APROXIMACIONES Y CONTRASTES ANALÍTICOS PARA LA CONSOLIDACIÓN DE ESPACIOS EN LA INDUSTRIA TURÍSTICA
ANALYTICAL APPROACHES AND CONTRASTS FOR THE CONSOLIDATION OF SPACES IN THE TOURISM INDUSTRY
Luis Angel Soto de Anda
Doctor en Ciencias Sociales por la Universidad Autónoma del Estado de México
México
[angel.s.k@hotmail.com]
Aristeo Santos López
Doctor en Educación, énfasis en Administración,
por la Universidad Autónoma del Estado de México
Universidad Autónoma del Estado de México
México
[arisan3@gmail.com]
Para citar el artículo: Soto de Anda, L. A. & Santos, A. (2024). Aproximaciones y contrastes analíticos para la consolidación de espacios en la industria turística. Turismo y Sociedad, XXXIV, pp. 51-65: https://doi.org/10.18601/01207555.n34.02
Fecha de recepción: 26 de septiembre de 2022
Fecha de modificación: 19 de octubre de 2022
Fecha de aceptación: 16 de diciembre de 2022
Resumen
Se discute el tema del espacio desde una perspectiva crítico-hermenéutica que ilustra cómo algunas ciencias sociales y humanísticas han contribuido a despejar el panorama nebuloso que se tiene acerca de esta categoría. La literatura consultada analiza de manera estratégica los postulados filosóficos, sociológicos y antropológicos para identificar los principales elementos de los que se vale el turismo para consolidar destinos únicos, atractivos y rentables. El espacio es un término complejo y dinámico que se reinventa a partir de necesidades y requerimientos colectivos; territorio, territorialidad, paisaje, lugares y no lugares son solo algunas de las derivaciones categoriales que se desprenden de un fenómeno mayor. Dicho de otro modo, abordar estos subtemas es vital para comprender la relación hombre-naturaleza, las manifestaciones socioculturales, los procesos de cambio, así como la transformación y/o el acondicionamiento de escenarios para la industria turística.
Palabras clave: turismo, estudios turísticos, espacio, construcción espacial.
Abstract
The topic of space is discussed from a critical-hermeneutic perspective that illustrates how some social and humanistic sciences have contributed to clearing up the nebulous panorama that exists regarding this category; the literature consulted strategically analyzed the philosophical, sociological and anthropological postulates to identify the main elements that tourism uses to consolidate unique, attractive and profitable destinations. Space is a complex and dynamic term that is reinvented based on collective needs and requirements. Territory, territoriality, landscape, places and non-places are just some of the categorical derivations that emerge from a larger phenomenon; in other words, addressing these subtopics is vital to understanding the relationship between man and nature, sociocultural manifestations, processes of change, as well as transformation and/or conditioning of scenarios for the tourism industry.
Keywords: tourism, tourism studies, space, spatial construction, touristic destinations.
1. El espacio como categoría caleidoscópica
El espacio como categoría analítica se ha estudiado desde distintos enfoques epistémicos y metodológicos; ciencias exactas y sociales han construido este objeto contemplando los elementos que lo conforman, pero también con los que guarda proximidad. Kuhn (2004) asegura que ninguna ciencia resuelve la totalidad de los enigmas que integran un paradigma, y refiere que cada disciplina define e interpreta desde una postura que se adscribe a la esencia desde la que concibe el fenómeno.
Los intereses y las preconcepciones de la comunidad científica permiten que conceptos como el de espacio adquieran connotaciones distintas, complejas y sofisticadas que se adaptan a situaciones concretas. La naturaleza del fenómeno ha obligado a que hombres y mujeres de ciencia opten por realizar estudios inter, multi y transdisciplinarios que consoliden holísticamente la cartografía de este objeto de estudio.
El espacio está ligado a conceptos como territorio, territorialidad, lugar, no lugar, paisaje, entre otros. Gómez (2001) reconoce que el análisis de esta categoría no es una tarea que deba atender exclusivamente la geografía, al contrario, la antropología, la sociología e incluso la filosofía se han sumado al estudio de este complejo y dinámico concepto.
Los trabajos que exponen las adecuaciones que han tenido la construcción y el uso del espacio más allá de sus implicaciones naturales reconocen el acercamiento social en el afianzamiento de nuevas definiciones y vertientes disciplinares. De acuerdo con Gómez (2011), el vínculo entre el hombre y su entorno requiere aproximaciones relacionadas con sociología, antropología de la cultura, geografía humana, economía de los recursos, entre otras ramas del conocimiento.
El espacio como producto de relaciones sociales no puede concebirse como algo estático o vacío, al contrario, representa un conjunto de formas y dinámicas que dan sentido a diferentes realidades. La producción de ambientes construidos con intenciones particulares ha llevado a que esta unidad de análisis adquiera connotaciones sociales, económicas, políticas, naturales, arquitectónicas e incluso turísticas.
2. El espacio como recurso intrínseco en la construcción del pensamiento
El espacio como objeto de estudio adquiere diferentes connotaciones de acuerdo con la lupa desde la que se observe. Su relación inminente con el "tiempo" implica reconocer que el ser humano ha intervenido de manera activa en la modificación de entornos que van más allá de una configuración física, es decir, incluye adicionalmente alteraciones simbólicas, culturales e ideológicas que dificultan su definición. Desde la posición de Cisneros (2006), el espacio está ligado al tiempo y es percibido a través de los sentidos y la razón; es, además, el escenario donde acontecen todos los movimientos posibles para la consolidación de la vida social y está asimismo determinado por el ser y el habitar por la cultura (adquiere una condición humana).
La filosofía heideggeriana refiere que los espacios recogen las culturas, reúnen historias y adquieren calificativos que se someten a razonamientos y lógicas múltiples. Las formas que integran el espacio son consideradas parte de una espacialidad, o sea, existen en función del ser y representan un ambiente mundano e inteligible sobre el que se depositan hechos y/o sucesos en una línea temporal.
La analítica del espacio existencial que trabajó Heidegger describe que la espacialidad es una condición humana constituida en la cotidianeidad; esto refiere que sujetos y objetos conviven con la intención de conformar lugares y habitarlos. En palabras de Hidalgo (2013), habitar representa la condición y/o la posibilidad de construir, asumiendo que la transformación del espacio da pauta para la creación de lugares que surgen con la intención de ser habitados.
De acuerdo con Kant (como se citó en Cisneros, 2006), el espacio presenta cinco características que estructuran su definición:
La filosofía kantiana concibe el espacio como una condición a priori ligada a la sensibilidad y/o a las intuiciones puras; en otros términos, el hombre percibe su realidad tomando en consideración eventualidades que enmarcan su cosmovisión. En tal sentido, el razonamiento encuadra la ventana a través de la cual se percibe, concibe y vive.
Al respecto, Kant (como se citó en Barinaga-Rementería, 2004) puntualiza que la condición subjetiva de la sensibilidad posibilita la generación de impresiones acerca de la realidad. En concreto, el espacio no es más que la forma donde se representan los fenómenos, o sea, el sujeto ve afectada su capacidad receptiva por medio de objetos.
Además, intelecto, emociones y pasiones consolidan el espíritu humano. La psique y/o las estructuras mentales se convierten en constructos temporales y espaciales que evolucionan constantemente debido a la reconstrucción paulatina de la realidad.
La condición humana del espacio que rescata Kant expone que la realidad es una idea abstracta delineada por conocimiento; esto se refiere a que el hombre es una sustancia viva compuesta de materia y que el contexto está determinado por la experiencia acumulada.
En contraste, Leibniz (como se citó en Iommi & Schiavetti, 1987) plantea que sin materia no hay espacio. En este sentido, sin cuerpos u objetos, el espacio no es más que una idea divina, complejo tejido de relaciones entre objetos materiales coexistentes, recipiente absoluto que existe en sí mismo (no requiere de otros).
El optimismo metafísico de este discurso reconoce que el espacio posee las siguientes características: (1) es uniforme, puesto que no hay forma de diferenciar las partes que lo integran, porque todas son idénticas; (2) es infinito, extenso y no tiene límites; y 3) es ordenado, esto es, los cuerpos son situados en él. Adicionalmente, no es absoluto, de lo contrario sería inmenso, inmutable y eterno.
En resumen, la contundencia de los argumentos desde la perspectiva filosófica deja entrever que espacio y tiempo no existen, sino que es el hombre quien les da sentido por medio de la adjetivación. El tiempo se fracciona y se diluye en acontecimientos que delinean la historia del ser humano, mientras que el espacio trasmuta constantemente, esto quiere decir que es relativo, además de que es un orden de coexistencias en comparación con el tiempo, que representa un orden de sucesiones.
3. El espacio como medio de promoción de capitales y desigualdades
Los fundamentos que detallan la construcción del espacio como concepto esencial en los estudios sociológicos cobran sentido desde el momento en que el ser humano transforma su entorno para satisfacer necesidades. Por otro lado, el espacio representa un producto social donde se pueden observar acciones y conductas de la vida cotidiana.
Santos (2000) indica que el espacio es un sistema de objetos y acciones cada vez más artificiales; se trata de un sistema que responde a las particularidades de los lugares y de sus habitantes. La conexión materialista con los objetos se asocia con la reinvención debido a que representa una estructura de control y poder, así como un medio condicionante y/o limitante de la acción social.
De acuerdo con Constenla (2010), la configuración espacial ha sido interpretada mayormente desde tendencias marxistas que precisan sobre estratificación de clases, asimetrías sociales y acumulación de capital. Por su parte, Leal (1997) sostiene que el espacio es un tema clave en los estudios posmodernos debido a la proximidad que tiene con análisis urbanos y culturales.
Para Kollmann (2011), el marco teórico que aborda el espacio urbano es construido desde enfoques geográficos, económicos y sociológicos que nutren su definición. De manera complementaria, este autor indica que Castells, Harvey, Jaramillo, Lefebvre, Santos y Topalov son algunos de los autores que han contribuido con aportaciones científicas al respecto.
La sociología urbana de Lefebvre (2013) expone el comportamiento de las sociedades contemporáneas en función de tres tipos de espacio: (1) mental (visión filosófica en la que se construye la condición humana), (2) físico (actividad práctico-sensorial por medio de la cual se percibe la naturaleza y lo que en ella coexiste) y (3) social (conjunto de relaciones sociales y de dominación).
La homogeneización y conquista del espacio de Lefebvre fue desarrollada desde una crítica a la urbanización positivista y resalta en sus postulados temas como realidad social, construcción de espacialidades y relaciones de producción. Esta tipología espacial puede realizarse acotando las características que exponen la intención desde la cual se practican: espacios políticos, religiosos, naturales, sociales, alimenticios, médicos, educativos, turísticos, económicos, cinematográficos, rurales, vanguardistas, clásicos, desiguales, pobres o violentos son algunos ejemplos.
Finalmente, Casariego (1995) expone que esta representación examina el vínculo espacio-poder en consideración al desarrollo capitalista, así como a la multiplicación de desigualdades por medio de procesos simultáneos de homogeneización, fragmentación y jerarquización.
En otro punto de ideas, la lógica simmeliana determina que el espacio es una actividad del alma, un medio donde el hombre puede reunirse y compartir apegos sensoriales. El estudio de la percepción en estos términos favorece la comprensión espacial de las interacciones y el flujo de formas de socialización (Leal, 1997).
Las formas y los contenidos se reinventan y alteran las relaciones cotidianas dentro del espacio. Esta lógica deja entrever que el hombre es un ser con otros seres; se refiere a que el espacio es imprescindible para manifestar formas sociales de convivencia e intercambio y da cuenta de que los cuerpos son capaces de afectar y ser afectados.
Los procesos de interacción social son concebidos como tiempo cristalizado en el que se depositan experiencias; la cultura subjetiva forma parte de la libertad creativa del individuo, mientras que la objetiva materializa las formas de la vida colectiva. En palabras de Ethington (2005), la contundencia de los argumentos permite que hombres y mujeres se reconozcan y diferencien.
La construcción del término se ha diversificado con la intención de robustecer los postulados que hablan sobre el tema. En la sociología urbana de corte marxista, Castells (2006) antepone que el espacio es una expresión social que especifica la manera en que los grupos estructuran y transforman su realidad, y se refiere a que no es una fotocopia de la sociedad, sino que representa a la sociedad misma. En esta perspectiva, la parte física del espacio es representada por lugares, siendo estos donde se depositan y ubican los objetos. El espacio es el soporte material de prácticas y acciones sociales que se entrelazan cronológicamente con el entorno natural, esto quiere decir que las dimensiones humanas marcan el ritmo de la dinámica y el cambio social.
En otro contexto, Bourdieu (2015[1997]) revela que el espacio social es construido por agentes que asumen una posición a partir de la posesión de capitales. Los colectivos forman parte de una estructura jerarquizada que toma en consideración el volumen global de capital y su diversificación económica, social, cultural y simbólica.
Las sociedades adquieren capital en diferentes momentos y espacios; el flujo de capitales es constante y permite la generación de campos especializados, con reglas propias e instituciones que lo administran y legitiman; los campos son fragmentos del espacio donde se disputan bienes tangibles e intangibles, es decir, escenarios de juego donde se produce y domina (el campo hace al capital). En este marco, las prácticas sociales son ejecutadas en los campos que integran el espacio social; el uso y manejo de capitales permite que los actores se posicionen dentro de una estructura compleja que toma en consideración gustos y posesiones sobre el material objetivado (tangible) y subjetivado (intangible).
La construcción del espacio, según Harvey (2014), está asociada con el desplazamiento y la acumulación de capitales. La geografía crítica desde la que hace estas afirmaciones -fundamentada en la corriente marxista- deja entrever que es un concepto teórico clave para el estudio de las desigualdades y del medio donde se alberga el capital.
El espacio como categoría compleja es definido a partir de prácticas humanas; la creación y adecuación de entornos se establece a partir de requerimientos. Aunado a esto, la visión de Harvey (2021) ratifica que el espacio puede presentar las siguientes particularidades, desde una simple característica hasta la combinación de estas:
El proceso de reestructuración capitalista que aborda el autor volatiliza la transformación del espacio ante la búsqueda del plusvalor y de la acumulación. Así mismo, la "ciudad" es concebida como una construcción social a partir de la cual se analizan fenómenos como la gentrificación, procesos de cambio, la posmodernidad, etc.
Cassirer (como se citó en Harvey, 2021) afirma que el espacio es una categoría que se construye con el apoyo de experiencias sensibles (emociones) y kinestésicas (adquisición de información por medio de vivencias). Este autor distingue tres tipos: (1) orgánico (formas experimentales a través de los sentidos; (2) perceptivo (procesos neurológicos que integran la forma de pensamiento de un sujeto); y (3) simbólico (significados e interpretaciones propios de los actores).
En virtud de esto, la sociología da cuenta de que el espacio representa el entorno donde se desarrollan prácticas y acciones sociales. La transformación y/o adecuación del espacio está cimentada en un principio de bienestar humano; la distribución de espacios y territorios se fundamenta en garantías sociales que permiten el desarrollo y progreso del hombre, ello conlleva hacer uso del capital como recurso de posicionamiento socioeconómico, así como para ofertar y solicitar mercancías.
4. El espacio como elemento decisivo para el reconocimiento de la otredad
La perspectiva antropológica que analiza el espacio como categoría detalla la forma en que los grupos comprenden y hacen uso de él: estudiar su connotación social, cultural, simbólica y ambiental ha requerido de esfuerzos colaborativos para descifrar los enigmas que se circunscriben a este paradigma.
La gran variedad de formas de vivir y convivir ha permitido que el espacio diversifique sus tipologías. La relación hombre-naturaleza promueve el desarrollo de manifestaciones socioculturales por estudiarse bajo tradiciones intelectuales de carácter holístico, ejemplo de ello son los procesos adaptativos, el sentido de pertenencia, la reconfiguración identitaria, el reconocimiento de diferencias y particularidades, entre otras.
En la antropología, los postulados que abordan el espacio como objeto de estudio en correspondencia con el hombre y la cultura se generan tomando en consideración su funcionalidad explicativa, la rigurosidad científica y la flexibilidad teórico-metodológica desde la que se puede interpretar.
Urrejola (2005) determina que el espacio es un lugar animado y en movimiento que favorece la socialización, incluso la alteración del medio; dotarlo de sentido y significado es una tarea compleja que adquiere textura por medio de formas y maneras de pensar. El despliegue de prácticas y dinámicas socioantropológicas está ligado a la intención humana de habitar para sobrevivir y progresar.
En contraparte, Gambarota y Lorda (2017) manifiestan que el espacio socialmente construido apoya u obstaculiza los procesos de desarrollo. Los efectos positivos o negativos generados en el entorno determinarán si se hizo una "adecuada" utilización de los recursos, así mismo, sí se satisficieron las necesidades de la población.
El espacio como facilitador de ambientes naturales se modifica a partir de la intervención humana. La apropiación de escenarios justifica los modos y estilos de vida, así como los procesos de cambio que han llevado a las sociedades a diversificar sus usos y funciones; históricamente, las alteraciones cobran sentido al contemplar las necesidades, los requerimientos y padecimientos de periodos concretos.
La definición individual del espacio se complementa con la de otros actores. En antropología, la construcción colectiva del concepto reconoce la riqueza y diversidad cultural de quienes lo implementan, por esta razón, la codificación está determinada por el lenguaje, la tradición histórica, la apertura ideológica, el contexto y la utilidad.
Desde la posición de Pimentel (2001), el espacio no es un recurso decorativo u ornamental, sino que representa una postura ideológica que se transforma de acuerdo con las circunstancias; ante esto, la reconstrucción de la realidad (contexto) permite conocer en detalle sus cualidades y los elementos con los que tiene interrelación.
Las acciones emprendidas en el espacio se asocian con principios biológicos, económicos, políticos, religiosos, educativos, culturales y turísticos que establecen su intención. García (2015) reconoce que la construcción espacial cumple una función simbólica que expresa relaciones, prácticas y percepciones entre los sujetos y el lugar donde se desenvuelven.
La antropología, en colaboración con otras disciplinas (economía, geografía, ecología, sociología y psicología), ha desarrollado conceptos colaterales intentando reconstruir el espacio como categoría analítica: territorio, territorialidad, lugar y paisaje son solo algunas de las dimensiones conceptuales que han cobrado sentido a partir de la especialización.
En primera instancia, el sujeto se apropia de los escenarios, los marca y deja huella de su existencia, pautas que expresan formas de dominio y territorialidad. Ther (2012) indica que los territorios cuentan con biosociodiversidades concretas que refieren comportamientos e ideas de cómo habitar y permanecer en el espacio (sentido de pertenencia, interacción humana y estilos de vida).
La representación del lugar se convierte en una cartografía para situar al ser humano dentro de un espacio; de acuerdo con Dipaola (2013), conocer su centro y sus periferias forma parte de una experiencia de movilidad y asentamiento, así mismo, su discernimiento permite adjetivarlo con referencias específicas y experienciales (ocio, tránsito, turístico, lingüístico, comercial, ecológico, etc.).
Adicional a esto, el espacio se convierte en una prolongación material e inmaterial de la cultura. Su delimitación o limitación está condicionada por la capacidad creativa e inventiva del ser humano, después de todo, la capacidad de raciocinio ha permitido que el ser humano modifique o altere aquellos escenarios que no cumplen con los requerimientos sociales.
Desde otra perspectiva, la antropogeografía trabajada por Ratzel (como se citó en Domínguez & Noble, 2010) analiza cómo están distribuidos y diferenciados los grupos en el territorio, qué efectos se han desencadenado a partir de la apropiación del espacio, además de la influencia que este tiene sobre las actitudes y actividades que ejecuta la población. De acuerdo con esto, el espacio es indispensable para la vida del hombre. El dominio y la lucha por el territorio se convierten en mecanismos de sobrevivencia donde los actores se aferran a partes específicas de las superficies, además de que el conocimiento y la experiencia que se tienen sobre aquel facilitan la conquista de nuevas latitudes, al igual que la explotación y/o el aprovechamiento de los recursos.
Adicional a esto, el antropólogo francés Augé (2017) deconstruye el paradigma del espacio al hablar de lugares y no lugares: los primeros representan un entorno simbolizado, histórico y sensitivo donde se consolidan las identidades; por su parte, los segundos encarnan un escenario transitivo y amnésico donde los sujetos permanecen en el anonimato. Los espacios de la contemporaneidad multiplican los no lugares y con ello la imposibilidad de interiorizar la relación sujeto-lugar. El despliegue de acciones y prácticas socioculturales requiere de vínculos estrechos y armónicos para generar comunidad no solo entre actores, sino también entre el ser humano y la naturaleza.
Ante este panorama, tiempo, lugar y territorio son categorías esenciales para conceptualizar el espacio, pero también para comprender los fenómenos sociales. Las delimitaciones físicas y simbólicas de las que se vale la ciencia antropológica permiten detallar las cualidades que ha adquirido el concepto de acuerdo con preferencias o necesidades que van de lo individual a lo colectivo.
A manera de cierre, la organización y constitución de nuevos escenarios en el espacio representa una realidad latente en la época moderna. Las dinámicas sociales y el agotamiento de recursos requieren de nuevas e innovadoras modalidades de subsistencia y mecanismos de adaptación biopsicosociocultural a las circunstancias de cada contexto.
5. El espacio como punto nodal para la conformación de destinos turísticos
La configuración del espacio forma parte de la dinámica adaptativa del hombre. Escenarios diversos y ricos en recursos se han transformado con la intención de satisfacer necesidades colectivas, facilitar oportunidades de desarrollo para las naciones, mejorar la calidad de vida de la población y diferenciar los entornos unos de otros.
Desde otro panorama, la generosidad de la naturaleza ha dotado a la tierra de elementos aprovechables para el consumo humano. Aun así, alrededor del mundo, empresas extraen y transforman los recursos para generar riqueza, satisfacer demandas del mercado, acrecentar desigualdades, segregar a la población, entre otras hazañas que no necesariamente vienen acompañadas de beneficios, sobre todo si esto favorece a ciertos grupos y perjudica a otros. Aché (2012) ratifica que la distribución asimétrica de recursos intensifica las desigualdades socioeconómicas y socioambientales, cualidades que definen y clasifican a los territorios, pero que también repercuten en las prácticas y/o acciones habituales de los pueblos.
El exotismo o las particularidades que se muestran en el interior de los espacios se convierten en capitales valiosos y comerciales. En lo que respecta a este punto, el capitalismo y la globalización han encontrado en las diferencias y en las desigualdades un método exitoso de compraventa, resguardo y difusión de elementos caracterológicos tanto de territorios como de colectivos.
Los sistemas socioeconómicos condicionan la diversificación comercial del espacio a partir de la asignación desigual de recursos, del capital acumulado en ciertas regiones, además de los medios y modos de producción que se tienen a disposición. Santos (1993) señala que la globalización contempla la mundialización del espacio geográfico por medio del fraccionamiento de territorios, de la especialización de actividades productivas y la fluctuación social.
Las exigencias en el ámbito industrial han propiciado la evolución de sectores comerciales que día con día tienden a especializarse. Ocio, descanso, cultura, relajación y placer son algunos de los componentes que el turismo ha utilizado para consolidar una actividad de carácter socioeconómico y sociocultural.
El festín de autenticidad con el que cuentan los territorios y las personas que residen en ellos hace alusión a cómo se pasa de un espacio de consumo a un consumo del espacio. En este sentido, el turismo se vale del patrimonio almacenado y/o resguardado para consolidar destinos únicos, atractivos, competitivos y rentables (Lefebvre, 2013).
Comprar, vender, rentar y transformar el espacio en el fenómeno turístico se ha convertido en un arma potencial para las nuevas colonizaciones. El arribo de personas a destinos privilegiados desencadena deterioros, conflictos y alteraciones que deben reducirse por medio de prácticas sustentables y sostenibles. En la opinión de Rivas (2006), todo espacio geográfico que posea un potencial interés para el desarrollo de la actividad turística debe coordinarse con políticas que ordenen, regulen, desarrollen, promocionen y controlen las distintas actividades y transformaciones del entorno orientado al uso y a la explotación por parte de la industria.
La agresividad de los cambios ha permitido que el turismo se posicione como una de las industrias más rentables a nivel mundial, escenario que guarda relación con el uso de capitales y el acondicionamiento del territorio. De acuerdo con esto, dotar de infraestructura y servicios a los destinos se convierte en una de las principales ofensivas que impulsa esta práctica.
De acuerdo con Aguilar et al. (2015), el crecimiento de la actividad turística está asociado con procesos de modernización que incluyen urbanización, gentrificación y turistificación de espacios como fenómenos avivados por prácticas económicas y comerciales. La proliferación de la industria turística se encuentra íntimamente relacionada con alteraciones físicas del medio donde se instaura. La existencia de recursos posibilita o limita el desarrollo de actividades experienciales, vivenciales y sensitivas, así como el consumo de productos y servicios creados por y para el turismo.
Conocer, explorar y aprovechar la oferta de elementos caracterológicos en diferentes latitudes fomenta desplazamientos y asentamientos humanos dentro del territorio (Miró & Olcina, 2020). La mecánica de apropiación consiste en interiorizar y otorgar significados que representen a los grupos sociales y su cosmovisión, además de generar estructuras organizativas funcionales y útiles, pero no del todo sustentables, como lo ha hecho la industria turística.
Los efectos del turismo son perceptibles a partir de la transformación del territorio, al igual que en la consolidación y/o disolución de relaciones sociales. Por otro lado, la construcción simbólico-cultural del espacio se impregna constantemente de sentimientos y emociones que expresan la complejidad interpretativa y comprensiva de la categoría y los elementos que la conforman.
Las localidades, al igual que los espacios, son clasificadas y difundidas sobre la base de sus características. El giro turístico puede adquirirse o desarrollarse a partir del aprovechamiento de capitales, del reconocimiento de antecedentes históricos, del diseño y/o acondicionamiento infraestructural, de los servicios ofertados y de acciones vinculadas a la hospitalidad.
Vera (como se citó en Pardellas & Padín, 2004) argumenta que un destino turístico se constituye de lugares de consumo cuya intención radica en promover imágenes de simbolismo social. Al respecto, los visitantes disfrutan de productos únicos y exclusivos de su contexto, además de que consolidan expresiones positivas o negativas que enuncian las impresiones que se tienen del mercado, de su oferta y su demanda.
Para Antón-Clavé y González Reverté (2012), los recursos turísticos (naturales o humanos) fungen como atractivos activos de un lugar. La seducción de los destinos está relacionada con la calidad escénica y los recursos que se tienen a disposición, al igual que con los motivos que impulsan a que los visitantes decidan consumirlos. Desde otro ángulo, la actividad turística debe entenderse como un elemento más del sistema territorial, y no como un factor exógeno del espacio y de la sociedad.
Los sistemas territoriales que emanan de esta actividad se crean a partir de un propósito social asociado con la satisfacción de necesidades y expectativas por parte del consumidor. En este punto, poseer recursos lo suficientemente exóticos, abundantes y atractivos para el público garantiza que el turismo utilice, configure y solidifique conceptos que la sociedad está ávida de conocer y experimentar bajo la etiqueta de "destinos turísticos" o "territorios privilegiados".
Para Pérez (2004), los no lugares representan un constructo posmoderno que evita que los turistas se apropien de lo que ven, oyen, descubren y admiran en los destinos; los no lugares representan escenarios rentables, dinámicos, ahistóricos, impersonales, así como fuentes potenciales para la generación de riqueza. Por su parte, los lugares simbolizan entornos históricos, reconocibles e identitarios para las personas que interactúan en ellos, caso contrario a los no lugares, que representan espacios de intercambio y tránsito fugaz, donde las relaciones sociales carecen de relevancia y genuinidad, esto debido a que los actores no generan lazos con otros individuos, sino que las relaciones se basan exclusivamente en la idea de consumo.
En retrospectiva, los destinos turísticos fungen como espacios de tránsito donde visitantes, turistas y excursionistas deambulan como sujetos anónimos; el objetivo a partir del cual se desarrolla la práctica turística consiste en dejar de lado la realidad cotidiana que viven los actores. Por otra parte, los destinos turísticos son construidos en el presente desde el punto de vista temporal, factor que distorsiona la identidad y la percepción.
En síntesis, el espacio turístico adquiere sentido a partir (1) del uso y/o de la manipulación de recursos (materiales e inmateriales); (2) de la construcción social, simbólica y cultural que se despliegue en el interior de los territorios; y (3) del giro socioeconómico que se le atribuya, tomando en consideración demandas sociales, disponibilidad de capitales, proyección política e impactos sobre el medio ambiente (situación que no necesariamente es aplicable a todos los destinos turísticos).
6. Conclusiones: la iridiscencia del espacio
El espacio representa un desafío analítico desde el punto de vista científico y social. La vigencia del término dentro del campo de las ciencias sociales adquiere relevancia a partir de una diversificación categorial que se estimula por medio de exigencias colectivas y disciplinares que intentan descifrar los cambios y/o las transformaciones por los que ha atravesado su definición según contextos, circunstancias y requerimientos específicos.
En lo que respecta a las vertientes analíticas que se abordaron en el texto, es preciso reconocer que el espacio no es un tema exclusivo de alguna disciplina, al contrario, cada una de estas propuestas aporta un panorama distinto que enriquece o nutre los referentes epistémicos y metodológicos bajo los cuales se pueden estudiar o interpretar los fenómenos.
En el abanico de posibilidades analíticas, la construcción del espacio desde la vertiente filosófica se relaciona íntimamente con el "tiempo", es decir, tiempo y espacio no existen a ciencia cierta, sino que es el hombre quien los crea para darle sentido a su vida y a lo que emprende como parte de un proceso de construcción humana.
Adicionalmente, el hombre interviene de manera activa en la modificación y/o alteración de entornos no solo desde el punto de vista físico, sino también del de la razón. La vida social está determinada por el ser y el habitar por la cultura, esto quiere decir que la condición humana afirma que sin materia no hay espacio y sin significado no hay contexto.
Como parte del constructo sociológico, el espacio se vincula con el desarrollo de manifestaciones colectivas de convivencia e intercambio; así mismo, retoma cómo los entornos afloran el desarrollo de acciones de estructuración, jerarquización y funcionalidad de la vida social. En este sentido, el espacio es clasificado de acuerdo con propiedades económicas, sociales, culturales y simbólicas. El aprovechamiento de recursos, la generación de riquezas, la acumulación del capital y el incremento de desigualdades son algunos de los postulados sobre los cuales la sociología ha indagado en las últimas décadas.
La vertiente antropológica encargada del estudio del espacio reconoce que los entornos naturales son transformados a partir de acciones antropogénicas que justifican ideas de confort, hospitalidad, progreso, diferenciación y relaciones de apego. Por otra parte, la promoción de sentidos de pertenencia y el afianzamiento identitario son principios sociales ligados a emociones.
El desenvolvimiento del hombre en el espacio confiere la proliferación de culturas, el reconocimiento de diferencias, la reproducción de manifestaciones socioculturales, también la promoción y el resguardo del patrimonio heredado/generado a partir del vínculo hombre-naturaleza. Adicionalmente, la antropología reconoce que adscribirse a lugares o territorios forma parte de una mecánica de apropiación humana del espacio, situación afiliada con el respeto a derechos y libertades de carácter universal.
La construcción categorial del espacio desde el punto de vista turístico atraviesa las tres perspectivas anteriores; sin embargo, hay que reconocer que las interpretaciones del fenómeno deben contemplar en su análisis elementos como el ocio, la recreación y la rentabilidad tanto de recursos como de destinos.
Bienes materiales e inmateriales alojados dentro de un espacio son productos potencialmente transformables para cubrir necesidades biológicas, psicológicas, sociales y culturales. En lo que a esto respecta, el turismo aprovecha, promueve y comercializa recursos auténticos y atractivos para el consumidor.
De acuerdo con esto, la práctica turística debe contemplar en su estructura organizativa y funcional una serie de acciones que promuevan bienestar, sustentabilidad y justicia para todas aquellas personas y/o elementos que dan forma y sentido a la industria. También hay que detallar las ambivalencias que la huella humana puede generar a partir de acciones de explotación, superproducción y acaparamiento del mercado.
Sistemas socioeconómicos como el capitalismo y la globalización delimitan los ejes de aprovechamiento del espacio y del capital. Sin embargo, la desigualdad de oportunidades y las asimetrías distributivas han potenciado la diversificación del mercado al grado de imponer o legitimar estilos de vida que se construyen a partir de lo que una persona puede o no consumir, o bien de lo que tiene a su disposición.
En conclusión, la percepción y las prácticas espaciales detallan las formas de organización dentro de un territorio geográfica y simbólicamente delimitado; descifrar las cualidades del mundo a partir de estos enfoques debe contemplar un análisis discursivo desde el ámbito científico luego de atravesar por una introspección colectiva que detalle la manera como es percibido y referenciado el espacio.
Referencias
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