* DOI: https://doi.org/10.18601/01245996.v23n44.01
EDITORIAL*
La democracia no es la ley de la mayoría sino la protección de la minoría.
Albert Camus, Carnets III
I
Es irónico que un minúsculo patógeno sin capacidad reflexiva no solo haya llevado a que seres humanos de distintos lugares y antecedentes culturales cuestionen su modo de vida personal y social, sino que haga dudar de la inteligencia de nuestra especie para actuar de manera colectiva para enfrentar la pandemia y lograr propósitos comunes. Acostumbrados a enfrentarnos entre tribus, pueblos y naciones, lo culpamos de la crisis sanitaria y del derrumbe de la economía. Le declaramos la guerra como a un enemigo al que debemos derrotar, sin considerar que esos males son responsabilidad nuestra, y de quienes pretenden representar la voluntad colectiva.
La propagación del nuevo coronavirus, así como de los anteriores y de los venideros, es indisociable de la destrucción de la naturaleza, causada por la manera de organizar la provisión de nuestros medios materiales de vida; lo que en términos eufemísticos hemos dado en llamar cambio climático de origen antrópico, que en realidad no augura un final apocalíptico del mundo natural y de toda vida en el planeta, sino tan solo de la vida humana, cuya preservación sería uno de esos grandes propósitos colectivos; de modo que la pandemia no solo debería llevarnos a reflexionar sobre la manera de obtener nuestros medios de vida sino a modificarla radicalmente, para sobrevivir como especie. Pero en este campo, como en muchos otros, predominan nuestra falta de imaginación y de creatividad, así como las respuestas inducidas por la fuerza de la inercia, impulsadas por intereses poderosos y reforzadas por nuestra obsoleta mentalidad de mercado, como señalara, hace ya muchas décadas, el filósofo e historiador vienés Karl Polanyi.
Cuando se inició de la pandemia se pensó que el virus era absolutamente democrático, pues contagiaba por igual a toda las personas, sin importar su condición. Que no discriminaba por raza, sexo, edad, religión, ingreso, antecedentes culturales ni estatus social. Pero a medida que se han visto las consecuencias de su propagación ha quedado claro que nada tiene de democrático pues sus efectos son bien diferenciados: más graves y letales para quienes, también de manera eufemística, se denominan "grupos vulnerables", una categoría vaga e imprecisa que no permite tomar medidas apropiadas, y además equívoca, pues los únicos invulnerables son los inmortales. Afecta más a los ancianos, a los pobres y a las personas que tienen enfermedades evitables o viven en ambientes con alta contaminación del aire, a los condenados y excluidos por las supuestas leyes del mercado.
También afecta en mayor grado al personal médico y sanitario, a los trabajadores que pierden el empleo y a los informales, a las mujeres y a los niños, esos olvidados por los analistas -salvo por educadores y psicólogos-, a los miembros de las clases medias y a los ciudadanos de países gobernados por personajes que niegan los hechos científicos e inventan "verdades" a discreción y conveniencia. La superación de las profundas desigualdades sociales y económicas que agravan estas consecuencias es otro de los propósitos colectivos en los que priman la falta de imaginación y de creatividad, la fuerza de la inercia y los intereses creados. Un propósito acerca del cual desde hace años mucho se promete, pero se actúa y se seguirá actuando de la manera acostumbrada: "business as usual", como se dice en lengua inglesa.
Al inicio también se pensó que los regímenes democráticos y los países de altos ingresos enfrentarían la crisis sanitaria, económica y social de mejor manera que los regímenes autoritarios, pues en estos últimos solo importa la razón de Estado, el anhelo autocrático de sus gobernantes, y no se atienden las señales del mercado. Así, en la solución de la crisis competirían las "democracias de mercado" y los "regímenes dictatoriales o de partido único". Incluso se llegó a pensar que sería un nuevo campo de batalla entre capitalistas y socialistas o entre derechistas e izquierdistas. Como si la izquierda no hubiese subvalorado, igual que la derecha, el impacto de la acción humana sobre el mundo natural, y como si existiesen democracias plenas -gobiernos del pueblo para el pueblo- y estados socialistas. El socialismo con características chinas no es más que un capitalismo de estado, en el que hoy son de gran recibo las ideas de Carl Schmitt, el crítico alemán de la democracia que tanto atrae a muchos de nuestros dirigentes políticos y funcionarios públicos, quienes solo ven en el juego democrático un enfrentamiento entre amigos y enemigos.
En esta competencia los resultados no son claros, salvo para quienes no se atreven a dudar y buscan certezas incuestionables que confirmen sus creencias. En Occidente, algunos países relativamente democráticos han logrado contener la propagación del virus y el número de muertes por millón de habitantes es relativamente bajo, pues siguieron los planes sugeridos por científicos y médicos epidemiólogos después del estallido de brotes anteriores. Mientras que en otros esos planes quedaron en letra muerta, con graves consecuencias que eran evitables. En ciertos países de Asia y, en particular, del Sudeste Asiático se atendieron las lecciones de brotes y epidemias anteriores, y se tomaron las medidas preventivas y sanitarias correspondientes; en algunos, con técnicas de detección y rastreo que evocan la presencia ubicua y la vigilancia continua del Gran Hermano auguradas por George Orwell, como sucede en China, con su riguroso control de la información y de las voces disidentes.
Donde los resultados han sido mejores, quizá el aspecto más importante no sea el tipo de régimen político, sino la subordinación del interés individual al bien común y la disciplina colectiva -por la confianza de la población en sus gobernantes, por temor a sus represalias o, quizá de mayor peso, por respeto a los demás ciudadanos y la confianza mutua-, pues en tales países se dio prioridad a la atención sanitaria como política de estado, por encima de las visiones y rivalidades partidistas. Y, por supuesto, en aquellos países que disponían de mejores servicios de salud y fuentes de suministros rápidos y oportunos, porque durante la oleada globalizadora de las últimas décadas no fueron trasladadas a países de menores salarios e impuestos más bajos.
Los desastrosos resultados de Estados Unidos llevan a preguntar por qué el país más desarrollado, que adoptó la democracia antes de la Revolución Francesa y de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano en 1789, es uno de los que peor ha enfrentado a ese virus diminuto. Por supuesto, según los indicadores de democracia de diversas organizaciones internacionales, ese no es un país plenamente democrático. No es casual que haya llegado a la presidencia un individuo de las calidades personales de Donald Trump -similares a las de gobernantes más cercanos, como Jair Bolsonaro y otros que sobra mencionar y que despiertan fanatismos, de extrema derecha y de izquierda1.
Puede parecer un sarcasmo que, en la pasada elección en Estados Unidos, fuese un virus diminuto el que derrotó a Donald Trump. Al desnudar su autoproclamada inteligencia y la grandeza del "mejor presidente estadounidense desde Abraham Lincoln", mostró su real estatura: la del gnomo de la Casa Blanca.
El gobierno demócrata debe considerar las razones de la alta votación republicana y atender la voz de los nuevos y decisivos votantes demócratas, de origen africano y asiático, y de las generaciones más jóvenes, con su preocupación auténtica por la destrucción del medio ambiente planetario y favorables a un verdadero Green New Deal, igual que la de los latinos acosados por la discriminación y las leyes de inmigración -así en algunos estados de alta inmigración cubana y venezolana muchos hayan votado por Donald Trump, contra el supuesto "castro-chavismo" de Joe Biden-, como también la de los votantes blancos arruinados por las políticas adoptadas por gobiernos de ambos partidos en favor de la "democracia empresarial".
De una manera semejante deberían obrar quienes aspiran a ser los próximos gobernantes en países latinoamericanos, pues es muy probable que los actuales sigan desatendiendo esas voces o sus equivalentes, y repriman el descontento popular que se manifestó meses antes de la pandemia, el cual resurgirá con mayor ímpetu y buenas razones -ojalá no solo de tipo contestatario sino también imaginativo y transformador- en tiempos más o menos cercanos. Como ya ha empezado a suceder en Chile, Perú y Guatemala.
II
En este número especial de nuestra revista procuramos ofrecer una visión panorámica, aunque necesariamente parcial, de las causas, la propagación y los efectos de la pandemia de COVID-19, desde distintas disciplinas.
Salvo el artículo de Steve Keen -economista australiano que vivió en carne propia los desastrosos incendios forestales ocasionados por el aumento de la temperatura global y el derretimiento de las capas de hielo polares- que critica los modelos elaborados por William Nordhaus, los cuales suponen que la mayoría de las actividades económicas no serán afectadas por el cambio climático porque ocurren "puertas adentro" y malinterpretan la literatura científica sobre el tema, los demás se refieren expresamente a los orígenes de los coronavirus, a la pandemia de COVID-19 y a las políticas que se han adoptado para manejarla.
Cada artículo refleja la percepción que se tenía en el momento en que fue escrito y no hace un balance definitivo. David Quammen presenta una síntesis de la investigación sobre el SARS-Cov-2, muestra el trabajo conjunto entre investigadores de varios países, en particular entre científicos estadounidenses y chinos, pone en duda las teorías conspirativas sobre el origen del virus, y explica las razones para que Estados Unidos haya enfrentado de tan mala manera la pandemia. Soledad Barruti explora la relación entre la producción industrial de carne aviar y la transmisión de enfermedades zoonóticas.
Boaventura de Sousa Santos critica el punto de vista de algunos escritores posmodernos que se han convertido en voceros de un "progreso" a ultranza, examina los efectos diferenciados de la enfermedad entre los grupos de población del Sur Global y sintetiza las primeras lecciones que dejaría esta crisis. Mohammed Cherkaoui atribuye los cambios geopolíticos acelerados por el coronavirus a los efectos de las políticas neoliberales -a las que llama neorrealistas-, critica la economía del goteo y defiende una democracia y un estado basados en principios morales kantianos. Carlo Caduff, antropólogo médico, con base en su cercanía a la experiencia de India -donde millones de personas vagan por los caminos para volver a su hogar, después de perder su empleo informal y temporal-, critica la respuesta global a la pandemia, que impuso el cierre total de los países, en vez de hacer pruebas masivas, rastrear los contactos de personas contagiadas y aislar a los enfermos en forma selectiva.
Liliana Chicaíza, Mario García e Iván L. Urrea analizan la relación entre el manejo de la pandemia y los resultados económicos comparando cinco grupos de países. Germán Petersen cuestiona la relación directa entre regímenes democráticos y buen desempeño en el manejo de desastres, con base en la realización de pruebas de reacción en cadena de la polimerasa (PCR) en países con regímenes democráticos, autoritarios e híbridos. Diana Castañeda, Gonzalo Cómbita y Carolina Castañeda argumentan que para enfrentar las consecuencias de la pandemia en Colombia, es necesario replantear la regla fiscal, como se ha hecho en diversos países, para que el Estado no sea un simple espectador sino que satisfaga los derechos fundamentales de la población, tal como le ordena la Constitución.
Jorge Iván González expone las diferencias entre planeación basada en la probabilidad de clase y planeación basada en la probabilidad de caso, y sostiene que esta última es inadecuada y suele fracasar, como demuestra el mal manejo de la pandemia y de sus efectos económicos y sociales. Jorge Armando Rodríguez analiza la evolución de la economía colombiana, y argumenta que las políticas de austeridad no contribuyen a lograr el objetivo de pleno empleo que contempla la Constitución y que el gobierno solo ha adoptado medidas ad hoc para enfrentar los efectos inmediatos de la pandemia.
Terminamos esta presentación de los artículos relacionados con la pandemia con un extracto de "La máquina se detiene", un cuento de E. M. Forster, publicado en 1909, que da una visión literaria del encierro y el distanciamiento, esta vez sí social y no solo físico, de los seres humanos, no suscitados por la propagación de una enfermedad sino por un mecanismo -la máquina, una metáfora del sistema socioeconómico- del que somos simples engranajes.
Las ideas de primera mano no existen realmente. No son más que impresiones físicas producidas por la vida y el temor, y ¿quién puede basar una filosofía sobre tan craso fundamento? Dejen que sus ideas sean de segunda mano, y si es posible de décima mano, porque entonces estarán más lejos de ese elemento perturbador: la observación directa. No aprendan nada sobre la Revolución Francesa. Aprendan, en cambio, lo que pienso que Enicharmon pensó que Urizen pensó que Gutch pensó que Ho-Yung pensó que Chi-Bo-Sing pensó que Lafcadio Hearn pensó que Carlyle pensó que Mirabeau dijo sobre la Revolución Francesa […] Ustedes que me escuchan en mejor posición para juzgar la Revolución Francesa que yo. Sus descendientes estarán en una posición aún mejor que ustedes, porque aprenderán lo que ustedes piensan que yo pienso, y se añadirá otro intermediario a la cadena. Y con el tiempo […] llegará una generación que esté más allá de los hechos, más allá de las impresiones; una generación absolutamente incolora, una generación seráficamente libre de la mácula de la personalidad, que verá la Revolución Francesa no como sucedió, no como le gustaría que hubiese sucedido, sino como habría sucedido si hubiese tenido lugar en los tiempos de la Máquina.
A diferencia de Boccaccio, Defoe y Camus -que escribieron sobre las plagas de su época- este cuento alude a una sociedad mecanizada, y es una obra menos conocida que las distopías de George Orwell y Aldous Huxley. Forster no solo describe el encierro, la soledad, el temor y la impotencia de la sociedad, sino que vislumbró -como indica el párrafo citado, en el cual hace una crítica velada y sutil al ambiente academicista de la Universidad de Cambridge, donde estudió y fue miembro del célebre grupo de "Los apóstoles", al que después pertenecieron John Maynard Keynes y otros integrantes del círculo de Bloomsbury- una época de "hechos alternativos", desligados de la realidad observable, basados en meras opiniones y transmitidos por numerosos intermediarios a través del foto-cine, un medio de comunicación imaginado que anticipó a Internet y las redes sociales y sus efectos perjudiciales sobre la percepción de la realidad. Este es un relato extraordinario, escrito más de un siglo antes, que dice más sobre lo ocurrido en los últimos seis meses que muchos escritos académicos contemporáneos. Además, rechaza el funcionamiento impersonal de la máquina y el desamparo al que nos somete, revela la humanidad de todos nosotros y saluda la rebelión de los jóvenes, menos atados a las viejas costumbres.
III
Para una revista colombiana de economía es grato anunciar la publicación de Dinámica del crecimiento económico de Luis Lorente, un libro de teoría económica excepcional en nuestra tradición académica en la que es difícil encontrar una obra tan sistemática, rigurosa y original. Una tradición que se suele limitar a la aplicación acrítica y ecléctica de teorías recibidas y modas efímeras, sin contribuir al conocimiento universal; a hacer ciencia normal, para usar la expresión de Thomas Kuhn.
El libro de Lorente es una expresión completa e integrada de las notas de clase que su autor enriqueció cada semestre; va más allá de su función didáctica y propone un nuevo paradigma, no solo en la teoría del crecimiento económico sino en la manera de enfocar el estudio de la economía, basado no en preconcepciones o supuestos ideológicos y metodológicos ajenos a la realidad empírica de las economías realmente existentes, sino en los hechos observables, como es usual e indispensable en la investigación científica.
El autor tiene una auténtica vocación científica: la búsqueda del conocimiento motivada por la curiosidad y el ethos de la comprensión, no por el afán de reconocimiento. Sabe que las ideas novedosas no son populares en los círculos establecidos, que suelen rechazarlas porque ponen en cuestión su estatus académico, y prefieren condenarlas al ostracismo Pese a ello, ha publicado numerosos trabajos teóricos y de aplicación práctica; dispersos, conocidos por algunos estudiosos y por sus alumnos. Los que han estado al alcance de un público algo más amplio aparecieron en revistas de escasa circulación, antes de Internet, y en revistas universitarias o recopilaciones de poca difusión, infortunadamente en lengua castellana, que no es la lingua franca de la profesión. No es un teórico de escritorio ni un consultor al uso2 . Quienes lean su libro podrán apreciar su conocimiento de la historia del pensamiento económico y de la evolución del sistema económico y del sistema bancario y financiero desde dentro, así como su talento matemático y su creatividad para construir modelos cada vez más complejos, acordes con la evidencia empírica, que sean capaces de explicar el funcionamiento de las economías contemporáneas.
La traducción al inglés de su libro complementaría su difusión en español, y haría posible que fuese conocido entre estudiosos con motivaciones similares, empeñados en el desarrollo de un nuevo paradigma que supere las deficiencias e incoherencias conceptuales y lógicas de las teorías ortodoxas y heterodoxas contemporáneas.
En la parte final de la revista, incluimos un artículo del propio Lorente, que expone las principales características de su propuesta, el cual va acompañado de la versión ampliada del comentario que el profesor Álvaro Moreno -quizá su colega actual de la Universidad Nacional que mejor puede valorarla- hiciera durante el acto de lanzamiento del libro en septiembre pasado.
Notas
1 Es lamentable que algunos partidarios del centro parezcan olvidar que en las disputas política hay posiciones contrarias, y den a entender que los consensos deseables -p. ej., sobre los principios y el orden constitucional, el cumplimiento de los derechos humanos y sociales, la manera de afrontar las desigualdades existentes; sobre la propiedad de la tierra y en materia tributaria- son el resultado de guardar equidistancia entre los extremos para llegar al justo medio, un simple asunto de promedios o lugares geométricos. Pero en las complejas sociedades actuales, la única dimensión no es la que recorre el eje derecha-izquierda; existen otras, que rebasan esa visión simplista y, curiosamente, antipolítica.
2 Ante la propagación del nuevo coronavirus cabe recordar que Luis Lorente tuvo una destacada participación en la erradicación de la fiebre aftosa en Colombia, la cual se logró entre 1997, cuando se declaró de interés nacional erradicar esta enfermedad, y 2009, cuando se obtuvo la certificación como país libre de aftosa. Fue él quien elaboró el modelo epidemiológico básico, además de contribuir en el diseño de la estrategia de vacunación, con base en sus estimaciones del inventario bovino y de su tasa de crecimiento, y en los datos de su localización y sus rutas de movilización. En contra de los expertos, que entonces recomendaban concentrar la producción a escala agroindustrial y excluir a los pequeños productores, hoy se vacuna en forma periódica a unos 28 millones de reses, en más de 655 mil fincas, un 82% de pequeña escala.