huye, pues la guerra de guerrillas se había tornado más agresiva y buscaba desgastar al enemigo en corto tiempo. En esa confrontación, el área del Macizo Colombiano fue el principal escenario, aunque en el Valle del Cauca hubo encuentros importantes, así como en el área de Barbacoas, al sur del Litoral Pacífico.
Como era lógico, los encuentros se concentraron de nuevo en el norte, con el 48%, debido a la prolongación de la campaña de liberación. La provincia más afectada fue Santa Marta, con 25 encuentros, luego Cartagena, con 11, y Riohacha, con 8. También se reactivó el frente sur, con el 37% de los encuentros de mediana intensidad en Popayán y Buenaventura, y un visible recrudecimiento en Pasto, donde ocurrieron 22 encuentros debido a la resistencia de las guerrillas realistas hasta 1824. La región centro quedó prácticamente libre de confrontaciones, aunque en las provincias de Pamplona y Antioquia hubo 6 enfrentamientos en cada una durante 1820, tras los cuales lograron su total liberación. En Neiva ocurrieron 2 encuentros ante la retirada de las tropas fieles a Santafé.
Este recorrido deja en claro que la dinámica territorial y temporal de la Guerra de Independencia en la Nueva Granada no fue uniforme, sino que varió en los diversos periodos. Entre 1811 y 1815 se registró el 41% de los encuentros, con picos en 1812 y 1815, concentrados en las provincias de Santa Marta y Cartagena en el norte, Popayán y Pasto en el sur, y Socorro, Tunja, Pamplona y Santafé en el centro; en una confrontación entre corregimientos insurrectos y sus centros provinciales, entre realistas y autonomistas, entre realistas e independentistas y entre grupos que pretendían hacerse al poder en todo el Virreinato. De 1816 a 1820 el 31% de los encuentros se concentró en las provincias del centro y el oriente, a donde se replegaron los ejércitos patriotas sobrevivientes a la Reconquista y desde donde arremetieron hacia el centro. Entre 1820 y 1824 el 28% de los encuentros se concentró en el norte debido a la prolongación de la liberación de Santa Marta y Cartagena, y en el sur debido a la guerra de guerrillas en la provincia de Pasto hasta 1824. Ahora es posible analizar el financiamiento y los costos fiscales de la guerra conforme a esa dinámica temporal y espacial.
EL FISCO Y LA GUERRA
En esta sección se describen los elementos básicos de la estructura de ingresos y egresos de las cajas recaudadoras del centro, el sur y el norte de la Nueva Granada siguiendo la periodización de la sección anterior. Se establece entonces una conexión entre las dinámicas de la guerra y del fisco como aporte para futuros estudios sobre el impacto de la guerra en el desarrollo posterior de la economía neogranadina.
EL PERIODO 1811-1815
En la primera etapa de la guerra, en la región norte el fisco de las ciudades fieles a la Corona, como Panamá y Santa Marta, tuvo un comportamiento diferente del de ciudades que se opusieron a ella, como Cartagena. En las primeras se mantuvo la estructura impositiva casi intacta y se logró un alto recaudo para hacer frente a las necesidades de la guerra. En las segundas se intentó modificarla, pero esos esfuerzos fracasaron muy pronto por los choques bélicos contra las regiones contrarias a la autonomía (Martínez, 2010, 48-51).
En Cartagena había problemas fiscales antes de la formación de la Junta Autónoma de Gobierno, debido a la caída de los impuestos y de las trasferencias enviadas por otras tesorerías. Las transacciones comerciales se redujeron debido al cierre de puertos decretado por el virrey Amar y Borbón y a que las remisión de fondos de otras tesorerías prácticamente desapareció. En 1810 Santafé solo envió $100.000 y las demás provincias nada remitieron (Restrepo, 2010, 166). En 1811 Cartagena solo recibió $200.000 provenientes de Santafé, Pamplona y Antioquia (Junta de Cartagena, 2008, 104-105). Además de esta reducción, cuando se formó la Junta de Gobierno se eliminaron el tributo indígena y los estancos, lo que produjo un déficit de $900.000 (Barriga, 1998, 58). El descalabro no cesó allí, pues se perdieron $36.170 con la compra de la corbeta "La Norisa" y las armas que trasportaba cuando fue apresada por los realistas. Además, se gastaron altas sumas en el fallido intento de invasión a Portobelo en 1814.
Debido a la falta de fondos y a que era el principal teatro de los enfrentamiento en la guerra contra Mompox, Panamá y Santa Marta, Cartagena tomó medidas de emergencia, reorganizó los estancos y emitió billetes, monedas de cobre y certificados de tesorería con un 5% de interés en 1813, el cual elevó al 6% en 1814 (ibíd., 60 y 71). El fisco cartagenero tuvo que liberar el comercio en 1811, tomar los fondos del consulado y las testamentarias (Llano, 2013), expedir patentes de corso (Meisel, 2009, 102), reducir los salarios de los funcionarios en un 2% y tomar empréstitos forzosos por $300.000 en 1811 (ibíd., 100), y dos más por $40.000 en 1815. Pero eso no fue suficiente pues los gastos militares crecieron un 94% en 1814 (ibíd., 104).
Las cosas eran distintas en Santa Marta, que registró el mayor número de encuentros en el periodo. Las fuerzas realistas se mantuvieron en el poder, con un breve lapso de dos meses durante los cuales la plaza fue ocupada por los cartageneros. Se mantuvo la misma estructura impositiva y, además, se contó con el apoyo de Panamá, Puerto Rico y La Habana, que enviaban recursos para la guerra contra los independentistas. Además, Santa Marta logró aumentar en $24.215 el ingreso promedio de 1810-1814 con respecto al de 1800-1809, debido al acelerado recaudo de ingresos eventuales de guerra y de los situados del Caribe (Pinto, 2014, 446). Panamá experimentaba cierto auge comercial por la apertura del comercio con Jamaica decretado por las autoridades realistas en medio de la crisis de la monarquía. Estas medidas aumentaron considerablemente sus ingresos fiscales, un 41% de los cuales provenía de los impuestos al comercio y un 29% de los impuestos eventuales de guerra. El 41% de sus recursos lo asignó a gastos militares y el 27% al apoyo a Santa Marta y Maracaibo (Pinto, 2014, 444).
De modo que en el primer periodo, la guerra en el norte fue financiada con fondos que Panamá enviaba a Santa Marta, a los que se sumaban las contribuciones extraordinarias de guerra, mientras que Cartagena recurrió a mecanismos financieros debido a la decadencia del comercio y al quiebre de los flujos del situado desde el interior.
La situación del fisco en el centro no difería mucho de la de las provincias independentistas del norte. No se pudo construir un ente que centralizara los recursos por la guerra entre Cundinamarca y el Congreso de las Provincias Unidas. Además, se eliminaron los gravámenes comerciales y poco después se intentó restituirlos. Por ejemplo, en Santafé se habían derogado los tributos, los resguardos indígenas (Liévano, 1980, 623) y los estancos en 1810. De otra parte, había firmado un pacto de amistad con la Primera República venezolana y enviado tropas y ayuda por $250.000 (Llano, 2013). Debido a los altos gastos bélicos, en 1812 se restablecieron todos los gravámenes coloniales (República de Cundinamarca, 1812). En medio de la crisis fiscal se otorgaron poderes dictatoriales al presidente, y se inició un continuo recaudo de empréstitos forzosos, como el de $300.000, del cual se recaudaron $175.000; el que estableció Simón Bolívar en 1815 para la campaña del norte, del cual se recaudaron $133.376 (Muñoz, 2011, 72); el que asumió la Casa de la Moneda para comprar oro en 1813, por $112.000 (Barriga, 1998, 162), y uno por $100.000 poco antes del arribo del general Morillo; en conjunto ascendieron a $423.376 entre 1811 y 1815 (Muñoz, 2011, 72). Además del crédito, Santafé usó otras medidas de emergencia para solventar la crisis, como el envilecimiento de la moneda y la apropiación total de la rentas decimales (Congreso de las Provincias Unidas de la Nueva Granada, 1989). Estas medidas no suplieron la totalidad del gasto militar, pues el ingresos promedio se redujo en $572.103 en 1810-1814 con respecto al de 1800-1809 (Pinto, 2014, 447).
En Antioquia se habían intentado reformas similares a las de Santafé. En 1811 se habían eliminado los estancos y el quinto de mazamorreros, y el ingreso promedio se redujo en $34.425 con respecto al de la última década de dominio colonial (Pinto, 2014, 440). Igual que en Panamá, durante este periodo la guerra no fue intensa en Antioquia. Pero esta provincia apoyó otros frentes y en 1812 envió $100.000 a Cartagena para comprar fusiles. Además, otorgó un empréstito de $9.419 a Popayán y aprobó el envío posterior de $60.000 confiscados a realistas antioqueños. Sin embargo, Antioquia no tenía las ventajas comparativas del Istmo para el comercio exterior, por lo que restableció los impuestos coloniales en 1812.
En el sur también se promovió una política de reformas y desmonte total del aparato impositivo colonial. En Popayán se eliminaron los estancos en 1810 y se restablecieron en 1814 (Martínez, 2010, 47). Estas medidas hicieron necesario que en el conjunto de la región se hiciera uso de recursos de emergencia. En Popayán se decretaron dos empréstitos forzosos en 1811 y dos más en 1814, y en Cali otros dos en ese mismo año; el gobernador realista tomó $500.000 de la Casa de la Moneda en 1811 (Restrepo, 2010, 136). La ceca, además, fue desmantelada por los independentistas para ser trasladada a Cali, ciudad en la que la totalidad de los ingresos se destinaron para la guerra (Barriga, 1998, 92). Además de ello, contrario a lo acontecido en el norte, los realistas recibieron poca ayuda de fuerzas amigas externas, pues Quito, al ser tomada por los independentistas, invadió Pasto y se apoderó de 413 libras de oro, unos $112.336 (Restrepo, 2010, 149). En este mar de medidas inmediatistas, el fisco de la región quedó quebrantado, consumiendo el 81% de sus escasos recursos en la guerra (Pinto, 2014, 441-445).
La primera etapa de la guerra significó para las fuerzas independentistas el deterioro de los ingresos fiscales en sus jurisdicciones y, por transitividad, la reconcentración de sus esfuerzos en el ramo militar. Un patrón común a todas las provincias es que la caída de los productos se debió a la ruptura de los lazos de trasferencias entre cajas al no existir un centro político capaz de hacerse con la soberanía en el conjunto del antiguo Virreinato, sumado a la acelerada derogación del aparato tributario colonial, el que fue pobremente restablecido ante las obligaciones que implicaba la guerra. Sin embargo, el situado no desapareció totalmente pues algunas regiones, como Santafé y Antioquia, apoyaron con fondos a Cartagena y Popayán, aunque en una medida menor frente a las trasferencias coloniales. Igualmente, Santa Marta empezó a ser beneficiaria de trasferencias llegadas desde el Caribe, constituyéndose junto a Panamá en los bastiones para el sostenimiento de la resistencia realista.
EL PERIODO 1816-1819
El segundo periodo estuvo marcado por la derrota de las fuerzas independentistas y su repliegue a los Llanos Orientales debido a los éxitos del Ejército Expedicionario. Esto llevó a una división en el manejo de los fondos para la guerra, entre la administración civil y la militar, pues los jefes de milicia actuaron con plena independencia del virrey, como denunció el virrey Montalvo ante el Consejo de Indias (Montalvo, 1989, 293-294). Por, ello, en el análisis se deben identificar los métodos que emplearon las cajas reales para obtener recursos y, por otro lado, cómo los acopió y empleó el ejército.
En el norte había cesado el auge comercial de Panamá, debido a la reapertura del puerto de Cartagena y de la ruta del Cabo de Hornos; de modo que su ingreso promedio entre 1814 y 1818 fue unos $30.000 menor que en el periodo anterior, y tuvo que hacer uso de recursos eventuales (Pinto, 2014, 424). Cartagena no se recuperó de la guerra ni del asedio de los realistas, y esto se manifestó en un descenso de $600.000 en el recaudo promedio con respecto al que registró entre 1800 y 1809. Además, aunque reapareció el situado, su magnitud fue muy baja pues entre 1816 y 1819 solo sumó $400.000, provenientes de Santafé, Socorro, Cuenca y Santa Marta. En Santa Marta el panorama no era tan sombrío porque la reducción de la intensidad de la guerra y la apertura al comercio con colonias extranjeras y países amigos produjeron un aumento del recaudo. Los impuestos al tráfico comercial, su mayor fuente de financiamiento, se orientaron en un 44% al gasto militar (Pinto, 2014, 259-260).
En el centro, el principal teatro de la guerra en este periodo, los resultados no fueron mejores que en el norte. Aunque en Santafé hubo una visible recomposición administrativa del fisco (Montalvo, 1989, 326-327), no fue suficiente para mantener la guerra en los Llanos. Y fue necesario recurrir de nuevo a medidas de emergencia para financiarla. En Antioquia, el ingreso promedio fue un 90% inferior al registrado entre 1800 y 1809 (Pinto, 2014, 262-263). La región sur, con una guerra de menor intensidad que en el periodo anterior, tampoco pudo sostener el aparato militar. En Cartago, por ejemplo, el ingreso promedio se redujo en $21.000, y el principal rubro de ingresos fue el de los impuestos eclesiásticos. En Nóvita el recaudo disminuyó el 63% y en Popayán se redujo en más de $150.000 (Pinto, 2014, 266-267).
En ese contexto, las cajas reales poco ayudaban a sostener los ejércitos realistas, y sus comandantes recurrían a la fuerza y a procedimientos extralegales para captar fondos de sostenimiento. El trabajo reciente de Perilla (2012) ha dado luces sobre la suma total de gastos del Ejército Expedicionario, que ascendieron a $2.224.585, un 58% de los cuales provino de donativos, contribuciones, multas y secuestros; el 28% de las cajas reales, y el 14% de préstamos pagaderos por la Real Hacienda (Perilla, 2012, 144). Si se correlaciona la distribución regional de los enfrentamientos con la intensidad de la guerra se obtiene un índice bajo, de tan solo 0,04, pues el Casanare, el principal teatro de operaciones, estaba bajo dominio patriota. Este resultado indica, además, que la mayor parte de los fondos recogidos se destinaron a otros lugares, en especial a los Llanos y a Tunja, donde la guerra era más intensa. Otro hecho evidente es que los fondos se obtuvieron ante todo mediante exacciones extralegales como represalia contra las provincias que no eran fieles al Rey: Santafé aportó el 31%, Antioquia el 14%, Cartagena el 9%, Socorro el 8%, Pamplona el 8%, Tunja el 4%, Honda el 4%, Chocó el 2% y Neiva el 1%; mientras que las que mantenían la fidelidad -Pasto, Popayán y Santa Marta- solo aportaron el 18%. En suma, el Ejército Expedicionario se financió mayoritariamente con recursos extraordinarios extraídos en las regiones opuestas a las fuerzas realistas para enviarlos a los frentes de batalla en Tunja y Casanare. De modo que la fuerza fue el pilar que sostuvo a la empresa y, así, no es de extrañar que pronto se perdiera la legitimidad en la mayor parte del Virreinato.
EL PERIODO 1820-1824
El tercer periodo, en el que los patriotas se apoderan de la región central, tuvo un impacto sustancial en la dinámica fiscal de la Nueva Granada, pues en casi todo el territorio se restableció la composición colonial de los ingresos, salvo algunas modificaciones como la eliminación de la alcabala en el comercio de productos de la tierra, el aumento de los derechos aduaneros, la derogación del estanco del aguardiente, la abolición del tributo de indios y el establecimiento de la contribución directa (Pinto, 2014, 298). En el campo administrativo se optó por una estructura centralizada en la que los cambios del aparato de recaudo dependían del Congreso Nacional, distinta de la que existió entre 1810 y 1815, en la que las provincias tenían plena autonomía. Cabe señalar, por último, que la liberación de las provincias implicó el envío de recursos hacia el sur para consolidar la victoria militar a nivel continental.
La finalización de la guerra permitió que el recaudo de la región norte aumentara con la apertura del comercio exterior, que aportó el 51%, seguido de los estancos con el 20%. El centro obtuvo el 28% de los monopolios pero siguió dependiendo de los empréstitos en un 27%. En el sur la minería volvió a ser la principal fuente de fondos, aportó el 33%, seguida por los empréstitos, con el 24%, y los monopolios, con el 23%. Estos cálculos muestran la recuperación del poder recaudatorio y administrativo del Estado en esas regiones, así como una reducción de las exacciones forzosas producto del largo proceso de reconstrucción del aparato fiscal que se intentó desmontar en 1810. Esta reconstrucción fue iniciada por las Juntas Autónomas de Gobierno Provincial y la profundizaron las autoridades reales reinstaladas tras la reconquista.
Sin embargo, hubo un uso continuo del crédito debido al alto gasto militar: el 54% de la erogaciones en el norte, el 58% en el centro y el 44% en el sur. Desde 1815 se había acumulado una alta deuda con las tropas por sueldos y haberes atrasados, que en 1826 ascendía a $4.228.092. Para subsanarla se creó la Comisión Nacional de Repartición de Bienes, que tuvo escaso éxito pues solo adjudicó bienes por una suma de $1.129.321, y el saldo fue cubierto con el 41% del empréstito inglés de 1824 (Pinto, 2014, 329-331). Esa deuda y esos atrasos no solo obedecían a la guerra interna sino a su continentalización, que exigió enviar al sur 15.277 hombres, 21.908 chaquetas, 29.992 pantalones, 29.499 camisas, más de 686.000 cartuchos, 24.566 fusiles y 17.000 bayonetas entre 1821 y 1824 (Gaceta de Colombia, 1822, 1824), e hizo absolutamente necesario recurrir al crédito externo.
A medida que cambiaba la dinámica regional y temporal de la guerra, el fisco tenía que adaptarse para atender las obligaciones que imponía el conflicto. En un primer momento las fuerzas independentistas decidieron cambiar la estructura fiscal colonial, pero pospusieron esos cambios por la amenaza de la guerra en el norte, financiada por los realistas mediante remisiones del Caribe, y por la confrontación entre centros independientes que luchaban por el control del antiguo Virreinato. Los escasos resultados de la política de reconstrucción del orden colonial hicieron necesario el uso del crédito. El cual se acentuó durante la Reconquista porque la nueva administración no recaudaba fondos suficientes para sostener al Ejército Expedicionario, que se separó de la autoridad civil para procurar ingresos mediante exacciones extraordinarias a las provincias opuestas al Rey entre 1810 y 1815. La creación de la República de Colombia y la decisión de afrontar la guerra a nivel continental obligaron a las autoridades nacionales a conseguir crédito interno y externo porque los ingresos ordinarios -aunque mayores que los de la Reconquista- no eran suficientes para afrontar la envergadura de ese empeño.
CONCLUSIONES
La Guerra de Independencia no fue uniforme en términos regionales y temporales. Los teatros de la guerra se desplazaron y mantuvieron una relación sinérgica con las economías regionales. El análisis constata la existencia de algunos patrones identificados por la historiografía tradicional, que no se habían agregado para entender mejor la relación entre guerra y economía. Los datos muestran que en el primer periodo la zona norte fue el escenario principal de los encuentros entre las fuerzas realistas con base en Santa Marta y las independentistas con centro en Cartagena, así como de los intentos de Mompox por convertirse en provincia autónoma. En el centro hubo choques entre Santafé y el Congreso de las Provincias Unidas porque ambos pretendían erigirse en epicentro de gobierno del escindido territorio virreinal. El sur fue el segundo teatro de operaciones debido a los enfrentamientos entre los realistas de Pasto y Popayán y la Liga de la Provincias Libres del Cauca, partidaria de la independencia.
El financiamiento de las operaciones fue diferente en cada región, aunque hay patrones similares en las provincias independentistas. Muchas de ellas intentaron desmontar la estructura fiscal colonial, pero revirtieron esas medidas para hacer frente al gasto militar, que no podían sufragar y las obligó a recurrir al crédito. Además, se redujeron los flujos del situado hacia el norte porque las provincias del interior libraban sus propias luchas. Esta situación contrasta con la de los bastiones de dominio realista, donde el situado se reconfiguró y benefició a la provincia de Santa Marta, a donde llegaba ayuda de La Habana, Puerto Rico y Panamá. En esta última provincia aumentaron los ingresos fiscales debido a la apertura de los puertos al comercio exterior.
En el segundo periodo, marcado por el arribo del Ejército Expedicionario, se redujo el número de encuentros en el norte. El conflicto se recrudeció en el centro debido al repliegue de las tropas independentistas hacia los Llanos Orientales, desde donde emprenderían la retoma de Santafé y Tunja en 1819. En el sur también disminuyó la intensidad, por el éxito pacificador de las tropas comandadas por Juan de Sámano. La financiación de los gastos fue una gran preocupación de las nuevas autoridades civiles realistas, que intentaron reorganizar la estructura administrativa anterior a 1810. Pero sus esfuerzos no fueron suficientes, pues el recaudo no bastaba para sostener al ejército, y este se vio obligado a actuar de manera autónoma, contra las órdenes del virrey. Y como principal fuente de recursos recurrió a las exacciones eventuales -donativos, contribuciones, multas y secuestros- en las zonas afectas a la independencia entre 1810 y 1815. La fuerza, y no la autoridad del Rey, era la fuente de legitimidad de tales procedimientos.
La creación de la República de Colombia y la liberación de todas las provincias del antiguo Virreinato trasladaron la guerra al norte, donde se logró la victoria total en 1822, y al sur hasta 1824, por la prolongación de los encuentros contra las guerrillas realistas sobrevivientes. La Nueva Granada se convirtió entonces en parte de la estructura que sostendría la guerra hasta 1824, que liberó a Ecuador y Perú. Para afrontar esa tarea el gobierno diseñó una administración centralizada y limitó al máximo la autonomía provincial. Además, mantuvo sin mayores cambios la estructura tributaria colonial salvo algunas modificaciones. Pero no obtuvo los resultados esperados y se hizo necesario recurrir al crédito interno y externo, y crear una comisión de reparto de bienes nacionales para solventar una lucha que consumía grandes recursos.
En suma, este panorama general de la guerra y el fisco en la Nueva Granada entre 1811 y 1824, dinámico y cambiante en términos territoriales y temporales, es un paso para realizar futuros trabajos sobre el impacto de la guerra en el sector real, tanto a nivel nacional como regional, y profundizar el análisis del desarrollo de la guerra y su financiación en cada localidad.
NOTAS
1 Sobre México, ver Ibarra (2001), Marichal (2001), Marichal y Carmagnani (2006) y Ortega (2012). Sobre Argentina, ver Halperin (2005), Cortés y McCandelss (2006) y Frandkin (2010). Sobre Perú, ver Contreras (2010).REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
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