Comprensiones enactivas en torno a la identidad de género: corporalidades emergentes en un contexto globalizado

Enactive Understandings of Gender Identity: emerging embodiments in a globalized context

Erika Julieth Farfán Velandia*
Juan Carlos Valderrama Cárdenas**

* Licenciada en Filosofía, Universidad Pedagógica Nacional (Colombia). Corporación Universitaria Minuto de Dios (Colombia). [erika.farfan-v@uniminuto.edu.co]; [https://orcid.org/0009-0000-2374-8829].

** Magíster, Universidad Autónoma de Barcelona (España). Corporación Universitaria Minuto de Dios (Colombia). [juan.valderrama@uniminuto.edu]; [https://orcid.org/0000-0003-0371-7501].

Recibido: 4 de diciembre de 2024 / Modificado: 4 de marzo de 2025 /Aceptado: 10 de abril de 2025

Para citar este artículo: Farfán Velandia, E. J. y Valderrama Cárdenas, J. C. (2025). Comprensiones enactivas en torno a la identidad de género: corporalidades emergentes en un contexto globalizado. Oasis, 42, 41-68. DOI: https://doi.org/10.18601/16577558.n42.03


RESUMEN

En un mundo globalizado, los desafíos relacionados con la identidad de género se intensifican debido a la exposición a diversas normas y expectativas culturales que a menudo entran en conflicto. En este contexto, es fundamental distinguir entre género, orientación sexual y sexo, ya que la confusión entre estos conceptos dificulta el reconocimiento y la comprensión de la diversidad de identidades.

Este artículo explora la percepción y las posibilidades que ofrece el enfoque enactivo que enfatiza la interacción entre el cuerpo y el entorno, para entender la constitución de la identidad de género. El objetivo es identificar cómo la percepción facilita esta conformación mediante el reconocimiento de uno mismo y de los demás, así como reflexionar sobre el impacto de estas teorías en la práctica psicológica y en la comprensión de la diversidad identitaria, especialmente en contextos donde la inclusión y el reconocimiento son esenciales para el bienestar individual y colectivo. Desde esta perspectiva, la identidad de género se concibe como un proceso dinámico en el que, a través de la experiencia corporal y social, el individuo construye significados y responde a las normas culturales.

Además, se destacan los puntos de contacto entre el enactivismo y la performatividad de género, resaltando cómo ambos rechazan una esencia predefinida y subrayan la influencia de las relaciones sociales y el contexto. Se identifican oportunidades en la literatura para profundizar en la comprensión de la identidad de género, promoviendo investigaciones que vinculen su constitución con experiencias corpóreas y socioculturales.

Palabras clave: género; identidad; cognición corporeizada; globalización; enactivismo.


ABSTRACT

In a globalized world, challenges related to gender identity intensify due to exposure to diverse cultural norms and expectations that often conflict with one another. In this context, it is crucial to distinguish between gender, sexual orientation, and sex, as confusion among these concepts hinders the recognition and understanding of the diversity of identities.

This article explores the perception and possibilities offered by the enactive approach, which emphasizes the interaction between the body and the environment to understand the constitution of gender identity. The aim is to identify how perception facilitates this process through self-recognition and recognition of others, as well as to reflect on the impact of these theories on psychological practice and the understanding of identity diversity, particularly in contexts where inclusion and recognition are essential for individual and collective well-being. From this perspective, gender identity is understood as a dynamic process in which individuals construct meanings and respond to cultural norms through bodily and social experiences.

Additionally, the contact points between enactivism and gender performativity are highlighted, emphasizing how both reject a predefined essence and underscore the influence of social relationships and context. The literature offers opportunities to deepen the understanding of gender identity, promoting research that links its constitution with corporeal and sociocultural experiences.

Keywords: Gender; identity; embodied cognition; globalization; enactivism.


INTRODUCCIÓN

La identidad de género es un constructo complejo, que se ha transformado en el contexto de la globalización y la interconexión cultural. En este sentido, las comprensiones enactivas ofrecen un marco teórico que resalta la importancia de la corporalidad y la experiencia vivida en la constitución de la identidad de género. Este enfoque, que enfatiza la relación entre la percepción, la acción y el entorno, permite explorar cómo las corporalidades emergentes se configuran y se reinterpretan en un mundo globalizado, donde las interacciones sociales y culturales moldean continuamente las experiencias individuales (Gallagher y Bower, 2013).

Al respecto, la globalización trajo consigo una serie de transformaciones significativas en la forma en que se percibe y se experimenta el género a nivel mundial (Guzmán, 2002; Keller y Utar, 2022; Van Driel, 2020). Uno de los principales retos fue la tensión entre las normas culturales locales y las influencias globales. A medida que las ideas sobre el género se difundieron a través de fronteras, las identidades de género comenzaron a ser influenciadas por un conjunto diverso de guiones culturales (Albarracín y Poirier, 2022).

Además, la globalización facilitó el acceso a información sobre identidades de género no binarias y fluidas, lo que llevó a un aumento en la visibilidad y aceptación de estas identidades en algunas partes del mundo. Sin embargo, en contextos culturalmente más homogéneos, este fenómeno ha generado resistencia y rechazo (Acker, 2004; Arora et al., 2023; Hekmatpour, 2024).

En relación con esto, en culturas donde se reconoce la existencia de identidades no binarias o fluidas, como los muxes en México o los hijras en India, se fomenta una mayor aceptación y visibilidad de estas (Albarracin y Poirier, 2022). En contraste, en sociedades donde las identidades de género son estrictamente binarias, la transformación puede generar tensiones y resistencia, pero también puede abrir espacios para el cambio social y la inclusión (Butnor y MacKenzie, 2022).

En concreto, la identidad de género se forma a través de una combinación de factores biológicos, psicológicos y sociales, lo cual implica que la cognición influye en cómo las personas interpretan su género; y no solo eso, las experiencias físicas y emocionales juegan un rol en la formación de esa identidad. Por ejemplo, las trayectorias de socialización desde la infancia, que incluyen la forma en que se trata a los niños y las niñas, afectan su percepción de lo que significa ser hombre o mujer (Fausto- Sterling, 2019).

Dicho de otro modo, la pregunta ¿quiénes somos? no solo involucra al sujeto desde su propia concepción, sino también la percepción social, la definición del cuerpo, los procesos de aprendizaje, las experiencias de vida, el rol social, los círculos cercanos, los ámbitos biológico y fisiológico, entre otros. En consecuencia, la constitución de la identidad de género sigue siendo un lugar de continua reflexión, la cual trasciende la mera representación de los individuos en un mundo considerado pasivo o secundario, así como las bases culturales que influyen en ellos, ya que implica un reconocimiento de uno mismo, consigo mismo y con los demás (García-Leiva, 2005).

En este sentido, al indagar sobre la identidad de género, de manera implícita se plantea la pregunta tanto sobre el aspecto biológico y fisiológico, como sobre el aspecto social y cultural que influye en la relación que cada individuo tiene con el mundo. Esto se hace sin descuidar la formación de significados, tanto del mundo como de uno mismo, que los individuos realizan a través del lenguaje. Desde esta perspectiva, el cuerpo no es solo un objeto pasivo de las normas sociales, sino el lugar donde se expresan y resignifican las identidades de género, en una relación dinámica y continua con el entorno (Butler, 1998; Di Paolo y Thompson, 2014).

Particularmente, el género se refiere a los roles, comportamientos, expresiones e identidades que la sociedad asigna a las personas en función de su percepción de lo masculino y lo femenino. A diferencia del sexo, que se basa en características biológicas como los cromosomas, las hormonas y los órganos reproductivos, el género es una construcción social que varía según el contexto cultural e histórico. Asimismo, no debe confundirse con la orientación sexual, que se refiere a la atracción emocional, afectiva y sexual hacia otras personas (Butler, 2006).

Ahora bien, la distinción entre sexo, género y orientación sexual implica comprender las complejas interacciones entre características biológicas, construcciones culturales y experiencias individuales propias del mundo globalizado. Mientras el sexo se refiere a las características biológicas, el género abarca los atributos, roles y expectativas sociales, y la orientación sexual se relaciona con las preferencias afectivas y sexuales. Esta diferenciación no solo facilita el análisis de desigualdades de género al cuestionar normas y estructuras sociales, sino que promueve cambios hacia la equidad, además de tener implicaciones prácticas en áreas como la salud y la investigación biomédica, donde la consideración de estas dimensiones permite abordar las necesidades de las personas (Congly y Brownfield, 2020; Conte, 2018; Muehlenhard y Peterson, 2011; Soriano y Polverino, 2023).

Por consiguiente, el análisis de la identidad de género no puede separarse de los determinantes históricos de los roles de género y de cómo estos han evolucionado a lo largo del tiempo. Estudios han demostrado que las normas culturales relativas a los roles de género surgen a menudo en respuesta a contextos históricos específicos y pueden persistir incluso después de que esas condiciones cambien (Giuliano, 2017). Esta perspectiva histórica permite comprender que la constitución de la identidad de género no es un fenómeno estático, sino que responde a dinámicas sociales, culturales y políticas en constante transformación.

En este contexto de transformación social y cultural, resulta esencial profundizar en cómo las teorías cognitivas pueden aportar a una comprensión integral de la identidad de género. En particular, es crucial analizar el papel de la percepción en la deconstrucción de las categorías binarias de género y en la promoción de una concepción más fluida y dinámica de la identidad.

Asimismo, es pertinente examinar cómo las capacidades sensoriomotoras y las prácticas corporizadas influyen en la constitución de la identidad de género, así como explorar las implicaciones de la percepción en la comprensión y el respaldo a personas cuyas identidades de género desafían las normas tradicionales.

Con referencia a esto, el enfoque del presente artículo es presentar la cognición enactiva (Di Paolo, 2009; Gallagher, 2023; Noë, 2021; Varela et al., 1993) como una perspectiva útil y complementaria a la performatividad de género (Butler, 1998), para comprender la constitución de la identidad de género en un mundo globalizado y conectado.

En particular, el presente trabajo tiene un doble propósito: en primer lugar, analizar cómo la percepción facilita la conformación de la identidad de género mediante el reconocimiento del yo y del otro y, en segundo lugar, reflexionar sobre las implicaciones del enactivismo ante la diversidad identitaria basada en corporalidades emergentes. Desde esta perspectiva, surge una pregunta central: ¿Cómo el enfoque enactivo permite repensar la identidad de género como un fenómeno dinámico y situado en el contexto de la globalización?

Por ende, se presenta, en primer lugar, una contextualización sobre los estudios relacionados en el ámbito del género. En segundo lugar, se desarrollan principios del enactivismo junto con la performatividad de género. En tercer lugar, se hace una aproximación a la constitución de la identidad de género desde la perspectiva de la cognición enactiva. Por último, se presentan algunas conclusiones y futuras líneas de investigación.

CONTEXTUALIZACIÓN DE LAS PERSPECTIVAS DE GÉNERO

A principios del siglo XX, los estudios de género se centraron en los roles sexuales, entendidos como las expectativas sociales sobre los comportamientos masculinos y femeninos. Esta aproximación se centró en la distinción entre los individuos y los papeles asignados/asumidos, con normas y sanciones que los reforzaban. Estos roles sexuales, si bien se consideraron fundamentales, no se desconoce que pueden ser limitados, en tanto que, a menudo refuerzan las expectativas de género estereotipadas y desconocen la fluidez y complejidad de las identidades de género (Terry, 2016).

De hecho, los movimientos feministas contribuyeron a desplazar la atención de los roles sexuales al género como principio organizador de la vida social. Puntualmente, la idea central es que los roles de género se construyen socialmente y no se determinan biológicamente, cuestionando la dicotomía tradicional hombre/mujer. Incluso, esta óptica puso de relieve la importancia del poder y la desigualdad en la comprensión de la dinámica de género, y condujo al desarrollo de teorías que consideraban el género como una estructura de estratificación social (Heredia y Carrillo, 2008).

Al respecto, las perspectivas tradicionales sobre el género han sido moldeadas por diversos marcos explicativos, ofreciendo miradas sobre la formación de roles e identidades de género. Por un lado, la perspectiva de la socialización enfatiza cómo las personas aprenden roles de género a través de interacciones sociales y normas culturales. Este abordaje es útil para entender las diferencias individuales en la tipificación de género, es decir, cómo las personas adoptan y refuerzan comportamientos asociados a su género. Sin embargo, presenta limitaciones al intentar explicar fenómenos como la segregación de género y los patrones de interacción en grupos del mismo sexo (Maccoby, 2000).

En relación con esto, se sabe que los niños suelen segregarse por género en entornos como los patios de recreo de los colegios debido a las relaciones de dominación, la evitación de relaciones románticas o de tono sexual y el etiquetado por sexos (Maccoby y Jacklin, 1987). Además, es conocido que la segregación ocupacional por género puede dividirse en segregación vertical, es decir, desigualdad y segregación horizontal, entendida como diferencia sin desigualdad, lo cual implica que, una mayor capacitación de las mujeres no reduce necesariamente la segregación de género y, de hecho, puede aumentarla (Blackburn et al., 2002).

De acuerdo con Erikson (1968), la identidad es una afirmación que refleja la unidad entre la identidad personal y cultural de un individuo. Según esta visión, el desarrollo de la identidad es un proceso largo que se inicia en la infancia, cobra importancia en la adolescencia y continúa a lo largo de la vida. Es decir, se destaca que no es un proceso terminado o definitivo. A su vez, propuso que la identidad surge como resultado de procesos biológicos, psicológicos y sociales que están interrelacionados (Sánchez, 2009).

En El segundo sexo, De Beauvoir (1981) plantea una pregunta fundamental al considerar el aspecto biológico como un proceso que influye en la identidad: ¿qué diferencia a hombres y mujeres? La autora destaca que no toda hembra es necesariamente una mujer, cuestionando así el significado de la feminidad y la constitución social del concepto de mujer. De este modo, introduce una distinción clave entre género y sexo, enfatizando que el género no es una mera consecuencia de la biología, sino una constitución social y cultural.

De ahí que la identidad y su constitución están vinculadas al género en lugar de al sexo. Se sostiene que el género tiene una considerable carga subjetiva y personal que trasciende los límites, las fronteras y los parámetros de la corporalidad, es decir, al sexo que es asignado al nacer desde aspectos biológicos (De Beauvoir, 1981).

Ahora bien, la perspectiva cognitiva se centra en los procesos mentales a través de los cuales los niños desarrollan su identidad de género y sus roles asociados. Este planteamiento resalta cómo, desde temprana edad, las personas se categorizan a sí mismas y a los demás como hombres o mujeres, adoptando conductas que consideran consistentes con estas categorías predefinidas. Aunque la mirada proporciona un marco para entender la constitución individual del género, también plantea interrogantes sobre cómo interactúan estos procesos mentales con las estructuras sociales y culturales en la configuración de las experiencias de género (Maccoby, 2000).

A pesar de los avances globales en la lucha por la igualdad de género, las normas tradicionales continúan influyendo en múltiples aspectos de la vida, desde la dinámica familiar hasta los entornos profesionales. Los roles de género son culturalmente específicos, y algunas sociedades no occidentales han reconocido históricamente más de dos géneros. Por ejemplo, en algunos contextos se ha propuesto la androginia como un tercer género (More, 2023).

Cabe destacar que, los roles de género tradicionales se asocian a una mayor confianza y solidaridad institucional, pero a una menor participación cívica y política. Las mujeres con puntos de vista tradicionales muestran una participación política significativamente menor, mientras que los hombres tradicionales demuestran una menor solidaridad (Valentova, 2016). Adicionalmente, las creencias asociadas con los roles de género tradicionales están relacionada con niveles más altos de homofobia y niveles más bajos de intimidad entre personas del mismo sexo, lo que puede ser perjudicial para los individuos y la sociedad. Estas creencias también se correlacionan con una menor autoestima y resultados menos equitativos en las relaciones sociales (Stark, 1991).

Al respecto, las creencias tradicionales sobre los roles de género tienen un impacto significativo en las tasas de embarazo en la adolescencia. Las jóvenes que internalizan estos roles, los cuales enfatizan el dominio masculino y las responsabilidades domésticas de la mujer, presentan una mayor prevalencia y probabilidad de experimentar un embarazo en esta etapa. Esto sugiere que las normas de género tradicionales no solo moldean las expectativas sociales, sino que también constituyen un factor de riesgo para el embarazo adolescente (Alzate et al., 2024). Desde una perspectiva de género, el embarazo en la adolescencia no es solo un fenómeno biológico o individual, sino un resultado de dinámicas socioculturales que refuerzan la desigualdad.

Siguiendo lo expuesto, las migraciones internacionales reflejan dinámicas en las relaciones de género, especialmente en el caso de los movimientos poblacionales de mujeres, cuyas experiencias y motivaciones difieren de las de los hombres. La perspectiva ha sido útil para analizar estos fenómenos, ya que demuestra que las migraciones no son procesos neutros en términos de sexo, sino que están atravesados por desigualdades estructurales y diferencias en oportunidades, riesgos y expectativas sociales (Ciurlo, 2015).

De esta manera, la evolución de los estudios de género ha variado según las distintas regiones y disciplinas académicas. Por ejemplo, en el contexto de la psicología académica española, la interpretación del sexo/género ha pasado de considerarse un factor individual a un enfoque más dinámico que analiza el género a través de prácticas conductuales (Heredia y Carrillo, 2008). En los países nórdicos, la investigación sobre el género ha influido significativamente en la historia económica, destacando la importancia del género como categoría analítica (Arnberg et al., 2022).

Colombia y Latinoamérica atraviesan un momento crucial para el reconocimiento y la comprensión de la diversidad de identidades de género. Aunque en las últimas décadas se han logrado avances significativos en términos de derechos y visibilidad, aún persisten desafíos en la aceptación social, la inclusión y el bienestar psicológico de quienes no se ajustan a las normas de género tradicionales (Menin, 2015).

Específicamente, Menin (2015) señala que la identidad de género está vinculada con la percepción que el sujeto tiene de sí mismo, la constitución de su sexualidad y la manera en que elige expresar su identidad en los espacios sociales e íntimos. En este escenario, es fundamental diferenciar entre género y orientación sexual, ya que esta distinción permite comprender la complejidad de las identidades diversas y prevenir estigmatizaciones derivadas de la confusión entre ambos conceptos (De Beauvoir, 1981).

Entonces, la identidad de género no está determinada por la biología ni por los cromosomas, sino que se construye a partir de la percepción subjetiva que cada persona tiene sobre sí misma en relación con las categorías de género disponibles. Esta vivencia puede o no coincidir con el sexo asignado al nacer y está influenciada por experiencias personales y sociales (Ronconi et al., 2020). De acuerdo con los "Principios de Yogyakarta", la identidad de género es una vivencia interna e individual que puede incluir modificaciones en la apariencia o función corporal, siempre que estas sean libremente escogidas por la persona (Biblioteca del Congreso Nacional de Chile, 2017).

Considerando esto, la expresión de género constituye la manera en que las personas manifiestan su identidad a través de su vestimenta, comportamiento, gestos y otros elementos visibles que, aunque comúnmente asociados a lo masculino o femenino, no necesariamente coinciden con el género asignado al nacer (Ronconi et al., 2020). La Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) señala que la expresión de género responde a patrones culturales específicos de cada sociedad y momento histórico, lo que evidencia su carácter dinámico y socialmente construido (Biblioteca del Congreso Nacional de Chile, 2017).

Por su parte, la orientación sexual, que se refiere a la atracción emocional, erótica o afectiva hacia otras personas, es independiente tanto de la identidad como de la expresión de género. La American Psychological Association (APA) explica que la orientación sexual abarca un amplio espectro de experiencias que incluyen la heterosexualidad, la homosexualidad y la bisexualidad, entre otras identidades, y que esta se configura a partir de factores biológicos, cognitivos y del entorno (Biblioteca del Congreso Nacional de Chile, 2017).

Específicamente, el cuerpo es una dimensión significativa en los estudios de género porque sirve como lugar principal donde este se construye, se experimenta y se cuestiona. El cuerpo no es solo una entidad biológica, sino también una constitución cultural y social que refleja y refuerza las normas y jerarquías de género. Las estructuras sociales y culturales imponen feminidades normativas y masculinidades hegemónicas, reforzando las concepciones binarias del sexo y el género. Ciertos cuerpos se privilegian sobre otros en función de atributos como la belleza, el tono de la piel y el tamaño corporal, que proporcionan a algunos individuos un capital físico mientras que desfavorecen a otros (Kwan y Haltom, 2020).

Se ha considerado que la interacción entre los cuerpos sexuados y los objetos materiales -por ejemplo, las camas- pone de manifiesto que los cuerpos son a la vez biológicos y culturales, capaces de afectar a su entorno y de verse afectados por él (Valtonen y Närvänen, 2015). Lo anterior implica que la corporeización del género se construye a través de las circunstancias sociomateriales cotidianas, incluidas las prácticas y relaciones que pueden reforzar o desafiar las normas de género (Coffey, 2019). Incluso, la adaptación visual a los cuerpos sexuados puede influir en la percepción de los cuerpos andróginos, lo que evidencia que el género corporal es una dimensión sensible a la adaptación visual (D'Argenio et al., 2022; Palumbo et al., 2013).

De este modo, al relacionar la identidad con el género, esta se instituye a través de la estilización del cuerpo, manifestándose en gestos, movimientos y normas que generan la ilusión de un yo generizado permanente. Esta óptica va más allá de concebir el género como una identidad sustancial y lo redefine como una constitución social que se desarrolla a lo largo del tiempo (Butler, 1998).

En pocas palabras, ignorar el cuerpo en los estudios de identidad de género plantea preguntas sobre la naturaleza de la identidad misma, dado que, la identidad de género no puede separarse de la experiencia corporal y la enacción (Noë, 2021). Incluso, ignorar el cuerpo también tiene implicaciones éticas. La falta de reconocimiento del cuerpo en la discusión sobre la identidad de género puede llevar a la marginalización de las experiencias de las personas trans y no binarias. Esto plantea cuestiones sobre la justicia social y el reconocimiento de la diversidad de identidades de género (Kahl y Kopp, 2023).

Dicho esto, la premisa aquí defendida se basa en la pertinencia de la cognición enactiva en los estudios de género en cuanto a lo siguiente: primero, proporciona un marco que integra la experiencia corporal, la interacción social y la afectividad en la comprensión de la identidad de género. Segundo, ofrece una perspectiva para entender cómo las personas viven y constituyen su identidad de género. Por último, tiene el potencial de integrar la dimensión corporal, la relación con el entorno y las prácticas performativas del género. Todo ello considerando que, la enacción implica que la percepción y la acción son inseparables y que la experiencia cognitiva está profundamente enraizada en la corporeidad y la interacción social (Di Paolo y Thompson, 2014; Gallagher y Zahavi, 2020; Varela et al., 1993).

MARCO CONCEPTUAL

Principios del enactivismo

Antes que nada, la cognición enactiva es una corriente dentro de las ciencias cognitivas corporeizadas (Di Paolo, 2009); en esencia, la idea del enactivismo es que los procesos corporales en línea, no solo los sensoriomotores, sino también los afectivos, conforman el modo en que el perceptor experimenta el mundo e interactúa con los demás (Gallagher y Lindgren, 2015). El enfoque enactivo concibe la cognición como la creación de sentidos, lo cual es un fenómeno que emerge de la naturaleza organizativa del cuerpo vivo y que evoluciona en los seres humanos a través de interacciones sensoriomotoras, intercorporales y lingüísticas con el entorno (Sepúlveda-Pedro, 2023).

En contraste con las perspectivas tradicionales de las ciencias cognitivas que conciben la mente como un procesador de información, el enactivismo la entiende como una función emergente del cuerpo vivo y su interacción constante con el entorno, estructurada en niveles como la autoregulación orgánica, los acoples sensoriomotores y las interacciones intersubjetivas (Thompson y Varela, 2001).

Las teorías tradicionales de la percepción, como la perspectiva de la Gestalt y el modelo de procesamiento de información, sostenían que los individuos perciben el mundo a través de la recepción y el procesamiento de estímulos sensoriales (Oviedo, 2004; Torices Vidal, 2017). De acuerdo con estas teorías, la percepción era vista como un fenómeno interno en el que los estímulos externos eran convertidos en representaciones mentales a través de procesos cognitivos. Por ejemplo, la Gestalt enfatizó que las personas organizan los estímulos en patrones significativos, sugiriendo que la percepción es una constitución mental que puede ser influenciada por factores contextuales (Robertson, 2023). A pesar de su influencia, esta mirada fue objeto de críticas por su falta de capacidad para explicar cómo la percepción se vincula con la acción en el mundo real (Gallagher, 2023; Valderrama, 2023).

De manera puntual, la percepción es un proceso a través del cual los individuos interpretan y comprenden su entorno. Se refiere a la capacidad de recibir, organizar e interpretar información sensorial proveniente del mundo exterior. Este proceso no solo implica la recepción de estímulos, sino que está conectado con la experiencia subjetiva del individuo. Dicho esto, la actividad mental no consiste en una copia idéntica del mundo percibido, e implica concretamente la extracción y selección de información relevante que permite el desempeño coherente con el mundo circundante (Oviedo, 2004).

Así pues, las nuevas percepciones y emociones pueden reemplazar a las antiguas, pero esta renovación afecta principalmente al contenido de la experiencia y no a su estructura. El tiempo impersonal continúa fluyendo, lo que sugiere que las percepciones y las emociones evolucionan con el tiempo, contribuyendo así a la evolución de la identidad de género y su interpretación subjetiva (Merleau-Ponty, 1957).

Ahora bien, las perspectivas enactivas afirman que la mayoría de la actividad cognitiva se constituye en actividades corporales y situadas (Hutto y Myin, 2013). En pocas palabras, el enfoque consta de dos puntos: el primero es que la percepción consiste en la acción guiada perceptualmente y, el segundo, las estructuras cognitivas emergen de los patrones sensoriomotores recurrentes que permiten que la acción sea guiada perceptualmente (Varela et al., 1993). Como sostiene Noë (2021), la percepción es un proceso activo que se basa en la interacción del organismo con su entorno, lo que implica que la cognición se consolida en la experiencia perceptiva.

De esta manera, el enactivismo sostiene que la percepción no es un proceso pasivo, sino que está intrínsecamente ligado a la acción. Esto significa que las experiencias perceptuales están moldeadas por nuestras interacciones con el entorno. Por ejemplo, al caminar por un parque, no solo vemos los árboles y los animales, sino que también estamos constantemente ajustando nuestra percepción en función de cómo nos movemos y de lo que queremos hacer (Gallagher y Bower, 2013).

En lo referido a la interacción con otros, Gallagher y Zahavi (2020) sostienen que, la percepción social se basa en la capacidad de los individuos para captar directamente las señales emocionales y las intenciones de los demás, sin necesidad de inferencias cognitivas complejas. Esto se basa en que los organismos no solo experimentan el mundo a través de sus sentidos, sino que también participan activamente en la configuración de su experiencia perceptual.

En definitiva, la perspectiva clásica sobre la percepción se basa en la idea de que los individuos son receptores pasivos de información sensorial. Esta visión sostiene que los sentidos actúan como canales a través de los cuales la información se transmite al cerebro, donde se procesa y se convierte en experiencia consciente (Di Paolo, 2009). Sin embargo, esta concepción ha sido criticada por su falta de atención a la interacción activa entre el individuo y su entorno. La percepción no se limita a la recepción de datos sensoriales; implica un compromiso activo con el mundo que rodea al individuo, donde la acción juega un papel en la experiencia perceptual (Gallagher, 2023).

En pocas palabras, la perspectiva enactiva sobre la percepción, como se expone en el trabajo de O'Regan y Noë (2001), enfatiza la interdependencia entre percepción y acción. Según la visión, la percepción es un proceso dinámico que se produce en el contexto de la actividad del cuerpo. Los individuos no solo reciben información sensorial, sino que también participan activamente en la constitución de su experiencia perceptual a través de sus acciones. Esta perspectiva subraya la importancia de las contingencias sensoriomotoras, que son las relaciones entre los movimientos del cuerpo y los cambios en la información sensorial que se percibe (Gallagher y Bower, 2013).

Los estudios sobre la percepción también destacan su carácter dinámico y contextual. La percepción no solo depende de los estímulos sensoriales, también se ve influenciada por las experiencias previas y el conocimiento del individuo. Por ejemplo, Crippen y Rolla (2022) sugieren que las expresiones faciales pueden interpretarse de manera diferente según el contexto en el que se presentan, lo que implica que la percepción se ajusta a las circunstancias y a la interacción social.

En paralelo, la percepción permite la interpretación de sensaciones y estímulos, otorgando un valor subjetivo a las significaciones individuales. Sin embargo, es crucial reconocer la influencia de la sociedad en este proceso. Como manifiesta Merleau-Ponty (1957), "mi cuerpo observa objetos exteriores, manipulados, examinados, pero no yo mismo mi cuerpo: para lograrlo, necesitaría disponer de un segundo cuerpo, que tampoco sería observable" (p. 109).

En relación con esto, Gallagher y Bower (2013) proponen que la percepción puede entenderse como la atención dirigida hacia algo específico. Así como, al ser conscientes del cuerpo, se le considera como algo que puede ser identificado a través de un proceso constante y continuo de refinamiento. Esta forma de percepción elige al cuerpo como objeto central de atención y lo reconoce como tal a lo largo del tiempo. La mirada hacia el cuerpo no se limita al aspecto fisiológico o neuronal, ya que la experiencia personal del cuerpo trasciende el mero procesamiento de información o los mecanismos cerebrales.

En esta línea, el concepto de yo puedo, según la interpretación de Merleau-Ponty (1957), se refiere al proceso mediante el cual el cuerpo adquiere, de manera implícita, las posturas y los movimientos necesarios para organizar lo que percibe en su entorno. Así, según Rodríguez (2009), al describir fenomenológicamente el comportamiento humano, es esencial considerar la animalidad o corporeidad, dado que el individuo es sobre todo un yo que sufre y actúa según como su cuerpo experimenta el entorno en el que está inmerso. De este modo, el cuerpo permite el contacto de los individuos con el mundo y constituye el fundamento de la percepción, ya que sin él no se podrían llevar a cabo las experiencias sensoriales. Además, este cuerpo siente y se relaciona afectivamente con el entorno a través de la experiencia vivida.

Un aspecto central para Gallagher y Zahavi (2020) es cuestionar la separación radical entre cuerpo y mente propuesta por Descartes, puesto que esta dicotomía omite la propia corporalidad en la medida en que el cuerpo es el medio natural gracias al cual el sujeto manifiesta acciones intencionadas que generan acople óptimo con el entorno y, concretamente, con los objetos.

Teniendo esto en cuenta, la cognición enactiva ofrece un marco idóneo para explorar la constitución del género al enfatizar el carácter dinámico, relacional y situado del cuerpo en interacción con su entorno. A continuación, se presenta una primera aproximación que podría tener la perspectiva en el ámbito de la constitución de la identidad de género.

Paralelismos entre enactivismo y performatividad de género

El enactivismo y la teoría de la performatividad de género, desarrollada por Butler (1998), comparten un rechazo a las concepciones esencialistas y estáticas del género, destacando en cambio su carácter emergente, situado y dependiente de interacciones dinámicas con los entornos social y material. Este paralelismo subraya cómo ambos enfoques desafían nociones tradicionales y abren nuevas perspectivas para comprender la constitución de las identidades de género.

La identidad de género, según Butler (1998), es instituida por la estilización del cuerpo, lo que la hace una manifestación de gestos, movimientos y normas que crean la ilusión de un yo generizado permanente. Esta aproximación trasciende la idea del género como una identidad sustancial y sugiere una conceptualización de temporalidad social constituida.

En el mismo sentido, Butler (1998) sostiene que el género se constituye performativamente, es decir, a través de actos repetidos y normativos que producen la apariencia de estabilidad. El enactivismo complementa esta perspectiva al ofrecer una explicación relacional y dinámica: el género no solo se hace a través de actos performativos, sino que también emerge del acoplamiento entre el agente corporizado y el contexto sociocultural, en otras palabras, el género es enactuado a partir de comportamientos y acciones sociales. Mientras que la teoría de la performatividad enfatiza que las normas sociales regulan y restringen las posibilidades de identidad, el enactivismo sugiere que la identidad se genera a partir de interacciones sensoriomotoras que moldean la experiencia subjetiva del mundo (Di Paolo et al., 2018).

Desde una perspectiva fenomenológica, Merleau-Ponty (1957) sugiere que el cuerpo no es solo un objeto en el mundo, sino el medio a través del cual el mundo se hace accesible. Esta idea se conecta con la cognición enactiva, que sostiene que la identidad no puede separarse de las experiencias corporeizadas que surgen en la relación dinámica con el entorno (Gallagher y Zahavi, 2020). En este sentido, la agencia del sujeto se entiende de manera diferente en ambos enfoques: el enactivismo la concibe como la capacidad de coconstruir significado a través de la interacción con el mundo (Di Paolo et al., 2018), mientras que Butler (1998) argumenta que la agencia está condicionada por estructuras discursivas que determinan qué formas de identidad son inteligibles y cuáles quedan marginadas.

Epistemológicamente, el enactivismo tiene una base en la biología y la fenomenología, abordando la cognición como un proceso emergente de la interacción organismo-entorno (Di Paolo et al., 2018). En cambio, Butler (1998) trabaja desde una perspectiva posestructuralista, donde el lenguaje y el discurso juegan un papel central en la producción de subjetividades. Esto sugiere que, aunque ambos enfoques rechazan el esencialismo, difieren en su comprensión del origen de la identidad y la agencia.

Así, aunque ambas teorías reconocen la importancia de la acción y la interacción en la constitución de la identidad, difieren en su enfoque y alcance. Mientras que la cognición enactiva enfatiza el papel del cuerpo en la generación de sentido a partir de su relación con el entorno (Di Paolo et al., 2018), la teoría de la performatividad pone el foco en el lenguaje, los discursos y los actos reiterativos como elementos constitutivos del género dentro de marcos normativos sociales.

IDENTIDAD DE GÉNERO DESDE UNA PERSPECTIVA ENACTIVA

La percepción como base para la constitución de la identidad de género

Como se ha planteado, la experiencia del mundo se basa en un bucle de percepción-acción (Varela et al., 1993), lo que sugiere que la constitución del género también emerge a partir de este proceso dinámico, activo y acoplado con el entorno. Haciendo una revisión de la investigación científica en los últimos años, trabajos recientes proponen integrar ambas perspectivas que exploran cómo las teorías enactivas y performativas pueden complementarse al analizar la identidad de género como un proceso corporeizado, regulado tanto por normativas socioculturales como por dinámicas perceptivas y sensoriomotoras.

En primer lugar, Albarracín y Poirier (2022) presentan un trabajo cuyo objetivo es explicar cómo los géneros se enactúan a través de las oportunidades de acción, es decir, affordances que proporciona el entorno cultural, enmarcándose en una perspectiva enactiva-ecológica. Esta mirada subraya la interacción dinámica entre las prácticas culturales y las formas de corporeizar el género. Además, propone una visión del género como un constructo dinámico y dependiente del contexto cultural, definido como un guion cultural que regula comportamientos y roles. Su perspectiva enactivo-ecológica resalta que las identidades de género no emergen en el vacío, sino en constante diálogo con las affordances que el entorno ofrece, moldeadas a su vez por normas culturales preexistentes.

En segundo lugar, Hipólito et al. (2023), en otro trabajo, introducen el concepto de inteligencia artificial enactiva (eAI), que integra principios éticos y de inclusión de género en el diseño de sistemas de IA. Los autores buscan subvertir normas de género tradicionales, problematizando su influencia histórica en la marginalización de la feminidad, en los estereotipos presentes en el diseño de robots y en las interacciones humano-robot. En el contexto de la inteligencia artificial, consideran el género como un constructo social que puede ser subvertido o reforzado mediante el diseño tecnológico. Utilizando un enfoque enactivo, argumentan que la IA puede desempeñar un papel crucial en la redefinición de las identidades de género, promoviendo la equidad y cuestionando los estereotipos tradicionales.

En tercer lugar, en su artículo Halberg (2023) analiza críticamente el neurosexismo desde una perspectiva filosófica, cuestionando sus bases neurocéntricas y proponiendo un enfoque neurofeminista como alternativa. Su trabajo desafía interpretaciones reduccionistas y busca promover un entendimiento más amplio y equitativo del género en relación con las ciencias neurocognitivas. Igualmente, rechaza el esencialismo en torno al género, argumentando que es una constitución influida por la experiencia y la plasticidad cerebral. Desde la perspectiva enactiva, critica el neurosexismo y las nociones reduccionistas, defendiendo una comprensión más matizada y relacional del género que integra aspectos culturales y corporeizados.

En cuarto lugar, Butnor y MacKenzie (2022) dialogan entre la filosofía feminista y el enfoque enactivo en un capítulo de libro. El propósito del texto es evaluar los aportes explicativos y transformadores de ambos enfoques en relación con el género, destacando sus potenciales como herramientas liberadoras. El género es abordado como una constitución dinámica y relacional, definida por actuaciones corporizadas y normas sociales. Desde el enfoque enactivo, los autores argumentan que el género es un proceso en constante evolución, influido por las interacciones y las expectativas sociales.

En quinto lugar, Di Paolo y Thompson (2014), en un trabajo clásico, critican la visión tradicional de la ciencia cognitiva que separa mente y cuerpo. Proponen, en su lugar, una comprensión más integrada de la cognición, argumentando que esta perspectiva es esencial para abordar fenómenos como la identidad y las prácticas de género. Sin embargo, a diferencia de la teoría de la performatividad de Butler, que sitúa el género dentro de marcos discursivos y normativos que regulan la identidad a través de la repetición de actos, la perspectiva enactiva entiende la identidad de género como un proceso cognitivo dinámico que surge de la interacción continua entre cuerpo y entorno, sin reducirlo únicamente a la dimensión social o lingüística.

Desde esta perspectiva, el género no solo es una constitución social performativa, sino también un proceso cognitivo corporizado que involucra la percepción, la acción y la regulación sensoriomotora. Mientras que Butler (1998) enfatiza cómo el género es producido y regulado dentro de estructuras discursivas, el enactivismo destaca su coconstitución a través de experiencias corporales y procesos cognitivos situados en la relación directa con el mundo físico y social. Así, aunque ambas posturas coinciden en rechazar una concepción esencialista del género, la teoría enactiva no se limita a analizar el rol del lenguaje y las normas, sino que explora cómo la cognición corporeizada y los procesos perceptivos moldean la identidad de género en un marco de interacción con el entorno.

En sexto lugar, Shew y Garchar (2020) exploran cómo la cultura ambisexual de Gethen, basada en un contexto literario, desafía los roles de género binarios tradicionales. Su análisis fomenta una reflexión crítica sobre las construcciones sociales de género y su impacto en nuestras interpretaciones culturales. El análisis en el contexto literario de una cultura ambisexual cuestiona los roles de género binarios y propone una visión fluida y culturalmente construida del género. La postura enactiva presentada en este trabajo enfatiza la flexibilidad de las construcciones de género, que pueden redefinirse a través de prácticas culturales y filosóficas.

En séptimo lugar, Wehrle (2021), en un artículo, analiza la constitución de la identidad desde la integración de la teoría de la performatividad de Butler (1998) con un enfoque fenomenológico del cuerpo. Este trabajo resalta el papel de los hábitos y las prácticas corporales en la formación de identidades de género. También, describe el género como una constitución social moldeada por hábitos y prácticas que trascienden el sexo biológico. Desde una perspectiva fenomenológica y enactiva, argumenta que el género se constituye mediante interacciones continuas, destacando la importancia de las normas sociales en la formación de la identidad.

Finalmente, Brancazio (2019) explora cómo el género influye en los sentidos de agencia individual dentro de un marco enactivo, aportando una dimensión que conecta las dinámicas del género con experiencias de autonomía y acción en contextos específicos. Además, define el género como un factor moldeador tanto de las experiencias corporizadas como de los procesos cognitivos superiores, influyendo en la agencia y las dinámicas sociales. Su enfoque enactivo subraya que las percepciones de agencia están profundamente influenciadas por los contextos culturales, en los que el género juega un papel esencial en la formación de identidades e interacciones.

Género como práctica emergente y situada

Se parte de la siguiente premisa: las personas no simplemente son de una manera determinada en función de su sexo biológico, sino que hacen su género a través de acciones y comportamientos que se alinean con las expectativas culturales. Pero, sobre todo, si el género es enactuado, esto implica que las personas no son meros receptores de normas sociales, sino que poseen agencia para negociar, subvertir o reafirmar su identidad de género en función de sus experiencias e interacciones. Esta agencia se manifiesta en la capacidad de un individuo para negociar su posición social en relación con otros y para adoptar diferentes roles según lo requiera la situación (Albarracín y Poirier, 2022).

Al respecto, Di Paolo y Thompson (2014) destacan que el cuerpo actúa como el espacio donde se manifiestan las interacciones que configuran la identidad de género, vinculando las prácticas corporales con el entorno social. Brancazio (2019) enfatiza que las experiencias corporales no son neutras, sino que están condicionadas por normas de género que guían la percepción y la acción. Esto convierte al cuerpo en un nodo clave en la expresión y constitución de la identidad de género.

En este sentido, el género se manifiesta a través de bucles de percepción-acción que son moldeados por las normas culturales y las interacciones sociales. Estos bucles permiten a los individuos adaptarse y responder a las expectativas de género que les rodean (Albarracín y Poirier, 2022).

En este marco, Wehrle (2021) resalta que las acciones corporizadas y los hábitos recurrentes son centrales en la representación y comprensión del género. Shew y Garchar (2020) analizan cómo un cuerpo libre de determinaciones biológicas fijas, como en la ficción ambisexual de Le Guin (personaje principal del texto Gehen), permite una mayor fluidez en los roles de género. Halberg (2023) critica las perspectivas reduccionistas que centran la identidad de género en diferencias cerebrales, destacando la relevancia de las experiencias corporizadas.

Albarracín y Poirier (2022) ven el cuerpo como un sitio de posibilidades de acción donde se enactúa dinámicamente el género en respuesta a normas culturales. Butnor y MacKenzie (2022) exploran cómo el cuerpo, a través de prácticas performativas, construye activamente el género en contextos sociales. Hipólito et al. (2023) abordan el diseño inclusivo en la tecnología, donde la corporeización de géneros en robots puede influir en percepciones más fluidas de género.

Así, la identidad de género está profundamente influenciada por el cuerpo, entendido no solo como un ente biológico, sino también como un medio a través del cual se experimenta y se expresa el género.

Corporalidades emergentes: el cuerpo como espacio de transformación

A partir de la articulación entre la cognición enactiva y la performatividad de género, hemos comprendido que los cuerpos, y en especial el cuerpo vivido, requieren una concepción igualmente alternativa. Por ello, consideramos pertinente conceptualizar lo que denominamos corporalidades emergentes en el contexto de un mundo globalizado.

En concreto, consideramos que las corporalidades emergentes se refieren a aquellas formas de existencia y expresión del cuerpo que no están fijadas de antemano ni por la biología ni por los discursos normativos. Estas corporalidades surgen en la interacción con el entorno y reflejan nuevas maneras de habitar y experimentar el género, desafiando los modelos tradicionales y binarios (Di Paolo et al., 2018; Sheets-Johnstone, 2011).

Si bien las corporalidades emergentes pueden manifestarse tanto dentro como fuera del marco binario de género, su característica central es que no están determinadas exclusivamente por categorías preexistentes. Este concepto no se limita a la oposición binario/no binario, sino que apunta a la multiplicidad de formas en que el cuerpo puede ser vivido, experimentado y transformado en diversos contextos socioculturales. Desde esta perspectiva, el cuerpo no es una entidad estática, sino un proceso dinámico que responde a interacciones sensoriomotoras, experiencias perceptivas y configuraciones normativas en constante cambio (Merleau-Ponty, 1957 Gallagher y Zahavi, 2020).

Las corporalidades emergentes incluyen experiencias como las identidades trans, no binarias y queer, así como prácticas de modificación corporal y tecnologías reproductivas que permiten reconfigurar la relación entre cuerpo, género y biología. Desde una perspectiva enactiva, la identidad de género no es un estado fijo, sino un proceso dinámico moldeado por la percepción, la acción y la interacción con un entorno sociocultural en constante cambio (Kimmel et al., 2021). Este enfoque permite entender que la identidad de género no solo se define por marcos discursivos y normativos, como plantea Butler (1998), sino también por el acoplamiento entre el cuerpo y su entorno, generando posibilidades de agencia y transformación.

Además, las nuevas tecnologías han ampliado significativamente el espectro de corporalidades emergentes. Desde la hormonización y las cirugías de reasignación de género, hasta los avances en inteligencia artificial y biotecnología, estos desarrollos permiten expandir las posibilidades del cuerpo más allá de los límites biológicos tradicionales. En este sentido, las tecnologías reproductivas, las prótesis biomédicas y el diseño de inteligencias artificiales con expresiones de género fluidas evidencian que la identidad de género no es una realidad predefinida, sino un proceso de constante negociación con el entorno (Hipólito et al., 2023).

Desde la perspectiva enactiva, la emergencia de nuevas corporalidades no es solo un acto de resistencia discursiva, sino una manifestación del dinamismo de la experiencia corporizada. Mientras que la teoría de la performatividad de Butler (1998) enfatiza la reproducción de normas de género a través de la repetición de actos, la noción de corporalidades emergentes destaca que el cuerpo no solo reproduce, sino que también genera nuevas formas de existencia a partir de la interacción sensoriomotora, la plasticidad perceptiva y la incorporación de tecnologías en la experiencia de género.

Este enfoque permite pensar en corporalidades que van más allá del binarismo de género, entendiendo la identidad no como una esencia estática, sino como un fenómeno emergente moldeado por la relación entre cuerpo, percepción y entorno (Kimmel et al., 2021).

Dinámicas globales y locales en la experiencia de género

La globalización no es un proceso homogéneo ni neutral; sus efectos varían dependiendo de los contextos sociales, económicos y políticos en los que se manifiesta. En términos de género, la globalización ha facilitado la difusión de discursos sobre derechos humanos y diversidad, pero también ha reforzado modelos normativos que moldean la identidad de maneras distintas en cada sociedad (Di Paolo et al., 2018; Butler, 2006). Rodríguez (2020) argumenta que, aunque la globalización ha permitido visibilizar nuevas formas de identidad, también ha consolidado estructuras que moldean las experiencias corporales según esquemas normativos dominantes.

No obstante, la globalización no solo ha facilitado la visibilización de nuevas identidades de género, sino que también ha reforzado modelos normativos alineados con las estructuras económicas y políticas dominantes (Acker, 2004; Guzmán, 2002). Como plantea Butler (1998, 2006), el género no es una esencia individual, sino un sistema de regulaciones que define lo que es inteligible dentro de un marco social. En este sentido, la globalización no solo expande la visibilidad de identidades disidentes, sino que mantiene y reconfigura sistemas de exclusión. Las políticas neoliberales han mercantilizado la diversidad, incorporando narrativas de inclusión que, paradójicamente, pueden reforzar las jerarquías existentes en lugar de desmantelarlas (Arora et al., 2023). Así, las dinámicas globales no pueden analizarse únicamente en términos de mayor libertad identitaria, sino también en función de quién define las normas del reconocimiento y en qué condiciones se legitiman ciertas identidades sobre otras.

Como plantean Di Paolo y Thompson (2014), las experiencias sociales y ambientales juegan un rol crucial en la percepción y actuación de género. Brancazio (2019) destaca que los contextos sociales moldean las narrativas personales de género al establecer esquemas y normas culturales que influyen en la agencia individual. Wehrle (2021) señala que las normas sociales estructuran hábitos y comportamientos que consolidan roles e identidades de género.

No obstante, el impacto de la globalización no es homogéneo. Mientras que en países como Pakistán la digitalización ha facilitado la incorporación de mujeres en espacios laborales (Sudkämper et al., 2020), en otros contextos, la globalización ha reforzado narrativas de género normativas que limitan la diversidad identitaria. Brancazio (2019) subraya que, aunque la globalización ha permitido visibilizar nuevas formas de identidad, también ha consolidado estructuras normativas que moldean las experiencias corporales. De manera similar, Albarracín y Poirier (2022) sostienen que las affordances culturales del entorno social pueden expandir o restringir la enactuación del género, dependiendo de cómo se configuren las normas locales en diálogo con influencias globales.

Desde una perspectiva teórica, la relación entre globalización y género ha sido ampliamente debatida. Mientras que Butler (2006) sostiene que las identidades de género son construcciones reguladas por discursos globales y locales, Hipólito et al. (2023) argumentan que las tecnologías emergentes han generado nuevos espacios de negociación identitaria. En este sentido, el acceso a herramientas digitales, la representación en medios y el diseño de tecnologías inclusivas pueden actuar como facilitadores para la diversidad de género o, por el contrario, reforzar modelos tradicionales.

Merleau-Ponty (1957) subraya que la identidad no es un atributo esencial del sujeto, sino una experiencia corporeizada que se configura en la interacción con el mundo. Según Gallagher y Zahavi (2020), "el cuerpo se considera un principio constitutivo o trascendental, […] porque está involucrado en la posibilidad misma de la experiencia. Interviene profundamente en nuestra relación con el mundo, […] con los demás y en nuestra relación con nosotros mismos" (p. 206). Desde esta perspectiva, la identidad de género no solo se configura en función de normas sociales y discursos globales, sino también a través de la experiencia mediada por el cuerpo y la interacción con el entorno.

Siguiendo a Gibson (1979), las affordances -posibilidades de acción que el entorno ofrece- juegan un papel clave en la constitución de la experiencia perceptiva y la identidad de género. Esta perspectiva ecológica de la percepción comparte con el enactivismo la idea de que el ambiente y las interacciones del cuerpo con él son fundamentales en la forma en que las personas experimentan su identidad de género (Rojas, 2020). Así, el cuerpo no solo actúa dentro de normas preexistentes, sino que también responde activamente a las oportunidades que el entorno ofrece para la exploración y redefinición de la identidad.

Vergara (2010) plantea que la experiencia humana debe ser entendida desde la corporeidad, ya que el cuerpo es el punto de partida de toda percepción y acción. En este sentido, la globalización no solo transforma las normas de género a nivel discursivo, también reconfigura las formas en que los individuos experimentan y perciben su propia corporalidad. Así, el cuerpo no es solo un objeto pasivo donde se inscriben normas, sino el eje desde el cual los sujetos navegan su identidad en un mundo en constante cambio.

Siguiendo esta idea, la identidad de género es un proceso que implica una diferenciación con los demás. Como sostiene Butler (2006), el individuo está expuesto al mundo de los otros desde su nacimiento y es moldeado por la interacción social. Solo posteriormente, y con incertidumbre, el cuerpo se convierte en aquello que reclamamos como propio. Desde una perspectiva fenomenológica, esta diferenciación no significa una separación absoluta, sino un proceso de autodefinición dentro del entramado de relaciones sociales.

Este proceso de diferenciación está ligado a la agencia individual, que no se desarrolla en un vacío, sino dentro de estructuras sociales que condicionan, pero no determinan completamente, la identidad. En este sentido, Butler (2006) afirma que, si bien el sujeto es constituido por el mundo social, su agencia no es imposible; más bien, se mueve dentro de las paradojas de su propia constitución. Esto sugiere que la identidad de género no es solo un producto de normas globales, sino un fenómeno que se negocia en cada contexto local, a través de la interacción entre el cuerpo, el entorno y las normas socioculturales.

En conclusión, la interacción entre el cuerpo y el entorno social revela que la identidad de género es un proceso dinámico y relacional. Este enfoque enactivo proporciona una comprensión más compleja y matizada del género, abarcando tanto las dimensiones individuales como las colectivas. Al reconocer el papel de la globalización en la configuración de las identidades de género, se enfatiza que la identidad no es una realidad predefinida, sino una constitución que emerge de la interacción entre discursos globales, normas locales y experiencias corporeizadas.

CONCLUSIONES Y FUTURAS LÍNEAS DE INVESTIGACIÓN

La discusión sobre la identidad de género no se limita solo a la percepción o al autoconcepto individual, sino que involucra múltiples dimensiones. Desde las perspectivas enactivas, el género es un fenómeno dinámico, relacional y en constante constitución, que surge de la interacción entre experiencias corporales, prácticas sociales y entornos culturales. Este enfoque desafía las concepciones tradicionales y esencialistas, resaltando la naturaleza fluida y negociada de la identidad de género.

El cuerpo, más allá de su dimensión biológica, es el espacio donde el género se materializa y se transforma a través de la interacción con los demás. En este sentido, la identidad de género no puede entenderse solo desde la percepción individual, sino que también debe analizarse dentro de los marcos sociales y culturales que la configuran. Lejos de ser estáticos, estos marcos ofrecen oportunidades para la renegociación y el cambio, permitiendo que las identidades de género evolucionen y se reconfiguren en función de los contextos socioculturales contemporáneos.

Desde una perspectiva enactiva, la identidad de género no puede comprenderse sin considerar la relación entre cuerpo y mente. Más que un mero receptáculo de normas, el cuerpo es un agente activo en la constitución del género, una manifestación de la mente corporeizada que permite la experiencia y el sentido de sí. En este proceso, la diferencia entre esquema e imagen corporales es crucial, ya que muestra cómo el cuerpo no es solo un objeto pasivo donde se inscriben normas, sino un organismo motivado para la acción y en constante interacción con el entorno.

La afirmación "yo soy" no solo involucra al individuo, sino también a la sociedad. Las relaciones e interacciones sociales están moldeadas por la constitución de nuestra identidad, al mismo tiempo que esta se forma a partir de dichas interacciones. La experiencia vivida del cuerpo es fundamental en este proceso: como señala Merleau-Ponty (1957), el cuerpo no solo siente, sino que también se relaciona afectivamente con el entorno, lo que constituye el fundamento mismo de la percepción y la identidad.

Por otro lado, la globalización ha transformado los marcos de referencia en torno a la identidad de género, generando tensiones entre normas culturales locales e influencias globales. Si bien ha permitido la visibilización de nuevas identidades y expresiones de género, también ha reforzado ciertos modelos normativos que limitan la diversidad. Como argumentan Brancazio (2019) y Albarracín y Poirier (2022), las affordances culturales pueden actuar como catalizadores de cambio o como mecanismos de regulación que restringen la performatividad del género en función de expectativas preestablecidas.

Asimismo, la tecnología juega un papel fundamental en estos procesos. El diseño de inteligencias artificiales, tecnologías inclusivas y nuevas formas de representación digital ha abierto espacios para la negociación de identidades de género, desafiando las categorías binarias tradicionales (Hipólito et al., 2023). Sin embargo, esta transformación no está exenta de contradicciones, ya que muchas de estas tecnologías aún replican modelos cisnormativos y excluyentes.

Desde los aportes del enactivismo en relación con la identidad de género, se evidencia la necesidad de explorar más a fondo cómo las experiencias corporales y las dinámicas sociales se entrelazan en la constitución del género, especialmente en contextos culturales diversos. Las investigaciones futuras pueden ampliar esta perspectiva, integrando estudios empíricos que consideren la diversidad de experiencias de género en distintos territorios y comunidades.

Nuestra propuesta representa un acercamiento inicial a las múltiples posibilidades de análisis que ofrecen las perspectivas enactivas y la identidad de género. Estos no son temas con definiciones claras ni conclusiones definitivas; por el contrario, son cuestiones en constante revisión que plantean desafíos tanto para la investigación como para la práctica educativa y psicológica. Como señala Butler (2006), la agencia individual no se desarrolla en un vacío, sino dentro de estructuras sociales que la condicionan. Si tengo alguna agencia, es la que se deriva del hecho de que soy constituida por un mundo social que nunca escogí. Que mi agencia esté repleta de paradojas no significa que sea imposible. Significa solo que la paradoja es la condición de su posibilidad.

En este sentido, las futuras investigaciones sobre identidad de género deben no solo profundizar en el plano teórico, sino también trasladar estos debates a los ámbitos empírico y práctico. Las metodologías cualitativas, como entrevistas, estudios de caso y análisis fenomenológicos, pueden permitir un acercamiento más profundo a las experiencias vividas de las personas trans, no binarias y de género fluido en diversos contextos culturales. Además, resulta crucial integrar perspectivas interseccionales que consideren el papel de la raza, la clase y la discapacidad en la constitución de la identidad de género.

Las corporalidades emergentes constituyen un elemento central en la comprensión contemporánea del género, pues evidencian que el cuerpo no es un ente pasivo donde se inscriben normas sociales, sino un espacio activo de transformación y resistencia. Desde la perspectiva enactiva, las identidades de género no solo se configuran en relación con discursos normativos, sino que surgen y evolucionan a través de la interacción con el entorno, las experiencias perceptivas y los cambios tecnológicos. Como señala Di Paolo et al. (2018), el cuerpo no solo responde a categorías predefinidas, sino que participa en la creación de nuevas formas de existencia, lo que permite que las corporalidades emergentes desafíen el binarismo de género, entendido como el sistema que reduce las identidades a dos únicas categorías fijas: hombre o mujer (Butler, 1998; Albarracín y Poirier, 2022). En este sentido, es crucial seguir explorando cómo las transformaciones socioculturales, el acceso a tecnologías biomédicas y los avances en inteligencia artificial influyen en la forma en que el género se experimenta y se expresa en la actualidad (Hipólito et al., 2023).

Por último, comprender la identidad de género desde una perspectiva enactiva no es solo un ejercicio teórico, sino un compromiso con el reconocimiento de la diversidad, la agencia y la intersubjetividad. En un mundo donde las normas de género continúan siendo un terreno de disputa política y cultural, es fundamental que la investigación no solo describa estos procesos, sino que también contribuya activamente a la constitución de sociedades más inclusivas y equitativas. Solo al integrar estas dimensiones en la investigación, la educación y las políticas públicas podremos avanzar hacia una comprensión del género que no solo sea más inclusiva, sino también más transformadora y humana.


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