PROBLEMAS ECONÓMICOS Y ECOLÓGICOS EN LA OCUPACIÓN DEL TERRITORIO PALESTINO*

Economic and ecological problems in the occupation of Palestinian territory

Problemas econômicos e ecológicos na ocupação do território palestino

Ana Beatriz Franco-Cuervo1
Fredy Eduardo Cante Maldonado2

* DOI: https://doi.org/10.18601/01245996.v26n51.04. Esta investigación no recibió ninguna subvención específica de agencias de financiación del sector público, comercial o sin fines de lucro. Recepción: 13-02-2023, aceptación: 31-05-2024. Sugerencia de citación: Cante Maldonado, F. E., & Franco Cuervo, A. B. (2024). Problemas económicos y ecológicos en la ocupación del territorio palestino. Revista de Economía Institucional, 26(51), 61-88.

1 Politóloga con PhD en Ciencia Política. Profesora e investigadora Titular, Facultad de Estudios Internacionales, Políticos y Urbanos, Universidad del Rosario, Bogotá, Colombia. [ana.franco@urosario.edu.co]
2 Doctor en Ciencias Económicas. Investigador, consultor y conferencista independiente.


Resumen.

Nuestro objetivo es responder la pregunta: ¿cuáles son, y cómo ocurren, los problemas económicos y ecológicos derivados de la ocupación del territorio palestino por parte del Estado de Israel? Nuestro abordaje metodológico consiste en la lectura crítica de la literatura teórica y empírica disponible, y en la interpretación de algunas estadísticas descriptivas. La principal conclusión es que los graves conflictos sociales y ambientales podrían resolverse con otra lógica económica (no violenta y no egoísta). El principal hallazgo es que existe una especie de maldición del ganador, el cual toma, arbitrariamente, cada vez más terreno y, debido a su afluencia, crecimiento poblacional y tecnología nociva, degrada y hace invivible el territorio tomado (generando una tragedia de los comunes).

Palabras clave: Población, Afluencia, Emisiones de CO2, Cambio Climático, Pandemia, Colapso


Abstract.

Our objective is to answer the following question: What are the economic and ecological problems arising from the occupation of the Palestinian territory by the State of Israel? Our methodological approach involves a critical reading of the available theoretical and empirical literature and an interpretation of descriptive statistics. The main conclusion is that serious social and environmental conflicts can be resolved using another economic logic (non-violent and non-egoistic). The main finding is that there is a kind ofwinner's curse, which arbitrarily takes more and more land and, due to its affluence, population growth, and harmful technology, degrades and makes the taken territory unlivable (generating a tragedy of the commons).

Keywords: Population, Affluence, CO2 Emissions, Climate Change, Pandemic, Collapse


Resumo.

Nosso objetivo é responder à pergunta: quais são, e como ocorrem, os problemas econômicos e ecológicos derivados da ocupação do território palestino pelo Estado de Israel? Nossa abordagem metodológica consiste na leitura crítica da literatura teórica e empírica disponível, e na interpretação de algumas estatísticas descritivas. A principal conclusão é que os graves conflitos sociais e ambientais poderiam ser resolvidos com outra lógica econômica (não violenta e não egoísta). A principal descoberta é que existe uma espécie de maldição do vencedor, que toma, arbitrariamente, cada vez mais território e, devido à sua afluência, crescimento populacional e tecnologia nociva, degrada e torna inviável o território tomado (gerando uma tragédia dos comuns).

Palavras-chave: População, Afluência, Emissões de CO2, Mudança Climática, Pandemia, Colapso.


INTRODUCCIÓN

En la primavera del 2019, en la entrada de la oficina de un docente de la Universidad palestina de Birzeit, había una caricatura. En ella, el primer ministro israelí señalaba la última fase de una famosa secuencia histórica de mapas, aludiendo a la colosal expansión del Estado de Israel que, a manera de un juego suma cero, ha implicado la reducción casi total del territorio palestino. Netanyahu exclamaba: "Sabes, estamos hambrientos de paz, ayúdanos a llevarnos esta última tajada…" y, haciendo cosas con palabras, procedía a tomar, para el Estado de Israel, lo poco que quedaba de los territorios palestinos.

La realidad es aún más sombría. La política del Estado de Israel y sus aliados en relación con Palestina sigue un curso tan agresivo y destructivo que, además de recrudecer la limpieza étnica, también promueve una guerra contra la naturaleza. Como resultado, afecta a jóvenes, niños y a las futuras generaciones de ambos pueblos.

La evidencia empírica visible muestra que el Estado de Israel se impone como vencedor sobre la menguada Palestina. Sin embargo, la evidencia sutil revela una tendencia hacia una creciente rivalidad dentro de cada pueblo. Estas tendencias son bombas de tiempo sociales, poblacionales y ecológicas que, quizás, podrían explotar en los próximos años. Obviamente, en un mundo incierto, las tendencias no son sendas ineluctables, y puede haber sorpresas.

Mediante un enfoque metodológico consistente en lectura crítica de la literatura disponible y la interpretación de algunas estadísticas descriptivas, se demostrará lo siguiente: la cimentación e incremento de la ocupación de territorios palestinos; el extremo apartheid y la vigilancia ejercida por Israel sobre Palestina; el impacto ambiental nocivo, especialmente de Israel, debido al aumento de la población, el crecimiento económico y la huella ecológica que resulta, entre otras cosas, de las mayores emisiones de CO2; el peligro de estrategas codiciosas en un mundo sumido en la escasez y propenso a las tragedias colectivas. Por último, se presentan unas breves conclusiones y se hace un llamado a pensar en otro tipo de ciencia económica.

1. LA OCUPACIÓN CIMENTADA DURANTE EL SIGLO XX

El líder sionista Herzl (1917) concibió un plan para la instauración de un Estado judío con el fin de enfrentar el antisemitismo. Sus metas fueron: a) la fundación de un Estado judío en tierras palestinas, haciendo caso omiso de los pobladores nativos, que habían vivido allí durante varias generaciones, y asumiendo la posesión no de una parte, sino de la totalidad del territorio palestino; b) la implantación de un modelo de desarrollo capitalista, de tal manera que los hombres de empresa promovieran el crecimiento y reemplazaran las tradicionales economías campesinas de los árabes. Los dos medios para alcanzar tales fines fueron: primero, una disimulada inmigración de campesinos judíos, con capacidad de compra y apoyo técnico, para adquirir y modernizar tierras palestinas (que se suponían yermas y deshabitadas); y luego, una inmigración judía a gran escala, antecedida por un proceso político respaldado por una potencia mundial (como Inglaterra, y luego Estados Unidos), para lograr la posesión política de las tierras palestinas.

El educador Epstein, reconocido como uno de los pocos rostros amables y autocríticos del sionismo (2011), impugnó el proceso de compra de tierras palestinas por parte de judíos a comienzos del siglo XX. Este proceso resultó en la creación de 40.000 asentamientos. Epstein objetó las masivas compras de tierra, que estaban acompañadas de la expulsión de campesinos árabes y pobres (pobladores nativos que, durante varias generaciones, habían mantenido una sana economía de subsistencia). Su propuesta era incluir a la población árabe nativa, fuertemente arraigada en la tierra, en el tren del progreso. Presumiblemente, este progreso se implementaría con los emprendedores inmigrantes judíos. Esta integración no solo evitaría resentimientos y guerras futuras, sino que también beneficiaría a ambas comunidades.

Izquierdo (2011, págs. 45-72) hace énfasis en que las demandas sionistas de 1918 reclamaban la totalidad de Palestina y que, además, incluyen algunos terrenos estratégicos de países vecinos como Egipto, Líbano y Transjordania, como se observa en el Mapa 1. Como una profecía autocumplida, este mapa muestra convergencia con la sistemática expansión hacia toda Palestina, y territorios árabes aledaños, como en la Guerra de los Seis Días (1967) y la ocupación del sur del Líbano (1982).

Izquierdo muestra que las autoridades palestinas, entre la segunda mitad del siglo XIX y la primera del siglo XX, estaban en un severo déficit fiscal, sometidas, primero, al Imperio Otomano y, después, al colonialismo británico; en consecuencia, existió una política contra el campesinado palestino (se suprimían las propiedades colectivas, y se arruinaba a los campesinos con creciente endeudamieno). Señala que, gracias al cuantioso apoyo financiero de Edmond de Rothschild a la asociación de colonos judíos, éstos aprovecharon para comprar tierras a precios de saldo a campesinos arruinados, y también a un gobierno local necesitado de liquidez.

Según el plan establecido, en 1917, gracias a la simpatía de los gobernantes británicos hacia la causa sionista, el gobierno británico respaldó la creación de un estado israelí en territorio palestino mediante la Declaración Balfour, tanto con palabras como con acciones militares. Por otro lado, siguiendo una estrategia gradual y subrepticia, entre 1929 y 1938, alrededor de 250.000 judíos habían emigrado a Palestina.

Durante la II Guerra Mundial se produce el Holocausto. Unos seis millones de judíos (un 25% de los cuales eran niños) fueron exterminados por los nazis en los campos de concentración.

Tras este acto de barbarie, el proceso político y la ocupación masiva de Palestina se aceleraron desde 1947. Con el respaldo de Estados Unidos, la ONU emitió la resolución 181, que se tradujo en un plan para dividir la tierra palestina, asignando un 56% del territorio al naciente Estado de Israel, a pesar de que la población israelí asentada en palestina apenas equivalía a la mitad de la población de palestinos. Esta operación marcó un un proceso violento de limpieza étnica: en 1948, en el mismo año que se fundó el Estado de Israel, las fuerzas militares israelíes expulsaron de sus tierras a unos 700.000 palestinos, lo que se conoce como la Nabka.

La inmigración judía a gran escala, apoyada en imposiciones políticas de poderosos aliados influyentes, contrarió las expectativas maximalistas de líderes sionistas como Herzl, y funcionó solo a medias. La fundación del Estado de Israel, sin la otra mitad de las tierras palestinas, fue seguramente un trago agridulce para los sionistas, quienes no tuvieron más remedio que ir tomando gradualmente, aunque no subrepticiamente, el resto del territorio (sin el estorbo de los palestinos, que serían condenados a diversas formas de desplazamiento forzoso, tanto interno como externo).

El escritor estadounidense de origen judío y tendencia marxista, Draper (2011), muestra que la política a largo plazo del Estado de Israel desde 1948 consistió en dejar muy claro a los árabes (palestinos) que la casi totalidad de sus propiedades ya no existían legalmente, y que las zonas para reasentamiento serían determinadas por factores políticos y de seguridad. Sin disimulo, mediante argucias legales, los palestinos fueron entonces condenados a desaparecer del nuevo mapa. Permanecieron calificados como seres ausentes, aunque estuviesen presentes, con el fin de erradicarlos de sus tierras y expulsarlos fácilmente de sus pueblos y, preferiblemente, del pequeño remanente del territorio que todavía se llama Palestina.

2. LA OCUPACIÓN INCREMENTADA GRACIAS A LA PAZ LIBERAL

Con la intención de poner fin al conflicto palestino-israelí, el no pacifista Trump presentó un plan de "reconciliación" (White-House, 2020), grandilocuentemente llamado el Acuerdo del Siglo. Algunos ilustrados ciudadanos del Estado de Israel aconsejaron a los autores de este Plan sin consultar a los palestinos. Los cuatro elementos fundamentales de este son:

  1. Jerusalén: la icónica ciudad se impone como capital del Estado de Israel. Esta decisión implica violar la dignidad de los palestinos al destruir sus libertades culturales y religiosas. Esto refuerza la decisión arbitraria de Trump de trasladar la Embajada de EE. UU. de Tel Aviv a Jerusalén en 2018.
  2. Refugiados: no se permite el retorno de los refugiados palestinos (alrededor de 7 millones) (Al-awda, 2020). Es pertinente recordar que sus antepasados fueron violentamente exiliados por Israel en el siglo pasado, primero como consecuencia del Plan de Partición de Palestina de 1948, conocido como la "Nakba" (catástrofe), y posteriormente, en la guerra de los seis días de 1967, que permitió expandir considerablemente el territorio israelí.
  3. Fronteras: se fortalece la estrategia de expansión territorial de Israel. Según el Plan, Palestina tiene derecho a los territorios sitiados de la Franja de Gaza y Cisjordania. Además, se suman al Estado de Israel los asentamientos israelíes, que han aumentado sistemáticamente en Cisjordania (White-House, 2020, pág. 181). Dichos asentamientos fueron impuestos ilegal y violentamente, lo que implica violaciones del Derecho Internacional Humanitario.
  4. Seguridad: se prioriza la seguridad para Israel, evitando que Palestina tenga su propio ejército. También se justifica el cerco represivo de la Franja de Gaza, bajo el pretexto de la amenaza terrorista del grupo Hamás. Los palestinos continúan privados del derecho al espacio aéreo, y además, las operaciones militares de defensa de Israel se están consolidando sobre los territorios palestinos.

El mal llamado "Acuerdo del Siglo" tiene el sello de la paz de los vencedores. Se trata de una versión agudizada del asimétrico y cuestionado Acuerdo de Paz neoliberal de Oslo, firmado en 1993. Este tipo de paz ha sido criticado por autores como Richmond, Oliver & Pogodda (2016), pues está diseñada para priorizar el ambiente inversor y el buen funcionamiento de los mercados, con notables ventajas para Estados Unidos y la Unión Europea, sin atender las raíces económicas, sociales, políticas y culturales de los conflictos, lo que perpetúa y agrava dichos conflictos.

En el vergonzoso acuerdo de Oslo, los palestinos, liderados por la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), aceptaron su ominoso statu quo y se conformaron con las irrisorias migajas territoriales (en proceso de achicamiento) cedidas por el Estado ocupante de Israel. En la propuesta de Trump, se empeora aún más la situación palestina: se apunta a consolidar lo que, a través de la coerción y el soborno, ha ganado el Estado de Israel en el territorio en disputa en los últimos 30 años.

La periodista Noaomi Klein (Klein, 2012, págs. 550-75), subraya que, desde la firma del acuerdo de Oslo, de manera explícita, los negociadores israelíes manifestaron que la paz sería compatible con la expansión de los mercados y sería económicamente beneficiosa para Israel y Palestina.

A pesar de las enormes ventajas para Israel, este acuerdo se rompe abrupta y violentamente. Desde entonces, ha imperado la agresión entre israelíes y palestinos, lo que ha resultado bastante rentable para Israel. Algunas causas de este viraje son la migración masiva de judíos provenientes de Rusia hacia 1993 y el colosal progreso de la industria informática y de seguridad y contra-terrorismo israelí, incluyendo la fabricación de armas. Israel se convierte en uno de los principales productores y exportadores del mundo para surtir la lucha global contra los terroristas, desincentivando así la búsqueda de la paz y consolidando la pérdida de interdependencia de Israel con los palestinos y los árabes. Finalmente, Israel evoluciona como un referente de un Estado próspero que hace la guerra y que aísla a los pobres y rebeldes mediante muros y retenes. Con el avance de la economía de guerra israelí y su expansión mercantil hacia las rentables industrias del control de la información, de la seguridad y de las armas, la población palestina queda confinada y su economía asfixiada y estancada.

3. LA OCUPACIÓN RESTANTE: ¿DE PRISIONES EXTREMAS A CAMPOS DE EXTERMINIO?

En cada vez más partes del mundo, el hábitat de diversos y numerosos grupos humanos, empobrecidos se está reduciendo a compartimentos estrechos, con límites horizontales en los cuatro puntos cardinales y exclusiones adicionales para limitar el acceso desde arriba (la atmósfera) y por debajo (el subsuelo). Esto representa una versión degradada de apartamentos urbanos estrechos, como una arquitectura carcelaria y altamente densificada. Para la mayoría de la población, cada vez más desposeída, la tierra, tanto rural como urbana, está siendo reducida a una mera celda. Esto es resultado del creciente estrechamiento de la propiedad privada y pública, característico del capitalismo, que excluye a la gran mayoría de las personas (las llamadas clases medias y los pobres) del acceso a la tierra y los recursos naturales, como han mostrado MacPherson (1973) y Rifkin (2001).

Esta arquitectura carcelaria está diseñada para sofocar las economías de las poblaciones subyugadas, al borde del exterminio, debido a la falta de acceso a los recursos vitales. También tiene el propósito de permitir que la población de los Estados dominantes, los ejércitos de ocupación y/o las compañías económicas invasoras, tengan acceso sin restricciones a la atmósfera y los recursos subterráneos de cualquier geografía ocupada. Según Cante y Mezza-García (2017), esto conlleva una conformación de fronteras asimétricas internacionales que protegen al Estado ocupante, facilitando el ingreso de personal militar y técnico.

Los israelíes controlan el cielo, las ondas de radio y el ciberespacio, y tienen la tecnología de vigilancia, inteligencia artificial y ciberseguridad. Esto les permite vigilar a los palestinos de Cisjordania y de la Franja de Gaza, y ejercer sobre ellos un control policivo similar al que ejerce el estado chino sobre sus subyugados ciudadanos, clasificándolos en chinos buenos y chinos malos (Harari 2018) y Zureik, Elia; Lyon, David y Yasmeen, Abu-laban (2010). Este todavía burdo experimento vanguardista de vigilancia total de Israel con los palestinos permite avizorar lo que podría ocurrir en un futuro si la humanidad queda supeditada a dictaduras digitales de carácter corporativo y/o estatal.

El arquitecto británico-israelí Weizman (2012) muestra que existe un "Apartheid Vertical", que consiste en una tecnología de exclusión y segregación que el Estado de Israel ha implementado sistemáticamente contra los palestinos. Este dispositivo es también una estrategia de colonización, ya que permite a Israel penetrar en los exiguos territorios palestinos, hacerse con el control de los recursos y, además, excluir a la población palestina del acceso al espacio aéreo y al subsuelo.

En la actualidad, Palestina se encuentra fragmentada y aprisionada dentro del estado ocupante de Israel por dos muros de confinamiento. Primero, la Franja de Gaza, que (según Pappé, 2018, es la cárcel a cielo abierto más grande del mundo) encierra a los palestinos y a los extremistas de Hamas con un muro de cerramiento de 55 kilómetros de largo por 11 km de ancho, con un máximo de altura de 8 metros. Segundo, el muro que Israel comenzó a construir en 2002 para aislar a los palestinos en Cisjordania, donde están regulados por la obsecuente autoridad palestina. Este último, aún sin terminar, está hecho de hormigón armado y vallas de acero. Su altura oscila entre los 6 a 8 metros y su longitud aproximada sería de 709 kilómetros (Saddiki, 2007, págs. 9-35). El muro contiene cercos eléctricos, alambre de púas, radares, cámaras, postes y patrullas de vigilancia. Su propósito es evitar que los palestinos se reúnan con sus familias y accedan a sus territorios, tierras de cultivo, las aguas del río Jordán y el Mar Muerto. Además, se estima que la inversión de Israel asciende a tres mil millones de dólares. A esto se suman al menos doscientos millones de dólares producto de las persistentes variaciones y adiciones en el recorrido del muro.

Como explica Weizman (2012, págs. 10-16), el Plan de Partición de 1948, consolidado con los Acuerdos de Oslo, consiste en dividir lo indivisible. Sobre el terreno, se constata que viaductos, puentes y vías subterráneas conectan los territorios ocupados por Israel, con el fin de cruzar las barreras que separan a los palestinos de los israelíes. Las carreteras, puentes y túneles están diseñados para conectar israelíes con israelíes y palestinos con palestinos, impidiendo que los palestinos se reúnan con israelíes. Con las mencionadas arquitecturas aéreas y subterráneas se consolida una división horizontal del territorio, derivada de los Acuerdos de Oslo. Israel ha aplicado sistemáticamente este tipo de estrategia para aumentar su parte del territorio ocupado a través de los asentamientos. En consecuencia, Israel mantiene un control total sobre las fronteras mediante muros fronterizos y puestos de control. Además, se apropia del subsuelo mediante la extracción de recursos y tiene acceso al espacio aéreo con puntos de vigilancia y vuelos comerciales y militares.

En Cisjordania la separación se ha vuelto aún más compleja. A partir de los Acuerdos de Oslo, el territorio palestino se dividió en áreas A y B, gobernadas por la Autoridad Nacional Palestina (ANP), y área C, que está completamente controlada por el poder militar de Israel. Sin embargo, en la práctica, no hay distinción entre las áreas A, B y C porque el ejército israelí ingresa sin restricciones en todas las áreas. Los asentamientos palestinos se han reducido a campos vulnerables rodeados y atravesados por asentamientos, viaductos y bases militares israelíes. La ANP es completamente dependiente de Israel y con su anuencia ha liberado a Israel de los costos económicos y legales de ser un Estado ocupante. Esto se ve en el mapa número 2.

De acuerdo con Weizman (2012, pág. 6), la geografía de los territorios palestinos ocupados por Israel es elástica y porosa, al estar sujeta a la permanente subversión de fronteras y leyes por parte del invasor. Por lo tanto, la mencionada arquitectura de división y segregación es un mecanismo de control político y limpieza étnica. El Estado de Israel tiene el poder de bloquear, filtrar y regular el flujo de personas, bienes, servicios y recursos a través de varios viaductos y puntos de control fronterizo. Estos últimos funcionan como una especie de panóptico: los palestinos están, aparentemente, bajo el control de la ANP, pero la autoridad de facto la ejerce Israel.

La Guerra es expansiva y creativa según Weizman (2012). Este autor muestra la relación entre la teoría crítica posmoderna, la arquitectura y las tácticas militares, centrándose en la guerra urbana del ejército israelí durante la Segunda Intifada. Según el autor, la guerra urbana es la forma moderna de hacer la guerra y los ejércitos del mundo se enfrentan a la tarea de repensar sus propias tácticas y estrategias a partir de los conflictos de antaño. Por ello, el ejército y la guerrilla se encuentran en un constante estado de adaptación y coevolución en el que las estructuras regulares (ejércitos) pasan a operar como irregulares (insurgencias/guerrillas). El enjambre es una de las nuevas técnicas de guerra que hace referencia a operaciones militares adelantadas por pequeñas unidades coordinadas y semiautónomas para tomar decisiones sobre el terreno. Las operaciones militares lineales comprenden el espacio terrestre bajo la lógica de fronteras y barreras definidas, disponiendo de forma tradicional la infraestructura pública urbana, por ejemplo, utilizando calles y carreteras para cruzar y transitar. Las unidades de enjambre, transgrediendo todos los límites formales, tienen amplia libertad para operar con menos reglas reinterpretando el espacio físico.

El acceso al espacio aéreo es pleno para los israelíes, quienes tienen acceso a viajes aéreos comerciales y militares. En particular, el ejército israelí pretende controlar a la población palestina desde el espacio aéreo utilizando drones no tripulados, aviones de reconocimiento aéreo y vigilancia a través de satélites militares. Enjambres de drones monitorean objetivos selectivos: establecen coordenadas y trayectorias, realizan reconocimiento facial, interceptan llamadas y correos electrónicos, y transportan y activan armas letales.

Es pertinente recordar que un campo de concentración se caracteriza por: a) la población confinada, vigilada y controlada; b) no hay separación entre lo público y lo privado ya que el ejército invasor puede atravesar, literalmente, los muros; c) se regulan estratégicamente los flujos de energía, alimentos y medicamentos para mantener a la población al borde de una crisis humanitaria. Desde octubre del 2023, en la guerra del Estado Israelí contra el grupo Hamas, se constata la enorme vulnerabilidad de los gazatíes, más prisioneros que ciudadanos, condenados a morir por violencia directa (bombardeos), y/o por falta de acceso al agua, al alimento y a la energía.

Sin embargo, las operaciones de asesinatos selectivos de palestinos no son precisas; en realidad, mueren decenas de inocentes, especialmente niños. El uso de los cielos como escenario de vigilancia y terrorismo de Estado contra la población palestina se justifica desde teorías cuestionables como la necro-economía y la filosofía del "mal menor", teorizada por Ignatieff (2005).

4. PROBLEMAS ECONÓMICOS Y ECOLÓGICOS DE LA OCUPACIÓN

Para el biólogo judío-estadounidense Ehrlich (1968), la explosión demográfica constituye el mayor problema ecológico de nuestro tiempo. Consecuentemente con su enfoque (2012), ha sugerido al Estado de Israel y, en particular a los sionistas, que lo más sensato es reducir notablemente el tamaño de las familias para evitar una catástrofe ecológica.

En el Antiguo Testamento, texto sagrado para los judíos, encarna la voluntad de Dios, "sed fecundos y multiplicaos, y llenad la tierra". Además, por razones mundanas y pragmáticas, como la necesidad de recuperar la población perdida tras el Holocausto y, posteriormente, por la estrategia de seguridad basada en el poblamiento masivo del territorio, a partir de 1948, el Estado de Israel ha incentivado a los ciudadanos a tener más descendencia, al recompensarlos con incentivos monetarios selectivos.

Según Tal (2017), hacia 2040 Israel tendría unos 14 millones de habitantes, el número de ancianos se habría duplicado y los judíos ultra-ortodoxos habrían aumentado del 11 al 20%. A pesar de ser un país de altos ingresos, Israel ya sufre una pérdida en la calidad de vida debido al aumento demográfico, que va desde problemas habituales de tráfico y congestión urbana, alquileres muy altos de suelo urbano, aulas educativas con más de 40 alumnos, hasta escasez de camas de hospital. El citado autor muestra que una familia israelí tiene en promedio unos tres hijos; sin embargo, los beduinos ultra-ortodoxos e israelíes tienen entre cinco y seis hijos. La causa radica en los mencionados incentivos selectivos perversos (premios monetarios y subsidios a las familias), que han sido promovidos por gobiernos influenciados por el sionismo. En cuanto al caso palestino, a pesar de la enorme pobreza y la baja calidad de vida, también hay indicios de que la población de Gaza podría duplicarse hasta unos 4 millones. De hecho, las altas tasas de natalidad son evidentes en Ramallah (Nahmad, 2018).

La Tabla I muestra datos relevantes en cuanto a población y territorio. Israel posee casi tres veces la tierra que tiene Palestina, pero no la duplica en materia de población. Es pertinente mencionar que el territorio de ambas naciones, además de ser pequeño, es desértico (el desierto en Israel representa el 60% del territorio). También hay que añadir que la gran mayoría de la población es urbana (en 2021 el porcentaje de urbanización en Israel era del 92,59% y en Palestina del 77%). La tasa de natalidad en Palestina es ligeramente superior a la de Israel. La población palestina es más joven que la población israelí, aunque tiene menor esperanza de vida. Ambos estados sufren de hacinamiento aunque el de Palestina es mayor que el de Israel. Finalmente, es importante resaltar que Israel es atractivo para la migración, en tanto que algunas personas huyen de Palestina.

En términos de crecimiento económico (ver tabla II), Israel es un Estado de altos ingresos, mientras que Palestina tiene un ingreso medio bajo. En términos agregados, la diferencia es muy grande: el PIB de Israel es unas 37 veces mayor que el de Palestina; en términos de riqueza per cápita, los israelíes superan quince veces a los palestinos. Curiosamente, la diferencia en el Índice de Desarrollo Humano no es tan grande, aunque un componente de este índice está relacionado con la riqueza.

En Israel, antes de la pandemia de la Covid-19, el PIB ascendía a 370.588 billones de dólares. En consecuencia, se clasifica como un país de ingreso alto, con un ingreso per cápita de unos US$ 41.000 (Banco Mundial, 2019). Respectivamente, para el mismo año, en el caso de Palestina, el PIB fue de 14.616 billones de dólares. En contraste, Palestina fue clasificada como un país de ingresos medios-bajos, con un ingreso per cápita de US$ 3.710 (Banco Mundial, 2019).

Durante el primer año de la pandemia de la Covid-19, ambos países (así como casi todo el mundo) sufrieron tasas negativas de crecimiento económico, aunque Palestina sufrió más que Israel. Cabe recalcar que la gestión de la pandemia provocó una notable y dañina paralización del comercio internacional. En un mundo globalizado e interdependiente, tal problema fue una de las principales causas de la enorme reducción del crecimiento. Israel y Palestina han logrado sostenerse en un territorio pequeño y desértico, gracias a factores como el comercio internacional. Si surgen nuevos problemas tras la pandemia, como un tráfico de transporte marítimo muy lento y las incertidumbres de una nueva guerra económica mundial (como la que podría surgir por la invasión rusa a Ucrania), entonces la globalización entrará en crisis y las tasas de crecimiento se desplomarán. A fines de 2023, debido a la guerra de Israel contra Hamas (que se traduce en un masivo exterminio de palestinos) que, además, podría escalar en el Medio Oriente, se empeoran las expectativas del comercio internacional.

La situación es mucho más compleja y explosiva si se tiene en cuenta que, de acuerdo con Klare (2002, págs. 203-216), en la cuenca del río Jordán, desde tiempos antiguos y más intensamente en los últimos cincuenta años, se libra una guerra por los recursos acuíferos por parte de Israel, Jordania y Palestina (todos ellos, con territorios mayormente desérticos). Los tres Estados requieren agua para el riego agrícola y para el consumo. La reserva de agua renovable para Israel se estima en 467 metros cúbicos; para Jordania en 224 metros cúbicos (cuando el mínimo vital para una persona está en 1.000 metros cúbicos). Los palestinos consumen apenas una octava parte de lo que pueden consumir en tanto que los israelíes, mediante la guerra (en particular la de 1967) y la dilación en las negociaciones, han accedido a la mayor parte de agua del Jordán.

En la tabla III se muestran algunas evidencias sobre el diferente impacto de la pandemia. A pesar de su enorme desarrollo económico y militar, Israel, al igual que otros países poderosos, no estaba blindado contra un enemigo nuevo y muy pequeño: el virus SARS-CoV-2. Es curioso señalar que (según las cifras), Israel sufrió más contagios y el doble de muertes por Covid-19 que Palestina, aunque gran parte de la población israelí estaba vacunada. Quizás, y paradójicamente, el aislamiento (dentro de los muros) de los palestinos los hizo menos propensos al contagio de la pandemia en un mundo globalizado.

El apartheid extremo y el conflicto violento han impulsado el mayor crecimiento de Israel. En un informe del Ministerio de Relaciones Exteriores de Israel (MFA-GOV-IL, 2013), se señala que, debido a la guerra permanente, la economía israelí ha evolucionado para estar a la vanguardia en la producción de productos de aviación, armamento, con grandes innovaciones tecnológicas en el campo de instrumentos médicos, electrónica, software y hardware, telecomunicaciones y manejo de información para comercio electrónico y finanzas. A pesar de las limitaciones de la tierra, Israel obtiene la mayor parte de sus alimentos en el país.

Según datos de OEC (2019), antes de la pandemia, Israel era la trigésima economía de más rápido crecimiento. Sus principales exportaciones fueron diamantes tallados y pulidos, medicamentos, instrumentos médicos, circuitos integrados y petróleo refinado. Sus principales importaciones fueron diamantes, automóviles, petróleo crudo y equipos de comunicaciones. Según la misma fuente, las principales exportaciones de Palestina fueron frutas tropicales, aceite de oliva, chatarra, piedras de construcción y medicamentos envasados. Las principales importaciones palestinas fueron automóviles, cemento, productos horneados, chocolate y medicamentos envasados.

La enorme disparidad económica es, en parte, el resultado del cerco israelí que, a través de los muros que permiten la ocupación sistemática, ha debilitado progresivamente la economía palestina. Las principales estrategias de control económico han sido: imposición de la moneda israelí; gestión de fronteras para controlar las importaciones y exportaciones palestinas; imponer altos impuestos a la población palestina; baja inversión en infraestructura; control de las comunicaciones, la electricidad, el agua y los recursos naturales.

Cabe señalar que, al control de los recursos de Palestina, se suma la falta de cohesión entre sus mercados internos, debido a la desconexión física entre Cisjordania y Gaza, que imposibilita cualquier intento de intercambio económico con los mercados regionales (Samhouri, 2018, pág. 20). Los habitantes de la Franja de Gaza viven una situación de encierro extremo, bloqueo económico y físico. Israel ha recortado su acceso a los alimentos, reduciendo a un mínimo de 2.100 calorías por adulto, y menos para mujeres y niños (de acuerdo con los márgenes mínimos estipulados por la ONU), manteniendo a la población palestina al borde de una crisis humanitaria (Weizman 2012, pág. XIV). Israel también corta la electricidad, lo que provoca el mal funcionamiento de los hospitales y evita el tratamiento de aguas residuales. Además, la tasa de desempleo en este lugar es del 43% y la población bajo la línea de pobreza es del 72%. Por otro lado, se estima que el 95% de las fábricas y almacenes han cerrado; los agricultores no tienen acceso al 35% de la tierra y los pescadores no pueden acceder al 85% de las zonas de pesca (Dana, T. & A. Jarwaby, 2017).

La Tabla IV muestra la gran diferencia entre Israel y Palestina, en términos de emisiones de CO2 y huella ecológica. Las emisiones agregadas de CO2 de Israel son casi 22 veces las de Palestina. Las emisiones per cápita corresponden a dos mundos diferentes: los israelíes emiten 8 toneladas per cápita, lo que coincide con la media de los países de Oriente Medio; los palestinos tienen emisiones minúsculas que, además, están por debajo del nivel de emisiones supuestamente sostenible, que, según Chancel, Lucas, Piketty y Thomas (2015) es de 1,3 toneladas per cápita. Otro indicador es el de la huella ecológica. Este indica la cantidad de tierra fértil y de agua que usa la humanidad para extraer los recursos naturales que le permiten mantener un determinado estilo de vida, incluyendo las basuras y contaminantes que arroja a la naturaleza. Esta huella se mide en términos de hectáreas globales, pues en un mundo globalizado, intenso en comercio internacional, los países dependen de sus propias tierras y, además, de las del resto del mundo. Para el año 2016, los cálculos de la huella ecológica también muestran una diferencia notable: Palestina con 0,46 hectáreas globales, aún puede vivir en la tierra prometida (el planeta) pero los israelíes ricos y más contaminantes necesitan, en promedio, algo más de 5 hectáreas globales.

El progresivo aumento de la población en Israel y Palestina trae problemas ecológicos para dos pueblos que se disputan un pequeño territorio cuyos recursos naturales son escasos, no solo por las condiciones geográficas de la región, sino también por el inadecuado manejo de estos recursos. El impacto ecológico generado es diferencial debido a la brecha de desigualdad económica, con Israel siendo más opulento y controlando el acceso a los recursos y al territorio, garantizando la calidad de vida y la opulencia de su población el mayor tiempo posible, a costa de los palestinos. Sin embargo, en unas pocas décadas, las terribles consecuencias del daño ecológico también afectarán a Israel.

La gran aportación de Ehrlich (1968) ha sido mostrar que el impacto del ser humano sobre el planeta depende de la multiplicación de los siguientes tres factores: población (p), crecimiento económico o afluencia (a) y tecnologías contaminantes (t). En este artículo, se ha demostrado que la afluencia (a) y las emisiones de CO2 (t) de las sociedades prósperas (como Israel) son mucho más dañinas que el mero incremento de la población (p). Esto es consistente con el trabajo reciente de Chancel, Lucas, Piketty y Thomas (2021) que muestran, en especial, que las minorías más ricas y las clases medias acomodadas son responsables de casi el 90% de las emisiones de CO2, que están empujando al planeta hacia la catástrofe climática.

Finalmente, como se ha insistido en este artículo, el crecimiento económico (mayor gasto de energía y materiales y más contaminación) es la principal causa del impacto destructivo en la naturaleza, en lugares como Israel, Estados Unidos, Europa, China y otros lugares del mundo, como India y Brasil. Aunque el crecimiento de la población en Israel y Palestina es parte del problema, éste se ve agravado por la codicia humana, que es el motor psicológico del crecimiento económico.

La huella ecológica es un indicador que se basa en estimaciones de lo que una población toma o extrae del medio ambiente, y de lo que los habitantes arrojan a la naturaleza en términos de contaminación. Los países que tienen menos biocapacidad y que contaminan en exceso viven a expensas de otros territorios extranjeros. Cuanto mayor es la huella ecológica, más tierra se necesita para vivir y entonces, calculado desde la perspectiva de la huella ecológica, se requiere más de un planeta para sustentar los desproporcionados patrones de vida en países y regiones opulentas como Estados Unidos, Europa y, en este caso, Israel. La irrisoria biocapacidad de Palestina e Israel es un ejemplo de la dramática escasez de bosques, fuentes de agua y biodiversidad que sufren ambos pueblos.

En el territorio ocupado por Israel hay una biocapacidad muy limitada de 0,3 hectáreas globales per cápita. Debido a su crecimiento económico y a su mayor integración en el mercado mundial, los ciudadanos de Israel tienen una huella ecológica de 5,4 en 2015, con un pico de 6,1 en 2012. Dicha huella ecológica se acerca a la de los Estados Unidos, que con una puntuación de ocho hectáreas globales per cápita, es uno de los países con una mayor huella dañina. El déficit de Israel, en términos de biocapacidad, es de 2.450% (ocupa el cuarto lugar, mientras que Singapur con un 10.300% ocupa el primer lugar). Por el contrario, Palestina para el año 2012 presenta una huella ecológica de 0,26 (Footprint-network, 2019).

Las potencias económicas, políticas y militares del Atlántico Norte (Europa y Estados Unidos), no sufren mucho por el calentamiento global y el consiguiente cambio climático en este momento. Paradójicamente, el poderoso y desarrollado Estado de Israel se ubica en el extremo norte de los países del sur global. Además, se encuentra en una de las zonas más vulnerables del planeta debido al calentamiento global. El desorden climático que perjudicará al Estado de Israel (y a la debilitada Palestina) se agudiza considerablemente en todos los escenarios de aumento esperado de la temperatura global: el de 1, 5° C (que podría ocurrir en los próximos 6 a 9 años), el de 2.0 °C (que ocurriría entre los próximos 20 a 31 años), la de 2.5 °C (que ocurriría entre los próximos 31 a 58 años) y, la más grave, de 3.0 °C que ocurriría en los próximos 43 años (si se mantiene el actual estado de indolencia mundial). En concreto, Israel y Palestina sufrirían cambios climáticos extremos en las próximas décadas como olas de calor, incendios forestales y, además, subidas extremas y frecuentes del nivel del mar, tal y como demuestran recientes trabajos científicos de Carl-Friedrich Schleussner (et al, 2021).

Posiblemente, a mediados de este siglo y debido al inevitable avance del calentamiento global, Israel y Palestina sufran inundaciones, falta de acceso al agua potable y cambios climáticos repentinos. Puntos costeros como la ciudad de Tel Aviv y la Franja de Gaza se encuentran entre las geografías más vulnerables, y podrían desaparecer bajo las aguas del Mediterráneo en poco más de dos décadas (Lehmann, 2019).

5. LA ECONOMÍA ES LA GUERRA POR OTROS MEDIOS

En la ocupación de Palestina, con la consecuente expansión del Estado israelí, la guerra es una constante; hay una secuencia de sangrientos episodios bélicos, con prolongadas etapas de paz que, en el fondo, son procesos de guerra pues, como bien lo muestra MacPherson (1973), el mercado, en extremo competitivo, es una guerra de todos contra todos.

El comportamiento agresivo de Israel contra Palestina coincide, sintomáticamente, con los planteamientos teóricos del estudioso de la teoría de juegos y conflictos, Robert Aumann. Sus argumentos permitirían justificar y diseñar intervenciones violentas, como las que realiza Israel contra la población palestina (particularmente, la de finales del 2023). Los argumentos centrales de Aumann (2005) son: a) las guerras y los conflictos extremos son acciones racionales; cada actor racional busca la mejor manera (estrategia óptima) de maximizar sus intereses en función de la información disponible; b) la esencia de la economía es que todos los actores están motivados, exclusivamente, por incentivos y, además, debido a las consecuencias de la mano invisible, se obtienen resultados contrarios a los que se buscan con los incentivos aplicados (por ejemplo, para lograr la paz es necesario hacer, fomentar y promover la guerra); c) las estrategias que consisten en violencia potencial, y que se traducen en amenazas creíbles (que implican la ejecución de castigos violentos), aunque estas lleguen al extremo de la destrucción mutua asegurada (como es el caso de las bombas atómicas) son una especie de seguro para garantizar, en el presente, un estado de paz global. Para Aumann (2005), en ausencia de un Dios, o por lo menos de una autoridad secular central que pueda imponer la paz, las naciones y grupos en conflicto deben armarse e imponerse, especialmente, en los juegos repetidos de conflictos prolongados. Los que tienen la razón (o poseen la verdad), deben castigar a los que se niegan a cooperar. Explícitamente, Auman (2010) ha argumentado que las negociaciones de Israel con los árabes (y, obviamente, con los palestinos) son un signo de debilidad y, además, equivalen a ceder ante actores racionales que imponen sobornos descarados. Este matemático israelí-estadounidense ha sugerido que Israel debe perpetuar y aumentar la guerra (castigo) contra los palestinos para lograr la paz.

Este enfoque teórico tiene dos fallas principales, graves; a saber, primero, Aumann parte de la suposición de que los seres humanos son similares a ratas de laboratorio que solo están motivadas por incentivos (palo y zanahoria) y que no poseen meta-preferencias (valores, cosmovisiones o principios políticos y religiosos). En consecuencia, ignora la enorme importancia de la argumentación y la formación académica, cultural, moral y ética, estudiada por autores como A. Hirschman, (982) y A. Sen (1977, 2009); segundo, Auman ignora la relación entre conflicto y conocimiento (y posesión de la verdad).

Sobre este problema específico, sugerimos que, en nuestro mundo complejo e incierto, con una diversidad de millones de seres humanos, diferentes por su situación específica de tiempo y lugar, y por sus particulares valores y cosmovisiones, lo que se suma a las limitaciones y errores inherentes a la acción humana, es imposible que algún ser humano esté en posesión de todo el conocimiento y de la verdad. Un similar problema encontró Hayek (1945) en el campo de los mercados, donde no existe un actor humano que posea todos los conocimientos para imponer un precio justo. En la gestión de conflictos, ninguna parte puede poseer todo el conocimiento y toda la verdad como para pretender imponer un determinado acuerdo o resultado. Los vencedores de las guerras y los países hegemónicos en los poderes militar, económico e ideológico no tienen la verdad y, tal vez, están más equivocados que los pueblos contra los que ejercen la violencia.

La política de apartheid implementada por Israel le ha permitido ganar más territorio. Sin embargo, la imposición de fuertes barreras de entrada (muros, vallas y puestos de control para protegerse de la población palestina) equivale a un castigo tan severo (que puede causar odio y resentimiento). El hostigamiento contra la población palestina y la reducción sistemática del exiguo territorio palestino pueden conducir a una mayor escalada de reacciones palestinas violentas en un futuro próximo o, posiblemente, pueden producir una tragedia humanitaria en Palestina. Hace como medio siglo, A. Hirschman A. (1970) demostró que la cuestionable y violenta estrategia de bloquear la salida (libertad de movimiento) prolonga y agrava las crisis. En este caso, puede también provocar una muerte lenta de la población rodeada en Cisjordania y, peor aún, de la población encarcelada en la Franja de Gaza.

Los estrategas y políticos codiciosos buscan llevarse todas las ganancias. La pretensión de Israel de tomar Jerusalén como su capital (excluyendo casi completamente a los palestinos), constituye un agravio que agudiza una especie de conflicto indivisible (de un juego de todo o nada), como se puede afirmar a partir de las reflexiones de A. Hirschman (1996).

A. Hirschman A. (1982, pág. 85), recordando un pensamiento de Blaise Pascal acerca de Dios, pensaba que, tal vez, Dios sea la única fuente de bienes infinitos e inagotables para todos. En consecuencia, los bienes públicos (con niveles muy bajos de rivalidad y exclusión), existen, si acaso, en un nirvana utópico. A esto podría agregarse que, si tales bienes públicos fueran una realidad, la mezquindad y el egoísmo de ciertos seres humanos los convertirían en sus posesiones exclusivas.

Según Buchanan (1965), existen dos tipos de bienes colectivos imperfectos: i) bienes públicos impuros (con bajos niveles de exclusión y alta congestión y rivalidad); ii) bienes de club (con altos niveles de exclusión y baja rivalidad) debido a la poca población que accede a los clubes, especialmente a los más exclusivos y óptimos. Un extremo indeseado de los bienes públicos impuros es el problema de la tragedia de los comunes. Desde la perspectiva de Hardin (1968) y Schelling T. (1978), los comunes son bienes gratuitos (de libre acceso a una población creciente de egoístas y codiciosos) que, con el tiempo, debido al aumento demográfico y, principalmente, al recrudecimiento de la disputa exacerbada entre individuos codiciosos, acaban agotándose totalmente y siendo destruidos.

El Estado de Israel se comporta como un club absorbente y expansionista que, además, tiende a convertir los territorios conquistados y ocupados en un bien público impuro y, peor aún, con una economía entregada al egoísmo. En consecuencia, este Estado poderoso tiende a generar una especie de tragedia de los comunes. Esta posible tragedia sería el resultado con las siguientes políticas: la sistemática exclusión y cercamiento de la población palestina, lo que, a su vez, causa más rivalidad y violencia; la absorción de cada vez más territorio palestino y, principalmente, un crecimiento económico que implica una alta huella ecológica. El crecimiento de la población y de la economía, paradójicamente, se está convirtiendo en un factor endógeno que genera mayor escasez de territorio. Este último es un detonante de rivalidad y disputas dentro de la población israelí.

Desde la perspectiva marxista, Harvey (2001) ha estudiado la relación entre el espacio (geografía) y la acumulación de capital. Sus principales argumentos son los siguientes: a) la acumulación continua y creciente de capital es el motor que impulsa el crecimiento del sistema capitalista; b) la acumulación de capital no es un proceso estático (un estado estable de reproducción simple) sino más bien un proceso expansivo que se traduce en un ciclo persistente de circulación y aumento de capital (dinero-mercancía-dinero aumentado); c) la acumulación de capital exige una expansión creciente del mercado, que, además de la continua innovación y la fabricación de productos con obsolescencia programada, también necesita expandirse a nuevos territorios (para conquistar nuevos mercados) y promover un transporte cada vez más rápido; y, d) las economías de las geografías absorbidas por los países capitalistas desarrollados se subordinan a ellos, convirtiéndose en proveedores de recursos naturales, energéticos y mano de obra barata.

Se destaca que Israel es un Estado capitalista que, para promover el crecimiento económico, busca una cantidad cada vez mayor de territorio directamente (a través de lo que puede tomar de los palestinos) e indirectamente, mediante un gran poder de compra, para adquirir recursos energéticos e insumos del resto del mundo. En consecuencia, el mayor expansionismo de Israel le permite un mayor crecimiento económico. Esto significa que, desde hace varias décadas, la economía capitalista de Israel ha excedido las limitaciones de su propio territorio.

A finales del siglo XIX, el economista neoclásico Jevons (2020), había advertido que el progreso (crecimiento) es posible gracias a que los países más poderosos pueden acceder a recursos naturales (no renovables y renovables) de geografías distantes para alimentar su motor de crecimiento.

Enfoques recientes (Diamond, 2017), (Greer, 2005) y (Homer-Dixon, 2008) explican las causas del colapso de diversas civilizaciones. A partir de tales lecturas, es posible conjeturar que, en los próximos años, en el pequeño territorio del Medio Oriente, disputado por palestinos e israelíes, podría ocurrir una catástrofe ambiental y poblacional. Más concretamente, el experto en seguridad internacional Klare (2002) ha planteado que, debido a la expansión demográfica y al crecimento económico, la guerra por los recursos acuiferos que libran Israel, Palestina y Jordania se tornará más explosiva en las próximas décadas.

En geneneral, todo este desastre es debido, principalmente al crecimiento exacerbado y depredador (principalmente de Israel), la conducta racional y ambiciosa de los estrategas israelíes, las enormes diferencias socioeconómicas y rivalidades entre ambos pueblos, el apartheid que permite a Israel aislarse y protegerse de su enemigo político y militar, y de algunas inclemencias ambientales; y, finalmente, la propensión guerrerista, y su indiferencia ante la debacle ambiental que se está generando.

6. CONCLUSIONES

Con la mezcla de genialidad y sarcasmo que lo caracterizó, Marx (2009, pág. 157) se refería así a la cuestión judía: "Consideremos el judío real mundano; el judío cotidiano, no el judío sabático, como hace Bauer … ¿Cuál es el fundamento secular del judaísmo? La necesidad práctica, el interés egoísta. ¿Cuál es el culto secular del judío? La usura. ¿Cuál es su dios secular? El dinero. Así pues, la emancipación de la usura y del dinero, es decir, del judaísmo práctico, real, sería la autoemancipación de nuestro tiempo…".

El poco divino plan sionista seguido por el Estado de Israel es una propuesta económica con sus propios imperativos morales. Herzl (1917, pág. 37) entendió el proceso de ocupación como un plan de negocios e ideó el siguiente mandato moral: "No tomaremos a otros por sorpresa ni los engañaremos, más de lo que nos engañamos a nosotros mismos".

Como ha quedado implícito a lo largo del artículo, lo que el Estado de Israel llama paz es, en realidad, un juego del ultimátum, inequitativo e iniquo: en cada nuevo proceso de paz se ofrece menos a los palestinos.

Por fuera del plan sionista han permanecido, burdamente omitidas, tres variables: la prole, la afluencia, y la tecnología nociva. En consecuencia, desde el siglo XX hasta hoy han abundado los conflictos sociales y, seguramente, en esta centuria estallarán grandes problemas ambientales.

Ha imperado el comportamiento de gente estúpida que, al dañar a sus oponentes, también se daña a sí misma (Cipolla, 2021). Ha prevalecido más la economía del mal (Sedláček, 2009) y la economía violenta (Cante, Fredy & Torres, Wanda , 2019). En la búsqueda de otro enfoque económico se advierte que: "La verdadera ciencia de la economía política… es la que enseña a las naciones a desear y trabajar por las cosas que conducen a la vida; y que les enseña a despreciar y destruir las cosas que llevan a la destrucción." (Ruskin, 1960, pág. 84).


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