10.18601/16577558.n27.04

Enfoque regional

Irán y Arabia Saudí, rivalidades geopolíticas y escenarios de confrontación

Iran and Saudi Arabia, Geopolitical Rivalries and Confrontation Scenarios

Sergio I. Moya Mena*

* Doctor en Filosofía por la Universidad de Costa Rica. Docente, Universidad Nacional de Costa Rica (UNA), Costa Rica. [sergio.moya@ucr.ac.cr].

Recibido: 25 de junio 2017 / Modificado: 24 de noviembre 2017 / Aceptado: 3 de febrero 2018

Para citar este artículo:

Moya Mena, S. I. (2018). Irán y Arabia Saudí, rivalidades geopolíticas y escenarios de confrontación. OASIS, 27, 47-66. DOI: https://doi.org/10.18601/16577558.n27.04


RESUMEN

La rivalidad entre Arabia Saudí y la República Islámica de Irán conforma una de las características más significativas del panorama político de Medio Oriente. Durante muchos años, estos dos países han luchado por el poder y la influencia regional. Este artículo analiza esa relación de competencia. En primer lugar, se describen los antecedentes históricos de la relación entre los dos países. En segundo lugar, se consideran los factores geopolíticos que dan forma a la rivalidad entre saudíes e iraníes y, posteriormente, se analizan los principales escenarios geográficos de confrontación, las narrativas religiosas enfrentadas, así como las capacidades y la vulnerabilidad económica y militar de ambos países. Finalmente, el artículo plantea una consideración hipotética sobre un conflicto militar entre ambos países. El artículo demuestra que -hasta el momento- la disputa por el poder y la influencia regional favorece los intereses de Irán; sin embargo, dada la naturaleza de las alianzas regionales y extrarregionales, una escalada del conflicto al ámbito militar no favorecería los intereses de Teherán.

Palabras clave: Irán, Arabia Saudí, política exterior, geopolítica, sectarismo.


ABSTRACT

The rivalry between Saudi Arabia and the Islamic Republic of Iran is one of the most significant features of the contemporary Middle East. For many years, these two countries have fought for regional power and influence. This article analyzes this relationship of competition by first, describing the historical background of the relationship between the two countries. Secondly, the paper analyzes the geopolitical factors that shape the rivalry between Saudis and Iranians, and later, the main geographic confrontation scenarios, the rival religious narratives, as well as the economic and military capacities and vulnerabilities of both countries. Finally, the article raises a hypothetical consideration of a military conflict between the two countries. The article demonstrates that -so far- the dispute over power and regional influence favors Iran's interests; however, given the nature of regional and extra-regional alliances, an escalation of the conflict to the military level would not favor the interests of Tehran.

Key words: Iran, Saudi Arabia, foreign policy, geopolitics, sectarianism.


INTRODUCCIÓN

A lo largo de casi cuatro décadas el Reino de Arabia Saudí y la República Islámica de Irán han competido por el poder y la influencia regional. Sin embargo, a partir del año 2003 la confrontación entre estos dos Estados se ha recrudecido, y ha dado lugar a lo que algunos analistas llaman una "guerra fría", en la que ambos compiten en términos ideológicos y geopolíticos en distintos escenarios regionales de conflicto. Este artículo se propone analizar los antecedentes y aspectos fundamentales que caracterizan las relaciones de competencia y rivalidad entre estos dos países, constituidos desde principios de este siglo en dos de las principales potencias regionales de Medio Oriente.

Diversos factores tales como la invasión estadounidense a Irak en 2003, que depone al régimen del Partido Socialista Árabe Ba'ath, la guerra entre Israel y el movimiento de resistencia islámica-chiita Hezbollah en el verano de 2006, o las llamadas Revueltas Árabes iniciadas en 2010 aceleraron la disputa por la hegemonía regional entre saudíes e iraníes, lo cual ha implicado el apoyo a diversos actores político-militares en conflictos como los de Siria o Yemen, así como una guerra de narrativas que va de la propaganda a los argumentos sectarios, y en la que ambos actores se acusan mutuamente de desestabilizar la región.

En principio, este artículo sitúa históricamente las relaciones entre Irán y Arabia Saudí; posteriormente se analiza la naturaleza de las rivalidades geopolíticas, los principales escenarios geográficos de confrontación, las narrativas religiosas enfrentadas, y las capacidades y la vulnerabilidad económica y militar de ambos países. Por último, el artículo plantea una consideración hipotética sobre un conflicto militar entre ambos países.

ANTECEDENTES HISTÓRICOS

Mientras que muchos iraníes se consideran herederos de una civilización milenaria que se remontaría -al menos- al siglo VI antes de Cristo, los saudíes comienzan el proceso de construcción de su identidad nacional hasta mediados del siglo XVIII, cuando Muhammad ibn Saud (fundador de la dinastía Saud) conforma una alianza con el líder religioso Muhammad ibn Abd al-Wahhab que posibilita la expansión del poder de dicha dinastía en la península arábiga y la constitución del llamado primer Estado saudí en 1744, cuya unificación definitiva tendría lugar hasta el año 1932. Será hasta el fin de la Segunda Guerra Mundial cuando ambos países se constituirán en dos monarquías sólidas, con una incipiente voluntad de poder regional.

Hasta la revolución islámica de Irán en 1979 que llevó al poder al Ayatola Ruhollah Khomeini, las relaciones entre los reinos de las dinastías al-Saud en Arabia Saudí y Pahlavi en Irán estaban caracterizadas por sospechas y preocupaciones mutuas respecto al orden regional y la aspiración de controlar el golfo Pérsico, mas no necesariamente por el conflicto.

Ambos países se constituyeron en aliados regionales de Estados Unidos en el nuevo orden internacional de la Guerra Fría. Desde el golpe de Estado organizado por los servicios secretos británicos y estadounidense que depuso al líder nacionalista Mohammad Mossadeq en 1953, Irán y Estados Unidos establecieron una robusta conexión. Irán se integró al llamado Cinturón Norteño, la línea de Estados prooccidentales a lo largo de las fronteras sureñas de la Unión Soviética, y en 1955 se unió al Pacto de Bagdad (llamado más tarde cento), que le permitió a Washington proveer seguridad y armas para la represión interna al régimen del sha Mohammad Reza Pahlavi (Halliday, 1981, p. 333). Bajo la presidencia de Richard Nixon (1969-1974), que llegó a tener una estrecha relación con el sha, el apoyo pleno de Estados Unidos permitió a Irán constituirse en la potencia regional dominante. En términos generales, este país se convirtió para Irán en "el factor esencial de su política exterior" (p. 334).

En el caso de Arabia Saudí, desde finales de la Segunda Guerra Mundial se construyó una sólida alianza entre Washington y Riad. En febrero de 1945, el presidente Franklin D. Roosevelt se reunió con el rey Abdel Aziz Ibn al-Saud, iniciando el histórico y estratégico intercambio de petróleo a cambio de seguridad entre los dos países (Baer, 2004, p. 83). A partir de allí, ambos se constituyeron en aliados contra el comunismo y se abocaron a la tarea de procurar precios estables para el petróleo, seguridad para su extracción y transporte, así como estabilidad en las economías de los países occidentales donde los saudíes invertirían grandes cantidades de dinero. Lo anterior implicó también el establecimiento de fuertes vínculos militares que persisten hasta la actualidad.

En 1979, el triunfo de la revolución en Irán y la constitución de la República Islámica implicaron un deterioro significativo en las relaciones bilaterales, y una elevación de la competición, tanto en el campo de las narrativas ideológicas y religiosas como en el geopolítico. En adelante, la tónica de la relación estará marcada por la confrontación, interrumpida cada cierto tiempo por efímeros espacios para la détente.

Las nuevas autoridades iraníes expresaron su voluntad de "exportar la revolución", lo cual provocó inestabilidad en la región, debido al apoyo iraní a minorías revolucionarias chiitas en países árabes como Arabia Saudí o Bahréin. Además, Khomeini rechazaba la monarquía como forma de Gobierno, y expresó siempre un gran desdén por la dinastía de los al-Saud, a los que llegó a caracterizar como "corruptos", no merecedores de ser guardianes de los "lugares santos del islam" (Coughlin, 2010, p. 274), y consideraba que su comportamiento no estaba de acuerdo a las prescripciones del Islam: "Si quisiéramos demostrar al mundo que el gobierno saudí, estos viles e impíos saudíes, son como puñales que siempre han traspasado el corazón de los musulmanes desde atrás, no habríamos podido hacerlo tan bien como se ha demostrado por estos líderes ineptos y espinosos del gobierno saudí" (Khomeini, 1987).

Incluso en su testamento Khomeini no dejó de atacar a los al-Saud, afirmando que los musulmanes debían maldecir a los tiranos, incluida la familia real saudí, "esos traidores al gran santuario de Dios" (1989). La retórica antisaudí de Khomeini inspiró a muchos chiitas en la provincia oriental de Arabia Saudí, que terminaron sublevándose contra el Gobierno en 1980.

Al estallar la guerra entre Irak e Irán en 1980, el conflicto fue concebido por los saudíes como una seria amenaza pues consideraban que, tanto el régimen del partido Ba'ath de Saddam Hussein en Irak, como el nuevo Gobierno revolucionario iraní debilitaban la seguridad saudí. Ambos países contaban con una población y una capacidad militar mayores que las de Arabia Saudí. Además, los dos habían manifestado la voluntad de desempeñar un liderazgo en la región. El discurso panárabe de Saddam Hussein era hostil a Riad, mientras que la retórica revolucionara iraní ponía al descubierto la estrecha alianza entre Arabia Saudí con Estados Unidos y llamaba públicamente a los musulmanes a denunciar esa relación (al-Rasheed, 2003, p. 211). En este orden de cosas los saudíes decidieron que la "amenaza revolucionaria iraní" constituía un peligro más grave para la seguridad del reino y decidieron apoyar a Irak con alrededor de 245 mil millones de dólares durante la guerra (Bowen, 2008, p. 121).

En 1987, la represión de algunos peregrinos iraníes que hacían proselitismo político durante el Hajj en la ciudad de La Meca produjo unas 400 víctimas fatales, un tercio de las cuales eran iraníes. Como reacción, la embajada saudí en Irán fue atacada por una muchedumbre enardecida y un diplomático saudí resultó muerto. Arabia Saudí respondió unos meses después rompiendo relaciones diplomáticas con Irán (Keynoush, 2016, p. 122).

La rivalidad entre ambos países se vio brevemente atenuada con la llegada de Mohammad Khatami a la presidencia iraní en 1997, quien dos años después visitó Arabia Saudí con el ánimo de estrechar las relaciones bilaterales. En esa ocasión, el entonces ministro de Relaciones Exteriores saudí, príncipe Saud bin Faisal bin Abdulaziz al-Saud, afirmó "no hay límites en la cooperación con Irán". Ambos países incluso llegaron a firmar un pacto de seguridad en 2001, que abordaba temas como el combate al lavado de dinero y la lucha contra el terrorismo (Schneider, 2001).

El breve e inusual espacio de acercamiento llegaría a su fin con la invasión estadounidense a Irak en 2003 y el vacío de poder generado en ese país que favoreció el ascenso político de los aliados iraquíes de Irán, en detrimento de los sunníes y de los intereses saudíes. Acá es importante notar que tres países han sido históricamente considerados como importantes para los saudíes y, en general, para todo el mundo árabe: Irak, Siria y Egipto. Ese mundo árabe define su identidad, esencia, civilización e historia a través de estas tres naciones. Irak es heredero de siglos de califato abasí en su historia, mientras que Siria cuenta con un registro histórico similar bajo el califato Omeya. Por otro lado, Egipto fue durante siglos la capital de la cultura y el pensamiento árabe. En alguna medida "perder" Irak como referente de poder político regional era perder una importante identidad histórica para los árabes y los saudíes.

En 2007, los países árabes del Consejo de Cooperación del Golfo (CCG) invitaron al presidente Mahmud Ahmadinejad a un encuentro en Doha, al final del cual el presidente iraní afirmó que "un nuevo capítulo de cooperación se abría en el golfo Pérsico (citado por Mabon, 2013, p. 1). En realidad tal capítulo nunca se abrió. La política exterior de Ahmadinejad, que adquirió un carácter mucho más asertivo en términos de cálculo político, combinó la identidad chiita de la revolución iraní con un fuerte sentido del nacionalismo persa y, bajo su mandato, Irán asumió un papel mucho más prominente dentro de la seguridad regional. Lo anterior se tradujo -entre otras cosas- en un reforzamiento de las ambiciones nucleares del país y un apoyo continuo a actores políticos como la organización Hezbollah en Líbano (que fue capaz de ejercer una notable resistencia militar frente a Israel en la guerra del verano de 2006), el gobierno de Bashar al-Assad en Siria y a distintas organizaciones chiitas de la región, todas acciones percibidas por Riad como amenazas. A partir de todo esto parecía claro el deterioro en las relaciones entre ambos países. Cables revelados por WikiLeaks destapaban la animosidad de los líderes saudíes hacia Irán:

…10. (S) El rey, el ministro de relaciones exteriores, el príncipe Muqrin, y el príncipe Nayef, acordaron que el Reino debe cooperar con Estados Unidos para resistir y revertir la influencia iraní y la subversión en Irak. El rey fue particularmente inflexible en este punto, y fue apoyado por los principales príncipes también. Al-Jubeir recordó las frecuentes exhortaciones del Rey a los Estados Unidos a atacar a Irán y poner fin a su programa de armas nucleares. "Él te dijo que cortaras la cabeza de la serpiente", agregando que trabajar con EE.UU. para frenar la influencia iraní en Irak es una prioridad estratégica para el rey y su gobierno (WikiLeaks, 2008).

La presión y animadversión de algunas petromonarquías del Golfo persistió durante el mandato del presidente Barack Obama. Según lo ha revelado el exsecretario de Estado John Kerry, además de pedir "cortar la cabeza de la serpiente", varios Estados de la zona le pidieron bombardear Irán como la "única solución" a sus ambiciones regionales (Tehran Times, 2017).

EL INCREMENTO DE LA INFLUENCIA IRANÍ

La hegemonía político-militar de Hezbollah en Líbano, definida plenamente desde el fin de la guerra de 2006 y ampliada con la capacidad de veto en las decisiones del Gobierno libanés adquirida por esta organización en noviembre de 2008 (NBCnews, 2008); el dominio político por parte de los partidos y las milicias chiitas en Irak, el ascenso político de los houthis (chiitas zaidíes) en Yemen, que logran capturar la capital Sana'a en septiembre de 2014, y la capacidad de resistencia del gobierno del presidente Bashar al-Assad en Siria (aliado de Irán desde 1980) frente a la subversión salafista-yihadista patrocinada por países como Arabia Saudí, Qatar y Turquía, catapultaron la influencia iraní en la región.

Es importante observar que Teherán tiene poco que ver en el inicio de algunas de estas dinámicas locales que tendrán una proyección geopolítica regional. Después de todo fue Estados Unidos el que propició el vacío de poder en Irak derrocando al gobierno del Ba'ath. Asimismo, el inicio de las Revueltas Árabes, que en el caso de Yemen dan origen a un movimiento políticamente diverso que depone al gobierno de Ali Abdullah Saleh en febrero de 2012, está lejos de ser una conspiración urdida por Teherán. En todo caso, estos desarrollos políticos beneficiaron notablemente las ecuaciones de poder regional a favor de Irán, favoreciendo la percepción de seguridad y confianza entre las élites iraníes.

Desde agosto de 2013 hay un nuevo Gobierno en Teherán encabezado por el centrista Hassan Rouhani, que imprime un sello mucho más pragmático y conciliador a la política exterior iraní, cuya prioridad será resolver diplomáticamente el diferendo nuclear con las potencias occidentales y acabar con el aislamiento internacional del país. Irán mejorará notablemente sus relaciones con muchos países occidentales y coincidirá con Rusia y China en una serie de temas claves de la geopolítica regional, como la guerra en Siria y, por supuesto, en la necesidad de alcanzar un acuerdo en el tema nuclear.

Aunque la nueva y prometedora situación geopolítica regional es acogida con prudencia y cautela, tanto por Rouhani como por su ministro de Relaciones Exteriores Mohammad Javad Zarif, algunos sectores políticos del país no evitan hacer ostentación de ese entorno regional favorable. Después de la toma de la ciudad de Sana'a por los rebeldes houthis, Alí Reza Zakani, miembro del Majlis o parlamento iraní, y personaje cercano al líder supremo Alí Khamenei, afirmaba:

…tres capitales árabes han terminado hoy en manos de Irán y pertenecen a la Revolución Islámica Iraní […] Sana'a se ha convertido en la cuarta capital árabe que está en camino de unirse a la Revolución Iraní […] Definitivamente, la revolución yemení no se limitará a Yemen. Se extenderá después de su éxito en los territorios saudíes. Las vastas fronteras yemení-saudíes ayudarán a acelerar su alcance en la profundidad de la tierra saudí (citado por Hearst, 2014).

Por su parte, el mayor general Mohammad Alí Jafari, comandante supremo de los Cuerpos de la Guardia Revolucionaria Islámica de Irán (CGRII), afirmaba en marzo de 2015: "La revolución islámica avanza a buen ritmo, su ejemplo es la exportación cada vez mayor de la revolución […] No solo Palestina y Líbano reconocen el papel influyente de la República Islámica, sino también el pueblo de Irak y Siria. Ellos aprecian la nación de Irán" (citado por Black, 2015).

Esta retórica propagandística -rayana muchas veces con la fanfarronería-, alimentó entre los rivales regionales de Irán las sospechas y los señalamientos sobre el "expansionismo" e "imperialismo" iraní, o la idea de una "creciente chiita" desestabilizadora y articulada por Irán, como lo señaló en el año 2004 el rey Abdullah de Jordania.

El ascenso al trono del nuevo rey Salman bin Abdulaziz al-Saud en enero de 2015, supuso el inicio de una actitud aún más hostil de parte de Arabia Saudí hacia Irán. Este cambio obedecería a dos razones. En primer lugar, el ya reseñado aumento de la influencia iraní en la zona y, en segundo lugar, la decisión de Estados Unidos de alejarse de Riad (Khalkhali, 2017). En efecto, los últimos meses de la administración Obama evidenciaron un enfriamiento sin precedentes y un aumento de la desconfianza entre Arabia Saudí y Estados Unidos, cuyo gobierno apostaba más bien por la construcción de un equilibrio de poder regional (Lynch, 2015, p. 21). Uno de los factores concretos que contribuyeron a esta situación fue la firma en abril de 2015 del Joint Comprehensive Plan of Action (JCPOA) entre Irán y el grupo de potencias P5+1, que facilitaba una salida al diferendo sobre el programa nuclear iraní. Los saudíes se opusieron sistemáticamente a este acuerdo, pues temían que se constituiría en el preludio de la aceptación de la hegemonía regional de iraní. De acuerdo con Jeffrey Goldberg, periodista de la revista The Atlantic, cuando el primer ministro australiano Malcolm Turnbull le preguntó al presidente Obama si los saudíes eran sus amigos, este respondió: "it's complicated" (citado por Gause, 2016, p. 114). Obama llegó a describir a Arabia Saudí como un free rider de la política exterior estadounidense, y criticó el financiamiento de Riad al extremismo religioso y la negativa saudí a llegar a una "paz fría" con Irán (Shanahan, 2016, p. 81). Estas declaraciones generaron furia entre los gobernantes saudíes.

Mientras tanto, las relaciones entre saudíes e iraníes alcanzaban un nivel de tensión sin precedentes con la ejecución del clérigo chiita de nacionalidad saudí Nimr Baqr al Nimr, en enero de 2016, quien había sido acusado de terrorismo. Los saudíes tenían un largo historial de represión de los chiitas y sus clérigos, pero nunca había ejecutado a una alta figura clerical como Nimr Baqr al Nimr.

El líder Alí Khamenei advirtió a los políticos saudíes que "la sangre injustamente derramada de este mártir oprimido no tardaría en mostrar su efecto y la venganza divina alcanzaría a los políticos saudíes" (The Independent, 2016). En Teherán, una turba de manifestantes atacó y quemó la embajada saudí y un día después Riad decidió romper relaciones diplomáticas.

RIVALIDADES GEOPOLÍTICAS Y ESCENARIOS DE CONFRONTACIÓN

Al considerar la rivalidad entre la República Islámica de Irán y Arabia Saudí resulta imprescindible considerar la geografía de la región del golfo, cuyo nombre es disputado: denominado "Pérsico" por los iraníes y "Arábigo" por los países árabes de la zona. Como lo menciona Henner Furtig, el golfo es una línea vital para ambos Estados, dada la dependencia de ambas economías del petróleo. Como tal, las rutas seguras de tránsito a través de este y el estrecho de Ormuz son esenciales (2006, p. 143).

Hasta la invasión estadounidense a Irak en 2003, el entorno geopolítico del golfo Pérsico había sido dominado por Irán e Irak, pero dicha invasión supuso el fin de Bagdad como poder árabe regional, lo que terminó por ubicar a Irán y Arabia Saudí como los poderes hegemónicos más importantes de la región.

Para ambos países la seguridad existencial es de suma importancia, sin embargo, esa seguridad es perseguida de formas distintas. Arabia Saudí se percibe a sí misma como rodeada de enemigos reales o potenciales, algunos de los cuales son más grandes y más poderosos, y de esta manera, busca garantías para su seguridad externa. Su objetivo ha sido preservar su independencia y autonomía previniendo la emergencia de potencias hegemónicas regionales (Gause, 2002, p. 196).

Si Arabia Saudí es una potencia regional que defiende el statu quo, Irán es un Estado que busca constantemente el cambio revolucionario en la zona y apuesta a garantizarse a sí mismo su propia seguridad. Si Arabia Saudí busca balancear las amenazas en el golfo con el apoyo de actores externos como Estados Unidos, Irán se ha opuesto sistemáticamente a la presencia de dichos actores en el entorno de la seguridad regional (Mabon, 2013, p. 64).

Aunque ambos países ya competían por el poder y la influencia en países como Líbano o Irak, las Revueltas Árabes propiciaron procesos de desestabilización y conflicto en escenarios como Egipto, Yemen, Siria o Bahréin que atrajeron la atención de Riad y Teherán a partir de una doble motivación: confrontar amenazas a la seguridad y aumentar la influencia regional. A continuación se describen algunos estos escenarios de confrontación.

Yemen

En la península arábiga un principio operativo ha guiado la política de Arabia Saudí a través de las décadas: negar a cualquier otro Estado una posición de influencia sustancial. El liderazgo saudí ve al resto de la península como su esfera de influencia natural. En el caso de Yemen, desde las revoluciones en el norte y el sur en la década de 1960, los estados yemeníes se constituyeron como repúblicas, creando una atmósfera de desconfianza con las monarquías absolutas vecinas, incluida Arabia Saudí (Gause, 2002, p. 198). Después de la unificación, Yemen se opuso a la coalición de países árabes que rechazó la invasión iraquí a Kuwait, sin embargo, el gobierno de Alí Abdullah Saleh llegó a mantener una relación relativamente cordial con Arabia Saudí hasta que fue depuesto por las revueltas populares de 2011. El nuevo gobierno de Abdrabbuh Mansour Hadi debió enfrentar tanto las aspiraciones secesionistas del sur, como la amenaza de al-Qaeda y de los rebeldes houthis (organizados en el movimiento Ansarullah), que junto con otras fuerzas políticas lograron tomar Sana'a en septiembre de 2014, obligando a Hadi a abandonar el poder unos meses después y huir hacia Arabia Saudí.

A la cabeza de una frágil coalición de países africanos y de Medio Oriente, Riad implementó la operación "Tormenta decisiva" en marzo de 2005, que implicó el bombardeo de las posiciones houthis, un bloqueo marítimo y aéreo, y el despliegue de tropas de la coalición en territorio yemení.

Reiteradamente los saudíes han denunciado el apoyo financiero y militar iraní a los houthis a través de puertos controlados por los rebeldes como Al-Hodeida o Al-Salif, acusación que Teherán ha negado sistemáticamente, pese a que actores influyentes del gobierno iraní han manifestado su simpatía por los houthis (Tehran Times, 2016).

La guerra de agresión impulsada por Arabia Saudí en Yemen ha tenido un carácter catastrófico desde el punto de vista humanitario y ha supuesto altos costos económicos y políticos para Arabia Saudí. Según una estimación de la agencia Reuters, el esfuerzo de guerra en Yemen le costaría a Riad cada mes unos 175 millones de dólares en bombardeos y unos 500 millones en incursiones terrestres (Hussain, 2016).

Irak

La caída de Saddam Hussein implicó un enorme vacío de poder regional. Aunque el régimen del Ba'ath era enemigo declarado de Irán, también resultaba incómodo para Arabia Saudí, pues el nacionalismo árabe pregonado por Bagdad deslegitimaba al régimen saudí (Gause, 2002, p. 196).

En el plano interno, el fin del régimen del Ba'ath supuso una pérdida de influencia de los sunníes y un ascenso de los chiitas, que conformaban un sector mayoritario de la población y que, aunque divididos en diversas organizaciones políticas y milicias, lograron imponer su peso demográfico en los primeros procesos democráticos. Por un lado, y gracias a Estados Unidos, Teherán vio cómo su principal amenaza existencial en su frontera occidental (el régimen de Saddam Hussein) desaparecía. Por otro, sacaba un enorme provecho del nuevo escenario, capitalizando el apoyo que durante años había proporcionado a organizaciones chiitas iraquíes, como el partido Dawa o el Consejo Supremo de la Revolución Islámica de Irak (CSRII), que pasaron a integrar los órganos de poder del nuevo Estado iraquí.

El Irak pos-Saddam se convirtió en un escenario adverso para los intereses de Arabia Saudí. Los aliados locales de los saudíes quedaron marginalizados y la guerra contra el Estado Islámico de Irak y el Levante (DAESH, por su acrónimo en árabe) a partir de 2014, dio origen a la proliferación de decenas de milicias chiitas, constituidas para defender los santuarios del chiismo en Irak y Siria, y dispuestas a combatir al salafismo-yihadista allende las fronteras iraquíes. Estas milicias, muchas de las cuales han sido organizadas y entrenadas por el CGRII y su cuerpo de élite, la Fuerza Quds, reciben además ayuda iraní en materia de apoyo aéreo, artillería, equipo de guerra electrónica y atención médica. Arabia Saudí las considera como organizaciones terroristas y las ha señalado como responsables de "asesinatos masivos" (Sputnik, 2016).

Líbano

Este pequeño país de apenas 10.400 km2 ha constituido, desde hace décadas, un escenario de gran importancia para Arabia Saudí e Irán. Líbano adquirió relevancia para los saudíes en las décadas de 1950 y 1960 para contrarrestar el poder del líder nacionalista egipcio Gamal Abdel Nasser y desde la década de 1990, los saudíes desarrollaron un fuerte vínculo con el líder sunní y primer ministro Rafic Hariri (1992-1998; 2000-2004), que tenía fuertes lazos económicos con Riad. El asesinato de Hariri en 2005 dio paso a una polarización política entre la Alianza Marzo 8, afín a los Gobiernos de Irán y Siria e integrada -entre otros- por Hezbollah, AMAL y el Movimiento Patriótico Libre, y la Alianza Marzo 14, apoyada por Arabia Saudí e integrada por el Movimiento Futuro (de Hariri), las Fuerzas Libanesas y el Kataeb, entre otros.

En Líbano, Arabia Saudí ha buscado sistemáticamente aislar a Siria de Irán, reducir la influencia de este último y contrarrestar el poderío interno de Hezbollah, significativamente aupado a partir de su intervención en la guerra civil siria. Para esto, Riad ha apoyado no solo a organizaciones sunníes como el Movimiento Futuro, liderado desde 2005 por Saad Hariri (actual primer ministro), sino también a organizaciones salafistas que antagonizan con Hezbollah.

Entre Irán y Líbano ha existido desde hace mucho tiempo una fuerte vinculación religiosa entre clérigos chiitas. Líbano fue el único país de la región en el que la exportación de la revolución islámica rindió frutos a inicios de la década de 1980 con la fundación de Hezbollah, organización que desde esa época recibe diversas formas de ayuda de Irán y que ha seguido el liderazgo o wilayat al-faqih ("potestad del sabio jurisconsulto") de Ayatola Khomeini y luego de su sucesor, el Ayatola Alí Khamenei.

En marzo de 2016, los países del CCG dispusieron una serie de medidas destinadas a "confrontar a Hezbollah", a la que declararon como "terrorista" y acordaron un recorte de 4 mil millones de dólares en ayuda al ejército del Líbano (Arabia Saudí ha tratado históricamente de apoyar el ejército libanés con el fin de debilitar a Hezbollah), supuestamente por el rechazo gubernamental libanés a condenar el incendio de la embajada saudí en Teherán, y por el malestar ante el papel político desempeñado por Hezbollah en el Parlamento libanés.

El rompimiento del bloque político que persistía en el país posibilitó la elección de Michel Aoun como nuevo presidente en octubre de 2016 (en parte debido al apoyo de Hezbollah e Irán), lo cual implicó para el país la necesidad de procurar un balance entre Teherán y Riad. Por un lado, Aoun ha intentado tranquilizar a las monarquías árabes de la región, incluida la saudí, pues necesita mantener el flujo de inversiones y defender los intereses de los expatriados libaneses en el golfo que representan el 40 % de los 7 mil millones de dólares que la diáspora libanesa envía anualmente. Por otro lado, Aoun no ha dejado de reconocer el apoyo de Hezbollah, llegando a decir ante la televisión egipcia que las "armas de la resistencia eran necesarias para luchar contra la ocupación israelí". El presidente también ha expresado su apoyo al gobierno de Bashar al-Assad en Siria, afirmando que "es la única persona que puede unir a las distintas partes y conformar un gobierno" (El Khoury, 2017).

Bahréin

El eco de las Revueltas Árabes iniciadas en Túnez y Egipto a finales de 2010 tardó poco en llegar a Bahréin. Emulando el espíritu de la Plaza Tahrir en Egipto, centenares de manifestantes pacíficos -la mayoría de ellos jóvenes no involucrados en partidos políticos- demandaron reformas políticas, como la creación de una monarquía constitucional, la conformación de un nuevo gabinete y la liberación de los presos políticos.

Desde el inicio de las manifestaciones pacíficas, la dinastía reinante de los al-Khalifa recurrió a la violencia y descalificó las demandas populares como un "complot pan-chiita y proiraní", una añeja acusación que, por cierto, nunca ha sido probada y que se esgrime recurrentemente en los países árabes del golfo Pérsico para deslegitimar cualquier amago de oposición y negar la concesión de derechos ciudadanos y religiosos a los chiitas.

La incapacidad de la dinastía al-Khalifa para contener las protestas, y la complaciente actitud estadounidense y occidental con la represión, sin duda alentó al régimen a acudir a sus aliados del CCG y en especial Arabia Saudí, para que intervinieran en el país, enviando un contingente de 1500 soldados, que a partir de su ingreso participaron activamente en la represión.

Los saudíes, que han mantenido siempre sospechas sobre las intenciones iraníes en Bahréin, debido a que la mayoría de la población es chiita (Terril, 2011, p. 19), comparten con el régimen de Bahréin la apreciación de que esos chiitas son una amenaza alentada por Irán. La intervención del CCG cambió la percepción de las protestas pues, de una disputa doméstica se pasó a una de carácter internacional. Este hecho también radicalizó a los manifestantes. Si inicialmente clamaban en sus mitines "el pueblo quiere la reforma del régimen", pronto empezaron a demandar "el pueblo quiere la caída del régimen" (Matthiesen, 2013, p. 12). Para muchos bahreiníes, y especialmente para los chiitas, la llegada del contingente del CCG implicó una ocupación del país. Para otros, como algunos sectores sunníes, las tropas del CCG fueron vistas como "liberadoras".

Al cabo de seis años, las protestas populares continúan y el Gobierno sigue reprimiendo a los chiitas y sus élites clericales.

Siria

Siria ha sido el más intenso, dramático y sangriento escenario de confrontación entre ambos países.

Durante el mandato de Hafez al-Assad, Siria fue el primer país árabe en reconocer y "felicitar al nuevo gobierno revolucionario iraní en 1979" (Goodarzi, 2009, p. 18). Desde esa época ambos países han mantenido una sólida alianza.

El apoyo iraní al Gobierno sirio apunta a objetivos políticos y estratégicos amplios, que buscan preservar el llamado "eje de la resistencia" (jabhat al-muqawama ), una alianza integrada por ambos países junto a Hezbollah y Hamas, y a la que se vinculan también -de manera indirecta- otros actores no estatales, como algunas milicias chiitas que operan en Siria e Irak, o el movimiento Ansarullah (houthi) de Yemen.

Frente a la amenaza salafista-yihadista, Irán no podía darse el lujo de perder su principal punto de apoyo en el Levante. Así lo planteaba en enero de 2012 Ali Akbar Velayati, asesor de Asuntos Exteriores del líder supremo de Irán, Ali Khamenei: "La cadena de la Resistencia contra Israel por parte de Irán, Siria, Hezbollah, el nuevo gobierno iraquí y Hamas, pasa a través de la vía siria. Siria es el anillo de oro de la cadena de la resistencia contra Israel" (citado por Goodarzi, 2013, p. 33).

Cuando las Revueltas Árabes llegaron a Siria, los gobernantes saudíes anticiparon una oportunidad para ellos y sus aliados en el CCG, de compensar lo que habían "perdido" en Irak y revertir los avances geopolíticos de Irán. Así, Riad apostó decididamente por el derrocamiento del gobierno de Bashar al-Assad, apoyando a grupos armados, primero a facciones como el Ejército Libre de Siria (ELS) y después a grupos de orientación salafista-yihadista como Ahrar al-Sham (Movimiento Islámico de los Hombres Libres del Levante) o el Jaysh al-Islam (Ejército del Islam), que tienen un discurso claramente sectario (Álvarez-Ossorio, 2016, p. 121).

El entonces rey Abdullah fue el primer líder árabe en condenar al gobierno de al-Assad por sus "métodos por lidiar con las protestas antigubernamentales" y Riad promovió el aislamiento de Siria de instancias como la Liga Árabe.

En marzo de 2012, el ministro de Relaciones Exteriores saudí, Saud bin Faisal bin Abdulaziz al-Saud, dijo que apoyar a los rebeldes era un "deber", pues "se defienden contra la represión sangrienta diaria por parte de las fuerzas leales al presidente Bashar al-Assad" (Al Arabiya, 2012). Cabe agregar que, de acuerdo con varias estimaciones, al menos 2500 saudíes han combatido en las filas del Daesh desde el inicio de la guerra (The Soufan Group, 2015, p. 5).

LA SECTARIZACIÓN DEL CONFLICTO

La disputa religiosa entre Irán y Arabia Saudí se remonta -tal y como se ha establecido párrafos atrás- al triunfo de la revolución en 1979, cuando las nuevas autoridades en Teherán señalan a los gobernantes saudíes como "ilegítimos". Antes de 1986, el monarca saudí era considerado como Su Majestad, hasta que el rey Fahd cambió el título real a Protector (o custodio) de los Dos Lugares Santos (Mabon, 2013, p. 53), una decisión que se tomaba en respuesta a la "amenaza" iraní y que resultaba vital a la hora de intentar justificar la legitimidad de su régimen.

En adelante, ambos países harán uso de la retórica religiosa para atenuar amenazas domésticas y justificar la legitimidad de sus regímenes políticos. De un lado, Irán, convertido en uno de los más influyentes y fervorosos Estados islámicos en el mundo, del otro, Arabia Saudí, cabeza del Islam wahhabí, que llevará a cabo un enorme esfuerzo propagandístico y económico para presentarse ante la Ummah como "cabeza" del mundo islámico.

Esa retórica religiosa llegará a convertirse en un discurso sectario con cierta recurrencia, pero especialmente desde la invasión estadounidense a Irak en 2003. El sectarismo que se experimenta en muchos lugares del Medio Oriente contemporáneo, y que involucra narrativas que hacen referencia a diversas identidades, símbolos y mitos, ha sido impulsado por sectores que utilizan las identidades políticas sectarias para reafirmar sus posiciones de poder. Ciertamente no es solamente una invención de los gobiernos, sino el resultado de una amalgama de élites políticas, religiosas, sociales y económicas que apelan al sectarismo para impulsar sus objetivos particulares. Una vez que el sectarismo se convierte una forma de desacreditar la imagen de los adversarios políticos, se desplaza a todos los niveles de la sociedad y se convierte en un proceso de doble vía (Matthiesen, 2013). Lo novedoso de este nuevo sectarismo, en relación con periodos previos de tensión sectaria, es que los gobernantes toman decisiones sobre la base de "evaluaciones sectarias de la política", piensan estratégicamente en términos sectarios y moldean sus políticas exteriores de la misma manera. Como resultado, se ve a un Irán mayoritariamente chiita como un archirrival.

De esta forma, los gobiernos de los países árabes del Golfo, encabezados por Arabia Saudí, han reafirmado las divisiones sectarias -especialmente entre sunníes y chitas- para descalificar cualquier amago de oposición, calificando sistemáticamente a los movimientos de protesta en Bahréin y la provincia Oriental en Arabia Saudí como llevados a cabo por "agentes iraníes".

La movilización antichiita ha sido utilizada desde hace mucho tiempo como una forma efectiva de mitigar el atractivo de Irán entre los sunníes, mientras que sirve como herramienta en la competencia intrasunní por la influencia regional. El antichiismo abreva esencialmente de la doctrina wahhabí y de numerosas fatwas emitidas por clérigos wahhabíes saudíes que consideran a los chiitas como kuffar, es decir, apóstatas y no creyentes, que no merecen derechos y que, incluso, es necesario aniquilar.

Aunque la retórica sectaria es utilizada y reproducida tanto por las élites clericales y gubernamentales de países como Arabia Saudí y otros países del golfo Pérsico, es también empleada por algunos sectores chiitas militantes de países como Irak o Siria. Sin embargo, es notable el hecho de que las más altas autoridades religiosas y políticas iraníes procuran usualmente evadir el lenguaje sectario y minimizan el antagonismo entre chiitas y sunníes. En septiembre de 2016, luego de que el líder supremo iraní Alí Khamenei criticara el manejo saudí de los Lugares Santos del Islam, el gran muftí de Arabia Saudí, Abdulaziz al-Sheikh, afirmó: "debemos entender que estos no son musulmanes, son hijos de los Magos y su hostilidad hacia los musulmanes es antigua. Especialmente contra la gente de la Sunna" (Dawn, 2016). Unos días después, el ministro iraní de Asuntos Exteriores, Mohammad Javad Zarif, decía en un artículo de opinión publicado en The New York Times:

De hecho, no es el supuesto conflicto sectario antiguo entre sunníes y chiitas, sino la contienda entre el wahhabismo y el Islam tradicional la que tendrá las consecuencias más profundas para la región y más allá […] Aunque gran parte de la violencia cometida en nombre del Islam se puede atribuir al wahhabismo, no sugiero de ninguna manera que Arabia Saudí no pueda ser parte de la solución. Todo lo contrario: invitamos a los gobernantes saudíes a dejar de lado la retórica de la culpa y el miedo, y unirnos con el resto de la comunidad de naciones para eliminar el flagelo del terrorismo y la violencia que nos amenaza a todos (2016).

Como se aprecia en estas declaraciones, para las autoridades iraníes el problema no es el sunnismo, sino el wahhabismo, al que se responsabiliza de secuestrar al Islam y convertirlo en una doctrina violenta e intolerante.

CAPACIDADES Y VULNERABILIDAD ECONÓMICA Y MILITAR

Como potencias regionales Irán y Arabia Saudí compiten por el poder y la influencia a partir de diversos recursos de poder. En este apartado se consideran algunos de los aspectos económicos y militares relevantes que dan forma a dicha competencia

Desde el punto de vista económico, ambas economías presentan una serie de similitudes. En términos del producto interno bruto (PIB), Arabia Saudí se ubica en el puesto 20 entre las economías más grandes del mundo según las Naciones Unidas, mientras que Irán se sitúa en el puesto 29, lo que hace de estas economías la segunda y tercera más grandes en el ámbito regional, superadas únicamente por Turquía. Ambas economías son objeto de una fuerte intervención estatal, especialmente en el campo del petróleo, que representa aproximadamente el 80 % de los ingresos presupuestarios de Arabia Saudí, así como el 45 % del PIB y el 90 % de las ganancias de exportación de ese país. Irán tiene también una economía altamente dependiente del petróleo, que constituye el 80 %o de las exportaciones.

Las reservas probadas de petróleo ubican a Arabia Saudí en el puesto número dos a nivel mundial, y a Irán en el cuarto con 268.300.000.000 y 157.800.000.000 barriles respectivamente (World Atlas, 2017). En cuanto a reservas de gas natural, Irán se ubica en el segundo puesto con 34.020.000.000.000 metros cúbicos, y Arabia Saudí en el quinto con 8.489.000.000.000 (CIA World Fact Book, 2017).

Arabia Saudí tiene una economía plenamente integrada con el mundo, sin embargo, ha venido experimentado una serie de problemas estructurales, como el déficit presupuestario, que alcanza el 20 %o del PIB (US$100.000 millones), lo cual ha llevado al Fondo Monetario Internacional (FMI) a advertir que el país podría agotar sus reservas dentro de cinco años si las políticas gubernamentales permanecen sin cambios. A esto se suma la caída de los precios del petróleo que ha golpeado severamente la economía saudí. Por otro lado, el desempleo plantea también un serio problema para Riad. Estimado oficialmente en un 12,1 %o, otros cálculos lo ubican entre un 27 o 29 %, y en un 33 % entre los jóvenes entre 20 y 24 años de edad y 38 % para los de 24 a 29 años. Un problema grave, si se tiene en cuenta que dos tercios de la población tienen menos de 30 años.

Lo anterior ha llevado al Gobierno saudí a proponer el plan Visión 2030, una serie de medidas destinadas a diversificar y modernizar la economía reduciendo la dependencia del petróleo, explorando otros activos y llevando a cabo reformas estructurales. El plan plantea la venta de una parte de las acciones de la empresa estatal petrolera ARAMCO, una reducción severa del gasto público y las inversiones en infraestructura, y una disminución en los subsidios al combustible, el agua y la electricidad.

En el caso de Irán, el paulatino levantamiento de las sanciones económicas que pesaban sobre el país debido al tema nuclear ha supuesto la posibilidad de una "bonanza" económica que ya ha suscrito numerosos contratos económicos con países europeos. Un estudio del FMI estima un aumento de las importaciones iraníes de 75.000 millones de dólares en 2017 a 115.000 millones de dólares en el 2020. Sin embargo, Irán requiere urgentemente inversión extranjera. Algunos economistas estiman que las necesidades de inversión insatisfechas de Irán rondarán los 150.000 millones de dólares al año durante los próximos cinco años.

La guerra fría entre los dos países no ha prescindido del uso del petróleo como arma. La estrategia de precios bajos impulsada por Arabia Saudí dentro de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) ha sido dirigida para golpear a los competidores estadounidenses, pero también a Irán y Rusia, dado que buena parte de las finanzas estatales iraníes y rusas dependen de las exportaciones de petróleo. Una estrategia que, paradójicamente, ha sido muy perjudicial para las finanzas saudíes.

En el campo militar ambos países presentan diversas asimetrías, que dan la ventaja estratégica a Irán o a Arabia Saudí en distintos campos.

Presionado por sanciones de diverso tipo y el aislamiento internacional, Irán se vio obligado desde hace muchos años a convertirse en una nación prácticamente independiente en términos militares y debió desarrollar su propia tecnología militar.

Para su defensa, Irán cuenta con unas fuerzas armadas regulares conocidas como Artesh y los Cuerpos de la Guardia Revolucionaria Islámica de Irán (CGRII), conocidos como Sepah o Pasdaran. Ambas organizaciones suman un estimado de 550.000 hombres, más del doble que el ejército saudí, integrado a su vez por la Fuerza de Tierra Real Saudí (FTRS) y la Guardia Nacional de Arabia Saudí (GNAS). Aunque Irán cuenta con hombres bajo las armas, se trata para algunos analistas de una ventaja relativa, que es superada por la superioridad tecnológica de los saudíes. Por ejemplo, las fuerzas armadas iraníes están equipadas con tanques de tipo Zulfiqar, producidos localmente, cuya eficacia no ha sido probada, mientras que el arsenal de Arabia Saudí es más pequeño (tabla 1), pero comprende fundamentalmente tanques de tipo M1 Abrams, de tercera generación, que sí han sido probados en combate. En cuanto a las capacidades de combate aéreo, Irán cuenta con una envejecida flota de aviones MIG-29, Sukhoi Su-24, F-14 Tomcast; en contraste, la fuerza aérea de Arabia Saudí es una de las más poderosas de Medio Oriente, con un arsenal de cazas F-15, Euro Typhoons y Tornados (Liebl, 2012, p. 8). En el campo naval Irán tiene una superioridad numérica y la flotilla de botes pequeños de los CGRII ha desarrollado habilidades de guerra asimétrica notables (Cordesman, 2004, p. 266).

¿UNA GUERRA ENTRE IRÁN Y ARABIA SAUDÍ?

En un marco de inestabilidad regional y poco espacio para las certezas, la rivalidad saudí-iraní es una de las señas más claras y constantes del panorama político de Medio Oriente. Riad considera a Irán fuente de "desestabilización y terrorismo", mientras que desde Teherán la diplomacia saudí se concibe como "hostilidad con Irán, en todas partes, en todo momento y en todas las formas posibles" (Khalkhali, 2017).

Todo parece indicar que ambas potencias regionales seguirán enfrentándose en campos como el diplomático, religioso y económico, y, por supuesto, geopolítico, incluyendo guerras subsidiarias a lo largo de la región; sin embargo, la posibilidad de un enfrentamiento militar directo no puede ser excluida.

Aunque para ambos países un conflicto militar es una línea roja, desde el ascenso al trono del rey Salman bin Abdulaziz al-Saud y de su ministro de Defensa Mohammad bin Salman al-Saud, la retórica belicista es cada vez más frecuente entre las élites saudíes, e incluso entre los sectores más conservadores iraníes. En una entrevista en mayo de 2017, Mohammad bin Salman al-Saud afirmó: "Arabia Saudí es un blanco primordial para el régimen iraní […] No vamos a esperar a que la batalla sea en Arabia Saudí. Trabajaremos para que la batalla sea en Irán" (citado por Ghitis, 2017). La reacción iraní no se hizo esperar y el ministro de Defensa iraní Hossein Dehqan respondió: "Si los saudíes hacen algo ignorante, no dejaremos ningún área intacta, excepto La Meca y Medina" (Reuters, 2017).

Es difícil determinar cómo y qué desenlace tendría una guerra entre Arabia Saudí e Irán. Más allá de las capacidades y habilidades militares de ambos actores está claro que, en un eventual conflicto militar no se puede prescindir de considerar el escenario geopolítico regional, y el juego de alianzas e intereses extrarregionales. En ese sentido, una confrontación militar con Arabia Saudí no traería ningún beneficio a Irán. Como lo afirma Alí Mousavi Khalkhali (2017), en primer lugar, un conflicto militar impondrá grandes costos financieros al país, que apenas está empezando su recuperación económica después de las sanciones. En segundo lugar, los saudíes cuentan con más recursos económicos, militares, facilidades y relaciones que podrían utilizar contra Irán. En tercer lugar, Irán tiene muchos enemigos a nivel internacional que seguramente se unirían en su contra si una guerra se desata. En la actualidad, Irán no puede pretender eclipsar la influencia regional saudí en el Golfo, aunque eventualmente podría buscar influir en algunos estados árabes del área y presionarlos para minimizar o eliminar sus vínculos militares con Occidente. Adicionalmente, Teherán podría contar con el apoyo de aliados regionales como Hezbollah o algunas milicias chiitas de Irak y Siria, pero esto no podría superar la coalición de aliados -incluyendo Estados Unidos- que podría armar Arabia Saudí. Es factible también que, ya que la mayoría del mundo islámico es sunní, los saudíes alentarían una sectarización de la guerra, movilizando grandes sumas de dinero contra Irán.

CONCLUSIONES

La rivalidad entre Arabia Saudí y la República Islámica de Irán se remonta a inicios de la década de 1980; sin embargo, desde inicios del presente siglo y en especial desde que asume el trono saudí el rey Salman bin Abdulaziz al-Saud en enero de 2015, se verifica una acentuación sin precedentes de la animosidad entre los dos países. El aumento de la influencia iraní en la región desde el año 2003 ha sido asumido como una amenaza directa por parte de los saudíes y ambos países han pasado de una hostilidad retórica -nada novedosa- y de una permanente sospecha, a una enfrentamiento indirecto a través de guerras subsidiarias en varios de los puntos álgidos de conflicto de la región.

Teherán ha logrado un acuerdo nuclear con Occidente que le ha permitido romper -todavía de manera parcial- con el aislamiento internacional que le imponían las sanciones económicas. Además, la República Islámica ha logrado ganarse cierto nivel de confianza por potencias como China y Rusia con las que comparte ciertos intereses geopolíticos.

Por otro lado, en los escenarios donde saudíes e iraníes disputan espacios de poder e influencia política, militar, económica y religiosa, Irán ha sacado -hasta la fecha- el mayor provecho. Ha combatido exitosamente al DAESH en Siria e Irak y, al cabo de seis años de guerra, ha impedido -junto con Moscú- el objetivo saudí de derrocar a al-Assad, logrando consolidar su influencia en la región, aunque ciertamente, a un costo económico y humano muy alto. En Irak, el decidido apoyo iraní a las milicias chiitas ha sido decisivo para expulsar a los combatientes del DAESH de buena parte del territorio del país. En Líbano, la primacía política y militar de Hezbollah, fortalecida especialmente a partir de su intervención en la guerra de Siria, refuerza los intereses y la presencia de Irán en el Levante.

Pese al enorme esfuerzo económico y logístico llevado a cabo por los saudíes, sus intereses en estos tres escenarios se han visto vulnerados en los últimos años. En el caso de Yemen, tras casi dos años y medio de intervención militar, todo apunta a un grave fallo estratégico, que no solo no le ha permitido a Riad cumplir con los objetivos propuestos, sino que le ha deparado enormes costos económicos que han venido a agudizar el ya dramático déficit presupuestario del país.

La política exterior saudí, que aparece muchas veces como reactiva y movida por el miedo, no solo no ha sido capaz de erosionar significativamente la influencia iraní en la región, sino que no ha conseguido alcanzar un liderazgo entre potencias sunníes de la zona como Turquía o Qatar, con las que mantiene importantes diferencias.

Un conflicto militar entre Arabia Saudí e Irán parece hasta el momento un escenario poco probable (mas no imposible), aunque es claro que, dada la corrección de fuerzas regionales y especialmente la recomposición de la relación entre Arabia Saudí y Estados Unidos, dicho escenario hipotético no convendría a Irán, cuyas capacidades económicas y militares, así como sus alianzas regionales, no le permitirán hacer frente a una guerra abierta contra Riad.

Incluso si las dos potencias evitan un conflicto militar directo es muy posible que la competencia regional por el poder y la influencia no solo continuará en los próximos años, sino que se consolidará como una de las dinámicas de conflicto más importantes de Medio Oriente.


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