10.18601/16577558.n35.09

Desamor correspondido, EE. UU. y Rusia con la llegada de Biden

Corresponding love - United States and Russia with the arrival of Biden

Helen Sugelly León Ortega*

* Abogada - Universidad Libre de Colombia. Docente investigadora - Universidad La Salle de México - ULSA, Ciudad de México, (México). [helenleon@hlorconsulting.com]; [https://orcid.org/0000-0002-1212-4l37].

Recibido: 26 de marzo de 2021 / Modificado: 2 de julio de 2021 / Aceptado: 7 de julio de 2021

Para citar este artículo: León Ortega, H. S. (2022). Desamor correspondido. EE.UU. y Rusia con la llegada de Biden. OASIS, 35, pp. 169-187. DOI: https://doi.org/10.18601/16577558.n35.09


RESUMEN

La nueva administración estadounidense tiene cuatro años difíciles por delante. Sin embargo, ninguno de los predecesores de la Casa Blanca tuvo una tarea fácil: siempre hay suficientes inconvenientes, pero ahora los problemas que deben enfrentarse no son de carácter oportunista sino sistémico. En este contexto, el legado del ex presidente Trump, en esta área, sigue siendo ominoso y es preocupante que, no solo las relaciones bilaterales terminaron en la crisis más profunda de las últimas décadas, sino que bajo Trump se destruyeron casi todos los mecanismos de negociación, que antes permitían resolver problemas o impedir su desarrollo descontrolado. Entonces, a propósito de ello, este artículo busca analizar la situación a partir del primer discurso de política exterior de Biden, pasando por la evaluación de una posible guerra fría y la tendencia aislacionista de EE.UU. para, al final, ofrecer propuestas para Rusia, con el ánimo de conservar las "buenas" relaciones.

Palabras clave: Política exterior de Biden, debate Biden-Putin, nueva guerra fría, aislacionismo.


ABSTRACT

The new US administration has four difficult years ahead. However, none of the White House's predecessors had an easy task: there are always several drawbacks. Now the problems to be faced are no longer opportunistic but systemic. In this context, the legacy of former President Trump in this area remains ominous and it is worrying that not only did bilateral relations end in the deepest crisis in recent decades, but under Trump almost all negotiating mechanisms which previously allowed solving problems or preventing their uncontrolled development were destroyed. Therefore, in this regard, this article seeks to analyze the situation from Biden's first foreign policy speech, through the evaluation of a possible cold war and the isolationist tendency of the United States, to finally offer proposals for Russia, with the aim of preserving "good" relationships.

Key words: Biden Foreign Policy; Biden-Putin debate; new cold war; isolationism.


INTRODUCCIÓN

Durante casi treinta años, la administración de cada nuevo presidente de EE.UU. ha intentado sin éxito desarrollar una política hacia Rusia, pues pese a que esta relación bilateral no resulta un área de prelación en Washington, de alguna manera se evidencia que conforme a lo que expresa el propio Vladimir Putin, las relaciones ruso-estadounidenses son un factor crítico para la estabilidad global (por lo cual sí hacen parte de la agenda prioritaria permanente de Moscú). Sin embargo, en todo este tiempo, las relaciones ruso-estadounidenses se han enmarcado en el patrón habitual de "auge y caída": cada nueva administración, insatisfecha con las relaciones existentes, promete mejorarlas revisando la política y desarrollando asociaciones, pero siempre surgen obstáculos en el camino y la esperanza pronto da paso a la decepción.

Actualmente, las relaciones ruso-estadounidenses están en su peor momento desde el final de la guerra fría y mientras persisten las dinámicas negativas se corre el riesgo de una mayor escalada. La lista de temas sobre los que difieren Moscú y Washington va en aumento, y cambiar la trayectoria de las relaciones entre EE.UU. y Rusia no es fácil, pues de entrada, como lo señala Mizrahi (2020), la imagen de Rusia en EE.UU. es muy negativa (el establishment de la política exterior estadounidense, desconfía de Putin y de Rusia, no solo por la presunta intrusión en las elecciones del 2016, sino por la intromisión en asuntos propios norteamericanos), así que es probable que las oportunidades de cooperación sean escasas incluso donde los intereses de Washington y Moscú se cruzan. Sin embargo, Rusia es un país importante para EE.UU., y el liderazgo estadounidense también debe desarrollar un enfoque realista al respecto, inclusive si no conduce a una mejora en el estado de las cosas o a una solución de los problemas existentes.

En este sentido, en el presente artículo de revisión, se recurre a una investigación cualitativa para recopilar los datos y las razones subyacentes del problema. Entonces, a partir de la bibliografía compendiada al final del texto se emplea la evidencia empírica para analizar y responder preguntas respecto de los hallazgos obtenidos. En ese contexto, se analiza la promoción de la nueva política exterior de EE.UU., evaluando su tendencia aislacionista y las declaraciones en las cuales ambos presidentes se llamaron asesino el uno al otro. Al final, se extraen conclusiones y se ofrecen algunas recomendaciones de la forma en que Rusia debería proceder para continuar negociaciones con EE.UU.

EL PRIMER DISCURSO DE BIDEN - UNA ALERTA TEMPRANA

El primer discurso sobre política exterior de Joe Biden no sorprendió, pues se mostró bastante consistente en sus declaraciones iniciales y los puntos principales de su enfoque coincidían con las promesas de su campaña electoral (Oxford Analytica, 2021): EE.UU. está regresando y la diplomacia debe ser el principal instrumento de su política exterior, así, Washington una vez más reunirá a los países occidentales en torno a sí mismo, llevándolos a defender la democracia (Ashford, 2020).

Aquí, por supuesto, el desafío es el autoritarismo, que ven manifestado en las ambiciones de China y la subversión de Rusia. Pero, al mismo tiempo, Washington no se negará a cooperar selectivamente con rivales como Beijing y oponentes como Moscú, si así lo requieren los intereses estadounidenses o las consideraciones de seguridad nacional (Biden, 2020). Respecto de Rusia, vale la pena añadir que, para Moscú, las relaciones con Washington siempre han sido una de las áreas prioritarias de la política exterior. Pero para este último, es evidente que las mismas no serán precisamente una dirección prioritaria, así como tampoco lo fueron durante la administración de Donald Trump.

Estaba claro, hasta el momento, que EE.UU. tomaría la iniciativa para abordar temas como el cambio climático, la pandemia del coronavirus, la proliferación de armas de destrucción masiva y la ciberseguridad. El único "nuevo" elemento en el discurso de Biden, fue la idea de que la política exterior de EE.UU. debería estar en el interés de la mayor parte de la sociedad estadounidense, es decir, la clase media (BBC News Mundo, 2021). Al mismo tiempo, como también era de esperarse, Biden dejó en claro que Washington no cederá el liderazgo mundial a Beijing, en otras palabras, lanzó una contraofensiva (Aslund, 2021).

Ahora bien, Alzawawy (2021) señala que la idea de que "EE.UU. haya vuelto", puede animar a algunos aliados estadounidenses desesperados (que Washington había descuidado durante los últimos cuatro años). Pero esto no puede predicarse de Moscú, porque las acciones de EE.UU. bajo Trump aunque caóticas fueron bastante activas. Mientras que D'Urso (2021) insiste en que la intención de Washington de devolver la diplomacia a su papel de principal instrumento de política exterior, suena intrigante pero un poco confusa, porque significaría que la fuerza militar debe ceder el paso a métodos diplomáticos y otros no violentos. Pero hasta el momento, el discurso de Biden se puede interpretar aduciendo que EE.UU. pondrá un énfasis aún mayor en las campañas no militares contra sus oponentes, incluyendo a Rusia (Fidler, 2021).

Así, pues, para Glaser y Price (2021), los principales objetivos de la política estadounidense no cambiaron mucho y si la administración Trump llamó a China y a Rusia los principales rivales por influencia en el mundo, entonces Biden los llama los principales oponentes del orden democrático liberal liderado por EE.UU. Como se ve, en esencia, no se produjeron cambios y es probable que cualquier diferencia con la época de Trump sea puramente estilística. Así que es posible que Washington continúe imponiendo sanciones contra Rusia (León, 2021), a menos que sean más reflexivos bajo Biden.

Aunque también es cierto que surgieron algunas excepciones a esta continuidad, que resultaron importantes para Rusia. Por ejemplo, a diferencia de la anterior, la actual administración, en este primer momento, muestra la fuerte intención de interactuar más con Moscú en cuestiones de estabilidad estratégica (Oxford Analytica, 2021). Así que, aunque paralelamente, EE.UU. seguirá culpando y castigando a Rusia por el hecho de que, según Biden, socava deliberadamente la democracia estadounidense, se espera que estas dos direcciones no se crucen.

Sin embargo, Rusia, tendrá que lidiar con un frente más unido de aliados estadounidenses (Oxford Analytica, 2020), por ejemplo, de quienes firmaron la demanda de Biden para la liberación inmediata del líder opositor Alexei Navalny. A su juicio asistieron diplomáticos de una docena de países y Rusia ve esto como una injerencia flagrante en los asuntos internos. Entre tanto, es probable que el Frente occidental esté más unido en cuestiones ideológicas que en cuestiones pragmáticas, pero a Moscú aún le resulta difícil jugar con las contradicciones entre sus aliados. Prácticamente, la diferencia entre la confrontación ruso-estadounidense y la distancia ruso-europea se está difuminando gradualmente.

Al mismo tiempo, algunos aspectos del discurso sugirieron que la cooperación entre Rusia y EE.UU. no se limitaría a cuestiones de estabilidad estratégica y control de armas, sino también a otros problemas globales: el cambio climático, la pandemia y la no proliferación nuclear. Sea como sea, es poco probable que la cooperación en cuestiones climáticas y de salud sea muy estrecha y, en cualquier caso, no cambiará el tono general de las relaciones ruso-estadounidenses, pero la cuestión de la no proliferación de las armas nucleares, es un asunto completamente diferente (Sulk, 2021).

Rusia, apoyaría ciegamente el regreso de EE.UU. al acuerdo nuclear iraní, si supiera exactamente lo que va a hacer la administración Biden. Aquí llama la atención la declaración de que EE.UU. deja de apoyar a Arabia Saudita en la guerra contra los hutíes yemeníes, detrás de lo cual Teherán está respaldado. Sin embargo, Biden también confirmó que Washington seguirá ayudando a Arabia Saudita en el enfrentamiento con Irán. Así, según manifiesta Velázquez-Gaztelu (2020), mientras Moscú mantiene estrechos vínculos con Teherán, sigue siendo un actor importante en el problema nuclear iraní, así que si Washington quiere volver a un acuerdo con Irán, entonces no puede prescindir de Rusia.

Pero, en general, hasta el primer discurso Moscú creía que, en materia de política exterior y seguridad, la administración demócrata actuaría de manera más predecible y profesional que el equipo Trump, porque Biden es muy conocido desde la época de Brezhnev y si bien está lejos de ser un amigo de Rusia, se le considera una persona comprensible y predecible. Entonces, si bajo Trump reinaba la discordia en el liderazgo estadounidense, ahora la Casa Blanca lucía inesperadamente cohesiva.

OPOSICIONISMO GLOBAL. EL DEBATE POR CORRESPONDENCIA ENTRE BIDEN Y PUTIN

Aun con la antesala favorable del discurso de Biden, Putin durante mucho tiempo ha estado construyendo la imagen de un opositor global y el intercambio de fuertes adjetivos con Biden, fue solo un regalo para la posición de Putin, que tiene algunas dimensiones a evaluar. En primer lugar, corrobora lo planteado por el presidente norteamericano de que el contexto político interno es más importante que el extranjero. Aparentemente, para Biden lo principal era evitar la ambigüedad al responder una pregunta de un periodista estadounidense.

Vale recordar que, en una entrevista de 2017, en respuesta a una pregunta similar, Trump trató de ser más diplomático, pero desdibujó su respuesta, muy en el espíritu de los medios de comunicación estatales rusos. Sin embargo, cuando Biden, se encontró en la misma trampa periodística, prefirió distanciarse de Trump y confirmar el regreso de la política estadounidense del relativismo a los valores y la alta moral (Wright, 2020). Quería mostrar que, a diferencia de su antecesor, es directo y honesto y, si es necesario, llama al villano un villano.

Además, si Trump peleó constantemente con la gran prensa, Biden desea demostrar que habla el mismo idioma y mira el mundo de manera similar a esta. En cierto sentido, tenía más miedo de disgustar al periodista estadounidense que de hacer enojar a Putin y esta es una prueba de que en EE.UU. continúa una tensa lucha política interna. Tan tensa que incluso las relaciones internacionales pudieran ser sacrificadas. Por supuesto, la dura caracterización de Putin, debería haberle mostrado al resto del mundo que EE.UU. reclama el regreso del liderazgo por una razón, porque de nuevo está guiado por altos estándares morales (Pant, 2021).

Lo interesante aquí es que mientras Trump fue considerado el presidente pro-Putin, Biden hizo varias cosas que eran deseables para Rusia, pero que Trump omitió: extendió el Start-3 por cinco años, propició un regreso al acuerdo iraní, cambió su política hacia Nord Stream-2. Después de todo prometió, a diferencia de Trump, contar con los aliados europeos y los alemanes, quienes todavía esperan combinar el castigo de Rusia con la finalización del gasoducto.

Por supuesto, Biden hace todo esto no porque quiera complacer a Rusia o porque le guste Putin, sino porque los vectores de sus intereses se han desarrollado de tal manera que en varios puntos coinciden con los intereses rusos. Además de lo anterior, EE.UU., tal como lo señala Hill (2020), es muy consciente de que Putin está lejos de ser el más terrible de los líderes mundiales con los que Washington tenga que tratar, por lo que llamar "asesino" a un líder extranjero es, sin duda, una escalada que, tal vez, debería mostrarle a Putin que su propio comportamiento similar ya no funcionará. Valga recordar que desde su discurso de Munich en 2007, o quizá antes, la escalada ha sido un arma importante en el arsenal de Putin. Y ahora Biden habló con el mismo espíritu, sin sumergirse en sutilezas diplomáticas; ahora solo falta ver qué piensa hacer Moscú con él (Harms, 2020).

Putin es un maestro de la escalada y fácilmente hace excepciones a la regla general de no perder el ritmo, cuando se siente seguro o quiere mejorar una relación. Así, se negó a responder de manera simétrica a la expulsión de diplomáticos rusos por parte de Obama en vísperas del nuevo año 2017, extendiendo la mano al presidente electo Trump. Entonces, la franqueza de Biden podría haberle parecido a Putin un signo no de fuerza, sino de debilidad: está nervioso porque, a diferencia suya, tiene que demostrar algo a su propia gente. La respuesta de Putin es un ejemplo de cómo él entiende la desescalada inquieta y engreída (Hill, 2020), aprovechando un trolling político con un desafío al debate público. Así, en "broma" llamó al propio Biden un asesino, usando un proverbio de su niñez y, aun sin ser un gran fanático de Internet, de repente le ofreció una conversación pública en línea, en lugar de llamar a una línea secreta. Putin se ve a sí mismo como un polemista experimentado, tanto en líneas rectas como en conferencias de prensa.

EL EFECTO BIDEN ¿POR QUÉ LA DISPUTA CON EE.UU. YA NO MOVILIZA A LA SOCIEDAD?

Sí, el debate acaparó los medios, pero los sentimientos antiamericanos han dejado de ser ese gran mar que levanta todos los barcos. Para Ortiz (2020), el ruso promedio está acostumbrado a los intentos de las autoridades de utilizar la retórica antioccidental para la movilización, y durante mucho tiempo se ha centrado casi exclusivamente en cuestiones internas. Por ello, hay un vacío sustancial después de las duras declaraciones. Y es que, a primera vista parece que se trata de un escándalo terrible, pero en un examen más detenido, no cambia nada en el modelo de relaciones entre Rusia y EE.UU., que aún se reduce a la falta fundamental de la posibilidad de acercamiento y cooperación puramente técnica y pragmática.

Parecería que el Kremlin, usando este regalo de Biden para la propaganda rusa, motivaría al ciudadano promedio a defender a su líder nativo en la calle (Harms, 2020). Pero una movilización seria en torno a Putin, especialmente para llevar sus índices de audiencia al nivel de Crimea, simplemente no ocurrió. Lo que sucedió es solo un episodio que no cambia nada en el ánimo de la sociedad rusa, ni en las relaciones entre las dos potencias, donde Crimea y Alexei Navalny siguen siendo los factores constantes.

Consenso frío

Putin y su clase política hicieron todo lo posible por representar la historia del "asesino" en el contexto del júbilo popular artificial, por el séptimo aniversario de la anexión de Crimea. Sin embargo, todo se limitó a trolear a Putin, invitando a Biden a un duelo verbal, lo cual fue percibido indiferentemente por el público. Hoy, el gobierno ruso se encuentra rehén del efecto de la Reina Roja y para mantener las calificaciones al menos en el nivel actual, necesita correr el doble de rápido (Harms, 2020).

Putin debe liderar personalmente el discurso y aumentar el grado de propaganda antioccidental. Esto porque el movimiento descuidado de las autoridades, la reforma de las pensiones y el efecto de Crimea, expresado en gigantescos indicadores de apoyo (entre el 81% y el 83% de la población, según Levada Center, 2021), comenzaron a desvanecerse. Por supuesto, Crimea sigue siendo la piedra angular del consenso nacional en la era de Putin, pero no se parece en nada al patriotismo agresivo que disipó todas las dudas sobre la rectitud de Putin en 2014-2015, elevando las calificaciones de las autoridades. Crimea es una constante de autoconciencia nacional y una nueva identidad de Putin, pero ya no es un instrumento de movilización a favor del poder. Al respecto señalan Chaguaceda & González:

El éxito en el manejo de la crisis de Crimea, que internamente consolidó a la élite y temporalmente fortaleció el apoyo de la población a Putin, no dio más frutos. Mientras tanto, el sistema depende de su viejo presidente quien, con su visible reelección más allá de 2024, recupera y en algunos sentidos supera el historial de la era soviética, sin la capacidad para convertir ventajas instrumentales en estatus político o para establecer un programa con una coalición motivada o de apoyo (2020, p. 31).

Lo mismo ocurre en las relaciones con Occidente, a la Unión Europea y a EE.UU. no les gusta Rusia, pero las victorias rusas sobre Occidente, el troleo de los líderes occidentales, Siria, Libia, Donbáss y otros puntos conflictivos ya no incitan a la opinión pública (Hutin, 2021). Se trata, por tanto, de una rutina tediosa, de la que muchos están cansados en el contexto de muchos años de problemas socioeconómicos, agravados por el estado psicoemocional debido a la pandemia.

Sobriedad en lugar de emoción

De igual forma, desde el 2018, el grado de actitud negativa de los rusos hacia EE.UU. ha disminuido. De hecho, Pavel Sharikov, investigador del Instituto de Estudios Canadienses y Estadounidenses, señala que de las últimas encuestas del Centro Levada se puede observar una tendencia a la percepción positiva de EE.UU. entre los rusos, en especial en las generaciones más jóvenes (Cobus, 2019). Al igual que con otros indicadores, esto sucedió después del impacto de la reforma de las pensiones de 2018 y el regreso de las calificaciones de Putin y del gobierno a los valores anteriores a Crimea. La gente común se comporta de la misma manera que los líderes: sin esperar un gran avance en las relaciones entre las dos potencias, consideran posible la cooperación en la contención conjunta de Irán y Corea del Norte y en el campo de la no proliferación nuclear (Pifer, 2021).

Así pues, Biden, el aniversario de Crimea, la histeria televisiva anti-occidental y la búsqueda de enemigos y agentes dentro del país, por supuesto, distraen la atención de los problemas reales, pero no por mucho tiempo y no de manera efectiva. Además, incluso el hombre promedio de la calle, convencido de la malignidad de Occidente, a juzgar por lo que puede observarse en las encuestas, es muy consciente de los beneficios de la cooperación de Rusia con las economías más fuertes de la UE y EE.UU. En efecto, Crimea y los sentimientos antiamericanos han dejado de movilizar a los rusos, no obstante, el Kremlin no puede aceptar esto y usa cualquier pretexto para la movilización.

¿CONDUCIRÁ ESTO A OTRA GUERRA FRÍA?

El intercambio de comentarios entre Biden y Putin se convirtió en uno de los eventos más discutidos en los últimos tiempos. Los comentaristas se apresuraron a evaluar tanto la forma de las declaraciones, como su madurez política; tanto los requisitos previos para la exacerbación, como sus posibles consecuencias. Se recordaron incluso, los ejemplos más primitivos de la propaganda soviética, por lo que no es sorprendente que el término "guerra fría" se haya convertido en uno de los más sonados en estos días (Redacción AN / MDS, 2021).

Lo paradójico aquí es que, aun cuando algunos temen una segunda guerra fría, sobresale un 'buen' vínculo entre los dos gigantes. Y en realidad, a eso quiere referirse la autora al hablar de institucionalización del conflicto, a esta imagen de amores y odios que, de una forma u otra, ha existido durante la mayoría de los períodos históricos de las relaciones ruso-estadounidense, a este 'restablecimiento de relaciones plenas', con ofensivas ocultas (León, 2020, p. 48).

El anterior es un extracto planteado más como debate académico porque, de alguna manera, el punto de vista dominante sigue siendo la posición según la cual la nueva realidad no puede denominarse guerra fría, ya que este término fue bien entendido en el período 1950-1970 y significó un enfrentamiento complejo entre dos sistemas con múltiples características, la mayoría de las cuales en las nuevas condiciones ni siquiera tiene cabida. Sin embargo, dado que la discusión avanza ahora a un nivel completamente diferente, parece acertado repensar este concepto.

Para un ejercicio actual, "guerra fría" entonces, podría ser la designación del período de actitud hostil de Rusia hacia "su otro" occidente, al que pertenece histórica y culturalmente. Y es precisamente esta relación la que se convierte en fuente de orgullo y autorrespeto en ausencia de otras razones. Rusia lo da todo y llega a la etapa final del enfrentamiento, lejos de estar en las mejores condiciones, económicas o políticas, como una forma de confrontación intracivilizacional (Bidgood, 2021). Por lo pronto, se analizarán los dos estadios, para ver cómo responden los gigantes a la política exterior conflictiva.

La visión desde Rusia

Si se evalúa la historia en los últimos doscientos años, Rusia se ha encontrado en un estado de guerra fría al menos tres veces. El primer episodio se inició en 1830-1831 cuando, tras la represión de la batalla de Varsovia, Rusia comenzó a ser considerada un paria en Europa, a lo que respondió con una alianza con las fuerzas más reaccionarias (la búsqueda de una nueva idea unificadora en Europa) y una política agresiva hacia Turquía. La segunda se abrió poco después de terminada la segunda guerra mundial, cuando la Unión Soviética agravó las relaciones con sus antiguos aliados, construyó el Telón de Acero, reprimió los levantamientos en Hungría y Checoslovaquia, y lanzó una confrontación global entre el socialismo y el capitalismo (Bushkovitch, 2016). Y la tercera (actual), comenzó a finales de la década del 2000, estuvo marcada por guerras en Georgia y Ucrania y se encarnó en la oposición a las llamadas revoluciones de colores, así como en la imagen de una nueva carrera armamentista. Lo relevante de estos tres episodios es ver que reflejan un rasgo del desarrollo histórico de Rusia del cual se pueden extraer conclusiones sobre sus perspectivas.

En primer lugar, vale la pena señalar que estos escenarios se propiciaron en condiciones en las que Rusia percibió ingratitud en sus "socios" y, al mismo tiempo, se consideró a sí misma lo suficientemente fuerte y exitosa; de hecho, fue la escala de la diferencia en la percepción propia y de los demás, el detonante del conflicto. En la década de 1820, se encontraba en la periferia de la política continental, despreciada por su naturaleza reaccionaria y retrógrada (Campos, 2021); en la década de 1940, Occidente dejó a la URSS detrás del umbral del club nuclear y desestimó sus pretensiones de expandir la influencia geopolítica, en la forma de una base militar en el estrecho de Turquía; en la década de 2000 estaba extremadamente decepcionada por no haberse convertido en parte de Occidente, a pesar de la rendición de sus posiciones, el rechazo a la ideología comunista y el desarrollo de un mercado libre según las reglas de Washington (Kazantsev, Rutland, Medvedeva y Safranchuk, 2020).

También es bastante característico que las tres incluyeran y en muchos aspectos comenzaran con un intento de expansión en dirección occidental. En el siglo XIX, se puede recordar la ocupación formal de Moldavia y Valaquia, que estaban bajo el protectorado ruso; en el XX, la imposición de regímenes títeres en Europa del Este, un intento de desestabilizar la situación en Grecia y la división formal de Alemania; y en el XXI, la anexión de Crimea (Pradhan, 2020). Y aunque no se debe idealizar el comportamiento de los países occidentales en esta espiral histórica, no hay duda de que fueron las explícitas aspiraciones expansionistas de Moscú las que fungieron como causa directa de una confrontación a gran escala, como una alternativa que existe a pesar de que nunca se use (Matrakova, 2020).

En consecuencia, cambiar la atención a la especificidad de Rusia, garantizar la cohesión de la nación frente a un mundo hostil y movilizar esfuerzos, condujo a un aumento de las tendencias autoritarias en la política, al rechazo de las elecciones racionales en la economía y, en general, al dominio del principio clásico de que el fin justifica los medios. El aislamiento del mundo, tarde o temprano, condujo a un grave retraso tecnológico que, finalmente, se convirtió en un factor crítico en la derrota de Rusia en cualquiera de las "guerras frías".

Y como resultado, es imposible no darse cuenta de que cada nuevo enfrentamiento serio con Occidente, termina con grandes pérdidas para Rusia. Las consecuencias de la primera, fueron reformas relativamente exitosas y la inclusión del país en la economía europea como una de las principales direcciones de inversión. Sin embargo, en general, todo se limitó al crecimiento económico; el movimiento hacia la modernización política y social fue extremadamente lento y, como resultado, Rusia cayó en una revolución y se salió de la trayectoria europea de desarrollo (Bushkovitch, 2016). El segundo episodio, resultó en una crisis política a gran escala que provocó la desintegración del Estado. Y, finalmente, la dinámica puramente económica resulta ser multidireccional durante los períodos de las "guerras frías" y la cooperación relativa entre Rusia y Occidente.

En esto también puede verse que el proceso ha sido tan complejo como contradictorio, y la política exterior de Moscú ha cambiado más de una vez. En el 2000, Putin presionó activamente para que Rusia fuera miembro de la Otán y en el 2001, buscando convertirse en el aliado más importante de EE.UU., ordenó brindar todo tipo de asistencia y apoyo a las tropas estadounidenses en Afganistán. Y al proponer la integración euroasiática desde Lisboa hasta Vladivostok, Putin no solo pronunció un discurso en alemán en el Bundestag, donde proclamó la opción europea de Rusia, sino que también presionó agresivamente por el intercambio cruzado de capitales para crear un espacio económico común.

Y la actual autodeterminación de Rusia parece la afirmación de sí misma como una gran magnitud independiente ubicada en el norte del continente euroasiático, directamente adyacente a Asia Central y Oriental, Europa, Oriente Próximo y Medio y América del Norte. En otras palabras, Moscú ya no está orientado en una sola dirección, hacia Europa, EE.UU. o China y más bien interactúa activamente con todo su vasto vecindario y se guía solo por sus propios intereses, bajo una política de multipolaridad.

El "equilibrio"de EE.UU.

Corresponde ahora, evaluar la otra cara de la moneda y es bueno empezar diciendo que el aislacionismo hizo grande a EE.UU., al iluminar el glorioso camino de su triunfante ascenso en el siglo XIX. Hoy por hoy, sin embargo, la advertencia de evitar asociaciones y alianzas complejas se ve bajo una perspectiva muy diferente. En ausencia de restricciones a las ambiciones nacionales en el extranjero, la gran estrategia de EE.UU. ha caído en la trampa de exagerar y ha demostrado ser políticamente insostenible (Calderón, 2020). El país se encontró cara a cara con innumerables problemas más allá de sus fronteras, dos décadas de guerra en el Medio Oriente y una pandemia. Por ello, EE.UU. necesita redescubrir la historia del aislacionismo y aplicar sus lecciones, reduciendo su presencia en el extranjero y alineando los compromisos externos con las realidades y los objetivos (Azueta, 2021).

Durante mucho tiempo, se adhirieron al principio de gobierno establecido por el presidente George Washington en su discurso de despedida de 1796: la gran regla era ampliar las relaciones comerciales con los demás países, al tiempo que se evitaban los lazos políticos tanto como fuera posible. El gran gobierno de Washington, fundado en el desapego geopolítico, mostró ser tan efectivo que los estadounidenses, al menos por un tiempo, descubrieron en él el atractivo de las ambiciones de la política exterior. En 1898, EE.UU. utilizó nuevos medios de guerra, iniciando la guerra hispanoamericana y ganando control sobre Cuba y Puerto Rico y, en 1917, entró en la primera guerra mundial. No obstante, a pesar de las victorias en ambos conflictos, los estadounidenses se enfriaron rápidamente a sus ambiciones transfronterizas. No se dejaron seducir por los territorios de ultramar adquiridos en 1898, estaban horrorizados por las vidas y los recursos perdidos en los campos de batalla europeos, sintieron que habían exagerado y esto los impulsó a volver al antiguo paradigma del desapego estratégico (Rico, 2021).

EE.UU. parecía estar escondido, mientras Europa y Asia ardían, envueltos en el fuego del fascismo y el militarismo. Fue solo después de que Japón atacó Pearl Harbor que los estadounidenses superaron su oposición a la intervención extranjera y se unieron a la causa aliada. Los estadounidenses entonces, no deben olvidar esta parte de la historia mientras dan forma a su curso político en el mundo. Infortunadamente, cada día que pasa, la estrategia global estadounidense es cada vez menos sólida desde el punto de vista político (Pant, 2021). Los estadounidenses deben evitar repetir un error cometido en la década de 1930, la auto-eliminación imprudente e instintiva del mundo actual, sería un grave error de cálculo (Encina, 2020).

Pero la perspectiva de una retirada devastadora todavía es claramente visible en el horizonte. En especial si EE.UU. no puede superar su sobrecarga geopolítica crónica y alinear rápidamente los compromisos externos, con las capacidades y los objetivos (Bin, 2021). La mejor forma de hacerlo es desarrollar una estrategia de salida equilibrada, volviendo a la sabiduría de los Padres Fundadores, quienes argumentaron que distanciarse de los problemas extranjeros es a menudo la mejor solución del gobierno. Sobrestimar las ventajas estratégicas del aislacionismo, mientras se consideran sus deficiencias, les da a los estadounidenses la oportunidad de encontrar un término medio entre no hacer demasiado o hacer muy poco.

Hoy muchos miembros del establecimiento de la política exterior de EE.UU., continúan explotando la etiqueta aislacionista para difamar a cualquiera que se atreva a cuestionar el papel de EE.UU. como pacificador global (Sulk, 2021). Diplomáticos y académicos acusaron al expresidente Trump de un enfoque no estadounidense por cuestionar el valor de las alianzas nacionales en el extranjero y buscar retirar las tropas estadounidenses de Siria y Afganistán. La Cámara de Representantes, a finales de 2019, en un raro momento de acuerdo entre partidos, le dio a Trump un duro golpe al aprobar una resolución, de 354 a 60, que condenaba su decisión de retirar las tropas estadounidenses del norte de Siria (Wright, 2020).

Pero eso evidencia otro problema, en la administración Trump la política hacia Rusia fue casi producto de la lucha entre partidos. Los demócratas utilizaron la cuestión rusa de manera instrumental contra el presidente, mientras que él intentó provocar una revolución institucional en la política estadounidense, pero lo hizo con medios inadecuados. Así, según Maillier (2018), Trump mantuvo en la agenda internacional, en cuanto a Moscú, líneas de acción que obstaculizaron la mejora en las relaciones, enmarcadas en i) intereses en regiones vecinas a Rusia, Europa del Este y el Cáucaso, ii) aumento de capacidades de la Otán, iii) intervencionismo en conflictos, y iv) sanciones a Rusia.

Resultó entonces que la importancia del tema ruso en la política estadounidense era solo especulativa y reaccionaria. Aunado a esto, explotó la insatisfacción popular con la política exterior: excesos estratégicos en el Medio Oriente, esfuerzos para promover la democracia que no hicieron más que proteger a los aliados que no querían defenderse y negociar acuerdos comerciales que perjudicaron a los trabajadores estadounidenses (Plank Almeida, 2020). A partir de esto se hizo evidente la necesidad de una reestructuración estratégica de los puntos de referencia que equilibrara los objetivos nacionales con las oportunidades reales.

Pero en la actualidad, el país no puede ni debe volver a la estrategia de desapego geopolítico que siguió en el siglo XIX. La interdependencia económica y las amenazas globalizadas como los misiles balísticos intercontinentales, el terrorismo transnacional, las pandemias, el cambio climático y los ataques cibernéticos, significan que los océanos circundantes ya no son tan confiables como antes (Miller y Sokolsky, 2021). Ahora la nación necesita desesperadamente una conversación franca y abierta, que tenga en cuenta las lecciones de la historia sobre cómo liberarse sin dolor de la maraña de lazos y problemas externos.

El hecho de que los líderes estadounidenses no respondan a estos desafíos políticos está plagado del peligro de una sobrecarga de fuerzas y recursos que resulte en una subestimación aún más grave; esto es exactamente lo que sucedió en la década de 1930. De hecho, la situación en la que se encuentra América hoy se parece a aquella que llevó al país a retroceder erróneamente en el período 1918-1939. El público está sintiendo una sobrecarga estratégica, como la que se sintió después de la adquisición de territorios en el extranjero en 1898 y la entrada en la primera guerra mundial (Bastidas, 2021).

En medio de la aguda crisis económica provocada por la propagación del coronavirus, los estadounidenses están mucho más dispuestos a invertir en Arkansas que en Afganistán y simultáneamente experimentan un giro interno similar al de la década de 1930. El proteccionismo y el unilateralismo vuelven a estar de moda y promueven la diplomacia estadounidense autosuficiente que destruyó la solidaridad democrática en los años de entreguerras. Tanto el antiliberalismo como el nacionalismo están marchando por Europa y Asia, tal como lo hizo cuando EE.UU. le dio la espalda al mundo en la década de 1930 (Romero, 2020).

¿CÓMO DEBERÍA Y NO DEBERÍA SER EL EQUILIBRIO ESTADOUNIDENSE?

El pasado aislacionista de EE.UU. no debería ser su futuro. La interdependencia global hace imposible e imprudente que EE.UU. regrese a un reducto en América del Norte o en el hemisferio. Por supuesto, con las tropas estadounidenses aún dispersas en cientos de bases militares en todo el mundo, una rápida retirada estratégica no parece estar cerca (Power, 2021). Pero eso puede ser exactamente lo que se avecina si EE.UU. no se adelanta a la acción y desarrolla una estrategia para reducir los costos de manera sensata.

En el sistema de creencias de EE.UU., el aislacionismo es la actitud básica y el internacionalismo ambicioso visto durante las últimas ocho décadas es una "excepción". La búsqueda del distanciamiento geopolítico se ha convertido en parte del credo estadounidense y una parte integral de la experiencia política desde el principio (Priego Moreno, 2021). Las presiones aislacionistas aumentan de nuevo y solo se intensificarán a medida que la pandemia continúe devastando la economía mundial. Trump dirigió tal presión, pero lo hizo de manera apresurada e incompetente. Hizo bien en desviar el barco de Siria, Afganistán e Irak, pero no tuvo una estrategia coherente, dejando el caos detrás de él y perdiendo terreno frente a sus oponentes (Maraví y Marina, 2020). Su decisión de reducir la presencia estadounidense en Alemania sorprendió no solo a los aliados de la Otán, sino al propio Pentágono.

En resumen, Trump les mostró a todos "cómo no hacerlo". Lo que sería bueno ver ahora, a sugerencia del presidente Biden, es el inicio de un debate público a gran escala sobre cómo desarrollar una estrategia común, destinada a encontrar un equilibrio entre "involucrarse menos" e "involucrarse lo suficiente", para cumplir con los intereses nacionales (Royo, 2020). En lugar de desacreditarse unos a otros, los internacionalistas acérrimos y los que no lo son, deberían comenzar a discutir cómo será la estrategia del gobierno para la eliminación gradual y responsable de las fronteras (Ruiz, 2021); porque EE.UU. tomó un rumbo hacia el internacionalismo efectivo y sostenible ya durante la guerra fría, pero desde entonces la vocación internacionalista de la nación se ha deformado mucho, lo que ha llevado a un claro exceso estratégico (León, 2021).

En todo caso, la reevaluación de las prioridades y objetivos estratégicos debe llevarse a cabo teniendo en cuenta los principios fundamentales. Por supuesto, la mayoría de los estadounidenses estaría de acuerdo en que una reducción adecuada del compromiso debería ocurrir principalmente a expensas de una disminución de la influencia estadounidense en la periferia, y no en regiones estratégicamente importantes de Europa y Asia (Velázquez-Gaztelu, 2020). Precisamente porque el principal error, después de la guerra fría, fue la participación innecesaria en las guerras de Oriente Medio. Pero en el contexto actual, retirarse de Eurasia ante las amenazas rusas y chinas representaría exactamente el tipo de desapego excesivo mal considerado, que EE.UU. debe evitar (Woods, 2021).

UNA RUSIA SIN EMOCIONES

En torno a Rusia, pensar en el espíritu de la distensión soviético-estadounidense y la cooperación equitativa y mutuamente beneficiosa está ahora (tres décadas después del colapso de la URSS), irremediablemente anticuado. Por lo que, es necesario un análisis y revisión de las relaciones de Rusia con EE.UU. y aquí hay que abandonar las emociones revividas nuevamente en el contexto del escándalo presidencial.

Las emociones están empujando a Rusia a expandir la confrontación con EE.UU., en una versión extrema, para convertir la lucha contra el dominio global norteamericano en la idea principal de la política exterior y en parte interna de Rusia, así, de la mano de China, reprocha a Occidente la no aceptación de un mundo multipolar (Sachs, 2021). Y tal giro rima con la política soviética durante la guerra fría, pero en la situación actual es prácticamente imposible de implementar, debido a la falta de recursos. Además, no hay que olvidar que la sobrecarga de fuerzas en política exterior fue uno de los factores que llevaron a la URSS a la crisis de los años ochenta.

El estallido de emociones en forma de retórica, que todavía se ve, es, por supuesto, menos peligroso, pero al mismo tiempo, improductivo (Tsygankov, Tsygankov y Gonzales, 2021). Por otro lado, no puede ocultarse que las ilusiones que llevan a creer que Rusia todavía puede demostrarle algo a EE.UU., hacer que Washington razone y, en última instancia, obligarlo a respetar los intereses nacionales rusos sobre la base del entendimiento global ruso-estadounidense, son menos que hace cuatro años, pero no han desaparecido por completo de la conciencia de las élites rusas (Monaghan, 2020).

Pero, ¿Por qué Rusia debe apartarse de sus emociones para seguir negociando con EE.UU.?

  1. Para continuar previniendo incidentes con las Fuerzas Armadas de Rusia y EE.UU./Otán, sus aviones y barcos, y si surgieran, detenerlos de inmediato (Pifer, 2021). De hecho, existen líneas de comunicación y contactos para ello y se mantienen, en la medida de lo posible, en condiciones adecuadas. Esto es lo principal en el futuro previsible: evitar un conflicto armado involuntario.
  2. Para seguir fortaleciendo la contención militar multifactorial de EE.UU., nuclear y no nuclear, como base de la posición independiente de Rusia frente a EE.UU. (Özsağlam, 2020). Al tiempo que se evita una devastadora carrera de armamentos cuantitativos, es necesario comprender que en las condiciones modernas la disuasión no se limita a la esfera nuclear y se está extendiendo cada vez más a otras áreas, incluyendo el entorno cibernético y el espacio ultraterrestre.
  3. Para iniciar negociaciones sobre estabilidad estratégica, aun considerando que el tema es extremadamente difícil y que Washington se esforzará por llevarlas a cabo desde una posición de fuerza. Esto significa que es poco probable que Rusia y EE.UU. lleguen a un acuerdo en los cinco años de vigencia del tratado Start-3 recientemente ampliado (Milosevich, 2021). Por lo tanto, se debe estar preparado para mantener la estabilidad estratégica sin una base de tratado internacional.
  4. Para entender que en los asuntos nucleares de Irán y Corea del Norte, tiene sentido actuar sobre la base de la evaluación propia de la situación, sin tratar de "vender" a los estadounidenses su ayuda para hacer avanzar su agenda (Pombo, 2020). Así, junto con otros negociadores, promover la agenda que Moscú considera realista y reduce los riesgos nucleares.
  5. Para desarrollar, en la medida en que lo dicten los intereses nacionales rusos (y la limitación de la voluntad de EE.UU.), la interacción sobre la protección del clima y el medio ambiente, la cooperación y la seguridad en el Ártico, la lucha contra las pandemias y el terrorismo (Azcárate, 2021).
  6. Para desarrollar activamente las relaciones con China en todos los ámbitos (Beramendi, 2021), manteniendo la independencia de la política rusa y evitando la participación directa en el conflicto entre EE.UU. y China, como está haciendo Beijing respecto al enfrentamiento entre Rusia y EE.UU.
  7. Para considerar las sanciones de EE.UU. contra Rusia, como un incentivo para el resurgimiento nacional y una mayor soberanía económica, financiera, tecnológica, informativa y cultural en el contexto de la competencia global (Caşin y Kisacik, 2021). Robustecer la base sociopolítica del país fortaleciendo el Estado de derecho, reorganizando la élite gobernante y cambiando la política económica para que estimule el crecimiento de una clase media independiente.
  8. Para abandonar, por obvia nimiedad, los intentos de influir en la política interna estadounidense (Gajete Molina, 2020). El costo de involucrarse en los procesos internos de otro Estado, en especial de EE.UU., excede significativamente la posible ganancia. En la actualidad, no hay políticos en EE.UU. que sean amistosos con Rusia y, además, el grado de estabilidad interna depende de los procesos internos estadounidenses.
  9. Para separar (en su acercamiento a EE.UU.) la clase política estadounidense y la comunidad mediática (Harms, 2020) que, por lo general, son persistentemente hostiles a Rusia, y otros grupos de la sociedad estadounidense: círculos empresariales, científicos y técnicos, municipios, organizaciones públicas. Así, en la medida de lo posible, fomentar el desarrollo de vínculos civiles no políticos, entre la sociedad rusa y estadounidense.
  10. Para entender que es más proactivo deshacerse del centrismo estadounidense en la política exterior (Hill, 2020). No se espera una amplia interacción productiva con EE.UU. en el futuro previsible, por ello, la política exterior rusa debe fortalecer otras áreas, desde el extranjero cercano. Se necesita una maniobra de recursos que, en todo caso, no debilite la capacidad de Rusia para monitorear las políticas y acciones de Washington.
  11. Para buscar un acuerdo cibernético bilateral de reglas de procedimiento, pues incluso si los tratados tradicionales de control de armas no son viables, aún es posible negociar reglas que minimicen los conflictos en el ciberespacio. Sobre todo porque en las relaciones bilaterales al respecto predominan la desconfianza mutua, los malentendidos y las marcadas diferencias en los enfoques del dominio cibernético, porque no se comprenden las líneas rojas del otro, sus prioridades, intenciones y capacidades (Zabierek, Lawrence, Neumann & Sharikov, 2021).

Así pues, el escándalo provocado por las palabras de Biden permite descubrir cómo seguir haciendo negocios con EE.UU., pero, en el futuro previsible, el embajador Antonov tiene mucho más que hacer en Moscú que en Washington.

FINALMENTE, UN EXPECTANTE PRIMER ENCUENTRO

La primera cumbre Biden-Putin se celebró en Ginebra el 16 de junio de 2021 y, en general, los presidentes evaluaron positivamente los alcances de la reunión aunque, como señaló Biden, los resultados solo se podrán evaluar transcurridos unos seis meses, cuando se evidencie el cumplimiento o no de los acuerdos. Por lo pronto se puede resumir que las tres áreas principales de cooperación entre Moscú y Washington serán la estabilidad estratégica, la cooperación humanitaria en áreas como Afganistán y Siria, y la seguridad cibernética (Wilkinson, Said-Moorhouse, Sangal, Macaya, Thompson, Wagner, Mahtani, & Rocha, 2021).

Respecto de esta última, Biden dejó en claro que los ciberataques y, en particular, la reciente serie de agresiones de ransomware desde Rusia, constituirían un abordaje imprescindible. Por ello, uno de los principales resultados fue el acuerdo de encomendar a los expertos para que trabajen en entendimientos específicos sobre lo que está prohibido y así poder hacer un seguimiento de casos. Lo anterior es especialmente importante porque, como se dijo líneas atrás, en este contexto de las relaciones bilaterales, sobresale la desconfianza mutua en lo que tiene que ver con el dominio cibernético.

CONCLUSIONES

Está claro entonces que Washington continuará adhiriendo a un enfoque de confrontación hacia Rusia y apoyará abiertamente a la oposición al régimen de Putin. Y, al mismo tiempo, Biden será extremadamente cauteloso en asuntos relacionados con la seguridad de EE.UU., e incluso pragmático en lo que respecta a los intereses estadounidenses. Moscú, por su parte, desconfía de este enfoque, pero Rusia está en la capacidad de resistir la presión estadounidense y de garantizar su seguridad.

Entre tanto, Biden no aceptará la propuesta, que EE.UU. ve como una trampa de Putin. Entonces, aun cuando Putin ha estado construyendo la imagen de un opositor global y a pesar de que el intercambio de comentarios parece un agravamiento agudo de las relaciones, es más probable que las partes se separen, satisfechas, si no entre sí, entonces consigo mismas, con la forma en que actuaron en una situación difícil, sin renunciar a sus propias posiciones. Y esta sería una buena base para que el choque actual termine.

En relación con EE.UU., la mayoría de los estadounidenses estaría de acuerdo en que en el mundo actual es un negocio desastroso depender de una política de unilateralismo. Gestionar el comercio y las finanzas internacionales, combatir el cambio climático, desmantelar las redes terroristas, prevenir la proliferación de armas nucleares, controlar la ciberseguridad, combatir las epidemias mundiales: todas estas tareas críticas, requieren una amplia cooperación internacional. A medida que EE.UU. se aleja de su papel de policía mundial, querrá que sus socios y aliados también trabajen para ayudar a llenar el vacío creado por la partida de EE.UU., y las asociaciones necesarias solo se fortalecen mediante la diplomacia y el trabajo en equipo.

Finalmente, por parte de Rusia, el estado de "guerra fría" con Occidente que, se ha vuelto bastante natural para Rusia, en cierto sentido no sorprende. Además, subjetivamente, ese estado se percibe casi como la forma óptima de coexistencia, si se considera una alternativa de un conflicto armado en toda regla. Mientras tanto, no hay que olvidar que en ninguna de las grandes guerras que libró Rusia desde la época de Pedro I el Grande, actuó sola contra el mundo occidental, pues fueron precisamente las "guerras frías" las que la opusieron a toda la civilización europea, causando graves y duraderas consecuencias. Por tanto, antes de exclamar que "Moscú siempre espera lo mejor, pero se prepara para lo peor", en relación con conflictos de este tipo, es necesario pensar qué puede lograrse y a qué precio.


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