* DOI: https://doi.org/10.18601/01245996.v24n47.01
EDITORIAL*
Este número de nuestra revista comienza con dos trabajos de historia económica. Un artículo de Salomón Kalmanovitz sobre el proceso de centralización y construcción del Estado entre 1890-1930, y un artículo de Edwin López sobre los ingresos fiscales de Cundinamarca entre 1884 y 1910. Salomón Kalmanovitz evalúa el cumplimiento de los requisitos de un Estado moderno propuestos por Marx Weber y muestra que no se logró el monopolio legítimo de la fuerza en todo el territorio, que el Estado no se asentó con solidez debido a la muy tributación y que la administración racional fue limitada debido al mantenimiento del orden oligárquico. Edwin López examina los efectos de la recentralización política impuesta por Constitución de 1886, que buscó eliminar el federalismo fiscal de la Constitución radical de 1863, y convirtió a los Estados federales en departamentos. Esa reforma ocurrió en un periodo de auge exportador, y puesto que las finanzas del gobierno central dependían de los impuestos al comercio exterior, Cundinamarca mantuvo la estructura fiscal anterior y cierto nivel de autonomía. De modo que la recentralización no tuvo gran impacto en la estructura fiscal del departamento durante la Regeneración, pero se modificó notablemente cuando, después de la Guerra de los Mil Días, el gobierno de Rafael Reyes adoptó una serie de medidas que debilitaron las finanzas locales y profundizaron la centralización política y administrativa.
El artículo siguiente, de Diana Marcela Jiménez y Boris Salazar, utiliza el entorno de redes y hace varias simulaciones para examinar el hecho empírico de que algo más de la mitad de los trabajadores encuentra empleo con información suministrada por personas cercanas, que en este contexto son nodos de una red y forman parte del capital social. Los autores encuentras que el número de trayectorias a través de las cuales fluye la información de vacantes disminuye cuando aumentan el número de nodos, si son desempleados, tienen bajo capital social o aprovechan la información y no la comparten.
Juan Pablo Herrera, Juan Camilo Villar y Jacobo Campo examinan los aspectos teóricos y empíricos de la curva de Laffer aplicada a Colombia y calculan cuál podría ser la tasa tributaria óptima. Los resultados de su modelo econométrico indican que la tributación se podría aumentar en 12 puntos porcentuales, y que el nuevo nivel resultante, el 32%, corresponde a la tasa óptima de Laffer.
Charle Londoño presenta una evaluación de impacto del cable aéreo línea K de Medellín, cuya base analítica es el método convencional de diferencias en diferencias para determinar los efectos sobre diversas variables. El principal resultado es que esta línea de cable aéreo ha tenido un efecto favorable sobre la movilidad social, pues ha hecho posible que la población de los barrios cercanos tenga un mayor acceso a la educación y a mejores fuentes de ingresos y, con ello, ha favorecido la migración a otras zonas urbanas con mejor equipamiento.
Iuliia Pinkovetskaia analiza las razones que dieron los empresarios para salir de su negocio o actividad económica entrevistados en 47 países para los informes de la Global Entrepreneurship Research Association, razones diversas que esos informes clasifican en positivas o negativas, que en síntesis abarcan el éxito de las empresas o el cambio de situación de los empresarios las primeras, y el fracaso o las dificultades económicas las segundas. Los resultados indican que, en 2021, uno de cada seis empresarios salió de su negocio por razón positivas, un 58% por razones negativas no relacionadas con la pandemia un 24% por efectos directos de la pandemia.
Manuela Fernández, filósofa e historiadora de la ciencia, cuyo campo de investigación son los estudios sociales de la ciencia, y en particular la fallas epistémicas y cognitivas de la investigación financiada con recursos de la industria, muestra que el movimiento de Ciencia Abierta no cumple sus propósitos ideales -transparencia, colaboración y rendición de cuentas- pues se limita a la investigación financiada con recursos públicos y, en últimas, contribuye a comercializar la ciencia sin superar sus fallas epistémicas y su propósito de justicia social.
Los dos artículos siguientes contribuyen al debate actual sobre la inflación y las limitaciones de la política convencional de aumentar o disminuir las tasas de política de la banca central.
J. W. Mason argumenta la transmisión de las tasas de interés no funciona como suponen los libros de textos. La evidencia empírica muestra que la tasa de interés de la Fed no afecta las tasas de interés de largo plazo, y que la inversión depende de las condiciones crediticias y no del costo de los fondos prestables, de modo que la política monetaria funciona modificando la disposición de los bancos más que alterando la tasa de interés. Sostiene que no hay banqueros centrales que conozcan el secreto de mantener el pleno empleo y unos precios estables.
Jeremy Rudd, funcionario de la Reserva Federal en Washington, pone en cuestión la creencia de que las expectativas de la inflación futura determinan la inflación real. El autor sostiene que la economía convencional está llena de ideas que son auténticos disparates, pues carecen de fundamento empírico y son teóricamente deficientes, y tienen graves consecuencias prácticas y políticas. El autor revisa la fortaleza de los argumentos teóricos y de los argumentos prácticos, y después revisa la evidencia práctica para proponer una interpretación alternativa compatible con los hechos observados.
Aldo Torres y Gloria Ochoa examinan el impacto de las tecnologías de la información y la comunicación en el mercado laboral femenino de México. Los autores encuentran que la probabilidad de que las mujeres que usan estas tecnologías reciban un salario mayor es del 57%, y que la prima de salarios de las que usan computador es del 8,1% y de las que además usan internet es del 12,8%. Las diferencias salariales se reducen a medida que las mujeres usan con más frecuencia estos avances.
Como se ha hecho en los últimos números de la revista incluimos un escrito sobre el cambio climático y sus graves consecuencias. En esta ocasión, la revista concluye con un breve comentario sobre la última parte del informe del Grupo III del Panel Intergubernamental del Cambio Climático, encargado de proponer soluciones viables para reducir las emisiones de gases, cuya publicación se retrasó deliberadamente para que los lobbies empresariales y los gobiernos maquillaran el resumen del informe, lo que ha suscitado un fuerte malestar y signos de rebelión entre la comunidad científica.
A esta entrega se adjunta un suplemento extraordinario sobre la guerra en Ucrania, cuyos escritos no forman parte de los artículos habituales sometidos a la revisión por pares para juzgar su calidad y sus aportes al conocimiento científico, aunque merecerían publicarse en revistas científicas de historia, ciencias políticas, relaciones internacionales u otras disciplinas.
II
El conflicto bélico que padece la población ucraniana podría verse como otra de las guerras locales que desde los años noventa proliferan en Asia y África, y que apenas rozaron a Europa en la turbulenta zona de los Balcanes.
Aparte de las guerras civiles originadas por las fronteras arbitrarias que dejaron los imperios coloniales, la mayoría ha sido iniciada por intereses económicos de países desarrollados o razones geopolíticas -aunque su justificación haya sido una supuesta defensa de la democracia-, como la guerra Irán-Irak, las invasiones a Irak y Libia, productores de petróleo, o los conflictos con vecinos que suponen riesgos para las rutas del petróleo, como Siria, Yemen o Somalia. En otras la justificación ha sido la lucha contra el terrorismo, como las intervenciones de Rusia y Estados Unidos en Afganistán, que agravaron la inestabilidad en Oriente y crearon un gran resentimiento que nutrió el terrorismo. Occidente incluso armó grupos disidentes en Afganistán, Siria e Irak que luego se unieron para formar el Daesh, el grupo extremista que intentó crear un califato o Estado islámico regido por las doctrinas salafistas, que inspiraron ataques terroristas en Occidente, el sur de Rusia y el noroeste de China, y que hoy inducen brotes yihadistas en África.
El caso de Ucrania es diferente porque es un país empobrecido por la corrupción y por sus oligarcas, sin yacimientos de petróleo ni abundantes recursos naturales que justifiquen la intervención foránea. Allí, el actual conflicto armado es resultado de dos visiones geopolíticas contrapuestas en torno a la seguridad y a las esferas de influencia. Ese país es el campo de batalla en una guerra interpuesta1, que enfrenta a Rusia -que se siente amenazada por la expansión de la OTAN y lleva años advirtiendo las consecuencias de incorporar a Ucrania en esa alianza y que intentaría destruirla como país unificado- y Estados Unidos, que se niega a aceptar su declive en un mundo multipolar y ha rechazado los esfuerzos para crear un sistema de seguridad europeo en el que no tendría hegemonía y que debía excluir a la Federación Rusa, en cuyo extenso territorio abundan recursos naturales a los que tendrían fácil acceso los inversionistas de Occidente si se dividiera en pequeños Estados enfrentados entre sí y gobernados por élites prooccidentales opuestas al imperialismo gran ruso.
A diferencia de la versión predominante en los medios de comunicación occidentales -que esta guerra es el crimen no provocado de un autócrata delirante y un brutal enemigo del mundo occidental-, los trabajos que se incluyen en nuestro suplemento reflejan visiones menos simplistas y más matizadas, señalan algunos de los antecedentes y muestran que Putin no es el único responsable. El más inmediato es Rusia que, ante una "amenaza existencial"2, invadió a un país soberano al que Vladimir Putin considera una creación soviética artificial. Es responsable la Unión Europea, hasta hace poco en "muerte cerebral", incapaz de crear un sistema de seguridad autónomo, pese a los tímidos esfuerzos de Francia y Alemania, y de cumplir sus acuerdos con Rusia desde la unificación alemana. Así como Estados Unidos, que siempre se ha opuesto a un sistema de seguridad europeo que incluya a Rusia y a los acuerdos ruso-europeos, seguro de que puede imponer su poderío militar. También lo es el gobierno ucraniano, que asumió el poder aupado por Occidente y rompió el equilibrio entre la población del oriente y el sur de Ucrania y la de las zonas occidentales que antes podía convivir en condiciones relativamente pacíficas y cuyos partidos políticos podían rotarse en el gobierno a través de elecciones.
Las posibilidades de esta guerra fueron previstas por diversos analistas ya desde 2008, cuando el presidente George W. Bush anunció su intención de incorporar a Ucrania y a Georgia en la OTAN. Y aumentaron en 2014, cuando el presidente Vícktor Yanukóvich reprimió las protestas por no haber firmado un tratado comercial con la Unión Europea y el descontento popular -impulsado por grupos nacionalistas radicales y por Occidente fortaleció el nacionalismo ucraniano, sobre todo en las zonas más cercanas a la frontera europea y de la antigua Galizia, que padecieron con más rigor las hambrunas de la época de Stalin y apoyaron a los alemanes durante la Segunda Guerra Mundial- llevó al derrocamiento de su gobierno y a su huida del país, en lo que los dirigentes rusos consideraron un golpe de Estado. El nuevo gobierno ucraniano empezó a hostigar a la población del sur y del este, que habla ruso y tiene lazos culturales y religiosos con Rusia. La prohibición del idioma ruso y otras medidas desataron protestas populares reprimidas con igual o mayor violencia en el sur, y llevaron a que las provincias del Este exigieran un gobierno regional con cierta autonomía. Algo después, Crimea declaró su independencia y, luego de un plebiscito, solicitó su anexión a la Federación Rusa. El gobierno ucraniano cortó el suministro de agua a la península y envió su ejército a reprimir las protestas en el Dombás. Algunas unidades del ejército ucraniano localizadas en esas zonas, conformadas por conscriptos locales, se rebelaron e iniciaron un enfrentamiento armado que en vez terminar con la derrota de las fuerzas del gobierno central condujo a un conflicto duradero y a bombardeos que, según Naciones Unidas, produjeron miles de bajas civiles en Donetsk y Lugansk en los ocho años siguientes. La demanda de autonomía de estas regiones las llevó a declararse repúblicas independientes, aunque no fueron reconocidas por Rusia.
El presidente Zelensky fue elegido por sus promesas de resolver la crisis aplicando los acuerdos de Minsk, que estipulaban la neutralidad de Ucrania y cierta autonomía a las provincias del Este, sin separarlas del resto del país. La propuesta logró una amplia mayoría de los votos, pero el gobierno inició un giro por presión de movimientos de extrema derecha que solo obtuvieron un 14% de los votos, y que en poco tiempo lograron sustituir las promesas de Zelensky por la incorporación a la OTAN. Rusia protestó porque la consideró una amenaza directa e inmediata a su seguridad nacional, pero la respuesta ucraniana fue una radicalización que eliminó la oposición en sus medios de comunicación y prohibió todos los partidos políticos opuestos al gobierno. Poco después el ejército ucraniano se concentró en el Este y amenazó con invadir a las regiones rebeldes e incluso a Crimea.
En febrero de 2022, tras la intensificación de los bombardeos a estas zonas, la Duma rusa llamó a reconocer las repúblicas de Donetsk y Lugansk y aprobó su incorporación a la Federación Rusa. El gobierno ruso invocó la cláusula de protección del acuerdo de Naciones Unidas y lanzó una operación militar especial, que podría haber sido una rápida y limitada operación de advertencia, pero que fue una invasión, con una maniobra hacia Kiev, la capital, que dividió a las fuerzas ucranianas e hizo posible el avance ruso en el sur. En el este, buscó envolver al grueso del ejército ucraniano por sus flancos al tiempo que atacaba sus fortificaciones defensivas, construidas en los ocho años de conflicto en la frontera con Donetsk y Lugansk. Cuando comenzó la batalla del Dombás, los rusos retiraron la mayor parte de sus fuerzas del norte para reforzar el frente principal.
Como sucede en todas las guerras, los bandos enfrentados sustituyen los hechos por la propaganda y censuran las opiniones contrarias. Ucrania difundió durante unos meses una imagen victoriosa que hoy los hechos parecen desmentir3. El enfrentamiento ha sido cruento para ambas partes; el ejército ucraniano intentó incorporar civiles como fuerzas irregulares, les repartió armas, les enseñó a fabricar cocteles molotov, y utilizó instalaciones civiles para repeler ataques de las fuerzas regulares rusas. Estas, que buscan incorporar las regiones en disputa a la Federación Rusa, en vez del clásico bombardeo aéreo indiscriminado que se ha visto en otros países desde la Segunda Guerra Mundial y en especial en los países árabes, han adoptado una estrategia de combate urbano con infantería, costoso en bajas militares, pero menos letal que los bombardeos masivos.
En otras zonas, el ejército ruso ha utilizado cohetes de alta precisión, incluyendo cohetes hipersónicos que no es posible interceptar, para atacar instalaciones militares, fábricas y almacenes de municiones, depósitos de combustible, nudos ferroviarios y otros objetivos similares en el occidente de Ucrania, incluidas bases militares próximas a la frontera donde se recibe armamento enviado por la OTAN o se entrena a militares ucranianos para usarlo, y que en ocasiones han destruido instalaciones civiles cercanas4. A esto se añade un sistema de defensa antiaérea que diezmó la fuerza aérea ucraniana y mantuvo la supremacía aérea rusa en las zonas de combate del Este. Al cabo de tres meses, la mayor parte del ejército ucraniano entrenado y armado por la OTAN durante los últimos ocho años, se encuentra en la región del Dombás, prácticamente rodeado por fuerzas rusas.
La enorme ayuda económica suministrada por Estados Unidos -que en gran parte se destina a sostener al gobierno y al pago de soldados ucranianos- y el envío de armamento de ese país y de otros de la OTAN no pueden lograr la victoria de Ucrania sobre Rusia, y hay poco tiempo para entrenar nuevas reservas del ejército ucraniano en el buen uso de ese material. En cambio, pueden prolongar el conflicto unos meses más, y retrasar las negociaciones que le pondrían fin, así como aumentar las pérdidas humanas y materiales que empobrecen cada día más a Ucrania. La invasión de Ucrania ha debilitado políticamente a Rusia, ha reanimado a una Unión Europea "moribunda", que se sumó a Estados Unidos en la última cumbre de la OTAN para declararla "la mayor amenaza directa a la seguridad, paz y estabilidad en el área euroatlántica", rompió la tradición neutral de Suecia y Finlandia y acentuó el nacionalismo ucraniano y su inclinación antirrusa, reduciendo así el número de países que podrían servir como amortiguadores neutrales entre la OTAN y Rusia. Pero es bastante probable que ni la ayuda económica ni el envío de armento a Ucrania derroten militarmente a Rusia, que quizá refuerce su ejército profesional y amplíe su armamento en previsión de nuevos ataques. La prolongación del enfrentamiento provocará más bajas y costos para Rusia, pero puede aumentar un sentimiento de patriotismo que fortalezca a Putin en vez de debilitarlo, o lo sustituya por un gobernante más inescrutable. Y Ucrania podrá perder más territorio del que ha perdido, porque Rusia convocará plebiscitos en las áreas que ya ocupa y buscará incorporarlas a la Federación Rusa. Esto podría agravar el conflicto, pues los ataques contra objetivos que por ahora son sin duda ucranianos se convertirían en ataques contra territorio ruso, provocarían retaliaciones y quizá el conflicto nuclear que todo el mundo teme.
Aunque el grueso del armamento enviado a Ucrania hasta hoy se ha utilizado contra el ejército ruso, una parte podría llegar al mercado negro y otra a manos de grupos extremistas que prolongarían el conflicto mediante operaciones de guerrilla o ataques terroristas esporádicos, no siempre dirigidos contra los rusos. Lo que ocurrió con la irrigación de armas a grupos extremistas de Oriente preocupa a funcionarios o exfuncionarios de inteligencia de algunos países occidentales porque algo similar podría repetirse en Europa.
Por ahora, cualquiera que sea la prolongación o el fin de la guerra no llevarán a un mundo más estable sino a un mundo más incierto, en el que la lucha por el reparto de las zonas de influencia tendrá menos importancia que las consecuencias del cambio climático, el cual ha pasado a segundo plano en la agenda internacional.
III
Aparte de las penalidades que ha sufrido el pueblo ucraniano por la guerra, la destrucción de su infraestructura y de su aparato productivo, cuya reconstrucción y modernización tardará muchos años y requerirá cuantiosas inversiones que no sufragarán las donaciones ni las industrias favorecidas por la guerra, quizá nuestros lectores tengan interés en los efectos de las numerosas y variadas sanciones económicas impuestas a Rusia por Estados Unidos y los países de la OTAN que han desplegado todo su poder para infligir un gran daño a la economía rusa. Igual que en el campo militar, los resultados parecen muy diferentes de los esperados.
Podemos dejar de lado las sanciones contra individuos, inspiradas en el supuesto poder político de la oligarquía rusa, que se redujo notablemente después del gobierno de Yeltsin, cuando algunos de ellos fueron encarcelados y el resto fue subordinado al poder del Estado central, aunque conserven mucho poder económico y hagan grandes inversiones y lleven un estilo de vida ostentoso, de nuevos ricos, en países de Occidente. En esto difieren de los oligarcas occidentales, cuyos estilos de vida son en apariencia más austeros, pero cuyo poder político es mucho mayor, como el de los propietarios de los grandes conglomerados, que no solo poseen grandes bancos, empresas petroleras y de armamentos y otras grandes industrias, sino también los principales medios de comunicación que han defendido sus intereses.
Las sanciones que cuentan son el embargo de las reservas internacionales del Banco Central ruso; la exclusión de la mayoría de los bancos rusos del sistema de pagos internacionales, SWIFT; la virtual prohibición de exportar a Rusia; la suspensión del gasoducto Nordstream 2 y la reducción de las compras de petróleo y gas, que representan cerca del 50% de los ingresos del Estado central; la prohibición de importar mercancías desde Rusia, o recibir sus aviones y barcos en territorio occidental, a riesgo de sanciones económicas a esos compradores o a esos puertos; la amenaza de declarar el default de la deuda externa rusa aunque este país disponga de fondos y los haya girado para su pago oportuno, pues no se pueden trasladar a través del sistema SWIFT; la presión a las empresas occidentales que han invertido en Rusia para que suspendan actividades, despidan empleados y cierren fábricas o sucursales, etc.
Es un paquete similar a los que se han impuesto a Irán y Venezuela, pero más drástico y completo, dirigido a hundir la economía rusa, depreciar drásticamente el rublo, ocasionando una eventual hiperinflación, y conseguir un levantamiento general de la población por el desempleo, el empobrecimiento general y el desabastecimiento de bienes esenciales y de lujo, no solo para obligar a Rusia a suspender su operación militar, retirarse de Ucrania y hacer todo tipo concesiones para negociar el desmonte del torrente de sanciones, sino con el fin de precipitar la caída de Vladimir Putin, como Joe Biden cometió el desliz de reconocer.
El resultado no solo ha sido muy diferente de lo que esperaban quienes diseñaron las medidas sino casi opuesto. Las sanciones habrían aplastado a un país pequeño, aunque algunos las han sufrido durante años sin doblegarse, como Irán o Cuba, y la misma Rusia. Habrían tenido un efecto deletéreo en un país desarrollado muy integrado al sistema financiero mundial con una economía parcialmente desindustrializada y una clara dependencia de suministros esenciales foráneos. Quizá este caso sirvió como prototipo para diseñar dichas sanciones, aunque con un total desconocimiento de las especificidades rusas.
Rusia es un país muy extenso, en cuyo territorio hay yacimientos de petróleo, de gas y de minerales esenciales para la tecnología moderna; que produce y exporta fertilizantes no menos esenciales, cereales, aceites y otros alimentos, en un alto porcentaje del comercio mundial; por ello, el cierre de este flujo causa graves problemas de desabastecimiento en el resto del mundo. No solo suben de inmediato los precios de la energía, las materias primas y los alimentos en los demás países, sino que algunos de ellos restringen sus exportaciones para garantizar su abastecimiento interno, como hizo la India con el trigo y lo harán algunos países con otros bienes esenciales.
Los países europeos que importaban gas de Rusia no pueden sustituirlo con otras fuentes, porque no hay una oferta equivalente ni la infraestructura necesaria para el transporte y recepción de gas licuado, ni gasoductos para distribuirlo en direcciones distintas de la acostumbrada. En suma, Europa depende del gas ruso y seguirá dependiendo de él por varios años. El impacto de los recortes del suministro es el aumento inmediato de los precios que, como sucede con casi todas las materias primas, supera en porcentaje al de la reducción de la cantidad física; y lo que queda tiene un valor mayor que el de las compras anteriores a dichos recortes. Algo semejante sucedió con el petróleo exportado por vía marítima que, después de las dificultades iniciales para conseguir puertos de desembarque, se exportó a otros países, primero con rebajas y después a mayor precio.
Esta dependencia energética permitió que Rusia montara un esquema de pago de gas en rublos, utilizando uno de sus pocos bancos que aún tenían acceso al sistema SWIFT. En apariencia, es solo un truco: el comprador deposita dólares en una de sus cuentas en ese banco, y este los convierte en rublos que deposita en otra cuenta de ese mismo cliente. La conversión obligada basta para que haya una demanda de rublos que los valoriza, y el esquema sirve también como núcleo para crear una "zona rublo" que compite con la "zona dólar", antes hegemónica, y permite comerciar con otros países sin pasar por el sistema SWIFT.
Lo que ha sucedido con el petróleo y el gas se está repitiendo con otros minerales y materias primas esenciales. En ninguno de esos casos era Rusia la fuente exclusiva, pero exportaba un porcentaje apreciable del comercio mundial; su reducción es un revés para las industrias de baterías, automóviles, microcircuitos y muchas más, porque entorpece las cadenas de suministro y encarece rápidamente sus costos de producción. Un caso curioso es el de los motores para cohetes espaciales que proporcionaba la industria rusa a otros países, o el servicio de transporte a las estaciones espaciales en órbita.
Las restricciones al comercio internacional ruso redujeron drásticamente sus importaciones, pero al parecer ninguna era esencial para su industria, que pronto sustituyó los bienes intermedios importados y gran parte de los terminados. En otros casos, promovieron el comercio con otros países, como India o China, lo que ha inducido una división del sistema comercial en bloques que antes no existían y que perjudica a diversas exportaciones de Occidente.
En este caso también influye la gran extensión del país, junto con la política de recuperación de la industria de la época soviética que comenzó hacia 2008, modernizada gradualmente y dirigida con criterios de empresa privada. Así, Rusia es casi por completo autosuficiente y, por ende, casi inmune a las restricciones del comercio internacional que pretendan afectar los insumos primarios y gran parte de los bienes intermedios.
La política de reconstrucción y modernización se dirigió con especial diligencia a la industria militar, bajo control estatal, asegurando un avance tecnológico que compite con las mejores ofertas occidentales en los mercados de armas. No solo convirtió a Rusia en el segundo exportador mundial, sino que garantizó su autosuficiencia en todos los componentes y municiones necesarios, y en un volumen más que suficiente para mantener un esfuerzo bélico simultáneo en Siria y en Ucrania y seguir exportando.
Con mayores ingresos por petróleo y gas que antes, y menos importaciones, la balanza externa rusa generó superávits gigantescos que hacen innecesario el crédito externo. De ese modo, el default inducido por la imposibilidad de girar a sus acreedores occidentales los pagos convenidos a través del sistema SWIFT solo perjudica a los tenedores de esos bonos, es decir, a los fondos de inversión y de pensiones que los compraron antes de las sanciones, cuando estaban respaldados por una adecuada calificación financiera.
Algo similar sucedió con las empresas occidentales forzadas a abandonar sus inversiones en Rusia. Una parte fue adquirida a bajo precio por empresarios rusos, otra reinició operaciones con nueva administración, una vez sustituidas las piezas e insumos que antes se importaban por los de fabricación nacional. Una estimación parcial de las pérdidas de las empresas occidentales que salieron de Rusia, publicada hace poco por el Wall Street Journal, supera los 59.000 millones de dólares.
Un último tema que merece especial atención es el de los fertilizantes y los alimentos, en particular, de los cereales. Ucrania dejó de exportar cereales porque decidió minar sus puertos para prevenir un desembarco ruso. Recientemente, por intermediación de Naciones Unidas, Rusia aceptó el tránsito de barcos hacia Odesa para que Ucrania despachara su trigo y Turquía ofreció encargarse del desminado, pero el gobierno ucraniano declaró que no permitirá ninguna exportación de sus cereales hasta que se "garantice la seguridad de Ucrania", lo que cierra esta posibilidad hasta nuevo aviso. En cuanto al trigo y demás alimentos de Rusia, cuyo volumen es mayor que el de Ucrania, sus exportaciones están bloqueadas por las sanciones que no permiten pagar las exportaciones, ni asegurar la carga en los barcos que la transporten, ni descargar esos buques en ningún puerto, bajo amenaza de sanciones económicas contra el país que los reciba.
Todas estas sanciones representan un obstáculo para Rusia, pero no parece que haya sido muy grave. La balanza comercial es excedentaria, el rublo sigue revaluándose con respecto al dólar, el Banco Central ruso ha bajado sus tasas de interés a los niveles anteriores a las sanciones y liberado gran parte de las restricciones que había impuesto a la salida de divisas del país. Hubo una inflación moderada, pero el gobierno aumentó las pensiones y otras remuneraciones para compensar su impacto. El volumen de exportaciones, que disminuyó al inicio, tiende a recuperarse en nuevos mercados; diversos países, entre ellos India y Japón, se han negado a aplicar las sanciones y las relaciones entre China y Rusia han mejorado sustancialmente.
Aparte de los países que padecen por escasez de recursos y alimentos, las peores consecuencias hoy se sienten en Estados Unidos, y quizá más en Europa, es decir, en los países de la OTAN: la inflación está disparada5, los altos precios de la gasolina afectan sobre todo al consumidor estadounidense, que depende del automóvil para viajes diarios de muchas millas para ir y volver del trabajo, pero imponen un elevado sobrecosto al transporte de mercancías por carretera en todo el mundo; los combustibles ya ejercen un fuerte impacto sobre los costos de producción de la energía eléctrica, necesaria para refrigerar los hogares en el verano y para sostener la producción industrial; muchas empresas europeas amenazan con suspender su actividad porque los sobrecostos recortaron sus márgenes de utilidad; aún hay reservas de combustibles en varios países, pero otros ven graves riesgos frente a las necesidades del próximo invierno. A las pérdidas directas de muchas empresas multinacionales que abandonaron sus inversiones en Rusia hay que añadir los efectos generales de la ruptura de muchas cadenas de suministro de materias primas esenciales.
Los países de la OTAN han sido afectados en forma diferencial. Algunos has exigido una exclusión total de las sanciones para el petróleo y el gas que les llegan por los oleoductos y gasoductos rusos, otros piden diferentes plazos para reducir esas importaciones. Los que se negaron a pagar en rublos, quedaron sin suministro y no han podido compensarlo recurriendo a otras fuentes. Suecia y Finlandia, que renunciaron a su tradicional neutralidad para unirse a la OTAN, quedaron sin suministro de electricidad y de gas, y su ingreso fue torpedeado por Turquía, que no tolera sus políticas hacia la insurgencia kurda.
Todo esto puede llevar a una ruptura permanente del consenso europeo y quizá de la misma OTAN cuando la inconformidad pública provoque cambios en los gobiernos parlamentarios, o se refleje en las futuras elecciones, en Estados Unidos y en Europa.
En medio de este proceso, preocupa la política estadounidense de aislar a China en el Sur del Pacífico y de Asia. Aparte del riesgo de desestabilización en países como Pakistán o Myanmar, es muy preocupante la ambigua posición sobre a Taiwán, pues a la vez que reconoce lado que forma parte de China apoya, incluso con armamento, los movimientos independentistas de esa provincia isleña.
Además del riesgo de nuevos conflictos bélicos que complicarían la situación del comercio mundial, una respuesta china que corte las cadenas de suministro mundiales podría ser aplastante para las economías de Estados Unidos y de Europa, ya que se desindustrializaron en diversos grados y trasladaron sus fábricas a China desde largo tiempo; ahora dependen de ese país para un sin número de bienes intermedios y de bienes finales. En cambio, China lleva años cambiando su énfasis exportador por la ampliación de su mercado interno, elevando el nivel de vida de su clase media y llevando la urbanización a los millones de chinos que aún viven en el campo con bajos ingresos. La ruptura de las cadenas de suministro perjudicaría sin duda a China, pero el impacto sobre Occidente sería aplastante.
Cabe recordar que desde la Segunda Guerra Mundial los conflictos bélicos entre grandes potencias -así sean por intermedio de otros países- llevan aparejado el riesgo de accidentes o malentendidos que podrían desatar un desastre nuclear de escala mundial.
Por todo esto, la guerra de Ucrania, lejos de ser un conflicto más en la larga cadena de guerras que plagan Asia y África desde hace tres décadas, crea graves riesgos para el marco institucional mundial y quizá augure el fin del monopolio económico de Estados Unidos y la reagrupación de la economía mundial en dos o tres bloques de influencia, que ojalá busquen y encuentren soluciones y vías diplomáticas para tratar y manejar sus diferencias.
Es irresistible la tentación de concluir señalando que, en comparación con algunos de los grandes estadistas de épocas anteriores, los gobernantes actuales son mediocres y solo escuchan a sus áulicos consejeros que les dicen lo que quieren oír y no se atreven a darles buenos consejos por temor a perder sus cargos o acabar sus oscuras carreras políticas. Consejos como el que dio John J. Mearsheimer al gobierno de Barack Obama en un artículo que publicó en Foreign Affairs, en octubre de 2014, y que aún hoy dan figuras lúcidas e independientes.
Hay una solución a la crisis en Ucrania, aunque requeriría que Occidente pensara en ese país de una manera fundamentalmente nueva. Estados Unidos y sus aliados deberían abandonar su plan de occidentalizar a Ucrania y, en cambio, tratar de convertirla en un amortiguador neutral entre la OTAN y Rusia, similar a la posición de Austria durante la Guerra Fría. Esto no significa que un futuro gobierno ucraniano tendría que ser prorruso o anti-OTAN. Por el contrario, el objetivo debería ser una Ucrania soberana que no caiga ni en el campo ruso ni en el occidental […] Pueden continuar con su política actual, que exacerbará las hostilidades con Rusia y devastará a Ucrania en el proceso, un escenario en el que todos saldrían perdedores. O pueden cambiar de marcha y trabajar para crear una Ucrania próspera pero neutral, que no amenace a Rusia y permita a Occidente reparar sus relaciones con Moscú. Con ese enfoque, todas las partes ganarían.
Es innegable que se ha hecho oídos sordos a ese consejo. Tal enfoque ha llevado a que todos perdamos, a que se corra el riesgo de una devastación a gran escala, a que se augure una recesión profunda y duradera, a se aplace la sustitución de los combustibles fósiles y se reste urgencia a las medidas de fondo para contener y atenuar el cambio climático.
NOTAS
1 Es decir, en la que los líderes de una potencia utilizan como peones a los países pequeños o parodiando a Jeffrey Sachs en la que los líderes de Estados Unidos están preparados, para luchar por Ucrania "hasta el último ucraniano".
2 Que no ha carecido de fundamento, y ha sido ratificada por la actual presidenta de la Comisión Europea, quien ha declarado que las sanciones contra Rusia buscan "desmantelar, paso a paso, la potencia industrial de Rusia".
3 Como sugiere entre líneas el artículo de la Junta Editorial del New York Times que se incluye al final del suplemento, y han argumentado diversos analistas occidentales.
4 Los medios occidentales informan incesantemente sobre la guerra de Ucrania, destacan las dramáticas imágenes de edificios bombardeados y sus ruinas humeantes, de ciudades destruidas y cadáveres en las calles que con razón despiertan una empatía y una solidaridad internacional que no han merecido las víctimas de las guerras desatadas por Occidente, en los que según los informes de Naciones Unidas el número de muertes y heridos civiles ha sido notablemente mayor. Aunque en los primeros meses la opinión pública del Norte, profundamente incluida por la propaganda belicista de los medios, apoyaba la salida militarista se inclina cada vez más a la solución negociada, así solo sea porque la guerra y las sanciones financieras a Rusia han desmejorado su nivel de vida. En los países de Asia África y América Latina esa influencia y ese apoyo han sido muchos menores.
5 En la mayoría de los países, la inflación se intenta enfrentar con la medida tradicional de reducir las tasas políticas o de referencia de la banca central. Durante la pandemia, la inflación ya había aumentado por la ruptura de las cadenas de suministros. La guerra produjo los aumentos de precios mencionados en el texto, pero el aumento de la inflación mundial ha sido provocado más por las sanciones financieras a Rusia que por su bloqueo de los puestos del Mar Negro. El efecto anunciado del alza de las tasas de interés es una recesión económica mundial que ya afecta a países como Alemania. ¿No sería razonable y sensato que los gobiernos europeos se distanciaran de la desastrosa política belicista y presionaran para que se ponga fin a la guerra y a las sanciones?