10.18601/16577558.n35.11
Movimientos sociales insurreccionales en África occidental: una mirada retrospectiva a la rebelión armada en Costa de Marfil de 2002 a 2011
Insurrectionary social movements in west Africa: a retrospective look at the armed rebellion in Ivory Coast from 2002 to 2011
Goualo Lazare Flan*
* Doctor en ciencias sociales por la Universidad de Colima, México. Docente de la Universidad Univer Colima y del Centro Especializado de Idiomas (CEI) de la Universidad de Colima, Colima, Col., (México). [lazareflan@hotmail.com]; [http://orcid.org/0000-0002-0656-7492].
Recibido: 20 de abril de 2021 / Modificado: 18 de junio de 2021 / Aceptado: 30 de junio de 2021
Para citar este artículo: Flan, G. L. (2022). Movimientos sociales insurreccionales en África occidental: una mirada retrospectiva a la rebelión armada en Costa de Marfil de 2002 a 2011. OASIS, 35, pp. 213-233. DOI: https://doi.org/10.18601/16577558.n35.11
RESUMEN
Se hace un análisis retrospectivo a la rebelión armada acontecida en Costa de Marfil entre 2002 y 2011 como uno de los movimientos sociales insurreccionales más importantes de África occidental de la primera década del siglo XXI. Se parte de que el necolonialismo francés incidió en dicho movimiento social, a través de la cooptación para afianzar su influencia regional, amenazada por las acciones del gobierno de turno en Costa de Marfil. A partir de una perspectiva analítico-sintética, sustentada en puntos críticos que resaltan para la discusión, se concluye que, a pesar de anclar su reivindicación en la crisis identitaria marfileña, el movimiento social en cuestión se desvió de su pretensión de cambio social identitario por el interés por el poder político, por haber sido cooptado para asegurar intereses externos para los cuales, el problema marfileño agudizado, fue mal gestionado y resuelto.
Palabras clave: África occidental, movimiento social insurreccional, Costa de Marfil, crisis identitaria, neocolonialismo francés.
ABSTRACT
A retrospective analysis is made of the armed rebellion that took place in Ivory Coast between 2002 and 2011 as one of the most important insurrectionary social movements of West Africa in the first decade of the 21st century. It is assumed that French neocolonialism influenced this social movement through co-option to strengthen its regional influence, which was threatened by the actions ofthe current government in Ivory Coast. From an analytic-synthetic perspective supported on critical points that stand out for the discussion, it is concluded that despite anchoring its claim in the Ivorian identity crisis, the social movement at issue drifted from its aspiration of identity social change, to the interest in political power, for having been co-opted to secure external interests, for which the sharpened Ivorian problem was poorly managed and resolved.
Key words; West Africa, insurrectionary social movement, Ivory Coast, identity crisis, French neocolonialism.
INTRODUCCIÓN
Los Estados africanos nacieron a partir de la balcanización de África encabezada por potenciales coloniales occidentales durante la Conferencia de Berlín (1884-1885), que selló definitivamente el reparto de este continente. Las secuelas de esta balcanización afectan todavía una importante parte de esta región atrapada en serios problemas, de los cuales resalta la cuestión identitaria. Es el caso de Costa de Marfil que, una vez independizado en 1960, por lo menos desde el punto de vista de la soberanía legal internacional (Krasner, 2001), emprendió el camino de una construcción identitaria más abierta y liberal, adscrita en la concepción de nación cívica. Construcción identitaria que, a lo largo de casi tres décadas de vida, sufrió un back clash identitario ocasionado por una concepción de nación étnica, más radical y cerrada (Flan, 2020). El cierre social (Weber, 2002), introducido por este último modelo de nación, generó la exclusión de una importante franja de la población dentro del territorio nacional. Integrantes de dicha población decidieron reaccionar desde una usurpación social (Weber, 2002)1, que tomó la forma de movimiento social insurreccional, mejor conocido como rebelión armada, que repercutió en el país durante una década, prácticamente.
Este trabajo constituye un estudio retrospectivo al movimiento social referido. Se enmarca metodológicamente en una perspectiva analítico-sintética desde la cual se abordan puntos críticos que resaltan para la discusión y proporcionan uno de los panoramas claves del desenlace o destino de algunos de los problemas internos (latentes o manifiestos) que afectan el Estado africano en su proceso de construcción, de una forma general. En lo teórico, la discusión se posiciona en la encrucijada de algunos enfoques clásicos de las relaciones internacionales (realismo y neorrealismo principalmente) y de perspectivas de referencia dentro de los estudios africanos, tales como la extraversión de la política africana (Bayart, 1999; 2006) y la instrumentalización del desorden (Chabal y Daloz, 1999). Se sostiene la premisa de que el neocolonialismo francés incidió en dicho movimiento social a partir de la cooptación para afianzar su influencia regional amenazada por las acciones del gobierno de turno en Costa de Marfil. Se parte de la contextualización de la crisis identitaria marfileña para vislumbrar las motivaciones reales del movimiento social, su cooptación para asegurar intereses externos, así como los sesgos de una crisis mal resuelta.
EL FONDO DEL PROBLEMA: UNA CRISIS IDENTITARIA COMPLEJA
La construcción identitaria marfileña ha sido producto de una crisis de identidad nacida de la contradicción originada por los modelos identitarios implementados en la construcción de la identidad de este país. En efecto, esta última inició con un modelo de nación cívico -la marfilidad cultural (1974-1993)- que, con el tiempo, sufrió una reconfiguración que marcó la implantación de un modelo de nación étnico totalmente encontrado, conocido como la marfilidad política (1994-2011) (Flan, 2020). Dicha contradicción en la construcción identitaria marfileña generó una crisis identitaria compleja, porque la dicotomía existente entre ambos modelos ha develado que el segundo modelo implementado aparece como una réplica identitaria al primer modelo, por romper completamente con el orden establecido a partir de un nuevo orden que cambió todo a nivel identitario (Flan, 2020). Siguiendo a Mbembe (2006), estamos ante una especie de tensión entre un modelo de construcción identitaria de corte universalista y cosmopolita que defiende la pertenencia humana, sea cual sea la raza, dentro de la condición del poscolonialismo, frente a otro modelo de tipo organicista, particularista y cerrado, que ampara la diferencia, la singularidad, los valores tradicionales y la autoctonía.
Se trata, en suma, de un cambio de paradigma identitario que, aunque estuvo atravesado por problemas económicos, tensiones sociales y políticas, tuvo mucho que ver con rivalidades y luchas antagónicas por el control del poder político, donde subyacieron dos principales tendencias o corrientes: liberales contra conservadores. Esto es, una transición identitaria conflictiva que marcó el paso del liberalismo abierto, absorbido por el cosmopolitismo a un conservadurismo cerrado, absorbido por el romanticismo. Esta realidad, como bien lo menciona Ndlovu-Gatsheni (2012), ha dominado la política de identidad poscolonial contemporánea en diversos países africanos, donde factores como el nativismo, la xenofobia, la limpieza étnica, para solo mencionar estos, hundieron a muchas de las sociedades del continente en guerras intestinas.
El poder del Estado asumido por Henri Konan Bedié (a partir de finales de 1993 hasta finales de 1999) tras la muerte del Padre de la nación Houphouet Boigny (cuyo largo período de gobierno se extendió de 1960 a 1993), impuso desde arriba un nuevo modelo identitario de nación (la marfilidad política) que implicó un cierre social identitario en una nación que había estado viviendo bajo el ideal liberal-cosmopolita durante más tres décadas con el régimen de Houphouet Boigny. En consecuencia, una importante franja de la población conocida como población extranjera (o no originaria) se vio excluida en lo político como en lo económico, con repercusiones directas de división y desintegración, en lo social.
Es preciso señalar que, dicha población extranjera fue traída progresivamente durante y después de la colonización para satisfacer las necesidades de mano de obra a la economía de plantación (Chauveau y Dozon, 1985; 1987; Babo, 2012; 2013) instituida por el colonizador y mantenida después de la independencia en un contexto relacional de centro-periferia (Prebisch, 1971; 1981) entre potencia colonial y excolonia, como parte de la extraversión de la política de esta última (Bayart, 1999).
Con base en los procesos de socialización resalta que, dicha población no originaria tiene, entre otros, al igual que toda comunidad, marcadores culturales definidos a través de los cuales fueron etiquetados. En la mayoría de los casos, son musulmanes, por lo tanto, religiosa, cultural, étnica y lingüísticamente identificables a nivel identitario. El problema es que dicha población no originaria proveniente, en su mayoría, de los países fronterizos del noroeste, este y noreste de Costa de Marfil (es decir, de los actuales Guinea, Malí y Burkina Faso), tiene las mismas características étnicas, culturales, religiosas y lingüísticas con pueblos originarios marfileños, principalmente Mandé y Gur, ubicados en las regiones septentrionales marfileñas. En consecuencia, se confunden totalmente en lo identitario. En otras palabras, la población que migró del lado de Guinea se confundió del lado de Costa de Marfil con la micronación autóctona Mandé, mientras que la población que migró del lado de Burkina Faso y Malí se confundió del lado de Costa de Marfil con la micronación autóctona Gur. La pregunta es ¿por qué esta coincidencia identitaria? ¿Qué explica esta conexión y afinidad identitarias?
La historia del poblamiento del espacio territorial conocido hoy como Costa de Marfil, devela el asentamiento progresivo de cuatro grandes micronaciones Kru, Gur, Mandé y Kwa2, que llevaron la etiqueta de pueblos autóctonos u originarios. El gran problema es que dichos pueblos transcienden las fronteras artificiales delineadas por la colonización. Es necesario precisar que, el continente africano fue balcanizado durante la colonización en diferentes Estados: algunos pequeños, otros medianos y otros más grandes territorialmente. El Estado africano en general fue, en este sentido, producto de una improvisación (Mballa, 2008) de toda pieza desde las épocas coloniales. Sus fronteras fueron delineadas por colonizadores motivados por sus intereses económicos y políticos, en desatención a las consecuencias identitarias que pudieran generar estas delimitaciones subjetivas y arbitrarias de las fronteras estatales en África (Campos, 1998; Rossantanga-Rignault, 2012; Saenz, 2012; Arancón, 2015; Kenneth, 2016). Así, además de la segmentación y separación, partes de las familias sociolingüísticas africanas fueron encajonadas dentro de fronteras nacionales arbitrarias a través de las cuales persiste, hoy día, la trascendencia fronteriza de los pueblos como uno de los grandes problemas heredados de la colonización.
En el caso marfileño, la población extranjera proveniente de más allá de las fronteras septentrionales de Costa de Marfil (principalmente originaria de Guinea, Malí y Burkina) se conectó rápida y fácilmente a nivel identitario con las micronaciones autóctonas marfileñas Gur y Mandé. En efecto, la etnicidad en África constituye la principal plataforma de manifestación de las dinámicas culturales y las identidades sociales básicas de los pueblos, grupos y comunidades étnicas (Mballa, 2020). De modo que logra posicionarse como uno de los factores que conectan a los pueblos étnica, cultural, religiosa y lingüísticamente cercanos.
La crisis de identidad que nació de la marfilidad con la implementación de su vertiente política, que con el afán de asentar una construcción identitaria anclada en la concepción organicista desde un etnonacionalismo cerrado (Flan, 2020), puso en tela de juicio la identidad de dicha población extranjera en general, pero, además constituyó el punto de partida para cuestionar la identidad de las micronaciones autóctonas Gur y Mandé, a raíz de su gran cercanía y conexión identitarias con la población extranjera. Si bien, el cierre social identitario era manifiesto en la marfilidad política, la manipulación, instrumentalización y exacerbación del problema identitario en Costa de Marfil activaron la etnicidad y, con ello, las solidaridades y movilizaciones étnicas de las víctimas de la exclusión, principalmente la población extranjera, sumada a las micronaciones autóctonas Gur y Mandé, etiquetadas todas como pueblos del norte de Costa de Marfil, y asimilados a la población no originaria.
Esta población del norte, en adelante movilizada, decidió reaccionar ante el cierre social identitario establecido por la marfilidad política a partir de la usurpación social, cuya primera manifestación se hizo a través del golpe de Estado al régimen de Konan Bedié en 1999. La transición militar asumida por el general Robert Guei (de diciembre 1999 hasta las elecciones presidenciales de octubre de 2000) no cambió nada en términos de solución al problema identitario marfileño. Bien al contrario, lo agudizó con una nueva constitución aprobada por referéndum, que marcó la segunda república. Dicha constitución mantuvo la exclusión de la población extranjera y sus descendientes, por servir de instrumento para descartar a varios candidatos de las elecciones presidenciales del 2000 (de los cuales Alassane Ouattara) por incumplir con el artículo 353 de dicha carta magna.
El general Guei, candidato a su propia sucesión contra Laurent Gbagbo de la oposición, fueron los únicos contrincantes de las elecciones de 2000. Elecciones agitadas donde el general, al darse cuenta de su derrota durante la proclamación progresiva de los resultados parciales, no esperó los resultados definitivos cuando mandó a tomar de rehén al presidente de la Comisión Electoral Independiente para que este lo proclamara ganador. Ante esta autoproclamación, su contrincante, Laurent Gbagbo, llamó al pueblo marfileño a tomar las calles hasta el retiro del general, para el triunfo de la democracia. Frente a las fuertes movilizaciones y la represión militar, el general decidió retirarse para evitar más derrame de sangre.
En este contexto agitado, Laurent Gbagbo asumió finalmente las riendas del ejecutivo marfileño. Izquierdista, la prioridad de su gobierno fue romper con el vínculo neocolonial que existía entre la excolonia (Costa de Marfil) y el ex colonizador (Francia), en el cual el referido país africano había quedado atrapado desde la independencia. Si bien el régimen de Laurent Gbagbo dedicó un importante foro de la reconciliación nacional en 2001 a favor de la unidad nacional, las acciones de su gobierno no priorizaron medidas o políticas estructurales que pudieran subsanar el inminente problema identitario generado por la marfilidad. Como lo señala Brunel (2017):
La política de Laurent Gbgabo estuvo marcada por la promoción de un concepto, inventado por su predecesor Henri Konan Bedié, pero que volvió a poner en el orden del día con ardor: la marfilidad. Concepto que se supone, define los criterios de la ciudadanía marfileña, se utilizó desde el principio como un concepto ultranacionalista y racista (párr. 12).
En otras palabras, al igual que la transición militar, el régimen pro-socialista de Gbagbo continuó con el cierre social identitario establecido por Konan Bedié, acentuando el problema identitario en Costa de Marfil.
El 19 de septiembre de 2002, se produjo una segunda usurpación social a partir de un intento de golpe de Estado por un grupo militarizado que, al fracasar en su propósito, se atrincheró en el norte, centro y oeste del país para convertirse en un movimiento social insurreccional que escindió a Costa de Marfil en dos, exigiendo la renuncia del mandatario Laurent Gbagbo (Kairouz, 2016). Entre sus reivindicaciones, el movimiento social armado denunciaba el carácter exclusionista del Estado, que dotado de una serie de medidas institucionales participaba en la estigmatización y exclusión de familias sociolingüísticas marfileñas (Mandé y Gur) (Ina Talk Shows, 2014; Brunel, 2017), asimiladas a la población extranjera proveniente de los países que comparten fronteras en la parte septentrional de Costa de Marfil, por tener la misma religión, etnias, culturas y costumbres. Del mismo modo, el movimiento social acusaba al Estado marfileño de instituir un etnonacionalismo destinado a excluir y negar la existencia de una parte de la población marfileña, limitando sus derechos y posibilidades en el ejercicio de ciertas funciones (presidencia de la república y altos cargos gubernamentales), así como la adquisición de bienes raíces (propiedad agraria, principalmente) dentro del territorio nacional.
Fueron estas razones que los insurgentes consideraron como principales irregularidades en la consolidación de la identidad marfileña, y que pretendían subsanar a partir de un cambio social radical cuyo punto de partida constituía la dimisión del presidente en turno Laurent Gbagbo. Buscaban, desde este movimiento social particularmente militarizado, incidir en las estructuras de gobierno para promover un cambio social identitario que posibilitara el reconocimiento, la inclusión, la igualdad de oportunidades y de derechos para la población del norte de Costa de Marfil.
Se trata de un conflicto de prácticamente una década, atravesado por una enorme serie de enfrentamientos, así como de momentos de treguas sostenidas por acuerdos firmados, en su mayoría, a nivel internacional más que a nivel nacional. Un conflicto de carácter multidimensional inicialmente interno al Estado marfileño, que, no obstante, tomó una dimensión mucho más compleja debido a la implicación de actores externos con su corolario de reconfiguración del tablero de los actores involucrados, las nuevas alianzas construidas en detrimento de las antiguas alianzas deconstruidas y, por supuesto, el rediseño y reposicionamiento de los intereses en juego.
Esta investigación revisita precisamente el movimiento social insurreccional marfileño, desde una mirada retrospectiva asentada en un análisis que resalta, dentro de la historia y la implicación del movimiento social referido en el proceso de construcción del Estado de Costa de Marfil, puntos críticos que resaltan para la discusión y proporcionan uno de los panoramas claves del desenlace o destino de algunos de los problemas internos (latentes o manifiestos) que afectan el Estado africano en su proceso de construcción, de una forma más general. El primer punto es el del interés por el poder político de un movimiento social insurreccional que surge, inicialmente, con la intención de incidir a favor de un cambio social identitario dentro de la construcción identitaria nacional, marcada por una crisis de identidad. El segundo punto tiene que ver con el desvío del movimiento social de su propósito inicial por caer en la cooptación para asegurar intereses externos. Finalmente, el tercer, y último punto, centra la discusión en la consecuencia directa del punto anterior, esto es, la mala gestión y resolución de la crisis en detrimento de los intereses externos.
DEL CAMBIO SOCIAL IDENTITARIO AL INTERÉS POR EL PODER POLÍTICO
El movimiento social insurreccional marfileño surge, como vimos, a raíz de una crisis de identidad que Costa de Marfil venía arrastrando desde la implementación de la marfilidad política. Sus objetivos iniciales eran incidir en las estructuras de gobierno para lograr un cambio social identitario favorable al reconocimiento cultural, así como a la integración (política y económica, social) de la población del norte de Costa de Marfil. Si bien fue un movimiento particularmente militarizado y armado, cuyos instigadores fueron, en su mayoría, soldados del ejército regular marfileño que decidieron desertar para defender la causa común de su grupo étnico -el pueblo del norte de Costa de Marfil- tuvo, a pesar de todo, el apoyo popular y respaldo de la población del norte cuyos jóvenes se ofrecieron como voluntarios para integrar las bases militares del movimiento social que, por medio de las armas, logró someter, en el territorio bajo su control, a poblaciones que resistían o manifestaban reticencia en colaborar con ellos. Definitivamente eran, a través de sus líderes convertidos en comandantes de zonas, verdaderos señores de la guerra que controlaban la economía, administración y política en la parte del país que estaba bajo su influencia.
Durante prácticamente una década, Costa de Marfil, escindido en dos partes, era una especie de Estado dentro del Estado, donde el sur estaba bajo control del régimen en turno encabezado por el presidente Laurent Gbagbo, mientras el norte se encontraba bajo el control del movimiento social insurreccional encabezado por su líder Guillaume Soro. Entre dichas fuerzas beligerantes, se interpusieron dos principales fuerzas externas por medio de una zona de confianza: los cascos azules de la ONU y los soldados franceses de la operación Licorne4.
A pesar de todo, hubo enfrentamientos directos en varias ocasiones entre las partes beligerantes, como también diversos momentos de negociaciones arbitradas, concretadas en acuerdos cumplidos en algunos casos y violados en otros, por alguna de las partes en conflicto, a raíz de las inconformidades manifestadas.
Lo interesante en este conflicto es que la mayoría de los acuerdos intermediados, directa o indirectamente, por Francia (D'Ersu, 2007; Marshall, 2005) favorecieron, de una u otra forma, al movimiento social en cuestión (TV5Monde, 2019). En este sentido, la neutralidad de Francia en la crisis marfileña ha sido cuestionada por autores como Granvaud y Mauger (2018), para quienes la referida potencia colonial nunca fue un árbitro neutro, ni un actor desinteresado en la crisis marfileña. Bien al contrario, Francia nunca dejó de intervenir en la vida política marfileña para defender con firmeza sus intereses económicos e influencia regional.
En efecto, desde el primer acuerdo de la crisis, firmado el 26 de enero de 2002 como Acuerdo de Linas Marcoussis, celebrado justamente bajo la iniciativa de Francia y la presencia de Koffi Annan, el entonces secretario general de la ONU, se preveía la formación de un gobierno de reconciliación nacional con la inclusión de todos los partidos políticos marfileños, así como el movimiento social insurreccional. De ahí que este último encontró una oportunidad para acercarse al poder político y los procesos centrales de toma de decisiones. Tanto el propio líder, como varios de los representantes del movimiento social, entraron al gobierno marfileño para ocupar altos cargos en secretarías y presidencias de instituciones.
De tal forma que el movimiento, que surgió con propósitos iniciales de promover un cambio social identitario a favor del pueblo del norte cada vez más excluido e invisibilizado en lo político, social y económico, terminó convirtiéndose en un movimiento de interés motivado por una lógica instrumentalista a partir de la cual el control del poder político devino en su principal fin.
UN MOVIMIENTO SOCIAL COOPTADO PARA ASEGURAR INTERESES EXTERNOS
El acceso al poder político de Laurent Gbagbo desde 2000 significó una ruptura ideológica con el neocolonialismo occidental. Su régimen puso en primer plano de sus compromisos y prioridades, romper particularmente con el neocolonialismo francés en Costa de Marfil (TV5Monde, 2019) para permitir al Estado marfileño recobrar su soberanía socavada desde la independencia.
Es importante señalar que la independencia de Costa de Marfil, al igual que la de varios países de África occidental francesa, se hizo fuera de los parámetros básicos de la soberanía westfaliana (Flan, 2018). Desde la época colonial, Francia había establecido y asegurado su control efectivo sobre la autonomía interna de sus colonias a partir de pactos y acuerdos de cooperación que, al abrir el país hacia fuera, generó su extraversión (Bayart, 1999; 2006). De modo que la descolonización pacífica lograda (Brunel, 2017), en la mayoría de los casos no significó una ruptura real con la colonización, sino más bien, su reforzamiento a través de cambios en los patrones tradicionales de dominación por otros más refinados y sofisticados (Rubio, 2008). Por tanto, dicha independencia dejó en realidad mucho que desear por haber sido hecha a la justa medida de la potencia colonial, a favor de sus intereses. Esto constituyó, desde luego, un entorpecimiento enorme a la soberanía estatal de estos países africanos.
En consecuencia, la actualidad de estas excolonias de África occidental refleja una dominación francesa perenne y manifiesta, marcada por la presencia directa de esta a través de bases militares (Hart, 2011), una innegable influencia en las estructuras institucionales básicas, como política exterior, seguridad y justicia (Verchave, 1998; Flan, 2018), un control efectivo en los asuntos monetarios y financieros (Badi, 2012; Nubukpo, Belinga, Tinel y Dembele, 2016), así como en la explotación de materias primas estratégicas (Bape, 2006), por solo citar estos.
Lo anterior describe una situación de dependencia construida, arraigada y sellada del Estado marfileño, principalmente vis a vis del exterior, misma que el paradigma de la extraversión de Bayart (1999; 2006), como referencia teórica rigurosa en la aprehensión de la particularidad histórica de la formación del Estado africano subsahariano, en la relación con su inscripción en el sistema mundial, que ayuda a entender. La historicidad de la extraversión de la política africana, así como lo presenta Bayart (1999), permite descifrar las continuidades subyacentes entre pre-colonización, colonización y Estado independiente. Con Bayart (1999), el concepto de extraversión despega del terreno económico para adquirir una dimensión conceptual que va más allá de la idea original de dependencia económica y relación asimétrica entre países desarrollados y subdesarrollados. Aplicado al contexto africano, entonces, la extraversión deviene en una perspectiva heurística que considera, a pesar de la asimetría y la desigualdad, el rol activo de los africanos en la globalización; es decir, la participación de África en el sistema mundial, facilitando la integración del exterior en el interior.
En suma, la extraversión da cuenta de cómo los africanos han sido siempre corresponsables, de una u otra forma, de su dependencia (Coquery-Vidrovitch, 1976) a través de vínculos clientelares entre dominantes y élite local, construidos por cooptación o coerción. Vínculos a partir de los cuales dicha élite dominada cooptada perenniza mecanismos (políticos, económicos, culturales e incluso militares) de extraversión, que articulan las realidades autóctonas hacia el exterior, transformando la dependencia en renta controlada y beneficiada por el sistema colonial y por esta élite local gobernante. Una élite local gobernante definitivamente abierta hacia el exterior en una relación de centro-periferia, pero herméticamente cerrada hacia el interior con el cual reproduce socialmente esta dependencia.
Infortunadamente, una de las implicaciones negativas de la extraversión de la política es la implantación de un neocolonialismo con fuertes engranes de dependencia y dominación que socava la construcción autónoma y soberana del Estado, como ha sucedido en Costa de Marfil.
Fue ante esta compleja realidad de implantación y persistencia del neocolonialismo francés en Costa de Marfil que el régimen socialista de Laurent Gbagbo se comprometió, desde su llegada al poder en 2000, en romper con el sistema de dominación en cuestión, renunciando a los pactos coloniales (Verchave, 1998) en los cuales el país había estado ligado. Esto constituyó un golpe fuerte para Francia, que se veía perdiendo cada vez más el control sobre un país tan estratégico para su sistema neocolonial de la franciáfrica en África occidental (Granvaud y Mauger, 2018).
De ahí que el movimiento social insurreccional, nacido de la crisis de identidad marfileña, aparecía para la potencia colonial como una oportunidad para contrarrestar y cercenar las acciones contraproducentes de un régimen que se estaba rebelando contra las influencias francesas en su Estado (TV5Monde, 2019). La presencia (directa en algunos casos e indirecta en otros) de Francia en prácticamente todas las negociaciones y acuerdos del conflicto marfileño, se entiende en este sentido, por lo mismo de que estaban en juego sus intereses que, necesariamente, había que salvaguardar (Unione Comunista Internazionalista, 2003; Granvaud y Mauger, 2018). Del mismo modo, se entienden los apoyos y respaldos al movimiento social en cuestión por parte de Francia, convertido en un actor incontestable del conflicto identitario marfileño. Un actor que, motivado por sus intereses en la zona, tuvo que intervenir abiertamente a favor del movimiento social insurreccional, cooptándolo para satisfacer un ajuste de cuentas contra el régimen de Laurent Gbagbo, considerado contraproducente al funcionamiento del sistema neocolonial francés en Costa de Marfil.
Esta actitud y posicionamiento de Francia, motivada por sus intereses geopolíticos, puede entenderse a partir del paradigma de la instrumentalización política del desorden (Chabal y Goualo Lazare Flan Daloz, 1999) como perspectiva que ofrece un diagnóstico también riguroso acerca del caos que generan las crisis institucionales, sociales o políticas en determinados países del continente africano. En otras palabras, la perspectiva de la instrumentalización política de desorden aporta elementos a la comprensión de la realidad política contemporánea africana, desde la aprehensión de los contornos subyacentes de la anarquía en determinados Estados de África.
Los contextos en los cuales los Estados africanos se han construido y evolucionado han sido permeados por diversas problemáticas ocasionadas, ya sea por los impactos negativos de su dependencia (es decir, la extraversión de su política) hacia fuera, por dificultades identitarias heredadas de la colonización, o, por problemas relacionados con la gestión del poder político o gubernamentalidad (Foucault, 2006; 2007; Bayart, 2006). Se trata por lo general de problemas latentes o manifiestos que constituyen en sí una especie de desorden dentro del Estado, al cual tanto las élites políticas, grupos de presión locales como potencias internacionales recurren a su instrumentalización política, en situaciones precisas, para controlar el poder político o alcanzar algún beneficio material.
En el caso de la crisis identitaria marfileña discutida más arriba, resalta una doble instrumentalización política del problema en cuestión. La primera se generó desde dentro, con los actores políticos dirigentes del movimiento social insurreccional que exacerbaron el victimismo a partir de la movilización y activación del fenómeno de la etnicidad. En este telón de fondo, y siguiendo la perspectiva instrumentalista de la etnicidad (Hetcher, 1986; 1996), la etnicidad se posiciona como una herramienta estratégica para la obtención y control de ventajas materiales o políticas. La solidaridad étnica, que se afianza en estas circunstancias, no es, por lo mismo, más que el subproducto para la persecución de ventajas por parte de grupos étnicos.
Si bien tiene cabida esa lectura de la dimensión material subyacente dentro de la instrumentalización de la etnicidad, en el trasfondo del caso marfileño, la instrumentalización de la etnicidad por parte del movimiento social insurreccional responde originalmente a una búsqueda de posicionamiento; esto es, obedece a una lucha de reconocimiento de ciertos derechos colectivos derivados de la coexistencia de diferentes grupos sociales dentro de los patrones culturales, políticos y sociales, como bien lo han demostrado Bloch (1994), González (2002) y Molina (2009) en sus diferentes estudios.
Por otro lado, la segunda instrumentación política del desorden ocurrió desde fuera para dentro, a partir de la cooptación del movimiento social por parte de la potencia colonial francesa para satisfacer sus intereses geoestratégicos contra el gobierno pro-socialista en turno en Costa de Marfil, considerado contraproducente al control y dominio francés sobre el país. Lo interesante aquí, por supuesto desde el punto de vista analítico, es la forma en que un desorden o anarquía local logra posicionarse como una oportunidad esencial para el reposicionamiento de la dominación neocolonial francesa en Costa de Marfil. Una forma que, desgraciadamente (como consecuencia lógica), desatiende el interés nacional marfileño a favor de los intereses externos.
SESGOS DE UNA CRISIS MAL RESUELTA: PERMANENCIA DEL PROBLEMA IDENTITARIO MARFILEÑO
El interés por el poder político de un movimiento social insurreccional, que surgió inicialmente con el propósito de instituir un cambio social identitario, hizo de este un instrumento estratégico de búsqueda del poder político. Por tanto, fue cooptado por la ex potencia colonial para asegurar su influencia e intereses a cambio de dicho poder político contra un régimen que estaba comprometiendo el dominio del sistema neocolonial francés en Costa de Marfil. Bajo este ángulo, la gestión y la resolución del problema identitario marfileño dejó mucho que desear, ya que se hizo a favor de los intereses partidistas en detrimento del interés nacional marfileño, como garantía de paz y estabilidad en este país.
En efecto, la opción de la resolución del conflicto marfileño, que siguió agudizándose con nuevas crisis, como el conflicto poselectoral de 2011, fue la vía militar. Esto es, el método de resolución del problema marfileño, que había tomado dimensiones mucho más complejas, fue una guerra civil que dejó un saldo de más tres mil muertos y miles de refugiados. El problema es que, una vez que cobraron relevancia los intereses particulares y partidistas de los actores en conflictos, en una grave crisis como el caso marfileño, el desenlace de la situación se vuelve problemático.
En toda dinámica conflictiva, las actitudes y comportamientos de las partes beligerantes ante la propia contradicción o motivo del conflicto -de acuerdo con el triángulo del conflicto de Galtung (Galtung, 1969)-, influyen en gran parte en la evolución y resolución del problema en cuestión. La actitud y el comportamiento constituyen, sin duda, variables claves que inciden positiva o negativamente en la resolución de un conflicto. La primera tiene que ver con cómo se sienten las partes en conflicto, cómo perciben al otro (con respecto, consideración o desprecio u odio) y también cómo ven al conflicto en sí mismo. Mientras que la segunda remite a cómo actúan los contrincantes (si buscan intereses comunes, acción creativa y constructiva o tratan de perjudicar y causar dolor al otro). En el caso marfileño, la actitud que prevaleció fue esencialmente competitiva, de acuerdo con los tipos de actitudes ante el conflicto elaborados por Cascón (2001), que se recuperan en la siguiente figura.
La dimensión competitiva del conflicto marfileño tuvo que ver con que, en la actitud de los contrincantes, prevalecieron más los objetivos perseguidos que la relación; por tanto, predominó el yo gano, tú pierdes. Eso significa que la actitud de los actores en conflicto nunca valoró tanto los fines perseguidos como las relaciones entre los contrincantes, para que, en consecuencia, la resolución del conflicto se hiciera de forma pacífica (sea a través de la cooperación y/o negociación como mejores formas de resolución de un conflicto). Sino al contrario, en la actitud de los actores existió una desproporción entre los objetivos perseguidos y las relaciones entre los contrincantes; es decir, valoraron de forma desigual dichos elementos, de manera tal que la resolución del conflicto desencadenó, lamentablemente, en su forma más extrema y negativa, que es la violencia (Galtung, 2004; 2016).
Aunque el movimiento social insurreccional integró el gobierno de la república marfileña como camino (cuestionable, por cierto) para el desarme, desmovilización y reintegración de los insurgentes, este proceso nunca pudo concretarse en realidad. Los esfuerzos y sacrificios realizados por el gobierno marfileño en turno, para una resolución pacífica del conflicto, resultaron insuficientes por no haber cambiado nada en la actitud de los actores del movimiento social que, con el apoyo del árbitro central del conflicto como Francia (TV5 Monde, 2019; Granvaud y Mauger, 2018), estaban obstinados por el acceso al poder político, a toda costa. Costa de Marfil continuó escindido en dos partes de 2002 hasta 2010, cuando bajo la presión de la comunidad internacional, accionada por la propia Francia, se celebraron las elecciones presidenciales.
La precariedad de la situación marfileña condujo evidentemente a una crisis poselectoral, donde los dos candidatos de la segunda vuelta presidencial fueron proclamados ganadores. El primero, Alassane Ouattara (que contaba con el apoyo del movimiento social insurreccional, Francia y la comunidad internacional), fue declarado ganador por la Comisión Electoral Independiente marfileña; decisión que fue certificada por Youngjin Choi, entonces representante especial del secretario general de la ONU en Costa de Marfil. Mientras que el segundo, Laurent Gbagbo fue proclamado más tarde también ganador por el Consejo Constitucional Marfileño. La pregunta es ¿por qué? ¿Cómo se hace la proclamación de los resultados de las elecciones presidenciales en Costa de Marfil? ¿Quién proclama estos resultados, de acuerdo con la legalidad constitucional marfileña?
En Costa de Marfil, de acuerdo con los ordenamientos jurídicos constitucionales, la Comisión Electoral Independiente proclama los resultados provisionales de las elecciones presidenciales, mismos que se transmiten oficialmente al Consejo Constitucional que recaba todas las irregularidades e inconformidades del proceso electoral aportados (en caso de que existieran), se reúne para revisarlas, decidir y proceder a la proclamación de los resultados definitivos del ganador de las elecciones presidenciales, los cuales son irrevocables. En el presente caso, tras la revisión de las pruebas aportadas por el candidato Laurent Gbagbo acerca de las irregularidades en el proceso electoral, sobre todo en casillas de voto en el norte del país, bajo control del movimiento social insurreccional donde se afirma que hubo fraudes electorales masivos, el Consejo Constitucional resolvió y decidió como ganador de las elecciones presidenciales de 2010 a Laurent Gbagbo. Dicha decisión fue invalidada por la comunidad internacional que declaró reconocer como nuevo presidente de Costa de Marfil a Alassane Ouattara.
¿Hasta dónde puede la comunidad internacional interferir en las elecciones nacionales de los países? ¿Para qué sirve entonces el principio de soberanía westfaliana como elemento fundamental en la existencia de los Estados modernos, que implica una autoridad absoluta con la certeza de su condición única y estatus de fuente unitaria de la cual radica y emana toda forma auténtica de gobierno? Sin lugar a duda, las contribuciones teóricas realistas y neorrealistas ayudan a entender esta situación. Desde Hans Morghentau pasando por Kenneth Waltz, hay elementos pertinentes que, considerados desde una mirada complementaria, ayudan a entender esta cuestionable injerencia de algunos Estados en asuntos nacionales de otros, en violación del clásico principio de soberanía estatal. Morghentau (1986) nos instruye que la realidad entre los Estados está permeada por una dinámica conflictiva de permanentes luchas y pugnas, donde cada Estado busca salvaguardar su interés nacional. Esto constituye prácticamente una ley de la naturaleza humana a partir de la cual, para que un Estado sobreviva o prevalezca en este mundo bélico, es necesario que tenga más poder, porque su supervivencia depende precisamente de que tenga acumulado el poder (sea militar, industrial y tecnológico, político, económico e incluso cultural, entre otros).
Esta reflexión se entiende mejor si se conecta con la perspectiva de Waltz (1988; 2007), que viene a cuestionar el propio sistema internacional. Según este autor, el sistema internacional, además de estar permeado por la conflictividad, se caracteriza por la anarquía como principio ordenador. En otras palabras, el sistema internacional luce por la falta de un gobierno centralizado que cumpla el papel de autoridad por encima de todos los Estados, con el propósito de garantizar el respeto y aplicación de las leyes internacionales, imponiendo sanciones a los que las violan. Con eso, estos teóricos ilustres de las relaciones internacionales ayudan a entender que solo los Estados con mayor poder tienden a prevalecer en el sistema internacional, mientras que aquellos que no cuentan con ninguna autoridad, o con un poder insignificante, se encuentran prácticamente en situaciones de inferioridad y dominación por parte de los más poderosos.
Es ahí donde cobra relevancia el posicionamiento crítico de Paolini, Elliott y Moran (1999) acerca de las relaciones internacionales. Los planteamientos de su posicionamiento develan las relaciones internacionales como tradicionalmente construidas de forma estrecha, pero también limitadas en el discurso sobre la política mundial. Estos autores cuestionan en este sentido, el estancamiento habitual de las relaciones internacionales por su desatención al rango de temas esenciales en el análisis político y social contemporáneos, sino también la dimensión esencialmente auto centrada y circunscrita de estas a la causa de los países del Norte; es decir, unas relaciones internacionales asimétricas, en exceso sensibles y orientadas hacia el Norte global. Con base en este telón de fondo, resalta, finalmente, que las relaciones internacionales marginan, socavan y entorpecen lo que ha sido caracterizado como el tercer mundo o Sur Global.
En este sentido, la realidad marfileña arriba planteada se tradujo en un caos poselectoral que sumió a Costa de Marfil en una guerra civil sin precedentes. Dos presidentes investidos para un solo país (Público, 2010; La Vanguardia, 2010; Expansión, 2010). Tras cuatro meses de enfrentamientos, amenazas y negociaciones infructuosas, Francia decidió ponerle fin al problema marfileño con la opción militar. De acuerdo con Frasson-Quenoz (2011), en dicha crisis interna, "Francia tuvo un rol de primer plano en la definición del método de intervención" (p. 133), debido a que, el principal argumento utilizado para la intervención militar fue -asevera el autor- "la responsabilidad de proteger las poblaciones como herramienta diplomática para superar los obstáculos habituales en el Consejo de Seguridad" (pp. 133-134). Por lo que, fueron autorizados -insiste Frasson-Quenoz (2011)- "todos los medios necesarios a fin de cumplir su mandato de proteger a los civiles bajo amenaza inminente de violencia física, abriendo el paso a una intervención militar en contra de las fuerzas de Gbagbo" (p. 134).
Las fuerzas francesas en apoyo a las milicias del movimiento insurreccional derrocaron a Laurent Gbagbo el 11 de abril de 2011 tras varios días de combate. Su captura implicó, desde luego, la llegada al poder de Alassane Ouattara, su contrincante apoyado por el movimiento social insurreccional, Francia y la comunidad internacional. También significó un ajuste de cuentas genocida contra los partidarios del presidente derrocado, sus familiares, simpatizantes, seguidores, así como poblaciones y etnias que le fueron leales. Los informes de Human Rights Watch (2011) y de Amnesty International (2011) al respecto, intitulados respectivamente "Los mataron como si nada. La necesidad de justicia para los crímenes poselectorales en Costa de Marfil" y " Costa de Marfil, 'revisaron su identificación y lo mataron'5. Retrospección sobre seis meses de violencias poselectorales" arrojan datos asombrosos: más de 3 mil muertos, más de 150 mujeres violadas, miles de desplazados y refugiados, así como daños materiales enormes.
En definitiva, el método de gestión y resolución del conflicto marfileño dejó mucho que desear, por haber constituido un enorme obstáculo a la paz y la reconciliación en Costa de Marfil. En efecto, esta forma de resolución del problema marfileño generó grandes fisuras y desintegraciones sociales internas que el país sufre todavía. Permanecen aún rencores, odios y desdenes generalizados a través del país. El régimen de Alassane Ouattara, que asumió el poder en 2010, aún sigue siendo vengativo y ha mostrado grandes limitaciones para reconciliar al país y unir a los marfileños. El problema de la marfilidad, fuente de la mayoría de las crisis en Costa de Marfil durante las dos últimas décadas, parece haber sido dormido y callado -pero no resuelto ni tampoco superado- con un régimen que ha hecho del uso de la fuerza y la represión el sustento de su gobierno.
CONSIDERACIONES FINALES
El análisis retrospectivo del movimiento social insurreccional ocurrido en Costa de Marfil entre 2002 y 2011 devela la complicada realidad de la construcción identitaria en África, continente arbitrariamente balcanizado desde la colonización occidental, donde la cuestión identitaria constituye aún un tema sensible, fuente de grandes controversias y guerras intestinas, sino también, una realidad que polariza a los Estados africanos en lo endógeno como en lo exógeno, a raíz de que, el devenir identitario de la nación se ha convertido, en varios casos, en una problemática difícil de subsanar ante la densa heterogeneidad étnica, cultural, lingüística y religiosa existente.
Así, a pesar de anclar su reivindicación en la compleja crisis identitaria marfileña, el movimiento social en cuestión incumplió con su pretensión de cambio social identitario interesado por el poder político, por haber sido cooptado por Francia para asegurar los intereses de afianzar la influencia regional de esta a partir de la reimplantación de una dominación neocolonial sin precedentes, a cambio del acceso y "control" del poder político -que, en realidad, nunca alcanzan a controlar efectivamente por la cuestionable forma en que acceden a él, sino también, por los pactos de dependencia neocolonial que lo rodean-. En consecuencia, el problema marfileño cada vez más agudizado, fue gestionado torpemente y, desde luego, mal resuelto en detrimento del clásico principio de soberanía westfaliana.
Es así como en África, potencias occidentales como Francia se han servido de las crisis (manifiestas o latentes) para asegurar su (re)posicionamiento geopolítico y estratégico, en la mayoría de los casos, afectada o comprometida por las acciones de gobiernos en turno, considerados contraproducentes para la supervivencia y funcionamiento de su sistema neocolonial sustentado en un capitalismo depredador.
NOTAS
1 En la sociología weberiana de estratificación social, los procesos de movilización identitaria y conformación de fronteras étnicas forman parte de mecanismos de cierre y usurpación sociales como estrategias identitarias (colectivas frecuentes e inherentes de estratificación y conflictos sociales) que sirven para monopolizar y/o perseguir ventajas sociales, económicas y políticas a partir de cambios en los escenarios de competencia intergrupal. El cierre social refiere al proceso donde colectividades buscan ventajas sociales, políticas y económicas limitando a otras el acceso a las mismas mediante el establecimiento de la primacía de atributos étnico-sociales o raciales (raza, etnia, religión, parentesco y consanguinidad, entre otros) como fundamentos que justifican la exclusión de otros grupos que pasan a ser etiquetados y estigmatizados como ajenos al grupo. La usurpación social alude al tipo de cierre social puesto en práctica por un grupo social (étnico o racial) de forma colectiva en respuesta a su estatus de excluido, subordinado, invisibilizado o, simplemente, inconformes con "el orden legal", resistiendo a un modelo de relaciones cerradas con el fin de lograr la igualdad de derechos y oportunidades. Para ello, proceden por el uso del poder en el sentido ascendente apoderándose de una parte de los beneficios y recursos de los grupos dominantes de la sociedad.
2 Las micronaciones Gur y Kwa tienen otras denominaciones, la primera se llama también Voltaique y la segunda Akan; para evitar confusiones con los nombres, usaremos las primeras denominaciones referidas.
3 El cual estipulaba:
El presidente de la República es elegido por cinco años por sufragio universal directo. Solo puede ser reelegido una vez. El candidato a la elección presidencial debe tener al menos cuarenta años y no más de setenta y cinco. Debe ser marfileño de origen, nacido de padre y madre marfileños. No debe haber renunciado nunca a la nacionalidad marfileña; tampoco debe haberse valido de otra nacionalidad. Debe haber residido en Costa de Marfil ininterrumpidamente durante los cinco años anteriores a la fecha de las elecciones y haber totalizado diez años de presencia efectiva… (Const., 2000, art. 35)
4 Operación de Mantenimiento de la Paz de las fuerzas armadas francesas en apoyo de la Operación de las Naciones Unidas en Costa de Marfil.
5 Los títulos de los informes señalados son una traducción propia porque las versiones originales vienen en francés.
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