10.18601/01207555.n23.17

NOTA CRÍTICA

RACIONALIDAD CRÍTICA Y CONOCIMIENTO DEL TURISMO1

CRITICAL RELATIVITY AND KNOWLEDGE OF TOURISM

Francisco Muñoz de Escalona
Doctor en Economía del Turismo
Consultor internacional, científico titular del CSIC (España)
España
[franjomues@gmail.com]

1 Fecha de recepción: 9 de enero de 2018
Fecha de modificación: 16 de marzo de 2018
Fecha de aceptación: 29 de marzo de 2018

Para citar el artículo: Muñoz de Escalona, F. (2018). Racionalidad crítica y conocimiento del turismo. Turismo y Sociedad, XXIII, pp. 283-292. DOI: https://doi.org/10.18601/01207555.n23.17


Resumen

Aunque haya quien lo ignore, incluso quienes lo obvien, lo que llamamos realidad no deja de ser un mero constructo teórico. Los hombres -y también las mujeres, claro- consiguieron nombrar pronto lo que con sus cinco sentidos perciben. Por eso, el Génesis acierta al afirmar que al principio fue el Verbo, quiso decir, la palabra. Acertó de plano el vetusto profeta. Gracias a su enseñanza sabemos lo que vemos, tocamos, olemos, gustamos y oímos.

Pero la humanidad no quedó estancada en sus primeras nominaciones. Al ritmo de su lenta evolución, y de sus crecientes necesidades, las sometió a una crítica tenaz. De ella proceden el avance del conocimiento, en general, y el científico, en particular.

La realidad a la que llamamos turismo no queda al margen de este proceder. Por ello, hoy disponemos de planteamientos críticos que han dado luz a interpretaciones (teorías) sometidas, como todas, al proceso de proposición, selección y eliminación de error, para volver a iniciar el proceso en un ciclo sin fin.

Palabras clave: Crítica, ciencia, refutación, modas.


Abstract

Although there are those who ignore it, even those who obviate it, what we call reality does not stop being a mere theoretical construct. The men, (and also the women, of course) managed to name soon what they perceive with their five senses. That is why Genesis is correct in stating that at the beginning it was the Word; He meant: the Word. The ancient prophet was right. Thanks to his teaching we know what we see, touch, smell, taste and hear.

But Humanity was not stuck in its first nominations. To the rhythm of his slow evolution, and of his growing needs, he subjected them to tenacious criticism. From it comes the advance of knowledge, in general, and the scientist, in particular.

The reality that we call tourism is not left out of this procedure. Therefore, today we have critical approaches that have given birth to interpretations (theories) submitted, like all, to the process of proposing, selecting and eliminating error, to restart the process in a cycle without end.

Keywords: Criticism, science, refutation, fashions.


La mecánica del avance del conocimiento

El filósofo de la ciencia Karl R. Popper dedicó su vida a iluminar de modo esclarecedor el proceso que los científicos siguen (o deberían seguir) para aumentar, mejorar y consolidar el conocimiento de la realidad, para lo cual acostumbran a fragmentarla en parcelas. Una de esas parcelas, la que nos interesa aquí y hoy, es la que llamamos turismo.

Hace más de tres décadas, Popper trabajaba en la Hoover Institution de la Universidad Stamford (California). En 1993, el bioquímico Werner Baumgartner, amigo y admirador de los valiosos aportes del filósofo austriaco, seleccionó sus trabajos en dicho centro y logró editarlos y publicarlos bajo el título The mix of the framework. In defense of science and rationality (Routledge, Londres y Nueva York, 1994).

En la obra citada, Popper establece una estrecha semejanza del progreso con tres campos tan diferentes como son la biología, la conducta humana y la ciencia. Estas son sus palabras:

En los tres niveles -adaptación genética, comportamiento adaptativo y descubrimiento científico-, el mecanismo de adaptación es el mismo. (p. 19).

Consciente del posible rechazo que su atrevida comparación pudiera provocar entre ciertos lectores, Popper se adelanta y confiesa que no considera su método como el único posible. Esta es su propuesta:

La adaptación parte de una estructura heredada básica para los tres niveles: la estructura biológica del organismo. A ella corresponden el nivel conductual, el repertorio innato de los tipos de comportamiento de que dispone el organismo y, en el nivel científico, las conjeturas y teorías científicas dominantes. Estas estructuras se transmiten siempre a través de la instrucción, en los tres niveles, mediante las respuestas de la instrucción genética en el nivel genético y en el conductual, y mediante la tradición y la imitación social en los niveles conductual y científico. (pp. 19 y 20).

Y, para que su tesis quede definitivamente clara, añade:

En los tres niveles a los que me [he] referido -el genético, el conductual y el científico-, operamos con estructuras heredadas por la instrucción, ya sea a través del código genético, ya sea a través de la tradición. En los tres niveles, los cambios en los ensayos hacen surgir nuevas estructuras y nuevas instrucciones desde dentro de la estructura, a través de ensayos tentativos, sometidos a la selección natural o a la eliminación del error. (p. 22).

En resumidas cuentas, Popper se atreve a incitarnos a que veamos como algo normal y ordinario el progreso o avance en el conocimiento científico de la realidad bajo los mismos cánones que la evolución de los seres vivos y la conducta de estos. Pues no deja de ser, en efecto, atrevida la comparación, sino también fructífera a la hora de aproximarnos a cualquiera de los tres campos citados. Aquí nos interesa quedarnos en el último de ellos, el del progreso de la ciencia.

Consideraciones sobre la llamada teoría crítica del turismo

Estas consideraciones responden al artículo publicado por los investigadores mexicanos Celeste Nava y Marcelino Castillo en el volumen XX de la revista Turismo y Sociedad (enero-junio de 2017, pp. 49-74) bajo el título "Actualidad de la teoría crítica en los estudios del turismo". Sobre el citado trabajo ya nos hemos pronunciado en la revista Turydes, en la que se publicó un breve comentario que suscitó el comprensible rechazo de los citados investigadores, uno de los cuales, Marcelino Castillo, es un viejo y querido colega. La reacción de Marcelino Castillo se debe a que en el ensayo de Turydes pudimos emplear un estilo poco respetuoso, algo que, de ser visto así, procede pedir las disculpas oportunas. Pero no solo disculpas: también situar nuestra apreciación del artículo en cuestión en la forma adecuada, presidida esta por el respeto que exigen tanto la vieja amistad como las más elementales normas de la educación y el trato entre colegas.

No obstante, creemos que conviene tener en cuenta las sólidas aportaciones de Popper al conocimiento científico. El motivo nos lo da el artículo citado de la revista Turismo y Sociedad vol. XX.

Citamos a continuación el resumen del artículo que nos ofrecen los mismos autores. Dice así el resumen:

La crítica en la investigación turística ha ganado terreno mediante el esfuerzo racional por la generación de conocimiento crítico que fortalece la construcción de una epistemología crítica para el turismo. En este sentido, diversos autores han colaborado en la formulación de nuevas hipótesis de investigación para heredar a la academia turística fundamentos epistémicos normativos para la disciplina.

El presente artículo tiene por objetivo compartir la revisión bibliográfica que se realizó con respecto a la producción de conocimiento crítico en turismo. Se incluyen algunas categorías que, a la vista de los autores, son importantes para considerar la producción crítica en turismo. (Nava y Castillo, 2017, p. 49).

Como se anuncia en el título del trabajo, se informa al lector de la novedad de la teoría abordada por los autores:

  1. La crítica en la investigación

  2. La generación de conocimiento crítico

  3. La construcción de una epistemología crítica en el turismo.

Como queda claro, la idea central de los autores no es otra que la crítica: crítica en la investigación, crítica en el conocimiento y crítica en la epistemología.

¿Pero se trata, en efecto, de una novedad?

Veamos:

Desde que los esfuerzos por conocer las peculiaridades de la nueva fuente de negocio y ganancias que se presentaba a los inversionistas -en respuesta al crecimiento sostenido de los viajes en general y turísticos en particular- pasaron de ser hechos por aficionados, empresarios de establecimientos hoteleros, a elaborarse en las universidades y otros centros de estudios, la intensidad de la actividad investigadora ha ido creciendo hasta tal punto que en nuestros días se puede hablar de un volumen de producción tan alto que no deja de sorprender a cualquier observador atento. Tanto es así que hay tratadistas que dan a tal eclosión el inesperado poder de conferir, por sí sola, a la materia que nos ocupa, la plena consideración de ciencia.

El primer estudioso que se atrevió a dar al conocimiento del turismo el estatus de ciencia distinta y autónoma fue el geógrafo yugoslavo Zivadin Jovicic (1975), a la que dio el expresivo y eufónico nombre de turismología, una denominación que hizo fortuna, años más tarde, en algunos países de Latinoamérica, sobre todo en Brasil. Jovicic incluso puso en circulación una revista a la que no dudó en darle como título el de Turismología.

La bibliografía acumulada en tiempos de Jovicic ya era abundante. Existían numerosas aportaciones académicas, muchas de ellas muy dispares, pasando de unas obras con un claro enfoque empresarial a otras en las que se cultivaba un enfoque nítidamente teórico, concretamente sociológico. En mi tesis doctoral, cuyo título es Crítica de la economía turística. Enfoque de oferta versus enfoque de demanda, leída en 1991 y publicada un año más tarde, hago un exhaustivo repaso crítico de la literatura más destacada desde 1885 hasta 1990, un período en el que no faltó la crítica, una crítica a veces tan descarnada como la que empleó Kurt Krapf contra Paul Ossipow por el problema de las motivaciones, tan relevante hasta los años setenta del siglo pasado, aunque hoy, afortunadamente, lleva años en el desván de los recuerdos.

No, la crítica ha estado siempre presente en la comunidad de estudiosos del turismo. Bien es verdad que las aportaciones han alcanzado en nuestros días un volumen inmanejable, pero solo en cantidad, no en calidad. Algunos pensaban que cuando los estudios de turismo, que en España empezaron a desarrollarse fuera de la Universidad, entraran en ella, se lograría, como por arte de magia, que la investigación alcanzara un nivel de excelencia comparable con el que se alcanza en otras materias. No ha sido así. La investigación universitaria se mantiene en los mismos niveles de calidad que en épocas previas. Ello se debe, entre otras razones, a que la investigación académica se rige por el obcecado afán de la obtención de créditos, los cuales se consiguen, básicamente, más con trabajos sobrados de una erudición, muchas veces atorrante, que con propuestas derivadas de planteamientos teóricos originales y profundos tendentes a interpretar la realidad de forma que oriente adecuadamente las inversiones del empresariado.

Del positivismo a la hermenéutica en el turismo

Los investigadores Nava y Castillo sostienen que:

Las teorías positivistas han supuesto la existencia de una sola ciencia, leyes universales y un método científico (hipotético-deductivo) como únicos en la construcción de conocimientos, lo que implica la neutralidad del sujeto que conoce y del dato conocido (Giddens, 1987, citado en De la Garza, 2012), pero han fallado en identificar los fenómenos que deben ser explicados (Kemmis, 2004) y, mejor aún, comprendidos, reexplicados y reinterpretados. (Nava y Castillo, 2017, p. 50).

Los autores ofrecen en la frase citada un espléndido resumen de lo que ha acontecido en el seno de la investigación turística. Recogen con sus palabras las nuevas corrientes epistemológicas, críticas con el positivismo, y la eclosión de una nueva tendencia, la que se basa en las corrientes hermenéuticas que parten de un rechazo crítico del positivismo y que se proponen llegar a la, en su opinión, reinterpretación, e incluso a la resignificación del turismo.

Habrá que recordar qué es y en qué consiste el positivismo. Se conoce con el nombre de positivismo, un sistema de carácter filosófico y epistemológico basado en el método experimental, que rechaza las creencias universales y las nociones a priori. Desde la perspectiva de los positivistas, la única clase de conocimientos que resulta válida es la que aporta la percepción de la realidad a través de los sentidos.

El francés Augusto Comte y el británico John Stuart Mill suelen ser señalados como los padres de esta epistemología y del positivismo en general. Ambos sostuvieron que cualquier actividad filosófica o científica debe llevarse a cabo mediante el análisis de los hechos reales verificados por la experiencia.

La epistemología positivista recibió diversas críticas por parte de quienes creían que sus objetos de estudio (el hombre y la cultura) no podían ser evaluados con el mismo método que se emplea en las ciencias naturales. Los críticos del positivismo sostienen que la creación de significado y la intencionalidad son exclusivas de los seres humanos y que, por ello, el conocimiento de todo lo que tiene que ver con las actividades humanas solo puede adquirirse por medio de la interpretación subjetiva.

La moderna teoría del conocimiento parte de que las nominaciones de los componentes de la realidad dependen de los sujetos que las formulan y por medio de ellas los interpretan. La objetividad no existe, la que existe, sin lugar a duda, es la subjetividad, las incontables interpretaciones de los sujetos. La cuestión es que, puesto que existen incontables sujetos, nos encontraremos con que dispondremos de incontables interpretaciones, una conclusión que se impone por sí misma, con lo que los críticos del positivismo llegan a la conclusión de que nunca llegaremos a conocer la verdad o que tendremos tantas versiones de la verdad como sujetos existen. De aquí que el relativismo se venga imponiendo como consecuencia de esta postura, y con ello el cuestionamiento del conocimiento tal y como se ha venido concibiendo desde el pasado.

La hermenéutica es la corriente epistemológica que se enfrenta al positivismo; busca comprender los fenómenos, no explicarlos. Bertrand Russell y Ludwig Wittgenstein figuran entre los pensadores que trabajaron con ahínco para superar el positivismo.

Fieles a los postulados de la hermenéutica, Nava y Castillo, desde su enfoque sociológico del turismo, considerado como un hecho conductual con fuertes connotaciones culturales, están convencidos de que:

El turismo es un fenómeno que no ha sido reinterpretado, sino estudiado de una manera positivista y sistematizada por varias ciencias que lo han transformado en una disciplina dependiente de las grandes ciencias. Por lo tanto, es necesario introducir un argumento distinto que dé la posibilidad de mostrar que el turismo es interdependiente y transdisciplinario, capaz de generar sus propios métodos y teorías al construirse como objeto de estudio bajo una perspectiva crítica reflexiva. (Nava y Castillo, 2017, p. 50).

Y continúan:

La relatividad epistémica, manifiesta hacia la década de los setenta -como parte de una condición posmoderna (Harvey, 1990, p. 17)-, se caracterizó por las transformaciones que afectaron el juego de la ciencia y la crisis de sus relatos (Lyotard, 1987, p. 4) y marcó un nuevo tipo de vínculo entre la producción económica y el conocimiento científico: su dispersión y mercantilización (Korstanje, 2015). Ello dio lugar a una característica renovada de fragmentación y súper especialización, que estableció procesos metodológicos con terminologías técnicas difuminadas de los problemas complejos, los cuales mostraban más lo producido que la esencia de lo que se producía. (Nava y Castillo, 2017, p. 50).

Repasemos la cita, pues en ella se aprecia bien la impronta que las investigaciones en la academia producen, permeando todas sus producciones. Empecemos por la relatividad epistémica. Según Nicolás Olivos Santoyo (2009), el relativismo epistémico es:

una forma de entender a la actividad científica. Se busca analizar las estrategias discursivas con las cuales este enfrenta a las posturas universalistas y racionalistas en epistemología, y ver cómo, a partir de estas, fundamenta un programa o agenda de trabajo para aquellos que pretendan dar cuenta de cómo se construye la ciencia. […] sostenemos que una característica de los argumentos relativistas que ha dificultado su crítica o los intentos por eludirla es que parte de un conjunto de argumentos escépticos con los cuales combate las pretensiones universalistas y racionalistas de otras tradiciones en la filosofía de la ciencia.

Al parecer, el relativismo sistémico tampoco está libre de estudiosos que lo combatan. Sigamos con la impronta del positivismo en la investigación turística y destaquemos que Nava y Castillo parecen estar convencidos de que el turismo no solo no ha sido reinterpretado, sino que, además, se ha estudiado de una manera positivista, algo que les resulta equivocado, habida cuenta de que tal tratamiento, dicen, ha llevado a sistematizarlo con ayuda de las grandes ciencias, las cuales "lo han transformado en una disciplina dependiente" de ellas. Por lo tanto, siguen:

es necesario introducir un argumento distinto que dé la posibilidad de mostrar que el turismo es interdependiente y transdisciplinario, capaz de generar sus propios métodos y teorías al construirse como objeto de estudio bajo una perspectiva crítica reflexiva. (Nava y Castillo, 2017, p. 50).

De aquí que tengamos que elucidar, necesariamente, si, en efecto, la disciplina que estudia el turismo es interdependiente y transdisciplinaria.

¿Es el turismo una disciplina interdependiente y transdisciplinaria?

Hasta ahora, los estudiosos del turismo siguen divididos en dos grandes grupos. El más nutrido insiste en que el turismo se estudia con ayuda de las diferentes ciencias sociales: sociología, geografía, psicología social, antropología y, aunque con extremada prudencia, economía. El otro, al que pertenecen algunos epígonos de Jovicic, está convencido de que existe una ciencia del turismo, independiente y autónoma, la llamada turismología. Veamos:

La interdependencia designa la existencia de una dependencia recíproca, es decir, mutua, entre dos objetos o conceptos. La interdependencia se predica a menudo de la actividad productiva y viene a destacar que todas sus magnitudes son función de función, o, lo que es lo mismo, que el valor de cada una de ellas depende del valor que toman las demás de forma sincrónica; en otras palabras, que, si una de ellas varía, variarán todas las demás. El modelo de Wassily Leontief (1906-1999), conocido como Tablas Input-Output (1941), cuyo antecedente se remonta nada menos que a los fisiócratas, concretamente al médico François Quesnay (1694-1774), expone el funcionamiento de la economía con base en las relaciones de interdependencia que se dan entre los diferentes productores.

Apliquemos este concepto a la disciplina del turismo como nos proponen Nava y Castillo. Invito al lector a que lo intente y si, por ventura, alcanza a vislumbrar a qué le conduce y además logra explicárselo, le pediría que tuviera la bondad de hacérnoslo entendible a los demás. Nosotros lo hemos intentado, pero infructuosamente.

Ahora debemos indagar el concepto de transdisciplinariedad. Lo transdisciplinario es lo que abarca transversalmente varias disciplinas y las supera a todas, habida cuenta de que su ámbito de acción es superior al de cada una de ellas.

El término transdisciplinariedad es usado de varias maneras. Para unos, suele referirse a formas de investigación integradoras; para otros, alude a la unidad del conocimiento más allá de cualquier disciplina. Finalmente, hay quienes entienden la transdisciplinariedad como una familia de métodos que relacionan el conocimiento científico, la experiencia extracientífica y el conocimiento obtenido de la práctica de la resolución de problemas.

Hagamos lo mismo que con la interdependencia y tratemos de aplicar la transdisciplinariedad al conocimiento del turismo. Según la primera acepción, al conocimiento del turismo se llega por medio de una investigación integradora u holística. La segunda nos lleva a entender el turismo en sí mismo, como una unidad más allá de todas las disciplinas que se ocupan de él. Por último, la tercera nos lleva a entender el conocimiento del turismo teniendo en cuenta la experiencia de todos los días y la superación de los problemas que en ella se presentan. Invito de nuevo al lector a que elija la que más le guste y luego nos las haga digeribles.

Según los autores del trabajo aquí comentado, si renunciamos a conocer el turismo como aconseja el positivismo, parece seguro que podremos alcanzar la meta, una meta que no sería otra que la de un conocimiento transversal y transdisciplinario. ¿Debemos hacerlo así?

La hermenéutica coincide en sus postulados con el llamado relativismo epistémico. Según el ya citado Nicolás Olivos Santoyo (2009):

La primera estrategia que el relativismo utiliza contra sus oponentes absolutistas es la actitud de sospecha escéptica. Mientras que los últimos creen que es posible realizar la comparación entre diversas ideas, culturas o valores apelando a nociones de valor universal desde las cuales explicar y evaluar la diversidad de posturas, el relativista, apelando a una experiencia histórica, social y cultural, si bien no niega esta posibilidad, al menos sí la pone en duda. Su heurística diacrónica le permite mostrar que, en lugar de encontrar en la historia de las ideas la manifestación y el desarrollo de estos universales, el pensamiento sobre cómo es el mundo, los valores morales y los estéticos se nos han presentado, a lo largo de la historia y a lo ancho de la diversidad cultural, como un indefinido número de puntos de vista.

Frente a la moda hermenéutica y sus consecuencias -el relativismo científico- se alzó Karl R. Popper, para quien:

La principal enfermedad filosófica de nuestra época es el relativismo intelectual y moral, el segundo, basado, al menos en parte, en el primero. Por relativismo, o si se prefiere, escepticismo, entiendo aquí la posición que sostiene que la elección entre teorías en competencia es arbitraria, ya que, por un lado, no existe algo así como la verdad objetiva y, por otro, no hay nada que sea una teoría verdadera; o, en todo caso, más próxima a la verdad que otra; y, finalmente, si hay dos o más teorías, no hay formas ni medios para decidir si una de ellas es mejor que la otra. (Hechos, normas y verdad, adendum a La sociedad abierta y sus enemigos, citado por Moya, 2001, pp. 21 y 22).

El racionalismo crítico de Popper puso sobre la mesa lo que verdaderamente importa a quienes se dedican a la investigación científica sin caer en las nuevas modas, que, si bien es cierto que el hombre es incapaz de conocer la verdad absoluta en caso de que exista, de lo que sí es capaz es de formular teorías de creciente utilidad para los fines que le interesan. Como sostiene Moya (2001, p. 21):

El peso de la evidencia experimental y los valores epistémicos, en definitiva, las razones, han limitado hasta tal punto su papel en la 'lógica' de la investigación científica que hemos de estudiar siempre variables no epistémicas (intereses, necesidades) para entender las claves que explican causalmente la formación y elección de las teorías científicas alternativas.

De aquí que no sea procedente aplicar el método hermenéutico a un conocimiento del turismo si queremos que sea necesario e interesado. Pues la hermenéutica, a pesar de su innegable acierto sobre la evidente relatividad del conocimiento humano, nos lleva, inexorablemente, al menos en el turismo, a un confusionismo nefasto sobre su funcionamiento real en aras de la formulación de las leyes que lo rigen, las que nos podrán ayudar a gestionarlo correctamente, tanto en el marco de la fértil generación de riqueza como en el de la sostenibilidad ambiental.

A modo de conclusión

Comprender, sostiene el filósofo español José Antonio Marina, exige un esfuerzo intelectual y una actitud emocional de imparcialidad difíciles de conseguir. El filósofo cita al premio nobel Daniel Kagmemann, quien afirma que nuestro cerebro es 'cognitive miser', perezoso cognitivo. Por eso, si no lo espoleamos, nuestro cerebro se contenta con soluciones simples. En el fondo se trata de practicar el principio de economía que todo lo preside: conseguir lo que necesitamos con el mínimo esfuerzo.

No obstante, como todas las reglas, esta también tiene sus excepciones. En este caso, hay estudiosos que se proponen estudiar el turismo al mismo nivel que las altas cuestiones de la cultura. Estos esfuerzos son, sin duda, harto necesarios, porque tratan de ofrecernos la posibilidad de contemplar a los seres humanos en unas dimensiones específicas y, hasta diríamos, especiales: las de su estancia pasajera fuera de su entorno habitual, un escenario que solo ellos nos muestran. Procede reflexionar sobre las motivaciones que les inducen a deambular, las características que presiden su conducta desplazatoria, las mil y una cosas que tal estancia pasajera puede acaecerles, provocando con ello, en los lugares de paso -cuando esto se produce de forma masiva- efectos, sin duda, muy variados. Son cuestiones de gran relevancia, sí; no es por ello baladí su estudio. Pero no se nos ocultará que se deja en el olvido -por cuestiones que tienen que ver con el poder de quienes dominan los ámbitos académicos y editoriales- que, si el turismo es, entre otras cosas, una actividad económica -vale decir, algo que se consume y, por ende, se produce-, adquiere sumo interés investigarlo también como tal.

Desde 1989 venimos insistiendo en la urgencia de este enfoque, el modesto y humilde, aunque eficiente, enfoque empresarial y microeconómico, ese enfoque que brilla por su ausencia en la bibliografía acumulada desde hace cerca de siglo y medio. Un enfoque opacado por la hegemonía exclusivista del enfoque sociológico, el cual nos lleva a considerar el turismo solo desde el sujeto que se desplaza, un enfoque subjetivo que estaría, desde hace décadas, llegando hasta límites peligrosamente inoperantes, y más ahora, cuando, de la mano de quienes proponen un tratamiento hermenéutico, un tratamiento que, al margen de sus ignotas posibilidades de cara al conocimiento del ser humano en su dimensión de desplazado, nos llevaría a abandonar las dimensiones interesadas y pragmáticas de una actividad orientada a la generación de beneficios para los productores y de utilidades para los consumidores.

Nos preguntamos por las razones que explican el hecho de que el turismo sea una realidad que viene siendo estudiada desde las más prestigiosas disciplinas académicas, obviando las posibilidades que ofrece la modesta microeconomía, por cuya aplicación tantos esfuerzos en soledad venimos haciendo desde hace cerca de tres décadas. Una de ellas podría estar en los hechos consumados desde los aportes de la llamada Escuela de Berlín, continuados por la Escuela de Suiza durante los años treinta y cuarenta del siglo pasado. Fueron los años en los que la economía abandonó las enseñanzas marshalianas, consistentes en verla desde el productor, para verla desde la perspectiva del consumidor. In mittel der Man fue el leimotiv de los nuevos estudiosos, interesados entonces por el turismo desde las universidades centroeuropeas. Se pretendía rebasar los aportes de los aficionados a su estudio y alcanzar cotas comparables con las que ya habían alcanzado las ciencias sociales de las que ellos procedían. Se puso en marcha un proceso que fue tomando fuerza con el apoyo de los gobiernos y de los inversores hasta llegar a nuestros días, en los que la fuerza de la nueva disciplina es evidente, tanto que Jafar Jafari cree que se ha culminado dicho proceso con la declaración de que aquella modesta disciplina de hace casi cien años es, ya, una ciencia consolidada.

Consolidada, sí, pero en su versión sociológica, un enfoque unilateral y subjetivo desde el que se puede sostener que el sujeto, el turista, el hombre, no solo está en el centro de atención, sino que es, también, un claro paradigma del consumidor. Pues el turista es ese agente que solo consume porque ha dejado de producir, pero se silencia -o no se tiene en cuenta- que solo ha dejado de producir pasajeramente, es decir, durante sus vacaciones.

El poder de la versión cultista, sociologista, academicista y subjetivista no deja de crecer.

Cuenta con una institución como la Organización Mundial del Turismo desde 1975, en la que están presentes todos los países del mundo representados por sus gobiernos. Las universidades han asumido plenamente tanto la enseñanza como la formación de profesionales y de investigadores, pero se abstienen de cuestionar la versión hegemónica por lo que se puede hablar de ella como un dogma incuestionable, aparentemente revestido de libertad de investigación.

¿Cómo se podría abrir camino la humilde versión microeconómica? Muy complicado lo tiene, por no decir que imposible. Los intereses creados son ya indesmontables. El panorama que se abre recuerda el filme Brubaker (1980), un drama basado en la historia real de Tom Murtom, el director de prisiones que conmocionó el mundo político de Arkansas al destapar los escandalosos abusos y asesinatos que tuvieron lugar en la prisión estatal. Antes de presentarse como tal, el nuevo alcaide (Henry Brubaker en la película) se hace pasar por un preso recién llegado, gracias a lo cual descubre que la situación en la cárcel es de corrupción endémica. Sus esfuerzos por reformar y sanear el sistema lo colocan en una situación muy peligrosa, sobre todo cuando insiste en investigar los asesinatos que se cometieron años antes. El incorruptible alcaide lleva a cabo acciones harto arriesgadas y, como consecuencia de ellas, es destituido. La corrupción no se limitaba a la prisión, estaba incubada en el seno de los gobernantes.

Admitamos que la comparación entre el turismo y la prisión es exagerada, pero no encontramos un medio más contundente para reflejar los intereses creados que se han instalado en el primero.


Referencias bibliográficas

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