10.18601/01245996.v19n37.01

EDITORIAL

Esta edición de nuestra revista no lleva la habitual presentación editorial de los números anteriores. En su lugar, se juzgó oportuno recordar las palabras que Pierre Ryckmans -profesor universitario, crítico de la cultura y estudioso de la tradición china, más conocido como Simon Leys- pronunció sobre el ideal y la situación de la universidad en 2006. Los hechos que allí mencionó se han agravado desde entonces, y hoy son tema de discusión en el mundo académico y científico internacional, como muestran los artículos de Stefan Collini y Daniel Sarewitz que incluimos en esta ocasión.

En nuestro país, esa situación es cada día más preocupante, pero no parece ser tema de mayor discusión, como lo fue en la Edad Media y lo ha sido en Occidente desde la Ilustración. La universidad colombiana se ha alejado de los ideales de sus fundadores, que la concibieron como lugar de estudio sistemático y riguroso, como centro de investigación y creación de conocimientos, sin olvidar su tarea de formar ciudadanos con libertad de pensamiento y de ser germen de comunidades académicas y científicas, donde el debate y la libre circulación de ideas fueran el centro de su quehacer. Hoy, la aspiración de asemejarse a la empresa de negocios tiende a regir su destino: los profesores, a ser apenas sus empleados, y los estudiantes, su clientela; con altos costos para ellos y para la sociedad.

Sin más preámbulos, los lectores están invitados a leer este lúcido ensayo, redactado con un estilo magistral. Esperamos que anime la reflexión y el debate sobre nuestra educación superior.

DISCURSO DE PIERRE RYCKMANS*

El título de mi charla es Una idea de universidad. Es, por supuesto, un humilde homenaje al gran libro del cardenal Newman La idea de la universidad, obra clásica publicada hace algo más de ciento cincuenta años que no ha perdido relevancia para nuestra época, y que debería seguir siendo una referencia básica para toda reflexión sobre los problemas de la universidad.

Este es un tema vasto, pero seré breve porque solo lo trataré desde la muy limitada perspectiva de mi modesta experiencia personal. Así puedo repetir cosas que ya he dicho o publicado antes. Pido disculpas por esta repetición; me temo que no la puedo evitar: el simple deseo de mantenerse fiel a la experiencia y a las creencias personales suele ser enemigo de la elocuencia y la novedad.

He pasado toda mi vida activa en universidades: primero como estudiante, por supuesto (aunque en cierto sentido todo académico sigue siendo estudiante hasta su muerte). Durante casi cuarenta años me dediqué a la investigación y la enseñanza en varias universidades, primero en el Lejano Oriente y luego en Australia, con algunos periodos en Europa y en Estados Unidos. Mi carrera fue feliz. He tenido suerte. Toda mi vida tuve la rara oportunidad de trabajar en lo que quería, en ambientes agradables y estimulantes. Solo hacia el final la universidad empezó a ser afectada por profundas transformaciones. No hablo aquí de problemas específicamente australianos, sino de un malestar más amplio y universal. Estas transformaciones alejaron progresivamente a la universidad del modelo al que inicialmente dediqué mi vida, y al fin decidí dimitir, seis años antes de llegara la edad de jubilación. Considerando cómo han evolucionado las cosas desde entonces, es una decisión que nunca he lamentado. No obstante, el hecho es que fui un desertor, y no estoy orgulloso de ello. Sin embargo, mi corazón hoy está con las personas valientes que han puesto en marcha el Campion College y seguirán librando la buena batalla, y he venido esta noche para mostrarles mi apoyo.

Cerca del final de su vida, en una de sus extraordinarias cartas a su querido amigo Iván Turguénev, Gustave Flaubert escribió una pequeña frase que podría resumir perfectamente mi tema: "Siempre he procurado vivir en una torre de marfil. Pero una marea de mierda ahora bate sus muros, y amenaza destruirlos". De hecho, estos son los dos polos de nuestro dilema: por un lado, la necesidad de una "torre de marfil", por el otro, la amenaza de la "marea de mierda".

Consideremos primero la torre de marfil. C.S. Lewis observó que, para juzgar el valor de cualquier cosa (bien sea una catedral o un sacacorchos), primero se debe conocer su finalidad. Las imposturas intelectuales siempre requieren una jerga intrincada, mientras que los valores fundamentales se pueden definir normalmente con un lenguaje claro y sencillo. Así, la definición comúnmente aceptada de universidad es clara y sencilla: una universidad es un lugar donde los estudiosos buscan la verdad, persiguen y transmiten el conocimiento por el conocimiento, independientemente de las consecuencias, implicaciones y utilidad del esfuerzo.

Para que funcione, una universidad requiere básicamente cuatro cosas: dos de ellas son totalmente esenciales y necesarias; las otras dos son importantes, pero no siempre indispensables.

La primera es una comunidad de estudiosos. Sir Zelman Cowen contó esta anécdota: en Inglaterra, hace unos años, un político brillante e inteligente pronunció un discurso ante los profesores de Oxford. Se dirigió a ellos como "empleados de la universidad". Uno de ellos se levantó inmediatamente y lo corrigió: "No somos empleados de la universidad, somos la universidad ". Y no podía haberlo dicho mejor: los únicos empleados de la universidad son los gerentes y administradores profesionales, y no dirigen ni controlan a los académicos, están a su servicio.

La segunda cosa esencial es una buena biblioteca para las humanidades y laboratorios bien equipados para los científicos. Esto es evidente por sí mismo y no requiere más comentarios.

La tercera son los estudiantes. Los estudiantes constituyen, por supuesto, una parte importante de la universidad. Es bueno y provechoso educar a los estudiantes; pero no se deben reclutar a cualquier costo, por todos los medios o sin discriminación. (Nota: en este país, los estudiantes extranjeros que pagan matrícula aportan cada año cerca de dos mil millones de dólares australianos a nuestras universidades. En la universidad donde enseñé por última vez, en una comunicación escrita dirigida a todo el personal, el vicerrector nos dio la instrucción de que consideráramos a nuestros estudiantes no como estudiantes sino como clientes. Ese día supe que ya era hora de irme).

Sueño con una universidad ideal que no diera ningún título ni acceso a una ocupación específica, ni confiriera cualificación profesional. Los estudiantes estarían motivados por una sola cosa: su fuerte deseo personal de conocimiento; la adquisición de conocimiento sería su única recompensa. En realidad, este no es un mero sueño utópico personal. Existen ejemplos de ese modelo que funcionan realmente; el más ilustre se fundó en el siglo XVI, y sigue siendo la cumbre de la enseñanza en París: el Collège de France.

El cuarto requisito para el funcionamiento de una universidad es el dinero. Sería insensato negar la importancia del dinero, y, sin embargo, debemos recordar que se han visto grandes universidades realizando su tarea en condiciones de suma privación. Pero este no es el momento ni el lugar para seguir esta línea particular de reflexión.

Después de esbozar la "torre de marfil", examinemos ahora la "marea de mierda" que hoy bate sus muros.

Dos puntos en particular están bajo ataque. Primero, se denuncia el carácter elitista de la torre de marfil (resultado de su propia naturaleza) en nombre de la igualdad y la democracia. La exigencia de igualdad es noble y se debe apoyar plenamente, pero en su propia esfera: la de la justicia social. No tiene lugar en otra parte. La democracia es el único sistema político aceptable; pero pertenece exclusivamente a la política, y no tiene aplicación en ningún otro dominio. Cuando se aplica en algún otro lugar, es la muerte, porque la verdad no es democrática, la inteligencia y el talento no son democráticos, ni lo son la belleza, ni el amor ni la gracia de Dios. Una educación realmente democrática es la que prepara intelectualmente a las personas para defender y promover la democracia en el mundo político; pero en su propio campo, la educación debe ser despiadadamente aristocrática e intelectual y orientarse sin vergüenza hacia la excelencia.

El segundo aspecto de la torre de marfil que está bajo continuo ataque es su carácter no utilitario. El núcleo del problema se expresó de modo memorable en la paradoja de Zhuang Zi, filósofo taoísta del siglo III a. C. y una de las mentes más profundas de todos los tiempos: "Todo el mundo conoce la utilidad de lo que es útil, pero pocos conocen la utilidad de lo inútil". La utilidad superior de la universidad -lo que le permite cumplir su función- se basa totalmente en lo que el mundo considera su inutilidad.

Las escuelas vocacionales y los colegios técnicos son muy útiles; todos lo entienden. Como no pueden ver la utilidad de las universidades inútiles, decidieron convertirlas en malas imitaciones de los colegios técnicos. Así, la distinción fundamental entre educación liberal y formación vocacional se ha desdibujado, y se hapuesto en entredicho la misma supervivencia de la universidad.

La universidad hoy está sometida a una creciente presión para que justifique su existencia en términos utilitarios y cuantitativos. Esa presión es profundamente corruptora. No dispongo del tiempo para examinar todos los aspectos de esta corrupción; permítanme dar solo un ejemplo, solo uno, cuyo significado es ominoso. En Europa, no hace mucho, una respetada universidad duramente golpeada por recortes de fondos se vio forzada a suprimir algunos de sus cursos. Tenía que cerrar todo un departamento; el más vulnerable, el menos viable económicamente, un departamento que tenía más profesores que estudiantes, que no prometía futuro a sus graduados, que no prestaba un servicio visible a la sociedad ni al Estado. El departamento que se eliminó fue el Departamento de Filosofía Pura, torre de marfil dentro de la torre de marfil, centro histórico y origen de la propia universidad.

Cuando una universidad cede a la tentación utilitaria, traiciona su vocación y vende su alma. Hace cinco siglos, Erasmo, el gran escritor renacentista, definió en una frase la esencia de la empresa humanista: Homo fit, non nascitur (El hombre no nace hombre, se hace). Una universidad no es una fábrica que produce graduados, así como una fábrica de salchichas produce salchichas. Es un lugar donde se da a los hombres la oportunidad de convertirse en lo que realmente son.

* Discurso en la cena inaugural de la Campion Foundation, Sídney, 23 de marzo de 2006. Traducción de Alberto Supelano. DOI: https://doi.org/10.18601/01245996.v19n37.01