*DOI: https://doi.org/10.18601/01245996.v24n46.01

EDITORIAL*

I

Este número comienza con dos artículos, escritos por James Galbraith y John Komlos, que critican la concepción económica dominante y plantean la urgente necesidad de una economía basada en los hechos del mundo real y no en supuestos imaginarios. Además de un breve escrito de opinión de Dani Rodrik sobre el papel de las revistas que hoy imponen la pauta en la profesión, filtran los aportes ajenos al pensamiento predominante en Estados Unidos y Europa Occidental, y suelen rechazar la publicación de concepciones alternativas, en desmedro del pluralismo.

Los dos ensayos siguientes tratan aspectos de la historia del pensamiento económico, un tema cada más relegado en la enseñanza de la economía. El de Ángelo Narváez examina la recepción de la economía inglesa en la época de Hegel y el de Álvaro Gallardo muestra que la visión sraffiana de los precios guarda una profunda coherencia con su concepción objetivista radical. Por su parte, Josefa Ramoni y Gianpaolo Orlandoni recuerdan una manera hoy casi olvidada de formalizar el crecimiento económico, basada en hechos observables sin supuestos ideales, que ayudaría a los estudiantes a ampliar su perspectiva intelectual.

Luego se incluyen trabajos de autores colombianos que tratan problemas del país. David Ortiz, Julián Arévalo y Andrea García muestran que la percepción ciudadana de la corrupción y la falta de transparencia lleva a rechazar estas prácticas recurriendo a dos formas de expresión legítimas en toda democracia: la participación en las elecciones a cargos públicos y en las protestas callejeras. Amy Baquero y Jaime Villamil reflexionan sobre la credibilidad de la política monetaria frente al aumento del desempleo y el impacto de la pandemia. Por su parte, John J. Mora, Diana Y. Herrera y Juan F. Álvarez analizan los efectos de la pandemia en el desempleo juvenil en la ciudad de Cali, y Magaly Herrera y Carlos González examinan la posible correlación entre homicidios e informalidad laboral en esa misma ciudad.

Un grupo español de científicos y defensores del medio ambiente sintetiza las filtraciones de los informes del Panel Intergubernamental del Cambio Climático sobre los daños al medio ambiente del planeta que se han intensificado desde los primeros informes y aumentado la preocupación de la comunidad científica. Sus advertencias se han difundido de amplia manera para evitar que la magnitud de los daños ambientales y sus visibles consecuencias sean subvaloradas y desestimadas en los informes finales que se presentarán a los políticos y los gobiernos. El artículo del grupo de economistas y estudiosos del cambio climático encabezado por Steve Keen critica a profundidad las estimaciones de los economistas neoclásicos que ignoran la literatura científica, subvaloran los efectos y los daños al medio ambiente planetario y, por tanto, no son buenas guías para elaborar políticas públicas de carácter global.

Delfina Torres y Gino Viglianco describen los métodos de cabildeo de la industria de alimentos en la arena política y en los parlamentos latinoamericanos, que -recurriendo a las prácticas de producción deliberada de la ignorancia que estudia la agnotología- desde hace años descalifica, desacredita y persigue a quienes defienden la necesidad de leyes y políticas públicas que favorezcan el consumo de productos que no agraven más la ya deficiente salud de la población. Práctica que a veces poco difiere de las que se utilizan contra los defensores del medio ambiente y los líderes sociales que se oponen a la destrucción de las selvas y la deforestación de los bosques.

César Ferrari compara el crecimiento de los países del Este de Asia y de América Latina, y propone modificar el paradigma que se ha adoptado, en forma acrítica y con muy deficientes resultados, en las últimas décadas, así como la estrategia y las medidas de política derivadas de ese paradigma.

El ensayo final, de George Orwell, autor de 1984 y Rebelión en la granja, es una lectura recomendable en esta época de degradación del lenguaje y de la controversia política.

II

El economista útil es aquel que se dedica a buscar soluciones. Un economista verdaderamente útil lo hace con mente abierta, de manera informada, consciente de los principios subyacentes, pero no hipnotizado por ellos, e independientemente de ganancias financieras y ambiciones personales, bien sean políticas o de estatus y celebridad entre los economistas. El comportamiento de los banqueros y especuladores, las emisiones de las fábricas y las redes de transporte, la extracción de recursos críticos de una reserva finita en la corteza de la tierra, el nivel y la distribución de los salarios, las ganancias y las rentas, la tributación justa y efectiva, cómo lograr la cooperación voluntaria de ciudadanos libres en la búsqueda del bien común: todo esto es parte de lo que un economista útil puede estudiar. La persona que se mantiene fuera y alejada de tales preguntas, que simplemente pretende "modelar el sistema" es, para la mayoría de los propósitos, un ocioso, no un científico sino un aficionado (Galbraith, 2022).

La manera de enfrentar la pandemia en casi todo el planeta ha mostrado de nuevo -igual que la manera de enfrentar la crisis financiera global y el cambio climático- las graves limitaciones de la concepción, el método y los instrumentos que predominan en el análisis económico. Esas limitaciones se manifiestan en la manera de enseñar la economía y en la poca utilidad de lo que se enseña para entender el funcionamiento de las economías del mundo real y abordar los problemas que ocasiona intrínsecamente, agravados por las recomendaciones de la corriente que predomina en una profesión cada vez menos orientada a la búsqueda de conocimiento y más motivada por la búsqueda de prestigio vicario y el ascenso a los círculos de poder o de toma de decisiones mal o precariamente informadas.

La concepción. En el pensamiento económico actual predomina una amalgama de vertientes de origen neoclásico y austríaco que conciben el mercado como el mejor procesador de información y como el mecanismo más eficiente de asignación de recursos. En las revistas más prestigiosas es cada vez menor el espacio dedicado a las controversias teóricas y cada vez mayor el dedicado a modelos y estudios empíricos carentes de una clara fundamentación conceptual. El procesamiento de información y la manipulación de grandes bases de datos han sustituido al conocimiento bien fundado y a la reflexión basada en el estudio de los autores que buscan entender las economías reales y contribuir a resolver problemas verdaderamente relevantes.

El método. En la disciplina parece predominar una manera de aproximarse a la realidad que quizá algunos denominarían "empirismo ingenuo". La abundancia de datos y la elaboración de modelos simplistas y convenientes para cada autor no son suficientes para crear nuevo conocimiento, quizá sí para publicar, obtener visibilidad y agrandar hojas de vida, que acreditarían la acumulación de "capital intelectual". Los datos no hablan por sí mismos y para desenmarañar la complejidad de los hechos se requiere el buen sentido común que permita jerarquizarlos y juicios valorativos explícitos, de modo que las concepciones o creencias se analicen a la luz de los hechos. La clasificación basada en juicios bien fundados permite ordenar los datos y seleccionar métodos apropiados para pensar fenómenos complejos, como el calentamiento global, el papel de la banca como factor esencial de las últimas crisis, el notable aumento de la pobreza y la concentración del ingreso y la riqueza, la consolidación de poderes monopólicos, el debilitamiento de la democracia, o la desigual y miope distribución de las vacunas que ha mostrado una vez más nuestras graves carencias conceptuales e institucionales para actuar por el bien común.

Aunque estos hechos y la manera de articularse solo se entiendan parcialmente, para llegar a entenderlos es de poca ayuda el empirismo ingenuo. La acumulación de información bruta, así acopie millones y millones de datos, siempre será insuficiente para formular relaciones de causalidad razonables que ayuden a entender los sistemas reales y a interpretar los cambios que surgen en su evolución. Las secuencias de causas y efectos son interpretaciones derivadas de visiones teóricas. La realidad solo se puede comprender cuando se recurre al sentido común ilustrado por teorías apropiadas.

El nuevo paradigma basado en el procesamiento digital de información está degradando lo que se solía llamar conocimiento económico. Las publicaciones especializadas están llenas de relaciones causales que no tienen ningún sentido y que, por tanto, son inútiles para la política pública e impiden la consolidación de teorías económicas apropiadas para entender el funcionamiento de las economías reales.

El análisis económico evolutivo, al que en su época Joseph Schumpeter hizo valiosos aportes que se sumaron a los de autores anteriores, se ha fortalecido porque permite ordenar y sistematizar mejor los hechos económicos. Para elegir buenos métodos y contribuir al avance de la disciplina es necesario adaptar al contexto las preguntas y reflexiones de los maestros, y asumir con rigor los retos que impone el proceso cognitivo. Una tarea que requiere la lectura atenta de autores con preocupaciones similares. La oscuridad creada por el manejo ingenuo de los big data, sin la guía de teorías apropiadas, contrasta con la luz creadora que proporciona la lectura de autores interesados en entender el mundo en que vivimos, y no los mundos imaginarios creados a partir de supuestos poco o nada realistas.

Para superar la estrechez del novedoso método de procesamiento de datos con programas informáticos, que suelen ser opacos para la mayoría de los estudiantes y jóvenes investigadores, es necesario volver a hacer las preguntas fundamentales: ¿Cuál es el objeto de investigación, por qué y para qué es relevante? Y cualquiera que sea la respuesta debe partir de conocimientos y de juicios explícitos bien fundados. Pero si estas preguntas no se hacen de manera rigurosa, se abre espacio al empirismo ingenuo y a relaciones de causalidad absurdas. Después de observar millones de datos se podría encontrar que las mujeres de nombre Fátima son las más endeudadas. E ingenuamente esa correlación espuria se podría considerar como una relación de causalidad entre ese nombre y el nivel de la deuda.

Los instrumentos. El calentamiento global y sus ya innegables efectos son un buen ejemplo de las limitaciones de la concepción económica hoy predominante, de sus métodos y de sus instrumentos. En este campo, como en muchos otros, es necesario hacer modificaciones sustantivas. Y el punto de referencia que debería guiar esta búsqueda es un enfoque interdisciplinario que tenga en cuenta los avances en el conocimiento científico del planeta y de la incidencia de las actividades que destruyen los ecosistemas y contaminan el medio ambiente.

Frente a los retos ambientales, los modelos de equilibrio general neoclásicos y los modelos financieros usuales conducen a soluciones contraproducentes, y desde el Acuerdo de París las medidas más razonables, basadas en las ciencias relacionadas con el clima, se siguen posponiendo. Al ignorar el conocimiento de los científicos que desde hace años parecen predicar en el desierto, las estimaciones de los modelos neoclásicos terminan siendo erróneas y las proyecciones en términos de valor presente neto ni siquiera tienen sentido para dos o tres lustros. Y, por supuesto, nada dicen y no sirven de guía para un horizonte temporal de tres o cuatro décadas.

Otro ejemplo es la ausencia del espacio y de la geografía. Las aproximaciones convencionales no suelen incluir estas dimensiones. Y su comprensión exige una visión que considere los aportes de otras ciencias sociales. En el estudio de las preferencias es necesario estrechar y consolidar las relaciones con la antropología y la sicología social, que difiere de la sicología individualista que da primacía al estudio de los sesgos cognitivos.

Se podrían mencionar muchos otros ejemplos. Pero basta recalcar que la economía necesita enfoques más realistas e integrales que tengan en cuenta el conocimiento de las ciencias naturales y otras disciplinas sociales para superar el empirismo ingenuo hoy en boga. Volviendo al problema del método, esos enfoques solo se pueden lograr con una visión crítica y un sentido común ilustrado por teorías más apropiadas.

La enseñanza. Hoy se presta cada vez menos atención a la formación crítica que invita a pensar antes de escribir y publicar artículos poco aterrizados, a estudiar el contexto y la historia económica, el papel de la política en la toma de decisiones, a discernir cuáles son los problemas relevantes, a reflexionar por qué después de décadas de ascenso del prestigio de los economistas, la profesión ha dejado de hacerse preguntas fundamentales y no parece ser útil para enfrentar los problemas de manera contundente y eficaz. La formación económica actual -que tiende a formar los profesionales que demanda el mercado y no ciudadanos autónomos y responsables- limita la capacidad para pensar por cuenta propia y en los programas de posgrado lleva a una especialización excesiva que solo prepara para desempeñar funciones subalternas y, si se tiene buena suerte o buenas conexiones, atender al mercado de ideas basado en el prestigio, así sea con prácticas que se consideraban fraude académico y eran tratadas con buen juicio o sancionadas en forma adecuada por profesores que no eludían ni temían ejercer su magisterio. Esas prácticas se han extendido con la mercantilización de la enseñanza y del conocimiento, por la difusión de internet y por la necesidad de maquillar hojas de vida para obtener todo tipo de cargos. Así, la detección de textos o fragmentos copiados sin el crédito debido tiende a delegarse en programas informáticos, y las sanciones académicas que merecen ya no son impuestas por las universidades sino por entidades externas, después de litigios judiciales que suelen favorecer a quienes contratan a los abogados más astutos o a quienes llegan a ocupar altos cargos con cuestionables credenciales.

La formación universitaria debería formar ciudadanos con honradez intelectual y altos valores morales. La enseñanza de la economía debería servir para entender el mundo real y la economía como una disciplina política, así como para motivar a los estudiantes a preguntarse cuáles son los enfoques más apropiados para aplicar de manera bien informada el sentido común al que Alfred Marshall hizo referencia.

El economista tiene que examinar los hechos, pero los hechos por sí mismos no dicen nada. La historia nos ofrece secuencias y coincidencias, pero solo la razón puede interpretarlos y sacar lecciones de ellos. Para lograr este propósito se debe hacer un trabajo arduo, en el que el sentido común se convierte en el último árbitro para resolver todo problema práctico. La ciencia económica no es sino el resultado del sentido común ayudado por un análisis organizado y por el ejercicio de la razón, que facilita la tarea de recoger, jerarquizar y esbozar inferencias a partir de los hechos particulares. Aunque los alcances del sentido común sean limitados, sin su ayuda el trabajo cognitivo sería en vano (Marshall, 1994, p. 32).

La enseñanza es una tarea ardua que debería ayudar a los estudiantes a utilizar las herramientas que ofrece la disciplina, sin descuidar la formación interdisciplinaria, siguiendo el llamado de la curiosidad bien orientada por el desarrollo de un sentido común educado en la formulación de preguntas pertinentes.

III

Una preocupación adicional. En las universidades de la mayoría de los países hoy se tiende a descuidar la buena enseñanza de pregrado y a dar prioridad a los programas de especialización, maestría y doctorado, que no solo les reportan mejores ingresos, sino que son la vara de medir a las universidades de hoy en día, junto con el número de profesores con títulos de doctorado y la publicación de trabajos revisados por pares. Estos criterios de supuesta calidad han acentuado el afán de publicar, que no es lo mismo que pensar y aportar al conocimiento, y han dado lugar a toda una industria de publicaciones académicas y a la contratación de escritores fantasmas, como muestran diversos estudios de sociología y filosofía de la ciencia, así como a lo que algunos autores denominan "fetichización de la indexación" (Salatino y López, 2021). No solo en el campo de la economía, sino en muchas otras disciplinas, los resultados se publican en revistas que forman una especie de oligopolio honorífico asociado a círculos influyentes y a grandes intereses que vierten copiosos fondos de investigación para fortalecer paradigmas y teorías convencionales. Así se excluyen y se despojan de todo mérito los puntos de vista contrarios y que abren nuevos caminos de investigación. La economía, en particular la economía política, y los economistas de los países en desarrollo preocupados por entender cómo funcionan nuestros sistemas económicos y que buscan ser útiles deberían romper ese oligopolio, creando y fortaleciendo espacios virtuales de amplio acceso, en los que puedan divulgar sin restricción alguna sus escritos y animar la discusión sobre las concepciones y medidas de política que no solo afectan el bienestar de los ciudadanos sino las condiciones de la vida en el planeta.


REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

Galbraith, James K. (2022). ¿Qué es la economía? Una disciplina política para el mundo real. Revista de Economía Institucional, 24(46), 3-25.

Marshall A. (1994). Principles of economics [1890]. Principles of economics. An introductory volume, 8th ed. Porcupine, Londres, 1920.

Salatino, M. y López R, O. (2021). El fetichismo de la indexación. Una crítica latinoamericana a los regímenes de evaluación de la ciencia mundial. Revista CTS, 16(46), 73-100.