10.18601/16578651.n34.06

Gonzalo Sánchez. Caminos de guerra, utopías de paz (Colombia: 1948-2020). Editorial Crítica, 2021. 369 p.

Jorge Andrés Baquero Monroy*

* Licenciado en ciencias sociales, magíster en Administración Pública [joaabqueromon@hotmail.com]; [https://orcid.org/0000-0001-9396-8827].

Recibido: 29 de junio de 2023 / Aceptado: 2 de agosto de 2023

Para citar esta reseña:

Baquero Monroy, J. A. (2023). Gonzalo Sánchez. Caminos de guerra, utopías de paz (Colombia: 1948-2020). Crítica, 2021. Opera, 34, pp. 89-92. DOI: https://doi.org/10.18601/16578651.n34.06


Tal vez no existe una persona con más experiencia académica1 y de campo2 en temas relacionados con el conflicto armado en Colombia que el historiador, abogado y doctor en sociología Gonzalo Sánchez Gómez; por esta razón, su lectura es un juicioso análisis del conflicto armado, con el plus valor de ubicar con claridad algunos derroteros útiles para la formulación de políticas públicas de paz. De este modo, Caminos de guerra, utopías de paz es un intento de proporcionar los elementos esenciales para el entendimiento de las complejas relaciones entre la guerra y la paz en Colombia.

Para desarrollar la idea fuerza del libro, el autor ofrece un análisis somero sobre la historia de la guerra y las lecciones aprendidas en los cíclicos procesos de paz para el caso colombiano, dentro de ello Sánchez ubica los detonantes de la guerra colombiana, desde el Bogotazo hasta la degradación actual del conflicto armado, lo que permite evidenciar el entramado de complejidades que fueron cambiando un conflicto secuencialmente sin cierre y con nuevos contextos.

En la primera parte del libro3, por medio de un grupo de ensayos, se describen las complejas relaciones entre conflicto armado, violencia y conflicto social; dichos ensayos hacen reflexiones punzantes en torno a los efectos de la longevidad de la guerra, su imbricación sostenida en los territorios periféricos de Colombia, el desencanto con la paz por parte de la sociedad colombiana y el factor ordenador-desordenador de la violencia. Estas reflexiones se basan en el análisis de obras académicas que van desde la primera Comisión de estudios sobre la Violencia4, hasta el trabajo desarrollado por el Centro Nacional de Memoria Histórica5.

Varios son los elementos concluyentes del trabajo de revisión que hace Sánchez en los informes anteriormente señalados, pero en general es posible decir que tanto el informe La Violencia en Colombia de Guzmán Campos, Fals Borda y Umaña Luna, como el informe de la administración del presidente Virgilio Barco6 convergen en la explicación del papel protagónico de la sociedad y por ello convocan a su movilización. A diferencia de lo anterior, con respecto a los Informes del Grupo de Memoria Histórica, es posible ver un diagnóstico voluminoso de la guerra en Colombia, donde emergió por un lado el componente de la memoria como fuente y método de investigación, y, por otro, la reparación de las víctimas como piedra angular del mandato, desde el aspecto simbólico hasta servir como acervo probatorio en autos judiciales.

Cabe destacar que en la argumentación del autor hay dos focos de atención, en primer lugar, los problemas no resueltos de la violencia y, en segundo lugar, la degeneración de la guerra en los años noventa. Respecto del primer foco, se deben subrayar los núcleos temáticos que para el caso de La violencia operan como grandes pendientes: el problema ideológico y político que impide formal y subterráneamente una alternativa política, la modernización sin desenvolver, el aplazado problema agrario, y las amnistías fallidas.

Así mismo, el segundo foco de atención gira en torno a las dinámicas de guerra de los años noventa, que dan cuenta del abigarramiento de factores que confluyen en la estructuración del conflicto para la década. Elementos notables de esas nuevas configuraciones serían: la regionalización de la violencia, la urbanización, la degradación y circularidad de la guerra, la privatización sostenida de la violencia, la economía política del conflicto armado, entre otros elementos.

De otro lado, en la primera parte del libro el autor describe cómo el conflicto armado en Colombia inició con claras motivaciones de participación política y demandas de integración social a partir de la propiedad rural, pero derivó en delgadas líneas fronterizas entre la criminalidad y la desnaturalización del delito político. Así mismo, la longevidad de la guerra hizo que en Colombia se reconociera el carácter político de la guerrilla, y se aplicara el lente de los derechos humanos a la guerra, que la negociación se hiciera en medio de treguas y la participación de la sociedad fuese central en el proceso. Sin embargo, no hay que olvidar que el tema de la producción, el consumo y la comercialización de cocaína, atravesada por la óptica de los Estados Unidos, significó que este fuese un tema profundamente bloqueado en la "agenda de acuerdos" para el siglo XX.

Finalmente, con respecto a las experiencias contemporáneas de los procesos de paz en Colombia7, Sánchez señala un generoso número de reflexiones que pueden converger en: una imposibilidad de cambios estructurales de la sociedad y política colombiana, es decir, los procesos de paz suscritos se centraron en el proyecto individual y organizacional del personal que combatía la guerra, mas no en el cambio social como epicentro de la paz.

Ahora bien, en la segunda parte del libro, "Algunos hilos históricos del tejido de guerra y paz", el autor ubica ciertos nodos problemáticos entre la guerra y la paz que implicaron un cambio sustancial en la política de negociación y paz en Colombia. Desde esa perspectiva, Sánchez evita describir la "historia total" del conflicto en Colombia, por el contrario, se concentra en observar los grandes virajes de los procesos de guerra y de paz que ha vivido el país en la segunda mitad del siglo XX, intentando así encontrar grandes bloques de reflexión para las políticas de paz. En síntesis, el segundo bloque del texto son reflexiones variadas que explican la forma como "en Colombia las guerras pusieron los temas a la política" (p. 73).

Dicho lo anterior, en esta parte del texto se retoman discusiones de momentos anteriores dado que esta parte son revisiones de artículos académicos publicados en el pasado por Sánchez. Sin embargo, vale la pena citar cinco principales novedades en el debate: la primera gran reflexión es que, para el autor, el gaitanismo no fue un fenómeno caudillista per sé , pues reflejó la frustración de buena parte de la sociedad colombiana que se aglutinaba en el pensamiento y proyecto político de Jorge Eliécer Gaitán, de suerte que esta es una frustración que al día de hoy está sin resolver.

La segunda gran reflexión se centra en la persistencia del conflicto a raíz de la negativa a la resolución del problema agrario desde los años cincuenta, todo ello en combinación con una persistente narrativa estatal anticomunista; si bien este argumento no es novedad, en el razonamiento de Sánchez emerge reiteradamente el papel de las élites terratenientes y notablatos latifundistas como detonantes de nuevos ciclos de guerra. Un buen ejemplo es cuando el autor describe a los responsables del conflicto de los añoscincuenta: "la amnistía (1953) puso frente a frente a dos polos de fuerza […] un sector de la clase dominante partidario de la represión como factor principal del régimen vigente, y […] quienes no querían renunciar a ser rebeldes marginales" (p. 295). En consecuencia, la sutil observación de Sánchez permite preguntarse dos cosas: ¿y dónde estaban las élites terratenientes en el proceso de paz de La Habana? o ¿sin ellas era posible la paz?

La tercera reflexión es desarrollada a partir del amplio conocimiento del autor sobre el periodo del bandolerismo en Colombia, específicamente, el texto intenta hacer un llamado a la observación amplia de los proceso fallidos de amnistía en los años cincuenta, donde los asesinatos selectivos de antiguos bandoleros fueron el combustible de nuevos ciclos de guerra; en otras palabras, la argumentación del autor centrada en el análisis de las amnistías es un llamado al Estado para garantizar la seguridad física de los excombatientes, y con ello evitar el rearme.

La cuarta reflexión del autor es quizás una de las más útiles para evacuar la sin salida de la paz, pues para Sánchez existe una crisis en el concepto del delito político, pues tiene una delgada frontera con la criminalidad. Profundizando lo anterior, hay una zona gris del delito político donde no es clara la distinción que legitima o no un hecho violento en la guerra, de suerte que, dichas zonas grises son dinámicas en el tiempo, es decir, el delito político responde a una movilidad compleja de identidades y legitimidades. Finalmente, es posible inferir que para el autor esta es una discusión demasiado empantanada a la luz del caso colombiano, es decir ¿qué delito hay que no sea común? o ¿qué acto violento no cabe dentro de la rebelión?

La quinta y última gran reflexión de Sánchez es construida a través de una narrativa histórica sobre los sucesivos procesos de reinserción de personal combatiente desde las guerras civiles del siglo XIX hasta la actualidad, allí se resalta la trayectoria de la reinserción individual (1950-52), la rehabilitación de las regiones (1957-60), la reinserción de fuerzas políticas colectivas (1980-1990) y la reinserción y la paz como negocio (2006). Dicho lo anterior, para el momento histórico del acuerdo final de La Habana, la reinserción actual es profundamente compleja, pues tiene características de las reinserciones anteriores, mientras que paradójicamente un grupo de la sociedad tiene una visión demasiado ceremonial de la paz (p. 360).

A modo de conclusión es posible decir que Caminos de guerra, utopías de paz (Colombia: 1948-2020) es una avalancha de preocupaciones y anotaciones inverosímiles para construir la paz. La franqueza de los argumentos interpela a los más optimistas en el proceso, pues Sánchez hace un aviso de la complejidad que implicará estar dentro de esta sociedad de la paz, sin embargo, este aviso nunca deja de ser profundamente esperanzador.


NOTAS

1 Investigador emérito de Colciencias, con una vigencia vitalicia y una de las personas en Colombia con mayor impacto en su productividad académica (índice H). https://scienti.minciencias.gov.co/cvlac/visualizador/generarCurriculoCv.do?cod_rh=0000072222
2 Trabajó en el Centro Nacional de Memoria Histórica, fue director del IEPRI en la Universidad Nacional de Colombia, trabajó en la Comisión de Estu dios de la Violencia en el periodo de Virgilio Barco, entre otros trabajos en donde el contacto con el mundo rural afectado por el conflicto fue imprescindible.
3 El tejido de la guerra y la paz.
4 Conducida en los años sesenta por Germán Guzmán, Orlando Fals Borda y Eduardo Umaña Luna.
5 En clave de dar cumplimiento a la Ley 1448 de 2011, el GMH fue integrado por Gonzalo Sánchez, Martha Bello, Andrés Suárez, Fernán González, Pilar Riaño, Rodrigo Uprimny, Patricia Linares, María Ema Wills, Iván Orozco, Jesús Abad Colorado, María Victoria Uribe, César Caballero, León Valencia, Luis Carlos Sánchez, Paula Ila, Absalón Machado, Teófilo Vásquez y Álvaro Camacho. https://www.centrodememoriahistorica.gov.co/micrositios/informeGeneral/equipo.html
6 Colombia: Violencia y Democracia. Comisión de estudios sobre la violencia. Universidad Nacional de Colombia, 1987.
7 El Caguán (1998-2002), Ralito (2003) y La Habana (2012-2016).