10.18601/16577558.n30.02

América Latina y las transiciones en el poder global: el caso de Brasil

Latin America and the transitions in global power: the case of Brazil

Manuel Alejandro Rayran Cortés*
Andrés Sebastián Aristizábal Vásquez**

* Magíster en ciencia política, orientación en relaciones internacionales, con especialidad en diplomacia y resolución de conflictos, Universidad Católica de Lovaina. Docente de la Facultad de Gobierno y Relaciones Internacionales, Universidad Externado de Colombia, Bogotá, (Colombia). [manuel.rayran@uexternado.edu.co]; [https://orcid.org/0000-0003-3658-2690].
** Profesional en gobierno y relaciones internacionales, Universidad Externado de Colombia. Estudiante de maestría en asuntos internacionales, Universidad Externado de Colombia, Bogotá, (Colombia). [andres.aristizabal23@gmail.com]; [https://orcid.org/0000-0002-7165-8286].

Recibido: 31 de marzo de 2019 / Modificado: 13 de mayo de 2019 / Aceptado: 14 de mayo de 2019

Para citar este artículo:

Rayran Cortés, M. A. y Aristizábal Vásquez, A. S. (2019). América Latina y las transiciones en el poder global: el caso de Brasil. OASIS, 30, pp 7-25. DOI: https://doi.org/10.18601/16577558.n30.02


RESUMEN

Durante los últimos veintiocho años, la estructura del sistema internacional ha sufrido cambios que han reconfigurado las capacidades de los Estados y su correlación de fuerzas, creando oportunidades para países que se proyectan como emergentes y desafíos para los Estados Unidos que busca mantener su poder configurador del orden mundial. Estas transformaciones constitutivas evidencian que, durante el inicio siglo XXI, el mundo ha ingresado a un nuevo ciclo de disputa entre potencias, obligando a los países de América Latina a aplicar estrategias para insertarse en el inédito orden y así lograr oportunidades para incidir en la agenda internacional. Ese es el caso de Brasil, que bajo gobiernos posliberales, se perfiló como el líder de Suramérica y buscó llegar a ser una potencia emergente.

Palabras clave: América Latina, Brasil, poshegemónico, potencia regional, inserción internacional.


ABSTRACT

During the last twenty-eight years, the structure of the international system has undergone changes that have reconfigured the capabilities of the States and their correlation of forces, creating opportunities for countries that project themselves as emerging and challenges for the United States that seeks to maintain its power to shape the world order. These constitutive transformations show that, in this early stage of the 21st century, the world has entered a new cycle of dispute between powers, forcing the countries of Latin America to apply strategies to insert themselves in this unprecedented order and thus to achieve opportunities to influence the international agenda. That is the case of Brazil, which under post-neoliberal governments, positioned itself as the leader of South America and sought to become an emerging power.

Key words: Latin America, Brazil, posthe-gemonic, regional power, international insertion.


INTRODUCCIÓN

Durante los últimos veintiocho años, la estructura del sistema internacional ha sufrido dos cambios de suma importancia que han reconfigurado las capacidades de los Estados y su correlación de fuerzas, creando oportunidades para unos y desafíos para otros. La primera alteración fue la caída de la Unión Soviética en 1991 con la que el orden internacional mutó de bipolar a unipolar y convirtió a los Estados Unidos en el país hegemón. La segunda modificación se presentó a inicios del siglo XXI con el surgimiento de potencias emergentes y la profundización del declive relativo de los Estados Unidos, estableciendo así un sistema multipolar o pos-hegemónico.

Esta segunda alteración permitió que las potencias regionales tuvieran un mayor protagonismo en la agenda internacional y obligó, en consecuencia, a que los Estados Unidos y las potencias medianas reformularan sus estrategias con el fin de mantener su liderazgo dentro del sistema. Ahora bien, en el marco de estas transformaciones estructurales, América Latina también presentó cambios significativos con el ascenso progresivo de Brasil y su incidencia en la agenda internacional, así como también con el arribo de algunos gobiernos posliberales1, los cuales aplicaron una política regionalista que se desligaba de la política económica de Washington y forzaron a los gobiernos de derecha, cercanos a Estados Unidos, aunar esfuerzos para mantener el statu quo.

Sin embargo, a partir de 2015, América Latina vive de nuevo un proceso de acomodamiento en el marco de esa transformación estructural del sistema internacional, pasando ahora de gobiernos progresistas a presidencias de extrema derecha con una agenda política y económica pro estadounidense. Ante esta nueva situación observada en la región surge la pregunta, ¿cómo han incidido los cambios de la dinámica organizativa del sistema internacional en las estrategias de inserción de América Latina al mundo en los últimos veintiocho años? Para dar respuesta a este cuestionamiento, se utiliza una metodología inductiva para la cual se recopiló información de la situación política y económica de América Latina.

La hipótesis que se plantea a este interrogante es que, durante los últimos veintiocho años, los países de América Latina han desplegado diversas estrategias para insertarse internacionalmente, trayendo como consecuencias una división al interior de la región. Con los nuevos cambios en el orden internacional países como Brasil lograron aplicar una política exterior propia permitiéndole liderar la región y convertirse en potencia emergente.

Con el fin de desarrollar la hipótesis antes mencionada, en la primera parte se explicarán, de manera breve, los cambios que han ocurrido en el sistema internacional durante los últimos veintiocho años utilizando elementos de la teoría estructuralista, realista y neorrealista. Posteriormente se estudiará el comportamiento de América Latina en los ajustes antes mencionados haciendo énfasis en la política exterior de Brasil durante este período. Finalmente, se esgrimirán algunas consideraciones preliminares.

CAMBIOS EN EL SISTEMA INTERNACIONAL Y EL NUEVO ORDEN MUNDIAL EMERGENTE

Desde el nacimiento de las teorías de las relaciones internacionales, los expertos en esta rama de la ciencia política han intentado comprender las causas, condiciones, características de los actores y consecuencias que conllevan los cambios en el sistema internacional. Con el fin de resolver estos cuestionamientos han estudiado el crecimiento y la decadencia de los imperios: romano, británico, mongol, español, entre otros; estableciendo algunos parámetros comunes que se han manifestado en cada uno de los fenómenos estudiados. En el marco de lo anterior, este primer acápite expone, de manera breve, la composición del actual orden internacional y sus modificaciones durante los últimos veintiocho años, para en el siguiente analizar el comportamiento de América Latina bajo estas transformaciones.

La primera teoría a emplear es el estructuralismo económico, ya que la definición de cambio social que utiliza y su explicación sobre el modelo productivo capitalista permite comprender, de manera clara, la arquitectura y el funcionamiento del sistema internacional. La segunda y tercera teoría son el realismo y neorrealismo, pues estas interpretan el comportamiento de la súper potencia, las potencias medias y las regionales, así como los procesos de transición de poder dentro del orden global, situación que en la actualidad está sucediendo con el declive relativo de los Estados Unidos y el surgimiento de algunas potencias emergentes.

Uno de los principales teóricos del estructuralismo económico es Immanuel Wallerstein, quien para conceptualizar los cambios sociales plantea un análisis definido como sistema-mundo, el mismo que en la actualidad tiene una extensión global por los distintos desarrollos e interdependencias que el capitalismo ha amplificado en el transcurso del tiempo. Así, pues, al momento de aceptar este supuesto, que se materializa con una sociedad única y en donde las numerosas "sociedades" nacionales (británica, estadounidense, colombiana, brasilera, entre otras) son simplemente partes de un todo, el cambio social solo puede ser concebido en su totalidad (Taylor & Flint, 2002). Es decir, que para comprender un fenómeno de una sociedad nacional, ejemplo la decadencia relativa de Gran Bretaña, es necesario estudiarla en el contexto más amplio del sistema, ya que hay un elevado número de factores políticos, económicos y sociales de la estructura que influyen en el fenómeno estudiado. Asimismo, a pesar de que las sociedades son una parte del sistema, Wallerstein también identifica que al interior de estas hay un alto número de interrelaciones que las convierte en una sola unidad y que, por ende, padecen un proceso de nacimiento, desarrollo y decadencia, fases que las cataloga como "sistemas históricos".

Ahora bien, aunque cada sistema histórico es único, Wallerstein considera que a partir de 1900 las unidades de la estructura comparten un elemento de suma importancia, la economía. Para el académico norteamericano estudiar el sistema productivo es trascendental, porque configura la base material de la sociedad y estructura el espacio en el que los Estados fundamentan su orden. De acuerdo con lo anterior, el modo de producción que actualmente rige el sistema internacional es el capitalista, el cual es guiado por la obtención de beneficios y cuyo incentivo principal es la acumulación de los excedentes en forma de capital. Asimismo, el mercado es el que controla la competencia entre las unidades de producción y no una entidad de carácter político, de ahí que solo los países eficaces son los que prosperan porque son capaces de vender más barato (Wallerstein, 2015).

Sin embargo, a pesar de que la mayoría de los países del mundo aplican el sistema productivo capitalista su nivel de desarrollo difiere en cada unidad, de ahí que se distingan tres tipos de entidades en el sistema internacional, las cuales están determinadas por procesos complejos de la economía y no por regiones. Los prototipos son: centro, periferia y semiperiferia. El centro se refiere a los países donde el capitalismo está desarrollado, por lo que permite salarios relativamente altos, tecnología avanzada, un sistema financiero diversificado y una producción de valor agregado. La periferia, por su parte, son aquellos Estados donde el nivel de desarrollo de las fuerzas productivas es precario, los salarios son bajos y la tecnología es rudimentaria. Finalmente, la semiperiferia son todos aquellos países que combinan una forma particular de ambos procesos, es decir, las unidades de la semiperiferia son todas aquellas que tienen elementos característicos del centro como la tecnología, el crecimiento económico y la explotación a la periferia, pero a su vez también tienen componentes de la periferia, como la desigualdad, los salarios bajos y su explotación proveniente del centro (Taylor & Flint, 2002).

Para ilustrar mejor esta clasificación en el actual orden internacional, el centro es representado por Estados Unidos, Japón, Australia, Francia, Noruega, Dinamarca, Alemania, Inglaterra, entre otros Estados europeos, mientras que África, la mayoría de los países de América Latina y algunos países del sur de Asia se catalogarían como periferia. Finalmente, la semiperiferia es personificada por China, Brasil, India y Rusia.

Llegado a este punto, con el fin de comprender mejor la interacción y la jerarquía existente en el sistema internacional con estos tres tipos de Estados desde hace veintiocho años, es necesario hacer una nueva división en los tipos de países que se ubican en el centro y aclarar, de manera breve, cómo las entidades semiperiféricas se identifican con las potencias regionales, lo que permitirá a través del realismo profundizar posteriormente sobre los países emergentes y su competencia con las unidades del centro. En esta clasificación encontramos las potencias2 mundiales y las potencias medias o también conocidas como coadyuvadoras.

Las primeras son aquellas consideradas centrales para el desarrollo del capitalismo, cuentan con unas capacidades materiales e inmateriales para dirigir el sistema internacional y se destacan porque pueden establecer proyecciones geopolíticas y geoeconómicas en el mundo como, por ejemplo: Estados Unidos, Reino Unido, Francia y Alemania. Las segundas, por el contrario, son todas estas modernas, democráticas y con unas capacidades inmateriales altas, pero que sus condiciones materiales son limitadas, de ahí que se encuentran por debajo de las potencias mundiales, pero por encima de los países semiperiféricos y periféricos.

Los países que pertenecen a esta clasificación son, por ejemplo, Bélgica, Dinamarca, Suecia, España, entre otras. Asimismo, esta clasificación se caracteriza porque permite mantener un equilibrio dentro del sistema internacional ya que respalda la agenda política y económica de las potencias mundiales. Finalmente, las unidades semiperiféricas del sistema se pueden clasificar como potencias regionales ya que se encuentran en la mitad de la estructura, el nivel de su capitalismo es semidesarrollado, tienen capacidades tanto materiales como inmateriales limitadas, tienen deficiencias en la calidad institucional y combinan procesos de centro y periferia. Los países que se encuentran en esta categoría son: Brasil, México, China, India, Rusia, Sudáfrica, entre otros (Rocha & Morales, 2011).

Teniendo clara esta nueva división es necesario ahora realizar una jerarquización utilizando las teorías realistas y neorrealistas para evidenciar, de manera clara, los cambios del sistema internacional. De acuerdo con A. F. K. Organsky, el mundo se divide en cuatro categorías: 1) el Estado dominante o la superpotencia; 2) las grandes potencias; 3) las potencias medias y 4) finalmente los países dependientes.

Los países que se encuentran en la cúspide son los más poderosos ya que establecen el control y el orden internacional, y reciben gran parte de los beneficios de la estructura.

Para que estas naciones se mantengan en esa posición es necesario que sean capaces de distribuir, de manera equitativa, las ganancias a las grandes potencias, pues de lo contrario, el sistema internacional entra en un proceso de contrabalanceo ya que las grandes potencias, o las potencias emergentes, que no sientan que están ganando en ese orden buscarán realizar alianzas para poner en jaque a la súper potencia (Organsky, 1968). Si este último escenario sucede, el mundo presenciaría nuevamente el ciclo de las potencias, como lo estableció Robert Gilpin, en donde se pasa de un sistema en equilibrio a una situación de redistribución de la potencia, generando un desequilibrio en la estructura y obligando a utilizar algún tipo de resolución de crisis para, finalmente, constituir un equilibrio de la estructura (Gilpin, 1983).

De igual manera, Organsky plantea que entre más grande sea la diferencia entre la potencia dominante con respecto a las potencias que le siguen, la estructura le garantizará más seguridad de liderazgo y estabilidad del orden, de ahí que el Estado dominante se verá obligado a seguir creciendo sus capacidades materiales e inmateriales, así como también ir adaptando su política exterior y estrategia de acuerdo con las nuevas circunstancias del sistema.

En tal sentido, durante la guerra fría, el orden internacional se rigió por dos centros de poder; y es por eso que con la caída de la Unión Soviética en 1991 el mundo se ajustó a una nueva estructura unipolar encarnada por Estados Unidos. Este país logra ser el hegemón del sistema ya que militarmente tenía las capacidades que ningún otro Estado poseía, jugaba una superioridad económica, actuaba en función de sus intereses de seguridad, económicos e ideológicos, y era la única súper potencia que podía instaurar un cierto orden en un mundo más jerarquizado y menos anárquico. Para ilustrar esta situación con la teoría antes descrita, para esta época Estados Unidos se consideraba un país de centro, acorde con la visión de Wallerstein, y estaba ubicado en la cúspide más alta de la pirámide de acuerdo con Organsky.

Sin embargo, a partir de 2001, Estados Unidos ha profundizado su declive relativo debido al surgimiento de las potencias emergentes3 (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), a las guerras emprendidas por Washington en Afganistán en 2002 y en Iraq en 2003, a la crisis económica de 2008, al cambio de la política exterior de Rusia al mando de Putin y al renacer de China, de ahí que la Casa Blanca tuviera que reestructurar su estrategia para adaptarse a las nuevas dinámicas internacionales. Dentro del nuevo panorama del orden internacional se evidencia que el mundo pasó de un sistema unipolar a uni-multipolar, lo que quiere decir que Estados Unidos ya no es el único centro de gravedad del sistema y, por el contrario, la ordenanza internacional tiene que compartirla con otros Estados que han podido aumentar su influencia dentro del orden internacional.

En este sentido, utilizando las teorías antes descritas, se puede evidenciar que Estados Unidos continúa siendo un país de la categoría centro, de acuerdo con Wallerstein, pero dentro de la jerarquía de Organsky, los Estados Unidos ya no están más en la cúspide de la pirámide, sino que se ubica con las otras potencias. Es de resaltar que la estructura multipolar a la que se enfrenta Estados Unidos tiene sus propias dinámicas para que pueda mantenerse en el tiempo.

En consecuencia, Washington debe aplicar el principio primero entre iguales, lo que se traduce en que Estados Unidos continúa en el centro del sistema, pero con una relación de cooperación con las otras potencias y utilizando la diplomacia para que los países que lo rodean y que buscan contrabalancearlo requieran más de él y que necesiten menos entre ellas, pues de lo contrario Estados Unidos correría el riesgo de perder su supremacía en el sistema internacional. En ese mismo sentido, la Casa Blanca tendría que aplicar una política de "auto-restricción" como lo catalogó Stephen Walt, en donde establece siete medidas que debe aplicar Washington:

1) mantener sus capacidades sin arrogancia; 2) tener una mano de hierro en un guante de terciopelo; 3) actuar no solo bajo los intereses de los Estados Unidos sino también de sus aliados; 4) mantener a algunos aliados bajo control; 5) evitar las generalizaciones y estudiar caso por caso; 6) centrarse en lo defensivo en cambio de lo ofensivo; 7) hacer su predominio de manera legítima (Struye de Swielande, 2010, p. 35).

Teniendo claro los diferentes cambios en el orden internacional y la nueva estructura del sistema, en las siguientes líneas se profundizará un poco más sobre las potencias emergentes o, como lo catalogaría Wallerstein, países semiperiféricos, esto con el fin de comprender, de manera clara, el comportamiento de América Latina en estas últimas transformaciones del orden mundial.

Como ya se había mencionado, los países semiperiféricos son todos aquellos que pueden beneficiarse de alguna manera del sistema capitalista, enlazándose en la cadena productiva mundial y soportándose sobre la explotación de los países periféricos. Sin embargo, este tipo de países también son explotados por los países centrales y tienen problemas políticos, económicos y sociales a nivel interno, a pesar de su mejoría económica (Rocha & Morales, 2011).

Debido a la anterior caracterización es interesante analizar la estrategia que establecieron estos países, que de ahora en adelante se llamarán potencias emergentes debido a que su dominio estuvo concentrado en su zona geográfica y se soportaron en ellas para proyectarse a nivel internacional. Asimismo, de acuerdo con la organización Rand Corporation en su libro The emergency of peer competitor: A framework for analysis, las potencias regionales pueden utilizar cuatro estrategias para contrabalancear al país hegemón, que son: reforma, revolución, alianza y conquista.

La primera maniobra está enfocada al mejoramiento de las variables económicas, las cuales les permitirán acrecentar su poderío militar y mejorar la calidad de su cuerpo diplomático. Es claro que este tipo de cambios toman tiempo y los gobiernos centrales de estas naciones deben tener trazados los objetivos a mediano y largo plazo. Con lo que respecta a la revolución, estas pueden ser políticas o militares y los cambios se dan de manera rápida debido a que el Estado concentrará más poder para tomar decisiones. Las alianzas, por su lado, cumplen tres funciones: beneficiar las capacidades de un país tercero, incrementar los recursos necesarios para aumentar su poder y tener mayor acceso a la región. Finalmente, la conquista es la última y más hostil estrategia ya que utiliza amenazas de uso de la fuerza para ganar territorio.

Ahora bien, con base en lo anterior, en los siguientes párrafos se analizará cómo ha sido el comportamiento de América Latina durante este proceso de transformación internacional en el período poshegemónico.

AMÉRICA LATINA EN EL PRELUDIO DEL PERÍODO POSHEGEMÓNICO

La configuración de un sistema unipolar en cabeza de Estados Unidos a partir de 1991 afectó a América Latina, ya que creó un alineamiento casi total de la región con Washington en materia política y económica, situación que conllevó a que para inicios de la primera década del siglo XXI, tuviera cambios drásticos en relación con su alineamiento con la Casa Blanca.

América Latina en los años posteriores al final de la guerra fría estuvo caracterizada por cuatro elementos: primero, un alineamiento estratégico con Estados Unidos que se alzó como potencia central del orden mundial; segundo, asimilar la política neoliberal en materia económica con el objetivo de diversificar relaciones comerciales y generar crecimiento económico; tercero, su creciente marginación e irrelevancia en la política internacional (Kacowicz, 2008); y cuarto, tener un "agenda negativa"4 relacionada por el narcotráfico, los delitos transnacionales y la migración, que eran elementos de interés de Washington.

En ese sentido, en la década de los 90, América Latina abrazó las medidas establecidas del denominado Consenso de Washington, el cual introdujo, de manera definitiva, el modelo neoliberal en la región. Con la inclusión de estas ideas, la región buscaba abrirse al mundo, poder vincularse con las cadenas mundiales de producción y, por supuesto, hacer parte de la globalización. Esta visión estuvo acompañada por la "Iniciativa de las Américas" propuesta por Bush que, posteriormente, se denominaría Área de Libre Comercio de las Américas (Alca). Esto indicaba que la estrategia de Estados Unidos hacia la región era de carácter económico-comercial, para lo cual el llamado Consenso de Washington sirvió como un elemento de consolidación de esa política.

Sin embargo, el final de la década de los 90 no culminó de forma satisfactoria para América Latina. Las expectativas de estabilidad y crecimiento económico rápidamente se esfumaron y la región entró en el siglo XXI sumergida en una crisis social, económica y política, convirtiéndose en el preludio de la llegada de los nuevos gobiernos posliberales. Gavin O'Toole (2007) plantea que la apertura económica parece haber acelerado la desintegración social, al tiempo que la nueva movilidad del capital internacional generó más dependencia en las economías latinoamericanas, incrementó su vulnerabilidad ante los sacudones de los mercados mundiales de capitales y redujo su autonomía política.

Es así como los nuevos gobiernos poshegemónicos tomaron diversas medidas de política interna para atenuar los factores desestabilizadores y adoptaron una nueva política exterior para insertarse internacionalmente, apartándose de la estrategia de sus predecesores.

CARACTERÍSTICAS DE LA POLÍTICA EXTERIOR DE AMÉRICA LATINA

Abordar los elementos que constituyeron la inserción internacional de los países posliberales en América Latina en un sistema poshegemónico, obliga a señalar algunas características que constituyeron su política exterior, esenciales para entender las dinámicas que se desarrollaron en los primeros quince años del siglo XXI.

La primera característica hace alusión al carácter heterogéneo de América Latina, es decir, que no es posible considerar a la región como un actor monolítico ya que en su interior existen diferentes dinámicas que hacen que cada país establezca procesos internos y externos diversos, basados en sus propios intereses. Sin embargo, si bien América Latina no puede ser analizada como una sola región, también es cierto que los países que la integran comparten intereses y problemas, como la asimetría, el entorno de seguridad en un proceso de cambio y el contexto económico (Kacowicz, 2008).

La segunda característica se centra en que la política exterior de los países latinoamericanos está definida por los gobiernos de turno, pues más que una política exterior de Estado es una de gobierno, elemento que hace que América Latina no tenga una alternativa clara, única y coherente de inserción en el mundo. Para Juan Carlos Puig (1980) son las élites de los países quienes determinan el camino que tomará el país en un período determinado, esto teniendo en cuenta sus recursos internos.

Por último, la tercera característica alude a que Estados Unidos es el actor más importante en la política exterior de América Latina, determinando, de esta manera, que la forma en que los países de la región se relacionen con aquel, determinará la estrategia que cada uno adopte para insertarse internacionalmente.

Ahora bien, Roberto Russell y Juan Tokatlian (2009) determinaron que los países latinoamericanos después de la guerra fría han acudido a cinco estrategias para relacionarse con Estados Unidos: el acoplamiento, el acomodamiento, Ia oposición limitada, el desafío y el aislamiento. El acoplamiento se caracteriza por un plegamiento a los intereses estratégicos vitales de Estados Unidos, tanto en el ámbito global como regional. Bajo este modelo es posible relacionar a México, Colombia, Perú, Argentina en el gobierno de Menem y los países centroamericanos, exceptuando a Panamá, Costa Rica, Honduras durante el gobierno de Zelaya, y el Salvador del gobierno de Funes y Cerén.

El acomodamiento se caracteriza por el acompañamiento selectivo y puntual a Estados Unidos. Promueve un papel activo en la configuración de regímenes internacionales preferentemente en armonía con Washington y promueve un balance entre mercado y Estado al momento de proyectar Ia política exterior hacia Estados Unidos, la región y el mundo. Bajo este modelo los casos por excelencia son Chile, Panamá y Costa Rica.

El aislamiento se caracteriza por secundar a Estados Unidos, pero con el suficiente sigilo como para no llamar Ia atención de propios y ajenos. La integración regional se define en términos oportunistas y aplica un bajo perfil para alcanzar metas limitadas en el entorno más próximo y en el sistema internacional. Bajo este modelo el caso más relevante es Paraguay, exceptuando el período de Fernando Lugo (Russell y Tokatlian, 2009).

El desafío se caracteriza por propiciar políticas de distanciamiento, un revisionismo completo del orden global y contrabalancear el poder de Estados Unidos en el escenario regional y mundial, ya que considera a este país como enemigo (Russell y Tokatlian, 2009). Bajo este modelo los casos emblemáticos son Venezuela y Cuba. Finalmente, la oposición limitada propugna una política mixta hacia Estados Unidos en la que se combinan desacuerdo y colaboración, concertación y obstrucción, deferencia y resistencia.

La integración regional es considerada esencial para el incremento del poder negociador conjunto del área frente a Estados Unidos. Además, procura cambios más profundos en la estructura económica y financiera internacional, al tiempo que desestimula Ia negociación inmediata de un área de libre comercio hemisférica (Russell y Tokatlian, 2009). Bajo este modelo es que se circunscriben la mayoría de los gobiernos posliberales que llegaron al poder después del 2000, Argentina, Bolivia, Ecuador, Uruguay y Brasil, siendo este último el que ya había adoptado esta posición en gobiernos previos a la dictadura militar.

Las características antes señaladas permiten entender el actuar de los gobiernos posliberales frente a Estados Unidos. Sin embargo, el ascenso de estos gobiernos coincidió con un período de transformación en el sistema internacional, caracterizado por el declive relativo del hegemón que alejó sus intereses de la región, y el surgimiento de potencias emergentes que pretendían convertirse en grandes potencias, según los elementos señalados por Organsky. En ese sentido, algunos gobiernos latinoamericanos aprovecharon la situación para desplegar una serie de iniciativas para posicionarse o reafirmar su rol como actores semiperiféricos bajo los postulados de Wallerstein, o convertirse en potencias regionales o medias según Organsky.

A continuación, se analizará cómo Brasil logró establecerse como potencia regional en América Latina, aprovechando el entorno internacional cambiante y las potencias emergentes, así como sus acciones para contrabalancear a Estados Unidos en la región.

BRASIL, LA POTENCIA REGIONAL DE AMÉRICA LATINA

Desde que los Brics se establecieron en la política internacional, Brasil fue considerado una potencia emergente, lo que le permitió establecerse como el líder en América Latina y proyectarse como un actor global. Para ello, Brasil desarrolló diferentes estrategias, unas hacia la región y otras de carácter internacional, que se abordarán a continuación.

En relación con el regionalismo, Brasil se ha caracterizado y reconocido por tener una política exterior de Estado y un cuerpo diplomático sólido y profesional (Grabendorff, 2010), en este sentido, su vocación de ser una potencia regional con proyección internacional tiene sus orígenes desde la misma conformación de la República. Según Sebastien Adins Vanbiervliet (2014), el Barón de Río Branco, quien fue canciller desde 1902, desarrolló los lineamientos de la política exterior brasilera:

El Barón estableció como un principio el universalismo -entendido como la apertura de relaciones con países de todo el mundo en la búsqueda de grandeza en la escena mundial-; el multilateralismo; el principio de la no intervención; y la alianza no escrita con Estados Unidos. En cuanto al último principio, si bien Brasil reconoció a Washington como el líder de un sistema panamericano, de forma simultánea se atribuyó una hegemonía sobre un subsistema sudamericano -que abarcó el conjunto de Sudamérica, salvo Colombia, Venezuela y las Guyanas- (p. 55).

Lo anterior viene acompañado de los postulados teóricos que los primeros geopolíticos brasileros establecieron sobre la proyección de Brasil internacionalmente, los militares Travassos y Golbery do Couto e Silva establecieron que las capacidades del país se deben proyectar a nivel continental para lograr una influencia internacional (Romero, Peña y González, 2012). Conforme a lo anterior, y estableciendo que Brasil históricamente se ha visto así mismo como una potencia regional, una vez esté consolidada le permitirá proyectarse en el escenario global, de ahí que se pueda comprender con mayor facilidad la estrategia que usaron los gobiernos de Lula Da Silva y Dilma Rousseff

Bajo estos gobiernos, Brasil desarrolló varias iniciativas simultáneamente. En principio cabe destacar el despliegue que le dio al Mercado Común del Sur (Mercosur), dotándola de una dinámica diferente con el objetivo de consolidar sus relaciones con los otros países miembros y queriendo darle un carácter más político. Para ello fortaleció el Mercosur Social, creó el Fondo para la Convergencia Estructural del Mercosur, Focem, el Mercosur Cultural, y en 2007 entró en funcionamiento el Parlamento del Mercosur o Parlasur. Finalmente, Brasil logró promover su ampliación con la integración de Venezuela y Bolivia, que está próximo a convertirse en miembro pleno.

Es así que Brasil guio a la región a instaurar un espacio común suramericano. Para Burges (2008) el gobierno de Lula, en su visión de establecer una "hegemonía consensual", generó que el nuevo espacio consistiera en la protección de la democracia, el desarrollo económico y las respuestas regionales conjuntas a los desafíos de la globalización a través de acuerdos multilaterales dentro de América del Sur. Lo anterior se materializó en 2004 cuando Brasilia impulsó la Comunidad Sudamericana de Naciones en Cusco, embrión de la actual Unasur, y a la cual posteriormente la convertiría en su expresión geopolítica con una identidad sudamericana que excluyera a sus posibles rivales en el liderazgo latinoamericano: México y Estados Unidos (Grabendorff, 2010, p. 168).

Para Kacowicz (2008),

el objetivo manifiesto (de Unasur) era mejorar la competitividad de la economía sudamericana y su integración en la economía global, además de promover el desarrollo sostenible de los países de la región desempeñando la función de «ejes y radios» (hub and spoke) para la integración de Sudamérica (p. 120).

Brasil aprovechó la creación de esta organización para desplegar una serie de iniciativas importantes en un campo donde la región poco se había adentrado. La creación del Consejo de Defensa Suramericano (CDS), tuvo como objetivo establecer las bases de una nueva arquitectura de seguridad regional por primera vez sin la presencia o guía de Estados Unidos.

Brasil no solo fue el impulsor del regionalismo, sino que aceptó pagar los costos del mismo. Para Adins Vanbiervliet (2014, p. 61) Brasil se convirtió, así fuera de forma modesta, en el paymaster de la región, materializado en algunos mecanismos del Mercosur, así como con el Banco de Desarrollo Brasileño (BNDES) y con el Programa de Substituição Competitiva de Importações (PSCI), el cual argumentaba que la sustitución de importaciones del resto del mundo por productos provenientes de Sudamérica contribuiría al crecimiento económico de los vecinos y generaría un círculo virtuoso de profundización de la integración regional (Freitas Couto, 2007).

Los costos asumidos se vieron recompensados en materia económica, pues y de manera paradójica, la reducción del énfasis comercial en la política regional coincidió con una expansión inédita de las exportaciones e inversiones brasileñas en la región (Adins Vanbiervliet, 2014, p. 61), así como de empresas brasileras por toda América Latina. De ahí el impacto general causado por los hechos de corrupción de la multinacional Odebrecht en la actualidad.

Este período y las iniciativas antes mencionadas le permitieron a Brasil posicionarse como el líder en Suramérica y establecerse como una potencia regional. Sin embargo, su despliegue necesitaba consolidarse en esferas más allá de América del Sur, de ahí que en 2008 Lula convocara la primera Cumbre de América Latina y el Caribe en Costa de Sauípe, la cual estableció las bases de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac). Este nuevo proyecto se planteaba como una organización para la interlocución de América Latina con otras regiones del mundo, una forma en la que Brasil pudiera liderar a todos los 33 países en diferentes escenarios multilaterales. Producto de ello es que se han desarrollado el Foro Celac-China y Celac-Unión Europea, además planteaba una alternativa al ineficiente espacio interamericano encabezado por la Organización de Estados Americanos, con el atractivo que en esta nueva apuesta no se encontraba Estados Unidos.

Al mismo tiempo, y ya en el escenario global, Brasil aprovechó el vacío relativo de Estados Unidos en la región para ejecutar su política regional, y también explotó el ascenso de los países emergentes para desplegar su iniciativa global, como nunca lo había hecho, convirtiendo a China en su principal aliado para este objetivo. La relación del gigante asiático con Brasil ha sido determinante, puesto que el primero encontró en la potencia regional la puerta de entrada para desarrollar diversas inversiones en América Latina, mientras que el segundo canalizó la mayoría de estas en beneficio propio, aumentado su dinámica comercial y económica en otras latitudes.

Algunos datos dan muestra de lo anterior, la Cepal, citado por Legler, Turzi y Tzili-Apango (2018), dice que el 71,9% del comercio chino total con la región se centró en Brasil y Perú; Brasil concentró el 42,6% de todas las exportaciones chinas hacia la zona. En el 2015, América Latina se convirtió en el segundo principal destino de las inversiones chinas: la región atrajo el 7,2% del total de las inversiones chinas en el mundo, con un incremento del 18,4% con respecto al 2014 y alcanzó 9.000 millones de dólares según el China Statistical Yearbook de 2016 (National Bureau of Statistics of China, 2016). Lo anterior demuestra que la relación entre Brasil, América Latina y China fue beneficiosa para las partes. Sin embargo, los esfuerzos exportadores hacia este país se basaron en recursos minero-energéticos.

La relación entre China y Brasil también estuvo enmarcada con la consolidación de los Brics, esfuerzo que se concretó en la I Cumbre de 2009 y que reforzó su anterior iniciativa del Foro Trilateral IBSA (India-Brasil-Suráfrica) inaugurado en 2003. La relación con China y los Brics generaron que Brasil participara en la arquitectura económica-financiera alternativa a las instituciones de Bretton Woods, impulsada fundamentalmente por China -como el Nuevo Banco de Desarrollo (NDB) inaugurado en Shanghái en 2014, el Banco Asiático de Inversión en Infraestructura creado en 2015 y el acuerdo de reserva de emergencia (CRA) (Frenkel y Azzi, 2018)-.

En las iniciativas anteriores China fue el gran propulsor, pero Brasil siempre jugó un papel importante. Basta recordar que en la Ronda de Doha de la Organización Mundial del Comercio (OMC), Brasilia logró acercar a Pekín a su postura en contra de las subvenciones agrícolas por parte de la Unión Europea y Estados Unidos. Además, esta situación permitió que Brasil también hiciera parte del G-20 (Grabendorff, 2010).

En el escenario internacional, y a través de mecanismos multilaterales, Brasil desplegó acciones políticas importantes para sus intereses. Entre ellas se destaca la creación del Grupo de los Cuatro (G-4), compuesto por Alemania, Japón, India y Brasil, cuyo propósito principal era obtener un puesto permanente en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Igualmente, ha aumentado su participación y esfuerzo en las Conferencias de las Partes (COP), introduciéndose en los debates sobre cambio climático y protección ambiental, permitiéndole ser el anfitrión de la Conferencia de Desarrollo Sostenible de Naciones Unidas en Río de Janeiro, Conferencia conocida como Río+20.

La proyección de Brasil como actor global, asimismo, lo llevó a involucrarse en varios escenarios de la política de seguridad internacional. En primer lugar, participó en la Conferencia de Annapolis en pro de la paz palestino-israelí junto con los principales poderes del sistema internacional; en segundo término, Brasil, junto con Turquía, se convirtió en mediador del acuerdo nuclear con Irán defendiendo el desarrollo pacífico de la energía nuclear (Romero, Peña y González, 2012). Paralelamente Brasil intervino, a su manera, en el conflicto sirio, convirtiéndose en el principal receptor de refugiados de ese país en América Latina. Según Acnur en Brasil existen cerca de 10.200 refugiados, de los cuales el 35% son de origen sirio, es decir unas 3.500 personas (Acnur, 11/04/2018). La inserción de Brasil en temas de seguridad internacional también se evidencia con las operaciones de mantenimiento de paz en Haití, desplegando 1.217 personas, y su participación en Timor oriental, Liberia, Costa de Marfil, Sudan y Nepal, todas ellas desde el 2002 (Russell y Tokatlian, 2009).

Brasil también ha expandido sus relaciones políticas con diversas regiones como Medio Oriente y África. Frente al primero, Lula desarrolló la iniciativa América del Sur-Países Árabes (Aspa) cuya cumbre fundadora se realizó en Brasilia en mayo de 2005, además viajó a la región en once ocasiones a países como Arabia Saudí, Egipto, Emiratos Árabes Unidos, Israel, Irán, Jordania, El Líbano, Qatar, Palestina y Siria (Brun, 2012). Con respecto al segundo, Brasil amplificó la estrategia de Cooperación Sur-Sur, siendo África una de las regiones con mayor activismo ya que Lula creía en la existencia de una deuda histórica con África, pues gracias a los aportes de los esclavos, que llegaron a Brasil durante la colonización, Brasil goza de esa riqueza cultural, en ese sentido el despliegue de la cooperación se da a través de acuerdos que incluyen

agricultura, medicina tropical, capacitación técnica, energía y protección social. Al mismo tiempo, las multinacionales y organismos no gubernamentales brasileños han llegado a incluir África en sus planes, haciendo que el surgimiento de Brasil coincida con una nueva África (Global Voices, 2012).

A través de la Agencia Brasilera de Cooperación, Brasil ha establecido relaciones con las excolonias portuguesas como Angola, Mozambique y Guinea Bissau, además con Tanzania, Mauritania, Congo, Cabo Verde, Benín, Burkina Faso, Chad y Malí (Ayllón, 2010).

En definitiva, Brasil desplegó durante el período poshegemónico una serie de acciones en el escenario internacional que lo definió como una potencia regional. Si se relacionan las pretensiones y acciones del país con las teorías explicadas al inicio del texto, se podría determinar que Brasil es una potencia regional para los elementos esbozados por Rocha y Morales; a la vez que para la pirámide de Organsky Brasil es una potencia media o emergente y, finalmente, según Wallerstein un Estado semiperiférico.

Es importante recordar que esta clasificación que se da de Brasil corresponde al análisis de las teorías explicadas, entendido como uno de los países de centro de Wallerstein, para Rocha y Morales está incluida la definición de potencia mundial y potencia media coadyuvadora, mientras para Organsky el centro corresponde a la superpotencia y las grandes potencias. Con base en lo anterior, Brasil como potencia regional busca contrabalancear al hegemón en su zona de influencia, por tal razón es importante relacionar las acciones de Brasil con los postulados de la Rand Corporation sobre el accionar de las potencias regionales.

A nivel de reforma, Brasil logró mejorar sus capacidades materiales, incrementando su economía y ubicándola entre las diez economías del planeta. Asimismo, diversificó sus mercados, se convirtió en un gran receptor de Inversión Extranjera Directa (IED) y destinó grandes recursos en inversión y cooperación. Mejoró, la ya de por sí excelente capacidad diplomática al llegar a regiones como Medio Oriente, África y Asia, así como intervino en múltiples escenarios multilaterales y de política internacional junto con las potencias mundiales.

En cuanto a la estrategia de alianzas, Brasil logró mejorar sus capacidades e influencia gracias a sus relaciones con China y los emergentes, asimismo su regionalismo le permitió acceder a la región y convertirse en su líder. No obstante, Brasil no desarrolló la estrategia de conquista. Finalmente, los logros obtenidos durante el período de los gobiernos posliberales parecen difuminarse lentamente; la crisis política y económica que vive Brasil con el impeachment de Roussef, la presidencia de Michael Temer y la reciente elección de Jair Bolsonaro, generan cuestionamientos si Brasil aún sigue siendo una potencia regional, elementos que analizaremos en el siguiente apartado.

CAMBIO DE GOBIERNO Y FIN DEL CICLO

El 2016 marcó el inicio de una serie de cambios en los gobiernos de América Latina que han sido interpretados como el fin del ciclo posliberal, dados los reveses electorales que las fuerzas gobernantes sufrieron. El primero de ellos fue la victoria de Macri en Argentina, seguido por el impeachment de Dilma Rousseff en Brasil, la victoria de la oposición en las elecciones legislativas venezolanas, la derrota de Evo Morales en el referéndum para su tercer período, el cambio de enfoque del gobierno ecuatoriano de Lenin Moreno, y la elección de Jair Bolsonaro en Brasil. Igualmente, se consolidaron las fuerzas conservadoras en países como Perú con Pedro Pablo Kuczynski, Chile con Sebastián Piñera y Colombia con Iván Duque.

Los nuevos gobiernos, en especial en Brasil y Argentina, modificaron de forma importante los elementos de la política exterior construidos durante la década anterior. Brasil con Temer y ahora con Bolsonaro han abandonado varios de los criterios de la política exterior del período posliberal. Para Frenkel y Azzi (2018) se abandonó el concepto de autonomía como parámetro de la política exterior, se concibió un escenario internacional como un ámbito de oportunidades, más que de asimetrías, y se privilegiaron las relaciones Norte-Sur (sobre todo, con Estados Unidos). En este sentido, Brasil se alejó de la estrategia de oposición limitada para optar por una estrategia de acomodamiento en el gobierno Temer, y al parecer una de acoplamiento con Bolsonaro.

De las grandes estrategias desplegadas, Brasil ha estado desistiendo de ellas puesto que, y en principio, el regionalismo fomentado a través de Unasur y Celac parecen haber perdido importancia. Unasur luego de la crisis de Venezuela y de la ineficacia por elegir a un nuevo Secretario General parece estar sepultada, dado que la mayoría de los miembros han suspendido su membresía, incluyendo a Brasil, demostrando así su desinterés en el proceso, y manifestando que en esta ocasión no estaría dispuesto a asumir los costos de integración, caso parecido ha sucedido con Celac que si bien antes no resonaba en la región, en la actualidad mucho menos. Mercosur más que significar una organización de integración, basado en elementos diversos, ahora aparece como el instrumento para integrar a la América Latina neoliberal, al juntar a esta organización con la Alianza del Pacífico, retornando al criterio exclusivamente comercial.

En el escenario internacional, Brasil parece distanciarse cada vez de los medios logrados durante el período anterior, a la vez que ha transformado su discurso para sintonizarse con las instituciones tradicionales de la arquitectura financiera. Abandonó los intentos de conformar bloques contrahegemónicos con otros países emergentes y se plegó a los intereses de las empresas trasnacionales en los foros multilaterales. El canciller Serra en 2016 planteó nuevos caminos en los que se consideraba sumarse al TPP y al Acuerdo General sobre el Comercio de Servicios (AGCS) (Frenkel y Azzi, 2018). En el ámbito multilateral también ha perdido peso y fuerza, retirándose paulatinamente de los foros mundiales que debaten temas importantes, al punto que Bolsonaro ha planteado incluso de retirarse del Acuerdo de París (La Nación, 30 de noviembre de 2018), al estilo de Donald Trump.

Parte de la apuesta es volver al americanismo, a la alianza fuerte con Estados Unidos, lo cual se materializó con la reapertura de la discusión sobre la posibilidad de que Estados Unidas utilice la base militar Alcántara ubicada en la amazonia brasilera, al igual que invitó al ejército estadounidense, junto con Perú y Colombia, a realizar un ejercicio militar denominado Operação América Unida en la amazonia (Frenkel y Azzi, 2018).

Entonces, es claro que Brasil ha cambiado su política exterior después de la salida de Rousseff de la presidencia, desarrollando una política de recogimiento de las actuaciones desplegadas previamente, y abandonando tácitamente su lugar como potencia regional, materializándose con la renuncia a seguir influyendo en Suramérica, ha bajado la intensidad del activismo internacional y ha dejado de desplegar una estrategia de contrabalanceo contra el hegemón para plegarse a él, tal vez aspirando a convertirse en una potencia coadyuvadora.

A pesar de lo anterior, algunos autores sostienen que el ciclo posneoliberal, incluido Brasil, no se ha cerrado, planteando que aún es muy pronto para saber qué rumbo tomará la región. Modenesi (2015) sostiene la idea de que, "en sentido estricto, el ciclo no terminó ni está a punto de terminar en el corto plazo, entendiendo por ciclo el período de ejercicio de gobierno de las fuerzas progresistas, pero que, al mismo tiempo, podemos y tenemos que identificar y analizar el cierre de la etapa hegemónica de este ciclo, con las consecuencias que esto implica a mediano plazo" (p. 23). Del mismo modo, se plantea que la región, incluida Brasil, se encuentra en disputa por diversas fuerzas políticas, donde es difícil establecer el camino que la región tomará (Montero y Collizzolli, 2016).

Si se tienen en cuenta los postulados anteriores, es posible establecer que el camino que tomará Brasil aún es incierto, abriendo la posibilidad de que el panorama vuelva a cambiar en el mediano plazo. Sin embargo, se abre también la posibilidad que nuevos Estados busquen llenar el vacío dejado por Brasil en la región, en este aspecto es importante destacar la victoria de Andrés Manuel López Obrador en México.

CONSIDERACIONES FINALES

Durante los últimos veintiocho años, la estructura del orden mundial ha sufrido una reconfiguración sustancial pasando de un sistema unipolar liderado por Estados Unidos después de la guerra fría, a uno multipolar durante los primeros años del siglo XXI. Esta nueva arquitectura internacional se ha caracterizado por el ascenso de las llamadas potencias emergentes, las cuales, algunas de ellas, han logrado catalogarse como países de centro, como en el caso de China, o como potencias medias, situación de Rusia e India.

En América Latina, este período coincidió con la llegada al poder de gobiernos de corte posliberal que, aprovechando la recomposición del sistema, buscaron nuevas formas de inserción internacional modificando su relación con el hegemón regional, Estados Unidos. Estos gobiernos latinoamericanos, que aplicaban estrategias de acoplamiento y acomodamiento, pasaron a relacionarse con Washington a través de una oposición limitada y de desafío. En este contexto, Brasil, gracias a su estrategia de política exterior materializadas con la reforma, la revolución y las alianzas, logró contrabalancear a Estados Unidos en Suramérica, alzarse como una fuerza política importante, convertirse en la potencia regional del nuevo ciclo y ubicarse temporalmente como una potencia emergente a nivel global.

Durante los años del gobierno de Lula Da Silva y Dilma Rousseff, Brasil desarrolló una serie de acciones en América Latina para concretar un regionalismo autónomo frente a Estados Unidos, caracterizado por la creación de procesos regionales como la Unasur y la Celac, así como el desarrollo institucional del Mercosur. Del mismo modo, este país logró diversificar sus relaciones gracias a la cooperación Sur-Sur con regiones no tradicionales como Medio Oriente, África y Asia, permitiéndole consolidarse como un actor global y aumentar sus capacidades económicas y diplomáticas.

Asimismo, Brasil aprovechó los escenarios multilaterales de la gobernanza global para aumentar su peso como actor político, intentando lograr un asiento permanente en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, así como convertirse en miembro del G-20 y ser una figura clave en las negociaciones de las rondas de la OMC. Su alianza con los países emergentes, en especial con China, fueron beneficiosas para ambas naciones, ya que mientras Brasil canalizó gran cantidad de las inversiones chinas y aumentó sus exportaciones a ese país; Pekín penetró fuertemente a América Latina, presencia que la convierte en el segundo socio comercial de la región. Finalmente, Brasil, como miembro de los Brics, jugó un papel importante en la arquitectura alternativa financiera promovida por China, haciendo parte del Nuevo Banco de Desarrollo (NDB) y del Banco Asiático de Inversión en Infraestructura.

A pesar de los avances antes descritos, Brasil no logró consolidar su fuerza debido a los efectos causados por la crisis económica producto de la caída de los precios de los commodities, a la reducción de inversiones chinas y la crisis política causada por los escándalos de corrupción. Todo ello les obligó a abandonar las estrategias que guiaron la política exterior en su período de potencia regional y creando, por ahora, un vacío de liderazgo en América Latina.

El cambio de gobierno en Brasil se suma a las transformaciones que ha vivido la región suponiendo el fin del ciclo de gobiernos posliberales, e iniciando un nuevo período caracterizado por gobiernos neoliberales y conservadores. Sin embargo, es precipitado manifestar que el cambio ya se ha consolidado, pues aún las fuerzas políticas que antes gobernaron luchan por retomar el poder en varios países, y siguen siendo importantes en el mediano plazo, hecho que pudiera suponer que Brasil busque convertirse de nuevo como la potencia regional, o que ese papel se traslade a otro país latinoamericano.


NOTAS

1 Se adopta el concepto posneoliberal con el objetivo de ser más riguroso en la clasificación de los gobiernos. Si bien se ha aceptado la denominación de los gobiernos como de izquierda o progresista, diferentes autores cuestionan que a algunos de ellos no se les puede atribuir tal denominación por las políticas que llevaron a cabo. Igualmente, se ha usado el término posliberal, el cual también ha generado debates, pues diversos autores sostienen que las políticas económicas aplicadas entran dentro de la categoría de liberales. Por tal razón, el término posneoliberales, busca filtrar los debates existentes, puesto que todos los gobiernos dentro de este período en América Latina cuestionaron abiertamente este modelo y se presentaron como contrarios a estas ideas.
2 La potencia es un concepto de suma importancia para las relaciones internacionales y en ese sentido se ha escrito mucho sobre esta, no obstante, su definición aún sigue ambigua. De ahí que, para este trabajo, el concepto de potencia se enfocará en saber interpretar la potencia y no definirla científicamente. En consecuencia, de acuerdo con la interdependencia económica del mundo que actualmente se evidencia, la potencia se asemeja a lo económico, ya que es el pilar de todo desarrollo sostenido, claro está, sin negar que existen otros factores que acompañan este desarrollo. Por lo tanto, una economía fuerte es una condición indispensable para ser potente en un sistema internacional cuyo sistema productivo es el capitalista.
3 En 2001, el banco norteamericano Golmand Sach publicó un informe en el que designaba a un grupo de economías emergentes (Brasil Rusia, India y China) como potencias emergentes y a las cuales los analistas internacionalistas debían prestar atención durante los siguientes años, ya que su crecimiento económico se consideraba como exitoso y una ventana de oportunidades para los mercados financieros.
4 Tokatlian y Russell señalan el término "agenda negativa" al considerar que las temáticas que lograron darles cierta relevancia internacional a la región estaban ligadas a las problemáticas de seguridad interna que podían ser consideradas como problemas de seguridad nacional por Washington, es el caso del narcotráfico para la región andina (Colombia, Perú y Bolivia), la migración ilegal con México y los países centroamericanos, entre otros.


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