OCIO, TIEMPO LIBRE Y EMPLEO1

LEISURE, TIME AND EMPLOYMENT

Luis Fernando Jiménez
Candidato a doctor en Sociología Jurídica e Instituciones Políticas
Docente Investigador
Facultad de Administración de Empresas Turísticas y Hoteleras
Universidad Externado de Colombia
lfjg7000@une.net.co

1Fecha de recepción: 06 de agosto de 2010. Fecha de modificación: 10 de septiembre de 2010. Fecha de aceptación: 10 de octubre de 2010.


Resumen

La propuesta de la Modernidad pretende que del trabajo, la sociedad derive el bienestar y la vida feliz. El trabajo informado como empleo proporciona seguridad, opciones, posibilidades, valores, bienes, riqueza, felicidad. Una visión bien distinta a la de la Grecia Clásica, inspiradora de la democracia de Occidente, que hace poner en duda la paradoja moderna del trabajo y del tiempo libre bajo todas sus institucionalizaciones, unas generadas culturalmente por las sociedades avanzadas, otras provenientes de la tradición lúdica heredada por el siglo de la Revolución Industrial (turismo, deporte, vacaciones, fiestas, carnavales, actividades de tiempo libre, ocio). Cabe entonces preguntarse si en los inicios de la nueva era postmoderna, de la que somos protagonistas, ocurre que el trabajo y el tiempo libre vienen generando un nuevo sentido, en donde ya no aparecen como irreconciliables opuestos, ni con tajante relación de subordinación. Lo cierto es que hoy, un buen sector del pensamiento sobre la lúdica se inclina por afirmar que se está produciendo una revolución/evolución del trabajo, del empleo y del tiempo libre que los relaciona de modo distinto, acercándolos al punto de compartir entre sí nuevas y cambiantes visiones. Este texto hace parte de esa actualidad del pensamiento. Sostiene que parece haberse superado la simple apuesta teórica de cambio en la tríada binomio trabajo/empleo/tiempo libre, pues se aprecia un efectivo cambio de rumbo al concretarse una nueva visión de felicidad y de uso del tiempo libre, ya no ligada exclusivamente con la satisfacción de las necesidades materiales, ya no amparada en el binomio histórico esclavo/ amo, ya no producto exclusivo del trabajo en su visión de antaño, ya no ansiosa de excesos y banalidades, y a la vez, se aprecia el inicio del cambio hacia un trabajo que ya no es empleo privativo de la libertad, que se llena de lúdica, dejando de ser único imperativo de la vida. La Felicidad ya no sólo aparece en los momentos de ocio y el trabajo deja de ser duro mandato para suplir las necesidades del diario vivir. Una Felicidad y un Trabajo que se confunden para la "buena vida", en la relación indisoluble de una hipóstasis, de un dos que son uno a la vez.

Palabras Clave: Skolia, trabajo, ocio, vacaciones, descanso, empleo/desempleo, turismo, tiempo libre, felicidad, vida buena, ética del tiempo libre, postmodernidad.


Abstract

Work is derived from any activity, this provides security and welfare, resulting in happiness, the good life, man should concentrate on developing their craft because they become like gods, and to seek their freedom in activities that are end in themselves, their true life is leisure ("Skolian") is apt for this kind of life, in order to seek democracy. Happiness is linked with the satisfaction of material needs to have meaning when they are limited, is well protected slavery as the value of work that does not allow distractions to hinder their development, avoiding material excess, but the work renders freedom it is imperative to meet the needs of daily living. Aristotle argues that happiness only appears at leisure, so the games must be conducted in parallel with the work, taking a break from work fatigue and leading to a break that emanates from the game. Happiness is in terms of the obtained and enjoyed, and an expected life is to enjoy every moment at work, it is likewise necessary to have free time, which becomes more and more in an attempt to find roots, enjoying the remoteness of the lonely.

Unemployment is presented here as a threat to the enjoyment of life, under employment is presented which should be taken into account in the unemployment, it is not a job, is a "how to get what the newspaper?" Is disguised unemployment but it is a real unemployment. This, unemployment will become more sense, though employment as such moves towards the services sector, here are tourism, which in industrialized countries generates a very high percentage of total jobs, but should not forget that in what is to happen are the effects and damage on employment.

Thus, the income generated by employment make holidays a trend that should continue even if they have the means, and that man should not allow the loss of his humanity for the work, you must keep it at leisure. The challenge is then the generation of a new economic and tourism sector which results in the Postmodern Tourism.

Key words: Skolian, work, leisure, vacation, leisure, unemployment / employment, tourism, free time, happiness, good life, postmodernity.


I

"skolia", la versión griega de perfección

La presencia del trabajo en la sociedad griega se apoya en última instancia sobre su concepción de hombre, de donde deriva su sentido, dice Dominique MÉDA (1995). Esta reflexión, la de una de las pensadoras de la "muerte del trabajo", nos sumerge en el grande relato, el infalible tema que se desarrolla a lo largo de la historia, al menos de Occidente, hasta el madurarse de la modernidad: el trabajo es señor y amo, a él se somete y de él deriva toda actividad, él proporciona seguridad y bienestar y su premio es la felicidad, la buena vida.

Para la visión helena, el hombre es un animal racional y su oficio, como tal, debe concentrarse en desarrollar la razón de la que ha sido dotado por los dioses y que lo hace semejante a ellos.

Ejercer su razón es, desde el orden teórico, llenarse de la filosofía y de las ciencias y, desde el orden práctico, obrar Según la virtud, mientras que desde el orden político es devenir excelente ciudadano ("zoón politikón").

Ejercer de modo digno este regalo racional del Olimpo, no puede lograrse sino siendo del todo Libre, esto es, empeñándose con exclusividad en actividades que son fin en sí mismas y no medio para otro fin.

Por ello, la verdadera vida de un ser vivo, virtuoso y político es el ocio, la skolía, y resultar apto para tal vida es el fin de la democracia en Atenas y en cualquier "polis" griega.

La skolía, vida de ocio, como concepto filosófico, ético y político, no es ni ascetismo, ni pereza, agrega MÉDA (1995), porque el ocio en Grecia no tiene ninguna de las connotaciones que le imprimió la Modernidad Ilustrada por vía de la ideología calvinista y del espiritualismo timorato y represivo católico que le asignó carácter pecaminoso. El ocio no es el no obrar, el juego fatuo, el placer intonso, porque estos repudiables comportamientos no son fin de la vida, ni esperanza de virtud para el hombre prudente inserto en la "polis".

Una de las tantas actividades prácticas de la vida de ocio para el griego consiste en participar en la política, definir de consuno y en la comunidad de hombres racionales, virtuosos y libres, los fines medio de la vida en sociedad y en utilizar en el banquete de hombres prudentes, las facultades eminentes, emanadas de los dioses: la razón y la palabra.

Hay en toda la obra aristotélica un respirar y difundirse de un placer por "estar juntos" y no otra cosa se esconde como sentido figurativo en "El Banquete" ("sympósion") Platónico. El goce de estar en sociedad condiciona la felicidad individual y explica la irreductible articulación entre hombre y ciudad, por cierto fuente fecunda de meditación para la Patrística, en especial por la vía de Agustín de Hipona y de todo el movimiento monacal del Medioevo.

El ocio griego se apoya en tal sentido de mesura y de limitación, que hace ver como burdo y liviano el engendro moderno de las instituciones de tiempo libre, desprovistas de toda moral y plagadas por la desmoderación del consumo.

Le esfera del consumo, gran ideal de felicidad de la Modernidad (o, mejor, del Modernismo), simplista satisfacción de las necesidades materiales, tiene una cota en la vida griega, un lugar muy limitado, porque las necesidades sólo tienen sentido en cuanto que son limitadas. No es que se menosprecien las necesidades y su obligatoria, más bien legítima satisfacción, sino que para el heleno aristotélico-PLATÓNico, la felicidad, el buen-vivir, no es de modo alguno satisfacción, proveer para atender toda ilimitada serie de necesidades, sino llenarse de la libertad y el goce que sólo puede proporcionar la virtud de la justicia, como fin último. El buen-vivir individual y comunitario sólo puede transitar por la vía de la mesura, de la prudencia, única que hace el que cada cosa tenga su puesto y valor.

Esto y, en mi opinión, sólo esto, justifica lo que la Modernidad no puede recoger de la Grecia Antigua, en términos de orientar la vida democrática, de educarse para la Felicidad y no exclusivamente para almacenar conocimientos, tecnología y conquistar por su fuerza el insano mundo del consumo. La Esclavitud es por ello el justo precio que para algunos tuvo la vida de "scholé", la vida de ocio, dentro de la ética antigua predicada por ARISTÓTELES, y PLATÓN o SÉNECA en la Roma imperial.

Pero la institución de la esclavitud, también recogida por la Modernidad al amparo del valor infinito del trabajo, no puede descontextuarse de la ascética griega sobre la limitación de las necesidades, la huida de lo innecesario, el cortar de raíz toda distracción que pueda poner en calzasprietas la conquista, el alcanzar el fin supremo, el evitar los excesos materiales, el repudio lógico del Trabajo. Pues para el mundo helénico valorizar el ocio no puede ocurrir sino desvalorizando el trabajo, deshumanizando éste, despojándolo de toda condición de bien supremo, satisfactor de necesidades ilimitadas. Entendiendo el trabajo como amenaza de la felicidad y reduciéndolo a la condición de servil, corruptor de la humanidad, caníbal de la libertad, ladrón de la divinidad, debe concluirse que su repudio es el gran bien del animal político ("zoón politikón") que es el hombre libre, apto para trascender el mundo sublunar y llegar hasta el Olimpo para transformarse en dios.

Las actividades humanas ocurridas en el mundo, son entonces valorizadas, en tanto su mayor o menor cercanía con lo inmortal, con la inmovilidad de lo eterno. De allí nace la sobrevaloración del pensamiento griego por la "theoría", el pensamiento, la contemplación y de modo genérico la ciencia ("episteme"), en la medida que ésta tiene por objeto lo esencial e inmutable, lo que no puede ser sino de una manera, que escapa al eterno movimiento, a la condenación y perpetuidad del cambio. La ciencia es bien que exige del alma, del espíritu y no del cuerpo.

La ética y la política, actividades fuertemente valorizadas en el mundo griego por su pertenencia a la esfera de la libertad, se oponen entonces a las actividades que surgen de la necesidad y que se constituyen, en grado diverso, en el lado sin valor de las actividades humanas. A estas últimas pertenece El Trabajo, actividad que desdice de los dones de razón y libertad que tuvieron a bien entregarle los dioses al hombre.

No es pues que el trabajo se condene por sí, sino por privar de la libertad, por ser obligatorio para proveer a las necesidades del vivir, por no operar en la órbita de la independencia, esto es, de la dignidad. En las antípodas de la esfera de la libertad que en el pensamiento griego acerca al hombre a la divinidad, se asienta la esfera de la necesidad que es la del trabajo.

Son por ello muchos los textos griegos referidos a la institución de la esclavitud que justifican su existencia como la única vía para permitir el ejercicio de la civilidad griega y en consecuencia de la humanidad. "Unos hombres dimitidos de su condición de tales, tomaban sobre sí, como bestias, todo el trabajo, para que unos pocos pudieran vagar al ocio y a la contemplación..." (ARANGUREN, 1968).

La esclavitud, destino necesario para la satisfacción de las necesidades elementales, genera semejanza con los animales domésticos, pues comparte con ellos la misma función, la ayuda física con miras al cumplimiento de los oficios indispensables (MÉDA, 1995). El esclavo no es humano, es un instrumento animado, pertenece a otro. No es Un Hombre.

Ser verdaderamente humano es otra cosa. Es el intento de abandonar definitivamente la animalidad del hombre y de cultivar el nuevo descubrimiento griego: La Razón.

No es exagerado, dice SEBASTIÁN DE GRAZIA (1966), que ARISTÓTELES pueda ser considerado no sólo como filósofo de la felicidad, sino que es también filósofo del ocio, de la "scholé". La felicidad sólo puede aparecer en el ocio. La capacidad de emplear debidamente el ocio es la base de toda vida buena para el hombre libre y razonable. Porque el ocio no es el juego, ni la diversión, es la activa participación en la "polis", el hacer "koinonía", formar parte de la asamblea de los prudentes, poder acudir al "sympósion", participar como juez en la mesa de juzgadores..

De ahí que al enfrentar trabajo y ocio, diga ARISTÓTELES que "siendo ambos necesarios el ocio es, con todo preferible al trabajo y tiene razón de fin, por lo cual hemos de investigar cómo debemos emplear nuestro ocio. Seguramente que no en jugar, porque entonces el juego sería necesariamente el fin de la vida, lo cual es imposible. Los juegos en efecto deben practicarse más bien en conexión con los trabajos (ocio no-creativo, nota nuestra), porque el trabajador ha de dar un descanso a su fatiga y el juego es para descansar, mientras que el trabajo se acompaña de fatiga y esfuerzo. Por esto hay que introducir los juegos, pero vigilando la oportunidad de su empleo como si aplicáramos una medicina, porque la actividad del juego es un relajamiento del alma y de este placer resulta el descanso" (ARISTÓTELES, La Política, libro VIII, cap. II).

¿Qué de ello asumió la Modernidad decimonónica? Nada, pues al contrario, le negó al ocio todo sentido productivo, lo despojó de su gran fondo, lo conminó al destierro de la "ociosidad", lo desprotegió, lo excluyó de una seguridad social modernamente incipiente.

La Modernidad se olvidó, quizás (o seguro!) por culpa de la Ilustración, de que la felicidad llega solamente cuando arriba la contemplación, pues aquellos que más cultivan la mente son los más queridos por los dioses, en la misma forma que todos los viajeros son bienqueridos por Hermes, "el dios del viaje, el padre de la afable curiosidad y de la libertad de la mente" (G. SANTAYANA).

II

Turismo - trabajo un mito agotado - un cambio esperanzador del empleo hacia el trabajo postmoderno

He aquí unas fugaces ideas de lo que con pretendida profundidad se ha venido trabajando por más de una década. Ideas quizás contestatarias y con ribetes trágicos, pero de todos modos críticos, que juzgan con dureza la valoración ética que el proyecto moderno dio a la economía del trabajo.

Ante un trabajo que yace inane, sin defensas, en su lecho de enfermo y con él, también agónicas, las instituciones de ocio que generó a su imagen y semejanza, el turismo especialmente, fenómeno soberano de ludicidad en la Modernidad revolucionaria del XIX y en la era de las ilusiones capitalistas, ostentoso y consumista, panacea para una generación de trabajo encomendada al sector de los servicios, en donde el viaje señorea, aparecen ahora unos nuevos valores para el sujeto moral, hastiado del consumo ostentoso y de entender su felicidad en términos de objetos materiales poseídos y disfrutados.

Es la vida deseable y esperada como bien supremo, entendida en el sentido de un tiempo gozado con simplicidad, aun en el trabajo (BOYER, 1996), generador de nuevos institutos de ludicidad, de un nuevo tiempo libre como tiempo dominante, de una nueva versión lúdica de trabajo, diverso del engendro capitalista y que ocurre en el tiempo liberado del trabajo dominado, ante su fracaso para mantener su lugar y su proclividad reconocida para convertirse en mito, en utopía. Es la nueva pretensión de verdad de la razón humana que se descubre en lo lúdico, cuando éste se asume como un mandato/derecho para la razón de ser humanos, de ser libremente dignos o de ser felices individual y socialmente, como se quiera.

    ...Lo natural contra lo artifcial, ciertos promotores piensan que un producto turístico puede ser creado en un lugar sin interés siempre que esté rodeado por una publicidad fuerte. Pero en los países más antiguamente turísticos, la dificultad de los parques para actividades de ocio prueban todo lo contrario como el semifracaso de las "reservas tropicales" que quisieron implantarse en los países bajos. El valor de las vacaciones no será entonces forzosamente como lo ha dicho el sociólogo EDGAR MORIN, la ausencia de valores. Se asiste cada vez más a un regreso hacia lo auténtico y hacia la simplicidad.

    Los sueños idealistas, la estrategia de marketing no lo han aportado todo. Por el contrario, los parques naturales se multiplican, la bicicleta regresa como el medio privilegiado para la partida de vacaciones y los europeos del norte, belgas, holandeses, suizos, británicos y otros más, se vuelcan sobre los pueblecitos "de dos por cinco", abandonados de la multitud conducida por el mercadeo, considerando que la verdadera vida lúdica es esa partida en búsqueda de la simplicidad. Es como si el canto del viaje se hubiera transformado en un llamado al retorno. El tiempo libre es cada vez más, el tiempo de regreso a las raíces. Muchos en su búsqueda de pueblos auténticos, de islas preservadas, de espacios naturales, quieren regresar a lo verdadero que a la vez es lo bello... (BOYER, 1996).

"Tempus fugit". Recuerdo este aforismo latino, aprendido en mi adolescencia, durante la secundaria de aquel entonces, por cierto humanista y nuda de fría tecnología. Y recuerdo también la versión literaria que uno de mis condiscípulos hizo del mismo latinajo: "El tiempo se fugó y huyó deshecho, dejando la ceniza en su cabeza..." (AMÍN CAMPOS, 1962).

Es lo que ha pasado con el tiempo interpretado en términos de trabajo. De trabajo como "deber" o de trabajo como "virtud"; de repudio al ocio, pero de amor al mismo en la intimidad, jugando a la doble moral. De tiempo en el sentido que le imprimió la más pura ideología calvinista, de tiempo hipostáticamente unido al trabajo, de aquel tiempo y de aquel trabajo que contestatariamente atacara PAUL LAFARGUE (1880), no para destruirlos sino para entenderlos como bien supremo de la productividad, la que otorgaba la titularidad de todos los demás bienes al proletario que los producía con su fuerza de trabajo. De un trabajo que, a su vez, era incitación al trabajador para que hiciera pereza y obligara con ello a los dueños de los medios de producción a empeñarse también en el digno oficio de trabajar y no sólo de comprar y gozar la mercancía del trabajo.

Ese "tiempo trabajo", deber para unos, virtud para otros, es el que se ha fugado deshecho. Así lo proclaman ahora J.C. RODRÍGUEZ (1992), DOMINIQUE MÉDA (1995) y JEREMY RIFKIN (1995). Todos pensadores que, de uno u otro modo, preconizan la "muerte del empleo moderno".

El grupo de investigadores ADRET -esto es, "en país montañoso, ladera expuesta al sol" (1977), seudónimo utilizado en sus escritos por dichos impulsores del antitrabajo al final de los gloriosos 30 franceses- se pregunta de modo socarrón sobre el pretendido amor por un trabajo completamente cretino que, en lugar de producir por la necesidad, intenta producir por el provecho y la ganancia. Propone, entonces, la fórmula escandalosa para su época, de solamente dos (2) horas de trabajo, suficientes para satisfacer las necesidades indispensables de la vida colectiva y poder disponer del resto del tiempo en trabajo libre, en ocio, en creatividad. Un sueño, una utopía que permitía y pretendía que cada cual volviera sobre sí y se interrogara sobre el sentido profundo, el valor ético del trabajo.

Lo que parecía una blasfemia, una "mamertada" en los 70, hoy es propuesta tan seria como la del gobierno francés del Frente 24 que culminó en 1936 con la institucionalización de las vacaciones pagadas. Porque el trabajo, entendido en términos de la propuesta de la Modernidad, se refugia cada vez más en el mundo mitológico.

ROGER SUE (1997), el sociólogo del tiempo libre, plantea cómo la idea de la necesidad de crear empleos a cualquier precio y aumentar el volumen del trabajo para absorber el desempleo, indudablemente que encuentra siempre un consenso cercano a la unanimidad. Las medidas y los medios propuestos pueden divergir, el objetivo, no obstante, es indudable para cualquiera. "Prioridad de prioridades para el empleo", "Pacto Nacional para el empleo", "Pacto Social..." "Estado Comunitario. Desarrollo para todos"; no faltan nunca discursos encantadores como estos. Qué hermoso concierto. Por eso es que jamás un objetivo tan unánimemente proclamado, haya logrado por sí mismo tan fagrante contradicción con los hechos y las previsiones. Jamás fenómeno alguno se ha mostrado tan contrario a las duras tendencias de la historia, a las que vanamente se intenta oponer. Jamás, en efecto, algo ha sido tan contradictorio y absurdo para querer resolver la crisis del empleo/trabajo, como es acudir al empleo mismo. Muchedumbres de empresarios convienen en ello privadamente y denuncian esta actitud casi esquizofrénica que termina por hacer de la creación de empleos un objetivo en sí mismo, independientemente de aquello para lo cual puede servir.

¿Será del todo realista creer que se puede lograr el pleno empleo, esto es, dar empleo a todos aquéllos que así lo deseen o simplemente compensar por verdaderos empleos aquéllos que desaparecen? Esta es la cuestión que hoy en día se coloca al centro de los debates.

Pero hay un segundo interrogante, quizá jamás pronunciado porque suena casi sacrílego: ¿Es de veras conveniente en el plano económico y social de este mundo, completamente diferente al de la Segunda Revolución Industrial de la postguerra, pensar en la creación de empleos? ¿No sería preferible pensar en el nuevo trabajo que nos sugiere la Revolución Informática y Tecnológica?

Cada día el número de desempleados hace mover con más fuerza el barómetro de la resentida salud del empleo. A la menor variación viene el regocijo o la desolación. Por eso este índice de referencia por excelencia, es cada día menos pertinente. Es paradójicamente un instrumento más apropiado para períodos de pleno empleo, de empleo de tiempo completo, para medir variaciones coyunturales, durante el tiempo donde se realiza el objetivo de la modernidad: el trabajo.

Con el descenso estructural del trabajo y la desarticulación del empleo convencional, el desempleo, tomado de modo aislado, puede aparecer más bien como un equívoco, como un engaño, como un sofisma de distracción. Es que el desempleo se ha convertido en uno de tantos indicadores de subempleo. No es sino recabar en todos aquellos que siempre han permanecido a la orilla del empleo clásico y que se ganan la vida a través de diferentes dispositivos sociales sustitutivos y ficticios como el empleo cooperativo, las pasantías, los empleos subvencionados o, peor aun, aquellos que genera la inigualable imaginación del hombre (cantar en los buses, vender inutilidades, la venta de semáforo, las carretas llenas de frutas, las mercancías en la calle con campaneros en la esquina).

Dicho de otra manera, el desempleo disfrazado es por lo menos tan importante y fenoménico como el desempleo reconocido oficialmente. Si se piensa en tendencias, parecería que este último progresa con mayor celeridad y enmascara una deterioración mucho más dramática del así llamado empleo (SUE, 1997). Y no es osadía pensar que, si estas realidades fueran tenidas en cuenta, habría que ampliar quizás por más del doble los porcentajes del desempleo y multiplicar talvez al menos por 3 los nuevos empleos, si creemos en las cifras estadísticas que se difunden en la actualidad en la mayoría de los países, particularmente los latinoamericanos. Así, podríamos esperar que de alguna manera se pueda enjugar el verdadero y real desempleo.

Y el problema, contrario a lo que pudiera pensarse, no es propio y exclusivo del tercero, del cuarto o del quinto mundo en que las Gracias nos pusieron. Ahora todo es igual en este mundo globalizado y afectado por las llamadas "burbujas" que revientan en cualquier momento.

En fin, en una sociedad como la actual, en donde el empleo permanece en apariencia con esta condición de ser el centro del progreso, económica y socialmente, la contracción que plantea la realidad de la desocupación tiene que mostrarse como inaceptable (SUE, 1997). Hoy, si hay preparación para el futuro, se entra a la vida activa cada vez más tarde, alrededor de los 24 o 25 años, pero paradójicamente, se está en trance de salir de ella cada vez más pronto. En los países desarrollados sólo un mayor de cada cuatro entre 55 y 60 años se encuentra en actividad. Aun la fuerza de la edad, la muerte laboral temprana, en una época donde la esperanza de vivir se avecina a la media de 78 años.

Todo parece presagiar que el desempleo va a ser cada vez más insoportable si no se da, del lado de la oferta del verdadero empleo, un mejoramiento sensible. Pero el caso es que la historia en este punto sólo registra acontecimientos fatales para el progreso del hombre dentro de la sociedad moderna. Ya lo avizoraban Jean Fourastié en "La Grande Espoir du XX siecle", escrita en 1949, y Daniel Bell en "The Coming of Post-Industiral Society" de 1973. Pues desde hace un buen tiempo y en virtud de la ley de los sectores económicos, se asiste a un desplazamiento del empleo desde el sector primario agrícola, pasando por el sector secundario industrial, hacia el sector terciario de los servicios, en donde se anida el Turismo. Hoy en día, en los países industrializados, la generación de empleo de este último reagrupa casi el 70% de la totalidad de puestos de trabajo.

Con la "terciarización" de la economía, su participación relativa en el empleo semeja que continuará en continuo progreso. La agricultura cada día disminuye más su participación de mano de obra y ésta sería menor si no fuera por las m últiples ayudas nacionales, regionales o internacionales.

La industria ha perdido igualmente muchos empleos a lo largo de los tres últimos decenios y todo parece indicar que este decaimiento va a progresar. No es sino pensar en la industria automotriz, faro de la sociedad industrial. El perfeccionamiento de la robotización y de los sistemas parece no tener límites.

Es sostenible que no porque una innovación aparezca y esté disponible en el mercado sea ésta suficiente para su difusión masiva. Es cierto que la mayoría de las empresas, especialmente en nuestros mundos de subdesa-rrollo, están todavía muy lejos de utilizar los dispositivos más sofisticados y las tecnologías de punta. Por lo que, oh susto, es del todo previsible que los grandes efectos y estragos sobre el empleo estén a ún por venir.

De modo general toda la producción material sobre la que se construyó la sociedad industrial, requerirá de una intervención humana cada vez más marginal. En pocas palabras es talvez el fin del así llamado trabajo prescrito, de la relación laboral reglada y protegida a favor del trabajador, sobre la que reposa la esencia del empleo (SUE, 1997). El espanto de la "fábrica sin obreros" concepto juzgado fantasioso en los 70, ha adquirido de nuevo cuerpo, se le ha infundido de nuevo espíritu, ha resucitado.

La naturaleza del contrato de trabajo se halla en la vía para transformarse de modo esencial. Se está pasando del contrato estándar constituido por los tres elementos, la duración legal de prestación personal del servicio, la dependencia y subordinación, y la remuneración, a un contrato de "acompañamiento" para una misión puntual, dotado de una remuneración global basada sobre resultados. El asalariado es desplazado progresivamente por el trabajo independiente, nudo de toda prestación social. El contrato laboral se transforma en contrato comercial. Uno entiende así el interés que puede demostrar la empresa en esta metamorfosis y uno comprende también que pueden darse ventajas en este cambio para un cuadro de alto nivel, con competencias muy solicitadas y patrimonio de pocos. Este trabajador competente puede sentirse muy a gusto trabajando, "a tiempo compartido", constituirse en "portafolio de actividades," acumular remuneraciones y organizar su tiempo como a él le plazca. Pero para la inmensa y dolida mayoría la contracción del trabajo asalariado no tiene otro significado sino inseguridad, precariedad, dependencia y sobre todo pobreza; es como leer la historia al revés y en línea recta y regresarnos al primer día de la industrialización, donde se remuneraba el trabajo "por pieza", "por tarea", "por esfuerzo". Y así, aunque exista el dispositivo de protección social, éste deja de ser efectivo, pues precisamente se desarrolló para una sociedad salarial, base de su financiamiento, y no para una sociedad laboral comercial que soslaya toda solidaridad y pago de primas prestacionales. El declinar del trabajo asalariado es también la agonía del dispositivo capital de la seguridad social y de la solidaridad.

Pero no sólo el trabajo moderno, apabullante y alienante, se mitifica hoy en día. Es que junto con él explota en mil pedazos la Sociedad de Consumo. A aquella multitud estrangulada, puesta en la sin salida por las apelaciones al consumo, extrodeterminada (other directed: RIESMAN, 1950), anómica, esclava de los mass-media, multitud solitaria, con una estructura caracteriológica reglada por signos que provienen desde fuera, no le queda más recurso que buscar, como nuevo Prometeo, liberarse del yugo consumista.

Se entiende así la crítica que se hace al trabajo como medio para asentar y hacer reinar el mito del consumo. Pues de él y únicamente de él, la sociedad actual piensa y habla, por exceso o por defecto (BAUDRILLARD, 1970), animada por el himno triunfal de la publicidad. Porque la imagen consumida del consumo (de bienes, de servicios, de ocios, de productos, de todo lo que le inculcan a la autonomía los mass-media) se constituye en el bien supremo, en el deber humano racionalizado, en la felicidad. Es la nueva mitología tribal: la moral de la modernidad.

Dice BAUDRILLARD: Así como la sociedad teocéntrica medieval se equilibraba entre Dios y el diablo, la moderna sociedad lo hace entre el consumo y su denuncia (1970).

Trabajo orientado al consumo de bienes, pero sobre todo trabajo entendido como puerta de entrada para el consumo ostentoso de bienes de ocio. El ocio mitificado, el ocio dominado por el trabajo, el ocio siervo y esclavo del consumo, construido por el consumo. Contra semejante propuesta del trabajo-consumo moderno, se gesta la rebeldía.

GUY AZNAR (1978) en sus propuestas de creatividad social, ataca el "partir de vacaciones", de weekend, el jubilarse, como ilusiones ópticas que las sociedades industriales han construido como falsa promesa sin preocuparse de sus consecuencias. El espacio transformado en parque de consumo de bienes materiales de ocio, la playa dispuesta en barricadas como para la defensa de ataques aéreos, el planeta devastado y las gentes alienadas, peor que jamás, en el trabajo y la ciudad o, peor aun, en el "ghetto" de la tercera edad.

Y de cara a la nunca suficientemente laureada institución de tiempo libre llamada Turismo se pronuncia ALAIN PAUCARD, con terrible agresividad: "...los centros de vacaciones, cualquiera sea el nivel social de la demanda, no son sino medios para perpetuar la dominación intelectual y la permanencia de las nuevas clases burguesas surgidas de la Segunda Guerra Mundial y que se identifican, para hundir bien el clavo, como los publicistas, la gente del marketing y de los mass-media, los mercaderes de los viajes, .... Pues las vacaciones no son otra cosa sino una moda que deshonra no seguirla, sobre todo si se tienen medios..." (1993).

J-D. URBAIN (1991) comenta cómo el turista clásico aparece hoy como el principal agente de difusión del desprecio antiturístico. Lejos de controvertir la opinión que lo desprecia, el turista la avala, denunciando ante ella sus propias actitudes. El turista se denuncia a sí mismo. Singular autodelación que lo conduce a no reconocerse en sus semejantes y, peor aun, a reclamar la identidad de otro. El autodesprecio de ese "otro", es decir de sí mismo, es una paradoja que, por cierto, no ha escapado a la aguda visión de los promotores de la industria del turismo y que lo lleva a construirle artificialmente una "visión única del mundo", a ver y leer y contemplar por el turista, a destruir la singularidad de percepción que escapa a toda pretensión de objetividad. Es el "sightseeing", como teoría del aprecio de la lectura superficial, embozalada por la futilidad.

Tienen entonces todo sentido las propuestas que aforan desde los movimientos del "New Age" para regresar a una ludicidad simple, natural, no de privilegiados y adinerados, sino de paz y libertad (FERGUSON, 1980), como la propuesta de XAVIER PATIER (1992), en su mordaz ensayo contra el ocio animado por el trabajo moderno.

Explica PATIER que, cuando se escoge ser definido por el trabajo, el hombre no puede sino perder su humanidad. No es entonces sino en el ocio que ella le será entregada. Leamos a Patier (1992):

    ...Al principio era el ocio. Hubo una tarde, hubo una mañana. La vida comienza siempre al atardecer, a la hora en que las sombras se alargan y en donde las gentes, si son amorosas, van y se sientan en los bancos públicos. La vida comienza por el reposo: el primer día de la semana es el domingo. El ocio (en francés LOISir que rima con désir, plaisir, avenir) es el tiempo de nuestra dignidad, en lugar del trabajo (en francés travail que rima con bétail - bestial, épouvantail - espantoso), que es sinónimo de dispersión y de animalidad. La dignidad es más exigente que la animalidad.... En los dos últimos siglos vividos, es cierto que el trabajo ha sido la gran diversión de Occidente. Y allí se nos ha desplumado: el bienestar sobrio, el deseo, el entorno se nos han más o menos escapado. Nuestros paisajes se han transformado en basureros, nuestros deseos en pulsiones (o en disgustos) y nuestras fiestas en pantomimas. ¡Dichoso trabajo....!

La rehabilitación del deseo, la extinción del productivismo, la salvaguarda de la economía, un nuevo trabajo que trascienda el empleo serán de golpe, con seguridad, los grandes desafíos de nuestros próximos años. El camino para acercarnos está inédito porque pasará por la supresión del trabajo en el sentido que lo entendemos hoy, y por un fatigoso retorno a la realidad. Pero no tenemos opción. Las restricciones de la ecología y las necesidades espirituales de los hombres hacen ineluctable esta evolución. De hecho, ya ha comenzado. Nuestra necesidad de contemplación, tanto tiempo desechada, se transforma en fuerza. La sociedad del trabajo moderno que es la sociedad del empleo, está en trance de morir por haber matado el deseo. Miremos a nuestro derredor: la gente descubre, un poco por todas partes, que la sobriedad es el único estado donde no hay jamás disgusto, como antaño nuestros ancestros descubrieron el agua tibia.

El tiempo de trabajo-empleo objetivamente ha perdido el lugar central que ocupaba en relación con los otros tiempos sociales en la sociedad industrial moderna. El tiempo de trabajo constituía el gran principio organizador del que dependían los otros tiempos sociales. Fuente esencial de la actividad social, fuente privilegiada de ingresos, fuente de la jerarquía social y de su organización, valor predominante, elemento central del estatuto social, principio esencial de identidad en la mayoría de los casos, verdadero productor de la sociedad en su conjunto. Pero todas estas funciones fueron desapareciendo unas tras otras, no restando más que un discurso vano, una ideología cada vez más alejada de la realidad social vivida.

Lo paradójico es que la crisis no residió tanto en el derrumbarse de las economías como en la reducción del tiempo de trabajo que en su incapacidad de adaptarse a las nuevas condiciones de la sociedad postmoderna, no le quedó más remedio que capitular.

Pero correlativamente los tiempos sociales de no-trabajo, o liberados por el trabajo, el tiempo libre en una palabra, no cesa de aumentar y, aunque entre a dominar, no está en condición a ún de fortalecer un nuevo valor de sustitución del trabajo, ni a fortiori un nuevo modo de organización social.

Editar entonces un nuevo valor para el trabajo, unos nuevos valores lúdicos, dar sentido a la vida individual y social, generar proyectos de vida y mandatos que sean pretensión de verdad para vivir digna y alegremente. Reconstruir la vida, la dimensión lúdica, deconstruir las instituciones modernas, "autonomizarlas", reconocerles sus propias dinámicas. He ahí un reto que nos lleva a pensar en los nuevos valores de la ludicidad y en la propuesta de un nuevo trabajo producido por las instituciones lúdicas, entre ellas el Turismo; un trabajo liberado, a través de la generación de un nuevo sector económico y político: el sector del Turismo Postmoderno.


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Facultad de Administración de Empresas Turísticas y Hoteleras

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