10.18601/01245996.v20n38.14

UN LIBRO ÍNTIMO*

Sentimientos y racionalidad en economía, de Jorge Iván González, Universidad Externado de Colombia, Bogotá, 2016, 196 pp.

Boris Salazara

* DOI: https://doi.org/10.18601/01245996.v20n38.14

a Magíster en Economía, profesor del Departamento de Economía de la Universidad del Valle, Cali, Colombia, [bosalazar@gmail.com].

Sugerencia de citación: Salazar, B. (2018). Un libro íntimo. Reseña del libro Sentimientos y racionalidad en economía, de Jorge Iván González, Revista de Economía Institucional, 20(38), 323-328.

Recepción: 11-11-2016, modificación final: 26-01-2018, aceptación: 19-02-2018.


Sentimientos y racionalidad en economía fue escrito desde la academia y por la academia, pero no es un libro académico. No tiene el formato, el estilo ni la rigidez propia de la mayoría de los libros escritos desde la economía académica porque es un libro apasionado que surge de la conversación. O mejor, de dos tipos de conversaciones que muchas veces se entrecruzan en sus páginas: las que el autor mantiene con los estudiantes de su seminario sobre racionalidad en el Externado de Colombia, y las que ha sostenido con los autores de las construcciones imaginarias que no lo han dejado solo en las últimas décadas.

Fiel a su visión de la economía como una conversación interminable entre distintas construcciones imaginarias, el libro nos permite asistir como fisgones a la larga, compleja, y cambiante conversación de Jorge Iván González con los economistas que han ocupado una parte privilegiada de su tiempo. Es, por tanto, un libro íntimo que se abre a la mirada de los otros para mostrar una extraña pasión por las construcciones imaginarias de unos hombres (no encontré ninguna mujer) que dedicaron su vida a una ocupación también extraña y abstracta: la economía teórica.

La idea central del texto es que ninguno de los economistas cuyas teorías conocemos creyó nunca en esa construcción absurda que es el hombre económico racional. La grandeza de todos los economistas que conversan en Sentimientos está en haberse distanciado de las definiciones de libro de texto y de las supuestas escuelas a las que habrían pertenecido. El nivel de sofisticación del pensamiento de todos, sin importar sus creencias o sus posiciones con respecto al mundo real, a la política y al poder, los situaba en un terreno más difícil y paradójico, un terreno que no puede ser definido ni desde el positivismo lógico, ni desde el método científico, ni desde las posiciones ortodoxas o heterodoxas que parecen dividir la profesión.

Contra los poderes del hombre económico racional, Jorge Iván González plantea un argumento muy fuerte -que no había visto antes planteado en forma explícita-: en realidad el hombre racional no elige. La lógica implacable del modelo y sus supuestos hace que no pueda realizar sino la acción prescrita por esa lógica: la que se desprende en forma deductiva de sus premisas. Sin duda, los supuestos críticos son útiles para aislar los factores irrelevantes en un modelo económico. Pero son aún más importantes para volver inevitables las acciones que el modelo predice.

La importancia de la elección racional de los agentes individuales desaparece de un golpe. Peor aún: en un giro propio de la ciencia ficción, el autor sugiere que ese agente "podría ser un gato o una rata"; daría lo mismo porque el espectro de sus decisiones está ya limitado en lo fundamental por los supuestos del modelo. En ese sentido el hombre económico racional queda desmontado y pierde su centralidad dentro de la modelación económica. Y aunque no lo dice en forma explícita, el agente representativo de los Nuevos Clásicos también queda aniquilado. La economía del Doctor Pangloss no depende ya de la racionalidad del agente representativo, sino de la lógica implacable de sus supuestos. Es decir, de la lógica implacable de la construcción imaginaria creada por algunos de los héroes intelectuales del autor.

Pero lo que los hace en verdad grandes, no es la aplicación lógica de esos supuestos, sino la capacidad de distanciarse de ellos cuando el análisis de la realidad o de las implicaciones de una acción de política económica así lo requieran. La aplicación juiciosa de las reglas deductivas queda para los economistas menores. Los grandes son más libres y pueden moverse dentro de la ciencia económica con la libertad de los autores literarios.

De allí el giro literario del libro. En Sentimientos los grandes economistas son elevados a autores literarios, a creadores a la altura de los más grandes novelistas y fabuladores. Su fuerza no estaría tanto en la exactitud de sus predicciones ni en la brillantez de sus teoremas ni en la novedad de los fenómenos descubiertos, sino en la imaginación desplegada en la construcción de sus grandes modelos y relatos para entender esa entidad abstracta, pero real, que es la economía. La admiración del autor por sus economistas favoritos no pasa por sus grandes descubrimientos, sino por la elegancia y audacia de sus construcciones. Más aún: su fuerza ni siquiera está en la belleza inherente de sus construcciones, sino en la hazaña gigantesca de su supervivencia a pesar de la evidente incompatibilidad de sus predicciones con los hechos observados y de su irrelevancia absoluta desde el punto de vista de la política y de la explicación de los hechos del mundo real.

El autor nunca dice de dónde viene esa hazaña, ni qué mecanismo social, comunicativo, ideológico y cognitivo la ha hecho posible. En un momento, compara la longevidad y el éxito de las construcciones de la economía con la vieja leyenda de los caballeros del rey Arturo (p. 96). La fuerza de la leyenda no está en la historia real que estaría contando para la eternidad, sino en su capacidad para sobrevivir a miles de generaciones, de guerras y de cambios culturales. Su fuerza está en que sigue siendo transmitida, leída y creída como si fuera la primera que se está narrando, a pesar de que todo el mundo sabe, y ha sabido siempre, de su evidente falsedad.

Pero, ¿es un hecho que las grandes construcciones imaginarias de la economía deben su longevidad a su inigualable capacidad persuasiva y a su carácter legendario? ¿En qué se puede parecer la "súper neutralidad del dinero" a la leyenda del rey Arturo? ¿Es de verdad "tan fascinante" (ídem.) como la vieja leyenda inglesa? Jorge Iván González nos aconseja que

Frente a este tipo de modelos, el sentimiento debería ser de admiración porque tienen un atractivo tan fuerte que les permite permanecer (ibíd.)

La súper neutralidad puede ser falsa, inútil o contraria al progreso del conocimiento económico, pero debemos admirarla porque no ha perdido credibilidad entre los economistas y va camino de convertirse en leyenda. Pero su longevidad no está asegurada. Muy pocos macroeconomistas serios de hoy la tienen en cuenta para entender el dinero y la política monetaria. Más que una leyenda es una curiosidad intelectual. Queda por entender por qué ha sobrevivido tanto tiempo.

Sin embargo, los economistas -grandes y no tan grandes- siguen construyendo modelos con la ilusión de que en ellos ocurran eventos similares a los que ocurren en el mundo real. Al hacerlos creen que están haciendo ciencia, no literatura. Lucas -que definió a los economistas como narradores de hechos ocurridos en mundos imaginarios de su invención- creía que eso era lo que los hacía más científicos y honestos.

Hay una tensión entre lo que los grandes economistas creen que hacen y lo que creen González, McCloskey y otros autores. Y es notable la diferencia entre la aspiración científica de los grandes economistas y la percepción que de ella tiene nuestro autor. El problema no es que los modelos sean construcciones imaginarias. Lo son, sin duda. La diferencia consiste en la manera de entender la práctica de los economistas.

Hay quizás una dificultad más profunda: el carácter temporal de las construcciones imaginarias de los grandes economistas. Jorge Iván González hace una lista de algunas teorías generales: "neutralidad y súper neutralidad del dinero, el principio de Barro-Ricardo, la igualdad entre la productividad marginal y el salario real, el principio de Fisher, etc." (ibíd., 116). ¿Serán tan longevas como la leyenda del rey Arturo? No lo creo. Es más: algunas ya están sufriendo los efectos del duro paso del tiempo y de la volatilidad de la economía: ¿Quién toma hoy en serio el principio de Barro-Ricardo; no como instrumento analítico o mecanismo de predicción, sino como pura construcción imaginaria?

Aunque la mayoría de los grandes economistas mencionados en Sentimientos -con la notable excepción de Keynes- no veían los efectos de su práctica como una cuestión de vida o muerte para toda la humanidad, la construcción de mundos imaginarios no impedía que ellos mismos (quizá con la excepción de Gerard Debreu) aspiraran a que los resultados y las predicciones de sus modelos se aproximaran lo más posible a los hechos observados en el mundo real, o tuvieran algún impacto sobre él. Ese viejo postulado positivista no ha dejado de estar en el imaginario de nuestros economistas.

Lo que conduce a la evidente influencia del enfoque de Deirdre McCloskey sobre la construcción de Sentimientos y racionalidad. McCloskey creó un potente enfoque interpretativo y retórico de la actividad real de los economistas. Allí donde casi toda la profesión veía el mundo con los ojos del positivismo lógico, del empirismo o de alguna forma de falsacionismo popperiano, McCloskey pronunció la palabra retórica y abrió una brecha en el escenario de la interpretación de lo que en realidad hacían los economistas. En vez de hacer predicciones o acercarse a la verdad del mundo real, sin darse cuenta, no harían más que intentar persuadir a sus colegas y al mundo en general de sus creencias, prejuicios, intuiciones y sueños. La base material de ese mundo retórico, en el que todos estarían dedicados a persuadir a los demás de la bondad de sus propias ideas, sería la conversación interminable en la que todos estarían comprometidos.

Todos los economistas serían víctimas de una especie de perversión ideológica que carcome la ciencia económica: su actividad retórica real aparecería vestida con el traje falso de la ciencia. Un caso clásico de inversión ideológica en la más pura tradición del Althusser de los años sesenta y setenta.

Jorge Iván González usa el ejemplo del trabajo empírico de los economistas financieros, y señala -con razón- que sus construcciones abstractas determinan su evaluación de los hechos financieros, el tipo de fenómenos que predicen y la interpretación que hacen de las fluctuaciones de los precios de los activos. Ninguno de ellos está dispuesto a dejar su punto de vista y sus creencias como resultado de un experimento crucial o de un conjunto creciente de evidencia empírica contraria a sus predicciones. Pero eso no significa que los economistas solo hacen retórica, sino que se empeñan en sostener sus creencias y puntos de vista. Estaría diciendo, dentro de los límites de la retórica, que una vez establecidos unos puntos de vista no hay práctica científica ni evidencia empírica de cualquier magnitud que los haga cambiar.

¿Esa rigidez es acaso el efecto de los sentimientos en el trabajo de los economistas? ¿O refleja más bien todo lo que precede al trabajo científico? Es decir, todo aquello que no cambia ni con la evidencia ni con la aplicación de la crítica racional y la práctica científica: sus opiniones y creencias.

Ahora, ¿qué tan útil ha sido el enfoque retórico para entender lo que hacen los economistas? No mucho, en realidad. Sin duda, hay una dimensión retórica en la actividad de los economistas. Pero ese hallazgo no ayuda a entender mejor lo que hacen los economistas. Al menos no en lo concerniente a lo que consideran su actividad científica. Un ejemplo de las limitaciones del enfoque retórico puede ser visto en la acerba crítica que McCloskey hizo del libro de Piketty, El capital en el siglo XXI. Después de reconocer sus evidentes méritos estadísticos y empíricos y su liberación de la camisa de fuerza de la economía de lápiz y papel, McCloskey pasó a destruir el libro de Piketty por sus creencias y opiniones. Al final lo que queda es la fe absoluta de McCloskey en la capacidad redentora del capitalismo y la banalidad de pensar en cuántos relojes Rolex le corresponderían a cada ciudadano en una sociedad más justa.

Pero los desvaríos de McCloskey no son responsabilidad de nuestro autor. Lo que sí es discutible es la idea de que la actividad de los economistas sea en lo fundamental conversar y persuadir. La imagen de los economistas como una asociación de librepensadores que intercambian ideas en una conversación interminable es sugerente desde el punto de vista literario, pero tiene poco poder descriptivo y analítico frente a la realidad de la práctica de los economistas. En lugar de la imagen romántica de una conversación interminable entre ellos, la práctica real de las últimas décadas permite sospechar una realidad menos romántica: la de una profesión atravesada por el conflicto en todos los ámbitos.

El desarrollo, por ejemplo, de la discusión macroeconómica en las últimas cuatro décadas ha ocurrido bajo el dominio de la disputa y de la lucha. Sí, la retórica tuvo un lugar fundamental, pero fue una retórica que no privilegiaba la conversación que el autor practica con estudiantes, colegas y grandes autores, sino la dura disputa por el predominio de conjuntos de ideas y de prácticas. La analogía cotidiana más apropiada no parece ser la de una serena conversación interminable sino la de la guerra dura y despiadada.

Los economistas keynesianos -viejos y jóvenes- debieron adaptarse a un nuevo ambiente intelectual en el que el desempleo involuntario, la demanda efectiva y los modelos de gran escala fueron quemados en la hoguera sacrificial de la revolución de los Nuevos Clásicos, mientras el mundo parecía poder ser explicado desde la racionalidad ilimitada del agente representativo. Más que una conversación razonada lo que hubo fue una dura lucha por la supervivencia. Algo que el autor reconoce cuando el libro entra en los terrenos de la economía monetaria y los mercados financieros. Allí toma partido por las visiones heterodoxas y críticas y se aleja de la fábulas de Lucas y Sargent: Leijonhufvud, Clower, Tobin, Davidson toman la palabra y la agudeza analítica desplaza a las construcciones imaginarias abstractas.

Pero esto no invalida la tesis del autor sobre la importancia de la conversación razonada en economía. Solo desplaza su lugar. Más que una descripción de la práctica de los economistas, Sentimientos y racionalidad es una prescripción sobre lo que debería ser la práctica teórica de los economistas, no la que anima o justifica las decisiones de política económica. Es una sugerencia kantiana para una disciplina marcada por el conflicto y la lucha. A lo largo de su libro Jorge Iván González muestra una y otra vez que respeta sus propias reglas. Quizás demasiado. De ahí la conversación interminable y su admiración irreductible por los grandes constructores de fábulas económicas.