Bárbaros hoscos. Historia de resistencia y conflicto en la explotación del carbón en La Guajira, Colombia

Tough Barbarians. Resistance and conflict around coal mining in La Guajira, Colombia1

Liliana Múnera Montes*, Margarita Granados Castellanos**, Sandra Teherán Sánchez***, Julián Naranjo Vasco****

* Antropóloga. Miembro del equipo de Sierra Nevada del Centro de Investigación y Educación Popular (CINEP), Bogotá, Colombia. lmunera@cineo.org.co
** Antropóloga. Miembro del equipo de Sierra Nevada del Centro de Investigación y Educación Popular (CINEP), Bogotá, Colombia. mgranados@cineo.org.co
*** Politóloga. Miembro del equipo de Sierra Nevada del Centro de Investigación y Educación Popular (CINEP), Bogotá, Colombia. steheran@cineo.org.co
****Estudiante de ciencia política. Miembro del equipo de Sierra Nevada del Centro de Investigación y Educación Popular (CINEP), Bogotá, Colombia. jnaranjo@cineo.org.co

Para citar este artículo: Múnera Montes, L., Granados Castellanos, M., Teherán Sánchez, S., Naranjo Vasco, J. (2014). Bárbaros hoscos. Historia de resistencia y conflicto en la explotación del carbón en La Guajira, Colombia. OPERA, 14, pp. 47-69.

Recibido: 1 de marzo de 2014 / Modificado: 2 de mayo de 2014 / Aceptado: 18 de mayo de 2014.


Resumen

La megaminería a cielo abierto ha reorganizado el territorio del departamento de La Guajira, al norte de Colombia, donde se ubica el yacimiento Cerrejón. Esta reorganización se impone con la asignación de unos roles económicos, políticos y culturales específicos a su población, de una "política de la gestión de la diversidad cultural", de manejo y control de los "otros" de la nación que habitan dicho territorio. Este artículo presenta el proceso histórico, sociológico y político que llevó a una de estas comunidades a transitar de receptora pasiva de las políticas de la empresa Carbones del Cerrejón Limited y del Estado colombiano, a sujeto colectivo étnico. La comunidad de Roche se ha vuelto a imaginar desde su experiencia diaspórica, simultáneamente de desarraigo y resistencia, resignificando la denominación de "bárbaros hoscos" con la que es representada y, tras reconocer rupturas y continuidades en su tradición cultural, busca posicionar su demanda de autonomía.

Palabras clave: megaminería, reasenta miento involuntario, diáspora, comunidad imaginada.


Abstract

Open pit mining or megamining has involved the rearrangement of the territory corresponding to the area of 'Cerrejón' coal field in the northern Colombian department of La Guajira. Moreover, it had been facilitated by the 'governance of cultural diversity', which assigns political, economic and cultural roles and rights to black people or 'afroguajiro' inhabitants of the region, represented as 'others' of the national state. This article presents the historical, sociological and political process by which one of these communities, transit from being passive subjects of the Company (Carbones del Cerrejón Limited) and the State, to demand their recognition as collective subjects and ethnic groups. Roche's inhabitants have engaged the reinvention as community from their experience of History-diaspora. They have further appropriated their 'tough barbarians' representation, simultaneously uprooted and resistant. From the recognition of the breaks and continuities of their cultural tradition they claim today for ethnic autonomy.

Key words: Open pit mining, involuntary resettlement, diaspora, imagined community.


La megaminería a cielo abierto ha requerido una reorganización particular del territorio bajo el cual se ubica el yacimiento de carbón Cerrejón en el departamento de La Guajira, al norte de Colombia. Esta reorganización se impone acompañada de la asignación de unos roles económicos, políticos y culturales específicos a su población, es decir, de una "política de la gestión de la diversidad cultural" (Briones, 2005, 2008), de manejo y control de los "otros" de la nación que habitan dicho territorio.

Los pobladores negros del sur de La Guajira, los mismos que en otros tiempos fueron nombrados despectivamente como "bárbaros hoscos2", deben ser urbanizados, su calidad de vida mejorada, su cultura exotizada y sus prácticas espaciales cotidianas transformadas. Desde finales de los años setenta los pobladores afroguajiros3 de la zona de concesión han sufrido la devastación de su territorio y su entorno, el desalojo involuntario, el despojo de sus tierras y múltiples vulneraciones de sus derechos económicos, sociales y culturales.

A finales de la década de los noventa, mientras aumentaban los impactos de la explotación, seguían pendientes las medidas de compensación por parte de la empresa y se difundían sus abusos en el control territorial y poblacional. Los miembros de varias comunidades, incluida Roche, cuyo proceso de consolidación política frente al reasentamiento involuntario se estudia en el presente artículo, comenzaron a agenciar diversas estrategias para ser reconocidos como sujetos de derechos en la negociación con la empresa y en un conjunto de reivindicaciones frente al Estado.

Este esfuerzo les ha exigido a los pobladores reimaginarse como comunidad negra al menos en dos dimensiones: por una parte, reconstruir su particularidad cultural para hacer visibles sus reivindicaciones desde un referente étnico (Restrepo, 2001); por otra, reconocerse como comunidad en la “diáspora” (Hall, 1999), en el recurrente desarraigo al que ha sido sometida históricamente la población afrocolombiana, ahora en el contexto de economía extractiva. De esta manera la comunidad resignifica la denominación con que se la identifica; sus miembros se reconocen bárbaros hoscos, es decir, resistentes con fortaleza y temeridad para reivindicarse negros y defender su sentido comunitario. Esta reinvención de la comunidad imaginada (Anderson en Gupta y Ferguson, 1992, 1997) es transversal al reclamo por la reterritorialización y desemboca en la exigibilidad de sus derechos como sujetos colectivos étnicos, estatus que el Estado y la empresa se resisten a reconocer.

El Estado permite a los bárbaros hoscos constituirse como un tipo de “alteridad”, distante cultural, territorial y espacialmente (Briones 2005, 2008), pero no los reconoce como sujetos de derechos étnicos, en tanto no logran representar formas de alteridad basadas en purezas culturales asociadas a la africanidad, lógica que excluye a la mayoría de los negros del paisaje multicultural colombiano (Cunin, 2004).

Este artículo inicia con la presentación de la historia de la explotación minera en el sur del departamento de La Guajira desde finales de los años setenta en términos del impacto de su transformación económica en el bienestar de la población de la región. La segunda sección reconstruye el proceso de poblamiento de la región por parte de esclavos cimarrones durante el siglo XVI, a partir de lo cual se les comienza a identificar como "bárbaros hoscos", y recrea la vida de Roche antes de la explotación minera. La tercera sección expone las drásticas transformaciones del territorio y de las relaciones sociales del conjunto de comunidades negras de la región, presionadas a salir de sus tierras, sin ningún tipo de reparación, o persuadidas por compensaciones engañosas y transitorias. Las secciones cuarta y quinta presentan el sentido de comunidad que los pobladores han vuelto a imaginar para seguir siendo rocheros a pesar del desarraigo, demandando su reterritorialización bajo modelos distintos al del reasentamiento ofrecido por la empresa carbonera.

Los presentes resultados corresponden al ejercicio de investigación colaborativa para la Reconstrucción de la Memoria Histórica de la Comunidad de Roche, cuyo propósito es contribuir a posicionar al Consejo Comunitario de Roche. Tanto el diseño de la investigación como la recolección de la información fueron realizados por tres investigadores locales y tres investigadoras del equipo Sierra Nevada del Cinep. El grupo realizó 33 entrevistas entre los meses de julio y diciembre de 2013, en siete municipios del sur de La Guajira, en la antigua y nueva comunidad reasentada de Roche4, así como en Cartagena y en Villa del Rosario, Venezuela.

Contexto del departamento de La Guajira

El departamento de La Guajira tiene una extensión de 20.848 kms2, está conformado por 15 municipios, limita con el mar Caribe, el Golfo de Venezuela y con los departamentos del Cesar y Magdalena hacia la Sierra Nevada de Santa Marta. Según el DANE, para el año 2013 La Guajira tendría 902.367 habitantes, de los cuales un 14,8% se autorreconoce como población negra, y un 44,94% como indígenas de las etnias wayúu, pero también wiwa y kogui de la Sierra Nevada de Santa Marta y yukpa de la serranía del Perijá5.

La península de La Guajira tiene alta tendencia a la desertificación, aunque según factores biogeográficos se divide en tres zonas: La alta Guajira, constituida por los municipios de Uribia y Manaure, es la zona más desértica, con escasa vegetación y con población predominantemente Wayúu. La media Guajira es semidesértica, allí se ubican las principales zonas urbanas del departamento, como Riohacha, Dibulla, Albania y Maicao; su economía se basa en el desarrollo de actividades como turismo, pastoreo, pesca, comercio y ganadería. Por último, la baja Guajira abarca Hatonuevo, Barrancas, Fonseca, Distracción, San Juan del Cesar, El Molino, Villanueva, Urumita y La Jagua del Pilar. Siempre fue la zona de mayor potencial para generar empleo y oportunidades económicas por la fertilidad de sus suelos irrigados por los ríos Cesar y Ranchería que bajan de la Sierra Nevada de Santa Marta6. Allí predominaban los pastos permanentes y la agricultura migratoria que permitía un adecuado manejo de los recursos del entorno y el abastecimiento de alimentos.

En 1976 se firmó el contrato de asociación por 33 años entre Carbocol (Carbones de Colombia S.A.) e Intercor (filial de la Exxon), que dio inicio a la exploración, explotación y exportación de la reserva carbonífera del Cerrejón. El yacimiento, con una extensión de 69.000 ha, ubicadas en los municipios de Albania, Barrancas y Hatonuevo, contaba con reservas cercanas a los 760 millones de toneladas. El complejo carbonífero se dividió en zonas Norte, Centro y Sur, aunque inicialmente se dispuso la explotación de 35.000 ha correspondientes a Cerrejón Zona Norte. En enero de 1999 se acordó con el Estado colombiano la extensión de la concesión por 25 años más, hasta 2034 (Múnera, Granados y Teherán, 2013). A partir de este momento se intensificaron las actividades mineras, especialmente luego de la venta de la participación de Carbocol en el año 2000 y de Exxon Mobil a través de Intercor, quedando este yacimiento en manos de Carbones del Cerrejón Limited, constituida por las empresas Xstrata Plc, BHP Billiton y Anglo American7.

Según información del Departamento Administrativo Nacional de Estadística (DANE), si bien en Barrancas, Fonseca, Riohacha, San Juan del Cesar y Villanueva aún existen cultivos transitorios como algodón, maíz, sorgo, arroz, yuca, entre otros, en el 2010 las actividades agropecuarias tan solo representaron el 1,2% del PIB, dato que contrasta con el 20% que ostentaba en la década de los setenta. Para el 2011, luego de 30 años, la minería ha logrado una participación del 62,9 % en el pib departamental; no obstante, los servicios (transporte, servicios sociales y comunitarios y servicios financieros), que representan un 34,2% de participación en el PIB, son la fuente más importante de empleo, siguiendo el sector agropecuario que emplea un 17,6%, y el sector minero que "emplea tan solo un 2,9 % de la población" (Eslava, 2010).

Roche: Territorio de báebaros hoscos

El proceso de construcción de la identidad negra para reivindicar el territorio autónomo está atravesado por una invención de la tradición (Restrepo, 2001) que circunscribe temporal y espacialmente el conjunto de prácticas, relaciones y representaciones que desde la narrativa oral se había configurado como una memoria dispersa, pero que a través de un reacomodamiento de las identidades, las memorias y los olvidos produce una forma de imaginar comunidad (Restrepo, 2001).

Ambrosio, cuéntenos cómo se formó Roche:

¡Roche!, yo se lo digo. El que fundó a Roche fue Valentín Arregocés y Luisa Arregocés, ellos eran hermanos y se vinieron de Las Tunas. De ahí de Las Tunas salieron cinco pueblos y se repartieron por todo este territorio, que fueron Manantial, Patilla, Tabaco, Chancleta y Roche. Valentín era mi tío abuelo (Ambrosio, entrevista, 2013).

Los esclavos negros llegaron a La Guajira en el siglo XVI para trabajar en haciendas y especialmente en la extracción de perlas8; los constantes ataques y saqueos de piratas holandeses, franceses e ingleses sobre la ciudad de Riohacha favorecieron el cimarronaje9 de la población negra que escapó hacia la cuenca media del río Ranchería (De la Pedraja, 1981). Es poca la información en registros históricos y académicos sobre el contexto de los afroguajiros y sus comunidades. Algunas fuentes referencian la conformación de las comunidades de Camarones, Moreneros, Dibulla y Cascajalito ubicadas en las zonas costeras del departamento (Carabalí y Ochoa, s. f.), pero poco se conoce sobre las comunidades asentadas en la cuenca media del Ranchería.

Esto no ha sido obstáculo para que hombres y mujeres mayores de la comunidad de Roche recreen el pasado para dar testimonio de su presencia en la baja Guajira desde hace por lo menos 400 años, cuando esclavos negros huyeron para escapar del asedio y el control colonial. Así llegaron a Las Tunas, lugar ubicado a pocos kilómetros del actual municipio de Barrancas y de la Serranía del Perijá, en donde diferentes familias de esclavos sobrevivieron durante un largo periodo, para luego diseminarse por la región y conformar las comunidades de Chancleta, Tabaco, Manantial, Patilla y Roche.

Entre las versiones del relato de origen de Roche se encuentra una que explica que el cimarronaje que se produjo en Las Tunas surgió de aquellos esclavos que escapaban de Riohacha. En otra se cuenta que un barco comerciante de negros tuvo una avería llegando al Cabo de la Vela y de ahí salieron los cimarrones que encontraron el "ri-íto" o desembocadura del río Ranchería, siguiendo su cauce hasta encontrar Las Tunas. A pesar de la diversidad de narraciones, las historias convergen en un personaje: Valentín Arregocés. Este hombre, junto al resto de su familia, salió de Las Tunas y construyó el primer corral para la cría de ganado y la primera casa para su hermana Luisa. Ellos conocían este territorio porque desde siempre habían dejado a su ganado cabungo o africano para pastar libremente.

Años después de la conformación de las cinco comunidades, la guerra de los Mil Días sorprendió a sus pobladores. Bajo el mando de su capitán Pantaleón (sobrino de Valentín), estas comunidades se enfrentaron con osadía a los liberales para proteger su territorio. La gran batalla librada en Hatonuevo se preserva en la tradición oral de los habitantes, no solo para ratificar la unión de estas comunidades, sino además como reafirmación de su derecho al territorio y a vivir autónomamente. Por su temeridad, bravura y valentía, desde entonces estos negros guajiros fueron diferenciados del resto de los habitantes de Barrancas como "bárbaros hoscos".

Cuando la guerra de los Mil Días la gente de Roche peleó, la gente de Manantial peleó, la gente de Tabaco peleó. […] La gente de Roche, Tabaco y Manantial derrotó al ejército liberal, entonces ellos se fueron. Entonces como los derrotaron, les pusieron el nombre "bárbaros hoscos". Hoscos por lo negro, hosco es un color oscuro. Bárbaros por bravos, por valientes (Antonio, entrevista, 2013).

Bárbaros hoscos, como una representación identitaria, hace posible que los rocheros se imaginen a sí mismos como comunidad negra. Cuando comenzó la explotación de carbón en la década de los setenta, Roche limitaba con las comunidades de Patilla y Chancleta, y estaba conformada por más de 200 familias que habitaban un territorio que sobrepasaba la jurisdicción reconocida por el municipio y se extendía desde el valle en la cuenca media del río Ranchería, atravesando la serranía del Perijá, llegando incluso a Villa del Rosario en Venezuela. En su mayoría, los rocheros se dedicaban a la cría de ganado, chivos y cerdos, y a la siembra de yuca, plátano, aguacate, maíz, naranja, ahuyama y café, entre otros productos. Las familias acostumbraban tener una finca en las partes planas especialmente para el ganado y otra en las partes altas de la sierra10 o en la ribera del río Ranchería para diversificar sus cultivos. En el casco urbano solían tener gallinas y otros animales pequeños en los patios de las casas, en donde tampoco faltaban matas de plátano y frutales para el abastecimiento diario. La dieta se completaba con la caza de animales y aves de monte como el cauquero, zaíno, conejo, guartinaja, pava, gallineta y pajuil. En Roche no había acueducto ni alcantarillado, el río proveía el agua necesaria para el consumo y las labores domésticas. El río Ranchería era un lugar importante para la recreación y la pesca de especies como bocachico, dorado, besote, guabino, dentón y sardinata. Aunque muchas familias no eran propietarias sino poseedoras o tenedoras de tierra, los terrenos baldíos eran utilizados como tierras comunales para el pastoreo del ganado y la economía local se basaba en el trueque y las relaciones de solidaridad entre familias y comunidades.

Llegaba mi papá de la sierra con dos cargas de bastimento, y me decía llévele a fulano, a fulana. Si ellos no tenían pues ahí podían comer el guineíto y la malanga. Si por ejemplo su mamá llegaba, le decían a mi papá: "Ve Andrés no tenés para que me des una carga de guineo o de malanga". "Mandá a tu muchacho…". Entonces mandaba por decir a Hernando a la sierra. Ya venía Hernando con su carga para su mamá. Ya iba a comer su mamá e iba a comer la familia. Eso no le costaba un peso, a la carga le ponía el gajo de plátano, el guineo, la yuca, de todo un poquitico (Marcos, entrevista, 2013).

Era así como buena parte de las actividades cotidianas se desarrollaban en Roche y las comunidades cercanas, pues "a Barrancas solo se iba a hacer compras y al médico" (Isaura, entrevista, 2013). También se salía de las comunidades cuando los jóvenes querían continuar sus estudios de bachillerato en Barrancas o Fonseca, pues en la escuela de Roche, construida en la década de los cincuenta, solo había primaria.

Los rocheros vivían en un lugar privilegiado, por su localización geográfica tenían acceso a múltiples recursos naturales, así como a diversidad de pisos térmicos para la producción de alimentos. Además, la cercanía con Venezuela les permitía acceder a otras fuentes de trabajo. La gente de Roche viajaba constantemente a Venezuela a trabajar durante algunos meses del año en fincas cercanas al Perijá, para luego invertir sus ganancias en mejoras, compra de fincas o viviendas. Otros atravesaban la frontera para contrabandear o "maletear"; caminaban durante tres días de Venezuela a Roche cargando maletas llenas de ron, Marlboro y ropa para la venta.

Roche, Manantial, Tabaco, Chancleta y Patilla, todos asentamientos negros, conformaban un sistema de relaciones sociales y económicas cruzadas por lazos de consanguinidad y compadrazgo, que marcaban la vida de sus habitantes y les generaban autonomía ante la ausencia del Estado en esta región. Celebraciones de santos patronos, Semana Santa, funerales y bautizos llamaban al encuentro intercomunitario, propiciaban el retorno de viajeros y reactivaban la relación con el territorio.

Cuando yo era pelaíta recuerdo que las primeras fiestas que llegaron fueron las de La Cruz de Mayo y de la Virgen de Fátima, que eran en Manantial, pero todos íbamos, los rocheros, los de Calabacito, Patilla, Chancleta, Tabaco; de todas partes íbamos a las fiestas, eran muy bonitas. Las fiestas que sí se hacían en Roche eran las de San Isidro, ya cuando San Isidro ya comenzaban a componer sus discos11, cantaban sus discos, los mismos músicos con redoblante, guacharaca, acordeón, pero los mismos músicos eran los que componían. A Roche también iba la gente de todos esos pueblecitos. Roche tuvo muy buena fama, hasta los enamorados de las muchachas que vivían en Barrancas iban a Roche (Soledad, entrevista, 2013).

Transformaciones y rupturas del territorio Rochero

Desde la fase de exploración Intercor emprendió el reordenamiento del territorio en función de las actividades mineras. Para ello ha gestionado la diferencia representada por las comunidades negras delimitando y restringiendo sus espacios de uso, y subordinándolas frente a la empresa que se convierte en proveedora de desarrollo en términos de crecimiento económico. En la percepción de los rocheros este periodo marca una ruptura temporal en la cotidianidad de la comunidad, entre un "antes y después de Intercor". El "antes" se refiere a la vida recreada en la sección anterior, esa comunidad imaginada donde las casas no tenían puertas porque se confiaba en los vecinos y no había gente extraña; y el "después" comienza con la instalación del campamento de trabajadores junto a la comunidad de Tabaco.

Esta mirada retrospectiva es producto de la experiencia de las comunidades tras treinta años de explotación de carbón, pues aunque en la fase de exploración y de adecuación se presentaron conflictos con "la mina"12, hubo confianza y expectativas a nivel local y regional frente a los beneficios y el progreso que podría traer consigo la empresa. Esta ilusión fue alimentada por el flujo de recursos que generó la compañía a través de la contratación como operarios de algunos miembros de la comunidad, la compra de tierras, y el pago de indemnizaciones y derechos de uso de las fincas para la exploración. A esto se sumó la temprana intervención de Intercor con actitudes asistencialistas, tales como el regalo de dinero o mercado a las familias por parte de trabajadores de terreno.

En Roche pusieron taladro ahí en el propio Roche. En Tabaco pusieron unos terminando de subir el cerro. En varias partes pusieron taladros dentro de los mismos caseríos. En un taladro había cuatro operadores, algunos de ellos eran gente de la comunidad (Andrés, entrevista, 2013).

A la comunidad le causaba curiosidad ver esos taladros y con frecuencia llegaban allá, siempre llegaban a pedir cualquier cosa a los jefes de ese momento (Antonio, entrevista, 2013).

El que llegaba pidiendo, por lo menos aceite, se lo daban y ACPM también (Andrés y Antonio, entrevista, 2013).

Intercor se acercó a las comunidades a través de funcionarios encargados de persuadir a las familias para aceptar los precios propuestos y reforzar falsas expectativas en los habitantes sobre los beneficios de la economía minera.

Por lo menos Intercor tenía un superintendente, que era donde había la comunicación con la comunidad. Pa' esos tiempos nosotros le pedíamos lo de la tienda al superintendente (Andrés, entrevista, 2013).

Sí, engañaban a la gente. Decían: "no la finca se les va a comprar ahora, después se les va a dar más de lo que les vamos a dar ahora, dentro de veinte años se les da más" (Emilio, entrevista, 2013).

"Uno pensaba que eran amigos nuestros", esta es una frase recurrente entre los rocheros al referirse a los funcionarios que establecieron lazos de amistad y compadrazgo que facilitaron la estrategia de compra de tierras. Si alguna familia no estaba segura o se negaba a vender su predio, ellos se encargaban de generar temor a la expropiación aprovechando las relaciones de confianza establecidas con la gente.

Eso fue como en el 80, 82, por ahí. Pagaban a $17.000 mil pesos la hectárea. La gente llegaba y decían que tenían que vender y sino venían y los expropiaban, venía el Ejército y el gobierno y los sacaba. Y prácticamente la gente sentía que ya tenía que salirse de ahí. Y la gente vendía. La gente veía $17.000 [por] lo que tenía en su finca, veía un poco de plata y salía pa' otro lado y quedaban prácticamente "limpios" porque toda la gente que tenía, que vivía, de su finca, su ganado, hoy en día no tiene nada, están pelaos (Andrés, entrevista, 2013).

La empresa inició la compra de tierras en zonas aledañas al río Ranchería; aunque fueron las mejor pagadas, el dinero no fue suficiente para que las familias restablecieran su vida a largo plazo en otros lugares o contextos, con iguales o mejores condiciones de las que tenían. Quienes tenían varias fincas vendieron uno de sus predios y dejaron lo que tenían cerca a la serranía para continuar con sus actividades agrícolas, otros compraron en lugares que aún no estaban priorizados para la explotación o se asentaron en los centros urbanos más cercanos. Para los años ochenta, las comunidades no conocían la extensión y dimensión que tendría la explotación de carbón en la zona. Con el pasar del tiempo la empresa cerró caminos y trochas que las comunidades habían usado históricamente para comunicarse y acceder a las fincas, desecó fuentes de agua que regaban zonas agrícolas, restringió el pastoreo de animales en baldíos cercando y rodeando algunas fincas ubicadas hacia las estribaciones del Perijá. La movilidad y el acceso a los espacios cotidianos de uso fueron cada vez más restringidos. Además, la empresa tomó el control social de la región:

En el año 88 u 89 me fui a pasar unas vacaciones en Roche. Esa vez me fui por la vía que cruza el río hacia Manantial, allá había unos palos de mango quebracho. […] Fuimos con Doris y el Chinito que era de la comunidad de Roche. […] En Cerrejón se habían perdido unos motores eléctricos […]. Los de Cerrejón de casualidad encontraron los dos motores en esa parte donde estábamos. Ahí fue cuando le hicieron un tiro al suelo a Eder, pegó en una piedra y se le incrustó en la rodilla, nos llevaron y nos metieron allá presos en Cerrejón, los Cecoldas13 de Cerrejón. Ellos a mí no me metieron en el container, porque tenían un container allá que ahí metían a todo el mundo (José, entrevista, 2013).

Desde la segunda mitad de los años ochenta la empresa preparó la expansión hacia la zona centro e intensificó la compra de bienes a las familias a precios muy bajos. A algunas les concedió el usufructo de tierras que aún no serían incorporadas a la explotación, bajo la figura de comodato, por un plazo de diez años. Esto les permitió permanecer en su territorio.

Me propusieron la mejor finca. El mejor comodato lo tuve yo aquí […] que les vendiera la casa y ellos me daban comodato. Entonces yo creí que el negocio era bueno […] Entonces ahí duré diez años […] me dieron el contrato por terminado a los diez años. Por eso yo digo que ese comodato es lo que le hace daño a las comunidades, eso fue lo que me perjudicó a mí (Hernando, entrevista, 2013).

El desplazamiento paulatino de la gente del pueblo hacia los centros urbanos redujo la población de Roche de 200 familias en los años sesenta a unas cuarenta a finales de los noventa.

Al salirse toda esa gente, ¿de qué íbamos a vivir? Me vine para acá [Cartagena] […]. Yo que era una de las que no tenía cómo sostener a mi familia ahí, porque el señor con el que trabajaba el esposo mío, ya también estaba saliendo (Soledad, entrevista, 2013).

Con la salida de las familias que residían en el asentamiento, los rocheros que visitaban constantemente Roche y el resto de la región para velorios, bautizos, fiestas y vacaciones perdieron también la posibilidad de regresar a su territorio.

El comodato, la poca claridad sobre las proyecciones de expansión, la restricción en la movilidad -especialmente en el acceso al río Ranchería-, el confinamiento a las fincas ubicadas cerca a la serranía del Perijá y la fragmentación comunitaria generaron incertidumbre y cuestionamientos al modelo de explotación minera y a su capacidad de generar progreso en la región. Los rocheros afrontaron "cambios abruptos en sus prácticas espaciales rutinarias"14, en la medida en que se les restringió el acceso a recursos y actividades necesarias para su sostenimiento.

La comunidad es más que tierra, somos nosotros

La negociación individual y familiar de la tierra, cargada de rumores y especulación sobre los acuerdos y precios en las transacciones, generó conflictos y desestructuración en la comunidad. La ruptura de los lazos comunitarios no se refiere solamente a lo ocurrido en Roche, sino al desplazamiento, la reducción y la reubicación de otros asentamientos que hacían parte fundamental de su entorno social y económico. Las comunidades de Manantial en 1985 y Oreganal en 1992 fueron objeto de una silenciosa expropiación. En 2001 se produjo el desalojo de Tabaco visibilizado y denunciado nacional e internacionalmente por las organizaciones de base de la región con el acompañamiento de organizaciones no gubernamentales. Patilla y Chancleta, que también enfrentaron la disminución de su población como resultado del desplazamiento familiar, fueron las primeras comunidades, formalmente reconocidas por la empresa, como "beneficiarias" del programa de reasentamiento que se efectuó en el año 2012. Por su lado, Tamaquito fue la primera comunidad indígena reasentada por Cerrejón mediante un proceso catalogado como el más exitoso15. Las comunidades reasentadas y las que permanecen en zona de influencia de la mina dan testimonio de los efectos irreparables en las estructuras sociales que entraña el proceso de extracción de carbón.

Estos problemas confluyen con otros de tipo ambiental como la contaminación de las fuentes de agua y del aire por el polvillo que generan las perforaciones y el uso de explosivos. En este contexto han perdido efecto los incentivos ofrecidos a las comunidades en las diferentes etapas del proceso; desde regalos navideños en la época de exploración y explotación inicial, hasta programas y apoyos sociales durante la última década: "beca Fullbright para estudios de doctorado, Orquesta Sinfónica, desarrollo de una variedad de papa en el desierto con asesoría israelí, jugadores camino a las grandes ligas de béisbol" (Múnera, Granados y Teherán, 2012).

Organizaciones representativas, resguardos y asociaciones de población negra, campesina e indígena de la baja y media Guajira16, entre las que se encuentra Roche, han unido sus procesos de reivindicación étnica y territorial reclamando el restablecimiento de sus derechos frente al Estado y la empresa. Miembros de distintas comunidades reclaman legítima e intensamente17 su derecho a tener un territorio y un ambiente sano, la mejora de su calidad de vida a través de una redistribución de los excedentes que arroja la industria carbonífera, un mayor seguimiento por parte de la institucionalidad estatal al sector privado y que las afectaciones que les causó la minería sean resarcidas principalmente en educación y empleo.

Desde finales de los años noventa las comunidades han ganado espacios como sujeto colectivo legítimo en los procesos de negociación, pese a que la empresa se ha empeñado en distorsionar este carácter. Tras evadir por más de una década su responsabilidad en el desplazamiento individual y colectivo de los rocheros, Cerrejón se encontró con más de 40 familias que se resistían a la expropiación de sus tierras y a abandonar Roche sin una política de reparación clara y digna.

Entre 2003 y 2008 la empresa diseñó un Plan de Acción de Reasentamiento que buscaba evitar la compraventa informal de predios e institucionalizar la interacción con las comunidades "a partir de una consulta previa y la realización de un censo y una línea de base que contabilizó el número de lotes, las familias que los ocupan y las cabezas de ganado por hectárea" (Velasco, 2013).

A través de los censos la empresa asignó categorías a los pobladores del asentamiento -tales como "nativo residente" y "nativo no residente"- a partir de criterios de permanencia y residencia en el marco de un periodo de cinco años. Esta categorización de la población restringió el acceso a las indemnizaciones y excluyó de la negociación a muchos miembros de la comunidad. José, criado en Roche y con familia en la comunidad, cuenta que: "En ese momento una de las imposiciones de la empresa, acompañados de algunos miembros de la comunidad fue haberme dicho que yo no era de allá y no podía participar en las mesas de diálogo". La empresa deslegitimó los reclamos de reasentamiento y reparación de quienes no residían en Roche permanentemente.

En este proceso, la comunidad de Roche exigió ser reconocida como sujeto colectivo y le asignó a la Junta de Acción Comunal (JAC) un papel activo como vocera de la comunidad en el proceso de negociación. La empresa distorsionó esta propuesta y presentó con carácter de colectivo "el hecho de considerar a todas las familias objeto […] de reasentamiento y ofrecerles indemnizaciones y compensaciones como criterios uniformes" (González, 2011). De esta manera privilegió una negociación individual y por familias desconociendo la organización y las autoridades propias congregadas en la jac; así, seleccionó 25 familias nativas y residentes como beneficiarias del programa de reasentamiento de las cuales solo 17 se trasladaron a lo que se conoce como Nuevo Roche, ubicado a 2 kilómetros del municipio de Barrancas por la vía hacia Fonseca.

Nuevo Roche cuenta con 25 viviendas de 88 metros construidos, dentro de lotes de 300 metros cuadrados, que colindan con parcelas de una hectárea asignadas a cada familia para el desarrollo de proyectos productivos (Múnera et al., 2013). Este proceso de reasentamiento involuntario insertó a la gente en lógicas de urbanización, monetarización y empleabilidad para lograr acceder a bienes y servicios básicos a fin de sostener a sus familias. En este nuevo contexto, que carece de acompañamiento institucional, a los rocheros, al igual que a los miembros de las otras comunidades despojadas, se les marcó como actores que se oponían al desarrollo. Las ocho familias que resisten en Roche reclaman un reasentamiento que permita mantener sus prácticas cotidianas y su visión de bienestar ligada a la vida rural. A su vez, la empresa sigue desconociendo los reclamos de las personas y familias que salieron de la comunidad años antes del proceso de levantamiento de información para el Plan de Reasentamiento. Estas familias no han sido reparadas pese a su situación de desplazamiento:

Nos desplazan desde el momento en que ya comenzamos a sentir la presión de la mina sobre nosotros, pero en sí, comenzamos a sentir que somos desplazados desde el momento que le compran la casa a mi mamá. Cuando ya ellos le dan el capital que le dieron. ¡Sí! sentimos que nos estaban desplazando porque nosotros les decíamos: "no vendemos". Uno vende cuando le pone precio a su propiedad: "esto vale tanto", y el comprador decide si compra o no. Pero nosotros no le pusimos precio (Guillermo, entrevista, 2013).

Después de casi treinta años, al evaluar las pérdidas causadas por las transacciones desventajosas a las que fueron presionadas las familias en forma individual por la empresa, la comunidad de Roche emprende la búsqueda de nuevas estrategias desde lo colectivo para posicionarse como interlocutora en el reclamo por el restablecimiento de condiciones de vida dignas frente al Estado y a Cerrejón.

Las ocho familias que permanecen en Roche, las 17 de Nuevo Roche y personas dispersas en otros municipios se unen en el proceso organizativo de Roche. Identificarse como comunidad negra se convirtió en el mecanismo a través del cual podía fortalecerse su posición como sujeto colectivo. En 2011 crearon la Asociación de Nativos y Descendientes Desplazados del Caserío de Roche con el fin de concretar propuestas y reclamos de familias y personas que se consideran rocheras. Un año después, y con mayor conciencia de las ventajas en términos de participación y autonomía que resultan del reconocimiento de sujetos de derechos étnicos, crearon el Consejo Comunitario Ancestral del Caserío de Roche. Aunque el proceso no ha estado exento de dificultades y fracturas en el tejido social generadas por las relaciones con la empresa, la comunidad proyecta recobrar un sistema de autoridad comunitaria que le permita aspirar a su autogobierno y, además, sumarse al grupo de organizaciones de la región, étnicas y de base que se oponen a la expansión minera.

Consejo comunitario de Roche: el proceso de reterritorialización

En la última década el subsector minero del carbón18 ha sido impulsado bajo la premisa de que su crecimiento dinamiza la economía nacional y la inversión social. Sin embargo, la minería, "por tratarse de una actividad con alta composición de capital, baja capacidad relativa de generación de empleo y escasa inversión en actividades colaterales en las zonas de extracción, tiene un efecto muy marginal en el crecimiento de las economías locales" (Rudas, 2013). Entre 2002 y 2010 La Guajira fue el tercer receptor de regalías "al pasar de aproximadamente 125 mil millones en 2002 a 596 mil millones en 2009" (PNUD y Universidad de La Guajira, 2012).

Sin embargo, un 65,2% de la población de La Guajira tiene necesidades básicas insatisfechas (nbi), siendo especialmente preocupante la zona rural, cuyo índice es del 91% (PNUD y Universidad de La Guajira, 2012). A esto se suman altas tasas de analfabetismo y de mortalidad infantil; deficiencia en servicios públicos domiciliarios, en particular en los sistemas de tratamiento y abastecimiento de agua potable; rezago en la educación media, con una cobertura de 59%, inferior al 78% del promedio nacional. Estas situaciones dan cuenta de la ausencia de políticas públicas para atacar la situación de vulnerabilidad de la población y de apoyo para fortalecer la capacidad de los actores locales para ejercer su autonomía.

Roche y la región en general son considerados como escenario para la explotación minera a gran escala que requiere una reorganización particular del territorio y una gestión específica de la población que lo habita. Se "hace casi impensable o totalmente inimaginable la existencia de una autonomía [de las comunidades] en el marco del Estado-nación" (Escobar, 2004), por lo cual se implementa una reconversión de los espacios históricamente constituidos que trae como consecuencia la invisibilidad de las prácticas locales, la ruptura de relaciones comunitarias y el abandono de aquellos proyectos de vida, individuales y colectivos, que no estén relacionados con la minería. A estas vulneraciones se suma una estrategia de la empresa y del Estado para des-legitimar a la comunidad como interlocutor activo en la planeación del territorio, volviéndola subsidiaria de las políticas de ambos actores y negando la posibilidad de que sea gestora de su propio plan de vida19.

El imaginarse como comunidad negra constituye un proceso de construcción política que integra tanto la necesidad de activar una economía de la visibilidad (Restrepo, 2001) bajo la cual el conjunto de prácticas que se desplegaban en Roche empiezan a ser consideradas como una particularidad cultural ligada a sus reivindicaciones étnicas, como la de producir nuevas representaciones sobre sí mismos que permitan la reconstrucción y reafirmación de los lazos comunitarios perdidos en los procesos de desplazamiento y reasentamiento20. El proceso organizativo rochero pone de presente que, junto a la pérdida del territorio, ha sido quebrantada una manera de ser comunidad; sus miembros han sido obligados a transformar de manera radical sus formas de vida y medios de subsistencia, quedando deslocalizadas las prácticas y relaciones de la comunidad, con la consecuente reterritorialización, producto de la articulación de sus modos de vida a la nueva espacialidad minera.

El término bárbaros hoscos, asociado a lo negro con una connotación despectiva para ubicar la comunidad en un lugar marginal dentro de la escala sociorracial a partir de la cual se produce la diferencia, fue reconvertido y reinventado por los rocheros como una manera de representarse a sí mismos y de buscar un horizonte que articule el sentido de su comunidad. Al presentarse como bárbaros hoscos ostentan la fortaleza y la temeridad para reivindicar su identidad negra y, además, su forma de vida colectiva; pese a la pérdida del territorio y las radicales transformaciones de la comunidad, esta no ha sido diluida. El anhelo de lo perdido, por un lado, ancla en un pasado reciente y un territorio determinado un conjunto de prácticas localizadas que constituían la vida comunitaria en Roche; de otro lado, reafirma la conexión con el pasado africano asociando la experiencia colonial con la ruptura generada por el proceso de reasentamiento, en una suerte de actualización de la experiencia traumática del desarraigo. El pasado común se configura como el principal insumo a partir del cual se funda una comunidad imaginada bajo la cual los rocheros se ven representados a sí mismos, a pesar de los cambios en sus vidas21. Aunque estas transformaciones ponen en riesgo la estabilidad del imaginario constituido, también conducen a la reinvención del mismo por parte de la comunidad a través de la acción colectiva.

Las prácticas comunitarias que articulan las costumbres y tradiciones del pueblo rochero hacen parte de una historia de relaciones interétnicas que la comunidad ha establecido con otros pueblos de La Guajira colombiana y venezolana y de la Sierra Nevada de Santa Marta, basadas en una compleja estructura de padrinajes y compadrazgos22. En el proceso de etnización estas prácticas se visibilizan como marcas asociadas a referentes de comunidad negra como la religiosidad, la reciprocidad, la relación con el territorio, mientras se relegan discursivamente otras posibles influencias. Con este proceso no se pretende negar la interacción étnica propia de la región. Al contrario, esta afirmación identitaria busca refundar un conjunto de situaciones de encuentro que permitan la actualización de redes regionales de socialización. Del mismo modo, al inscribirse en el imaginario de comunidad negra, los rocheros se conectan con un referente etnohistórico común con el que buscan romper las fronteras internas dispuestas por la compañía a través de la desterritorialización, las negociaciones individuales y las marcaciones que diferenciaban a residentes y propietarios de los que no lo eran.

El reconocimiento del Consejo Comunitario de Roche por parte de las instituciones del Estado le permitiría a la comunidad incidir directamente en la planeación del territorio, contar con herramientas para definir de manera autónoma sus planes de vida alternativos a la minería, e incluso, hacerse titular del derecho a la consulta previa cuando se pretenda desarrollar cualquier proyecto en zonas utilizadas por la comunidad para actividades productivas, sociales y culturales. Para el Estado y la empresa, desconocer esta figura permite mantener una estructura de poder que reduce los obstáculos para la gestión de una Guajira minera. Paradójicamente, los mecanismos que han usado ambos interlocutores para sustentar dicho desconocimiento están fundamentados en posturas esencialistas que desde referentes normativos pretenden determinar la pertenencia étnica de la comunidad.

En Colombia, los procesos de etnización de las comunidades negras e indígenas han estado marcados por un imaginario extendido sobre la relación intrínseca comunidad-naturaleza, que rotula a estas con el apelativo de "ecólogas por naturaleza", "salvajes" y "lejanas a la civilización". Según Restrepo (2001), esta representación cierra el horizonte espacial de las comunidades y circunscribe sus prácticas a un territorio delimitado y a una lógica conservacionista que no necesariamente les es propia. El Estado-nación colombiano reproduce este imaginario excluyendo un conjunto de subjetividades que se han formado por fuera de este marco de referencia, pero también superponiendo espacios destinados a la conservación con territorios étnicos y viceversa (Cunin, 2004).

Aunque Roche como territorio localizado es el núcleo de la comunidad, esta sobrepasa sus límites geográficos en una colectividad extendida multiterritorialmente por toda la región, que llega incluso a los principales centros urbanos del Caribe, en donde los lazos de parentela y pertenencia solían renovarse a través de prácticas tradicionales y ritos locales que convocaban el regreso periódico a Roche. La dispersión geográfica que caracteriza a la comunidad y que se profundiza con la expansión de la minería en su territorio tradicional, se convierte en una limitación a la hora de reivindicar su pasado negro, pues el imaginario hegemónico valida la existencia de una comunidad étnica a partir de su relación con un territorio delimitado, en un estrecho vínculo con la naturaleza.

No obstante, aunque las comunidades negras del sur de La Guajira se inscribieran dentro de esta representación esencialista, los planes proyectados para la región por el gobierno nacional distan mucho de la creación de espacios para la protección de la naturaleza y de los derechos étnicos de las comunidades que los habitan y, al contrario, se centran en la gestión de La Guajira como territorio del carbón23.

Del mismo modo, Cerrejón alude también a definiciones esencialistas de la identidad cultural para direccionar a su favor los procesos reivindicativos de la comunidad. A lo largo del proceso de negociación la empresa se negó a reconocer a los rocheros como comunidad étnica, como se refleja en la impugnación de la tutela T-62515, en donde se apegó a la normatividad argumentando que algunos reclamantes no contaban con el reconocimiento oficial.

Actualmente, en la fase de reasentamiento Cerrejón intenta instrumentalizar el proceso de etnización de Roche a través de sus proyectos de gestión social. Además de ocupar los espacios físicos de la comunidad, la compañía se propone coaptar los espacios sociales de los rocheros; para legitimar su presencia en la región, la empresa es la que promueve las fiestas que en un tiempo fueron el escenario de reencuentro y de actualización de las redes de padrinaje y compadrazgo. Del mismo modo, bajo el eufemismo de la implementación de políticas de promoción de la cultura local, la música, los cantos y los bailes, que hacían parte de la vida cotidiana de la comunidad, son reducidos a la producción de los grupos folclóricos apoyados por la empresa desde donde las tradiciones y costumbres se homogeneizan y se convierten en mercancía. Sin embargo, la empresa elude la discusión de fondo respecto a su responsabilidad en el restablecimiento de las condiciones de vida y de un lugar para afianzar las relaciones comunitarias de los rocheros.

Conclusiones

Las prácticas cotidianas que Roche ha compartido con otros pueblos de la región, tanto de la Sierra Nevada de Santa Marta como de La Guajira colombiana y venezolana, ligadas a una compleja estructura de padrinajes y compadrazgos, articulan costumbres y tradiciones que constituyen el imaginario de comunidad. En el proceso de etnización, estas prácticas se visibilizan como marcas asociadas al imaginario de la identidad negra, mientras se relegan discursivamente otras posibles influencias. Este proceso de afirmación identitaria habla de la interacción étnica propia de la región desde la cual se resignifica un conjunto de situaciones de encuentro que dinamizan las redes regionales de socialización. A la vez que Roche sigue vigente y se reafirma como comunidad, participa en procesos más amplios de organización y movilización regional junto a otras comunidades y organizaciones.

"La comunidad", en tanto sentido de lo colectivo, sintetiza el reclamo y la apuesta actual de los rocheros, para quienes la continuidad de esa comunidad imaginada es posible y deseable, más allá de las áreas y los espacios específicos que la constituían. Sus miembros aceptan que la naturaleza de la relación con el lugar ha cambiado y la ilusión de una conexión entre el territorio y la cultura se ha fraccionado. Esa situación explica que la desterritorialización no sea vista como la desaparición de la comunidad y que, en cambio, esta reclame ser reterritorializada en un sustrato espacial nuevo pero propio. La comunidad rechaza la política estándar de reasentamiento y defiende la posibilidad de dar lugar a maneras distintas de ser y vivir, en donde se preserven continuidades de su pasado, pero se admita la recreación e invención de las prácticas cotidianas.


Pie de página

1 The spanish term "hosco", translated as tough, refers also to dark color, as that of indigenous and "mulatos", which describes in colonial jargon the racial mixing between indigenous and black people.

2 Bárbaro, ra. (Del lat. barbărus, y este del gr. βάρβαρος, extranjero) tiene las siguientes acepciones 1. adj. Se dice del individuo de cualquiera de los pueblos que desde el siglo V invadieron el Imperio romano y se fueron extendiendo por la mayor parte de Europa. 2. adj. Perteneciente o relativo a estos pueblos. 3. adj. Fiero, cruel. 4. adj. Arrojado, temerario. 5. adj. Inculto, grosero, tosco. 6. adj. Grande, excesivo, extraordinario. 7. adj. Excelente, llamativo, magnífico.

Hosco, ca. (del lat. fuscus, oscuro) tiene los siguientes significados. 1. adj. Dicho del color moreno: muy oscuro, como suele ser el de los indios y mulatos. 2. adj. Ceñudo, áspero e intratable. 3. adj. Dicho del tiempo, de un lugar o de un ambiente: poco acogedor, desagradable, amenazador (RAE, 2001).

Bárbaro es un término ambiguo que denota al menos dos conjuntos opuestos de calificativos con los que se exaltan las marcaciones positivas o negativas que definen "lo extranjero" y "lo otro". De este modo podemos explicar en parte cómo el término bárbaro hosco, que era utilizado para referirse despectivamente a los cinco pueblos negros de la cuenca medio del rio Rancherías en el sur de La Guajira, que lucharon con los ejércitos conservadores en la guerra de los Mil Días, es resignificado por los rocheros para darle un horizontes etno-histórico al sentido de sus luchas.

3 La utilización del término "afroguajiro" surgió recientemente, por la necesidad de reivindicación étnica de las comunidades negras de La Guajira, frente a un imaginario nacional que ha relegado su papel en una zona ampliamente conocida como wayúu. Con el tiempo lo "afroguajiro" se ha problematizado, implicando también reivindicaciones territoriales y de autonomía planteadas por líderes de las comunidades que han sido desplazadas por la minería (Polo, 2007). Otras comunidades afroguajiras serían San Francisco, Juan y Medio Las Casitas, Tomarrazón y Naranjal (Carabalí y Ochoa, 2011) (ver Losonczy, 2002).

4 Los pobladores usan el nombre Nuevo Roche para referirse al reasentamiento y mantienen el nombre de Roche para el antiguo asentamiento.

5 Los grupos étnicos habitan principalmente zonas rurales del departamento. En el sur de La Guajira, municipios de Barrancas, Hatonuevo, Fonseca, Distracción y Albania, la población wayúu se asienta en pequeños resguardos, adyacentes a la concesión minera de Cerrejón. En estos municipios también habita la población negra.

6 Desde la Colonia la producción agropecuaria se consolidó como un renglón económico fundamental de la zona que lograba abastecer otras poblaciones del Caribe. Adicionalmente, fue una importante despensa de maderas de calidad, especialmente del palo de Brasil o tinte, "comercializado con extranjeros ingleses, franceses y holandeses debido a su demanda en Europa en plena Revolución Industrial" (De La Pedraja, 1981).

7 En el sur de La Guajira también se contempla desde 2007 el desarrollo del Proyecto Integrado Minero de la empresa Colombian Coal X-CCX, que pertenecía al grupo brasilero EBX y fue vendida en febrero de 2014 a la empresa turca Yildirim Holdings. Este proyecto contempla la producción de 35 millones de toneladas anuales de carbón térmico en dos minas a cielo abierto y una mina subterránea en los municipios de San Juan del Cesar, Fonseca y Distracción, así como la construcción de un ferrocarril y un puerto de aguas profundas con cargue directo en el municipio de Dibulla.

8 Esta actividad, conocida como "peruleo", era realizada por indígenas de la región, lo cual mermó su número, por lo que las "nuevas leyes" establecidas por la Corona en 1542 prohibieron su participación y aumentaron la de la población negra en dichas actividades (Polo, 2007).

9 El término cimarrón era usado en el Nuevo Mundo para nombrar al ganado doméstico que se escaba a las montañas. Según Navarrete (2001) a finales de 1530 empezó a utilizarse para hacer referencia a los esclavos negros fugitivos. El cimarronaje es entonces el conjunto de experiencias a través de las cuales los negros esclavos encontraron la forma de revelarse contra sus amos buscando su libertad, desde los primeros años de la colonia. Para un tratamiento más completo sobre el fenómeno del cimarronaje ver Navarrete (2001).

10 Sierra es el término utilizado comúnmente por los pobladores para referirse a la serranía del Perijá.

11 Es decir, componer sus canciones.

12 "La Empresa", "Cerrejón" o "La Mina" son términos utilizados comúnmente para referirse tanto a la alianza Carbocol-Intercor, como al consorcio Carbones del Cerrejón Limited y son utilizados indistintamente a lo largo del presente artículo.

13 Vigilantes que prestaban el servicio de seguridad para Cerrejón a finales de los años ochenta.

14 Si bien Oslender (2004) acuña la idea de cambios abruptos en las prácticas espaciales rutinarias para hacer referencia a restricciones implícitas y explícitas impuestas por grupos armados, esta permite dar cuenta de la ruptura en el ejercicio de actividades cotidianas que desarrollaba la comunidad de Roche.

15 El proceso de negociación entre la empresa y la comunidad de Tamaquito, compuesta por 31 familias, tardó trece años. Tamaquito logró que la empresa le otorgara 300 hectáreas para el reasentamiento, así como plasmar en la negociación sus referentes de bienestar. Sin embargo, es evidente el desarraigo y los impactos que entraña para esta comunidad haber perdido su territorio. Para ampliar ver http://www.elespectador.com/noticias/medio-ambiente/el-pueblo-wayuu-el-carbon-desterro-articulo-477081.

16 La Asociación de Cabildos y Autoridades Indígenas del Sur de La Guajira (Aaciwasug), Fuerza de Mujeres Wayúu, los resguardos Indígena de la Alta y Media Guajira, Provincial y San Francisco; las comunidades wayúu de Nuevo Espinal y Campo Alegre, y representantes de las comunidades negras de Tabaco, Oreganal, Manantial, Aguas Blancas, Patilla y Chancleta, entre otros.

17 Para la expansión minera, la empresa Carbones del Cerrejón Limited contemplaba la desviación del río Ranchería en un tramo de 26 kilómetros para la explotación de 500 millones de toneladas de carbón. Comunidades indígenas, campesinas y negras lograron una amplia movilización por la defensa del río y la autonomía en el territorio. Esto desembocó en un pronunciamiento de la empresa en 2013 sobre el aplazamiento de los estudios para modificar el cauce, pese al irregular avance de preconsultas con asentamientos y resguardos indígenas. Por otro lado, se vienen realizando actividades como el Primer encuentro "Memoria, reflexión y acción colectiva. Conmemoración de los 10 años del desalojo de la Comunidad de Tabaco" en agosto de 2011, la reunión de los pueblos y las comunidades afectadas por los megaproyectos mineros en el sur de La Guajira en noviembre del mismo año, la Primera Jornada de Movilización "Defendamos la vida, frenemos la locomotora minero-energética" llevada a cabo el 1 de agosto de 2012, la Expedición por el río Ranchería entre el 16-20 de agosto de 2012, entre otras.

18 El sector minero-energético en Colombia comprende los subsectores de minas y canteras (hidrocarburos, carbón, minería metálica y no metálica), electricidad y gas, y refinación. Ver Otero (2012).

19 En la impugnación presentada por Cerrejón a la tutela T-62515, del 13 de septiembre de 2012, interpuesta por múltiples representantes de organizaciones de La Guajira en contra de la desviación en 26 km del río Ranchería señala que no estaba obligada a consultar a estas comunidades porque no tenían el reconocimiento como étnicas expedido por el Ministerio del Interior.

20 Restrepo (2001) afirma que: "la etnicidad de comunidad negra en el pacífico sur debe ser entendida como un proceso de construcción política que presupone una economía de la visibilidad, esto es, un régimen de verdad que constituye un sujeto étnico y unas específicas subjetividades".

21 En este sentido, el proceso de reorganización del pasado se enmarca dentro del proceso de etnización de comunidad negra, que según Restrepo (2001) "nos enfrenta a una reacomodación de las identidades, memorias y olvidos […] ha implicado un tipo de producción y de relación con el pasado, una forma de imaginar comunidad sobre la base del origen y experiencias históricas compartidas, una relocalización de subjetividades e identidades".

22 Para Losonczy (2002), las relaciones de compadrazgo y padrinaje en La Guajira estabilizan, encuadran y familiarizan la circulación de personas, bienes y servicios en las redes interétnicas locales, permitiendo así la construcción de una amplia red de relaciones locales y transfronterizas.

23 El Estado, sin embargo, no está exento de contradicciones: el reconocimiento del Consejo Comunitario como figura legítima de representación de la comunidad negra de Roche ha sido negado por el Ministerio del Interior, a pesar de que había sido otorgado en primera instancia por las autoridades departamentales encargadas de los temas étnicos. Del mismo modo, la Corte Suprema de Justicia, en el fallo de la tutela T-62515, arriba mencionada, dispuso que aunque no tengan reconocimiento étnico, las comunidades afectadas por la implementación de megaproyectos deben ser consultadas con las garantías necesarias para que sus derechos no sean vulnerados (Múnera et al., 2013).


Referencias

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