10.18601/16577558.n37.06

Reflexiones sobre la política exterior de Taiwán: entre espacios reales e imaginados

The Relationship between Real and Imagined Spaces: Reflections on Taiwan's Foreign Policy

Daniel Lemus-Delgado*

* Doctor en Relaciones Internacionales Transpacíficas. Universidad de Colima (México). Profesor Investigador. Escuela de Ciencias Sociales y Gobierno. Tecnológico de Monterrey, Guadalajara, Jalisco (México). [dlemus@tec.mx]; [https://orcid.org/0000-0003-1002-5319].

Recibido: 22 de abril de 2022/ Modificado: 20 de agosto de 2022 / Aceptado: 11 de septiembre de 2022

Para citar este artículo: Lemus-Delgado D. (2022). Reflexiones sobre la política exterior de Taiwán: entre espacios reales e imaginados. Oasis, 37, pp. 71-91. DOI: https://doi.org/10.18601/16577558.n37.06


RESUMEN

Este artículo analiza la relación entre el contexto geográfico como un espacio físico y la narrativa histórica como un espacio imaginado en la conformación de la identidad nacional taiwanesa. Basado en la propuesta teórica del constructivismo, que enfatiza la importancia de la identidad en la conformación de los intereses de los Estados, se propone que las condiciones geográficas e históricas de Taiwán han desarrollado una identidad nacional distinta y diferenciada de la identidad china. Para ello, se asume una visión que sugiere que el contexto geográfico no solo genera condiciones materiales, sino también posibilita una serie de interacciones sociales que convierten al territorio también en un espacio "imaginado", el cual es el resultado de narrativas históricas. Así, los elementos que conforman la identidad taiwanesa inciden en la política exterior de este Estado, particularmente en el caso de la búsqueda el reconocimiento internacional. Como conclusión, se destaca la manera en que el caso de Taiwán evidencia la forma como la identidad influye en la política exterior.

Palabras clave: China; Taiwán; constructivismo; identidad nacional.


ABSTRACT

This article analyses the relationship between the geographical context as a physical space and the historical narrative as an imagined space in the formation of Taiwanese national identity. Based on the theoretical proposal of constructivism, that emphasises the importance of identity in shaping the interests of the States, the article suggests that the geographical and historical conditions have enabled Taiwan to develop a different national identity from that of the Chinese. For this, the assumption is that the geographical context generates material conditions and social interactions, turning the territory into an "imagined" space. This immaterial space is, above all, the result of historical narratives. Thus, the elements that configure the Taiwanese identity affect the foreign policy ofthis State, particularly in the search for international recognition. The conclusion highlights how the case of Taiwan evidences the manner in which identity influences foreign policy.

Key words: China; Taiwan; constructivism; national identity.


INTRODUCCIÓN: LA POLÍTICA EXTERIOR DE TAIWÁN EN TIEMPOS CONVULSOS

La política exterior de Taiwán y su búsqueda el reconocimiento internacional ha estado supeditada al ascenso de China como gran potencia (Kim, 2018). A pesar de que el gobierno comunista establecido en Beijing y el gobierno nacionalista cuya sede se ubicó en Taipei reconocieron el principio de una única China con la intención de algún día alcanzar la reunificación (Chen, 2010), este hecho parece ahora más lejano que nunca1. El gobierno chino ha incrementado las presiones para que el número de países que reconocen a Taiwán como un Estado independiente sea cada vez menor, como sucede en América Central (Lemus y Cerda, 2021). Desde el triunfo de la presidenta Tsai Ing-wen en 2016, candidata del Partido Democrático Progresista, el número de Estados-nación que ya no reconocen a Taiwán ha ido en aumento2. Además, la política exterior China ha abandonado el principio de "mantener un perfil bajo" con la intención de impulsar una política exterior que enfatizaba el desarrollo pacífico impulsado por el líder de las reformas económicas Deng Xiaoping (Keith, 2017). Al contrario, la dirigencia del Partido Comunista Chino ha adoptado una política exterior más firme, maximizando su influencia (Nien-chung, 2016) y mostrando su creciente poderío en asuntos que se perciben innegociables, como las disputas territoriales en el Mar Meridional de China (Cheng y Paladini, 2014). Entre estos puntos innegociables se encuentra el retorno algún día de Taiwán a China.

Al interior de Taiwán crecen las voces de los ciudadanos que no sienten que el territorio en que habitan sea parte de China y aspiran a tener un Estado-nación con el pleno reconocimiento de la comunidad internacional3. Esta postura es consecuencia de la construcción de una identidad nacional taiwanesa (Zhong, 2016). Al mismo tiempo, la postura ambigua que Estados Unidos ha jugado respecto a Taiwán desde la firma del comunicado conjunto de Shanghai, en 19724, genera un sentimiento de confusión sobre hasta qué punto el gobierno estadounidense está dispuesto a apoyar la defensa de Taiwán5.

De acuerdo con la alta dirigencia del Partido Comunista, Taiwán es una provincia rebelde (Wei y Lai, 2017). Aunque por iniciativa de Deng Xiaoping, desde 1979 el gobierno chino adoptó la política de reunificación pacífica y desarrolló gradualmente el concepto científico de "un país, dos sistemas", el gobierno chino ha precisado que hará todo lo posible para lograr la reunificación, incluyendo el uso de la fuerza, si fuera necesario (The Taiwan Affairs Office y The Information Office of the State Council, 2000).

En tiempos caracterizados por la debilidad del orden internacional liberal vulnerable al populismo de extrema derecha, y ante la amenaza de la creciente presencia de regímenes autoritarios (Ikenberry, 2018), es oportuno analizar los factores detrás del comportamiento de los Estados en el escenario internacional. Este hecho es particularmente importante cuando se trata de estudiar el comportamiento de Estados insulares embebidos en contextos cuyos rivales se muestran más poderosos, como el caso de Taiwán. Así, resulta oportuno reflexionar sobre cómo definen los Estados sus intereses y aspiraciones en el contexto internacional. Aún más, en esta manera de definir sus intereses y aspiraciones, ¿cómo se refleja en el rol que desempeña la identidad nacional en las aspiraciones concretas, como la búsqueda del reconocimiento internacional? En otras palabras, ¿por qué, desde la perspectiva de la identidad nacional, es importante el reconocimiento internacional para un Estado que cuenta con una autonomía plena como es el caso de Taiwán?

Evidentemente, el buscar algunas respuestas sustentadas en supuestos teóricos a las interrogantes anteriores no es un asunto banal porque nos permite conocer los alcances, límites y mecanismos desde los cuales operan las decisiones de los Estados que inciden en sus propios ciudadanos y en los de la comunidad internacional. Como afirma Robert Cox (1981), las teorías siempre son escritas para alguien y para algún propósito, y sus propuestas explicativas se traducen en horizontes de acción (Rupert, 2013). En la medida en que sea posible ampliar nuestros horizontes explicativos del actuar de los Estados pequeños e insulares que han recibido una atención mínima en el debate académico, será posible ampliar nuestras posibilidades de entendimiento de un mundo que se muestra cada vez más complejo.

Este artículo parte de los supuestos teóricos del constructivismo. Específicamente, se asume que en la comprensión de la política exterior la identidad de los Estados es un factor crucial. Por lo tanto, los intereses de los Estados no se definen únicamente de manera fría, racional y calculada, como lo proponen las corrientes teóricas dominantes de las relaciones internacionales (Kaufman, 2013). Al contrario, las estructuras ideacionales son tan importantes como las materiales al momento de definir las aspiraciones de los actores (Jung, 2019). Y al interior de este mundo inmaterial, la identidad es una pieza clave conforme Berenskoetter (2010).

La propuesta de este artículo es que en los Estados insulares existen elementos específicos, condicionados tanto por los aspectos materiales como por contextos históricos y culturales, que permiten desarrollar tipos específicos de identidades. Así, el contexto geográfico influye en la conformación de la identidad de Taiwán. Pero el contexto geográfico no solo genera condiciones materiales, sino también crea una serie de dinámicas que influyen notablemente en la conformación específica de la identidad, convirtiendo al territorio también en un espacio "imaginado"6. De este modo, en el caso taiwanés, tanto los espacios "reales" como los "imaginados" han construido la identidad taiwanesa. La conformación así de una identidad nacional particular tiene un peso importante en la política exterior de Taiwán, particularmente en la búsqueda por el reconocimiento internacional.

Con la intención de analizar la relación entre espacios físicos e imaginados en la construcción de la identidad nacional taiwanesa y el impacto que genera en la búsqueda por el reconocimiento internacional, este artículo está organizado en cinco apartados. En el primero, basado en el enfoque teórico del constructivismo, se discuten supuestos básicos de esta aproximación teórica y se analiza el papel que desempeña la identidad en la conformación de la política exterior de los Estados. Posteriormente, se examinan los elementos detrás de la conformación de una identidad nacional taiwanesa. Más adelante, se analiza cómo el espacio físico y las narrativas particulares sobre su desarrollo histórico han conformado a Taiwán como una isla "real" e "imaginada". En la siguiente sección se discute el concepto de reconocimiento internacional y su relación con las aspiraciones inmateriales taiwanesas sustentadas en una interpretación particular del mundo que se sustenta en la identidad nacional. Por último, en las conclusiones, se enfatiza cómo, derivado de las características insulares de Taiwán, las estructuras materiales e inmateriales influyen en este aspecto de la política exterior.

CONSTRUCTIVISMO, IDENTIDAD Y POLÍTICA EXTERIOR

El constructivismo ha creado espacio para abordar teóricamente la manera como las identidades, los intereses y las normas pueden ser variables explicativas en el estudio de la política internacional (Jung, 2019). Como enfoque teórico, el constructivismo sugiere comprender los asuntos internacionales desde una perspectiva más amplia en comparación con las teorías tradicionales positivistas, ya que afirma que las relaciones internacionales existen dentro de un conjunto más amplio de interacciones sociales y políticas. Por lo tanto, la forma en que se presentan estas relaciones determina la manera en que los Estados actúan en el escenario internacional (Kaufman, 2013). De esta forma, el constructivismo propone superar la estrecha visión del realismo que destaca que los Estados actúan en el escenario internacional de manera lógica, calculadora y racional, conforme a sus capacidades de poder (Hobson, 2000).

De acuerdo con los postulados del constructivismo, el mundo social y político no constituye una realidad objetiva que se ubica más allá de la conciencia humana. En consecuencia, es imposible afirmar que existe un aislamiento temporal de los asuntos internacionales y que las razones que los determinan son universales, más allá de sus contextos históricos y sociales. Al contrario, las relaciones entre los Estados existen como producto de una conciencia intersubjetiva; es decir, es una invención humana, no de tipo físico o material, sino intelectual e ideológica. Por lo tanto, el escenario internacional en que cada Estado desempeña un rol específico es un conjunto de ideas y un sistema de normas que ha sido organizado por ciertos individuos, en un momento y lugar determinados (Jackson y Sorensen, 2003).

Conforme a Wendt (1994), el constructivismo se basa en tres afirmaciones elementales. La primera de ellas es que los Estados son las principales unidades de análisis de las relaciones internacionales. Segundo, las estructuras que definen el sistema, en lugar de ser exclusivamente materiales, también son estructuras intersubjetivas. Por último, tanto las identidades como los intereses de los Estados son construidos por las estructuras sociales. Consecuentemente, las identidades y los intereses no son exógenamente conformados por el sistema, por la naturaleza o por la política interior; al contrario, los Estados forman ideas y entendimientos del mundo que los rodea, basándose en las estructuras en las que interactúan y posteriormente actúan con base en las percepciones que forman a partir de estas interacciones (Wendt, 1994).

El constructivismo afirma que, en la conformación de los intereses de los Estados, las estructuras materiales y las estructuras normativas -las cuales son constituidas desde el mundo de las ideas- tienen la misma importancia (Reus-Smith, 2005). Así, las estructuras normativas y materiales y el papel de las identidades son fundamentales en la constitución de los intereses y la acción de los Estados (Price y Reus-Smit, 1998). Aún más, los elementos materiales solo adquieren significado para la acción humana a través de una estructura de conocimiento compartido, la cual está socialmente embebida (Addler, 2002). Así, los Estados son "obligados" a actuar no solo por causas materiales, sino también por las estructuras sociales normativas que prevalecen en el contexto internacional (Hobson, 2000). En consecuencia, la manera que el Estado cumple sus metas y se relaciona con otros es, ante todo, una cuestión del orden social (Griffiths et al., 2008). Así, el estatus internacional de un Estado no solo se basa en su posición material en el sistema internacional, sino que ese estatus también es un resultado de una construcción social. En esta lógica, la importancia de China y Taiwán como actores sociales en la comunidad internacional está supeditada al juicio perceptivo del "yo" -ser taiwanés o chino- frente al "otro", el extraño, el extranjero (Liao, 2019). En estas interacciones, las identidades son indispensables para garantizar al menos un nivel mínimo de previsibilidad y orden en el sistema internacional (Hopf, 1998).

Un elemento clave del constructivismo es el supuesto de que el comportamiento de los Estados se puede explicar esencialmente como el resultado de las normas. Así, los Estados y otros agentes del escenario internacional buscan garantizar que exista una correspondencia entre su propia conducta y las normas interiorizadas que otorgue legitimidad a sus acciones. Un punto clave es que las normas se derivan de las propias identidades. De este modo, normas e identidades se influyen mutuamente. Las normas, lejos de ser puramente decorativas, ejercen una profunda influencia en el comportamiento de los Estados tanto al facilitar la construcción de las identidades como al conformar sus intereses. Sin embargo, las normas también condicionan y restringen las estrategias y acciones de los Estados en el cumplimiento de estos intereses. Esta posición contrasta con el supuesto racionalista de que el comportamiento de los agentes se rige simplemente por una lógica de las consecuencias (Hopf, 1998).

Ahora bien, el aceptar que las normas sociales son un elemento fundamental que determina el quehacer de los Estados, no impide a los constructivistas sugerir que también las ideas, las creencias y las identidades colectivas son la clave para comprender las dinámicas del escenario internacional y la forma en que los Estados actúan en este contexto (Genest, 2004). Por lo tanto, en el escenario internacional, las identidades afectan las preferencias y las metas de los Estados (Chernoff, 2007). Hopf (1998, p. 175) sugiere que un mundo sin identidades sería un "mundo de caos, un mundo de incertidumbre generalizada e irremediable, un mundo mucho más peligroso que [el mundo de] la anarquía".

La clave para comprender la relación entre identidad nacional y política exterior, desde los supuestos teóricos del constructivismo, se encuentra en la construcción social de la realidad (Kowert, 1998). Alexander Wendt (1992) propone que los actores del sistema internacional adquieren identidades al participar en significados colectivos. Las identidades, en palabras de Wendt, son los "entendimientos específicos del rol y expectativas acerca del yo, relativamente estables" (1992, p. 397). Luego, se puede afirmar que la identidad nacional es una realidad política y social construida en contextos históricos y sociales específicos, la cual está sujeta a cambios y reconfiguraciones, especialmente bajo la movilización intensiva de las élites en épocas de transición de regímenes o reestructuración mundial (Chu y Lin, 2003).

Las identidades implican un conjunto particular de intereses o preferencias con respecto a las opciones de una acción en particular. Un Estado comprende a otros de acuerdo con la identidad que les atribuye, mientras que al mismo tiempo reproduce su propia identidad a través de la práctica social cotidiana (Hopf, 1998). Asimismo, los Estados, de manera similar que las personas, pueden tener múltiples identidades (Kaufman, 2013). Así, Taiwán responde a las acciones de otros Estados, como China y Estados Unidos, dependiendo, en parte, de cómo Taiwán se ve a sí mismo, así como las formas en que ve a los demás Estados.

Evidentemente, en la medida en que cambian las circunstancias, las identidades cambian a través el tiempo, dependiendo de las interacciones entre esos Estados y las formas en que se perciben a sí mismos (Kaufman, 2013). Ahora bien, quienes crean y reproducen sus propias identidades no tienen el control de lo que finalmente esa identidad significará para los demás, lo que Hopf (1998) denomina la estructura intersubjetiva como el árbitro final del significado.

Ahora bien, si los intereses son también el producto de la identidad, entonces las acciones que asumen los Estados en el escenario internacional están moldeadas por dichas identidades. Por ejemplo, cuando se afirma que un Estado posee la identidad de una potencia mundial implica que posee un conjunto particular de intereses diferentes a los implícitos en la identidad de una potencia emergente. De este modo, al convertir los intereses en una variable central, el constructivismo explora no solo cómo se desarrollan los intereses particulares, sino sus significados con relación a su identidad (Hopf, 1998).

Por último, las identidades "no son dadas por naturaleza", sino que se construyen a través de ideas, normas, valores, símbolos, discursos y prácticas, inmersos en contextos culturales específicos. Estos contextos culturales son vistos como portadores o expresiones de estructuras de significado a través de las cuales se obtiene y mantiene un sentido de pertenencia (Berens-koetter, 2010). De esta manera, las identidades son marcos que permiten a los individuos y las colectividades situarse en el espacio y el tiempo, funcionando como "dispositivos de orientación" (Hopf 2002).

Desde esta perspectiva, se podría afirmar que la identidad del Estado de Taiwán ha sido conformada en parte por el hecho de ser un territorio insular. La política exterior taiwanesa, que prioriza la búsqueda de reconocimiento internacional, es resultado de una interpretación del mundo construida socialmente. Evidentemente, esta construcción implica una interpretación que es, al mismo tiempo, dinámica y colectiva. Incluso, esta interpretación es el resultado de una interacción permanente entre el Estado y las estructuras materiales e ideacionales en el que se encuentra. Desde el constructivismo, es posible sugerir que en este proceso las identidades juegan un rol definitivo. Específicamente, la construcción de una identidad nacional taiwanesa, distinta y diferenciada de la identidad nacional china, ha sido un proceso construido históricamente que comprende múltiples etapas, pero situado en un espacio físico concreto con características singulares, como se analiza en la siguiente sección.

TAIWÁN Y LA CONSTRUCCIÓN DE UNA IDENTIDAD NACIONAL

Evidentemente, existen distintos tipos de identidades que permiten dar cohesión a una comunidad, generar un sentido de pertenencia, conformar un proyecto político y formar un sentido de existencia colectivo (Holtug, 2017). Sin embargo, entre estas identidades, un tipo fundamental para comprender el rol de los Estados en el sistema internacional son las identidades nacionales (Restad, 2020). La piedra angular de este tipo de identidades descansa en el nacionalismo cuyos orígenes intelectuales se remontan al periodo de la Ilustración (Benner, 2013). En la medida en que una versión de sistema internacional se extendió desde Europa Occidental al resto del mundo, impuso códigos compartidos de significados referentes a cómo deberían ser las relaciones entre las unidades políticas en un nuevo contexto internacional que alcanzó una dimensión mundial (Saurin, 2006). Estos códigos se basaron en ideas como soberanía nacional, nacionalismo e identidad nacional (Sutch y Elias, 2007). Así, los Estados utilizarían las fronteras como referentes, basados en ideas como el nacionalismo para decidir el alcance y los límites de su participación política en el escenario internacional (Eskildsen, 2005). En el fondo, la nueva idea que dio una dimensión a los Estados fue la de nación.

Para Benedict Anderson (1991, p. 6), una nación es una comunidad "políticamente imaginada e inherentemente limitada y soberana". Así, la nación es producto de la imaginación, porque los miembros de ella nunca conocerán a la mayoría de sus compatriotas, sino que en la mente de cada uno vivirá la imagen de su afinidad. La idea de nación está limitada por fronteras finitas pero elásticas, más allá de las cuales se encuentran otras naciones. Las naciones comenzaron a visualizarse como soberanas cuando el concepto de autodeterminación pasó a primer plano durante un periodo de la historia en el que estas comenzaron a aspirar a la libertad. Por último, la nación se imagina como una comunidad, porque a pesar de la presencia inherente de la desigualdad y la explotación, siempre se considera una camaradería profunda y horizontal entre sus miembros derivada justamente de ese sentimiento de unidad nacional (Anderson, 1991).

Las prácticas culturales son las que generan las ideas sobre el nacionalismo e inspiran a los miembros de una comunidad a ubicar su identidad dentro de una nación en particular (Bloom, 1990). Al mismo tiempo, la identidad nacional no es innata; es, más bien, una realidad política y socialmente construida en contextos históricos y sociales particulares. En otras palabras, la identidad nacional no es fija; al contrario, cambia y se transforma en periodos de transición de régimen al interior de un Estado y en los procesos de trasformaciones globales, como resultado de la intensa movilización de las élites (Chu y Lin, 2003). La identidad nacional debe construirse de diferentes maneras, siendo las narrativas nacionales herramientas influyentes y esenciales para dar forma a dicha identidad; por lo tanto, para llegar a ser una nación es necesario contar con una narrativa nacional (Vasu et al., 2013).

Ahora bien, la identidad nacional taiwanesa es el producto de una narrativa histórica particular, antes de ser el producto de una narrativa étnica o cultural (Lemus-Delgado, 2021). En otras palabras, es una interpretación del pasado en la cual las personas fijan sus referentes mentales y establecen fronteras identitarias a través de esta historia que es narrada.

Según Gold (2008), la identidad taiwanesa ha sido eclipsada por China de tres maneras específicas. La primera está relacionada con el contexto geográfico. Por ejemplo, Taiwán, ubicada a cien millas de la costa de China, ha desempeñado un papel clave al ofrecer refugio a miles de inmigrantes chinos. En segundo lugar, la llegada a Taiwán del derrotado régimen del Partido Nacionalista Chino (Kuomintang o KMT), instauró un sistema educativo inspirado en el modelo tradicional chino. El KMT también jugó un papel decisivo en el control de los medios y las producciones culturales, utilizando ambos elementos para mantener fuertes vínculos con las tradiciones de China continental. Además, el mandarín también fue adoptado como idioma oficial, en detrimento de los dialectos taiwaneses. Asimismo, el discurso oficial del gobierno encabezado por el KMT difundió la idea de que Taiwán era el sitio del gobierno legítimo de China y que este gobierno solo estaba esperando el momento adecuado para reconquistar China continental; por lo tanto, Taiwán debería conservar los valores tradicionales de la civilización china. En tercer lugar, está la persistencia del propio gobierno comunista, que se está convirtiendo en una seria amenaza para la isla.

Como lo advierte Wang (2000), en la conceptualización del nacionalismo chino, la palabra "China" es un término que representa una cultura, una nación y un Estado, y ser chino implica no solo pertenecer a un grupo étnico y cultural en particular, sino que también se refiere a la identidad política del Estado chino. Desde la perspectiva del Partido Comunista Chino, Taiwán es una aberración histórica; es absolutamente imposible imaginarlo como un Estado independiente. Los taiwaneses son vistos como chinos y la isla de Taiwán es una parte integral del territorio chino. Desde esta perspectiva, la reunificación de Taiwán con China continental es vista como un asunto natural e inevitable.

Wong (2001) afirma que la evolución histórica de la identidad taiwanesa tiene cinco periodos críticos, comenzando con la colonización japonesa de la isla y terminando con la democratización de Taiwán. Desde 1895, cuando China firmó el Tratado de Shimonoseki y renunció a Taiwán, esta última nación ha experimentado una transformación masiva, junto con una ruptura cultural y una alienación hacia China. Desde el periodo de ocupación japonesa hasta el momento en que el KMT asumió el gobierno, las personas que vivían en Taiwán sintieron que habían sido abandonadas. Sin embargo, a fines de la década de los cuarenta, la mayoría de los nacionalistas que emigraron de China continental a Taiwán permanecieron mentalmente apegados al continente, considerando a Taiwán como parte de una entidad más orgánica a la que llamaron China. En este periodo, la identificación con China continental se convirtió en la fuente espiritual y moral del movimiento anticolonial taiwanés, así como en la resistencia cultural al gobierno japonés anterior a 1940. Así, aunque Taiwán ha estado separada geográfica y políticamente de China continental desde 1895, los chinos continentales y los nacionalistas taiwaneses identifican Taiwán con China (George Wei, 2012).

De 1945 a 1990, el régimen del KMT consideró que Taiwán, como cualquier otra provincia, era parte de China y que la identidad nacional china era semejante tanto en China continental como en Taiwán. Se entendía que los isleños, aunque no exclusivamente de la etnia Han, compartían un amplio legado cultural capaz de borrar las diferencias étnicas y que eran chinos en primer lugar y posteriormente taiwaneses (Damm, 2011). Sin embargo, el resentimiento comenzó a crecer entre la población originaria de la isla -entre los que se encuentran los ami, los paiwan y los atayal- en la medida en que no eran chinos continentales por lo que gradualmente quedaron cada vez más marginados en las estructuras gubernamentales (Wachman, 1994).

A fines de la década de los ochenta, Taiwán inició un rápido proceso de democratización. Como parte de este proceso, el renacimiento de una identidad taiwanesa -en oposición a la china-, se convirtió en un elemento cada vez más fundamental. El tema de la identidad comenzó a emerger como el centro de la disputa entre diferentes actores políticos, con la democratización final de Taiwán como meta. Se rompió así el vínculo de legitimidad política que se había basado en la suposición de que el "ilegítimo" Taiwán estaba bajo la protección de la "legítima" China (Deans, 2005). El proceso de transición democrática inició el debate sobre una nueva identidad taiwanesa, que enfatizaba la fusión de los pueblos originales con la cultura Han, así como la necesidad de recuperar el legado cultural japonés que la isla absorbió cuando era una colonia japonesa (Brown, 2004).

Históricamente, la principal diferencia política entre los dos principales partidos taiwaneses ha sido sobre el tipo de relaciones que se deben mantener con China. El KMT aboga por un mayor acercamiento y una eventual reunificación, mientras que el Partido Democrático Progresista ha presionado por una mayor independencia. Sin embargo, en los últimos años, ambas partes han realizado un acuerdo informal para mantener el statu quo y minimizar la cuestión territorial, en reconocimiento de su potencial de división (McAllister, 2016). Independientemente del debate al interior de Taiwán sobre cuál debería ser la política hacia China, es posible que la identidad nacional hoy se base en que es un país democrático, en oposición al sistema político de China continental (Stevens, 2016). A lo largo de su historia, la búsqueda taiwanesa de identidad nacional ha jugado un papel fundamental en la configuración de la política nacional e internacional (Kang et al., 2015). Esta identidad nacional incide en la concepción de la política exterior de Taiwán en busca del reconocimiento internacional a partir de las características insulares del Estado taiwanés; es decir, una isla al mismo tiempo "real" e "imaginada".

TAIWÁN, UNA ISLA "REAL" E "IMAGINADA"

Si se toma en cuenta que las identidades de los Estados importan al momento de comprender su actuar en el escenario internacional, entonces es necesario reflexionar la manera en que el Estado taiwanés ha fundamentado su propia visión identitaria sobre el rol que debe desempeñar. La identidad de Taiwán es producto de la conjunción de elementos materiales e inmateriales que, en una relación mutuamente constitutiva, establece lo que Taiwán debería ser a partir de la conformación de su propia identidad.

En cuanto a los factores materiales que definen Taiwán como Estado, el primer rasgo notable es que es un archipiélago. La isla principal -Taiwán- está localizada a 160 km de la costa de China, a 1126 km al sur de Japón y a 320 km al norte de Filipinas (Connelly, 2014)7. Es posible afirmar que la isla tiene una forma oval que mide 386 km de sur a norte y 157 km de oriente a poniente en su punto más ancho, su costa mide 1139 km y la isla tiene un área de 22.339 km2 (Connelly, 2014).

Además de la isla propiamente dicha, el Estado comprende 21 islas pequeñas que pertenecen a la isla mayor de Taiwán y 64 islas son parte del grupo de la Isla de Penghu (Pescadores). El área total del territorio taiwanés cubre una extensión de 35.980 kilómetros cuadrados. El archipiélago de las islas de Penghu se encuentra a 40 km al oeste de la isla de Taiwán y tiene un área total de 127 km2. Asimismo, bajo el control del gobierno de Taiwán se encuentran Quemoy (Chinmen) y Matsu, dos grupos de islas ubicados estratégicamente cerca de la provincia china continental de Fujian. Quemoy es la mayor de un grupo de seis islas, dos de las cuales están ocupadas por la República Popular China y está situada en la bahía de Xiamen (Amoy), abarcando un área total de 176 km2. Por otra parte, el grupo Matsu consta de diversas islas como Nankan (la más grande), Peikan, Tungyin, más unos 10 islotes pequeños y está ubicado a 30 de la ciudad portuaria continental de Fuzhou (Min Kuo, 2004).

En la parte oriental de la isla, dos tercios se componen de escarpadas y enormes cadenas montañosas. El pico más alto de la isla es la "montaña de jade", Yü Shan, con una altura de 3.997 metros. Todos los ríos nacen en las montañas de la parte central de la isla, tienen cursos cortos y corrientes rápidas. El río más largo, Choshui, que drena hacia el oeste, tiene solo 190 km de largo. Mientras que el río Tanshui, que pasa por T'aipei en el norte, es el único río navegable de la isla (Min Kuo, 2004).

Con una población estimada de 23 millones 560 mil habitantes en el año 2020, Taiwán es uno de los países más densamente poblado del planeta, con una densidad de 650 personas por kilómetro cuadrado (República de Taiwán, 2022). El 70% de la población es hokkien, el 14% es hakka, el 14% es chino continental y el 2% pertenece a los grupos aborígenes (Skoggard, 2001). Otra forma de clasificar los grupos étnicos al interior de la isla es su vínculo con el territorio. Así, se pueden establecer tres grandes categorías. En primer lugar, se ubican los aborígenes, aproximadamente un 2% del total de la población. Ellos son los pobladores originarios de la isla. Actualmente, son aproximadamente 14 grupos originarios que conservan sus propias costumbres y tradiciones, y se localizan principalmente en las montañas, en el este de la isla. Los nativos, provenientes de la China continental, principalmente de las provincias de Guandong y Fujian, quienes se establecieron en la isla durante los siglos XVII al siglo XIX. Por último, se encuentran los migrantes recientes, quienes arribaron a la isla después de la derrota de los nacionalistas en el año de 1949 e impusieron la cultura Han como fuente de legitimidad política (Ying, 2014).

El chino mandarín es el idioma nacional. Los taiwaneses hablan taiyu, un dialecto min del sur o hakka. Hay siete lenguas aborígenes distintas, que se agrupan en tres familias lingüísticas. La mayoría de los taiwaneses y aborígenes hablan tanto un idioma local como el idioma nacional, mientras que los descendientes de los chinos continentales son monolingües, aunque algunos de ellos, que son de segunda generación, hablan un idioma local (Skoggard, 2001).

La población y el territorio son las bases que le permiten operar al gobierno taiwanés; sin embargo, esta población y este territorio solamente adquiere sentido en la medida en que se construya una serie de identidades que, a través de un proceso narrativo, recupere una interpretación del pasado con la intención de mostrar la identidad taiwanesa como única y diferente de la identidad china, a pesar de que la influencia de la civilización china no pueda ser negada.

En la reconstrucción histórica de la isla se establece que, alrededor del año 500 a. C., los primeros grupos de chinos viajaron a Taiwán. Sin embargo, el primer registro histórico data del año 260 d. C. cuando Sun Chuan, primer emperador de Wu de la dinastía de los "Tres Reinos", envío una expedición a explorar la isla (Manthorpe, 2009). Al parecer, la isla estuvo escasamente poblada por grupos aborígenes hasta 1624. En ese año, los holandeses comenzaron a utilizar Taiwán como puesto comercial para sus florecientes mercados comerciales de Japón y China (Wills, 2007). Los colonos holandeses administraron la isla hasta 1661 (Wills, 2007). Durante los años de la administración holandesa, muchos chinos comenzaron a emigrar a Taiwán para escapar de la agitación política en el continente.

Posteriormente, la dinastía Qing estableció el control sobre Taiwán y este territorio fue declarado provincia de China en el año de 1886 (Connelly, 2014). Sin embargo, en 1895, después la primera guerra sino-japonesa, por medio de los tratados de Shimonoseki, China cedió el control de Taiwán a los japoneses (Connelly, 2014). A partir de entonces, Taiwán fue una colonia japonesa hasta el año de 1945, cuando el imperio japonés fue derrotado en la Guerra del Pacífico. Bajo la administración japonesa, Taiwán desarrolló redes de transporte y técnicas agrícolas eficientes (Rigger, 2011). Los japoneses crearon un sistema educativo avanzado y una economía de mercado próspera (Lamley, 2007). Tras la derrota del Japón, Taiwán fue administrado por el gobierno nacionalista comandado por el general Chiang Kai-shek (Manthorpe, 2009).

Cuando el gobierno comunista de Mao Zedong tomó el control de China continental en 1949, Chiang Kai-shek y casi 500 mil soldados nacionalistas se vieron obligados a huir a Taiwán; este éxodo de militares pronto fue seguido por otros dos millones de refugiados (Min Kuo, 2004). En 1950, Chiang Kai-shek anunció que la República de China establecía en Taipei su nueva capital (Rigger, 2011). Estados Unidos continuó con las relaciones diplomáticas con la República China proporcionando cantidades masivas de ayuda militar y financiera. El gobierno nacionalista representó a toda China en las Naciones Unidas, aunque solamente tenía control efectivo de la isla. Sin embargo, Taiwán perdió su membresía en las Naciones Unidas en 1971, cuando la Asamblea General votó para reconocer a la República Popular de China como el único representante legítimo de China (Hsü, 2000). Aún más, Taiwán sufrió un duro golpe cuando Estados Unidos rompió relaciones diplomáticas en 1979 y estableció vínculos diplomáticos con la República Popular China (Hsü, 2000). Sin embargo, los lazos comerciales entre Taiwán y Estados Unidos continuaron siendo fuertes.

Durante muchos años, el gobierno de Taiwán fue un sistema de partido único dominado por el KMT, dirigido por Chiang Kai-shek como presidente de la República hasta su muerte en 1975. Chiang Ching-kuo, su hijo, lo sucedió en el cargo y gobernó Taiwán hasta su muerte en 1988 (Connelly, 2014). La ley marcial, que había estado en vigor durante 38 años, se levantó en julio de 1987 (Rigger, 2011). En marzo de 1989, se legalizaron los partidos políticos de oposición y Taiwán se convirtió en una democracia multipartidista (Connelly, 2014)8. Lee Tenghui fue elegido presidente en 1988 y reelegido para un mandato de seis años en 1990 (Rigger, 2011). El gobierno de Taiwán también puso fin al estado de guerra formal con la República Popular China en mayo de 1991 (Manthorpe, 2009). En la primera elección directa de Taiwán para presidente en 1996, Lee Tenghui fue reelegido para un mandato de cuatro años por voto popular (Manthorpe, 2009). En marzo de 2000, el candidato del Partido Progresista Democrático, Chen Shuibian, se convirtió en el primer candidato del partido de oposición en ganar la presidencia y su victoria representó la primera transición de un partido político a otro en la presidencia de la República (Connelly, 2014).

La interpretación de los elementos históricos previamente presentados ha permitido el surgimiento de unos de los cambios culturales y políticos más importantes durante las últimas tres décadas en Taiwán: la tendencia hacia la "indigenización" o "taiwanización" -bentuhua- (Dittmer, 2006). En Taiwán, la indigenización ha funcionado como un tipo de nacionalismo que defiende la legitimidad de una identidad taiwanesa distinta, cuyo carácter y contenido debe ser determinado por el pueblo taiwanés. Como tal, ha contribuido a la formación de constructos sociales interrelacionados como la conciencia de Taiwán, la identidad taiwanesa, la cultura nacional y la conciencia su independencia (Makeham, 2005). Como lo ha evidenciado Chen (2014), la idea de la indigenización en Taiwán se originó durante la década de los noventa, como parte de la construcción de los "ideales de sociedad" que buscaban reconstruir la comunidad local. Así, una "buena sociedad" implicaba, en primer lugar, la constitución del tipo ideal de "sociedad indígena" -bentuhua-, por medio de la cual las personas esperaban reconstruir la historia y la cultura locales.

IDENTIDAD NACIONAL TAIWANESA Y BÚSQUEDA DEL RECONOCIMIENTO INTERNACIONAL

El mundo que surgió del acuerdo de paz de Westfalia sentó las bases del sistema internacional moderno y convirtió a los Estados soberanos en los principales actores de las relaciones internacionales. El Estado soberano es una realidad geopolítica y un concepto jurídico y, al mismo tiempo, la soberanía es la doctrina política sobre la que se fundamenta el Estado (Sutch y Elias, 2007). Por lo tanto, la soberanía se ha convertido en uno de los conceptos más importantes en el sistema internacional contemporáneo (Kaufman, 2013). La idea de soberanía es hoy la norma básica sobre la que se sustenta la sociedad internacional (Jackson, 2005). Además, la soberanía encarna la idea de autodeterminación e implica que cada Estado es independiente de todos los demás, al menos hipotéticamente hablando (Slomp, 2008). Por lo tanto, los Estados soberanos son iguales bajo el derecho internacional y este principio garantiza la participación equitativa de cada uno en la arena internacional (Griffiths et al., 2008). Sin embargo, el Estado-nación y el concepto de soberanía son constructos sociales y se redefinen a través de diferentes principios y prácticas, incluida la práctica del reconocimiento mutuo que enfatiza la existencia de fronteras concretas y el principio de no violación de esas fronteras (Özlük y Cemrek, 2010). No obstante, para obtener el reconocimiento de otros Estados en el sistema internacional, incluso el Estado más pequeño y menos poderoso debe satisfacer ciertos criterios básicos como tener un territorio definido, una población permanente y un gobierno capaz de mantener un control efectivo sobre su territorio (Wilkinson, 2007).

Si bien el reconocimiento de un Estado debe ser una decisión soberana, en numerosas ocasiones esta elección está condicionada por factores internos y externos que evidencian la presencia de múltiples intereses detrás de un pronunciamiento de esta naturaleza. De esta manera, cómo, cuándo y por qué algunos Estados respetan la soberanía de otros sugiere que el sistema internacional no es más que una "hipocresía organizada" (Krasner, 2009). Esta hipocresía deriva de los intereses de las grandes potencias (Krasner, 2009). En contraste, la presencia de Estados que no son reconocidos internacionalmente es evidencia de una anomalía en este sistema (Harvey y Stansfield, 2009). Estos Estados no reconocidos existen a la sombra de aquellos que disfrutan de todos los privilegios que otorga el reconocimiento internacional, viviendo en una especie de "limbo" (Caspersen, 2012). Una vez que se otorga el reconocimiento soberano a un Estado es difícil retirarlo y esto es consecuencia del tipo de arreglos que se acuerdan entre Estados pero que generalmente no se divulgan a fondo (Krasner, 2009).

En el caso de los Estados pequeños, su capacidad para tomar sus propias decisiones independientes sobre asuntos internacionales en parte es proporcional a sus capacidades materiales en un sistema que es anárquico (Brown y Kristen, 2005). La capacidad de estos Estados para tomar decisiones independientes puede conducir, en efecto, a desafíos a su soberanía (Neumann y Gstöhl, 2006). Sin embargo, las relaciones entre Estados ni se originan ni se desarrollan en el vacío; por el contrario, estas interacciones, como lo sugieren los constructivistas, están enmarcadas por estructuras materiales e ideacionales en las que cada Estado juega un papel específico, derivado de un conjunto de ideas y un sistema de normas (Jackson y Sorensen, 2002).

Las narrativas en torno a la evolución histórica de Taiwán han moldeado el pensamiento colectivo de la sociedad taiwanesa y han generado una identidad distinta a la que se tenía al establecimiento del gobierno nacionalista en el año de 1949. De hecho, no existe una única identidad taiwanesa9. Por el contrario, se trata de múltiples identidades en competencia unas con otras. El tipo de identidad que debía asumirse en Taiwán reflejó también una pugna política; la narrativa histórica que impulsaban y que buscaban que predominara era conforme a los principios políticos que cada uno de los partidos políticos defendía. El tipo de identidad no es un asunto menor, pues se relaciona directamente con la búsqueda de reconocimiento internacional. Si la identidad taiwanesa es única y diferente a la China, entonces la aspiración inherente será alcanzar el reconocimiento internacional como muestra de que dicha identidad existe y es aceptada por los demás Estados en el contexto internacional. Si, por el contrario, existe una identidad que puede incluir rasgos propios de Taiwán sin desprenderse de la identidad china, entonces existe una lógica en pensar que Taiwán es parte de China, debe renunciar a sus aspiraciones de reconocimiento internacional y encontrar un estatus de semiautonomía que reconozca sus características particulares como consecuencia de su proceso histórico particular, pero siendo en última instancia parte de China.

CONCLUSIONES: LAS IDENTIDADES IMPORTAN

A lo largo del presente artículo se ha esbozado cómo el contexto geográfico, además de generar condiciones materiales desde las cuales los Estados perfilan su acción en el escenario internacional, son el espacio en el que ocurren dinámicas sociales que influyen notablemente en la conformación específica de las identidades. Conforme los constructivistas, las identidades son parte de las estructuras ideacionales. Por esta razón, el territorio insular de Taiwán es un espacio no solo "real", sino también "imaginado", en el sentido de que se ha concebido un tipo particular de identidad nacional sobre otras posibilidades de imagen de nación.

Las características distintivas de Taiwán, al ser un territorio insular, generaron las condiciones para un desarrollo histórico particular. En este sentido, a pesar de que la distancia que separa la isla de la China continental no es muy grande, permitió que los grupos originarios de la isla se mantuvieran relativamente estables, sin sufrir invasiones por parte de las dinastías chinas. Este hecho, en parte, se puede explicar también desde la visión sinocéntrica del mundo chino, la cual establecía que lo verdaderamente valioso por conocer se encontraba en China, no fuera de ella; por esta razón, cuando los emperadores chinos patrocinaron grandes expediciones de ultramar fue para que el mundo conociera la civilización china y no para que China se enriqueciera de los territorios que contactara (Menzies, 2013).

Sin embargo, cuando los Estados europeos emprendieron su carrera imperialista, la situación insular de Taiwán la situó como un territorio codiciado, ideal para establecer un puesto de avanzada, principalmente por parte de los holandeses. Este hecho preocupó a la dinastía Qing, que emprendió un programa modernizador para tener un control efectivo sobre la isla. Al mismo tiempo, ante la expansión demográfica de la población del sur de China, nuevamente debido a su cercanía y al relativo control de las autoridades chinas, la isla se convirtió en un territorio propicio para albergar miembros de la diáspora china.

El contexto geográfico de Taiwán fue una de las razones por las cuales Japón, en su ambición imperialista, convirtió a la isla en una parte de su imperio durante cincuenta años. Estas mismas razones -una cercanía relativa y, al mismo tiempo, una separación natural por la presencia de un estrecho que la apartaba de la parte continental de China- llevaron al ejército derrotado del KMT, sus líderes y sus familias, a refugiarse en Taiwán con la ilusión de algún día reconquistar la China continental.

Todas estas vicisitudes históricas, enmarcadas por un contexto geográfico específico, permitieron que el territorio fuera tierra de forajidos, piratas, aventureros, mandarines, comerciantes, soldados y misioneros, tanto de China como de otros Estados. De esta manera, este espacio físico se convirtió en el crisol de grupos y tradiciones que dio pie a un fenómeno cultural propio. No obstante, esta diversidad no se reflejó inmediatamente en una identidad distinta; la identidad impuesta a la llegada del KMT fue la de la China continental. De hecho, en Taiwán no solo se impuso el idioma mandarín para los asuntos gubernamentales y educativos, sino se conservó el sistema de escritura del chino tradicional.

La identidad nacional, como nos proponen los constructivistas, es un constructo social que emerge a partir de ciertas prácticas sociales, pero también de la difusión de ciertas narrativas históricas que se imponen unas sobre otras. Desde esta perspectiva, la nueva identidad taiwanesa se ha fundamentado en la idea de los valores democráticos de Taiwán frente al modelo autoritario de la China continental. Esta forma de diferenciación tuvo su origen en una disputa sobre el futuro de Taiwán entre los principales partidos políticos del país. Un modelo político democrático distinto al de China continental es una poderosa etiqueta que cautiva el imaginario de Taiwán como un lugar desarrollado y próspero. Sin embargo, esta idea es, al mismo tiempo, imaginada y construida. Y, como los constructivistas nos sugieren, moldea la política exterior de esta pequeña isla.

Para finalizar, este artículo demuestra que reflexionar sobre el rol de las identidades nacionales en la política exterior de los Estados no es un asunto banal. De hecho, este artículo contribuye a la ampliación de la literatura desde los enfoques constructivistas sobre la manera en que las identidades influyen en la política exterior de los Estados a partir de un caso específico. Así, el caso taiwanés demuestra cómo la búsqueda del reconocimiento internacional -a pesar de que en la práctica Taiwán es un territorio que cuenta con autonomía para decidir sus asuntos internos y tiene su propio modelo político distinto al de China- es un asunto vital, porque las aspiraciones ideacionales son tan importantes como las aspiraciones materiales, tal como lo sugiere el constructivismo.


NOTAS

1 En 1992 se llevó a cabo una reunión histórica en Hong Kong entre representantes de ambos lados del estrecho de Taiwán, que dio origen al término "Consenso de 1992". Aunque los gobiernos de Taiwán y de China entienden de manera diferente lo que implica ese término, ambas partes reconocieron que hay una sola "China" y que, por lo tanto, China continental y el conjunto de islas que pertenecen a Taiwán son parte de la misma China. Sin embargo, este consenso no ha sido reconocido plenamente por todos los actores políticos relevantes en Taiwán (Wang et al., 2018).
2 Los aliados diplomáticos que perdió Taipei durante el primer mandato de Tsai como presidenta de Taiwán han sido Santo Tomé, Burkina Faso, República Dominicana, Panamá, El Salvador, Islas Salomón y Kiribati.
3 Una encuesta conducida por PEW Research Center en el año 2019 encontró que el 75% de las personas consultadas consideraban que eran solamente taiwanesas, entendiendo ser taiwanés como una identidad diferenciada de la identidad china (Pew Research Center, 2020).
4 El 27 de febrero de 1972, los representantes de Estados Unidos y China emitieron un comunicado conjunto como resultado de la culminación de la histórica visita de Nixon y Kissinger a China. El comunicado estableció que ambos países trabajarían por la "normalización" de las relaciones, ampliarían los contactos entre las personas y expandirían las oportunidades comerciales. El comunicado reconoció "que todos los chinos a ambos lados del Estrecho de Taiwán sostienen que solo hay una China y que Taiwán es parte de China", pero evitó cuidadosamente la cuestión de quién debería gobernar esa "única China", un problema que se dejó para resolverse en el futuro (Joint Communique Between the United States and China, 1972).
5 Este hecho se reflejó en la postura ambigua de la senadora Nancy Pelosi, presidenta de la Cámara de Representantes, en el viaje que realizó a la isla en agosto de 2022 , al afirmar que esa visita "no contradice de ninguna manera el viejo principio de una sola China, guiado por la Ley de Relaciones de Taiwán de 1979"; sin embargo, al mismo tiempo destacaba que "la visita de nuestra delegación del Congreso debe verse como una declaración inequívoca de
6 En cuanto a la visión clásica de la geopolítica se puede tener como punto de partida la propuesta de Parker (1998, p. 3), quien la define como la examinación de supuestos, designaciones y entendimientos geográficos que intervienen en la elaboración de la política mundial. El concepto de espacio imaginado ensancha esta visión tradicional que busca relacionar los aspectos geográficos con la política internacional considerando exclusivamente elementos materiales.
7 El nombre con el cual fue conocida la isla en Occidente fue dado por los portugueses, denominándola Formosa.
8 En diciembre de 1991, los términos de cualquier acuerdo "indefinido" de los diputados expiraron. Esta política había sido adoptada cuando la burocracia del KMT llegó a la isla y los delegados originales para administrar Taiwán ocuparon sus escaños a perpetuidad.
9 Brevemente, se pueden considerar al menos tres tipos de identidades en pugna. La primera es la "sinanización". Esta identidad, principalmente impuesta durante la dictadura del gobierno nacionalista, impuso los valores y la cultura de la China clásica como la identidad de la isla. La segunda es la identidad de la democratización, que reconoce que el pueblo taiwanés es distinto al chino -a pesar de una serie de valores culturales comunes heredados de la civilización clásica china- justamente por sus valores democráticos. La tercera es la identidad basada en la "nativización", la cual señala que la identidad de Taiwán es la suma de distintos factores históricos que incluyen lo mismo la herencia de los pueblos originarios de las islas, la herencia colonial japonesa y el pasado contemporáneo de Taiwán (Hughes, 2011).


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