10.18601/16577558.n36.15

La tiranía del mérito

Pío García Parra*

Reseña de libro

Sandel, M. (2021). La tiranía del mérito. Penguin Random House.

* Doctor en Filosofía, Pontificia Universidad Javeriana (Colombia). Docente-Investigador del Observatorio de Análisis de los Sistemas Internacionales (Oasis), Facultad de Finanzas, Gobierno y Relaciones Internacionales, Universidad Externado de Colombia (Colombia). [pio.garcia@uexternado.edu.co]; [https://orcid.org/0000-0003-1270-5131].

Recibido: 14 de enero de 2022 / Aceptado: 14 de enero de 2022

Para citar esta reseña:

García Parra, P. (2022). Reseña del libro: Sandel, M. (2021). La tiranía de mérito. Oasis, 36, 251-254. DOI: https://doi.org/10.18601/16577558.n36.15


El libro La tiranía del mérito de Michael Sandel, que apareció en medio de la tragedia mundial provocada por la covid-19, tiene por subtítulo: ¿Qué ha sido del bien común? Aquí encontramos una primera pista sobre la discusión que el autor desea entablar, la cual no es otra que indagar los alcances y resultados para la sociedad -la estadounidense, en este caso- de adoptar la meritocracia como el más conveniente sistema de retribución a la tenacidad puesta por la gente en la consecución de sus metas individuales y como el mejor instrumento de organización colectiva.

Y es que nada parece más sano y equitativo: pensar que a mayor esfuerzo más reconocimiento económico y social, y en la medida que todos los miembros de la comunidad den rienda suelta a la más elevada expresión de sus talentos, cuánto más provecho para un país en su conjunto. Es un planteamiento tan provocativo que terminó por seducir el providencialismo religioso -lo que otorga la gracia divina- inicial de los reformadores (Lutero y Calvino), y ahora es la nueva teología del establecimiento estadounidense. Implantada en los años ochenta, se ha convertido en la retórica justificadora de la globalización contemporánea, con la cosecha astronómica de ganancias para unos cuantos (el consabido 1 %) y un calvario para la inmensa mayoría.

En los siete capítulos del libro, Sandel se ocupa de aquella porción de la población estadounidense para la cual la globalización se le convirtió en tragedia. Forma parte de ella, especialmente, ese grupo de familias con predominio blanco que hasta entonces habían podido llevar una vida digna, en la medida que estaban integradas al aparato productivo del país. Sobre la base de la experiencia del marginamiento de esa población por carencias académicas, pasa a explicar el mecanismo justificador de la meritocracia, que no es otro que la obtención de credenciales en las mejores universidades, convertidas en la puerta hacia las ocupaciones mejor remuneradas. El examen de entrada (SAT) se ha convertido en una terrible "máquina clasificadora" entre dotados e ignorantes. Al final, el autor ofrece alternativas prácticas a los efectos perversos de la tiranía meritocrática.

En concordancia con la misión que Hegel le otorgaba a la filosofía de ser el "búho de Minerva que alza vuelo al atardecer", el punto de partida del libro es la sorpresiva victoria de Donald Trump en las elecciones de Estados Unidos y el Brexit en 2016, eventos vistos en retrospectiva. El primero fue un golpe evidente al triunfalismo de Hilary Clinton y los demócratas, porque el multimillonario logró atraer con su discurso racista, homofóbico y xenófobo el profundo resentimiento de gran parte del electorado contra una clase política tan afín a la apertura total de los mercados, la deslocalización productiva, el relajamiento migratorio y la sobrevaloración de los títulos académicos; no menos que el segundo -el Brexit-, explotando el resentimiento de los perdedores en el mercado común europeo.

La descripción de la retórica meritocrática ocupa los tres primeros capítulos del libro. Es un ejercicio con un carácter más periodístico, sociológico y antropológico. En ellos, el autor hace un exhaustivo análisis del discurso para mostrar la forma como el mérito fue ensalzado a lo largo de las cuatro últimas décadas como nunca en el pasado.

En los siguientes tres capítulos, la discusión está mucho más centrada en la reflexión filosófica sobre el fraude social que la apología del mérito conlleva. Con razón, las lumbreras económicas y filosóficas del siglo pasado en Estados Unidos fueron opositoras abiertas a la gradación social con base en el mérito. El economista Friedrick Hayek y el filósofo John Rawls coincidieron en argumentar que el éxito de una persona depende más de las circunstancias, del valor que la sociedad asigna a ciertas actividades o productos y hasta del azar, más que del merecimiento. La diferencia entre ellos radica en que mientras el primero lo hacía para legitimar las diferencias de ingresos dadas por el mercado, el segundo lo planteaba como recurso para preservar el contrato social, limando las diferencias por medio de una fiscalidad progresiva que compensara a los perdedores en el movimiento del mercado.

El libro remata con la sección programática o de salida al problema diseccionado atrás. La crisis esencial va más allá de la pérdida de ingresos por parte de tantas familias, lo cual puede ser contrarrestado con ayudas del Estado; no, el asunto de fondo es moral. Este trae una doble cara: por una parte, el sistema meritocrático conduce a los ganadores a la arrogancia y a despreciar a los perdedores, mientras estos tienen que soportar la humillación y asumir la culpa por ser perdedores. Tienen que cargar con ese estigma. Por otra parte, en la medida que el sistema premia ciertas actividades de muy alta rentabilidad (corredores de bolsa y de seguros, sector bancario, comercio), por lo general, con base en títulos de las mejores universidades (Ivy League), se crea un doble daño a la sociedad. De un lado, esos campeones de la globalización entran en una competencia frenética (competing) a un costo muy elevado para sus vidas y hasta la de sus familias; del otro, los trabajadores del sector real, sin opciones laborales efectivas, ven anulada su contribución al bien común. La crisis de los opiáceos guarda relación directa con esa doble afectación.

En el horizonte práctico, Sandel elabora varias propuestas, dirigidas a socavar la tiranía del mérito y darle una nueva oportunidad a la construcción del bien común desde una perspectiva moral. En su criterio, es preciso desmontar la máquina clasificadora que supuestamente llena las universidades de élite de los mejores talentos (cuando, en la realidad, una gran parte de ellos compra el ingreso) y fortalecer la universidad pública; pero, sobre todo, robustecer los institutos de formación y adaptación laboral en el sector real de la economía. Ello implica propinar el vuelco de la economía neoliberal especulativa y cargada hacia el consumo, para revalorizar el trabajo del sector real. Trasladar el concepto de bien común de la ideologizada suma de las preferencias consumistas individuales a "eso que solo podemos llegar deliberando con nuestros conciudadanos sobre los propósitos y los fines de nuestra comunidad política".

Podrían resumirse en cuatro las grandes contribuciones teóricas de la obra. En primer lugar, el desmonte minucioso de la ideología meritocrática, que de una forma solapada ha llegado a instalar una nueva aristocracia en Estados Unidos. Aunque no lo refiere en esos términos, se trata de la plutocracia anclada ese país, con ramificaciones por todo el planeta. En segundo lugar, el descubrimiento de las consecuencias morales de un sistema de "hipercompetencia", "hiperagencia" e "hiperpoder", que pasa por alto el daño sistemático que sufren los ganadores con su arrogancia y los perdedores con su humillación y culpa. En tercer lugar, la descalificación del prurito de la explotación del talento (raíz del "sueño americano"), tan manipulado por ciertas iglesias cristianas. Por último, la reivindicación tan lúcida de la solidaridad y la cooperación en el trabajo como el verdadero suelo sobre el cual construir la vida comunitaria, léase, el bien común.

Asociado como está el concepto de meritocracia a la filosofía confuciana, es del caso señalar aquí que el pensador chino solo en parte sería blanco de la crítica de Sandel. En aquel, el mérito por el conocimiento es solo uno de los criterios para que alguien esté al frente de una sociedad. El gobernante debe ser la persona con la más alta aquiescencia en virtudes, y son tres las virtudes cardinales: la sabiduría, la valentía y la benevolencia (Analectas 9:29, 14:28, 17:23). Y, por cierto, la sabiduría no es solo la información libresca, sino la acumulación de conocimiento a lo largo de la vida. El encumbramiento actual de los más ambiciosos, como bien lo critica Sandel, viene a ser lo más alejado de la sociedad armónica confuciana.

Respecto a las limitaciones del estudio de Sandel, su falencia corresponde a las inhibiciones propias de la filosofía contemporánea, por más contestataria que aparezca, al estar autocensurada para proveer términos específicos de regulación en el orden político y económico. La filosofía política actual, más allá de la denuncia de la discriminación, el asco (Nussbaum, 2015) y la apabullante desigual, tiene dificultad para responder la pregunta siguiente: ¿en qué medida son aceptables las diferencias de ingresos en una sociedad cualquiera? La pregunta apunta a los márgenes de oscilación de las diferencias, en el entendido de que están objetadas tanto la igualdad absoluta que buscó el comunismo como la desigualdad absoluta que pretende consagrar el neoliberalismo. Confucio y Aristóteles plantearon el término medio, evidente en la fase de mayor estabilidad de la sociedad japonesa, cuando logró elevar el 90% de su población al rango de clase media, en la segunda mitad del siglo pasado.

Se trata, entonces, de cuantificar la proporcionalidad. Con base en la progresión matemática de Fibonacci, Gregori (2018) explica que la diferencia máxima entre la base y la cúspide en el ingreso es de 21 veces, más allá de lo cual una sociedad cualquiera empieza a cavar su propia tumba, como lo evidencian las revueltas sociales en todas partes.

Sin equidad no hay bien común. La equidad reside en la proporcionalidad. La meritocracia actual es la máscara que encubre la plutocracia, la alimenta y la favorece. Sandel y la filosofía política tendrían que ser más concretos en las fórmulas para desactivar la máquina concentradora de la riqueza. Cuantificar los límites dentro de los cuales las diferencias deban moverse permite revelar, de manera crasa, la forma como la meritocrática clase política en todo el mundo favorece el despojo que hace el ultraambicioso y meritocrático 1% de la riqueza producida por el incauto y resignado 99%.


REFERENCIAS

Nussbaum, M. (2015). Political Emotions. Why Love matters for Justice. Harvard University Press.

Gregori, W. (2018). Proportionality Manifesto. https://books.google.com.co/books?id=4b5ODwAAQBAJ