El enfoque constructivista y el papel de los nacionalismos en la desintegración de Yugoslavia: ¿coyuntura política o herencia del pasado?
The constructivist approach and role of nationalism in the Disintegration of Yugoslavia: Political conjuncture or inheritance of the Past?
Hugo Marcos-Marné
Universidad de Salamanca
MSc en Ciencia Política, Universidad de Salamanca
hmarcosmarne@gmail.com
*Recibido: 3 de febrero de 2014 / Aceptado: 7 de julio de 2014
Para citar este artículo
Marcos-Marné, H. (2014). El enfoque constructivista y el papel de los nacionalismos en la desintegración de Yugoslavia: ¿coyuntura política o herencia del pasado? OASIS, 19, pp. 105-121.
Resumen
La disolución de la República Socialista Federal de Yugoslavia a partir del año 1991 supuso un hito histórico de gran importancia en Europa. La consecuencia más visible de este proceso fue el inicio de un periodo de reconfiguración de fronteras y de luchas internas, fruto de las cuales surgieron seis Estados independientes allí donde solo había uno. Por la naturaleza de las reivindicaciones el de los Balcanes se ha considerado un conflicto étnico, pero ¿cómo se debe entender la configuración y aparición de dichos nacionalismos? La intención de este artículo es argumentar la adecuación del enfoque constructivista para dar respuesta a dicho interrogante, siendo un argumento central la enorme importancia de los actores políticos y, en concreto, de las élites. Dichas élites tienen un papel central en la configuración, (re)definición e interpretación de las identidades nacionales. Con este objeto en mente se va a trabajar con un enfoque histórico-comparado, analizando cada uno de los casos por separado y viendo su relación con los demás. La idea es no centrar el análisis en torno a la inevitabilidad de los acontecimientos, sino buscar los aspectos coyunturales e identitarios que marcaron el devenir de cada república.
Palabras clave: Yugoslavia, constructivismo, nacionalismos, identidad, conflicto.
Abstract
The Socialist Federal Republic of Yugoslavia began to disintegrate in 1991. Such a milestone in Europe resulted in the reconfiguration of borders and internal struggles. Where there had previously only been one independent state, six new ones were established. As a result, ethnic conflict emerged which brought forth questions regarding national movements. The objective of this paper is to question the adequacy of the constructivist approach in addressing this concern. An essential component to understanding the argument raised involves analyzing the political actors and, most importantly, the elite among them, who play a central role in their national identities. With this in mind, each case will be analyzed from a historical-comparative approach and aim to establish any similarities present among them. Rather than focusing on the inevitability of Yugoslavia’s’ break up, issues relating to circumstantial and identity formation will be discussed for each republic.
Key Words: Yugoslavia, constructivism, nationalisms, identity, conflict.
Introducción y planteamiento teórico
El objetivo de este artículo es plantear un estudio comparado sobre los nacionalismos en el proceso de disolución del Estado yugoslavo iniciado en el año 1991. Para ello, estos fenómenos de naturaleza compleja se analizarán a la luz de las teorías existentes sobre el nacionalismo; la hipótesis de partida es que en este caso encuentran un mejor apoyo empírico las teorías constructivistas, que consideran los factores políticos desde el primer momento de la movilización nacionalista. Esta consideración no significa dejar de lado los elementos históricos y objetivos que tienen su importancia en la cuestión identitaria, pero sí dar prioridad a los aspectos políticos y los significados construidos por encima de ellos.
Así pues, las unidades de análisis van a ser los nacionalismos bosnio, croata, esloveno, kosovar, macedonio, montenegrino y serbio, temporalmente acotados desde que comienzan a hacerse patentes las demandas secesionistas en Yugoslavia. Esto es, desde las elecciones convocadas en Eslovenia, Croacia y Macedonia en 1991, y hasta su desenlace actual, momento en el cual todas las repúblicas federadas –además de Kosovo, que era una provincia autónoma– han logrado acceder a la independencia1. Para ello se va a considerar la autodeterminación como aspiración que dio sentido a dichos nacionalismos en su nacimiento, y como punto de llegada que marca su éxito final en términos políticos.
Una de las interpretaciones con la cual se ha venido estudiando el fenómeno de los procesos políticos nacionalistas es la que parte de entender un concepto primordialista o prepolítico de las naciones. La idea básica de esta concepción es la de considerar las nacionalidades como algo dado en el mundo real, que puede observarse de forma unívoca. Esto es, el nacionalismo surge como fruto de un proceso social en cuanto a los elementos de la nación y a la identidad nacional, y no se adentra en el terreno de lo político hasta la tercera fase, la de su movilización (Smith, 1986). Por tanto, el acento teórico se pone en los prerrequisitos culturales, dejando a la política jugar un papel mucho más secundario (van der Berghe, 1981)2.
Frente a esta concepción en el estudio del nacionalismo aparece la corriente constructivista (Anderson, 1995; Gellner, 1983; Hobsbawm, 1991 o Maíz, 2006), en la que la etnicidad diferenciada es considerada como una condición necesaria pero no suficiente, siendo precisas una serie de actuaciones políticas que conformen la naturaleza o esencia misma del nacionalismo. Además de esta precondición cultural deben existir otros elementos que son los que van a determinar el surgimiento o no de un movimiento nacionalista. Para dicho surgimiento sería necesario contar con la existencia de precondiciones sociales, con una estructura de oportunidades políticas que juegue a favor del nacionalismo, con movilizaciones nacionalistas y con un discurso que acompañe este proceso (Maíz, 1996)3.
La intención de este artículo es aplicar el modelo constructivista de los nacionalismos a los procesos que se vivieron a principios de la década de los noventa en los Balcanes yugoslavos, contraponiéndolo al modelo primordialista. De esta manera, la afirmación básica por demostrar es que la nación no constituye un dato objetivo y natural previo a la movilización (Maíz, 1996, p. 35), sino que es el fruto o el resultado de un proceso político además de social.
En el caso concreto de los nacionalismos que surgieron de la antigua Yugoslavia, la hipótesis de trabajo es que se trata de procesos de naturaleza eminentemente política. En dichos procesos el papel jugado por los líderes –muchos de ellos con raíces en el partido comunista– al interior de cada uno de los territorios objeto de estudio es un catalizador básico y esencial, que ayuda a entender el nacionalismo resultante. Para ello, y planteando la estructura del trabajo, se van a considerar cada una de las cuatro fases del modelo constructivista en relación con el fenómeno yugoslavo, comenzando por la entendida como condición necesaria, es decir, la existencia de precondiciones étnicas sobre las cuales actúa la política, para luego continuar con la estructura de oportunidades políticas, las movilizaciones nacionalistas y la conformación de un discurso que apoye el proceso.
La base del nacionalismo: precondiciones étnicas diferenciales
En el área geográfica objeto de estudio se puede constatar sin dificultad la existencia de precondiciones étnicas diferenciales. Tomando como referencia los datos del proyecto sobre Conflictos Internacionales GROWUP4 se puede apreciar la enorme diversidad étnica del territorio a finales de los años ochenta y principios de los noventa. Adicionalmente, otra información valiosa que se puede extraer de estos datos es la posición relativa de cada grupo étnico al interior del país. Con base en esta distinción podemos encontrar grupos discriminados (albaneses), grupos que gozan de autonomía regional (húngaros) o grupos senior partner en el gobierno (bosnios, croatas, eslovenos, macedonios, montenegrinos y serbios)5.
También resulta de interés la información aportada por la tabla 1, que contiene datos sobre la fragmentación étnica de los territorios en el año 1991, así como la fragmentación lingüística y religiosa para cada una de las repúblicas en el año 2001. Los indicadores planteados miden la posibilidad de que tomadas dos personas al azar dentro de cada territorio estas pertenezcan bien a diferentes etnias (fragmentación étnica), hablen lenguas distintas (fragmentación lingüística) o profesen diversas culturas religiosas (fragmentación religiosa). La labor política de construcción o redefinición de identidades en un contexto tan heterogéneo como el yugoslavo puede resultar un proceso más sencillo que en otro territorio más homogéneo, dado el fondo social objetivo y observable en el cual apoyar las cuestiones que tienen que ver con la diferenciación etnocultural de los grupos. El hecho de que algunas repúblicas presenten unos datos más moderados en relación con la fragmentación, no oculta la lógica del conjunto a partir de la cual se puede afirmar la diversidad etno-cultural del Estado yugoslavo.
Los Estados que formaban parte de Yugoslavia en la década de los ochenta habían tenido un amplio recorrido histórico, existiendo en el pasado bien como unidades independientes o bien como parte de distintos imperios. Siendo como eran los Balcanes un territorio de encuentro entre culturas, se habían depositado en la zona las herencias de grandes imperios –como el austro-húngaro y el otomano–, lo que llevó a la existencia de diversas lenguas, diferentes religiones (católicos, protestantes y musulmanes) y distintas etnias (eslavos, helenos, albaneses…). Un buen reflejo del diverso mosaico etno-cultural de Yugoslavia aparece recogido en el siguiente párrafo: “Yugoslavia en pocas palabras es un país con dos alfabetos, tres grandes religiones, cinco lenguas principales, seis naciones, seis repúblicas y siete países circundantes con los cuales compartía fronteras, grupos étnicos y lenguas” (Bugarski, 1997, 15)7.
Si se asume como cierta la diferenciación étnica reinante en la región junto con un enfoque primordialista se debe enfrentar un problema que se deriva de la observación político-histórica. Este problema nace del hecho de que estos nacionalismos, teóricamente naturales y potencialmente disgregadores, fueron capaces de convivir juntos a lo largo de amplios periodos en el tiempo, con una identidad común como eslavos del sur. La última de las veces esta convivencia se extendió en el tiempo durante más de cuarenta años, en el periodo que va desde el fin de la Segunda Guerra Mundial hasta el comienzo de la década de los noventa, fecha en la que finaliza la cohesión territorial yugoslava.
Cierto es, y es importante reseñar la cuestión, que la República Federativa de Yugoslavia existió durante estos cuarenta años como un régimen autoritario (Veiga, 1994; Aguilera de Prat, 1994; Cohen, 1996; Taibo 2000; Veiga, 2011) en el que los costes de la movilización aumentaban de forma significativa por la represión existente. Esta puede ser una razón plausible que explique el porqué de la convivencia en Yugoslavia, pudiendo defender la teoría primordialista. Sin embargo, no es menos cierto que el régimen que enfrentaron de forma directa los nacionalismos a comienzos de los años noventa era igualmente autoritario y ello no frenó las movilizaciones. A pesar de que la fuerza represora del Estado yugoslavo no era la misma, no se puede ignorar el hecho de que cuando se hizo necesario frenar los movimientos nacionalistas en Kosovo se echó mano del ejército y de fuerzas paramilitares. Es por ello que no se puede achacar el auge de los nacionalismos únicamente a una eventual pérdida de poder coactiva del Estado.
El punto que se intenta explicar con esta argumentación es que los nacionalismos bosnio, croata, esloveno, kosovar, macedonio, montenegrino y serbio no eran un fenómeno natural, observable de forma objetiva, que se encontrara aplastado por las circunstancias autoritarias. Al enfrentar a esta concepción el modelo constructivista se deben considerar una serie de actuaciones políticas que no solo despertaron, sino que completaron y dieron forma a los nacionalismos en los Balcanes tal y como se manifestaron con posterioridad.
Esto no va en contra de la existencia de un sustrato identitario previo, representado en las ya mencionadas precondiciones étnicas diferenciales. Sin embargo, estas precondiciones no configuran el nacionalismo de una forma irreversible por la fuerza de los hechos históricos, sino que son el punto de partida sobre el cual van a actuar las fuerzas políticas y sociales. Como se expuso en el apartado introductorio, estaríamos ante una condición necesaria para el surgimiento del nacionalismo, pero la existencia de esta condición deja un amplio margen de maniobra a la actuación política, construyendo, interpretando e incluso olvidando episodios históricos8 y discursos. A partir de todo este proceso creativo se configura (o reconfigura) y se define (o redefine) el movimiento nacionalista, con una naturaleza contingente y no necesaria, como sería si se tomara en cuenta el sentido propuesto por una interpretación puramente primordialista.
Unida a la cuestión de las precondiciones culturales aparece ubicada en el esquema constructivista la idea que se refiere a las precondiciones económicas (Maíz, 1996 y 1997). El sentido de este argumento es que para la existencia de un movimiento nacionalista debe haber unos mínimos recursos económicos sobre los que asentarse, un punto de partida que sirva de sustrato logístico al nacionalismo9.
A pesar de la innegable lógica que presenta este argumento, parece no corresponder en su totalidad con el proceso nacionalista vivido en la antigua Yugoslavia. La disparidad económica entre las unidades territoriales que componían el Estado yugoslavo era muy importante, y algunos de los territorios quedaban muy alejados de los niveles económicos en Estados de la Europa occidental, y aun por detrás de algunos países africanos. En la tabla 2 podemos ver los resultados de las diferentes unidades territoriales para el año 1991.
A la vista de estos datos aparece un punto de fricción con el modelo constructivista, puesto que los valores en PIB per cápita de Bosnia-Herzegovina, Kosovo o Macedonia difícilmente podrían considerarse como una situación económica suficientemente saneada sobre la cual asentar el nacionalismo. Especialmente claro es el caso kosovar, que con unos ingresos per cápita relativamente bajos consigue articular un movimiento nacionalista e independentista de gran fuerza incluso en el terreno armado. Un argumento que podría ayudar a salvar la cuestión de las precondiciones económicas es el de que los ingresos o apoyos internacionales pueden suplir la carencia económica interna. La observación sería válida para casos como el esloveno o el croata, en los que de forma clara hubo una implicación de potencias internacionales10, pero no sería predicable de otros como Bosnia-Herzegovina o Macedonia.
Esta observación no pretende discutir categóricamente la esencialidad de un mínimo nivel económico que sustente los movimientos nacionalistas, pero parece interesante observar el matiz que para este fenómeno suponen los nacionalismos balcánicos. La idea de la ayuda internacional es un factor para tener en cuenta, incluso en cuanto a un posible apoyo de Albania a la guerrilla de Kosovo, pero no parece estructurar un argumento del todo coherente para la totalidad de los casos.
Una posible hipótesis a este respecto es que en el caso de los Balcanes el enorme peso de la estructura de oportunidad política (en adelante EOP) fue capaz de rellenar un espacio que no cubrían necesariamente las precondiciones económicas. Es decir, aun en un contexto de falta de recursos, la ventana de oportunidad que se abrió a comienzos de los años noventa permitió la articulación de movimientos nacionalistas donde podrían no haber cobrado fuerza en otros momentos históricos.
Esta observación resultaría además coherente con la idea de la contingencia de los nacionalismos, y su formación y estructuración fruto de actuaciones políticas. En cualquier caso haría falta un desarrollo en profundidad para comprobar fehacientemente la validez de la misma, y dicho argumento trasciende el objetivo de este artículo.
Estructura de oportunidad política
Los movimientos nacionalistas en los Balcanes, que ya habían tenido diferentes manifestaciones a lo largo del siglo XX, encuentran en la década de los noventa un contexto político que les permite desarrollarse y proyectarse con todo su potencial. El elemento base que me permite explicar esta estructura de oportunidad política favorable es la pérdida de legitimidad del régimen aglutinador de los nacionalismos, acaecida en torno a una crisis económica que estaba causando estragos entre la población (Moneo Laín, 2010). Junto a esta crisis, otro factor decisivo que favorece la apertura en la eop es el contexto internacional, el cual será desarrollado en segundo lugar.
Por tanto y en primer lugar, para explicar la falta de legitimidad es importante hacer referencia a la crisis económica, que a pesar de tener un componente global se manifestó con toda su fuerza en el territorio yugoslavo. Desde el año 1977 se produce una caída en picada del pib per cápita, cuyo nivel toca mínimos históricos en los años en los que se lleva a cabo el proceso de secesión (Moneo Laín, 2010, p. 148).
Este problema de la crisis se ve agravado por la cuestión de la heterogeneidad económica de las distintas unidades territoriales, representada en la tabla 2, que pudo alimentar en las regiones más ricas la idea de que una quiebra con el sistema vigente les permitiría salir de la crisis, al dejar de destinar fondos propios hacia las regiones menos favorecidas. En coherencia con lo expuesto anteriormente, esta idea de que el nacionalismo –expresado a través de la autodeterminación– puede solucionar la situación no surge espontáneamente, sino que es fruto de actividades políticas que serán analizadas en fases posteriores.
El segundo elemento mencionado como relevante en la constatación de una eop favorable al surgimiento de los nacionalismos fue el contexto internacional. En el año 1989 caía el muro de Berlín, y la Guerra Fría empezaba a aproximarse a su final con la desmembración de la URSS. Para las potencias occidentales Yugoslavia, a pesar de su ideología comunista, había sido considerada como un país aliado, que financiaban o apoyaban por el desgaste que suponía la promoción de una tercera vía alejada de la URSS. En este nuevo panorama internacional, y sin un líder sólido que ejerciese como interlocutor válido de una Yugoslavia unida, las potencias occidentales retiran parte de sus apoyos económicos, llegando incluso a apoyar los movimientos disidentes al interior del territorio. Los incipientes movimientos nacionalistas se encuentran con un panorama internacional en el que se ven apoyados, dialéctica y económicamente, por las potencias europeas.
El fallecimiento de Tito, que había sido el carismático líder de Yugoslavia hasta el mismo día de su muerte, había dejado un vacío de poder en la cúspide de la Liga Comunista de Yugoslavia (LCY) que preocupaba enormemente a los dirigentes políticos de la época. La cuestión sucesoria, que sería el tercer factor favorable dentro de la EOP, se venía planteando desde hacía al menos dos décadas, pero la solución que se encontró no contribuyó a la formación de una identidad común fuerte.
La opción de los líderes comunistas del momento fue optar por la constitución de una presidencia rotatoria entre los líderes de las ligas comunistas al interior de cada una de las repúblicas federadas. Estos accedían al poder por dos años, pasados los cuales debían ceder el turno en el orden que estuviese establecido. La presidencia sería la directora política de un comité constituido por los comisarios de los partidos comunistas de cada una de las repúblicas y de las provincias autónomas. Siguiendo la buscada lógica de jugadores de veto11, en este comité se debían tomar las decisiones por unanimidad, una regla que se mostró engorrosa en todo momento, y que hizo imposible el gobierno político del Estado cuando las tensiones y los estragos de la crisis económica hicieron mella en la realidad política e institucional yugoslava.
Un cuarto elemento que merece ser destacado para la descripción de la estructura de oportunidad política es el comportamiento del ejército. El Ejército Popular Yugoslavo contaba, al menos en la teoría, con una gran capacidad logística y bélica, que le permitiría eventualmente frenar cualquier invasión que ocurriese en el territorio yugoslavo, lo cual fue una posibilidad real en momentos especialmente tensos de la Guerra Fría. Siendo esto así, su existencia cohesionada y organizada sería un factor unificador que aumentaba enormemente los costes de la movilización política nacionalista.
La situación con la que se encontraron los líderes políticos nacionalistas fue que, a la hora de la verdad, el Ejército Popular Yugoslavo demostró una muy escasa capacidad de actuación, cuestión que se representó de forma muy clara en la débil intervención fracasada que supuso la guerra de los Diez Días en territorio esloveno, y el gran número de deserciones que soportaron en las semanas inmediatamente anteriores a la contienda. La debilidad, o al menos la falta de unidad y de liderazgo dentro de la fuerza castrense yugoslava, supone un factor relevante para la observación de un marco favorable para el fortalecimiento de los nacionalismos.
Una vez analizadas las precondiciones sociales –junto con su utilización política– y los factores que nos permiten referirnos de forma clara a una Estructura de Oportunidad Política favorable para los movimientos nacionalistas, se van a exponer los puntos relativos a las fases tercera y cuarta del modelo constructivista, esto es, la movilización nacionalista y el discurso nacionalista.
La movilización y el discurso nacionalista
En la fase de la movilización nacionalista es en la que mejor se puede apreciar la mano de las élites políticas en su papel de constructoras y afectadoras de identidades nacionalistas. El papel jugado por Slobodan Milosevic en relación con el nacionalismo serbio puede ser el caso paradigmático en este sentido (Veiga, 2004).
En el año 1981, se produce en Kosovo una rebelión de ciudadanos de etnia albanokosovar solicitando el derecho de secesión del territorio, que ya tenía estatus formal de provincia autónoma12. El líder político enviado desde Belgrado para actuar sobre el terreno, y eventualmente sofocar la rebelión es el serbio Slobodan Milosevic, que a su llegada a la zona se va a erigir como el gran defensor de los derechos de los serbios en Kosovo.
No es que en Kosovo no existiese un sus-trato identitario diferente antes de la llegada de Milosevic, su existencia está más allá de toda duda (lengua, religión…). Sin embargo, sus discursos en relación con el nacimiento de la nación serbia consiguieron un efecto galvanizador de los serbios no solo en Kosovo13, sino en todos los territorios donde constituían una minoría representativa. Solo así se puede entender el levantamiento serbio en Eslavonia Oriental y la Krajina14, o la declaración de independencia por parte de la República Srpska en Bosnia-Herzegovina.
Con la aparición de Milosevic en el panorama se produce un nuevo fenómeno político en Yugoslavia, que paradójicamente era una de las cuestiones que se habían intentado evitar en la época titista: la aparición de un líder político excesivamente fuerte y que sobresaliese respecto de los demás, en contra del equilibrio de poderes y de la existencia de jugadores de veto propuesta por Tito y los defensores de su modelo.
A partir del año 1981 se produce una reinterpretación del nacionalismo serbio encabezada por Milosevic y ayudada por sectores intelectuales –como muestra la aparición del manifiesto de la academia de las artes de Belgrado–. Esta reconstrucción del nacionalismo serbio los presenta como un pueblo oprimido dentro de Yugoslavia, que debía reclamar los derechos históricos que le correspondían, recuperando incluso la idea de una Gran Serbia y, junto con ella, una noción de predestinación de la nación serbia, que debe luchar para lograr su papel en la historia (Drnovsek, 2000).
Esta reconstrucción de la identidad nacionalista serbia, apoyada desde instancias políticas e intelectuales, comenzó a dar sus frutos rápidamente. En primer lugar Milosevic, como dirigente político que llevó adelante esta reconceptualización fue capaz de derrotar al hasta entonces líder del partido, Iban Istambulic. Con esto se le otorgaba el control de todos los mecanismos organizativos y logísticos del partido comunista serbio. En segundo lugar, sus discursos e ideas prendieron de forma clara entre los serbios, alcanzando un punto especialmente álgido en las declaraciones de independencia de poblaciones serbias en Croacia y Bosnia-Herzegovina.
En el caso croata, y ante la deriva autoritaria que tomaba el régimen de Franjo Tudjman (Levitsky y Way, 2002), los serbios de la Krajina y de Eslavonia Oriental decidieron de forma unilateral declarar la independencia de los territorios en los que eran una mayoría. Estos alzamientos fueron apoyados desde Belgrado en sus inicios, pero cuando comenzó el conflicto en Bosnia-Herzegovina fueron dejados de lado, recuperando los croatas el control en sus fronteras.
El alzamiento en la república Srpska, también facilitado por el apoyo de Belgrado, pero su cercanía con la frontera serbia y su potencial como punta de lanza para acceder al reparto de Bosnia les valieron un apoyo mucho mayor. Prueba de este apoyo es el hecho de que el líder de los serbio-bosnios –Radovan Karadzic– y el general de las tropas serbo-bosnias –Ratko Mladic–15 fueron tratados como interlocutores de pleno derecho en las rondas negociadoras de la paz en la región, junto con otras figuras como Alija Izetbegovic, que era el presidente electo de Bosnia-Herzegovina, país cuya integridad territorial se veía amenazada por el levantamiento de los serbo-bosnios.
El caso serbio permite ilustrar el surgimiento –o al menos resurgimiento– de un movimiento nacionalista en el que la organización y el liderazgo, tomados como elementos netamente políticos, juegan un papel esencial para ilustrar el modelo constructivista. El repertorio de movilización es otro aspecto en el que Milosevic mostró una gran capacidad, puesto que fue capaz de incentivar masivas protestas en las principales calles de la ciudad, tanto de partidarios como de detractores, utilizando la fuerza o el apoyo cuando era necesario para la consecución de sus intereses (Silber y Litle, 1997).
Una muestra radicalizada y macabra de la acogida que tuvo el mensaje nacionalista de Milosevic entre la población serbia fue la organización de grupos paramilitares, como las tristemente famosas guerrillas de Arkan o los grupos nacidos de los seguidores radicales del Estrella Roja de Belgrado. Estas agrupaciones violentas tuvieron un papel muy importante en el transcurso de las guerras en los Balcanes, y cubrieron en muchos casos el papel que no podía llevar a cabo el ejército por falta de medios o de fanatismo16.
La movilización del nacionalismo esloveno, aunque de menor intensidad bélica, es otro supuesto que permite analizar el papel jugado por la organización y el liderazgo político en el surgimiento de estos movimientos.
A medida que se desintegraba el comunismo como alternativa políticamente viable al sistema capitalista en Yugoslavia, las federaciones comunistas fueron transitando hacia nuevas vías que les permitiesen mantenerse en el poder. En Eslovenia esta vía fue claramente la de tornar un partido comunista en un partido nacionalista, cuestión que se vio favorecida por el giro autoritario de Serbia en el último congreso de la LCY17.
De nuevo la estructura de oportunidad política fue un aliado importante para el surgimiento del nacionalismo. En este caso, la aparición del nacionalismo serbio radical permitía a los líderes políticos eslovenos y croatas plantear sus propios nacionalismos en términos de autodefensa, como herramienta política sin la cual quedarían indefensos ante la construcción de la Gran Serbia. Sin alterar los altos cargos, la Liga Comunista de Eslovenia se transformó. Con el mismo líder a la cabeza configuraron un partido de corte nacionalista que obtuvo una aplastante mayoría en las elecciones celebradas en el año 1991. El camino que lleva hasta la celebración de estas elecciones está repleto de actuaciones políticas de construcción y fomento de una identidad nacional.
Una de ellas es la utilización de revistas juveniles y humorísticas para la propagación de mensajes políticos, como fue el caso de la revista Mladina, que de hecho era financiada con dinero de la lcy. Las críticas hacia el centro del poder de la federación, y la exaltación de valores nacionales eslovenos fue una constante en los últimos años de la Yugoslavia unida. Como doble prueba del compromiso político de esta revista con el nacionalismo y de la utilización política del mismo, su editor, y miembro de la Liga Comunista –Janez Jansa– fue ministro de seguridad en el primer gobierno independiente de Eslovenia.
La identidad eslovena también se construía, en previsión de un posible conflicto armado, desde el lado de las fuerzas bélicas. La Guardia Nacional Eslovena, que en teoría actuaría como primera línea de defensa –y antes de la llegada del ejército de la federación– ante una invasión exterior, fue utilizada como representación de la fuerza eslovena. En poco tiempo pasaron de ser un grupo de contención armado a convertirse en un ejército capaz de confrontar con éxito al Ejército Popular Yugos-lavo en la guerra de los Diez Días. Dice mucho de la intervención política y del liderazgo de los altos mandos el que una fuerza militar, de inspiración puramente comunista en sus orígenes, fuese reconvertida en pocos años en el garante último del alzamiento nacionalista esloveno contra la unidad de Yugoslavia.
En Croacia el movimiento nacionalista se construye también desde unas bases políticas, pero tiene una menor relación con las cúpulas directivas comunistas del régimen anterior. El líder carismático en este caso fue Franjo Tudjman, que bajo la bandera del nacionalismo croata implementó un régimen autoritario. En dicho régimen los serbios residentes en Croacia debieron enfrentar problemas en relación con el ejercicio de derechos políticos, así como la expulsión de sus puestos de trabajo en la administración pública (Bowen, 1996, p. 8). En poco tiempo, un país que había tenido un desarrollo próspero al interior de la federación, y que había vivido en paz durante décadas, parecía incapaz de acoger la variedad étnica al interior de sus fronteras.
Recuperando elementos del nacionalismo croata de entreguerras, e incluso retazos de la Croacia fascista de Anton Pavelic18, se fue afianzando la construcción de una identidad nacional nueva, que apostaba por la expansión de las fronteras hacia el este, a costa de territorios en Bosnia-Herzegovina.
El nacionalismo macedonio también presenta los elementos de organización, liderazgo y movilización con tintes políticos que se aprecian en los demás casos. Su líder era Kiro Gligorov, que fue presidente de la república de Macedonia durante ocho años y figura política de gran peso en el país hasta su fallecimiento en enero de 2012. De nuevo se pueden ver elementos políticos en el sentimiento nacionalista, ya que al igual que en Eslovenia, Gligorov era miembro de la Liga de los Comunistas Yugoslavos antes de formar un partido nacionalista y resultar ganador en las elecciones de 1991. Este proceso de desintegración del ideal comunista y sustitución de sus redes clásicas por elementos de identidad nacionalista es también similar al analizado para el caso esloveno.
El nacionalismo bosnio fue el que tuvo mayores problemas para su surgimiento, ya que desde el primer momento hubo una confrontación en su interior que difícilmente permite hacer referencia a un único nacionalismo dentro de sus fronteras. Los movimientos del nacionalismo croata, por un lado, y del serbio, por el otro, llevaron a una conflagración bélica tras las elecciones democráticas del año 1992. En estas había sido elegido un presidente de etnia bosniaca –Alija Izetbegovic– que defendía continuar con la cohabitación pacífica que había caracterizado Bosnia-Herzegovina en las últimas décadas, y dentro de la cual la convivencia y unión entre etnias era la nota común.
Las decisiones de los líderes nacionalistas vecinos, para los cuales el discurso expansionista era un pilar básico de su construcción nacional, llevaron a la guerra más cruenta de las conocidas como guerras de los Balcanes, de la que aún hoy no se ha recuperado. El peso de las estrategias nacionalistas exteriores se deja ver en la construcción institucional de la Bosnia de posguerra, en la que se ha hecho necesaria la implementación de una estructura federal basada en divisiones étnicas que no existía veinte años atrás. El caso bosnio muestra la cara más cruenta del nacionalismo étnico19 en los términos descritos por Reinares: “Los nacionalismos étnicos son más proclives a radicalizarse y justificar el uso de la violencia, en nombre de una comunidad imaginada, dentro de sociedades culturalmente diversificadas” (2011, p. 14).
Hasta ahora se han explicado los casos de nacionalismos surgidos del proceso de disolución del Estado yugoslavo que llevan a la consecución de la autodeterminación. Estos casos han sido Serbia, Eslovenia, Croacia y Macedonia, para los cuales se ha argumentado la adecuación del modelo constructivista como herramienta de estudio. La intención del siguiente apartado es desarrollar los nacionalismos de Kosovo y Montenegro, que no llegan a convertirse en Estados independientes hasta el siglo XXI. Se pretende mostrar que el enfoque constructivista es igualmente aplicable a los mismos, a pesar de factores diferenciales que les impidieron obtener el mismo resultado que sus vecinos.
La validez del modelo constructivista en Kosovo y Montenegro
El nacionalismo montenegrino es otra muestra de cómo influye la política en la construcción de los movimientos nacionalistas. A la altura de los años noventa no faltaban en Montenegro elementos objetivos que permitiesen afirmar la singularidad de su nación y las diferencias étnico-culturales con el resto de sus vecinos. La gran diferencia en este caso es que los líderes políticos de Montenegro optaron por seguir la estela del nacionalismo serbio de Milosevic en lugar de construir un nacionalismo montenegrino propio. Esto sería así hasta el año 2003, fecha en que Montenegro obtiene la independencia tras la celebración de un referéndum.
Las precondiciones sociales estaban presentes en Montenegro –incluso contaban con la ventaja de unas precondiciones económicas– y la estructura de oportunidad política era tan favorable para el surgimiento de un movimiento nacionalista como en el resto de países que hemos estudiado. Sin embargo, Montenegro decidió permanecer dentro de la nueva Federación Yugoslava junto con Serbia, e incluso formó parte de la Federación de Serbia y Montenegro cuando esta última desapareció.
Si las condiciones objetivas estaban dadas para el surgimiento del nacionalismo, y a pesar de todo este no surgió, se debe considerar que el modelo primordialista de nacionalismo no es capaz de aprehender toda la realidad del supuesto que se va a estudiar –que llevaría desde los elementos objetivos de la nación hasta la construcción un Estado nacional–, mientras que el modelo constructivista aporta herramientas para su compresión, en el sentido que se va a exponer a continuación.
El argumento a este respecto es que la falta de construcción política de la identidad nacional pudo ser el factor diferencial del caso montenegrino. Mientras los líderes políticos de los países analizados hasta el momento optaron por la construcción de una vía nacional ante la degradación del modelo comunista, Montenegro –con Momir Bulatovic al frente– optó por seguir la vía del nacionalismo serbio.
Explicar en profundidad los motivos de esta estrategia política es algo que desborda con creces los objetivos de este artículo. Baste decir al respecto que la cercanía geográfica con Serbia, la afinidad de los dos líderes políticos y el miedo a una eventual invasión armada pudieron ser factores de relevancia en la adopción de la misma. En ausencia de una articulación política de los elementos potencialmente constructores de identidad nacional no se llegan a completar los pasos propuestos por el modelo constructivista, quedando vacío el potencial de movilización e incompleto el círculo que llevaría eventualmente a las demandas de autodeterminación.
Kosovo sería el segundo caso negativo de independencia dentro de las unidades territoriales que se estudian, y muestra importantes diferencias respecto a lo que se ha argumentado para el caso de Montenegro.
En Kosovo existían sin duda precondiciones étnico-culturales, que además eran completadas por medio de la articulación política. Dado que formalmente –y a pesar de sus importantes potestades propias– eran un territorio dentro de Serbia, y dada la naturaleza autoritaria y contraria al multipartidismo del régimen, el movimiento nacionalista se estructuró en torno a movimientos guerrilleros más que en torno a partidos políticos. Puede que un contexto político diferente y menos autoritario hubiese permitido la creación de un movimiento nacionalista que siguiese las vías competitivas convencionales, pero esto pertenece al terreno de la especulación.
Así pues, se pueden observar las precondiciones sociales, pero el punto de fricción respecto de los demás casos analizados se encuentra en la estructura de oportunidad política, que difiere de la del resto. Como se señaló, en Kosovo es donde se ubica geográficamente la batalla que se entiende como elemento fundamental del mito fundacional del nacionalismo serbio (la batalla del Campo de los Mirlos, acaecida en el año 1215). Teniendo en cuenta esta fuerte asociación identitaria de Serbia en el territorio, y considerando el carácter del nacionalismo serbio bajo Milosevic, sus posibilidades de llegar a un proceso de secesión exitoso disminuían drásticamente. El nacionalismo serbio sufriría una gran pérdida si uno de sus elementos históricos básicos era separado territorialmente del Estado.
En clave regional, y en primer lugar, el nacionalismo serbio no podía permitirse ceder el lugar donde Milosevic empezó a construir su identidad como líder fuerte y carismático. En segundo lugar, un proyecto de Gran Serbia, con pretensiones expansionistas en Croacia y Bosnia-Herzegovina, difícilmente podría pasar por alto la necesidad de mantener la considerada como cuna de su identidad nacional, que estaba precisamente en territorio kosovar.
El contexto internacional tampoco ayudaba a las pretensiones nacionalistas de Kosovo. En pleno conflicto bélico las grandes potencias mundiales –con Estados Unidos y la Unión Europea a la cabeza– optaban por apaciguar los ánimos de Serbia, que era el país con mayor potencial desestabilizador en la región. De esta manera, y aceptando a Milosevic como un igual en las negociaciones que llevaron a los acuerdos de Dayton en 1995, resultaba imposible apoyar un nacionalismo que rompía las condiciones mínimamente aceptables para Serbia de cara a continuar con los procesos de paz.
Se puede observar, por tanto, cómo existe un cierre muy importante en cuanto a la eop, que llevó a que el nacionalismo kosovar permaneciera activo –por el sustrato social que contenía– pero que no fuese capaz de acceder a la autodeterminación hasta el año 2008, cuando logra una independencia que ni siquiera hoy es una cuestión de pacífica aceptación en la comunidad internacional.
En todo caso, se puede considerar cómo efectivamente la eop ha cambiado desde el primer intento de alcanzar la independencia. Cuando Kosovo se declara independiente en el año 2008 la situación en la región es muy diferente, puesto que el peligro de que Serbia comenzara un conflicto bélico que llevara a la desestabilización de la zona era mucho menor. La idea que se desarrolla que este cambio en la eop fue el punto decisivo para completar el ciclo que lleva hasta el proceso de autodeterminación, considerando que la comunidad internacional tenía mucho menos que temer de Serbia a mediados de la década pasada, y el propio proceso interno de democratización en el país llevó a la nula factibilidad de una fuerte represión que frenase la independencia.
Consideraciones finales
La intención de este artículo ha sido defender la solidez y la actualidad del modelo constructivista para el estudio de los nacionalismos, que ha sido planteado por autores como Anderson, Hobsbawm, Gellner o Maíz. En concreto, y para el caso expuesto, es un modelo capaz de explicar tanto los éxitos como los fracasos del nacionalismo en la región de los Balcanes, sin necesidad de recurrir para ello a interpretaciones forzadas.
El hilo conductor básico del desarrollo ha sido la necesaria intervención de la política –y en concreto de las élites políticas– para que los nacionalismos cobren forma y fuerza en momentos determinados de la historia. De no ser así, y en caso de aceptar el enfoque primordialista puro, no habría razones lógicas que explicasen por qué un movimiento nacionalista permanece dormido durante décadas,o por qué un mismo nacionalismo no es interpretado de la misma forma a lo largo de los años. La razón de esto es puesta de relieve en relación con los nacionalismos de la antigua Yugoslavia, siendo esencial la interpretación en uno u otro sentido de unas precondiciones culturales que pueden marcar el devenir de dicho movimiento nacionalista.
La política no es una cuestión accesoria a estos movimientos, sino que se encuentra desde el momento mismo de su nacimiento, y ni siquiera en ese momento es un elemento aséptico, puesto que condiciona las características de su alumbramiento.
Siguiendo el ciclo concreto que propone el modelo constructivista se pueden identificar las diferentes fases propuestas que llevan, en el caso de los nacionalismos balcánicos exitosos, a la formulación y concreción de demandas de autodeterminación. Además aparece en el análisis regional una cuestión adicional que permite defender con mejores argumentos el enfoque constructivista, y es que en los casos en los que el nacionalismo balcánico ha tenido problemas para su desarrollo, es fácil identificar las fases del modelo que quedan incompletas. Una vez se superan estos vacíos en etapas del proceso los nacionalismos pueden llegar a completar el ciclo propuesto. La argumentación que se ha intentado ofrecer es que a través de un análisis combinado de casos positivos y negativos se puede llegar a una compresión más completa del problema político estudiado, aportando una mejor argumentación para la validez del enfoque constructivista.
Dicho enfoque no niega la importancia de los factores sociales y de las concepciones histórico-culturales, pero pone en un primer plano de análisis los elementos netamente políticos de movilización y discurso nacionalista. Los movimientos nacionalistas en las repúblicas que formaron parte de Yugoslavia suponen un terreno de estudio para defender la veracidad de dichos argumentos.
Pie de página
1 El único territorio autónomo de la República Federal Socialista de Yugoslavia que no ha alcanzado la independencia al día de hoy es la que fue provincia autónoma de la Vojvodina, situada al norte del territorio actual de Serbia y con capital en Novi Sad.Referencias
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